2 minute read

Radiografía de una escena

Next Article
Arco

Arco

— La lección de canto —

Es sabido que la concepción de “obra” en la ópera es confusa. Si hoy en día muchas piezas líricas no se dan cómo fueron pensadas por sus creadores, aún menos lo eran en su tiempo, en que mezclas de todo tipo eran lo habitual. Que un cantante subiera o bajara el tono de un aria es lo de menos comparado con los pastiches de óperas, cambios o cortes de escenas completas. Para el mismo Rossini nunca fue un problema hacer tales arreglos en sus óperas, aunque solía verse afectado cuando un cantante decidía adornar demasiado una de las arias que había compuesto. Al fin y al cabo, Rossini se consideraba un artista y tenía clara consciencia de cuáles eran sus virtudes y defectos, así como también cuáles eran sus obras más o menos importantes.

Advertisement

El segundo acto de El barbero de Sevilla comienza con una confusión: “Alonso”, quien no es otro que Lindoro, el estudiante pobre que se ha enamorado de –y a enamorado a– Rosina, llega en reemplazo de Don Basilio, quien aparentemente ha caído enfermo. Su intención, supuestamente, es hacerse cargo de la clase de música de Rosina. La lección de música era una de las instancias más temidas por los padres del siglo XIX, aquella en la que la aún soltera “señorita” quedaba en las manos de un músico, normalmente conocidos por su postura liberal frente a los amores de la vida. Engañar al tutor responsable para un momento a solas era, por tanto, una parte central de lo que la lección de música podía entrever para una pareja de jóvenes ante el piano. Lindoro/Alonso, por cierto, es realmente el Conde Almaviva en doble disfraz, y la frase con que introduce la lección es una de las más famosas de la historia de la ópera: “¿Qué te gustaría cantar?” El original de Beaumarchais continuaba esto con un curioso juego de palabras. La respuesta de Rosina, en la ópera, es un aria bastante clásica en estructura y estilo: “Contro un cor”, pero con evidentes florituras que intentan imitar las exageraciones de una estudiante quizás demasiado entusiasmada por cantar algo único. Sin embargo, la pregunta del profesor Alonso rápidamente adquirió otras respuestas, ya con la misma Geltrude Righetti –que estrenó el rol– cuando lo volvió a cantar en julio de ese mismo año en Bolonia. Dos meses más tarde, en Florencia, volvió a cambiar el aria por otra, iniciando así una tradición que continúa hasta nuestros días. “Tanti affetti” de La dama del lago del mismo Rossini es uno de los números más frecuentes, pero la libertad para el intérprete es tal que muchas “estudiantes” incluyen ejercicios, canciones populares, o incluso una pequeña escena.

This article is from: