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El Primer Reflejo de las Palabras

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Editorial

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Hace más de 6 mil años la necesidad de métodos para plasmar los pensamientos llevó a los hombres a desarrollar formas de expresión escrita. Uno de éstos consistía en grabar sobre moldes húmedos de arcilla con la punta de una caña hueca, así fue como llegué al mundo. Los humanos me dieron la vida y la misión de guardar su conocimiento.

Mi primera familia, aquellos que se hacían llamar el pueblo de cabezas negras, los sumerios, establecieron rápidamente jerarquías sociales. El surgimiento de la nobleza dio lugar a relaciones comerciales de larga distancia, por lo cual era indispensable llevar un registro de sus bienes e intercambios, dado que la memoria no era suficiente cuando se trataba de controlar efectivamente los recursos.

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La tierra que me vio nacer, la tierra entre dos ríos. En la baja Mesopotamia no abundaban materias primas como piedras y metales, lo cual llevó a que se utilizara un material considerado humilde para crearme. Esto, más allá de ser un inconveniente, es algo que me enorgullece, pues que al secarse mi placa me vuelvo más resistente y soy capaz de subsistir durante siglos, a diferencia de algunos de mis contemporáneos como el papiro, lo que te permite conocerme en un excelente estado. Antes de mí, los sumerios utilizaban bolas de arcilla y las guardaban en urnas para evitar que modificaran la cifra. Cada bola representaba un bien o un valor, por lo cual su proliferación dificultó llevar cuentas exactas. Entonces, empezaron a escribir sobre la urna lo que esta contenía,pero se dieron cuenta de que era más práctico y eficaz imprimir la cuenta sobre una bola de arcilla. Al nacer, mi cuerpo era un cuadrado pequeño en el cual cabía un único dato. Fui desarrollándome al mismo tiempo que la sociedad y sistema de administración de los sumerios, de tal manera que crecí hasta encontrar una forma cómoda capaz de contener más información. Mi complexión es rectangular, más alta que ancha, y con esquinas más o menos redondeadas.

Figura 1. Representación de ambas caras de la tablilla. de Kish (Ashmolean Museum)

En cuanto a mi disposición, me organicé en columnas, subcolumnas y líneas. Opté por deslizarme a lo largo de mi espacio. Mis amigos más cercanos, los escribas, me sostenían con la mano izquierda y sujetaban la caña con la derecha, entre los dedos pulgar e índice. Llegué a un acuerdo con ellos, el cual consistía en que podía moverme a gusto sobre la arcilla siempre y cuando sus manos adoptaran una posición cómoda que les permitiera guiarme. A pesar de que dicho acuerdo me limitaba, establecí una secuencia con la cual pude crear los más hermosos bailes. Iniciaba en la esquina superior izquierda, y de ahí me iba danzando hacia abajo hasta llegar al fondo. Entonces saltaba al borde superior de la columna siguiente para seguir valseando verticalmente. Al finalizar el recorrido de una cara, era girada paralelamente al borde inferior. Así retomaba mi danza en el extremo superior derecho, de la misma manera que antes, pero siguiendo las columnas de derecha a izquierda, en vez de izquierda a derecha. La profundidad y forma de mis pasos la definía la punta de la caña que el escriba utilizara, entre las cuales estaban la puntiaguda, la plana, la diagonal y la circular, cuyas variaciones dotaban mi baile de significado.

Para pertenecer a mi círculo de amigos y hacer parte de la danza se requería cierta habilidad y continuo estudio, dado el incremento constante de vocabulario que utilizaban en mí. Los jóvenes se volvían aprendices e imitaban al maestro hasta desplegar su propio ritmo. Una vez adiestrados, pasaban a trabajar para los comerciantes o la realeza. De todos mis amigos a quienes más admiraba era a las mujeres, tenían una habilidad impresionante para gestionar el hogar, vender, comprar y disponer su testamento como desearan. Gozaban de una posición jurídica envidiable y me dejaban boquiabierta con su destreza en los negocios.

En mi niñez tenía un fuerte apego a los dibujos. Mis primeros años fueron pictográficos, adoraba representar objetos por medio de imágenes, el mundo era un lugar nuevo para mí y quería expresar todo cuanto veía. Crecí poco a poco, estilizando los trazos y sintetizándolos en formas que recordaban al bosquejo inicial.

