I LA CAUTIVA Y EL TESORO
E
l objetivo mitológico de la lucha contra el dragón es casi siempre la virgen, la cautiva, o, más comúnmente, “el tesoro difícil de alcanzar”. Debe tomarse en cuenta que una pila de oro puramente material, tal como el tesoro de los nibelungos, es una forma tardía y degenerada del tema original. En las mitologías más remotas, en el ritual, en la religión, y en la literatura mística así como en los cuentos de hadas, las leyendas y la poesía, el oro y las piedras preciosas, pero especialmente las perlas228 y los diamantes, fueron originalmente portadores simbólicos de valores inmateriales. Del mismo modo, el agua de la vida, la hierba de la curación, el elixir de la inmortalidad, la piedra filosofal, el anillo de los deseos, la capucha mágica y la capa alada, todos son símbolos del tesoro. Hay un fenómeno de gran importancia en la interpretación psicológica, al cual podríamos llamar el enfoque tipológico dual del mito y el símbolo. Esto sólo significa que está en la naturaleza de los mitos y los cuentos de hadas trabajar en igual medida, aunque de manera diferente, sobre los tipos psicológicos contrarios.229 En otras palabras, el extravertido así como el introvertido se encuentran “a sí mismos” retratados y aludidos en el mito. Por esta razón el mito debe interpretarse a nivel objetivo para el caso del extravertido y a nivel subjetivo para el del introvertido,230 pero ambas interpretaciones son necesarias y significativas. Por citar un ejemplo, “la cautiva” a nivel objetivo debe entenderse como una mujer de carne y hueso. El problema de la relación hombre-mujer, sus dificultades y soluciones, encontrarán así su prototipo en el mito, y de este modo, en tanto evento externo, el tema podrá ser comprendido hasta por la inteligencia más naive. Pero en tiempos primitivos, cuando la cuestión de una compañera no presentaba tantos problemas como para nosotros los modernos, llegar hasta la cautiva y liberarla poseía un significado mucho mayor. La lucha por ella era una forma de encuentro entre lo masculino y lo femenino, pero, al igual que sucede con la Primera Madre y el Primer Padre, esta mujer es transpersonal y representa un elemento psíquico colectivo de la humanidad. De esta manera, junto a la interpretación a nivel objetivo, existe desde el inicio otra interpretación, igualmente válida, que ve a la cautiva como algo interno –a saber, el alma misma. Los mitos tratan acerca de la relación del Yo masculino con su alma, y acerca de los peligros y aventuras de la lucha y de su liberación final. Tanta importancia se le da a lo milagroso e irreal en los eventos que rodean el objetivo de la lucha contra el dragón, que los eventos que tienen lugar en el trasfondo psíquico –que para el introvertido constituye el centro al que dirige su atención- deben incuestionablemente haberse reflejado a sí mismos en el simbolismo mitológico. Naturalmente, las diferentes reacciones tipológicas, que enfatizan ora el trasfondo psíquico, ora el mundo como objeto externo, siempre permanecen inconscientes. Los
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eventos del trasfondo que ocurren en el alma son proyectados hacia el exterior y son experimentados a través del objeto, como una unidad sintética compuesta de realidad externa y de la activación psíquica de esta realidad. El mito y su simbolismo, sin embargo, se caracterizan por la preponderancia del elemento psíquico interno, que es lo que distingue al evento mitológico del evento “factual”. Además del enfoque dual de los temas mitológicos, la interpretación psicológica también tiene que considerar la yuxtaposición de factores personales y transpersonales. Esto no significa que la diferencia entre una interpretación personalista y transpersonal sea idéntica a la diferencia que ya hemos señalado entre los puntos de vista de los tipos extravertido e introvertido. Ambos tipos pueden tener experiencias arquetípicas, del mismo modo que ambos pueden estar limitados al plano estrictamente personal. Por ejemplo, el introvertido puede adherirse a los contenidos personales de su conciencia, o de su inconsciente personal, que están llenos de significado para él, mientras que el extravertido puede experimentar la naturaleza