culturas
N° 33 Suplemento de
artes y letras
TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 19 de junio de 2005
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El Patio de Escuelas acoge hasta el 10 de julio una reveladora exposición sobre la obra del escultor bejarano, hoy todavía no demasiado valorada debido a los prejuicios críticos. Una buena oportunidad para redescubrirla.
MATEO Hernández 3 MEMORIA
7 MISTERIO$ S.A.
Viejos oficios y sonidos de siempre han tomado el centro de la ciudad. Iñaki Peña escribe sobre este encuentro de tradiciones.
Repaso crítico a un tipo de literatura que indunda las listas de éxitos con su mezcla de morbo, conspiración y cultura general.
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esulta curioso observar los efectos del tiempo sobre los artistas y sus obras. El arte del rpasado que conocemos no es sino la punta del iceberg que los años y los siglos han ido enterrando. Y el propio ejercicio de la Historia y de la crítica. El destino es caprichoso y, de repente, algo hace que una pieza o un artista sea de nuevo reconocido y sus obras objeto de peregrinación. Que se lo pregunten a Leonardo da Vinci. La escultura de Mateo Hernández se ha leído bajo un tópico que Óscar Rivadeneyra
–conocedor y admirador de su obra, activo defensor de la dignidad de su museo en Béjar y colaborador de este periódico– se encarga de desmontar: Mateo Hernández no fue un castellano nostálgico sino un artista de su tiempo, que bebió de las influencias orientales, trabajó el carácter decorativo del Art Nouveau y estuvo en el germen de la modernidad que inspiró también a autores mucho más valorados. El autor propone ir al Patio de Escuelas y redescubrir la obra del artista sin hacer caso a los pre-
Recortes 1
LAS CONCHAS SOUND SYSTEM Y OTROS FUEGOS Va a ser la perdición de muchos. Eso de ir a Libreros con la carpeta y pasar por delante de la Casa de las Conchas y encontrarte de cara con el ambiente festivo obliga a tomar decisiones. Como el diablo y el angelito que se apoyan en cada hombro. El caso es que va a ser uno de los programas estables con más éxito del Festival de las Artes. Y ya empieza con platos fuertes: esta semana el ritmo llega principalmente de Francia, con Krikor, Shubaka o Jennifer Cardini, además de Spirit Catcher y Federico Aubele, que graba en el sello de la Thievery Corporation, que actuarán el último día del Festival. En la red es fácil encontrar sesiones de todos ellos, para ir haciendo boca. Con aire festivo también se presentan dos programaciones similares para las noches más cortas del año. Parece que la tradición de hacer una hoguera y quemar en ella los trastos viejos obedece a un deseo de quitarse de encima toda la carga que hemos ido acumulando durante los tiempos fríos, un modo de purificarse. En los barrios, las generaciones de chavales iban adquiriendo la obligación de recoger la madera mientras los mayores se reservaban el derecho de tumbar a pedradas el palo mayor. Ahora es más difícil, porque apenas quedan descampados. Indudablemente, la fascinación que ejerce algo tan puro somo el fuego sigue vigente para celebrar una de las pocas fiestas paganas que nos quedan en el calendario. En los últimos años, Los Verdes han organizado fiestas a la vera del Puente Romano, con conciertos y merienda comunal y turgente. Esta semana, tanto la programación oficial del 2005 como el Festival de las Artes añadirán colorido a algo que sigue funcionando de una manera brutalmente sencilla. Otra recomendación de la semana sería el concierto de Luis Delgado, un músico que ha sabido interpretar y actualizar los sonidos del mediterráneo. Y algo que sintoniza bien con la electrónica, la exposición de ACTOP, recién inaugurada en el DA2, una formación integrada por César Pesquera y Álvaro Posada que ha puesto imágenes a algunos de los más relevantes músicos electrónicos.
juicios. El tiempo también actúa sobre la cultura tradicional, cuyos oficios, sonidos y formas de vida se olvidan. Hay gente que intenta que no nos perdamos toda esa humilde belleza, como Eusebio Mayalde, Jaime Santos –organizadores de unas jornadas festivas y didácticas– e Iñaki Peña, divulgador desde su programa Trébede, en Radio 3 y que hoy escribe aquí. Y tenemos también libros, de esos que valen la pena y de los otros, a los que miramos con todo el escepticismo posible.
Antonio Marcos
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POE Y CORMAN «Sr. Corman, éste es el fantasma de William Wilson, alias Edgar Allan Poe». «¡Mi alma gemela!» exclama el director. El aludido se limita a mirarle con sus gélidos ojos grises que no encuentran reposo sobre ningún rostro humano. Resultado del encuentro: una serie de negativos poseídos por los miedos más primigenios de la especie. Somos testigos del surgimiento del cine B ‘en serio’ que influenciará a directores como Scorsese, Coppola o Lynch. Tanto como Poe lo había hecho con escritores de la talla de Verne, Dostoievski o Borges», Así se presenta la última propuesta de ‘madaptations’, un ciclo que el colectivo MAD (Moviment d’alliberament digital) con sede en París, Barcelona y Bruselas, realiza para el Año del Libro. La idea básica es entrar con el escalpelo en las adaptaciones literarias que ha hecho el cine. En la red cuelgan las obras y en su sede barcelonesa proyectan las películas, nada que no se pueda solucionar con un buen videoclub. Capote y Burroughs, H.G. Wells o Shakespeare han sido otros de sus objetos de lúdico análisis. Y realizan muchas otras actividades. Más en mad-actions. com.
Formigo
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LITERATURA DE BOLSILLO Como todo lo nuevo, la blogosfera suscita interesantes debates. Hay quien ve en este sistema de publicación la panacea para la creación literaria –eso de poder dar a conocer tu trabajo sin intermediarios– y los más escépticos piensan que se tiende a una literatura de bajo nivel, más basada en el comentario sobre lo ajeno que en la expresión propia. Y hay de todo. El escritor Ramón Buenaventura fue uno de los primeros en tener su propio espacio en la Red y últimamente se le han ido sumando muchos, de los que ya les hemos ido hablando aquí. Con motivo de la feria del libro, el muy útil Periodistas 21 ha recopilado una buena cantidad de ‘blogs’ literarios, por si quieren empezar por algún lado. Si se deciden a ponerse a escribir, una recomendación: El telón, publicado por Tusquets, es un ensayo de Milan Kundera en el que reflexiona sobre qué es una novela, una fuente de sugerencias y de análisis no sólo para el que escribe, sino también para el que, como usted, lee.
