Relatos de la cuarentena 2

Page 1

Relatos de la cuarentena

----2



Jesús Alejandro Flores Robledo Irina Iglesias Liliana Hernández Almazán Alejandro Zertuche Dona Wiseman Amrut Madana Pilar Campo Luis Díaz Flores Mayra Silva Piero Ramos Rasmussen MetAura Elsa Nidia Mauricio Balbuena Laiza Onofre Tania Cardona Adrián Ruiz Sánchez Irma Nydia Lagunas Beltrán Laura Isabel Reyes Solúrzano Carlos Torres Pau Masiques Brenda Guardado Cinthya González Noek Izardui Guadalupe Aidé Rico Cisneros FЯE Manuel Escoguéz Johan Flores Juan Emigdio Pérez Natalia Alejandrina Blanco Lázaro Mayorga Óscar Chavarria Martínez Enrique Villalon Antonio Olvera

Dayana Galicia Gustavo Ángel Hernández Garza Ricardo Melo Manuel Eduardo Luna Jara Caleb Ana Alejandra Olay Blanco Zaida García Miguel Govea Pau Metztli Aura y Gala Torres Juan Carlos Ramírez Silvia Villanueva Olivo Montserrat García González Jorge Daniel Cumplido López Jonathan Solís Ricardo Ramírez Guadalupe Carrillo Villegas Miralda Pedreza Cantú Isabel Burruel de Larrañaga Yessika G Peña López

Teresa García Márquez

Maricela Barbosa José Barbosa Tamata Jimdrad Marcos Esparza Campos Israel Mercado Mariana Alemán Abby Anahi Ortiz Alejo Andrea Gonbelt Gabriel Amalguer José Adair Prado Zacarías


“La música y la lectura es lo que me salva de la locura.” Jesús Alejandro Flores Robledo


Los guerreros que se abrazan Irina Iglesias Dentro de los veinticinco metros cuadrados en los que habito no hay mucho que hacer; de hecho, creo que casi nada. La cuarentena había comenzado hace poco más de una semana, comprendí a medias lo que los noticieros franceses informaban acerca de lo que ocurriría. Desde el inicio, mi madre me insistió tanto en que saliera lo menos posible que decidí comprar los alimentos necesarios para dos semanas; la realidad es que eso es demasiado fácil, en la casa solo hay otro ser viviente aparte de mí: mi cactus. Ese día al terminar de hacer las compras agarré otro camino para regresar a casa, uno más largo que el habitual. En mi camino veo ya muchas brasseries cerradas, las que aún estaban trabajando tenían poca afluencia de personas dentro de ellas. En eso distingo una librería abierta, La Petite Lumière; sin dudarlo, decidí entrar para buscar libros o cualquier cosa que me tuviera ocupada la mente. Después de mucho hurgar entre los estantes encontré la sección de Étrangers, que en su mayoría eran mangas y cosas por el estilo. Poco antes de abandonar mi búsqueda me topo con un pequeño libro de origami. La portada era blanca, con una grulla de papel perfectamente diseñada y unas letras rojas indicaban el título. Lo tomé entre mis manos y sin pensarlo más de dos veces me dirigí con él a la caja. De las primeras actividades que descarté los primeros días fue hacer yoga, así como también los ejercicios para oficinistas que se hacen en una silla; aunque al inicio pensé que sería una buena idea, al poco tiempo me parecieron sencillamente ridículos. Durante varios días centré mi atención en ver alguna serie o programa en la televisión y la ventana que está al lado de la mesa, mi entretenimiento era contar el número de peatones, las veces que la patrulla pasaba o simplemente ver el atardecer. Ocasionalmente hablaba con mi familia, pero terminé por cansarme porque no había nada nuevo que contar; con mis amigos fue la misma historia, solo compartíamos los retos del teletrabajo o los problemas que algunos tenían con sus parejas. “Las paredes están muy dañadas” me dije cuando terminé de tomar mi café, llevaba un año viviendo aquí justo hoy me doy cuenta de eso. Con desánimo volteo a mi alrededor, extiendo la mano para revisar la pila de libros que fui acumulando a lo largo de estos días; me emociono al encontrar ahí mi nueva adquisición. Limpio la mesa, corto los papeles con las medidas recomendadas et voilà. Las primeras figuras no me quedaron bien, algunas se iban rompiendo conforme las hacía,


otras no se quedaban de pie y las que llegaban a sobrevivir tenían una orilla mal doblada, una pata más corta que otra o no aparentaban ser el animal u objeto que estaba creando. La tarde se me fue así. El día siguiente estuvo poco mejor, tanto que me animé a hacer figuras un poco más complejas; como la del Yakko & Hakama o el Takarabune. Apareció entonces mi último reto: Osumou-san, que básicamente son dos figuras de sumo que están peleando y la atracción es crearlas para que se vuelva un juego entre dos niños. No tuve mucho problema en hacerlas, creo que me fue más difícil hacer el elefante que estas dos. Al terminar, suspiré y tuve mi primer conflicto: ¿con quién iba a usarlas? Mi familia estaba en México, la mayoría de mis amigos viven lejos y el chico con el que estuve saliendo no ha dado señales de vida. De cualquier manera no podía invitar a nadie a pasar el rato, por ello la lucha se volvió entre mis manos, la izquierda contra la derecha. Me rendí, súbitamente sentí el impulso de mirar más detenidamente al par de sumos; dejé de ver en ellos a dos seres que luchan, que se abalanzan uno sobre el otro para vencer o terminar siendo vencido. Comencé a ver dos cuerpos que se extienden para entregarse y chocar en un abrazo; vi en ellos el deseo, el furor con el que se toca el cuerpo de quien se ama. Sin querer, estaba reflejando en ellos una carencia mía, algo que ni siquiera había pensado que necesitaba. Hacía tiempo que no recibía o daba muestras de afecto, tampoco me molesté en exigir una, porque en realidad nunca me gustaron; pero son las ausencias, la prohibición de verse y tocarse cuando uno realmente aprecia lo que no puede tener. De un manotazo tiré las figuras; comencé a llorar al sentirme frustrada, pero no podía culparme ni a mí ni a nadie por lo que estaba pasando, esto solo era uno de los tantos infortunios que nos alcanzan y nos recuerdan lo frágiles que somos. Recogí del suelo al par de sumos, a los guerreros que se abrazan y los coloqué en un pedazo vacío del estante. Saqué del bolsillo de mi suéter el paquete de cigarros que había olvidado ahí, me coloqué en mi lugar habitual al lado de la ventana y lo encendí. Con resignación eché la primera descarga de humo fuera, tal vez mañana tenga como pretexto la falta de comida para salir al supermercado.



Eco-distante Liliana Hernández Almazán

Encontrar un espacio propio es difícil. He intentado distenderme en mi cama, en un sillón en mi estudio y ayer incluso fui a mi lugar de trabajo. Y nada. Las palabras y las lágrimas son tímidas, se voltean a ver unas a otras, son viejas conocidas pero extrañan. Extrañan el olor, extrañan tus plantas y tus maravillosos cuadros, así también extrañan tu voz que a veces se asomaba. Estos días inquietos las palabras y lágrimas emergen pero no encuentran los brazos, ya no se atreven a regresar a esos mundos tan míos, tan nuestros. Ahora andan asustadas y apenas caminan por este nuevo universo, tan terrorífico, tan conocido, tan primigenio. En estos días las palabras y lágrimas no te encuentran... ..."pero encontraron el mar", imagino eso me dirías.

Marcia Ciudad de México


Collage de Alejandro Zertuche, Dominio, 2020, 17.8x13 cm


La voz de la primavera Dona Wiseman

22 de marzo 2020

Desde ayer en la tarde comenzó el viento frío y hoy la primavera amaneció triste. ¿También tendrá miedo? Yo estoy preocupada y acelerada. Una tras otra, me vienen tareas a la mente. Cambia la cobija de tu cama. Guarda la que tapa el sillón para luego llevarla a la tintorería. Asegúrate de pagar todo a tiempo mientras sigue el flujo de dinero. Comparte información que sabes veraz. Barre las escaleras. Báñate. Ponte mascarillas. Hazte pedicure. Pon a cocer frijoles. Usa los restos de arroz, chícharos, lentejas, y tantas cosas que se quedan en la despensa. No dejes tus plantas sin regar. Comienza el esquema de tu libro. Revisa por enésima vez tu poemario y ya ponle movimiento. Haz ejercicio. Acompaña a artistas que tienen eventos en línea. Escucha a Kenny Rogers, acaba de morir. Lee runas y tarot. Lee. Descansar aún no ha aparecido en la lista. Hasta el día de hoy reporto 2 kilos menos. También reporto que muy consciente de los síntomas físicos de estrés y ansiedad. No estoy enferma. Soy hipertensa y cuando me estreso (o sea 25 de las 24 horas del día) me duelen la cabeza, los oídos y la garganta. No es algo nuevo. También me pasa cuando tengo hambre. Sigo traduciendo y atendiendo a pacientes (presencial –con opción a estar al aire libre– y por videollamada). Tengo las emociones en la superficie de la piel. Estoy asustada y mi primer impulso es decir que estoy asustada por los demás, por Uds., que yo estoy y estaré bien siempre. Es posible que así sea, pero así son los mecanismos de defensa. Soy un personaje contrafóbico y el miedo me acelera. Me vuelvo activa y sumamente inquieta. También me pongo algo obsesiva-compulsiva, mucho más compulsiva que obsesiva. Me pregunto si me sería más fácil si hubiera más gente en casa. Lo dudo. Parece que la recién nacida primavera amaneció triste. Quizás ande a tientas como yo. Quizás tenga una sobrecarga de emociones, como yo.