arquetípica del mundo a través del objeto. De aquí que “la cautiva”, como entidad interna, pueda ser experimentada tanto personalista como transpersonalmente a nivel subjetivo, al igual que pueda experimentarse personalista y transpersonalmente en tanto entidad femenina exterior. Una interpretación personalista no es más idéntica con el nivel objetivo de lo que lo es una interpretación transpersonal con el nivel subjetivo. El mito, al ser una proyección del inconsciente colectivo transpersonal, retrata eventos transpersonales, y, ya sea interpretado objetiva o subjetivamente, en ningún caso será adecuada una interpretación personalista. Más aún, la interpretación subjetiva que ve el mito como un evento psíquico transpersonal es, en vista de los orígenes del mito en el inconsciente colectivo, mucho más justa que un intento de interpretarlo objetivamente, esto es, como un evento astral o meteorológico. En consecuencia, el mito del héroe nunca se ocupa de la historia privada de un individuo, sino siempre de algún evento prototipo y transpersonal de significación colectiva. Incluso los rasgos cuasipersonales poseen un significado arquetípico, a pesar que los héroes individuales, sus destinos y los objetivos de sus respectivas luchas contra el dragón aparenten diferenciarse unos de otros. Nuevamente, inclusive cuando interpretamos la lucha y su meta subjetivamente, como un proceso que sucede al interior del héroe, se trata en realidad de un proceso transpersonal. Aunque aparezcan como eventos interiores, la victoria y transformación del héroe son válidas para toda la humanidad; ellas existen para nuestra contemplación, para ser vividas en nuestras propias vidas, o al menos para que volvamos a experimentarlas. Mientras que la moderna historiografía, con su sesgo personalista, se inclina a presentar los eventos colectivos en la vida de las naciones y de la humanidad como dependientes de los caprichos personalistas de monarcas y líderes, el mito refleja la realidad transpersonal existente detrás de los eventos singulares que ocurren en la vida del héroe. En un gran número de mitos el objetivo de la lucha que enfrenta al héroe y al dragón
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es el rescate de una cautiva del poder de un monstruo. Este monstruo es arquetípicamente un dragón, o, donde los elementos personalistas y arquetípicos están entremezclados, es una bruja o un mago, o, en versión personalista, un padre malvado o una madre malvada. Hasta aquí hemos tratado de interpretar la lucha contra el dragón como un encuentro con el arquetipo madre-padre. Aún resta por aclarar la relación de la cautiva y el tesoro con los poderes guardianes simbolizados por el dragón de dos caras, así como explicar qué significa la meta para el héroe. Al final, la cautiva siempre se casa con el héroe; la unión con ella es el resultado esencial de las luchas contra el dragón que encontramos en todo el mundo. Los antiguos ritos de fertilidad y los rituales subyacentes a todos los festivales de primavera y de año nuevo, conforman el prototipo de culto del cual el héroe es un segmento. La derrota de monstruos y enemigos es la condición previa de la triunfal unión del joven rey héroe con la Diosa Tierra, quien mágicamente restaura la fertilidad del año. La liberación y la obtención de la cautiva a través de la lucha contra el dragón es una ramificación de este antiguo ritual de la fertilidad. Ya hemos tratado el desarrollo de la masculinidad del héroe en su lucha contra el dragón, y la derrota de la Madre Terrible que es idéntica a éste. La liberación y la obtención de la cautiva conforman una etapa más en la evolución de la conciencia masculina. La transformación por la que pasa el varón en el curso de la lucha contra el dragón incluye una modificación en su relación con lo femenino, expresado simbólicamente en la liberación de la cautiva del poder del dragón. En otras palabras, la imagen femenina se libera de las garras de la Madre Terrible, un proceso conocido en Psicología Analítica como la cristalización del ánima a partir del arquetipo de la madre. La unión del hijo adolescente con la Gran Madre es seguido por una fase de desarrollo en la cual un varón adulto se une a una compañera