Resolviendo la incógnita - Número 1

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RESOLVIENDO LA INCÓGNITA

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Contenido 4  La enfermedad mental como infección 6  El terror de la masturbación 8  Cuando dormir pegados era letal 10  Cuando la financiación mantiene un tratamiento inefectivo 11  Los antivacunas del siglo XIX 12  Los antimascarillas del siglo XX y otros obstáculos de la gripe española 15  Fuentes

CONTENIDO

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La enfermedad mental como infección A principios del siglo XX se tenía un especial interés en identificar la etiología de los trastornos psiquiátricos y cognitivos. Entre los eugenistas y los seguidores de Sigmund Freud se debatía el dilema de naturalza frente a crianza, pues los primeros creían que eran males heredados, mientras los segundos señalaban a los traumas infantiles como su causa. Esta discusión concebía una posición más: el origen infeccioso.

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La infección como causa de la enfermedad mental Durante la Belle Époque (1871-1914), al fin se había desechado la teoría miasmática de la enfermedad en favor de las bacterias como agentes patógenos. En estos años se pensaba que el cuerpo estaba constantemente luchando contra la autointoxicación o toxemia intestinal, es decir, la acumulación de toxinas producidas por las bacterias endógenas. Por lo tanto, para prevenir la enfermedad solo había que acabar con esas bacterias y para curarla bastaría con eliminar el órgano afectado. En base a estos principios se recomendaba tomar yogures para incrementar la motilidad intestinal y esterilizar los intestinos o cirugías como las colostomías, amigdalectomías, adenoidectomía y las masteidectomías para prevenir o combatir enfermedades, respectivamente. El sistema digestivo era el centro de atención, pues las alteraciones de la estasis intestinal se consideraban la base de un número creciente de enfermedades.

Respecto a las enfermedades mentales, Theodore Deecke en 1874 y François-Andre Chevalier-Lavaure en 1893 fueron los primeros en relacionar la psicosis con esta autointoxicación. No obstante, sería Emil Kraepelin, conocido por distinguir entre trastornos depresivos o maniaco-depresivos y la esquizofrenia, quien popularizaría esta relación. Consideraba que la naturaleza degenerativa y la poca recuperación de la esquizofrenia se debía a un mal funcionamiento de las gónadas o del tiroides por esta autoinfección. Durante décadas, la acción bacteriana directa o indirecta se debatía con el origen endocrino.

Grande exponentes

El médico y cirujano Bayard Taylor Holmes, apasionado por la bacteriología, se interesó por la esquizofrenia cuando su hijo Ralph la desarrolló en 1905. Decepcionado con los psiquiatras y el trato de su hijo durante su hospitalización, dedicó su vida a esta enfermedad. Luchó por el mejor trato de los enfermos mentales e investigó sobre las causas de la enfermedad. Observó que en esquizofrénicos se acumulaba gran cantidad de histamina fecal debido a la degradación de histidina del bacillus aminophilus intestinalis. Consideraba que este creaba un reservorio que llegaba al cerebro y producía los problemas mentales. Por lo tanto, abogaba por una apendicostomía para que los pacientes recibieran enemas diarios a través del apéndice, conectado entonces al exterior por el ombligo, cinco horas después de la última comida durante meses o años. En 1916 operó a su hijo, pero murió cuatro días después por distención gástrica. Aunque repitió la intervención otras 22 veces, su objetividad desapareció con la muerte de su hijo, atacando duramente a todo el que criticase sus

resultados.

Si bien Holmes es una persona con buenas intenciones, pero caído en desgracia, Henry Andrews Cotton estaba motivado por su ambición. Cotton, como director médico del hospital estatal de Trenton, eliminó las restricciones mecánicas, entrenó a las enfermeras, aumentó la ratio entre personal y pacientes, realizó cursos para evitar la violencia con los pacientes y añadió la terapia ocupacional. A pesar de ello, sus tratamientos con los enfermos mentales causaron polémica. A diferencia de Holmes, no se limitó al intestino, sino que en el hospital se les extraían los dientes, las amígdalas, la vesícula biliar, el colon, el tiroides, el cuello uterino, entre otras partes del cuerpo. Afirmaba obtener un gran éxito en sus procedimientos, aunque morían en torno a un tercio de los intervenidos. Estas intervenciones podían realizarse sin consentimiento o con el rechazo de la familia.

