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VIII.- Relatos de la 263

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Me llamo Praxedis, tengo 35 años y soy vegetariano. Hace un mes me trajeron a la ciudad y hace tan sólo 14 días estoy en esta cama, la 263 del hospital. El lento goteo del suero me retumba en la cabeza, es como un reloj gigante, cuyas manecillas nunca paran, lo escucho día y noche; al fondo el concierto simultáneo de lamentos de mis camaradas de piso. Los labios de mis familiares se mueven pero ya no alcanzo a escuchar lo que me dicen. Mi güera, como las grandes guerreras no dan un paso atrás, mi hija viene en camino a despedirse. Los ojos ya no responden, son como faros de ornato en la niebla. Al tacto todo parece igual, frío y sin vida, mis manos extrañan el bastidor y ya no huele a tinta ni solventes; todo me sabe a unicel. Pero es viernes y ya nos vamos a casa, juntos. Es hora de cenar con la familia. Por la noche me dan unas ganas incontrolables de contar del 1 al 40 ¡ya por favor! Es hora de salir de viaje, me desespera seguir aquí, me urge brincar al otro lado. Veo el camino de las flores de cempazúchitl, solo quiero reposar la mirada en el horizonte, es 13 de octubre, voy a cerrar depacito los ojos, justo cuando nadie se dé cuenta; gracias por las atenciones, por la mañana no me esperen para almorzar. De nada sirve que me detengan, los rezos y los remedios caseros son inútiles, mejor hagan una fiesta está noche, allí estaré pero no podrán verme, solo puede hacerlo éste perro solidario que puede transitar por las dos dimensiones. Donde estén, siempre estaré en forma de partículas fosforescentes que inundarán sus corazones.

Lamento no haberles dicho antes lo tanto que los quiero, pero los quiero siempre mucho.

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No saben cuánto.

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