femenina de la misma edad y condición en el hieros gamos. Sólo ahora es lo suficientemente maduro como para reproducirse. Ya no es más el instrumento de una supraordinada Madre Tierra, sino que, como padre, asume el cuidado y la responsabilidad de su descendencia, y, habiendo establecido una relación permanente con una mujer, funda una familia como núcleo de toda sociedad patriarcal, y más allá de ésta la dinastía y el Estado. Con la liberación de la cautiva y la fundación de un nuevo reino, comienza la época patriarcal. Aún no es patriarcal en el sentido de que la mujer sea subyugada, sólo en el sentido de que el varón ejerce control independiente sobre sus hijos. Que la mujer comparta el control o que el hombre se arrogue este poder, tal como sucede en la forma tiránica de patriarcado, es de importancia secundaria comparado al hecho de que el gobierno autocrático de la madre sobre su descendencia ha llegado a su fin. Anteriormente habíamos hablado del temor inmemorial del hombre hacia la mujer, que aparece tan pronto como él deja de ser infantilmente dependiente de la Buena Madre que le proporciona todo lo que necesita y se convierte en una entidad separada.231 Esta separación es natural y necesaria. Es decir, hay más tendencias en el interior que buscan
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la autoemancipación que las tendencias del exterior que requieren y refuerzan esta emancipación. Ningún torvo padre roba al infante de brazos de su madre; incluso si esto sucediera, siempre se tratará de una proyección de una autoridad interna, “celestial” que insiste en la autoemancipación del Yo, la misma que, bajo la forma del padre, exhorta al héroe a luchar. El temor juvenil de la Gran Madre y la beatífica rendición del infante a la Buena Madre urobórica constituyen formas elementales en que lo masculino experimenta lo femenino, pero no deben ser los únicos con miras a desarrollar una verdadera relación hombre-mujer. El hombre permanece en estado infantil en la medida que sólo ame en la mujer a la madre generosa. Y si siente temor de la mujer en tanto vientre castrador, él nunca se juntará con ella ni se reproducirá. Lo que el héroe mata es sólo el lado terrible de lo femenino, y lo hace con la finalidad de liberar el lado fructífero y placentero con el cual ella se une a él. Esta liberación del elemento positivo femenino y su separación de la aterradora imagen de la Gran Madre, significa la liberación de la cautiva y el asesinato del dragón bajo cuya custodia ella languidecía. La Gran Madre, hasta ahora la forma única y dominante bajo la cual la mujer era experimentada, es asesinada y derrocada. El presagio de este proceso en mitología, la transformación de la Madre Terrible, ha sido descrito por Kees232 bajo el tema de la “pacificación de la bestia de rapiña”,233 a pesar que no toma en cuenta las conexiones aquí consideradas. Kees escribe: La pacificación de las fuerzas hostiles en la bestia de rapiña, tal como hemos visto que sucede en la domesticación mágica de las fuerzas perjudiciales de las “venenosas” deidades de la naturaleza, y sobre todo en la conquista de la cobra Uraeus como diadema real de Buto, es una contribución característica del pensamiento humano a la época histórica. En realidad, la domesticación de las deidades terribles data de la época prehistórica de la mitología, como cuando la egipcia Hathor es pacificada y su “cólera” apaciguada con la ayuda de la danza, la música y el licor embriagador; o cuando Bast, la forma amistosa de la diosa leona Sekhmet, se transforma en la diosa de la curación y sus sacerdotes se convierten en médicos. En la mitología egipcia, sin embargo, este desarrollo pronto alcanza un nivel más elevado: Ahora el milagro que sucede es que la brutal diosa deja de lado su naturaleza y, en tanto “hermana buena” de su pareja divina, se transforma en una mujer humana. Aquí la transformación de lo femenino terrible aún tiene lugar en el plano divino, cuyo mejor ejemplo es Thoth, el dios de la sabiduría, quien se encarga de pacificar a Tefnut,234 otra terrible diosa leona. Pero en el mito del héroe, donde la acción se desplaza al plano humano, el objetivo de la transformación y liberación de lo femenino es asignado al héroe.