Cotton comenzó a tener problemas porque sus estudios eran más bien un método de autopromoción, ya que ni siquiera se molestaba en incluir un grupo control para comparar sus resultados. Las investigaciones que pusieron a prueba sus métodos revelaron que apenas había diferencia entre recibir o no sus tratamientos. Además, durante la Gran Depresión se investigó su rentable actividad privada, que las autoridades habían ignorado voluntariamente durante años. Esto le hizo perder su puesto en el hospital, aunque mantuvo su posición como director de investigación hasta su muerte en 1932.

¿Una nueva relación entre el intestino y el cerebro?

No obstante, casi un siglo después se vuelve a relacionar la microbiota intestinal con el cerebro, razonando que los cambios en las poblaciones de bacterias podrían alterar las emociones y afectar en trastornos como la depresión. Por supuesto, se optaría por el trasplante fecal como posible tratamiento en lugar de las intervenciones quirúrgicas. Esta línea de investigación sigue vigente actualmente. El tiempo dirá si va bien encaminada o esa relación es un espejismo.

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El terror de la masturbación

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a preocupación por la masturbación es antigua. Ya el griego Hipócrates de Cos, al considerar que el semen provenía de la médula espinal, temía que el exceso de lascivia desencadenase en enfermedades mentales. Si bien, la preocupación comenzó a crecer con la publicación y éxito de Onania (1712-16) en los Países Bajos, que influyó en L’Onanisme (1760) de Samuel Auguste Tissot, considerado una autoridad en la materia por autores como Kant y Voltaire. Para Tissot, todas las actividades sexuales pueden debilitar, siendo esta debilidad más acentuada en el caso de la masturbación. Calculaba que la pérdida de una onza de líquido seminal equivalía a la pérdida de 40 onzas de sangre. Al ocurrir en la posición yacente, los síntomas empeoraban. Para explicar por qué el coito era menos lesivo, se razonaba que el magnetismo de la pareja compensaba el coste nervioso, por lo que, según Tissot, una pareja sexual bella era beneficiosa o, al menos, no cansaba tanto. A Tissot le siguieron más de 800 libros y artículos médicos en la materia. La paranoia con la masturbación llegaba a tal punto que dos tercios de las enfermedades humanas tenían la masturbación como causa.

Una “enfermedad” diversa

La pérdida de virtud espiritual se traducía en una pérdida de fuerza vital que acercaba al sujeto a la muerte, adquiriendo un aspecto más demacrado. Se advertía que su cronificación era reconocible: las venas superficiales de manos y pies se ensanchaban, las manos se volvían sudorosas y pegajosas, los hombros se encorvaban, la cara adquiría un tono cetrino, con acné y ojeras, los pies se arrastraban...cualquier rasgo de vitalidad, desaparecía. A nivel clínico se apreciaban dispepsias, estrechamientos de la uretra, epilepsia, ceguera, vértigo, pérdida de audición, cefalea, impotencia, pérdida de memoria, arritmia, pérdida RESOLVIENDO LA INCÓGNITA

general de la salud y fuerza, raquitismo, conjuntivitis catarral crónica y, en mujeres, leucorrea.

Si la masturbación persistía no solo se veía afectado el cuerpo, sino también la mente, que derivaba en la ninfomanía. Este comportamiento era más habitual en rubios que en morenos. Se describían deformaciones genitales como la elongación del clítoris, el enrojecimiento de los labios mayores, elongación de los labios menores y el estrechamiento y encogimiento del pene. Además, para empeorarlo, se temía que la locura desencadenada por la masturbación fuera hereditaria, al igual que su predisposición a la tuberculosis.

Tratamientos

Baker Brown, quien había observado que los epilépticos casi dementes eran masturbadores recurrentes, y John Duffy defendían el uso de la clitoridectomía en las mujeres para evitar el comportamiento. Las quemaduras químicas, la termoelectrocauterización, la escisión del nervio dorsal del pene, los anillos en el prepucio, la infibulación, la clitoridectomía y ovariotomía se realizaban para desalentar la masturbación. La circuncisión se consideraba como un preventivo. También se realizaban vasectomías y castraciones. Mediante la acupuntura se clavaban agujas de 5-7 cm en la próstata a través del perineo. Otros las clavaban en los testículos y el cordón espermático o electrodos en la vejiga y el recto. Por una parte, estos tratamientos resultaban inefectivos o demasiado extremos. Por otra, se creía que estos procedimientos podían inmunizar contra la sífilis, la polio, el retraso mental y la amnesia, entre otros. Aunque en torno a 1860 hubo un aumento de tratamientos en mujeres, estos cayeron en desuso por su brutalidad. En los países anglosajones, desde mediados del siglo XIX va aumentando la circuncisión infantil, ya que no solo se cree que evitaría así la masturbación y sus males, sino que el propio prepucio es un agente patogénico del que hay que librarse lo antes posible. En