Quizás quiera ponerle “fast forward” (como yo) a la vida y salir del otro lado de este noséqué que me tiene tan a la expectativa. Quizás se vea hurgando en la despensa y el clóset para usar lo que no ha usado y lo que se ha quedado por allí en el olvido, pasando todo por el filtro de la creatividad que da la semblanza de propósito a los días. Quizás el aire frío del comienzo de esta primavera refresque el ambiente inseguro, incierto, así como a mí me refrescan los espacios acomodados de manera distinta, las puertas corredizas y las ventanas abiertas, y la presencia de mis acompañantes de cuatro patas y de los emplumados inquilinos del pirul, junto con piedras, plantas, vino tinto y la comida que más me gusta. Quizás simplemente la primavera no sepa qué hacer, así como yo tampoco sé qué hacer, más allá de estar inquieta y proponerme cada vez más tareítas – mi depresión es activa. Entre más triste, enojada y asustada estoy, más me muevo. Hago pendejadas, pero me muevo. Quizás la primavera esté así. Quizás se confunda, como yo, porque añoraba días a solas en casa, pero no así. Quizás esté como dijo un personaje de Dolly Parton en una película, No sé si rascarme el reloj o darle cuerda a mi culo. Y quizás esté triste porque murió Kenny Rogers y ahora necesita oír de otros cantantes sus canciones. Quizás la primavera esté preocupada por tantas personas que sabe que tendrán retos mayores económicos en el futuro muy cercano y que seguramente están más preocupadas que yo. Y quizás la primavera sienta, como yo, que ha perdido su voz y no sabe qué decir, volviéndose sus respuestas un poco desubicadas e inesperadas. Tal vez nadie sabemos exactamente cómo estamos en este momento. La primavera estará bien en unos días. Y nosotros también. No estaremos iguales que antes, pero estaremos bien.

Página siguiente: Collage de Amrut Madana



LO INVISIBLE Pilar Campo

Sucedió de repente y sin que pudiera resistirme mucho. Llegó a mí el momento de reparar más en aquellos pequeños detalles con los que convivo diariamente y a los que observo solo esporádicamente y sin mayor reparo. He creado de mi hogar un lugar lleno de rincones y tiempos precisos para que las cosas invisibles cobren vida, solamente necesitaba detenerme a disfrutarlos. La luz que entra por mi ventana justo a las 11:00 de la noche es la más bella de toda la cuadra. Atraviesa las rejas en un ángulo perfecto, se refleja en el piso y se arrincona en mi armario dejando una cuadrícula misteriosa que juega en armonía entre las sombras y la luz fría. Nadie más puede ver ese momento, es solamente mío, es mi regalo del farolito que amablemente unos señores vinieron a colocar en la calle de enfrente en el lugar preciso para que pueda visitarme sin falta. Es una cita de todos los días, a las 11:00 de la noche se oscurece mi casa y abro las cortinas para encontrarme con ella. Siempre está ahí, puntual. Al mediodía entra el sol por la otra ventana que dibuja un claro oscuro muy especial, tanto, que mis plantas se pelean por tenerla. Hay veces que yo tengo que hablar con ellas para que les permitan a las demás tomar el calorcito también. Debo confesar que de vez en vez, yo también me asomo a esa esquina para poderme dar unos baños rayaditos. Mis madrugadas son las más mágicas, especialmente en algún momento entre las 3:20 y las 3:40 am. Despierta el gallo y canta. Simplemente canta. El mejor de los cantos, un gallo en medio


de la ciudad que no se olvida de seguir buscando las mañanas y que por algún motivo yo me sincronizo con él. Me va llevando como un guía, un guardián, hacia una montaña llena de niebla. Ahí me quedo un buen rato, entre los árboles y las nubes, hasta que llega el despertar. Cuando entra el viento las cortinas bailan, flotan sin ningún pesar. En ocasiones se elevan tanto que se llevan a su paso las cosas que las rodean, entre ellas, todos mis papeles que tienen algo que terminar. Mis cortinas saben que eso aún lo puedo postergar. El perro del vecino de abajo, me visita constantemente, le tengo que cerrar la puerta cuando entra para que mi casera no se enfade. La que se enfada soy yo cuando oigo sus pisadas en el techo. También va a ver a la vecina de arriba, al parecer los rincones se tienen que compartir, pero esos sonidos son los que me hacen compañía. Entre peleas y casuales coches que pasan, el mejor de los detalles es cuando al fijarme mucho mejor, descubro que todavía hay cosas que se esconden por todos lados, en los lugares invisibles: bajo los cuadros, entre los muebles, debajo de la cama, adentro de las macetas, atrás de la lavadora. Un increíble mundo lleno de pequeños ecosistemas que no me pueden contar sus historias, pero que también sin ruido, me acompañan. Lo que está claro es que las personas entramos a nuestras casas y un cacomixtle cruza la calle frente a mi ventana.


Fotografías de Luis Díaz Flores


DĂ­a 3 Noche de estrellas Buscar el reverso Ir hacia dentro La luz no deja ver Hay que ver hacia dentro Ir al fondo de las cosas.

IR HACIA DENTRO


Día 9 En casa siempre estuvimos resistiendo, parte de todo esto quizá por qué somos así ahora, Y huimos, nos alejamos del todo. Reticentes a ciertas desavenencias, hemos escapado por fin. Se siente una gran calma estar en este escape. Este escape resguardado. Escape, huida, desazón para muchos. Yo, por lo pronto aquí sigo en resistencia. Mi padre es un rebelde que no hace caso de mucho, y así construyendo mi niñez con mi madre en el cambio, en la responsabilidad -de ser madre- ahora yo también resisto, relevo, rehago el asunto; a veces me falta el aire, me asombra la capacidad y la fuerza escondida en el cuerpo ya cansado, pues estoy al límite y hago más. Es necesario parar y esta pausa me hace bien, aún haciendo. ¿Será que siempre hice así? Estando en casa, viendo pasar el mundo. Parece hibernar, resguardarse con alimento y estar, solo estar, presente. Parece que se vive mejor el presente. Actualizando el tiempo cada hora, guardada, acumulada de trabajo doméstico, pero al fin escribir y reconocer el gesto. Hace tiempo quería escribir sobre esto, estar así, resistiendo, resiliente, reticente. Asumir la búsqueda de este tiempo que me aparta del todo, pero para mí siempre fue así, entonces he sido agraciada en la desgracia. Generalmente, o más bien, afortunada- siempre.