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Como la cautiva, ella ya no aparece más como un poderoso arquetipo transpersonal, sino como una criatura humana, una compañera con la cual el hombre puede unirse personalmente. Más aún: ella es algo que exige ser rescatado, liberado y redimido; ella demanda que el hombre demuestre su virilidad, ya no simplemente como el portador del instrumento fálico de fertilización, sino más bien como una potencia espiritual, un héroe. Ella espera de él fortaleza, astucia, ingenio, emprendimiento, bravura, protección y disposición para luchar. Las demandas que le plantea a su rescatador son muchas. Éstas incluyen la apertura de calabozos, la liberación de los poderes mágicos y mortíferos tanto paternos como maternos, arrasar con los matorrales espinosos y los obstáculos llameantes de la inhibición y la ansiedad, liberar la femineidad que duerme o que está encadenada, la solución de acertijos y juegos de adivinanzas en una batalla de inteligencias, y el rescate de la triste depresión. Pero siempre la cautiva a ser liberada es personal y de allí que constituya una posible compañera para el hombre, mientras que los peligros que él debe superar son fuerzas transpersonales que, hablando objetivamente, retienen a la cautiva o, subjetivamente, estorban en el héroe su relación con ella. Junto a estos mitos de rescate y mitos de asesinato de dragones hay otros en lo cuales el héroe mata al monstruo con la ayuda de una figura femenina amistosa. En estas series, la mujer –Medea, Ariadna, Atenea, por ejemplo- es activamente hostil hacia el dragón del arquetipo de la madre devoradora. Estos mitos nos muestran el aspecto de hermana y el lado amable y servicial de la mujer, que está presente hombro a hombro como amada, colaboradora y compañera, o como lo Eterno Femenino que lo conduce hacia la redención. Los cuentos de hadas prestan particular atención al aspecto servicial de estas figuras que ayudan al héroe en tiempos de peligro, dispuestas conmovedoramente a sacrificarse por él y a amarlo con un amor puramente humano, cuyas particulares características complementan las de él. No es accidental que Isis tuviera múltiples aspectos, y que no sólo fuera la mujer de Osiris, sino también la madre que lo hizo renacer, así como su hermana. El aspecto de hermana en una relación hombre-mujer es aquella parte que señala el elemento humano que existe en común; en consecuencia, le proporciona al hombre una imagen de la mujer que está próxima a su Yo y que a ojos de su conciencia es más amistosa que el lado sexual. Es una forma de relación típica, no una real. Madre, hermana, esposa e hija son los cuatro elementos naturales presentes en toda relación entre los hombres y las mujeres. Estos no sólo difieren tipológicamente, sino que cada uno ocupa un lugar legítimo en el desarrollo –y mal desarrollo- del individuo. En la práctica, sin embargo, estos tipos básicos pueden presentarse mezclados; por ejemplo, algunos rasgos maternales o conyugales pueden estar presentes en las relaciones entre un hombre y su hermana. Pero el asunto importante es que la hermana, la imagen femenina del alma que aparece de manera personalista como Electra y transpersonal como Atenea, es un ser espiritual, que representa a lo femenino como un individuo separado y autoconciente que es bastante diferente del aspecto femenino-colectivo de las “Madres”.
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Una vez que el lado ánima-hermana ha sido experimentado a través del rescate de la cautiva, la relación hombre-mujer puede desarrollarse sobre la totalidad de los campos de la cultura humana. La cautiva liberada no constituye simplemente un símbolo de las relaciones eróticas del hombre en el sentido estrecho del término. El objetivo del héroe es liberar, a través de ella, la relación viva con el “tú”, con el mundo en toda su extensión. La psicología primitiva del hombre se caracteriza por una tendencia de la libido a activar los lazos familiares incestuosos, algo que Jung ha denominado “libido de parentesco”.235 Es decir, el estado original de participation mystique en el uróboros se expresa a sí mismo como la fuerza de la inercia que mantiene al hombre fijado a los lazos familiares más antiguos e íntimos. Estos lazos familiares son personalistamente proyectados sobre la madre y la hermana; y el incesto simbólico con ellas, cuyas raíces se sitúan en el uróboros, está por lo tanto marcado por una “femineidad inferior” que encadena al