Arriba, la Casa de las Conchas en la noche del jueves. Jennifer Cardini y Federico Aubele, dos dj’s para esta semana. Abajo, Edgar Allan Poe (por Vik Muniz) y un viejo recorte sobre H.G. Wells
FESTIVAL DE LAS ARTES
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A la sombra de la memoria Eusebio Mayalde y La Chana Teatro han hecho revivir la memoria de los viejos oficios y de los sonidos humildes y cercanos en el corazón de la ciudad. Esta noche, culmina con un gran concierto para todos. Iñaki Peña o que este fin de semana está aconteciendo en la ciudad de Salamanca es uno de esos encuentros realmente únicos, afortunadamente irrepetibles y profundamente alternativos. Quién lo diría... que en el zurrón de la tradición repose hoy lo alternativo y, si me apuran, la vanguardia. A la sombra de la memoria, desde ayer, se cobijan talleres vivos de oficios centenarios, instrumentos atávicos y mágicos, títeres que reflexionan sobre historias bíblicas con su lenguaje misterioso y universal y trovadores de la música que alegrarán sus calles y plazuelas. Todo un monumento a esa memoria a la que no es fácil hacer homenajes porque proviene de la cotidianidad de nuestros antepasados y menos, aún, cuando nos hemos alejado tanto de sus hábitos y desvinculado tan desairadamente de sus sonidos. Un auténtico monumento a nuestra cultura mas íntima, pero sin embargo casi olvidada y a la que sólo un tallador y escultor de la cultura tradicional y un inventor y creador de paisajes históricos, trapecistas ambos del lenguaje castellano y malabaristas de la comunicación gestual, podían resucitar. «... Estamos entrando en palabras mayores...» dice la letra de un mayo muy corrido y lo cierto es que no sé si el ejercicio de la memoria es un acto atávico, bien pegado al suelo, o se trata de una acción física, en el espacio etéreo. En el primer caso no hay mayor problema porque semejante atrevimiento queda perfectamente justificado cuando detectamos que los culpables son el dúo salmantino Mayalde, verdaderos titiriteros de cancioncillas y melodías populares, y el Teatro La Chana, auténtico director de orquesta de tanto animalillo y suceso bíblico desde aquella creación, hora cero. Y, sin querer, de la conjunción de ambos, surge la acción física: ¡he aquí la chispa!, la fuerza necesaria para elevar invisiblemente el badajo de metal y, con la máxima fuerza posible, dejarlo caer sobre la gran campana de la imaginación.
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Eusebio Mayalde, en una de sus actuaciones
En el concierto de esta noche participan Mayalde, Alberto Jambrina, Mellizos de Lastras, Roberto y Kepa, Chema Puente, Xuacu Amieva y los Tambores y Bombos de Santo Antonio
El estruendo que se despierta, el enorme gong que se apodera de todo el espacio posible, sólo lo sufrirán los privilegiados que circulan con libertad por las calles salmantinas desde primeras horas de ayer, porque en un abracadabra indescriptible, en el entorno del biennacido Centro de Cultura Tradicional revivirán viejos oficios, muchos de ellos, hoy desparecidos. Y, como arte de birlibirloque, han aparecido el mimbrero, el cantero, el colchonero y el campanero, por una parte, a la sombra de los castaños… y el colmenero, el quesero, el repostero y el aguardientero, por otra, a la sombra de las encinas. Toda una exhibición en vivo de la diversidad de viejos trabajos, algunos resistiendo esta era tecnológica, como el herrero, el esquilador de ovejas o burros y hasta el alfare-
ro. Entretanto, entre unos y otros, el zamorano Guti va contando las aventuras insólitas que aún permanecen en la conciencia colectiva, relatando los cuentos aprendidos de los expedicionarios al regreso a casa y narrando viejas leyendas escuchadas al atardecer de las invernadas, al calor de la hoguera, al mismo tiempo en que las esquinas y las calles truenan al paso de los poderosísimos Tambores y Bombos San Simaô, del norte portugués, y el espacio vital es conquistado por el encantamiento de las dulzainas segovianas tocadas por Los Mellizos de Lastras. Y por si todo esto fuera poco y con la clara intención de hacer sucumbir a todos los vivientes, en las clases de bailes del Centro de Cultura Tradicional se han impartido unos talleres de instrumentos para culmen de
Un monumento a la memoria, cuando nos hemos alejando tanto de sus hábitos y de sus sonidos aprendizaje de quienes ya fueron iniciados, aunque se admitieran neófitos. Unos cursos de tan sólo dos horas de duración, pero lo suficientemente atractivos por el profesorado requerido, pues a la juventud de los enseñantes de la txalaparta, un instrumento ancestral de percusión, construido con maderas y que sirvió a los antiguos pobladores vascos para comunicarse entre las montañas y tocado con palos, profesores que vienen de la localidad fronteriza de Zugarramurdi, tan cargada de leyendas de brujas o del profesor de la alboka vizcaina, un cuerno, un instrumento de aire circular y con doble clarinete que necesita aire continuo, a la juventud de ellos hay que añadir la veteranía y experiencia de otros como el de rabel hoy el gran maestro cántabro, pero alumno y continuador del arte inolvidable de Pedro Madrid, el de Polaciones… el gaitero mayor asturiano, un título único y una técnica envidiable… el estilo de embocar y la digitación especial de la dulzaina en uno de los músicos zamoranos mas comprometidos, miembro de la banda ‘Habas Verdes’ y continuador del legado de otro grande: Julio Prada… la pandereta ágil y vibrante de uno de los tocadores vascos mas experimentados… el acordeón diatónico, mal llamado trikitixa, que en manos del vizcaíno de Gatika alcanza dimensiones sonoras inimaginables… y las percusiones tradicionales mas rudimentarias surgidas de útiles tan próximos como el caldero o las cucharas salmantinas. Y por si, aún, alguien se quedara insatisfecho, este elenco de maestros musicales tendrán oportunidad de demostrar sus habilidades esta noche en la plaza de San Román, en el denominado Concierto de todos para todos aquellos que se atrevan a partir de las diez de la noche y se arriesguen a ser atrapados por tanta imaginación y originalidad cómo unos se dan paso a otros, en el escenario, no con la palabra como se hace habitualmente, sino con los propios instrumentos y ritmos musicales. Una ocasión excepcional para poder compartir la esencia de la diversidad de la tradición, para enriquecernos con su sencillez y para entender, de una vez por todas, que la memoria necesita de vez en cuando que, pues eso, que nos acordemos de ella, que la ejercitemos. Iñaki Peña es director del programa Trébede, de Radio 3
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Monsieur
Hernández Béjar en París La exposición sobre el escultor que puede verse en el Patio de Escuelas hasta el 10 de julio y que luego viajará a Béjar es una magnífica oportunidad para releer su obra bajo la perspectiva de la influencia del arte oriental, su relación con el Art Déco y su inscripción en el germen de la modernidad.