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Gran Bretaña, los médicos la recomiendan de forma generalizada a partir de 1870. Pero los problemas mentales no fueron los únicos que motivaron la práctica. Se temía que hubiera una degradación racial y se perdieran las virtudes físicas, por lo que se creía que la circuncisión crearía a hombres más robustos y confiados que perpetuarían la hombría del imperio. También quiso ser una imitación de los judíos, ya que observaban menos sífilis y masturbación entre ellos. Facilitar la higiene del pene en las calurosas colonias, donde se creía que era más fácil enfermar por patologías sexuales. Estos eran puntos a favor para los que se ofrecían pocas explicaciones, especialmente porque llevaban más de un siglo en países como la India. En Estados Unidos, el aspecto racial superó al británico, pues se sugirió la castración de la población negra para controlar su población.

Los opositores de estas terapias defendían que los comunes sentimientos de culpabilidad podían deberse a la visión negativa que tenían de la masturbación, al considerar que perdía su hombría. Por ello, sin dejar de considerarla un vicio, promovían que no se les culpabilizase. Centrarse en el trabajo duro y la dieta fue un enfoque que aún tiene efectos hoy, ya que fueron la base para los cereales Kellogg o las galletas de Graham. Otro enfoque fue combatir el fuego con fuego. Si abusaba de la masturbación, se recomendaba frecuentar burdeles o tener una amante, controlando así la excitación. No faltaron terapias propias de la época, como los baños fríos, los tónicos o el opio.

el daño de quienes se resistían a ella. No obstante, señalaba tanto a la masturbación como a la represión sexual como causas de la neurosis.

En general, la década de 1920 fue una de liberación, aunque la siguiente recuperaría la represión y las teorías de la neurosis y la neurastenia. Como en la ocasión anterior, la situación volvió a cambiar tras una guerra mundial. La segunda mitad del siglo XX vio una mayor investigación científica en la naturalidad de la masturbación, presente tanto en animales como en el feto, así como los daños de su represión. Además, las revisiones de los antiguos documentos médicos al respecto revelaban que se trataban de moralinas con retórica médica, sin una base que sustentase sus afirmaciones. Actualmente, los Estados Unidos es el único país anglófono donde aún se practica de forma rutinaria la circuncisión infantil, ya que Reino Unido, Nueva Zelanda, Australia y Canadá fueron abandonándola en el tercer cuarto del siglo XX. La aplicación de esta práctica se ha mantenido variando los motivos. De la prevención de enfermedades terribles y el temor a la masturbación solo sobrevivió hasta el siglo XX la segunda. Aunque entonces se aseguraba que el endurecimiento del glande por el roce constante reducía la sensibilidad y el placer, actualmente se persuade asegurando que no tiene consecuencias negativas. De esta forma, se mantiene un vestigio de un discurso desfasado.

Cambios

Los primeros cambios en la visión de la masturbación fueron más bien tibios. Los médicos conocidos como alienistas, como Benjamin Rush, Esquiral, Luther Bell, David Skae, Maudsley, Charcot, Beard y Janet, criticaban que la masturbación no causaba locura, sino neurosis, neurastenia y trastornos neurológicos como la epilepsia. En contraposición, otros como Clouston, Savage, Goodal, Hall y Bianchi mantenían una perspectiva conservadora al respecto.