–Bienaventurados los que esperan detrás de la puerta– Cómo la fortuna vuelve a aparecer. Me miro de lejos ante todo, sabiendo de esto, quizás sin poder decirlo, ampliamente, pues quién sería yo de admitirlo. Esto nos compete a ciegas, a todos, sin saber bien el enigma del suceso, las dudas abiertas en el fondo. ……

Mayra Silva



Buena amiga

Piero Ramos Rasmussen

Bajé de la alacena arrastrando las patitas muy despacio para no interrumpir la lectura que hacía mi dueño en la mesa de la cocina. Allí se pasaba la madrugada desde que empezó la cuarentena. En esta casa vivimos solamente los dos. Mi dueño sabe que existo porque hemos cruzado miradas antes, cuando había más gente por aquí. Luego vinieron los hombres de blanco y los obligaron a salir de la casa. A todos, menos a mi dueño. Solo come una vez al día y lo hace leyendo de madrugada. Creo que odia lo que le dan y solo traga cuando no le queda de otra. A veces tose sangre en el plato... Por mi parte, la basura es lo mío. Una vez me vio encima de unos frijoles, me miró y solo se fue. No ha pretendido quitarme la vida (le bastaría un par de pisotones); y yo lo admiro aunque ignora que siempre lo escucho emocionada, cuando se sienta a comer y a leer en voz alta, los relatos de un tal "Kafka", que lo emocionan hasta el llanto. En cuanto se ensimismó en una lectura larga, merecedora de un silencio sepulcral, me lancé sobre su plato. Fue allí cuando, desde mi privilegiada posición, pude ver dos intrusos en el piso: una araña ya muerta y una cucaracha moviendo furiosamente las patitas, tumbada sobre su esqueleto, envuelta por la seda de su infortunada cazadora. Si la bicha me hubiera pedido ayuda, yo la habría liberado con todo el corazón. Pero se balanceaba inútil y grosera, maldiciendo en alguna lengua antigua y oscura de las cucarachas. Ante mis ojos, pude ver los mismos rostros de los muertos por las pestes de otros tiempos. Por eso fui determinante. Me acerqué a su cuerpo envuelto en seda y le comí la cara. Mi dueño se había quedado dormido sobre la mesa, con lágrimas en las mejillas, sin comer y el libro abierto y mojado. Trepé hasta su carita salada y me tomé todo el agua que reposaba en sus ojos, sin padres ni novia con quien compartir su soledad. Solo yo, su buena amiga, la caníbal dispuesta a tragarse a cualquiera que se atreva a meterse con él.


Collage de MetAura


Volver a vernos Elsa Nidia Mauricio Balbuena

No voy a decir que la pandemia nos ha cambiado a todos, o que ha dejado a la vista nuestra falta de humanidad o la parte más bondadosa de nuestra naturaleza, pero sí que la brecha de desigualdad se abrió bajo nuestros pies y encima de nuestras cabezas. Una vez más los hilos de la economía y la política agitaron los ganchos con que nos tienen prendidos; en ese sacudimiento, han caído bastantes. Esta crisis va más allá de lo sanitario, y agrietará las bases a las que nos aferramos como sociedad. Por desgracia, para muchos, nuestras vidas se reducen a un número. Somos, en esencia, cifras. Ya había pasado antes, pero ante la abrumadora realidad que no ha terminado de asentarse —porque no sabemos qué tan embarrados vamos a salir de esto—, nuestra rutina, en el ámbito de lo personal o familiar, también se ha visto modificada. La cuarentena nos ha tomado a muchos de la barbilla y nos ha forzado a voltear de nuevo a la cotidianidad del hogar, en la que a veces apenas logramos habitar como sombras. En mi trabajo, se nos dijo que estas semanas corresponden a nuestras vacaciones de semana santa y, además, a las de julio. Por eso he decidido apropiarme de este tiempo. Cuando el pánico termine y la pandemia ceda, volveré a trabajar sin descanso, porque los pendientes seguirán ahí, impasibles como rocas amontonadas en el camino. Mientras tanto, oficialmente, este tiempo es mío, aunque siga luchando con ese sentimiento que envuelve a la persona subyugada al capitalismo, esa que, si no exprime incluso el último minuto de su día, se ve acosada, hasta en las pesadillas, por el fantasma de la improductividad. Vine al pueblo porque no tenía sentido quedarme en la ciudad, así apagada como está ahora. Si iba a estar confinada durante semanas, lo mejor sería estar cerca de mis padres y mi hermana. Nunca hemos sido una familia callada, pero el tiempo íntimo había sido sacrificado


en los últimos años, a costa del trabajo. La cuarentena ha sido, en cierto sentido, como el verdugo que anuncia tu inminente ejecución y solicita las palabras previas al momento final. Si bien, en nuestro caso no es la última vez que abriremos la boca, para algunos esto ha significado una especie de respiro, el preludio a la continuidad de la condena, antes de entregar, otra vez y por completo, el tiempo de la vida al tiempo del trabajo. Pero, por lo menos hoy, mis padres y yo nos miramos más, y las miradas, ahora sí, llegan al fondo. Mi hermana también me mira. Las dos reímos, y yo, de repente, tengo también cinco años, como ella. Me ha confesado que quiere ser como yo. Organiza su día de forma que compartamos todo. Ha distribuido el poco espacio libre de mi recámara para apilar por ahí sus libros de cuentos y, sobre ellos, otros tantos tiliches que viene guardando desde que tiene consciencia de la propiedad. Sus diminutos zapatos están distribuidos, en hilera, cerca de la ventana. También trajo un pizarrón donde hace cuentas, y me pide que le explique las instrucciones de las tareas que debe terminar antes de regresar al Kínder. No me preocupa su tendencia a la imitación porque me ha aclarado que, si bien quiere ser como yo, no quiere ser específicamente yo. Con eso se salva del apuro cuando le digo que si quiere parecerse a mí podría empezar por no hacer berrinche. En estos días hemos tenido tiempo para ser hermanas. Pienso, también, en mi abuelo, para quien el confinamiento ha supuesto una gran pérdida. Con cien años, ya no sale mucho, pero, por lo menos, cruza la avenida para tomar el sol frente a su casa, para leer y platicar con la gente, y quizá pensar en lo mucho que ha vivido o en lo bueno que sería inclinar un poco el rostro y ver a mi abuela sentada a su lado. Por precaución, han cesado las visitas de sus hijos. Aunque una tía vive también en esa casa, a él la cuarentena sí le arrebató la poca libertad de la que aún gozaba. Si la vida misma fue reduciendo, poco a poco, sus espacios habitables, la pandemia cerró los caminos que teníamos los otros para alcanzarlo en el confinamiento al que, paulatinamente y debido a la pérdida de movilidad en su cuerpo, estaba siendo condenado. Ahora solo le quedan sus libros. Espero que su mente fresca se mantenga así hasta que termine todo.


Entonces iré a visitarlo para reconstruir, entre los dos, esta historia. Y él la verá desde lejos, triunfante, como cuando habla de los cristeros o de la Segunda Guerra. Tal vez hasta festejemos su cumpleaños 101. En cuanto a mí, ahora que no puedo salir a caminar, me ha dado por subir y bajar escaleras. También, debo decirlo, me he consentido mucho. Ha sido como volver al vientre de mi madre; entregarme al vaivén de su resguardo y a la cálida melodía de esa voz en la que me siento a salvo. Espero que no se haya hartado de vernos a todos deambular, mañana y noche, por la casa. Puedo decir que la familia sigue cuerda, aunque papá ya intentó tocar en su celular la canción de Martinillo. Me llevó el papel donde había anotado las secuencias numéricas que corresponden a las notas, y yo no pude más que soltarme a reír porque no se trataba de una idea que se le ocurrió a él solo, sino que habían lanzado el reto en el grupo de WhatsApp de sus hermanos. Anteayer, mi hermana y yo lloramos porque Will Robinson hizo que el robot de Perdidos en el espacio se tirara de un precipicio. Siento que mis emociones están a flor de piel con esto de la cuarentena, porque desde la muerte de “Mamá Coco”, no me había lamentado tanto por un personaje. Quizá motivada por las escenas de ciencia ficción, y por las tardes en que especulamos juntas sobre la vida inteligente en otros planetas, mi hermana me ha pedido que meditemos para contactar con los extraterrestres. Aún quedan algunos días antes de retomar el ritmo acostumbrado. Mientras no se normalice todo, hay espacio para la locura. De por sí mi familia nunca se ha acercado ni por poco a lo que se entiende por normalidad. Y menos mal.


Por Laiza Onofre


A veces uno busca aferrarse a algo, a lo que sea, a la incertidumbre, al desequilibrio, al aquĂ­ y al ahora. ImprovisaciĂłn con silla, Tania Cardona


Tiempo de espera Emiliano Kayab

En estos momentos De tiempos imperfectos Solo faltan las miradas De aquellos que no vemos Sensación de realidad que desaparece, No conozco más mi cuarto y los papeles, Herramienta maldita de supervivencia Internet me transportas al mundo Realidad corrompida Por sucesos intangibles, Microorganismos afectándonos En lo posible de la vida Y no soy real, ni mi cuarto lo es No soy físico, solo idea Me pierdo entre tiempos y detalles, El reloj corre y yo solo estoy quieto Vivo en algo alternativo Mi cuarto es mi campo de batalla Mi casa mi mundo relativo De seres… convivencias inseguras Detalles exteriores nos ocultan En este mar de tiempo Dónde estamos encerrados


En un píxel del planeta cada uno Mis compañeros de vida son amigos, Un juego en línea ahora vivo Sin esta facultad seríamos solos En esta parte del planeta tres personas Momentos como estos tienen sentido Llenos de historias especiales de los libros Transportadas a la vida en videojuegos Nos permiten no morir antiguamente El píxel que vivimos nos estresa Nos arranca de la piel de la cabeza, Exigimos un poco de contacto Pero un ser inhabitado nos afecta Tenemos una guerra en momentos Contra algo que ni siquiera vemos, Miramos a la nada y ahí se encuentra En tamaño nos descalifica en el segundo Pero no saben que nosotros no morimos Y eso que de nosotros surgió, recaerá, Nos disponemos a agarrarnos cariño Y entendemos lo difícil que es vivir Un nuevo entorno ahora comienza, Una batalla infinita desde tierra Cada uno en un cuadrado que habita Difícilmente esperará, pero se espera.

