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EDITORIAL

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GR10-XTREM

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TIEMPO DE ULTRAS

La larga distancia se ha vuelto una obsesión: la mente va más allá de las posibilidades físicas del cuerpo. Hace poco, mientras trabajaba en una carrera para publicar un reportaje en TRAIL, rescaté a una chica que había decidido abandonar. Sus palabras denotaban una manera de ver el trail y la obsesión por ir más allá: con poco más de un año corriendo, ya había particpado en más de cinco ultras de más de 100 kilómetros. ¿Por qué? Quiero pensar que la larga distancia contiene relato épico, y por ello atrae, pero también porque es sinónimo de libertad, de libertad tutelada por una organización, recorriendo tanta distancia como nos sea posible con nuestras propias piernas.

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No obstante, puede existir una razón más profunda y espero que sea capaz de explicarla en las palabras que siguen. La larga distancia se traduce en horas y, como tal, se convierte en un pedazo de vida. Se trata de una experiencia vital donde uno se encuentra inmerso en sus pensamientos, dolores y euforia sin entrever el fin, como la vida misma, hasta que atisba la meta. Aquel montón de horas se prolonga de manera inacabable, aunque no eterna; se tiene una conciencia relativa del tiempo, paso a paso, zancada a zancada, especialmente cuando cae la noche o las inclemencias amenazan. En este sentido, la ultradistancia trasciende la dimensión de lo puramente deportivo: ya no se trata de correr, sino de vivir. En la ultradistancia, y aunque suene tópico, uno crece y se crece. Y este canto de sirena, seductor, lleva a muchos y muchas a caer en sus garras, a quedar atrapados, a salir airosos o, al contrario, a fracasar. La caída es una caída al infierno personal si quien ha llegado abducido por un reto consigo mismo no ha conseguido lograrlo.

La larga distancia hay que consumirla como toca, beberla a pequeños sorbos, paladearla y escoger aquella que más combine con nuestro carácter, perfil y sentimientos. Los atracones y empachos llevan a la intolerancia y hasta la alergia crónica. Está claro que la larga distancia es una experiencia personal, unipersonal e intransferible. Por mucho que se explique y se comparta, no existen matices tan finos para expresar lo vivido. Cada uno conserva en su más profunda intimidad un fragmento de carrera, un tramo del camino, un momento de luz asociado a una canción, un olor o un sonido. De esta combinación de sentidos se llama sinestesia. Pura poesia para los más sensibles.

Pero la ultradistancia puede cobrar también una dimensión colectiva al interactuar con desconocidos, al acoplar ritmos y cruzar palabras. Es un viaje como tal; la vida misma condensada en un puñado de horas.

La primavera llega y con ella, las primeras ultras. O al revés. Ahora toca descorchar esta estación, paladearla y encontrar todos sus matices haciendo kilómetros por el monte. Hay que saber que la larga distancia pasa factura: es una auténtica agresión para articulaciones y organismo en general, con lo que es aconsejable consumirla con moderación.

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