La situación comenzó a cambiar con el modernismo a principios del siglo XX, entre otras cosas porque se desarrolló un mejor entendimiento de la etiopatogenia de la enfermedad, desechando teorías médicas obsoletas. Havelock Ellis defendía la masturbación masculina como un acto natural. Por su parte, KrafttEbing siguió señalando a la masturbación como la etiología de la neurastenia, el fetichismo, la homosexualidad y la degeneración completa. Sigmund Freud fue cambiando sus perspectivas con la edad. Aunque en su juventud defendía que la masturbación era perjudicial para los genitales y el desarrollo moral y psicosexual, en 1926 cambió de opinión al conocer

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Cuando dormir pegados era letal A finales del siglo XIX creció la preocupación por las enfermedades ambientales causadas por aguas residuales o los gases del alcantarillado. Durante años se creyó que bastaba evitar su acceso al domicilio para evitar esas patologías, pero surgió la necesidad de reformar la forma en la que vivían para prevenir contra los males generados en la vivienda. El polvo generado en el interior de la casa, así como los gases de los baños, cocina, chimenea, velas y los propios convivientes enrarecían el aire. Hacía falta ventilar el domicilio, por lo que en primera instancia se recomendó mantener las ventanas abiertas todo el año, pero teniendo en cuenta que muchos defensores de estas prácticas vivían en Inglaterra, el remedio podía ser peor que la enfermedad. Por eso se optó por sistemas que conectaran con el exterior, pero evitaran la entrada del frío y la humedad, como los tubos Tobin, el sistema Hinckes Bird o el ventilador de arte floral de Priestley, que filtraba el aire con plantas.

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De igual manera, se argumentó que las camas eran un lugar donde éramos más vulnerables, pues pasábamos horas indefensos en ellas. Se defendía que tanto el aire como la fuerza vital se viciaba, lo que provocaba las enfermedades y la degeneración de los seres humanos. Por una parte, se recomendó usar camas metálicas, pues las grietas en la madera eran el hogar de parásito. Por otra se idearon inventos como el ventilador de cama O’Brien, que captaba el aire viciado a los pies y lo transportaba con unos tubos a la cabecera. Sin embargo, el tiempo favoreció al uso de camas individuales, ya que en las camas dobles no solo se compartía el aire viciado, sino que se creía que el compañero más mayor robaba la vitalidad del más joven.

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Este principio se había llegado a utilizar forma terapéutica, pues, al creerse que la vejez se producía por la pérdida del calor vital, Thomas Sydenham llegó a usar el calor de un sujeto joven para revigorizar a uno anciano y enfermo, al igual que lo hizo el rey David con una joven virgen (1 Reyes 1:2). Este tratamiento era seleccionado tan solo cuando todos los demás habían fallado, pues se consideraba al anciano como un parásito que podía negar su vitalidad incluso a un niño. Este no solo era un problema de salud, pues además de sustraer el vigor facilitaba la generación de una progenie defectuosa, sino que afectaba también en el rendimiento laboral. Este razonamiento derivaba de la visión de la fuerza vital como un componente eléctrico y el organismo humano como una máquina. De esta manera, las fuerzas magnéticas redirigían la energía a quien poseía menos. Adicionalmente se apoyaba el uso de camas individuales porque así cada uno podía dormir según sus preferencias, sin taparse excesiva o escasamente, girándose al lado que le plazca y levantándose sin molestar a nadie. Tener camas individuales se veía como un paso tan natural e higiénico como comer tu propio plato. Aunque esta visión nunca fue totalmente dominante, era compartida tanto por médicos y cirujanos respetados como por curanderos y charlatanes. Incluso en esta diversa comunidad había discrepancias en

cuanto a detalles concretos, pero demostró su persistencia durante décadas gracias a su adaptación. Con el fin de la teoría miasmática de la enfermedad disminuyó la preocupación por los problemas de salud causados por el mobiliario. Con el cambio de siglo dejó de considerarse imposible mantener la higiene domiciliaria con las camas de madera, por lo que dejaron de desaconsejar su uso. Las camas individuales pasaron a convertirse en una elección de diseño modernista, una muestra del brillante futuro que rechazaba el estilo pasado. En torno a esta época las tiendas comenzaron a vender las dos camas en conjunto, anunciándolas como una novedad, en vez de obligar a comprar dos camas por separado. Incluso llegaron a vender camas individuales que parecían una de matrimonio al juntarse. Su popularidad fue creciendo con las décadas, pero a mediados de siglo pasaron de ser un símbolo de modernidad a uno de un matrimonio fallido. La defensora de la eugenesia y los derechos de las mujeres Marie Stopes la criticó duramente, afirmando que era un invento del demonio, celoso de los matrimonios felices. Declaraba que las camas eran las culpables de los matrimonios infelices, irritables e insomnes. En cuestión de años perdieron su prevalencia en los dormitorios.