Página siguiente: Collage digital de Adrián Ruiz Sánchez.



Caminamos sobre una cuerda Irma Nydia Lagunas Beltrán

Hoy por la mañana acudí al hospital. En las noticias radiofónicas escuché que en Ecuador un reportero rompió en llanto al pedirle a la gente que se quedara en casa. En aquel país algunas víctimas por el COVID-19 impregnan con olor mortecino sus casas; no hay manera de trasladarlos a la morgue. El olor a muerte se convierte luego a cuerpos quemados en plena calle. Así están despidiendo allá a sus muertos. ¿Los rebasó la ola antes de enfrentarla con toda su fuerza? Quizás. Ante esto, el reportero rompió en llanto mientras daba la nota. Volteé hacia la calle y vi a un matrimonio joven, con indumentaria atlética y con una bebé en carreola. Los tres sin ninguna protección. Luego miré hacia el parque y había gente caminando, en bicicleta, niños con padres -jóvenes también-. Están de vacaciones, pensé. La pandemia nos hermana con Ecuador. ¿También nos rebasará la ola? La desobediencia social envía muchas preguntas que demandan respuestas. ¿Por qué la gente no se queda en casa? Requerimos respuestas para frenar la enfermedad física, pero la indiferencia, el nimio amor a la vida, la abulia ante la responsabilidad por la salud de los demás, la sordera social, pareciera que no. ¿Por qué? ¿Es acaso la ignorancia, la desinformación, la necesidad imperiosa de salir a ganarse la vida, el valemadrismo? ¡Quién sabe cuál será la razón!, la gente sigue saliendo de casa y ese era en parte el motivo del llanto del reportero. La desobediencia social acá en México no es lejana a la de Ecuador. ¿Será acaso inconsciencia, inmadurez propias de la juventud, del estatus social de aquellos que suponen esta etapa como receso vacacional? ¿Será la poca imaginación y tolerancia para enfrentar el aislamiento? Y me refiero a este sector porque en esas áreas no ves al que vende semillas, pan, fruta, ellos tienen otras razones, supongo. Llevo en aislamiento un año. Este mes lo cumplo. He aprendido mucho y no lo resiento en lo absoluto. El mayor aprendizaje del encierro:


El único lujo o privilegio con el que nace un individuo es la salud. Nacer sano facilita que la vida fluya. Y si no naciste o corriste con la suerte de un organismo sano, aún así, puedes ir librando obstáculos con la enfermedad, si eres responsable de tu organismo. La salud es un don, un regalo de la vida misma; hay que cuidarla. Desde que nacemos, caminamos sobre una cuerda floja. A veces se tensa, otras vibra. Somos frágiles, vulnerables, y podemos caer. Quizás la falsa idea de que somos fuertes es la mezcla salud y juventud. Sin embargo, los jóvenes también caminan sobre la cuerda y también pierden el equilibrio. Una noche antes -también de regreso de una consulta médica- dos parejas de chicos y chicas, salieron de una tienda de autoservicio con cartón de cerveza, six. Botellitas muy bonitas, azules. Estaban de fiesta. Tampoco es para enclaustrarse me queda en claro, pero estamos muy alejados de una verdadera conciencia social. De un real interés por el otro. ¡Vaya, no estamos en sintonía! Los países que descubrieron a través del canto que existían los vecinos, no están muy distantes de la tribu sentada alrededor del fuego. El miedo y la lucha por la supervivencia los unía como grupo y ahora se repite, solo que desde los balcones. Ahora es un enemigo invisible, pequeño pero poderoso. El canto aminora el miedo, empata, hermana, fortalece, anima. Tal vez dentro de una o varias semanas Ecuador descubra el canto. Cuando estén guarecidos. Y sea canto y no llanto el que los separe, el que los aísle. Sea canto el que comience a curar las heridas. México no está tan lejano de una realidad triste e irremediable, pero aún está a tiempo. ¡El mensaje es claro y directo: ¡Quédate en tu casa! Mensaje subyacente: Respeta la vida de los demás. Yo, lucho por mi vida diariamente, creí ser bastante vulnerable y tal vez así sea, pero hoy me di cuenta que no es así. Estoy en las mismas condiciones que el resto. Mis circunstancias de supervivencia son iguales a las de muchos que irónicamente salen a ejercitarse para estar sanos. A festejar para sentirse vivos. Todos, ellos, yo, caminamos sobre una cuerda floja. El equilibrio se pierde fácilmente. La desobediencia social, la irresponsabilidad, el nulo respeto por el organismo del otro, harán que tiemble la cuerda y muchos caerán al vacío. Quizás algunos responsables de la acción no caigan y continuarán la fiesta. Otros quizás escuchen el canto de la tribu. El canto, al fin poesía, al fin activador


de las emociones y la imaginación los unirá al clan. Se darán cuenta que forman parte de un grupoy aprenderán a cantar y quizás a leer y tal vez a despertar la mente adormecida. Aprenderán a verse en el prójimo y descubrirán el abrazo y el llanto. Y el llanto y el abrazo tendrán otro significado. Una historia muy distinta al del reportero que se ahogó con su llanto por culpa de una sociedad que no supo entender el mensaje: ¡Quédate en casa! Mientras sus fosas nasales aspiraban el aroma fúnebre de los cuerpos quemados en la calle. Las únicas fosas de las que fueron dignos sus muertos y cuyo recuerdo se perdería en el tiempo, mientras el pueblo seguía de fiesta.


Atrรกs de la ventana, Laura Isabel Reyes Solรณrzano


S

oy de una zona al norte del Valle de México, de poco más de 130 mil habitantes, una famosa “Ciudad Bicentenario”, sin trabajo, donde la mayoría de sus pobladores tiene que viajar diariamente a la ciudad para buscarse la vida, pero con la novedad de que hoy podrían encontrar la muerte porque un virus con alto grado de contagio está presente. Pero no importa, la familia tiene que comer. Las clases se suspendieron, el periodo vacacional se extendió aunque eso fue en eufemismo para decir, “estamos en un problema serio”. En casa como de costumbre permanezco pero con la noticia de que yo también tengo que ir a la ciudad, justo donde está la mayor parte de enfermos de SARS-Cov2. Por todo lo que he escuchado en los medios, redes sociales incluidas, me hace sentir miedo y estoy pensando que quizás no es tan buena idea y el dinero como el trabajo pueden esperar. Mis compañeros de equipo me dicen: “Es imposible, a los clientes les urge, si no vamos hoy después será más complicado, imagina que cierran la ciudad así como en otros países, y aparte no hay mucho trabajo, si quiera que ganemos algo”. ¿La economía o la salud? Bueno, si no tengo dinero, no como y si no como, no tengo salud. ¿Hace sentido? Recorremos un viaje que en promedio dura 1 hora y treinta minutos y puede extenderse a más de dos dependiendo la hora del día y a qué punto de la ciudad uno desea trasladarse. En estos días en particular la ciudad luce vacía y fluida. Justo en el centro histórico el ambiente tenso se respira, la clase obrera y la que depende de la economía informal, comercio ambulante, indígenas, artesanos y demás, venden y permanecen como de costumbre, un poco cabizbajos, no hay mucha gente que pueda consumir. A mí me desconcierta más que no ocupen ninguna medida de protección, solo un par de transeúntes portan un cubrebocas. ¿Porqué? El peso de la realidad llega cuando no se tiene la confianza de acercarse a otras personas que regularmente conviven en tu espacio, en especial adultos mayores, la no certeza de saber si podrías ser el portador del virus hace sentir a uno, inseguro. Y con mayor razón porque eres consciente de que fuiste a un lugar donde