individuo y a su Yo al inconsciente. Con el rescate de la cautiva el héroe se libera a sí mismo de la esclavitud a la endogámica libido de parentesco y avanza hacia la “exogamia”: la conquista de una mujer fuera de la familia o la tribu. El aspecto de “heteroginia” del ánima siempre tiene el carácter de “femineidad superior”, porque el ánima-hermana, ya sea como la cautiva que aguarda a ser liberada o como la ayudante, está relacionada con la masculinidad superior del héroe, esto es, con la actividad de su conciencia del Yo.236 La experiencia de la cautiva y ayudante delimita, dentro del amenazante y monstruoso mundo del inconsciente que presiden las Madres, un espacio de silencio donde el alma, el ánima, puede tomar forma como la contraparte del héroe y como complemento de su conciencia del Yo. Aunque la figura del ánima también tiene características transpersonaes, ella está más próxima al Yo, y el contacto con ella no sólo es posible sino que además es la fuente de toda fecundidad. La familiaridad con este aspecto “superior” de la mujer ayuda al hombre a superar su terror hacia el vientre castrante y con colmillos, la Gorgona que le impide el ingreso al vientre receptivo y creativo de una mujer real. Junto a la figura de Sophia-Atenea, lo “Eterno Femenino”, también encontramos a la princesa cautiva, que no sólo impulsa al héroe “hacia arriba y adelante”, sino también “al interior” de ella, transformando de esta manera al joven imberbe e inexperto en su amo y señor. En este sentido, la cautiva –Ariadna, Andrómeda, etcétera- es ante todo la amada, Afrodita. Pero esta Afrodita ya no es más el océano primordial que simboliza a la Gran Madre, por cuanto ha surgido de éste, del cual lleva consigo sus marcas en forma alterada. No podemos profundizar en los numerosos aspectos de ánima de la princesa cautiva y de sus respectivas relaciones con la Gran Madre; suficiente es decir que el héroe se une con la mujer que ha liberado, y funda un reino con ella. El rito del matrimonio deriva del rol que desempeñaba el rey en el antiguo ritual de fertilidad. La unión de la Diosa Tierra con el dios-rey se convierte en el prototipo del matrimonio, y sólo con la institucionalización de este ritual simbólico es que el
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acto de unión sexual, repetido infinitamente durante millones de años, comienza a ser comprendido concientemente. Recién ahora se vuelve evidente, como ideal y como hecho factual, que la hasta aquí inconsciente unión, previamente regulada sólo por el instinto, tiene un significado. Su vínculo con lo transpersonal le proporciona a una ocurrencia natural el significado solemne de un acto ritual. De este modo, el rescate de la cautiva por parte del héroe se corresponde con el descubrimiento de un mundo psíquico. Este mundo es de tan vasta extensión como el mundo de Eros, que abarca todo lo que el hombre ha hecho por la mujer, todo lo que ha experimentado y creado por ella. El mundo del arte, de las hazañas épicas, la poesía y la canción que giran en torno a la cautiva liberada, se despliegan como un continente virgen que se ha separado del mundo de los Primeros Padres. Grandes porciones de la cultura humana, y no tan sólo el arte, surgen de esta interacción y contraposición de los sexos, o mejor dicho, de lo masculino y lo femenino. Pero el simbolismo asociado con el rescate de la cautiva va aún más allá, ya que, con la liberación de la cautiva, una parte del mundo extraño, hostil y femenino del inconsciente entra en alianza amistosa con la personalidad del hombre, por no decir con su conciencia. La personalidad se forja en gran medida a través de actos de introyección: contenidos que antes fueron experimentados en el exterior son llevados al interior. Dichos “objetos externos”, así como pueden ser contenidos del mundo objetivo exterior, esto es, cosas y personas, también pueden ser contenidos del mundo psíquico de objetos del interior. En este sentido, la liberación de la cautiva y el desmembramiento del dragón significan no sólo un “análisis” del inconsciente, sino también su asimilación, con el resultado de la formación del ánima como una autoridad al interior de la personalidad. (Cf. Parte II.) Es un tremendo paso adelante cuando un elemento femenino, el “aspecto de hermana” –intangible pero muy real- puede ser añadido a la masculina conciencia del Yo como “mi amada” o “mi alma”. La palabra “mi” delimita en el territorio anónimo y hostil del inconsciente una región que