Marabú, 1914. Granito negro.
Pantera de Java, 1925. Madera ennegrecida.
na de las integrantes del colegio de arqueólogos madrileño que visitó recientemente el Museo Mateo Hernández de Béjar, me preguntó delante de la famosa águila en esquisto si este escultor, a quien ella desconocía, había tenido contacto con el arte egipcio. La cuestión que tan acertadamente introdujo (las influencias de la estatuaria oriental en la obra de Hernández) se convirtió en tema de análisis con los espectadores pétreos de las esculturas como testigos. Los primeros biógrafos del escultor y
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La simplificación de Hernández como un castellano nostálgico y con vicios de cantero es la causa del desconocimiento de su obra. Él respiraba los aires de París y de Oriente
sus primeros análisis críticos de la obra hicieron un excesivo hincapié en su procedencia bejarana como génesis insoslayable de sus procedimientos creativos, de modo que sus lectores fuimos albergando un icono no correcto de Hernández, donde el recuerdo del aire serrano del Calvitero supuestamente alentaba cada uno de los cincelazos propinados a las rocas. La imagen, sin duda romántica y emocionante, sólo es comparable,
en lo falso, con el estereotipo de un Roberto Heras que asciende los puertos del mundo gracias presuntamente al subconsciente aliento de la Sierra de Béjar. Pero lo que respiraba Mateo Hernández no era otra cosa que el aire de París, el mismo que enlataba Marcel Duchamp para hacerlo mercantil y artístico, el mismo que inspiraba Adolf Hitler bajo la nieve de su ocupación; y la brisa que quería figuradamente sentir mientras la piedra se hacía animal, no venía de un viejo pueblo castellano lleno de chimeneas y galerías, sino desde Mesopotamia, Egipto o Siria, y a través de los insondables hilos del fenómeno estético y de las preferencias artísticas. Es decir que, como dijo el comisario de la exposición que estos días se puede contemplar en la Sala del Patio de Escuelas, José Ramón Nieto, hay dos Mateo Hernández: el que nace biológicamente en Béjar en 1884 y el que nace artísticamente en París en 1913, es decir el lugar donde había que estar y por cuya presencia el escultor tuvo oportunidad de acceder al conocimiento de la escultura antigua, no tan distante en esa actitud a la que tuvieron Picasso, Braque o Matisse adorando iconos y amuletos africanos. La simplificación del problema crítico y valorativo de Hernández, despachándolo como un castellano aquejado de nostalgia, amante de los animales y con vicios de cantero que lo vulgarizan, es la causa del aun desconocimiento general, que no por suerte total, de su obra y de su figura en España. A lo que se añade el postrero deseo de legar el conjunto de su trabajo al estado es-
En el Jardín des Plantes, esculpiendo el Águila Bonelli
pañol, gesto que, aun cargado de patriotismo, resultó injusto consigo mismo y redujo notablemente las posibilidades de divulgación de sus piezas. Por eso, hay que tomar buena nota de la pureza de criterios de quienes van descubriendo a Mateo Hernández en la actualidad, de sus impresiones no contaminadas por los lugares comunes que jalonan aun hoy en día el acercamiento biográfico y estilístico al escultor. Hacer acopio del impacto primero que sus estatuas nos producen
al contemplarlas en esta exposición en el Patio de Escuelas salmantino o en la exposición permanente del Museo Municipal de Béjar. Lejos de aquellos prejuicios, y regresando a los primeros planteamientos del tema, el exotismo que exhalan las piezas del escultor y que llena cualquier espacio donde sean exhibidas, se debe, aparte de por el confeso amor de Hernández por las primitivas culturas de Oriente Medio, por diferentes cuestiones formales que saltan a la vista, prin-
ARTE
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Mateo Hernández, fotografiado por Marc Vaux
El germen del que luego se desarrollarían las obras de Brancusi y Moore es el mismo del que nace Hernández cipalmente en lo que respecta al plan visual y contemplativo con el que fueron pensadas y ejecutadas las obras. Me refiero sobre todo a esa tendencia al perfil que hace a ese punto de vista casi el único posible en la observación de sus esculturas, y que en algunas, como en la magnífica Pantera de Java o en el Marabú, resulta exclusivo. La alusión egipcia llega en nuestro escultor a su expresión más elocuente a la hora de representarse a sí mismo sedente y rígido al modo de los faraones, haciéndose inevitable enfrentar (de momento sólo de modo imaginario) las estatuas de Tuthmosis o Amenofis III con el último autorretrato de Hernández. Ese hieratismo y tendencia a los perfiles que no son tan sólo un resultado de su gusto por el tratamiento de la iconografía en aquellas remotas culturas, sino también de la visión lateral que exigen la mayoría de las aves en reposo que tantas veces reprodujo, ha conducido al desacierto en cuantas ocasiones se planteó la colocación de alguna de sus piezas como ornamento urbano. Menos recurrente, aunque a mi entender igual de oportuna, es la relación que denota el conjunto de sus piezas con las veleidades del Art Nouveau y del Art Déco, que haría de la Casa Lis un contexto muy oportuno para futuras exposiciones. Para su planteamiento se hace necesario redefinir su trabajo. Es estatuario, sí, en
la medida en que estatua es lo que es o tiende al estatismo, y éste, o el movimiento leve, es el que queda evocado en todas sus esculturas. Pero también es ornamental, pues el animal, su icono, es el más numerosamente representado y su sentido es, a pesar de planteamientos más profundos, básicamente el decorativo. A partir de esta deducción se traza su entronque con estos estilos que, como Mateo Hernández, gustan, sobre todo el Art Déco, de los materiales exóticos, el ébano y el pórfido por ejemplo, y de dar a cada pieza una «monumental sencillez». Así como un regreso a los modelos que la naturaleza ofrece frente a los excesos de la vida moderna, y en este sentido
Pequeña cierva acostada, sin datar, probablemente de sus primeros años en París.