podría estar el virus y además estás en el grupo de riesgo si tienes obesidad y otras enfermedades crónicas que te ponen más al borde de la muerte. Hace apenas un día, la radio emitía una noticia: Un joven italiano se había quitado la vida por temor a contagiar a los demás luego de haber dado positivo. Solo un pequeño porcentaje de infectados muere, ¿Porqué este individuo habrá tomado aquella decisión? En medio de toda esta situación, personas de clase media, agotan productos que creen necesarios: mascarillas, desinfectantes y papel de baño. Me toca ver su desesperación en las tiendas de autoservicio. Posteriormente y a medida que arrecian la contingencia y la curva de contagios, comienzan a escasear ahora productos de primera necesidad. Los que viven al día ya no podrán encontrar esos productos porque los que tienen el dinero para comprar por más volumen se los han llevado todos, además de que algunos comerciantes están aumentando el precio ilegalmente. Otros artículos que no son de primera necesidad también subieron de precio, en especial, artículos importados, pero el dólar ya bajó y la tendencia es que siga bajando, salió algo bueno del conflicto en medio oriente con el petróleo, pero nadie habla de la gasolina barata. En otras noticias, los infectados confirmados así como los muertos ya se cuentan por decenas y miles. La fábrica del mundo anuncia que ya no hay contagios y de a poco han logrado liberar la cuarentena mientras que en Europa y Estados Unidos apenas comienza el problema y también los productos escasean. ¿Cómo lo lograron? La respuesta es, la cultura. Nuestros pensamientos occidentales provocan que esta crisis se agudice aunque tengamos más libertades y gobiernos no totalitarios. Parece ser que el calor disminuye el grado de contagio pero los noticieros dicen que este problema apenas empieza y que pronto estaremos como Italia. De vuelta a casa, lejos de la ciudad y de la calle de mi localidad, no tengo la certeza si pesqué el virus con alguien de la calle, de la tienda o del transporte público, trato de no agarrarme la cara y estornudar con la parte interna del codo, parecerá extraño pero ahora cada vez que lo hago lo cuento, ¿estaré comenzando a enfermar? No lo creo.


En fin, la gente ya no se saluda como de costumbre con la calidez y cercanía que caracterizan nuestra cultura, ¿Después de esto, seremos los mismos? ¿Tendremos el mismo trato o nos volveremos un poco más fríos y formales? ¿Será que las viejas fórmulas de hacer dinero y vivir aún funcionarán en el mundo después del coronavirus o toca empezar de cero? Carlos Torres

Dibujo de Pau Masiques


4 de abril 2020 A lo lejos escucho un ronroneo suave, que poco a poco me va trayendo del sueño en el que estaba. Con el paso de los días el sonido del despertador que me levantaba todos los días, se ha convertido en este suave ronroneo que me regresa más puntual que reloj suizo de las tierras de Morfeo. No, aún no me quiero levantar, ¿para qué? No tengo compromisos. Dormiré un poco más. Intento regresar al sueño donde estaba antes, pero el suave golpeteo de una pequeña pata acolchada en mi mejilla y luego en los ojos me trae de vuelta de nuevo. Siento unos bigotes que me hacen cosquillas en la cara, mejor abro los ojos, lo que sigue no me gustará, esa mordida en la pantorrilla por muy cariñosa que sea siempre me levanta de un salto de la cama, medida un poco salvaje pero que le resulta bastante efectiva a esta pequeña felina hambrienta. Aún dormida avanzo hacia la cocina, el suave pelo de Juno vibra contra mis piernas mientras se entreteje su andar con el mío. En cuanto abro el refrigerador se escucha el primer maullido, que será de otro y otro más, cada vez más insistente -por no decir desesperado-, hasta que el plato de comida esté en el suelo. Calma de nuevo, ahora sí, mientras Juno se apresura a devorar todo el contenido del plato tengo unos minutos para prepararme un café. Me lavo la cara, los dientes, intento -sin lograrlo- aplacar la cabellera que por la noche dobló su tamaño. A lo lejos el sonido del gorgoteo me indica que el café está listo. Por fin, café. A medida que el líquido tibio resbala por mi garganta, camino rumbo al pequeño patio central de mi casa, un pequeño lujo en esta modesta casa antigua que aunque no muy grande conserva la arquitectura tradicional: patio central, cuartos conectados entre si y techos altos que mantienen la frescura de la casa durante el verano.


Otro maullido, esta vez no tan amable, me he demorado más tiempo del usual revisando la pequeña y generosa planta de tomate que tenemos en una maceta y que está siendo ferozmente atacada por una plaga. Los maullidos se intensifican, estos días de encierro hemos establecido una pequeña rutina que Juno insiste -en ocasiones llegando a extremos- que se respete. Por fin llego al Spa (un tapete acolchado con esas letras que es su favorito), tomo el pequeño cepillo y comienzo a pasarlo por el suave pelo, ella me va guiando: la cara, los bigotes, el cuello, el lomo; un grito, sin querer me extendí en ese último movimiento y le cepillé las patas, lo odia, así lo dice la mirada feroz que me lanza como advertencia. Continúo cepillando el costado, y poco a poco, los maullidos se trasforman en ronroneos suaves y agradecidos, la lengua rasposa de Juno empieza a recorrer mis manos como muestra de agradecimiento. De pronto, se gira, su peluda y suave panza queda expuesta, me indica con una dulce mirada que puedo acariciarla. Hoy es un buen día, me han sido permitidos unos minutos de placer. Sin titubear dejo el cepillo y comienzo a deslizar mis dedos entre su suave pelo, en línea recta, en círculos, a contrapelo; Juno disfruta las caricias mientras ronronea acompasadamente y lame de vez en cuando mis manos. Sostengo su cabeza con una mano, mientras con la otra sigo acariciando la suave panza, en esos momentos no pienso en nada más. Ese pequeño placer culposo es suficiente para regresarme la serenidad que este encierro con sus noticias alarmantes por momentos me roba. Cierro los ojos, me concentro en disfrutar el momento, mientras mis dedos recorren el suave pelo de Juno y escucho el canto de un pájaro a la distancia, pienso en lo mucho que tengo y lo poco que me falta para estar feliz. Cinthya González


Foto de FЯE


Fragmento del diario visual de Brenda Guardado



1 de abril del 2020

CARDIOHIDRATOS ARCHIVADOS Alixia Mexa

2:59 A.M. Camino directo a desocupar mi vejiga del líquido acumulado, mientras este cae en la taza del baño, encapsulo algunas imágenes cuando de niña corría a algún lugar a vaciar rápidamente el mencionado órgano… visualizo la tierra húmeda algo burbujeante por la reacción natural entre el polvo y el ácido presente. Intento leer en mi memoria recuerdos de micciones forzadas fuera de casa y vuelvo a ver una pesadísima mano golpeándome fuertemente, haciéndome sentir arder la piel, e inmediatamente siento correr el líquido entre mis piernas mojando mi ropa y alma; no comprendo si fue miedo, dolor, o el rebote del golpe. Dejo de recordar y percibo que aquel tiempo se quedó atrapado en la nada, toso un poco, tomo un poco de papel para limpiar mi área íntima y se interpolan los instantes en el corazón de mi memoria… intentando construir otra realidad. 3:00 A.M. Abro la llave del lavabo, sale lentamente un hilo cristalino, insuficiente para lavarse rápidamente las manos… hay que esperar una vida… la impaciencia se recrea en la desesperación y el miedo inflado se hace presente a través de un vidrio estrellado con una nueva careta: CORONAVIRUS.


Canto al protocolo de aislamiento de Noek Izardui


E

s inevitable comparar. En el 2009, viví la epidemia de la influenza AH1N1 y el aislamiento. No estaba consciente de muchas cosas, lo único que recuerdo fue que estuvimos aproximadamente dos meses fuera de la escuela (iba en sexto de primaria). Pero no recuerdo más. No estaba al pendiente de los casos confirmados, ni de la recesión económica, ni lo que otras personas estaban viviendo desde sus casas. Aún no había un gran auge de las redes sociodigitales, la gente se quedaba en sus espacios y solo tenían oportunidad de convivir o distraerse entre su mismo contexto, en su mismo núcleo. Igual y realizaban llamadas, pero definitivamente no es lo mismo. El Internet facilita la comunicación, se pueden hacer videollamadas, hablar con otras personas, tener la oportunidad de entretenerse con otras opciones. De igual forma pasa con la educación. El sistema se detuvo. Cuando regresamos, trataron de evaluar y seguir con lo que se tenía hasta el momento antes de la cuarentena. Ahora el Internet es más avanzado, y fácilmente se pueden seguir llevando las clases desde casa, en línea, aunque, para los que estamos acostumbrados a un sistema presencial, el llevar la educación de este modo es algo tedioso, y no nos acostumbramos del todo. También recuerdo que mi papá sí salía a trabajar, y ahora no, ahora ya tiene mayor facilidad de trabajar remotamente desde casa. No han pasado muchos años, pero la tecnología tuvo un mayor avance y, gracias a esto, la cuarentena en tiempos de Covid-19 no cuesta tanto. Al menos en el lado de las actividades cotidianas. Durante estos días, he estado muy pendiente de los reportes de la Secretaria de Salud, nuevos casos, y la situación actual. A modo de entretenerme, también veo algunas experiencias en redes sociales. Algunos se aburren de más, otros han encontrado pasatiempos o realizan actividades que siempre habrían querido hacer, pero no tenían el tiempo suficiente; otros se la pasan haciendo trabajos de la escuela, algunos más están cansados de estar encerrados y, algo que me ha llamado la atención, es que hay quienes ya no quieren ver a su familia, se aburren con ellos en casa.


