CAPÍTULO V
EL SÍ-MISMO. EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN1
1. Diálogo interior y diálogo con el mundo.
En vano dirigimos nuestra mirada a los espacios celestes y buscamos penetrar en las vísceras de la tierra; en vano interrogamos las obras de los doctos y seguimos las oscuras huellas de la antigüedad: en realidad no tenemos más que separar la cortina de palabras para aprehender, detrás de ellas, el árbol del conocimiento, cuyos frutos exquisitos están al alcance de nuestra mano2. George Berkeley.
A
lo largo de este libro ya ha sido puesto de relieve muchas veces la importancia de la construcción de un puente dialógico entre terapeuta y paciente para llevar a cabo la tarea encomendada a la psicoterapia. El paciente necesita ese puente para expresar su dolor, así como también para obtener trazos de comprensión de su psique, que asimilándose e integrándose a través del puente dialógico lleven la dinámica psíquica hacia una vía de salud. De la misma manera, y entre otras muchas cosas, el terapeuta necesita ese mismo puente dialógico para comprender aquellas similitudes y diferencias entre su psique y la del paciente que conviertan su acción (la suma de todas sus acciones) en una acción “terapéutica”. En efecto, el diálogo es la única modalidad relacional que asegura el beneficio para ambos lados de la relación. Y, si aceptamos que lo que el paciente quiere al establecer su petición es “curarse”, recíprocamente el terapeuta, para sentirse tal, debe fundamentar toda acción que le ataña en una búsqueda de “curación” para el paciente. Así, el terapeuta se cura durante el diálogo cuando ese diálogo logra curar al paciente: solo entonces el terapeuta se convierte en terapeuta, puesto que el paciente entra en una posición dinámica, susceptible de alejarse de las cadenas de la enfermedad y de devenir pleno individuo. Si comprendemos este juego de palabras, podemos decir que construir un diálogo terapéutico es construir una relación duradera capaz, por un lado, de conducir al paciente hacia su dimensión de individuo liberado del peso del dolor psíquico; y capaz, por el otro lado, de conducir al terapeuta hacia su dimensión de terapeuta, para convertirlo, una vez alcanzada, en un individuo liberado de su atención al dolor psíquico del que fuera paciente. Toda psicoterapia pretende, pues, transformar benéficamente a las dos psiques que entran en relación. Y esa transformación se hace posible a través del diálogo, al implicar a ambas psiques en un proceso en el que, desde una total alteridad respecto del dolor, acaben en una gran cercanía respecto de la salud; o, dicho de otro modo, para que las dos psiques, partiendo de una total asimetría respecto de las fuerzas de construcción del puente dialógico, acaben en una total simetría en cuanto al beneficio del diálogo mismo. La elección del diálogo como vehículo de cura, es la elección de la única relación en donde la alteridad y la similitud entre las psiques que lo actúan, en lugar de constituir estados o funciones opuestas, se convierten en polos complementarios de una misma actitud psíquica. 119
El sí-mismo. El proceso de individuación.
En eso consiste precisamente el diálogo: en ampararse en la alteridad y similitud para, de un lado, hallar un sedimento común para comunicarse; y para reivindicar, de otro lado, aquella voz individual e irrepetible que lucha por abrirse camino hacia el “otro”, quien, acogiéndola, a su vez la devuelve con la misma inconfundible irrepetibilidad. Por consiguiente, en el momento de instaurar la psicoterapia, esto es, una vez abordada la inminencia que la ha provocado, el terapeuta será el garante de que la alteridad de estados bajo la cual comienza la psicoterapia, no nuble ni enturbie ni elimine aquellos elementos de similitud entre las dos psiques; los cuales, al aceptarse, van a encargarse de construir paulatinamente el puente dialógico. Es decir, la alteridad de estados (el sufrimiento en el paciente, el papel desempeñado por el terapeuta) debe transformarse paulatinamente, y por acción del terapeuta, en una alteridad de individuos que tienden a relacionarse bajo la forma del diálogo. Y en esa alteridad de individuos, como veremos más adelante, está ya implícita la semejanza de base entre uno y otro miembro de la relación. Esa es la vía del diálogo, donde el sendero intrapsíquico y el sendero interpsíquico, así como también los senderos de la identidad y de la diferencia, confluyen en el camino mayor de la búsqueda de sentido. Un diálogo terapéutico, pues, que se convierte en la trasposición dual del dinamismo psíquico en situación de salud, donde el equilibrio y relación estable entre los opuestos convertía a estos en elementos “cargados” de una capacidad de diálogo inagotable. Así es la salud psíquica, así el diálogo psicoterapéutico, el cual se servirá de los procesos de integración y asimilación para llevar la cura hasta la psique del paciente. La psicoterapia, entonces, es una modalidad de relación entre psiques que busca, a través del diálogo, la puesta en marcha de la salud en la psique de