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Cuando la financiación mantiene un tratamiento inefectivo En la década de 1940 y 1950, después de la aprobación de la FDA, las lobotomías se convirtieron en un procedimiento rutinario en la salud mental de Estados Unidos. Sin embargo, al contrario de lo que podría pensarse, se conocían los daños provocados y había alternativas. Por ello cabe preguntarse, ¿por qué fueron populares durante décadas?

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, los neurólogos y psicólogos lucharon para promover el cuidado de las personas con problemas mentales en Estados Unidos, agrupándolo junto al resto de prácticas sanitarias para que en conjunto tuviera un mayor peso político. Gracias a ello se obtuvo más financiación para los manicomios estatales y para crear hospitales estatales con salas psiquiátricas. A su vez, se facilitó y se incentivó el ingreso de los pacientes en estas instituciones. Esto se veía como una estrategia para proteger a la sociedad de aquellos con problemas mentales y retraso mental, que a su vez eran esterilizados para evitar el crecimiento de la amenaza percibida. Como consecuencia, el número de pacientes ingresados se cuadruplicó en 50 años, aglomerando los hospitales y manicomios, que apenas tenían recursos para tratar con un aumento tan drástico de enfermos. Aunque el presupuesto creciera considerablemente, también lo hacía el gasto por paciente. En 1949, el portugués António Egas Moniz y el suizo Walter Rudolf Hess ganaron el premio Nobel de Fisiología y Medicina por descubrir el valor terapéutico de la lobotomía para tratar ciertas formas de psicosis. El procedimiento, que llevaba realizando desde 1935, consistía en inyectar alcohol en la corteza prefrontal para destruir tejidos con el fin de aliviar trastornos mentales. En Estados Unidos, Walter Freeman y James W. Watts fueron los principales impulsores del procedimiento, realizando cientos de lobotomías. Para ahorrar tiempo, en 1945, Freeman desarrolló la

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lobotomía transorbital, que utilizaba un picahielos introducido por el lagrimal o el orificio nasal. Para 1957, ya había realizado 3000 lobotomías. La sencillez del procedimiento casó muy bien con la superpoblación en las instituciones.

A pesar de la aprobación del primer antipsicótico o neuroléptico en 1954 y el rechazo de la comunidad médica, que lo consideraban un procedimiento que no merecía la pena, el número de lobotomías aumentó drásticamente. No solo se criticaron las bases teóricas de la lobotomía antes de obtenerse resultados concluyentes, sino que incluso Moniz y Freeman aceptaron que tenía una base endeble. De hecho, fuera de los Estados Unidos, su uso se rechazaba incluso cuando no había alternativas. En Estados Unidos, la financiación dependía del número de enfermos, pero esta resultaba insuficiente. Por ello, la lobotomía, especialmente la transorbital, resultaba muy oportuna. Era económica, sencilla y, en principio, solo se realizaba una sola vez. Gracias a esto, no solo los pacientes agresivos se volvían dóciles, sino que muchos recibían el alta inmediatamente. Como lo que importaba era el número de pacientes tratados y no el método ni los resultados, las lobotomías se convirtieron en el tratamiento habitual. Además, podían realizarlas sin permiso de los pacientes o cuidadores, pudiendo negar también los derechos de visita. En contraste, en las instituciones privadas primaban los resultados, por lo que eran más cautos en sus tratamientos, pues el fracaso les suponía la reputación y la pérdida de clientes o de donaciones.

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Los antivacunas del siglo XIX La estupidez es como la primera ley de la termodinámica: en mentes aisladas, no se crea ni se destruye, solo se transforma. Por eso, al igual que el terraplanismo no es una creencia reciente, tampoco es la oposición a las vacunas. Antes del éxito de Edward Jenner en 1796 con la vacunación, ya había oposición al método anterior de inmunización, la variolación. A pesar de desarrollarse un método más seguro, el rechazo no desapareció. En el Reino Unido, país natal de Jenner, el parlamento aprobó en 1840 la prohibición de la variolación y la vacunación gratuita de los pobres y proscritos. En 1853, la hizo obligatoria para los niños de hasta tres meses, bajo multa de 20 chelines o pena de prisión para los padres que no colaboraran. En 1867, la obligación se extendió hasta los 14 años, con penas acumulativas para quien se opusiera. Desde 1853 hubo protestas en varias ciudades, con la Liga Antivacunación de Londres como núcleo para sus opositores. John Gibbs publicó un panfleto de 64 en 1864 donde criticaba el ataque a sus libertades médicas. La ley de 1867 tuvo mayor resistencia, ya que criticaban que limitaba su libertad personal, por lo que se fundó la Liga Antivacunación Obligatoria. Su presidente publicó en el National AntiCompulsory Vaccination Reporter una serie de siete puntos donde decía que el parlamento había invertido su función de proteger los derechos de los hombres al entorpecer el derecho paterno de proteger a sus hijos, considerándolo un ataque a la libertad y criminalizando la buena salud.