Personalmente, aparte de mantenerme al tanto en redes y noticias, también estoy tratando de acoplarme y encontrar algo que me distraiga. Me gusta dibujar, pero no me gusta hacerlo diario porque a veces siento que me quedo sin ideas. Me gustaría aprender a tocar algún instrumento, pero no tengo los recursos suficientes para adquirir uno en este momento. Me gusta estar con mi familia, pero también hay puntos en los que nos gusta tener nuestro espacio. Estar dentro de casa limita a pensar en lo que podemos hacer u aprovechar, porque no todos tienen la capacidad de ser creativos para encontrar diferentes actividades en las cuales pasar el tiempo. Es un proceso diferente para todos, porque hay quienes tienen responsabilidades de escuela, trabajo u hogar, y quienes no tienen ninguna, pero igual hay un momento en el que te aburres de desarrollarte en el mismo espacio. Quizá no sea una persona super activa, y de hecho me considero hogareña, pero se necesita un respiro a veces, salir de tu contexto diario para desarrollarte fuera de, también. Y es gracioso porque ahora que tengo tiempo, quisiera no tener tanto. Quizá solo es mental, y estoy casi segura de que sí, porque tampoco se está cien por ciento conforme todo el tiempo. Siempre estamos buscando cosas nuevas, nuevos espacios, nuevas personas, otros pasatiempos, algo en que ocuparnos, y estar limitados en un mismo espacio nos corta la imaginación y alentarnos a buscar otras alternativas, al menos a mí. Guadalupe Aidé Rico Cisneros


Fotos de FЯE


Concierto Benéfico Manuel Escoguéz

Era viernes 13 de marzo, los noticieros informaban que el virus comenzaba a expandirse en el país, pero creí que estaban exagerando, el sábado me quedé de ver con unos amigos en un bar del centro, ese fin de semana los casos de contagio se fueron duplicando y triplicando, la gente comenzaba a entrar en pánico, los supermercados se fueron desabasteciendo, y se empezó a haber una histeria colectiva. El domingo por la noche mi jefa me telefoneó, diciéndome que pasaríamos la semana trabajando desde casa, comencé a darle importancia y atención a lo que decían en los noticieros. El lunes 16 fui al supermercado a hacer la despensa semanal. Al llegar noté los estantes vacíos, no había pan, no había carnes frías, enlatados, sopas instantáneas, papel higiénico… parecía que estábamos en zona de guerra, las personas yacían por los pasillos semi vacíos echando a sus carritos los pocos artículos que quedaban. Comencé a tener miedo. Lo único que pude conseguir fueron dos cajas de galletas, unas tortillas de harina, y una tapa de huevos, tenía que conformarme con eso; no había más. Conforme pasaban los días fui arreglándomelas consiguiendo comida en pequeñas misceláneas, lo difícil fue administrarme, acostumbrar al cuerpo a comer solamente en la mañana y en la noche. Una estrategia simple, pero que me ayudó a sobrellevar la situación durante las primeras semanas. Llevo una vida de solitario, así que no me costó mucho quedarme en casa, pero cuando te quitan algo que tienes, lo anhelas, así que en días posteriores lo único que quería era salir, correr por las calles. Desde casa, notaba la poca circulación de vehículos, no hacía falta salir para darse cuenta que algo andaba mal, de que algo pasaba. Los noticieros a cada hora daban una cifra más elevada de los casos confirmados, las muertes también se fueron elevando poco a poco, sentía una especie de angustia, de no poder hacer nada más que quedarme en casa, una impotencia que me lastimaba.


Fueron pasando los días, ya no me interesaba tanto escuchar los noticieros, me deprimía saber que la cifra de fallecidos y contagiados iba en aumento cada día, cada hora. Despertaba por las mañanas y tocaba un poco la guitarra, un par de días llevando esta rutina mañanera, los vecinos empezaron a aplaudir al comienzo y término de cada canción, eso me llenaba un poco de satisfacción, sentía que por fin podía hacer algo de utilidad, dar entretenimiento a las personas para que por unos minutos olvidaran el confinamiento domiciliario. Se volvió una rutina disciplinaria, cada día al despertar iba por la guitarra, y sin salir al balcón me ponía a tocar algunas canciones que consideraba necesarias, Silvio, Dylan, Sabina, etc., y ahí estaban otra vez la ovación, los aplausos, y una sonrisa se dibujaba en mí. No escuché noticias por semanas, quería quedarme con la esperanza de que las cosas iban a salir bien. Me daba una especie de paranoia salir al balcón a respirar aire fresco, pero me hacía falta, me sentía desesperado a punto de entrar en un ataque de ansiedad, por lo que una mañana rompí con mi ritual musical, salí al balcón y empecé a escuchar aplausos y ovaciones. Aclaré la mirada y vi a mi alrededor, las personas aplaudían la labor del departamento de sanidad, que cada mañana salía a las calles a limpiar y desinfectar. En ese momento me di cuenta que los aplausos no eran para mí, no me sentí mal, al contrario, yo también comencé a aplaudir.


Johan Flores, El privilegio de sentir el sol, EspaĂąa.


Crónica de la pandemia inesperada Juan Emigdio Pérez

El corazón que está lleno de miedo, ha de estar vacío de esperanza. Fray Antonio de Guevara

PRIMERA SEMANA Aquí estamos. Hoy viernes 27 de marzo del 2020. Son 9:28 a.m. Con desayuno de whatsappcovid-19. Nuestra libertad deser Cambio por la prisión destar. Estar encuevacasa Desde el 20 de marzo con miedo a ser infectado. El mal se inició en China: el 8 de diciembre de 2019. El médico Li Wenliang, en Wuhan, alertó del nuevo virus. China en los 30 días posteriores, alertó a la Organización Mundial de la Salud Sobre el brote del SARS-CoV-2 = Covid-19 Li Wenliang murió infectado, se le acusó de hacer falsos comentarios. Al sábado 28 de marzo suman más de veintisietemil muertos. España rompe récord con 768 muertes en 24 horas.


Italia China España Estados Unidos: los más infectados. Nuestra existencia cambió los hábitos de libertad por el juego delas escondidas. No besos ni abrazos no caminata urbana no viajes ni fiestas. Prisión obligada en fechas gemelas Del 20 de marzo al 20 de abril del año gemelo 2020. ¿Cuántos habrán de morir? ¿Cuántos volverán Al feliz ritual de un saludoabrazo? El mundo Tiene M i e d o: Tiene tos tiene fiebre. Tiene dificultad para respirar. El tiempo está enfermo, agónico. No hay vacuna para esta fiera. El reloj del mundo aumenta las cifras de contagios y de Muertos Aúllan las dementes noticias. México tiembla oye mira envuelto en su rebozo de hilado mestizo el ciau nequealtlapacholoni náhuatl. La gente callejea viola las instrucciones de salud. En Europa: Los hospitales saturados, En el piso los enfermos agonizan. Los ataúdes plenos de cadáveres Hacen fila de espera, para cumplir su misión de sepulcro.


Se cierran negocios Se cierran fronteras. Se agotan las mercancías Se agotan las esperanzas. El contagio apenas inicia: Los países líderes indefensos sus fronteras indefensas ¿Cuánto habrá de durar? ¿Cuatro, ocho, veinte semanas? ¿Uno o dos años? ¡Los días sanos llegarán, llegarán! Estamos en cuarentena Se prohíbe salir por salir da miedo salir. Da miedo enfrentar a la muerte que pasea enel viento con suvestido invisible. El viernes 27 de marzo El Papa Francisco otorgó la bendición “Urbi et Orbi”. Ante lasolitaria y lluviosa Plaza de San Pedro: sin monjas rezos ni peregrinos. Aquí enmi ciudad las campanas enmudecieron los templos callan con puertas cerradas. Los pájaros alborotan enamorados los geranios hierben deflores los niños juegan corren gritan. El sol relumbra con risaquemante: inicia la primavera. Con ella llegó la nueva pesteviral. con ella inicia la esperanza de vida.