es sentida como peculiarmente de “mi” propiedad, como perteneciente a “mi” personalidad particular. Y aunque es experimentada como femenina y por lo tanto “diferente”, posee una afinidad electiva con el Yo masculino que sería impensable con respecto a la Gran Madre. La lucha contra el dragón está correlacionada con diferentes fases del desarrollo ontogénetico de la conciencia. Las condiciones de la lucha, su objetivo y también el periodo en el que tiene lugar, varían. Ocurre durante la fase infantil, durante la pubertad y con el cambio de la conciencia en la segunda mitad de la vida, en aquellos momentos cuando ocurre un renacimiento o un cambio de orientación de la conciencia. La cautiva es el “nuevo” elemento cuya liberación hace posible un paso más en el desarrollo. Las pruebas de masculinidad y los exámenes de estabilidad del Yo, poder de voluntad, bravura, conocimiento del “cielo”, entre otros, que le son demandados al héroe, encuentran sus equivalentes históricos en los ritos de pubertad. Al igual que el problema de los Primeros Padres se resuelve mediante la lucha contra el dragón, que a su vez es seguido
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por el encuentro del héroe con la mujer como su compañera y su alma, del mismo modo, a través de la ceremonia de iniciación, el neófito es separado de la esfera parental y se convierte en un joven apto para contraer matrimonio y capaz de fundar una familia. Pero lo que ocurre en el mito y en la historia también ocurre en el individuo, y sobre la base del mismo determinismo arquetipal. El elemento central de la psicología de la pubertad es el síndrome de la lucha contra el dragón. Una y otra vez el fracaso en la lucha contra el dragón, esto es, la implicación en el problema de los Primeros Padres, demuestra ser el problema central para los neuróticos durante la primera mitad de la vida y la causa de su incapacidad para establecer relaciones con una pareja. Los aspectos personales de esta situación, una pequeña parte de la cual ha sido formulada psicoanalíticamente como el personalista complejo de Edipo, son meros aspectos superficiales del conflicto con los Primeros Padres, esto es, con los arquetipos parentales. Y en este proceso, no sólo el hombre, sino también la mujer, tal como se puede comprobar por todas partes, tienen que “matar a los padres” y acabar con la tiranía de los arquetipos parentales. Sólo matando a los Primeros Padres puede encontrarse un camino para solucionar el conflicto en la vida personal. Quedarse atascado en este conflicto y ceder a su fascinación es característico de un gran número de neuróticos, y también de cierto tipo espiritual de hombres cuyas limitaciones descansan precisamente en el fracaso para dominar la psique femenina en su lucha contra el dragón. En tanto el conflicto con los Primeros Padres ocupe el primer plano, la conciencia y el Yo permanecen enraizados en el círculo mágico de esta relación. Si bien este círculo es de extensión casi infinita, y si bien la lucha en su interior constituye la lucha contra las fuerzas primarias de la vida, lo cierto es que la actividad del individuo que se confina en este círculo fundamental adquiere características esencialmente negativas. Él es la víctima de sus propios aislamiento y retiro. Las personas que se quedan atascadas en estas fuerzas primarias, los Primeros Padres, permanecen en “la retorta”, como dicen los alquimistas, y nunca alcanzan el estado de la “piedra roja”. El hecho de que hayan fracasado en rescatar y redimir el lado femenino de ellos mismos, a menudo se expresa psicológicamente en una intensa preocupación por los universales y en la exclusión del elemento humano y personal. Su preocupación heroica e idealista por la humanidad carece en gran medida de la autolimitación del amante, quien se adhiere con presteza a lo individual, y no exclusivamente a la humanidad y el universo. Todas las figuras redentoras y salvadoras cuyas victorias no alcanzan para rescatar a la cautiva, que no se han unido sacramentalmente con ella, y que por tanto no han fundado un reino, levantan sospechas desde el punto de vista psicológico. Su manifiesta falta de relaciones femeninas se ve compensada por fuertes ataduras inconscientes a la Gran Madre. La no liberación de la cautiva se expresa a sí misma como el continuo dominio de la Gran Madre237 bajo su aspecto mortífero, y el resultado final es la alienación con respecto al cuerpo y a la tierra, odio hacia la vida y negación del mundo.
