2 minute read
El libreto perfecto
¿Pero qué hace a El barbero de Sevilla una ópera genial? ¿Qué la mantiene viva con tanta fuerza a doscientos años de su estreno en Roma, cuando nadie hubiese pensado que seguiría vigente más de un año, o incluso unos pocos meses? Rossini, a sus veinte años, había ya probado sus fuerzas creativas en el tratamiento musical de dos joyas: Tancredo y La italiana en Argel, ambas estrenadas con éxito en 1813, por lo que se encontraba en la cima de su carrera y en un momento ideal para embarcarse en un proyecto como El barbero de Sevilla. Además, aunque se diga que la completó en “sólo tres semanas”, en realidad esta ópera implicó un gran trabajo intelectual. Rossini admiraba profundamente a Mozart, y a Las bodas de Fígaro en particular, ópera basada en la primera parte de la trilogía de Pierre Beaumarchais sobre el conde Almaviva y los personajes que lo rodean (Fígaro, Susana, Bartolo y Rosina, entre otros).
La obra había sido un éxito absoluto al poco tiempo de su estreno, y convertida en ópera en más de una ocasión. La más famosa hasta entonces, por cierto, era la de Giovanni Paisiello (con la cual directamente Rossini había de competir), seguida por al menos otras cuatro de menor importancia. Parecía que nadie podía competir realmente con el “sagrado” Paisiello (el compositor de ópera más famoso y reputado de Italia entonces), pero Rossini se atreve a ser aún mejor que el maestro de la escuela napolitana. Este gesto era más que consciente: Paisiello había logrado fama al poner en música nuevamente el libreto de la Serva Padrona con que su antecesor (Pergolesi) había alcanzado fortuna a través de toda Europa.
El éxito en el tratamiento del libreto por parte de Rossini está en cómo lo adaptó a la realidad italiana: antes que sujetos del tipo Commedia dell’Arte, Rossini musicaliza personajes cotidianos, reales, carismáticos y con enorme personalidad. La música de cada uno complementa, justamente, esa personalidad que Rossini les atribuye. Cada número musical parece representar al personaje que le corresponde a la perfección: el atropello apachotado de Fígaro (“Largo al factotum”), la inteligencia y sutileza de Rosina (“Una voce poco fa”), la ridiculez provinciana (con Basilio y su “La calunnia”) o incluso la inutilidad galopante del notario. En esto, Rossini logra una mezcla única: combina la fuerza musical de la ópera seria, donde cada personaje se luce con su voz y con un número que lo representa como carácter, con la agilidad y comunicación cotidiana de la ópera buffa. Luego de El barbero de Sevilla, en realidad, habría sido muy difícil hacer una nueva ópera buffa a la antigua. Quedaría esta, para siempre, como la coronación de un género centenario.