Los antivacunas defendían que el saneamiento era suficiente para contener la enfermedad y percibían que la vacunación contaminaba irreversiblemente su cuerpo sano. Desde el punto de vista cristiano, la Biblia (Levítico 26:25; Mateo 10:37, 39) defendía que Dios protegía a quien cumplía su voluntad y castigaba a quien le desobedecía, por lo que ser buen cristiano era protección suficiente. Además, protegerse contra un futuro castigo divino no hacía más que reconocer la culpa. Este rechazo religioso estaba presente con la variolación, ya que condenaba a los que morían al considerarlos suicidas. La inconformidad se tradujo en múltiples revistas antivacunas en las siguientes décadas y en la expansión del movimiento por Europa. Cuando las condenas no servían, lo hacía un golpe de realidad. En 1872, en Estocolmo, este rechazo se manifestó en una vacu-

nación de poco más del 40% de la población, en contraste con el 90% de Suecia. En 1874, una epidemia consiguió cambiar la opinión pública. En 1885, en Leicester, una protesta antivacunas atrajo a 100 000 personas. Por ello, una comisión real decidió valorar la situación y en 1896 recomendó la vacunación, aunque eliminando las condenas acumulativas, aplicándose en la ley de 1898. Esta ley añadía la necesidad de obtener un certificado para los objetores de conciencia. En Estados Unidos, las vacunaciones a principios del siglo XIX controlaron los brotes de viruela, por lo que cayeron en desuso. Sin embargo, debido a la susceptibilidad de la población, en la década de 1870 resurgió como una epidemia. Cuando los estados decidieron promulgar leyes que obligaran a vacunar, se encontraron con la resistencia de los grupos antivacunas. En 1879 se fundó la Sociedad Antivacunación de América después de la visita del líder antivacunas británico a Nueva York el año anterior. Le siguieron las ligas correspondientes de Nueva Inglaterra de 1882 y de Nueva York de 1885. Las batallas legales, políticas y sus panfletos consiguieron rechazar la vacunación obligatoria en California, Illinois, Indiana, Minnesota, Utah, Virginia Occidental y Wisconsin, pero eso no detuvo las batallas contra las autoridades de salud pública.

A principios del siglo XX, cuando la viruela estaba mejor controlada, los antivacunas atribuían el triunfo a las medidas de saneamiento porque otras enfermedades sin vacunas habían disminuido su frecuencia y gravedad. Añadían que en las protestas, que reducían las vacunaciones, también morían menos por la viruela, aunque ignoraban a quienes se habían vacunado de forma tardía. También defendían que la vacuna no solo no evitaba la enfermedad, sino que la provocaba. Los médicos fueron el objetivo de sus críticas, ya que aseguraban que promover las vacunas les enriquecía.

No obstante, los movimientos antivacunas fueron reduciéndose con las décadas, llegando a mínimos con la vacunación de la poliomielitis en 1955. Ni siquiera el incidente Cutter, donde la presencia de virus “vivo” mató a 5 niños y paralizó a otros 51, afectó a su impacto. Este apoyo no se tambalearía hasta la polémica con la vacuna de la tos ferina a mediados de los años 70 y el documental DTP: Vaccination Roulette (1982).

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Los antimascarillas del siglo XX y otros obstáculos de la gripe española El rechazo al uso de mascarillas durante la pandemia de COVID-19 también estuvo presente un siglo antes, durante la pandemia de la gripe española. Al igual que los antivacunas del siglo XIX, los antimascarillas denunciaban que la obligación de usarlas violaba sus libertades individuales, pero además veían su uso como una amenaza contra la masculinidad.