Al domingo 29 de marzo, estadística de muertos en México: CDMX 7 Durango 1 Hidalgo 1 Jalisco 3 Michoacán 1 Quintana Roo 1 San Luis Potosí 2: TOTAL 16. Casos confirmados 848. Honores a los salvadores dela vida. Lunes 30 de marzo del 2020, Entramos a la fase dos. Inicia la SEGUNDA SEMANA. Estamos muriendo sin morir. Estamos viviendo sin vivir. Con ella inicia la esperanza de vida.


Por Natalia Alejandrina Blanco


MI CUARENTENA Lázaro Mayorga Son casi las diez de la mañana. Me levanto y me siento al borde de la cama con un enorme esfuerzo de voluntad. Los estornudos y la tos no cesan. Me toco la frente y siento que aún traigo algo de calentura, pero no tanta como la del día anterior. Ayer sí que fue fatal para mí. La fuerte gripa que me cargo me tumbó durante todo el día en mi lecho. Cuando me enfermo mi familia se da cuenta en el acto. Mi rutina diaria es levantarme a la cinco o seis de la mañana, hacer algo de ejercicio, y después, un buen baño y un gran almuerzo, para enseguida hacer los pendientes del día. Por eso, cuando ayer y hoy no me desperté temprano, mi esposa y mis hijos se fueron preocupados a sus respectivos trabajos. Sobre todo, por las alarmantes noticias acerca de esta pandemia del coronavirus que azota a la humanidad como un jinete del apocalipsis. Yo los tranquilizo, y les recuerdo que de peores caídas me he levantado. Es por eso que esta mañana me levanté, decidido a dar la batalla una vez más. Es cierto, a mis sesenta años mi fortaleza y mis defensas naturales son más débiles. Pero, ¡pos que chingaos!, mientras haya vida, este viejo guerrero estará en pie de lucha. Lo primero que hago es quitar la sobrecama que está empapada de sudor, -producto de las fuertes calenturas que tuve durante la noche- y la saco al sol. Él se encargará de matar todo tipo de virus, habidos y por haber. Luego me preparo mi clásico almuerzo. Mi huevito de cada mañana, esta vez acompañado de machacado, mis cuatro tortillas de maíz y mi taza de café negro. Más tarde, en short y con el torso desnudo, me siento de cara al sol. Cierro mis ojos y me relajo. Durante casi una hora, sus rayos bañaron mi cuerpo, que sudando, tosiendo y estornudando, aventaba virus por todo lados. Después de un reconfortante baño, noto que mi dolor de cabeza no cede. No es muy fuerte, pero está ahí, constante, molesto. Es hora de seguir tomando medidas drásticas. Agarro mi par de envases de caguamas, y me lanzo a comprar “la promo” en la tienda de la esquina.


Un rato después, sentado bajo la sombra de un árbol, y saboreando uno de mis “refrescos”, estoy con un cuaderno en mi regazo y una pluma en mi mano, tratando de avanzar en mi proyecto. El año pasado ingresé a un taller de literatura, especializado en narrativa, cuento y novela. Es por eso que mi propósito de este año es el de publicar mi primer libro de cuentos. Afortunadamente mi imaginación ha respondido con creces, y tengo la mente saturada de ideas, historias y fantasías que se me amontonan una sobre la otra. Y mi tarea actual es anotar de perdido, los posibles títulos y la idea principal, para después tratar de concluir los textos. Por ejemplo en mi lista de pendientes están: “Tony”, tragedia de un teporocho, “Mi Querida Hermanita”, drama entre adolescentes, “Corina”, un sueño erótico, “Monique”, asesina serial de jóvenes, “El zumbido”, la ex zona roja de mi ciudad. Casi todos tienen su grado de dificultad y de trabajo por ejemplo: en “Tony”, voy a tener que probar el huachicol, para comprobar los efectos en mi personaje. En “Monique”, mucha imaginación. Y en “El Zumbido”, trabajo de investigación, etc. Esta mañana nos hemos despertado en México, con una noticia más alarmante acerca del Covid-19, hemos pasado a la fase II. Ya mi gripa de días anteriores ha desaparecido por completo. Pero no por eso voy a bajar la guardia. He comunicado a mi familia, mi deseo de resguardarme voluntariamente en un pequeño cuarto de madera que está ubicado en el fondo del patio. Ahí he decidido pasar mi cuarentena. Rodeado solo de cosas muy esenciales para mí: mi radio portátil, pues sin música yo no puedo vivir. Un montón de viejos libros, será un placer volverlos a releer. Varios cuadernos usado, reciclados entre familiares, para usarlos como borradores de mis escritos. Varias plumas y… ¡Haa, mi par de envases de caguama!. ¡Por hoy es todo! Y si la vida me lo permite… ¡Nos vemos después del coronavirus!

Página siguiente: Autoretratos de Óscar Chavarria Martínez



Trastorno de home office Enrique Villalon

´Trabajar desde casa nos ayudó al principio para liberar pendientes, durante la primera semana de home office logramos un hito en el departamento de auditoría de finanzas. Los cuatro elementos que lo integrábamos tuvimos el mejor índice de producción desde que nos contrataron. Era la primera semana en mucho tiempo en que no teníamos reportes de indisciplina por beber alcohol en el cubículo o pelear por el último cartucho de tinta para impresora. Cada mañana de rendición de cuentas por video llamada con el jefe, mostrábamos una imagen pulcra y nos comunicábamos como gente civilizada. Al inicio de la cuarentena me gustaba la tranquilidad y el silencio. Eso en mi caso porque vivo solo. Cuando estaba la oficina me volvía loco el sonido de las teclas al ser presionadas en la computadora. Odiaba el olor a café que me impregnaba la ropa y la bocina del techo con anuncios me hacía sentir como en la barraca de un campo de concentración. Trabajar desde casa fue como desactivar esa bomba de tiempo que me haría quemar mi cubículo algún día. Lo único que extrañaba era ver a Linda, de sistemas. También a Cristian y sus cocteles con tequila después de la comida. Mario y Castro me agradaban como compañeros, pero me sentía mejor al no verlos durante la cuarentena. Ahora creo que cada uno recibía descanso de los demás. Algo que no necesariamente significaba una mejoría. Durante diez años el departamento desarrolló una resistencia al ambiente tóxico de las oficinas. Mientras hubiera alcohol, peleas y nadie entrara al cubículo del otro sin antes solicitarlo por correo, nuestra salud mental iría bien. Es verdad que dentro de la fábrica en que traba-


jábamos éramos algo así como miembros de una lista negra. Si manteníamos el puesto era porque guardábamos información de primera mano para poner en riesgo la reputación de algún jefe y hasta gerente. Ya sabes, evasión de impuestos, uso de utilidades de los departamentos para viajes personales, cheques de honorarios para alguna amante, compra de comidas con cargo a los gatos de materia prima. Fuera de los chantajes y el comportamiento improductivo, que quede claro, éramos buenos muchachos. Sí, un pendiente aquí y otro allá, pero al final del año hacíamos quedar bien a la fábrica frente a los perros de hacienda. Ninguno de los cuatro pudo advertir el desplome en la tercera semana de home office. Uno debería enloquecer tras la jubilación, eso si no se llega al suicidio, pero Mario, Castro, Cristian y yo dejamos de ser los mismos en la cuarentena. Quienes alguna vez tuvieron trato con nosotros podrán decir que ya estábamos trastocados o que había un corto circuito en nuestras cabezas. Ellos pueden irse a la mierda. Éramos un caso, solo eso. Para sobrevivir al ambiente de oficina, ya lo dije, hay que tener los resortes de la cordura un poco flojos. Castro vivía obsesionado con la revolución cubana y tenía un blog de internet en el que posteaba sus “ideas subversivas”. A veces hacía cadenas de correos y los distribuía entre cada trabajador de la fábrica, instaba a la huelga y a “cortar la cabeza del oligarca al mando de la gerencia”. Nadie lo tomaba en serio. Su puesto no peligraba gracias a que era sobrino del director de finanzas. Mario profesaba la religión del orden. Sacar de su puesto establecido las tijeras, alguna pluma o modificar las etiquetas de colores en el papeleo lo hacían estallar. Tomaba su silla y la lanzaba al cristal de la puerta de entrada en la oficina. Al cuarto ataque de furia dejaron de poner cristal nuevo. Cristian era quien amenizaba las tardes con sus tragos. Además de eso podía conseguirte cualquier cosa,


boletos para el estadio, tuppers, televisiones, y guardaba la mercancía en el baño. Los módicos precios que manejaba hacían que nadie lo molestara. Y yo. Pues yo había entrado como infiltrado para conseguir información que contrarrestara lo que ellos sabían. A los dos días me rendí. Además, yo empezaba las peleas por los cartuchos de tinta, hacía apuestas y me llevaba una gran tajada. Pues bien. Hoy los chicos que conocí se han perdido en el vacío mental de un trio de cuerpos dando resultados del primer trimestre y elaborando tablas con predicción de gastos. Se convirtieron en lo que juramos destruir. En mi caso, mantengo la esperanza de que al término de la cuarentena todo vuelva a la normalidad. Para mantener lo pies en la realidad que habíamos creado en la oficina, organizo peleas por video llamada con los de mantenimiento que deben seguir en la fábrica. No es lo mismo, pero he aguantado hasta ahora con eso.