permítaseme ver en la cola de la Pantera de Java -de nuevo la bella pantera– la clásica curva pronunciada y estilizada con la que los ‘nouveau’ saciaron todos sus diseños. Y en otra licencia, afirmar que Mateo Hernández ya era Art Déco tallando casi de niño los remates de los panteones de la familia Rodríguez-Arias en Béjar acogiéndose, no sólo en la forma sino también en la intención, a otra premisa de estas artes de principio de siglo XX, la de hacer asumible la modernidad y las vanguardias, adaptándolas al gusto de la burguesía. Es la modernidad, su supuesta incapacidad para ensamblarse en ella, otro de los prejuicios que han relegado a Mateo Hernández a un segundo plano frente a otros artistas menores que sí rindieron cumplida y oportuna pleitesía a los dictados de cada ‘ismo’. Pero una mínima
profundización en el resultado de su obra y en la de alguno de sus contemporáneos más renombrados nos indicaría que él sí debatió internamente el problema de la modernidad, entre otras cosas porque resultaría francamente difícil no hacerlo en semejantes años parisinos. Así, abundando en lo que nos cuenta el profesor Bernáldez Villarroel, el germen del que luego se desarrollarían las obras escultóricas de Brancusi, Moore y en menor medida Miró y Arp, es el mismo del que nace Hernández; la obra de todos ellos es tangencial por momentos. Los dos primeros tienen a la talla directa, al igual que nuestro paisano, como procedimiento redentor de la escultura y a ella se acogen del mismo modo que él, puliendo hasta la saciedad las piezas para cerrarlas y ensimismarlas. Esta compartida obsesión que emparienta a los escultores primeramente, evoluciona hacia la geometría en Brancusi, hacia la abstracción en Moore y hacia el naturalismo de precisión muscular y síntesis de las texturas de Hernández; para dive rg i r
finalmente sus carreras. Con este ejercicio sintético nuestro escultor supera con serenidad y empaque las exaltaciones del romanticismo (había que matar la frivolidad) al que, no obstante, no pudo dejar de tener en referencia al ser uno de los estilos que más frecuentemente hicieron uso del animal como modelo. Pero las plumas nítidamente esculpidas en La Marsellesa, de Francois Rude, se han convertido en la dura y plana representación del Águila de esquisto de Hernández que hizo en Béjar recordar Egipto a una espectadora y que subyugara al Nobel Miguel Ángel Asturias hasta el éxtasis literario. Las alusiones al arte vertiginoso que sucedía por fuera de las buhardillas de ‘monsieur’ Hernández pueden seguir encontrándose con un poco de perspicacia observadora y dejando que el subconsciente de las imágenes del arte contemporáneo se liguen por sí solas. Así, ese aspecto metalizado y la rigidez casi robótica resultante de sus trabajos nos conducen casi sin quererlo a la obra del pintor futurista Fernand Leger y al mundo satinado y lumínico de buena parte de la escultura de hoy. De este modo podríamos seguir entrando en el juego de préstamos y afinidades al que ningún artista es ajeno y que, lejos de quitarle autenticidad, enriquecen y engrandecen a Mateo Hernández como hombre de su tiempo. Óscar Rivadeneyra Prieto
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Una historia sobre la alienación HELEN OYEYEMI La niña Ícaro El Aleph, 2005 226 pp. / 18 euros
Jessamy tiene ocho años. Sensible, enigmática, poseedora de una imaginación desbordante y poderosa, se pasa las horas escribiendo haiku, leyendo a Shakespeare o sencillamente escondida en la oscura calidez del armario de las toallas. Hija entre dos mundos de padre inglés y madre nigeriana, Jess es incapaz de deshacerse del sentimiento de soledad que la embarga esté donde esté, y sus compañeros de clase observan con recelo su tendencia a sufrir terribles ataques de histeria. Cuando visita por primera vez el poblado de la familia de su madre en Nigeria, conoce a sus tíos, tías, primos y a su formidable abuelo. Además, un día, se topa con TillyTilly, una niña indigente de su edad. Parece que Jess ha encontrado por fin a otra inadaptada que la comprenderá. TillyTilly conoce todos los secretos, los grandes y los pequeños, y guarda algunos que no está dispuesta a desvelar. Pero cuando TillyTilly le muestra a Jess lo fácil que es herir a quienes la rodean, Jess empieza a darse cuenta de que no tiene ni la más remota idea de quién es la otra niña. Helen Oyeyemi nació en Nigeria en 1984 y se trasladó a Londres a los cuatro años. Hija de un maestro de educación especial y de una conductora del metro londinense empezó a escribir a los siete años, «los libros que leía los reescribía, así en ‘mi versión’ de Mujercitas Laurie se acababa casando con Jo». Se ha inspirado en su propia experiencia al explorar el campo emocional de La niña Ícaro . Helen Oyeyemi se describe como «un caos en la escuela secundaria, aislada de mis compañeros y señalada como la rara de la clase». Con quince años tomó una sobredosis y, mientras se recuperaba, se refugió en la lectura. Se siente más lectora que escritora. «La niña Ícaro es una historia de soledad abrumadora, corrosiva… El estilo de la autora es osado, crudo y, con frecuencia, doloroso en su intensidad. Una historia conmovedora sobre la angustia de la separación de todo aquello que debería ser lo más familiar y preciado», según ‘The Times’. Lírica, poética, estremecedora y absorbente, La niña Ícaro es una novela que trata el tema clásico del 'alter ego’ y de la existencia real o espiritual de «dobles», y habla de una niña que crece entre dos culturas y dos colores. Esta obra parece anunciar la llegada de un joven, precoz y nuevo talento literario.