La situación de San Francisco

El desarrollo de la pandemia en San Francisco resultó tristemente familiar, tanto por el desarrollo de los acontecimientos como por la respuesta de la población. El 10 de octubre de 1918, William Charles Hassler, doctor jefe de sanidad de San Francisco, advertía sobre la expansión y el peligro de los contagios de gripe en la costa este de los Estados Unidos, advirtiendo sobre el contagio directo por estornudos y la tos. Tan solo una semana después, San Francisco tenía 1654 casos, que aumentaron a 7000 a final del mes en la ciudad y 60000 en el estado. De recomendar mantener la distancia social y autoconfinarse, siendo los primeros en país en hacerlo, se pasó a cerrar colegios, iglesias, bares y negocios el 18 de octubre. Cuatro días después se obligó a usar mascarillas en público que cubrieran boca y nariz. Entonces se castigaba con multas que aumentaban

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entre 5 y 100$ (equivalentes a unos 87-1800$ actuales) o encarcelamiento de 10 días. Dado que las farmacias quedaron desabastecidas, se solicitaron donaciones de ropa y voluntarios para coser mascarillas. A pesar de ello, las cárceles estaban llenas y los policías debían hacer horas extras en los fines de semana y por la noche. Incluso entre quienes llevaban mascarillas, los problemas eran los mismos que un siglo después: quienes no se tapaban la nariz o la boca, quienes se les empañaba las gafas, etc. Entre los hombres se consideraba un complemento femenino que les impedía escupir y toser descuidadamente. El éxito conseguido a finales del mes despertó el interés de otras ciudades, que deseaban conocer las medidas tomadas. Las restricciones fueron relajándose, permitiendo reuniones y la reapertura gradual de teatros, iglesias y colegios. La obligación de usar mascarillas se mantuvo una semana más. Sintiendo la victoria sobre la enfermedad, el 21 de noviembre la gente celebró fiestas y pisoteó las mascarillas, mientras los medios declaraban que la pandemia había prácticamente finalizado, aunque advirtiendo mantener la precaución hasta que su desaparición fuera completa. Otras ciudades fueron teniendo la misma reacción, con fiestas y una avalancha de compras navideñas prematuras.

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Una decisión prematura

Un rechazo interesado

Desgraciadamente, habían cantado victoria demasiado pronto. Aunque los casos se habían reducido drásticamente, aún eran numerosos. En este momento cuando los intereses ajenos a la salud entorpecieron la batalla contra la enfermedad. En primer lugar, los empresarios del entorno del alcalde consideraban que las restricciones disminuían el atractivo de San Francisco, que ya había sufrido un duro golpe tras el terremoto de 1906. Además, la Navidad estaba a la vuelta de la esquina y temían que si el público debía usar mascarillas, iba a preferir quedarse en casa. La unidad creada para combatir un enemigo común comenzó a resquebrajarse. Mientras las enfermeras y la archidiócesis católica favorecían el uso de mascarillas, los empresarios argumentaban que los contagios se habían mantenido estables y que en otras ciudades sin restricciones no había empeorado la situación. Mientras tanto, en un par de semanas los contagios se habían decuplicado.

En vez de luchar contra el virus, se comenzó una batalla contra el aparente control de Hassler y del alcalde James Rolph Jr., quienes abogaban por el uso de mascarillas a pesar de su oposición. El doctor incluso recibió cartas amenazantes y una bomba en su oficina. Aunque Rolph prefería no imponer su uso, el drástico aumento de contagios provocó que el 12 de enero solicitara la cooperación voluntaria para contener la enfermedad mediante el uso de mascarillas. La misma razón motivo su obligación el 17 de enero.

Por una parte, estaba la oposición de los comerciantes, que deseaban el beneficio económico, pero por otra estaba quienes deseaban poder político. El desconocimiento del agente patógeno y los resultados contradictorios sobre el uso de mascarillas sembraron la desconfianza en los datos científicos, especialmente porque se dudaba si su uso podía ser lo suficientemente extendido en la comunidad para obtener los resultados deseados. Los lectores de periódicos mandaban cartas destacando la ignorancia y desfachatez de los médicos, recordándoles que hacía apenas 20 años recomendaban alejarse del aire viciado y que con las mascarillas eso ya no les resultaba un problema. Incluso en lugares como Tucson los tribunales consideraron inválida la obligación de llevar mascarillas puesto que los niños estaban exentos de usarlas en los colegios.