cada paciente, salud que ha de traducirse en el diálogo fructífero de sus oposiciones. Luego veremos cómo ese fin terapéutico (el diálogo intrapsíquico entre las oposiciones) pone en marcha otras modalidades dialógicas intersubjetivas en la psique de cada paciente. En la psicoterapia junguiana, que es donde ese modelo de psicoterapia basada en el diálogo ha sido mayormente estudiado y esclarecido, los medios terapéuticos (el diálogo entre las psiques del terapeuta y del paciente) y el fin terapéutico (el diálogo entre las oposiciones de la psique del paciente) coinciden y se subsiguen circularmente, hasta convertirse en un modelo dialógico que, una vez asimilado, le sirve al paciente para la relación consigo mismo y para su relación con el mundo. En lo que concierne a la psique del terapeuta, la construcción de ese puente dialógico será, en su variabilidad de caso a caso, el método principal para llevar a cabo la terapia. Como nos dice Jung en 1935: …la psicoterapia ya no es aquel método simple y unívoco que en un principio se creía que fuese, sino que poco a poco se ha revelado una especie de “procedimiento dialéctico”, un diálogo, un confrontarse entre dos personas3. Y ese diálogo, ese confrontarse una persona con otra, al alejarse de las pretensiones de la psicología “técnica”, aplicativa, de criterios prefijados, pasaba a reubicarse en el espacio casi filosófico de la reflexión compartida. Jung, en su indagación pragmática de la cura, constató la interactividad del procedimiento terapéutico, y devolvió así la responsabilidad a los individuos concretos que cruzan dialógicamente su expresión en el campo de cura. 120
Psicoterapia junguiana y posjunguiana - Ricardo Carretero
Sin lugar a dudas, esa reflexión de Jung acerca de la intersubjetividad de toda psicoterapia (más allá de la “cortina” de palabras procedentes de teorías con las que se cree actuar), vale decir, esa reflexión acerca de que el procedimiento real está basado sobre todo en el diálogo, frecuentemente ha pasado desapercibida. Por eso resulta de interés recordar y seguir sus mismas palabras: La dialéctica, originariamente el arte de conversar de los antiguos filósofos, bien pronto sirvió para designar un proceso creativo de nuevas síntesis. Una persona es un sistema psíquico que, cuando actúa sobre otra persona, entra en interacción con otro proceso psíquico. Esa formulación de la relación psicoterapéutica entre médico y paciente, quizá la más moderna, evidentemente se ha alejado mucho de la concepción inicial, según la cual la psicoterapia era un método estereotipado al alcance de quien quisiera lograr un determinado efecto. Lo que provocó esta imprevista y, querría añadir, mal vista ampliación de horizontes, no fueron exigencias especulativas, sino la dura realidad; quizá, más que cualquier otra cosa, el reconocimiento de que el material obtenido por la experiencia podía prestarse a interpretaciones diferentes4. Esta reflexión junguiana sobre la posibilidad de que el material obtenido de la psicoterapia fuese susceptible de interpretaciones diversas, es lo que lleva a Jung a deslizarse por el camino del procedimiento “dialógico”; también llamado sintético-hermenéutico, problemático y analógico, según el orden del discurso seguido. Para la cura del sufrimiento psíquico, entonces, el terapeuta carece de un método infalible con el que “reducir” los síntomas de la enfermedad. Los síntomas, para Jung, no son más que la plasmación superficial de un malestar más complejo y profundo, cual es la ruptura del diálogo de las oposiciones psíquicas: consciente-inconsciente, colectivo-individual, Yo-Sombra, etcétera. Por ese motivo, resulta un literalismo fuera de lugar la búsqueda de eliminación de los síntomas: si estos son abatidos y la problemática de fondo permanece, la psique enviará otros síntomas sucesivamente, de forma inextinguible. De ahí que deba procederse caso por caso hasta reanudar, con el concurso dialógico concreto del terapeuta y del paciente, esa dinámica más profunda entre las oposiciones. Más que hacia los “síntomas”, el terapeuta debe dirigir su mirada, pues, hacia su misma personalidad y hacia la irrepetible personalidad de cada paciente; hasta vislumbrar y favorecer el diálogo entre las dos psiques que pueda, solo entonces, restaurar el dinamismo interrumpido de la psique del paciente. Y esa tarea, comenzar la construcción de un puente dialógico entre su psique y la del paciente, no es acumulable, no es una tarea que pueda considerarse nunca como ya aprendida, puesto que debe actuarse y resultar resistente en la realidad de cada relación. Por eso, una psicoterapia que se erija sobre el diálogo, no puede gozar de un método general aplicable en cualquier caso. Como nos dice Jung: Ya que [...] lo individual es lo absolutamente único, lo imprevisible, lo ininterpretable, el terapeuta debe [...] renunciar a todas sus técnicas, a todos sus presupuestos, limitándose a un procedimiento puramente dialéctico, es decir, a una disposición que evite cualquier método5.
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