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Huyendo con Marco Polo s evidente, la novela histórica se ha convertido en uno de los géneros literarios preferidos por el público lector. La recuperación de épocas pasadas, en las que cabe el sentido del exotismo y el cultivo de lo desconocido, hacen de estos planteamientos un buen camino para huir de la vulgaridad y el convencionalismo de estos tiempos. De ahí que se pueda afirmar que El turno del escriba responda plenamente a este planteamiento. Lo hace porque no existen crónicas medievales que ofrezcan una información tan exótica y fascinante como la que Marco Polo ofrece en su libro de viajes. El mundo reflejado en su obra sirve de trasfondo a esta novela, un poco asfixiada por el manejo de la documentación rescatada por las autoras. No es admisible que la trama se articule sobre la convivencia de dos personajes (emisor y receptor del mensaje en el más estricto sentido de la comunicación) y que entre ambos no se establezca diálogo alguno. La obra se ajusta a presupuestos metaliterarios: el gran intelectual Rustichello de Pisa, encarcelado, recibe la compañía de un nuevo preso, Marco Polo, el más afamado viajero medieval. Sus experiencias viajeras serán una excelente materia argumental para Rustichello, escribano por obligación, pero creador en su condición humana. Retenido en el Palazzo, Rustichello, su ocupación verdadera es la de escribano que refleja los fastos de la monarquía en la que, humildemente, confiesa no creer. Observa la ciudad, refleja en sus crónicas los acontecimientos urbanos, contempla el puerto, pero… no es libre. De ahí que la llegada de Marco Polo, compañero de celda, suponga una apertura admirable. Rustichello seguirá copiando sus crónicas de forma convencional, pero irá creando simultáneamente una obra literaria surgida
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GRACIELA MONTES EMA GOLF El turno del escriba Alfaguara, 2005. Premio Alfaguara de Novela 2005 260 pp. / 19 euros
de las maravillosas experiencias que el veneciano Marco Polo va desgranando de forma discreta, pero atenta. Progresivamente, la novela se convierte en un homenaje a la creación literaria. Rustichello desenvuelve su trabajo de cronista burócrata, pero dedica sus verdaderos esfuerzos a la creación, afanoso por dar fin a una obra que va tomando cuerpo en la soledad de la celda. El libro (término evidentemente inadmisible en el siglo XIII) se hace símbolo de esas relaciones creativas, no humanas, entre los dos personajes. A pesar de lo reducido del espacio en el que se ambienta la novela, los escenarios son diversos. Hay una visión legendaria en las confesiones de Marco Polo y los permisos de salida de los protagonistas permiten una jugosa visión de la ciudad de Pisa, recreada a través de escenas costumbristas. En esta visión resulta muy plástica la referencia al cernícalo que «describe pesados círculos sobre la bahía» (p.19). Una mirada aguda que puede ser símbolo de la visión que el escritor persigue. Esta imagen ornitológica cierra la novela: «el halconcito, un neblí dócil y hermoso, de los que llaman doncella…» (p.254) que trata de rescatar la niña Sabina, se posa sobre una galera que está apunto de partir. Es una galera de los Doria, que se dirige a Venecia. Desde una de las ventanas del Palazzo, dos hombres la contemplan. Uno de ellos «sacude reiteradamente el gañote». El gesto es inconfundible para el lector. Todo termina. Incluso el libro que ha ido tomando cuerpo en unas páginas que resultarán muy interesantes para el lector, a pesar de la ausencia de relaciones humanas entre los dos protagonistas. Nicolás Miñambres
Estética en blanco y negro a ausencia de una tradición crítica e investigadora consolidada ha provocado que, en general y salvo notables excepciones como RAÚL ROJO MARTÍNEZ las de José Luis Cine negro. De El halcón Sánchez Noriega o maltés a El hombre que Carlos F. Heredenunca estuvo allí ro, los estudios de Eunsa, 2005 cine publicados en 229 pp. / 14 euros nuestro país suelan oscilar entre la erudición cinéfila y el exceso academicista. La progresiva implantación de estudios audiovisuales y la consolidación de una amplia masa receptora para los análisis cinematográficos en los últimos años parece estar desterrando esta tendencia bipolar, al tiempo que ha conseguido incrementar notablemente el número y la calidad de este tipo de publicaciones. En ese marco renovador ha de encuadrarse Cine negro. De El halcón maltés a El hombre que nunca estuvo allí, la primera obra del madrileño Raúl Rojo Martínez. Partiendo de una bien fundamentada teoría en la que se identifica al cine negro como movimiento y no como género, Rojo repasa en la primera parte de la obra la constitución y la adquisición de señas de identidad de una manifestación artística deudora de la literatura de hard-boiled, de la estética del expresionismo ale-
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mán y de las peculiares condiciones socio-históricas de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX. La importancia de este contexto define, según el autor, al cine negro. De ahí que, a pesar de lo que el título pueda sugerir, el movimiento se considere delimitado en el tiempo y absolutamente superado ya, por lo que todo intento revisionista haya de ser considerado necesariamente como un nostálgico ejercicio manierista. Con este arriesgado e interesante punto de partida como base teórica, Rojo, que confiesa en el capítulo introductorio de la obra escribir más como amante del género que como experto, elabora un estudio del cine negro que se deja leer con amenidad sin dejar por ello de estar basado en un sólido