Mientras tanto, no solo surgían ciudadanos indignados por lo que valoraban como una imposición, sino también supuestas curas de la gripe y la neumonía, como espolvorear polvo de azufre en los zapatos o beber tres veces al día zumo de cebolla cruda. El 20 de enero se reunió la liga antimascarillas de San Francisco, donde se eligió a sus principales componentes, mayoritariamente mujeres, varias de ellas exitosas sufragistas. Este grupo tenía conexiones y tratos de favor con el republicano Patrick Henry McCarthy, anterior alcalde de la ciudad que intentó repetidamente recuperar su posición, sin ningún éxito. Es por ello que uno de los objetivos de la liga era

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provocar la dimisión de Rolph, quien permanecería como alcalde hasta 1931. Su lucha también se dirigía contra la policía, cuyas acciones se visualizaban como inconstitucionales. El rechazo del doctor Wilfred H. Kellogg, secretario de la junta de salud estatal, a las medidas de Hassler, que consideraba inefectivas al compararlas con la situación en otras ciudades con medidas más laxas, azuzó más si cabe a sus opositores.

El 27 de enero se manifestaron cientos de opositores para rechazar la obligación de llevar mascarillas, pero el alcalde aseguró que eran los únicos que exigían su interrupción. Hassler añadió que la vigencia del cierre de los colegios se veía influida por aquellos padres que los consideraban una guardería en donde dejar a los niños, aunque estuviesen enfermos. Por ello, algunas participantes de la liga, que también pertenecían a la Liga de Derechos Paternos de América, protestaron contra las pruebas médicas a los niños en los colegios, pues interfería en sus derechos como padres. Al día siguiente, el alcalde declaró que la enfermedad estaba bajo control y que el próximo viernes de enero la situación volvería a la normalidad.

Medidas en España

Hay claves que se repiten en cualquier época y lugar, aunque España tuvo algunas particularidades. La epidemia fue declarada oficialmente por primera vez en Valladolid. Aunque no era una opción deseada por los comerciantes, que se beneficiaban por aquel entoncRESOLVIENDO LA INCÓGNITA

es de las fiestas de San Isidro, los médicos presionaron para que se declarara, pues si morían en servicio, el estado no ofrecería una pensión a sus viudas.

A diferencia de en los Estados Unidos, en España las iglesias se negaron a cesar las misas, donde grandes números de fieles se reunían para repetir la jaculatoria Pro tempore pestilentia. Los teatros, cafeterías, iglesias, el congreso, el senado, el correo, los viajeros, sus equipajes y los vagones de tren y tranvía se desinfectaron se desinfectaron con creolina o aceite fenólico, aunque se cuestionara su efectividad. Se prohibió escupir en la calle, que se limpiaba con lejía. También se recomendó limpiar la boca y los orificios nasales con agua oxigenada o una mezcla de aceite y mentol, además de descansar, mantener una dieta sana y las medidas habituales ya comentadas. De cualquier forma, la impotencia de los médicos no infundía confianza. Trataban los síntomas con codeína, salicilatos y quinina. Si desarrollaban neumonía, se le administraba intramuscular o intravenosamente soluciones coloidales de plata o platino, digitálicos, adrenalina o aceite de alcanfor. Incluso se acudía a tratamientos obsoletos, como la sangría, o experimentales, como vacunas con pneumococos, streptococo y bacilo de Pfeiffer (Haemophilus influenzae).

Esto no evitó que los hospitales se saturaran y que los pueblos quedaran inatendidos, pues sus médicos morían y solo algunos eran reemplazados por estudiantes voluntarios. Se realizaron funerales en masa, evitando las largas ceremonias y hacer sonar el toque de difuntos, pues infundiría el pánico.

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Fuentes Enfermedad mental como infección • •

Davidson, J. (2016). Bayard Holmes (1852–1924) and Henry Cotton (1869–1933): Surgeon–psychiatrists and their tragic quest to cure schizophrenia. Journal of medical biography, 24(4), 550-559.

Taylor, V. H. (2019). The microbiome and mental health: Hope or hype?. Journal of psychiatry & neuroscience: JPN, 44(4), 219.

El terror de la masturbación •

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Cuando dormir pegados era letal •

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Cuando la financiación mantiene un tratamiento inefectivo

Los antivacunas del siglo XIX •

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Los antimascarillas del siglo XX y otros obstáculos de la gripe española •

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Resolviendo la incógnita 2021 RESOLVIENDO LA INCÓGNITA

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La revista


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