Por Rafael Torres Meyer
Crédito: Marco Ayala
Primer lugar Concurso Reseña musical/Plataforma escríbele.com
La Novena, Beethoven, mi padre y mis alegrías
A
penas levantó la batuta Marco Parisotto, apenas sonó la primera nota del allegro ma non troppo y La Novena completa —aquella que yo creía desconocer—, comenzó a resonar en mi cabeza. Nota a nota comencé a reconocer las texturas que abstraían a mi padre. Ahí estaba él, ausente del mundo, sumergido en sus planos, reclinado sobre su restirador, deslizando uno de sus estilógrafos con suavidad, pero con firmeza, casi imitando los movimientos de una batuta, sobre la alargada regla paralela, esa misma cuyos biseles, por mi poca pericia y entendederas, me llevaron a estropear pliegos y pliegos de albanene durante la preparatoria.
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La industria de la música y el espectáculo
Conozco las tonadas de los cuatro audaces movimientos de La Novena; me emocioné. Entonces los gestos de los músicos, las pequeñas batallas entre oboes y flautas, los solos de contrabajo, el contrapunto de los violines, los acentos de las percusiones, la fuerza con que arremetieron los arcos a los chelos, el romanticismo de las violas, la profundidad de los fagots y la sonoridad victoriosa de los metales me hicieron comprender lo que mi padre, en su ensimismamiento, jamás me enseñó: La Novena es a la vez tempestad y emoción; no es un canto de alegría, sino una guerra por la libertad.