Pasaron los años y me di cuenta de que no podía abarcar la totalidad de las palabras que escuchaba con un dibujo, entonces desistí del método figurativo e incursioné en los ideogramas. Comencé a representar las ideas con objetos asociados, de modo que implementé varios signos alegóricos. Estos caracteres esquemáticos simbolizan conceptos o mensajes simples, por ejemplo el ideograma ojos para aludir a la acción de ver. Combinar estos símbolos me permitió expresar un mayor número de ideas.

Ya en la adultez decidí dar el paso que definiría el resto de mi vida al dar a cada signo ideográfico el valor fonético de la primera sílaba de la palabra que representaba, con lo que logré expresar conceptos abstractos. Al aplicar similitudes semejantes, fui simplificando los símbolos y evitando ambigüedades, lo que dio lugar a la asignación de un valor fonético para cada sílaba, creando un corpus silábico.

A lo largo de mi vida llegué a tener 900 signos y nunca tuve menos de 400. En el sumerio los signos de expresión eran mayormente sílabas, las palabras se formaban al juntar unidades mínimas, siendo esta una lengua aglutinante. Usualmente, reservaban los ideogramas para palabras frecuentes o para especificar el significado al que aludía el signo silábico.

Hacia 2350 a. C. el pueblo de los acadios conquistó las ciudades sumerias. Así que me adoptaron junto con su lengua. Preservaron los ideogramas y las combinaciones que utilizaban los hombres de cabezas negras, aunque los pronunciaban en acadio. Agregaron más símbolos para superar el monosilabismo sumerio y los problemas al leerme, por los signos que sumaban valores fonéticos sumerios y acadios. Mis nuevos amigos trazaban líneas más rectas y trasformaron mi coreografía al deslizarme del extremo izquierdo al derecho en lugar de hacia abajo.

Al ser heredada a los babilonios y asirios, descendientes de los acadios, me difundí por todo oriente medio. Durante dos mil años los ayudé a documentar todo tipo de cosas en sus respectivos dialectos. La mayoría de los textos eran registros económicos y administrativos, además de crónicas reales, cartas privadas, litigios, poesía y conjuros mágicos, mis favoritos. Llegué a ser tan popular que me elegían para los documentos diplomáticos del imperio egipcio.

Me volví multilingüe, hablé sumerio, acadio, eblaíta elamita, hurrita, hitita, urarteo, ugarítico y persa antiguo. Disfruté enormemente mis años de fama. Sin embargo, todo lo nuevo envejece rápidamente y me llegó la hora de formar parte del empedrado en el camino de otra creación. Entre los años 333 y 323 a.C. perdí fuerza con las conquistas de Alejandro Magno en Asia y la llegada de la escritura alfabética aramea o caldea, y el alfabeto fenicio, los cuales eran mucho más cómodos que yo.

Pasó el tiempo y me quedé a vivir en las ruinas de ciudades a las cuales llegué a ver en todo su esplendor, al igual que ellas me vieron a mí. Más tarde en los restos de Persépolis me visitaron varias personas interesadas en conocer la cultura de las civilizaciones que habitaron Mesopotamia. Uno de ellos, el señor Pietro Della Valle, se interesó bastante en mí. Fue tan amable de informarme que ya era el año 1621 y llevó algunas partes de mí a Europa para darme a conocer y permitirme ver el nuevo mundo.

Años después, gracias a la publicación de Jean Chardin sobre una de mis inscripciones mejor preservada, los investigadores notaron que mis trazos se veían como incisiones en forma de cuña, por lo cual me nombraron escritura cuneiforme. En ese momento extrañé bastante las palabras del latín, porque “cuneus” sonaba mucho mejor para un nombre.

Figura 2. La tablilla sobre el diluvio de la epopeya de Gilgamesh, escrita en acadio (Museo Británico)

Posteriormente a lo que los humanos llaman mi “descubrimiento”, inició una carrera por descifrarme. Me convertí en toda una celebridad, filólogos, historiadores, lingüistas y demás profesionales trabajaban día y noche por acceder a la información que contenía. Algunos ejemplos son Georg Friederich Grotefend, el primero en estudiarme y George Smith, quien se convirtió en el padre de la asiriología al hacer las primeras traducciones del poema épico de Gilgamesh, el cual narra los sucesos del rey Gilgamesh a lo largo de cinco poemas sumerios, que constituyen la obra épica más antigua conocida.