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A pesar de la extraordinaria importancia que tiene la cautiva para el desarrollo de la conciencia, en los mitos no encontramos ninguna caracterización en particular de ella como individuo, lo que es consistente con la naturaleza del ánima. Es sólo la conexión de la cautiva con “el tesoro difícil de alcanzar” lo que revela su naturaleza, ya que la cautiva es el tesoro, o algo relacionado con éste. El tesoro está investido de propiedades mágicas: quien lo encuentra obtiene el poder para cometer brujería, satisfacer deseos, volverse invisible e invulnerable, cambiar de forma, tener revelaciones, conquistar el espacio y el tiempo, o convertirse en inmortal. Constantemente encontramos opiniones que afirman que el tesoro mágico no es más que la recrudescencia de “pensamientos fantasiosos infantiles” y que las facultades adquiridas sólo son ideas ilusorias. Parecería ser algo propio de lo que Freud llamó posteriormente “el soberano poder del pensamiento”, una expresión que desde entonces se ha vuelto muy popular. Con ella Freud aludía a la presunta peculiaridad de las naturalezas infantiles y primitivas de creer en que los deseos y pensamientos eran efectivos, esto es, reales. Aquí también Jung realizó descubrimientos de fundamental importancia en su Psicología de lo Inconsciente, aunque en esa época tomó buena parte del material en el estrecho sentido psicoanalítico y sólo pudo rectificarlo posteriormente en sus Tipos Psicológicos. Esto se aplica fundamentalmente para la introversión, el retraimiento hacia el interior de la libido, que requiere una interpretación a nivel subjetivo. Pero, antes de que reconociera que la introversión y la extraversión eran actitudes igualmente legítimas, Jung mismo interpretó la introversión reductivamente y la entendió erróneamente como un fenómeno arcaico y regresivo, esto es, como una recaída en un modo primitivo de funcionamiento. Esta visión resulta aún más evidente cuando Jung interpreta “el precioso objeto difícil de obtener” como masturbación, particularmente cuando el objeto de la lucha del héroe es el robo del fuego.238 En primer lugar no queda del todo claro por qué, si la masturbación es el objeto precioso, deba ser tan “difícil” conseguirlo, especialmente cuando el psicoanálisis afirma que se trata de una etapa perfectamente natural en la sexualidad infantil. Una afirmación tal raya en lo paradójico cuando la cautiva surge en conexión con este objeto precioso. Como siempre, el psicoanálisis ha detectado un aspecto esencial de la situación mitológica. Estaba en lo correcto cuando vio los hechos como simbólicos, pero los interpretó en sentido personalista y por tanto erróneamente. En tanto el objeto difícil de conseguir, la masturbación debe considerarse en conexión con el robo del fuego como un símbolo de generación creativa,239 en cuyo sentido posee correspondencias notables con la producción del fuego por frotación y también con la inmortalidad, el renacimiento y el autodescubrimiento.240 Y de hecho, si la liberación de la cautiva y la obtención del tesoro descargan un flujo de productividad en el alma, causando que el individuo se sienta, en su acto creativo, semejante a los dioses, entonces no hay por qué maravillarse de que la mitología trate tan apasionadamente el símbolo del tesoro. Con respecto a los mitos de creación habíamos señalado que el interrogante infantil acerca de “de dónde proviene la vida” está ligado con el tema de los padres y con la naturaleza
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del nacimiento y la generación. Habíamos encontrado que las interpretaciones personalistas y las explicaciones que sólo toman en cuenta la sexualidad eran inadecuadas, algo que es verdad también en el presente contexto. De igual modo que el niño está preguntando acerca de los “Primeros Padres” de todo lo que vive, aquí no se trata de masturbación, sino de los poderes creativos y autogenerativos del alma. La humanidad no es infantil y no se le deben atribuir quimeras. A pesar de las idiosincrasias de la naturaleza humana, una forma de pensamiento puramente ilusoria, incluso en el caso del hombre primitivo, está en contraste flagrante con su genio adaptativo y su sentido de realidad, a los cuales les debemos todos los inventos elementales que hicieron posible la civilización. Por poner un ejemplo, la conexión mágica entre la representación ritual de la muerte de un animal en el arte paleolítico y su muerte en la realidad no es “real” –esto es, no la “produce”en la forma que posiblemente el hombre primitivo pensó que la producía. Nosotros, con nuestro modo lógico de pensar, primero entendemos este obrar mágico en términos de causalidad, y luego declaramos que dicha causalidad no existe. Pero el hombre primitivo experimenta el efecto mágico de manera diferente, y más correctamente. En cualquier caso, el efecto de la matanza pictórica sobre el animal real no es el efecto del “pensamiento”, de modo que hablar del “soberano poder del pensamiento” es extremadamente problemático. Podemos establecer como hecho científico que el rito no consiste en buscar un efecto objetivo sobre el animal; pero esto no quiere decir que el rito mágico sea por lo tanto ilusorio, infantil