POLA no. 4
enero 2017
La desobediencia en la provincia Erick Vázquez
La primera gran migración del psicoanálisis describe el trayecto de Freud de Viena a Inglaterra en 1938 por las condiciones adversas del nazismo. Se trataba de un viaje para salvar la vida, y también de una toma de posición por parte del psicoanálisis y del totalitarismo en una mutua hostilidad que en delante habría de definirles con respecto al órgano del oído, es decir, con respecto a la obediencia. Esta migración es muy literalmente un desplazamiento que, como el de Hannah Arendt de Alemania hacia París y luego a Nueva York, definía además de una supervivencia la delineación de una ética. El totalitarismo del nacionalsocialismo no podría tolerar la inmoral propagación de la diversidad de los deseos y el psicoanálisis; en principio, no podría florecer en el medio de una política social declaradamente agresiva a toda expresión de la individualidad ante un programa cultural de Estado. Las cosas cambiaron: el nazismo, por lo menos en su discurso estricto y en poderío militar, fue derrotado, por su parte el psicoanálisis se institucionalizó y estuvo ya preparado para presentar una cara dogmática ante el sistema1. Jacques Lacan apareció para dictar sus extravagantes seminarios en lo que Milan Kundera describió como el evento al que ningún conocido intelectual de Francia, o para el caso de Europa, podía faltar. La historia de cómo llegó y floreció de ahí a la Argentina puede llenar varios tomos desde que se trata en la actualidad de la capital mundial de este movimiento y en particular del psicoanálisis lacaniano (caso curioso que nos obliga a preguntarnos cómo es que esta escuela no sólo logró sobrevivir sino prosperar en las condiciones de una dictadura militar). Tanto para nuestro país como para nuestra ciudad es indiscutible la importancia de esta migración porque de Argentina llegaron como un incendio a la Ciudad de México y de ahí a Monterrey ideas extraordinarias como la sesión de tiempo variable, como la cuestión del deseo del analista, un discurso enrarecido que ante los ajenos no ha dejado de tener el aire de un misterioso culto. El caso es que Monterrey, con su cándido y cruel rostro conservador hasta el desenfreno, junto a su hermana ciudad de Saltillo, presenciaron el espectáculo extraordinario, totalmente inaudito, de seminarios de psicoanálisis lacaniano a los que asistían participantes por los cientos. ¿Cómo fue que tuvo lugar esa reacción que para efectos de convocatoria psicoanalítica podríamos calificar sin duda de masiva? Tengo una pequeña hipótesis: que las condiciones de una moral in1 Primera sesión del Seminario de Jacques Lacan, 18 de noviembre de 1953, en la traducción de V. Kastel y mía para el presente número.
dustrial y sexual en el Monterrey del 1985 al 2005 replicaban exactamente las de la Viena de fin de siglo; la noción de buenas costumbres sumada a una burguesía en franca decadencia, el paso decisivo de un nuevo orden económico más que claro con el cierre de la fundidora. Y después, ahora, todo este furor por el psicoanalista francés —como se le denomina usualmente no sin cierto aire de desprecio—, así como sucedió que entonces se llenaron salones rentados con decenas y decenas de sillas, repentinamente se desvaneció, ¿por qué? Lo que el caro lector puede tener como certeza es que este número de Pola es una consecuencia directa de ese desvanecimiento, y es ahora, cuando por todos lados presenciamos emergente el rostro horrendo de una clamorosa servidumbre voluntaria, que preguntamos de nuevo de qué manera se sigue hablando.
Melissa García Aguirre, Arte acción, autorretrato, 2016. Gorra en venta en la red.