armazón teórico profusamente documentado. Además de analizar la estética, las características, los prototipos y las peculiaridades del noir style, el autor dedica un par de capítulos a estudiar las relaciones personales de algunos de los más destacados actores, directores y guionistas del movimiento cinematográfico, en ocasiones fuente continua de anécdotas y situaciones divertidas, como las derivadas del enfrentamiento personal de Billy Wilder y Raymond Chandler durante la preparación y el rodaje de Perdición. Debido a la cantidad de personajes del mundo del celuloide de los que se habla en la obra, sería recomendable que, en la futura reedición, se incluyese un índice onomástico que hiciera más fácil la localización y lectura de estos pasajes. La segunda parte de la obra retoma la estructura de uno de los clásicos estudios sobre el cine negro publicados en nuestro país (Obras maestras del cine negro, de José Luis Sánchez Noriega) y se dedica a analizar concienzudamente diez películas clásicas. Se agradece que, obviando el carácter mítico de ciertos títulos, Rojo efectúe una selección en la que puedan verse reflejados todas las tendencias del género, desde el primigenio cine de gánsters hasta manifestaciones del cine criminal como Perdición o Laura pasando, evidentemente, por los más importantes hitos detectivescos. Javier Sánchez Zapatero
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Misterios Varios Sociedad Anónima Hace tiempo que acaparan las listas de los más vendidos. Curiosidad morbosa, conspiración, intriga y unas pinceladas culturales para presumir ante los amigos conforman el cóctel de la literatura de consumo. e vuelto a hacerlo, me acuso, lo reconozco, me flagelo con el látigo crítico de Harold Bloom, soy culpable de nuevo por caer en la tentación conspirativa... lo mucho que yo prometía en la Facultad de Filología, Dios mío. Después de la experiencia pseudomística y pseudohistórica de Dan Brown voy y me embarco en el que parece su continuador El enigma Vivaldi, de Peter Harris y me pierdo todo el respeto. Cuando llega el final del curso unos se dan a la bebida y otros nos dedicamos a leer a Julia Navarro y a amontonar títulos de esa nueva versión de novela histórica-conspirativa-misteriosareligiosa que apela a nuestra curiosidad más morbosa y se reviste de intriga y pinceladas culturales que nos hacen sentir muy inteligentes, pese a que es la inteligencia del lector, lo que los autores subestiman ampliamente. Estos ‘best seller’ están rematadamente mal escritos y responden a un patrón tan claramente definido y manoseado –pareja protagonista que se atrae, ritmo trepidante, escena final de tiros y descubrimientos, destellos de culturilla general y alguna curiosidad para que presumamos ante los amigos...– que me pregunto hasta qué punto la conspiración no es acabar con toda la capacidad crítica de este lector excesivamente agotado de novedades editoriales, que sencillamente quiere pasar un buen rato sin manejar una sola de sus neuronas pretendiendo a la vez, que lo hace y lo que es peor, inteligentemente. Este nuevo ejemplo de divertimento conspirativo tiene un escenario muy atractivo –la Venecia que nada tiene que ver con la vitriólica visión de la misma de Donna Leon– y un protagonista oculto que merecería más atención. ¿Sabe alguien que Antonio Vivaldi fue un sacerdote con una vida cuanto menos ‘peculiar’? Conocido por el sobrenombre de ‘el prete rosso’, el genial violinista pelirrojo dejó de cantar misas un año después de profesar, dedicándose durante casi toda su vida a ser maestro de música en el Hospital de la Piedad, un orfanato de niñas del que salía un coro embriagador al que Vivaldi dedicó todas sus energías... cuando no estaba ocupado en el frívolo mundo operístico promocionando a una soprano que decían,
A la izquierda, Antonio Vivaldi, protagonista del último libro de Peter Harris. Abajo, Leonardo Da Vinci.
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Estos ‘best seller’ están rematadamente mal escritos, responden a un patrón definido y manoseado y parecen destinados a acabar con la capacidad crítica del lector
fue su amante. Viajero, genial y extravagante, Vivaldi protagonizaría una historia inusual en medio de una Venecia decadente y mórbida si no fuera porque éste tal Harris le agarra por los pelos rojos como pretexto para hablar de una extraña sociedad secreta dedicada a preservar conocimientos arcanos y a ocultar un texto críptico en el que de nuevo se mezclan los dichosos Templarios –ésa es su maldición eterna, servir de perejil a todas las conspiraciones y secretos– con el auténtico final de Jesucristo que la Iglesia Católica nos ha hurtado. Demasiado familiar, pareciera el eco de todo este griterío de novelas conspirativas que se dedican a tergiversar la historia en virtud de la ficción y de la intriga y que terminan, todas por igual, arrancando a Jesucristo de las garras de la muerte y elevándolo al ridículo más sacro. Aparentemente parece que hubiera una teoría conspirativa para acabar con la Iglesia Católica con toda esta caterva de evangelios y mensajes apócrifos, pero no, el exquisito teólogo que tenemos actualmente como Papa respira tranquilo, con una envoltura tan endeble –mala lite-
