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V.- La comida (para teatro
V La Comida
El primer día que comí solo no sabía qué hacer, por dónde empezar, a dónde ir o qué ordenar. Confirmé que la comida es una institución social que constituye un ritual de fortalecimiento en las relaciones entre los humanos. La comida no “es”, más bien “significa”, simboliza y representa el estado que guarda una relación entre individuos o entre agregados de individuos. La comida supone la participación de personas que comparten lazos de afecto o de interés previamente acordados, empero, al mismo tiempo establece criterios de autoridad, jerarquía o dominación. Así pues, me vino a la mente el ritual básico de una comunidad patriarcal falocentrista: al invitar un hombre a una mujer a comer con fines románticos, el objetivo preponderante es halagar a la otra persona, permitiendo que sea ella quien elija el lugar y el platillo, pero siempre bajo el entendido de que él es quien la invita y eso sugiere que por cortesía ella no pagará la cuenta. Aceptar esta maqueta de vinculación es aceptar que el resto de los ámbitos de interacción funcionaran bajo el mismo precepto. Caso contrario al tradicional ejemplo anterior, es el de las parejas modernas quienes juntos compran los ingredientes, en coordinación los cocinan, en sincronía los sirven y en armonía los consumen y disfrutan. En la evolución asertiva de las relaciones se entiende igualdad de tareas y equidad en el disfrute de los sagrados alimentos. Por su parte, los agregados de individuos entrelazados por vínculos familiares se reúnen alrededor de la comida para reivindicar la pertenencia al grupo y por supuesto, reforzar también la autoridad moral de quien funge como anfitrión. En los casos más comunes, quien ofrece una comida familiar es quien mejores condiciones económicas tiene en ese momento o bien, por reproducción de la pirámide jerárquica se realiza en casa de los miembros más viejos de dicho grupo: los abuelos, en cuyo caso, ese escenario, se deja claro quién es aquél que garantizó la convocatoria a dicha reunión. En el círculo de socialización laboral, la comida puede ser un ejercicio de consolidación en las relaciones entre pares, el cual genera solidaridad orgánica, es decir, empleados con empleados y jefes con jefes. Rompiéndose esta dinámica que garantiza las líneas de mando, sólo los días de cumpleaños en donde se presenta el fenómeno de la movilidad social relámpago, entendida ésta como el momento simbólico en donde por un instante, podemos descender unos y ascender otros, mediante una fugaz coexistencia condescendiente. La comida entre pares es tal vez, el margen de construcción propia, que los individuos tienen para que sin mediar cohesión predeterminada, puedan elegir con quién comer y acordar de mutuo propio, en dónde y qué consumir; el lazo que se revela en la comida de pares es sin duda afectivo, aunque regularmente aparecen destellos de interés que en ese momento no se exacerban, sino por el contrario, se ocultan.
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El primer día que comí solo no sabía qué hacer, por dónde empezar, a dónde ir o qué ordenar. Comer solo, es el momento más crítico que una persona puede experimentar, porque pone de manifiesto la ausencia de vínculos afectivos y pone también en evidencia la no pertenencia a estructuras sociales elementales como lo son: la pareja, la familia, el trabajo, los amigos, etc. El preciso instante en el que este evento se produce, constituye de por sí un estigma que quedará grabado en el subconsciente del individuo por el resto de sus días. La simple idea de comer solo, deambula por tu cerebro noches enteras, se alimenta del vacío que genera y escudriña en cada rincón de tu mente para colocar cartuchos de dinamita. Se esconde entre pretextos y justificaciones, pero al final allí estás, sentado, solo, mirando a los ojos al mesero con quien finges ser amable para establecer un vínculo falso, pero que te sostenga en la realidad, aunque sea colgado de un clavo ardiendo. Es importante señalar que si este evento se repite sistemáticamente, puede generar daños psicológicos irreversibles, como la abstracción de la realidad, la neurosis, la irritabilidad e incluso, la demencia. Es por eso que aún a los enfermos, las personas en situación de calle, los presos, los peores delincuentes, los corruptos y los asesinos, buscan comer en compañía de alguien que los ate a la realidad. Los afectados mentalmente, por su parte, pueden comer solos a diario sin ningún tipo de crisis pues han pasado a un estado mental de ausencia. El primer día que comí solo no sabía qué hacer, por dónde empezar, a dónde ir o qué ordenar. Esa tarde, increíblemente no tenía con quién comer, lo cual puso en alerta mi radar sociológico; rápido entendí que mis vínculos sociales y afectivos habían sufrido un daño colateral severo, producto de mi actividad profesional. Me encontraba no en un bote ni en una lancha, estaba sentado en la cámara de una llanta naufragando en medio del océano. En el mapa que portaba en el bolsillo ya se había borrado la silueta de mi esposa, las islas familiares se enojaban lejos y abandonadas pues nunca las visité con frecuencia, mi tripulación muerta y algunos saltaron al agua para tratar de salvar la vida, pero en general, todos sin futuro y sin aliento. Una vez asumida mi condición y mi contexto, me pregunté: ¿Qué es lo que realmente me gusta comer? No “lo que hay”, no “lo que halague”, no “lo que impresione”, no “lo que decidimos juntos”. Ahora que puedo cerrar los ojos y mirar al fondo de mi corazón, me pregunto: ¿Qué demonios me gusta comer realmente? Y fue en ese instante que entendí que también estamos hechos a base de lo que vamos perdiendo en la vida, el vacío es parte fundamental de la escultura como el silencio lo es de la melodía. Lo más importante es tener claro que de la base del tronco a la punta de la copa hay exactamente la misma distancia que de la base del tronco a la punta de la raíz más profunda, y eso es porque también somos lo que hemos ganado, y lo que hemos ganado no está en la superficie, está debajo de la tierra, en nuestras raíces.