y simple quimera. El efecto mágico del rito es un hecho fáctico, y de ningún modo quimérico. Además produce efectos, tal como lo suponía el primitivo, sobre su esfuerzo de caza, sólo que el efecto no procede vía el objeto sino vía el sujeto. El rito mágico, al igual que todas las magias y, de hecho, todas las intenciones superiores, incluyendo aquellas de la religión, actúa sobre el sujeto que practica la magia o la religión, mediante la alteración y el mejoramiento de sus habilidades para realizar ciertos actos. En este sentido el resultado de la acción, ya se trate de caza, guerra u otra cualquiera, depende objetivamente y en el más alto grado del efecto del ritual mágico. Fue mérito del hombre moderno realizar el descubrimiento psicológico de que el factor operante en la magia es “la realidad del alma” y no la realidad del mundo. Originalmente la realidad del alma fue proyectada hacia el exterior, hacia una realidad externa. Incluso hoy, las oraciones para obtener la victoria son consideradas comúnmente no como una alteración interna de la psique, sino como un esfuerzo por influenciar en Dios. Exactamente de la misma forma, la caza mágica fue experimentada como un esfuerzo de influenciar en la presa, y no como una influencia sobre el cazador. En ambos casos nuestro culto racionalismo malinterpreta la magia y la oración como quimeras, muy orgulloso de que su ciencia haya establecido que el objeto no puede ser influenciado. En ambos casos esto es erróneo. Un efecto que procede de la alteración en el sujeto es objetivo y real. La realidad del alma es una de las experiencias básicas y más inmediatas de la humanidad; impregna la totalidad de la visión de la vida del hombre primitivo, naturalmente sin que
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esté al tanto de que se trata de una experiencia interna. El principio animador del mana, el efecto de la magia, la eficacia mágica de los espíritus, y la realidad de las ideas colectivas, sueños y tribulaciones están todas gobernadas por las leyes de esta realidad interior que la moderna psicología profunda está tratando de llevar a la superficie. No debemos olvidar que el descubrimiento del mundo exterior, objetivo, es un fenómeno secundario, el resultado del esfuerzo de la conciencia humana por conseguir, con infinito trabajo y con la ayuda de los instrumentos y abstracciones de la ciencia moderna, aprehender al objeto en cuanto tal, independientemente de la realidad fundamental del hombre: la realidad de la psique. Pero el hombre de los orígenes se relacionaba sobre todo con esta realidad fundamental de las dominantes psíquicas, arquetipos, imágenes primordiales, instintos y patrones de conducta. Esta realidad es el objeto de su ciencia; y los esfuerzos que realizaba por lidiar con ella en sus cultos y rituales eran tan exitosos en controlar y manipular las fuerzas internas del inconsciente, como lo son los esfuerzos del hombre moderno en controlar y dominar las fuerzas del mundo físico. Este descubrimiento de la realidad de la psique se corresponde mitológicamente con la liberación de la cautiva y con el desenterramiento del tesoro. Los primordiales poderes creativos de la psique, que en los mitos de creación están proyectados sobre el cosmos, ahora son experimentados a nivel humano, como parte de la personalidad del hombre, como su alma. Sólo ahora el héroe se humaniza, y sólo a través de este acto de liberación es que los procesos transpersonales del inconsciente se convierten en procesos psíquicos al interior de una persona humana. Al liberar a la cautiva y al conseguir el tesoro, el hombre obtiene la posesión de los tesoros de su alma, los que no son tan sólo “deseos”, esto es, imágenes de algo que no tiene pero que quisiera tener, sino posibilidades, esto es, imágenes de algo que puede tener y que debería tener. El objetivo del héroe, que es “despertar las imágenes que duermen y que pueden y deben provenir de la noche, para proporcionarle al mundo un rostro mejor”, está bastante lejos de la “masturbación”. Consiste en una preocupación por uno mismo, un permitir que la corriente de la libido se dirija hacia el interior, sin acompañante o pareja –una especie de autofertilización masturbatoria a la manera urobórica-, que por sí mismo hace posible el proceso creativo de palingenesis psíquica o autonacimiento. La realidad de toda cultura, la nuestra inclusive, consiste en la actualización de estas imágenes que descansan adormecidas en la psique. Todas las artes, religiones, ciencias y tecnologías, todo lo que alguna vez se ha hecho, hablado o pensado, tiene su origen en este centro creativo. Los poderes autogeneradores del alma constituyen el secreto verdadero y final del hombre, en virtud de los cuales está hecho a semejanza de Dios creador y se distingue de todas las demás criaturas vivas. Estas imágenes, ideas, valores y potencialidades del tesoro escondido en el inconsciente, el héroe las lleva a la vida y las realiza bajo diferentes apariencias –salvador y hombre de acción, vidente y sabio, fundador y artista, inventor y descubridor, científico y líder. Parece ser un hecho muy bien establecido que el problema de la creación descansa en el
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