Mi recuerdo favorito es el de cuatro expertos, Henry Creswicke Rawlinson, Edward Hincks, Julius Oppert y William H. Fox Talbot. Quienes en 1857, si mal no recuerdo, trabajaron de manera independiente con las mismas copias. Se guiaron por La inscripción de Behistún, tres textos idénticos en persa antiguo, babilonio y elamita. Me comentaron que, al descifrarme, dicho escrito cumplió la misma función que la piedra de Rosetta en el descifrado de los jeroglíficos egipcios, nunca me llevé muy bien con ellos, por lo cual no entendí a qué se referían. Al finalizar, un grupo de jurados confirmó que las traducciones concordaban entre sí, entonces anunciaron que me habían comprendido. Sin embargo, algunos de mis elementos aún son un misterio, ¿y cómo no, ¿Qué gracia tendría dejarles conocer todos mis secretos de una vez?

Figura 3. Código de Hammurabi. Detalle escritura cuneiforme (Museo del Louvre)

Otra ocasión que guardo en mi memoria con especial afecto fue cuando en 1901, Jacques de Morgan y otros exploradores se maravillaron conmigo, especialmente con El Código Hammurabi; uno de los documentos más preciados de los babilonios. Se trata de uno de los conjuntos de leyes más antiguos que se han encontrado, allí están las bases para fomentar y regir el bienestar entre los seres humanos, por ejemplo la ley del tailón “Ojo por ojo, diente por diente”; por lo cual el señor Morgan dijo que era imprescindible para hacer un acercamiento al mundo antiguo de Mesopotamia, conocer su comercio, construcción, gobierno y comprender sus leyes, creencias y pensamiento. EL interés que mostraban me conmovió y acepté viajar con ellos a París, donde tradujeron mi conocimiento a su idioma, el francés, me estudiaron y posteriormente me alojaron en el Museo del Louvre, lugar que se convirtió en uno de mis hogares en la actualidad.

Después de una vida productiva con mis amigos de Mesopotamia, cargando el conocimiento de varias civilizaciones, he tenido el privilegio dar a conocer sus grandes obras de literatura, historia y vida cotidiana en la región a aquellos interesados en los orígenes de la escritura y la cultura. Estoy orgullosa de los humanos, tanto de los que crean como de los que descubren y me siento honrada de haber sido parte de eso. De descubrir el mundo a través del lenguaje y poder reflejarlo.

Referencias

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Referencias de imagen

Figura 1. Representación de ambas caras de la tablilla.. (2016). [Image]. Retrieved from https://es.wikipedia.org/wiki/Tablilla_de_Kish#/media/Archivo:Tableta_con_trillo.png Figura 2. La tablilla sobre el diluvio de la epopeya de Gilgamesh, escrita en acadio (Museo Británico).. (2010). [Image]. Retrieved from https://es.wikipedia. org/wiki/Poema_de_Gilgamesh#/media/ Archivo:British_Museum_Flood_Tablet_1.jpg Figura 3. (2013). [Image]. Retrieved from https://blablaweb.files.wordpress. com/2013/06/hammurabi.jpg

Linda Alejandra Acuña Hernández

Nació el 26 de junio del 2002 en Bogotá, Colombia; a los 2 años se trasladó, junto con su madre al pueblo de Nocaima, Cundinamarca. Allí pasó la mayor parte de su niñez; practicó natación e hizo parte del grupo de danza y la banda sinfónica del pueblo. Siempre se caracterizó por ser una niña alegre y comprometida con sus estudios. A los 8 años volvió a Bogotá y entro a estudiar en el Colegio Simón Bolívar-IED el cual fue clave para su desenvolvimiento cómo líder estudiantil al participar activamente en proyectos como HERMES, PIECC y BeThe ≠, que la llevaron a interesarse por la carrera de Trabajo Social. Pero en el año 2018 decidió presentarse a Diseño Gráfico tras descubrir que era la carrera mas afín con sus intereses. Además de poder ejercer un papel positivo dentro de la sociedad. Hoy en día se siente feliz de su decisión, tanto de carrera como de universidad, pues le permite explorar sus capacidades día a día.

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