A las hojas las puede arrancar de la rama un ventarrón, pero no hay terremoto o tsunami que separe al tronco de sus raíces. Es por ello que decidí organizarme un día muy especial, en honor a lo que soy; me puse a trabajar en ello toda tarde, para poder comer solo, antes de que cayera el sol. Hoy es el primer día que como solo y me encuentro muy conmovido porque he logrado reunir en poco de tiempo varios de los elementos que me hacen ser humano y ser mexicano. Y así es como llegué a ese crucial momento, con decisión y aplomo; me he sentado a la mesa con mi uniforme militar, las cinco estrellas de mi grado brillan intensamente y las medallas que forran mi camisola, me hacen sacar el pecho de orgullo al recordar que cada contingencia se debe afrontar, jamás correr. He prendido el radio para escuchar la transmisión en vivo del juego de béisbol de la jornada, tal y como encontraba a mi abuelo Felipe todos los miércoles al salir de la escuela. Cada lanzamiento, cada out, cada entrada y cada juego, siempre son una nueva oportunidad para ser mejor persona, respetando al rival y respetándote a ti mismo.
La victoria y la derrota son siempre circunstanciales, pues dependen de muchos factores que no siempre están bajo tu margen de maniobra. Lo que no es circunstancial, es levantarte cada día con él hambre de ser mejor persona, esa hambre cotidiana de lucha te hace invicto, pues jamás pasará por tu mente el concepto de derrota. Me serví en una vajilla de madera que me encanta por cómo suena al chocar entre sí, todo lo contrario al sonido monárquico de la porcelana. Comer en platos de madera con cubiertos de madera es lo que realmente me gusta, me recuerda el olor a frutos exóticos de Panajachel, me recuerda la vista al lago desde Solentiname; me recuerda el murmuro de otros comensales con su castellano perfecto en Chiriquí, afuera del museo de Francisco Morazán y el olor a pupusas de la Puerta del Diablo en El Salvador y por supuesto, reposar la mirada en la piscina del Parque Manuel Antonio y el horno que te hace sudar en San Pedro Sula. Elaboré unas entomatadas a los tres chiles, con la receta secreta que me enseñó mi Lupe en el Mercado 20 de noviembre de Oaxaca, Centro, en donde aprendí que el orden de los factores sí altera el producto y que el bouqué es el alma del sabor. Me permití viajar en el tiempo y volver a ver a los ojos a esa hermosa zapoteca, que me hizo sentir parte de mis ancestros. Acompañé mis recuerdos con moros y cristianos, para poder regresar a lo esencial, sin pretensiones, ni modas ni fusiones, únicamente los granos básicos que siembra, pizca, embolsa y vende nuestra propia gente.
El sudor derramado en el campo es el océano más grande del mundo, deja constancia de la injusticia, la opresión y la vigencia de que una clase existe si, y sólo si, oprime a otra. El viejo Marx tenía razón. Al final, me serví un mate para recordar que lo que te gusta, también se puede tomar solo y amargo. Ya en la sobremesa, como siempre, agradecí a mis cicatrices, que son la prueba fehaciente de que todo realmente sí ocurrió. Acto seguido, desenfundé mi Pietro Beretta, le quite el seguro, la coloqué en mi sien y tire del gatillo; en cámara lenta, el casquillo percutido llego al suelo milésimas de segundo después de mi cuerpo bañado en sangre.
Había terminado de comer solo, provecho.