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AYUNTAMIENTO / Ribamontán al Mar
Ribamontán al Mar
El surf, cometas con tabla y padle, hacen las delicias de los jóvenes en el gran arenal de Cantabria
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El municipio se prepara ya para recibir el verano que en esta latitud Norte turistas y visitantes se extasían de fina arena dorada en una de las playas más largas del litoral Cantábrico. A sus aguas acuden los amantes del surf y los peregrinos del Jacobeo que refrescan sus pies durante el caluroso estío. Los surfistas procedentes del Viejo continente acuden a deslizarse sobre sus tablas en Las Quebrantas, donde las cuadernas de tantos barcos (se calcula una treintena de pecios, entre ellos los restos de una urca de la Gran Armada, o sea La Invencible inglesa que, en 1588 regresó de la expedición y acabó hundiéndose frente al arenal de Somo) permanecen desguazadas bajo el fango de Somo. Tablas deslizadoras, hidrodinámicas y de poliespán reforzadas interiormente con dos o tres listones de madera. El exterior se cubre con un tratamiento de poliéster u otras resinas industriales que facilitan la velocidad del deslizamiento sobre el agua. La tabla es dirigida por los pies de los expertos surfistas que saben ejercer la presión adecuada sobre el timón de cola para dirigir sus movimientos hacia Loredo a fin de respetar la zona de bañistas situada a Poniente. Una vez los surfistas se encaraman en la cresta de agua hasta que la ola rompe en espumas blancas a modo de las puñetas judiciales, las sensaciones de los surferos, nos dicen, les otorga un gran disfrute individual con el consiguiente chorro de adrenalina. Para los más pequeños y alevines, existen varias escuelas y albergues repartidos por Somo-Loredo e incluso Langre. Pueblos todos ellos pertenecientes a la histórica comarca de Trasmiera, pues no en vano, Ribamontán perteneció a la Junta homónima, pero con la reforma del ministro Burgos de 1832, la Junta de Riba se dividió en dos: al Mar y al Monte, tal como
hoy las conocemos con sus diferentes localidades y diferenciadas actividades económicas.
Para unos el gran arenal frente a Santander, es el Sable de Somo, por su estrecha y alargada figura en dirección Este-Oeste y cuya punta parece herir la urbe de la capital cántabra. Pero antes que esto suceda, es detenida por las fuertes corrientes de la canal de entrada cuatro veces por jornada siguiendo las dos bajamares y otras tantas pleamares. Corrientes determinadas por el amenazante sable arenoso que separa las aguas dulces del río Miera de las salobres del Cantábrico y que bajo el citado arenal, sostienen una infinita cópula hídrica. Para los más imaginativos e impúdicos –a un lado quedan los puritanos y reservados– al ver las fotos aéreas de los prospectos turísticos repartidos en las lanchas rojas de Los Reginas, la estampa arenosa a ojo de pájaro, semeja una escultura itifálica (como las que adornan los canecillos del templo románico de San Pedro de Cervatos) con las bolsas seminales sitas en la isla de Santa Marina, la más grande de las existentes en el litoral de Cantabria. A aquel escroto pétreo sostenido sobre estratos casi horizontales de calizas del Aptiense, acudió Pedro de Hoznayo a finales del siglo XIV a fundar un cenobio. Lo hizo cuando la población de Europa se reponía de las diferentes pestes y el Viejo continente dejaba el cálido Óptimo medieval y entraba en la llamada Pequeña Edad de Hielo. El abad Pedro tuvo que retirarse al actual Corbán. En su patio renacentista de dos pisos y doble arcada, está su sepultura, en la esquina norte, bajo el corredor del patio inferior con una inscripción que recorre su lápida recordando a este adelantado trasmerano y abad sin monasterio.
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