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Stromae. Hablamos
estos años de inactividad musical mucha gente esperaba tu vuelta? ST: Cuando vi los comentarios me quedé sorprendido de la gente que me ha esperado estos años. Aunque no sé cuánto de verdad hay [risas]. Ya sabes, no creo que la gente haya estado esperando durante años solo por mí, pero lo aprecio. Me cuesta entender el nuevo consumo de música: no entiendo el éxito de Multitude comparado con el de Racine Carrée, del que vendimos muchos álbumes físicos. Ahora cuenta el streaming, así que el éxito es difícil de medir. ESQ: En este álbum cantas mucho a la soledad. ¿Es en ese sentimiento, que consideramos negativo, donde los artistas crean mejor? ST: Escribo y compongo solo. Es la primera vez que trabajo con elementos de folclore procedentes de todas partes del mundo: Bolivia, Bulgaria, Inglaterra, Bélgica, China... Pero al principio del proceso estoy solo: yo, mi micrófono, mis altavoces, mi ordenador y mi mesa de sonido. Especialmente cuando escribo las letras. Creo que es importante saber estar a solas con uno mismo y cuestionar lo que haces, pero a veces hay que poner límites y compartirlo con los demás. He hablado mucho sobre este proceso con mi hermano y mi esposa. Recuerdo reuniones en el estudio en las que ellos me ayudaron a sacar la historia que tenía dentro. ESQ: Cantas sobre temas muy difíciles. ¿Te machacas demasiado? ST: Soy un poco duro conmigo mismo. Algo que deberíamos aprender y que no nos enseñan en la escuela es a ser felices. Parece básico, pero sería de gran ayuda aprender a creer en uno mismo. No se cómo es en España, pero en Bélgica no es así. ESQ: Conocemos tu música y tu forma de crear, pero, tú, ¿qué escuchas? ST: Soy fan del cantante nigeriano Buju y su canción Finesse. Otra que no puedo dejar de escuchar es Libre, de la artista belga Angèle. Déjame revisar mi Spotify... Kendrick Lamar y G3 N15 y Candy, de Rosalía. La conocí en la gala del MET en mayo, es muy agradable. ¡Ah! Y Un poco loco, de Luis Ángel Gómez Jaramillo, de la banda sonora de Coco [risas], ¡soy muy fan de esta canción!
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La actitud es lo que cuenta. Quién diría por esta imagen que era la primera vez de Morte jugando al golf.
Las pelotas de Álvaro Morte
18 hoyos en Saint Andrews con cinco clases (literal) de golf como
experiencia POR ÁLVARO LUENGO
Imagina que te sacas el carnet de conducir un lunes y el martes te apuntas al Dakar. Pues eso es más omenos lo que ha hecho Álvaro Morte, pero en versión golfística. Resulta que BOSS le invitó a un evento en el Old Course de Saint Andrews, el campo de golf más mítico del mundo, para celebrar el 150 aniversario del prestigioso torneo The Open, del que la firma es patrocinador textil desde hace seis años (viste a todo el staff y a varios jugadores profesionales). “Nunca he jugado al golf”, les respondió. Entonces desde BOSS le explicaron que se trataba de un evento benéfico que serviría para recaudar dinero para Unicef. “Entonces contad conmigo”, dijo. Antes del torneo, al actor le dio tiempo a dar cinco clases de golf. Cinco. Y allí se presentó, con sus palos y sus pelotas, en el hoyo 1 del complicado recorrido escocés, para dar el primer golpe de su vida en el mismo campo en el que Severiano Ballesteros forjó su leyenda, bajo la mirada de cámaras, fotógrafos, drones y curiosos: “Si hay un momento en el que te puedes permitir reírte de ti mismo y cagarla hasta el fondo, es este. Porque es por un buen propósito”. Cinco horas después, Álvaro Morte terminó su partido en el green del 18 con el orgullo de haber echado una mano a quienes más lo necesitan, y con una nueva afición: “Me vuelvo enganchado al golf. He dado unos golpes de mierda, pero he dado otros espectaculares, y lo sabes...”. Que tiemble Jon Rahm.
JUAN P. FAJARDO FOTOGRAFÍA
Locomía posa con un fan en el puerto de Ibiza en 1988. Muchos miembros han pasado por su formación. Incluso hubo dos Locomía luchando a brazo partido, pero ambas se desvanecieron igual que la España del 92, tras la Expo y los Juegos Olímpicos.
Anarquía, negocio y flagelación
Un documental recupera la historia de Locomía para hablar de las luces y las sombras de un grupo transgresor en la España del
pelotazo POR ANA TRASOBARES Dos años llevaba gobernando el PSOE cuando Xavier Font, con sus abanicos y dragones –así se refiere incluso hoy a sus chicos, muchos de ellos amantes–, se convirtió en uno de los reclamos de Ibiza en los 80. Era anárquico, manipulador y libertino. Le gustaba rodearse de jóvenes bellezas, con los que vivía en comuna y les hacía bailar con sus diseños fluidos y sus zapatos de punta. Ninguno cantaba, pero así se ganaban la vida animando la noche en discotecas como el Ku. Es como empezó todo.
UN CULEBRÓN DE TRAICIONES El documental de Movistar+, titulado simplemente Locom’a (estreno 22 de junio), localiza en tres capítulos a todos sus protagonistas y a otros tantos personajes de la época –desde el presentador y Dj Fernandisco a Capi, el productor– para resucitar esa España que en aquellos años se abría a la modernidad, a través de un grupo musical que, guste o no, forma parte de nuestra historia.
El documental funciona porque es todo un culebrón de traiciones, celos, ambición, drogas, juicios, éxitos, homofobia, cárcel, fracaso... y también el retrato de una sociedad efervescente y desesperada por recuperar el tiempo perdido. Y que el productor musical José Luis Gil, artífice de la profesionalización de Locomía, siga a la gresca con su creador, Xavier Font, es toda una declaración de intenciones de lo queda por venir. Atentos.
ÁLBUM / EFE FOTOGRAFÍA
La conquista del espacio
Omega y Swatch se unen en esta versión tan especial del mítico Speedmaster. ¿Es el MoonSwatch el reloj más cool de 2022? Los miles de personas que han hecho cola para hacerse con un ejemplar así lo creen
Texto ANDRÉS MORENO Fotografía NURIA SERRANO
Swatch siempre ha sido una firma diferente al resto del mercado. Levantaron su fama nada más nacer en 1983 con su famoso reloj de plástico y la fueron consolidando en años posteriores con creaciones de lo más heterodoxas, ya convertidas en iconos de la relojería contemporánea. De Swatch queremos que, después de casi cuarenta años de su creación, nos siga sorprendiendo. Y lo han vuelto a conseguir con la colección MoonSwatch, aunque para ello hayan tenido que acudir a una firma bastante más seria como es Omega.
El proyecto ha sido uno de los secretos mejor guardados de la industria en los últimos años. Se lanzó por sorpresa a finales de marzo, para venta exclusiva en una selección de boutiques de la red internacional de la marca. Su éxito fue inmediato: seguro que recuerdas haber visto en la televisión y en las redes sociales largas colas en todo el mundo para hacerse con cualquier ejemplar de la colección. Pero ¿qué tiene el MoonSwatch para que todo el mundo quiera uno? Pues esa capacidad irreverente de la que hablábamos antes que tiene la firma para atreverse a transformar un mito del siglo XX como el Omega Speedmaster.
FUSIÓN PERFECTA En este batido relojero que es el MoonSwatch, Omega pone el diseño y Swatch los colores, materiales y precios populares. Los rasgos más característicos del Speedmaster son bien visibles en el reloj: caja de 42 mm, el resalte asimétrico para proteger la corona y pulsadores, la escala taquimétrica grabada en el bisel, los tres contadores de la esfera o las estilizadas agujas de bastón que permiten una lectura muy precisa de la hora. Vamos, el Speedmaster de toda la vida... solo que fabricado en Bioceramic y equipado con un movimiento de cuarzo.
Bioceramic, por si no tienes ni idea de qué hablamos, es un material biodegradable que Swatch introdujo el año pasado. Es un desarrollo exclusivo de Swatch Group y combina dos tercios de cerámica (un material muy habitual hoy en día en relojería) con un tercio de bioplástico elaborado a partir de semillas de ricino. El Bioceramic es un material estupendo por ser sostenible y muy agradable al tacto. Aunque hay otra particularidad de este compuesto que han sabido explotar con mucho arte los creadores del MoonSwatch: la enorme paleta cromática que puede adquirir.
SISTEMA SOLAR La combinación de colores marca las diferencias de los once MoonSwatch presentados. Los temas elegidos son los nueve planetas del Sistema Solar más la Luna y el Sol. A partir de aquí, ya es una simple cuestión de gusto elegir el modelo que mejor va con el estilo de cada uno. Entre las versiones más normales destacaremos la dedicada a la Luna (la más fiel al Omega Speedmaster original) y el Mission to Mars, una preciosa recreación del Omega Speedmaster Alaska Project de 2008. Si queremos algo más arriesgado, ahí tenemos el radiante Mission to the Sun o la original combinación azul y verde del Mission on Earth. Incluso el público femenino tiene un hueco especial en la colección con el Mission to Venus de tonos pasteles.
Más allá de las combinaciones de colores, todos los MoonSwatch son similares. El movimiento es cronógrafo, aunque de cuarzo. El contador de horas de los Speedmaster originales se ha sustituido por uno de décimas de segundo. Quizá no sea más práctico, pero sí más divertido a la hora de jugar con el reloj, que nunca está de más si hablamos de Swatch. En cuanto a la correa, su cierre de velcro nos recuerda a las que lanzó hace poco Omega para personalizar los Speedmaster. Aseguran una fijación bastante buena en la muñeca, además de ser bastante llamativas.
Los once MoonSwatch se venden a un precio similar de 250 euros. Este factor ha sido decisivo para que muchos aficionados hayan ido como locos a hacerse con un ejemplar. O al menos intentarlo. Porque, lo sabemos por experiencia propia, no ha sido fácil conseguir uno en estos meses que lleva en el mercado. De todos modos, y esto es algo que se nos ha recalcado desde la marca, el MoonSwatch no se ha lanzado en edición limitada. La idea de Swatch Group es que, tarde o temprano, todos tengan la oportunidad de hacerse con un ejemplar. Así que ya puedes ir pensando cuál te gusta más.
CHUS CASARRUBIOS PRODUCCIÓN