ratura y reiteración salmódica de lugares comunes– estas novelas no son ningún peligro para la santa inquisición, digo, institución, es más, creo que profundizan su carácter de vaca sagrada que rumia misterios milenarios con un deje de autosatisfacción e ironía para tragárselos con la mayor delectación y prepotencia. Si hurtar la verdad es criticable, crear estos artilugios culturales para mostrar este hurto es tan estúpido que uno se pregunta si la conspiración no consistirá en devolvernos a todos por cansancio al seno de la Santa Madre Iglesia. El gusto por el secreto y la ocultación histórica se ha convertido en un cosquilleo imparable del que no podemos dejar de rascarnos hasta la sangre. Todo se vuelve símbolo y el arte se carga de elementos mistéricos. En la Edad Media lo hacían mejor, nosotros nos limitamos ahora a leer malos novelistas de cuya existencia apócrifa dudamos. Deseosa de saber cómo me he leído este engendro –esta vez sin disfrutar ni un ápice– busco al tal Harris en Internet y me sale un artículo en el que se duda de su existencia y se desglosan sus agra-
decimientos previos para mostrar cuán extraños resultan ¿Será este Harris un probo arqueólogo y sociólogo como reza en la presentación del libro que se ha sentido avergonzado de su propia escritura y no aparece por parte ninguna? ¿Se trata de una operación de marketing orquestada para seguir la estela exitosa de El Código Da Vinci y la novela es fruto de un comité de sabios? Si de El Amadís de Gaula se hicieron tantas malas secuelas que tuvo que venir Cervantes a poner orden con El Quijote... ¿Por qué no llega la definitiva novela que condene absolutamente estos engendros conspirativos? Quizás estamos esperando el advenimiento del último misterio: por qué en este momento nos dedicamos a leer febrilmente estas historias en las que se produce una retroalimentación cultural de datos históricos y conocimientos diversos –en este caso musicales y pictóricos– que le muestran al lector una prueba mas de nuestra superioridad occidental y que le divierten tanto que no repara en que se trata de una literatura pésima que usa y abusa de un molde excesivamente manido. Lo sé, todo es tan vertiginoso que necesitamos un paréntesis de asueto y mejor un libro que una ración televisiva de improperios. Sin embargo, resulta extraño este auge conspirativo y obsesivo y no sé hasta que punto responde a una trama editorial de embrutecimiento y marketing del lector medio convencido de que posee los diversos conocimientos que adornan esporádicamente estas obras. No en vano, después de tanto libro presuntamente perturbador y perverso, hasta yo misma creo en las teorías conspirativas y vislumbro un aséptico taller de expertos en criptología dedicados al noble arte de producir misterios que, finalmente, nos tragamos sin resolver... sin resolver cómo caemos en la insidiosa trampa de sus planteamientos. Prometo que no lo volveré a hacer, la próxima vez que quiera entretenerme bajaré al kiosko a deleitarme con la prístina prosa del Hola y su felicísima sencillez de papel couché. Lo que yo prometía en Anaya... Charo Alonso
8 culturas LIBROS NOVEDADES
Elia Barceló afronta la ciencia ficción ELIA BARCELÓ El mundo de Yarek Lengua de Trapo, 2005 128 pp. / 13,50 euros
El especialista en vida alienígena Lennart Yarek, miembro eminente de la Academia Interplanetaria de Estudios Ahumanos, es juzgado culpable del genocidio de los habitantes del planeta Viento, los aarea, a quienes, según la acusación, catalogó como especie animal no inteligente con el fin de utilizar en su propio beneficio la disponibilidad de su mundo para la colonización humana. Ahora, Yarek se enfrenta a la más terrible de las condenas: veinte años de destierro en un planeta deshabitado, estéril, con la sola compañía de un ordenador, sus recuerdos y sus pesadillas. Con este punto de partida –y un buen montón de fantásticos giros en la trama esperando a cada vuelta de página–, El mundo de Yarek nos envuelve en la experiencia extrema de un hombre que irá pasando del pánico a la frustración, la culpa, el hastío y el mesianismo. Como todos los buenos textos de ciencia ficción, esta novela se vale del género como gran metáfora para tratar con sutileza asuntos profundamente humanos. La soledad, el sentimiento de culpa, la ambición, el estatus ambiguo de las categorías de verdad y realidad son algunas de las claves desde las que abordar su lectura. Pero sobre todo –y también aquí El mundo de Yarek es un magnífico representante del género en que se inscribe– se trata de una novela trepidante e imaginativa que atrapa al lector desde el principio y no lo suelta hasta su inesperado final. Elia Barceló afirma sobre la novela que «la ciencia ficción es un género que, como todos, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre estos últimos estaría el prejuicio existente entre gran parte del público lector de que la ciencia ficción es o infantiloide y por debajo de la dignidad de un lector que se respete, o demasiado difícil (por lo del desafortunado uso de la palabra ‘ciencia’) y desligada de su experiencia cotidiana. Yo preferiría llamarla ‘literatura extrapolativa’ que creo que refleja mucho mejor el meollo del género. Como pura anécdota, puedo decir que el cambio de las estaciones en su planeta y el sistema de hibernación y unas cuantas cosas más están directamente tomados de un programa de televisión que vi hace años sobre la estepa siberiana y los osos que la habitan. De ahí parte de la dedicatoria. La otra parte, la de Cide Hamete Benengeli, hace referencia a cuestiones más clásicamente literarias sobre la existencia de un narrador».
TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 19 de junio de 2005
Las razones del mal unque nos provoque locura, aunque nos azote con una fiebre atada a la columna de la realidad, todos necesitamos una familia, un hogar de referencia. También este niño, Gyuri Azarel, que protagoniza una novela con tintes autobiográficos, según indica en el posfacio el editor húngaro de Károly Pap. Confiemos en que el calificativo de autobiográfico sea un pequeño error de traducción, y que a Pap no le tocara vivir la intensidad castrante de algunas de las experiencias que relata. Esperemos que donde dice autobiográfico quiera decir ‘lo vivido’, pues esta segunda opción permite al narrador reflejar el aprendizaje sentimental deformando, imaginando, creando una infancia en función de la idea con que pretenda golpear al lector, para que el mensaje sea inequívoco. «Las lágrimas se referían, sin duda, tanto al deseo como al orgullo», es una frase que pertenece a lo vivido. La furia de los golpes de un padre que intenta estrangular al niño mientras la madre lo maldice teniéndolo por un ser demoníaco, sería un episodio autobiográfico que, confiemos, Pap no tuvo que sufrir con el rigor que expresa en la novela. Bastante duro debió ser el internamiento en Buchenwald, donde terminó sus días este escritor húngaro, de origen judío, hijo de un rabino en una población en la que pese a vivir unos junto a otros, alternando comercios y pisando las mismas calles, la sociedad judía y la católica no se encontraban en ningún momento, no compartían nada de lo cotidiano. Partiendo del pretexto del fundamentalismo judío, Pap construye una excelente obra sobre la vehemencia y la condición del ser humano que no se siente completo de no encontrar un objeto sobre el que descargar su odio. En este caso, los odiadores serán los padres de Gyuri, y la razón del odio, aunque no se explica en el relato, tiene que ver con el episodio que
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KÁROLY PAP Azarel Trad. de Adan Kovacsics Minúscula, 2005 300 pp. / 19 euros
abre la novela: la entrega del niño a su abuelo, un tipo rabioso, para mantener una promesa, la victoria de la tradición sobre el amor de la sangre. El niño vivirá con el anciano apenas unos años, antes de retornar con su familia para ver sellado su lugar como el del marginado, posiblemente debido a que su presencia recuerda a sus padres la falacia de la religión que tan malamente resultó comprometedora, y cuya debilidad niegan sin cuestionarse, asumen porque siempre ha sido así. Sin embargo, Gyuri, una criatura de nueve años, tras el aprendizaje sentimental que se describe en las primeras páginas de la novela, sí irá planteándose las creencias impuestas, en una demostración de que la auténtica forma de elaborar el pensamiento es formular para sí las hipótesis a contracorriente de lo asumido por sus mentores, abuelo, padre, maestro, cuestionando su autoridad. Y ellos, los adultos, cometen la bajeza de infundir terror en el niño, estrategia que, por desgracia, ha caracterizado el fundamentalismo de demasiadas religiones. De ahí que la única forma de diálogo moral a que se ve abocado el chiquillo es a la animista, dándoles voz a objetos y verduras, lo cual le devuelve a su condición infantil. Narrada en primera persona, en pasado, la obra expone a las claras lo claustrofóbico de una vida familiar religiosa, la incapacitación para obrar que imponen las ideas religiosas cercenando la creatividad, y la deshumanización del adulto: «la prioridad en el templo, el talar, el birrete y el alto cargo de mi padre habían borrado los burdos recuerdos de su amor». Y uno tiene que leer mucho entre líneas para descubrir que tras las razones del mal se encuentra una familia como la que habita al otro lado del tabique de nuestra casa. Ricardo Martínez Llorca
Ritos de apareamiento Sin la menor duda, la inversión mayor jamás hecha por la naturaleza ha sido la inversión en comunicación. Y el punto crítico que dispaSABASTIÀ SERRANO ra el proceso (es) El instinto de seducción la explosión del Trad. de Rosa Alapont sexo. Tanto es así Anagrama, 2005 que, a partir de la 159 pp. / 13 euros emergencia de la diferenciación sexual, toda una multitud de signos cada vez más extensa, heterogénea y compleja ha poblado la Tierra». «Con la reproducción sexual como estrategia, la naturaleza habría vinculado la posibilidad de sobrevivir en los descendientes a la necesidad de establecer contactos». Así, más o menos, comienza El instinto de seducción, el último libro de Sebastià Serrano. Libro ameno, no demasiado serio, que a veces intenta la tesis revolucionaria y, más a menudo, recuerda a una charla de café, agradablemente escrito con la verbosidad de quien disfruta con las palabras, a menudo coloquiales, con una estructura ciertamente confusa, El instinto de seducción consta de tres partes, la primera de las cuales relaciona comunicación y seducción; la segunda
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arranca de una no demasiado brillante traslación de determinado fenómeno económico al ámbito sexual, pero ofrece luego sus páginas más interesantes en la comparación entre el hombre y la mujer y en la valoración de la creatividad como atractivo sexual; y la tercera explora los fenómenos del placer y el enamoramiento en su vertiente química y neurológica, para terminar examinando las diferencias entre hombres y mujeres en el ámbito de la comunicación. El instinto de seducción constituye una lectura deliciosa, y si no siempre nos suena a nuevo lo que dice Serrano, al menos consigue encajar ideas que teníamos dispersas, como piezas de un puzzle. Por ejemplo, cuando nos hace ver que nuestros cuerpos han ido conformándose para seducir: los pechos femeninos probablemente surgieron para eso y para anunciar la fertilidad de la hembra, puesto que ninguna otra hembra mamífera tiene pechos prominentes salvo cuando están repletos de leche. Otro tanto cabe decir de las nalgas femeninas, de la forma del pene o de la belleza de los rostros. Idea básica del libro, si bien discutible, es la que da título al volumen, la noción misma de un instinto de seducción. «A buen seguro –nos dice Serrano–, el instinto de seducción, siempre presente a lo largo de la cadena evolutiva, se manifestaría grabando en los cerebros homínidos un algoritmo de cortejo, y machos y hembras empezarían a desarro-
llar esa capacidad única que constituye el lenguaje». No siempre convincentes son las diferencias que Serrano encuentra en la manera de comunicarse de hombres y mujeres, según las cuales las mujeres escuchan mejor, hablan mejor, miran más a los ojos, y dan más importancia a la comunicación como medio de relación que a la transmisión de información, por la que parecen interesarse más los hombres. Parece como si Serrano estuviera intentando seducir a sus lectoras por el procedimiento de halagarlas, pero que no se crea que le va a resultar tan fácil. Rosa Alapont traduce toda la frescura que el estilo de Sebastià Serrano posee en el original, aunque alguien debería hacerle notar lo que de extraño tiene en nuestra lengua la secuencia «muy y muy», que nuestra traductora repite con asombrosa impunidad. Sebastià Serrano (Bellvís, Pla d’Urgell, 1945) ostenta la cátedra de Lingüística General en la Universidad de Barcelona. Es autor de numerosos libros, por lo que yo sé escritos en catalán, de semiótica y temas afines. En castellano podemos leer de él sus obras más representativas: Elementos de lingüística matemática, Lógica, lingüística y matemáticas, y sus muy recomendables Signos, lengua y cultura y El regalo de la comunicación. Garcimuñoz