Collage de Antonio Olvera


Acumulemos fe Después de una guerra solo quedan casas, edificios, ciudades, países y familias destruidas. Después de una sequía solo quedan árboles, ríos, mares, animales y humanos deshidratados. Después de un incendio solo quedan cenizas, que soplamos para desaparecerlas, pero lo único que conseguimos es esparcirlas. Después del virus que nos quede una familia construida, un ser hidratado de pensamientos sanos, que cuando salgamos de casa y volvamos a conquistar el mundo dejemos a los animales, los ríos, a los árboles y mares fluir libres como hoy en día lo hacen en nuestra ausencia. Mientras tanto acumulemos fe en nuestras manos y soplémosla para así poder esparcirla.

Dayana Galicia


Mi libertad ahora depende de este pequeño escritorio junto con todos los libros que aún no he leído. La situación que vivimos actualmente me lleva a imaginar que estamos en Comala y ahora solo somos ánimas que no pueden más que deambular en el pequeño espacio permitido. En ocasiones agobia estar en un pequeño asiento frente al escritorio, pero es la manera más oportuna de reinventar esta realidad en que vivimos. Borges decía “Nos tocó vivir tiempos difíciles como a casi a la mayoría”, cada hoja que leo me hace de nuevo recuperar la capacidad de soñar ante la crisis. Siempre hay motivos para resistir, el sol, el amor, la imaginación, el café con leche de las mañanas. La literatura de mi mesa, ayuda a retomar el tono y la intención de lucha, en que los seres humanos podemos combatir con solidaridad y reconocer que la ayuda mutua hace que nos levantemos. Solo puedo contemplar desde mi balcón, los días y noches tan largas, ver el noticiero por las tardes con la indicación de quedarse en casa con la premisa de ser “héroes anónimos”. Mi único pensamiento es sobre el deber de meter las manos por un mundo que en estos momentos parece desmoronarse, solo puedo pensar “Vamos a salir adelante”.

Gustavo Ángel Hernández Garza





Es solo otro día. En la interminable línea de piezas de domino

que caen rápidamente una tras otra, así son los días, aquí y allá la línea del tiempo no se detiene, no cuenta muertos y enfermos, no cuenta encierros y distancias. La línea sigue su interminable recorrido sin detenerse a mirar todo lo que pierde en el camino. Desde la ventana veo la trayectoria del sol en el cielo, las estrellas rondando como centinelas, mirándonos, ¿quién es fugaz en este universo? ¿Quién pasa veloz arrastrando su luz por el universo? ¿Somos estrellas fugaces a ojos de los dioses? Miro detenidamente a mi mascota mientras se pierde debajo del sillón, se estira, me observa, acaso sabrá lo que sucede ¿Siente mi temor? Esquiva mis pies que se deslizan a prisa como si tuvieran a donde ir, del sillón a la cama, de la cama al baño, del baño a la cocina, de la cocina al sillón. No veo televisión, me deprime, la calma se pierde rápidamente entre mensajes de aliento, entre esperanzas lejanas y bromas ridículas, personas que existen en realidades insostenibles, mujeres y hombres que no pueden controlar un mundo que de la nada pesa más que antes. Miro a mi esposa encender la computadora, habla con más personas, se retuerce en la incomodidad de una silla pobremente adaptada para su trabajo, trato de hacerle el día lo menos pesado posible, cocino, limpio, pero no es el trabajo, no es la silla, la fuerza se va poco a poco cuando no existen garantías. Tenemos miedo, nos ocultamos, tratamos de escapar de los zombis, creemos ser protagonistas de esta película, si acaso llegamos a ser extras, esos que son el ejemplo de lo que no debe hacer el protagonista, los que se ahogan en la inundación, los que arden en el incendio, a los que arrastra la ola allá a lo lejos, en segundo plano, mientras los protagonistas corren a toda velocidad.

Páginas anteriores: Don’t go out, Stay at home y Be safe de la serie Gōsutohāto de Ricardo Melo.


Los muertos no están allá afuera, las enfermedades no se pueden evitar, los virus no pueden morir, los zombis somos nosotros, acá adentro, viendo caer a los de afuera, comiendo su carroña, llenándonos de papel de baño, abarrotando hospitales, buscando la cura para el miedo, combatiendo con nuestros demonios, dejándonos llevar por el más primitivo de los instintos, sobrevivir. Sobrevivir a costa de todo, de lo que sea, de quien sean, como sea, para lo que sea. Miro por la ventana esperando que la nube maligna desaparezca ahora antes de que se lleve algo preciado, antes de que me condene a infectar a alguien, antes de que muestre que no puedo manejar la situación, antes de que me lleve a perder el control. Miro a mi esposa, hablo con mis padres, acaricio a mi mascota. ¡No pasa nada! ¡Vamos a estar bien! Aunque no lo sepa, aunque no tenga pruebas de ello, aunque no exista dios que me lo garantice. Mañana será otro día, más contagios, más sobrevivientes, más miedos.

Manuel Eduardo Luna Jara


Intervenciรณn de libro y dibujo de Caleb


Intervenciรณn de libro y dibujo de Caleb


Una mente enredada Ana Alejandra Olay Blanco

Segunda semana y parece que ha sido más tiempo el que ha pasado, y no se diga lo que falta, la vida se volvió una incertidumbre. A veces me cuestiono a mí misma si será que me engaño al pensar que esto pasará pronto, pues las noticias no son esperanzadoras. Todos los días es lo mismo, cifras en aumento, así como mi estrés. Las personas dicen que si hay algo que no podemos controlar hay que dejarlo ir y no preocuparse, pero soy tan aprensiva, no es tan fácil como todos dicen. Dicen también que hay que utilizar el tiempo para cosas productivas, lo hago, sigo trabajando en mis deberes, pero no es suficiente para distraerme. Nuestra libertad se ha limitado, todo sea por la salud física, pero la mental es la que está teniendo estragos. Hay un reloj en mi cabeza, solo escucho el tic toc del tiempo pasar. No sabía lo que realmente era la ansiedad hasta estos días, ha sido una compañera constante. Pasar todas las semanas por etapas del duelo, tener que lidiar con más problemas que causa la incertidumbre y mi indecisión. Esta enfermedad vino para jodernos la existencia, vino para quedarse. Intenté relajarme con yoga pero estuve más cerca de llorar, debería ser fuerte pero es demasiado, siento cómo me consume, día tras día. No siempre es así, pero la mayoría de los días lo son. Mi cuerpo no descansa, ni dormida puedo estar bien, mi estómago lo resiente, el nerviosismo me ha quitado el hambre, no dejo de comer porque sé que tengo que hacerlo. El nerviosismo acaricia mi pecho agitando mi respiración. Hay algo en mi mente que me hace no querer dormir, tengo miedo de dormir, ese miedo que tenía pequeña, ese miedo de tener pesadillas. El llanto se apodera más fácilmente de mí. Ya no quiero llorar, quiero estar bien, pero no sé cómo. Las personas en general dicen que soy una persona centrada y aplicada, en ocasiones intento ser objetiva y filtrar la información de todo esto, pero también soy blanda, soy débil. El estar, o hacer cosas, sola nunca fue un problema para mí, pero ahora no puedo.


Tengo a alguien en mi vida pero está lejos. Él es mi momento de calma, pero cuando no estamos juntos, me siento en una marea. Tengo a mi familia y la valoro pero aun así, no puedo estar tranquila, me hace falta. Lo extraño. Quisiera un día despertar y escuchar que las cosas van mejorando, quisiera un día poder dormir tranquila, sin que en mis sueños se refleje la realidad, quisiera que todo esto fuera una pesadilla y solo eso, un maldito sueño. Uno de mis peores miedos se volvió realidad: la incertidumbre. Necesito ser fuerte, necesito tener la mente fría, necesito sobrellevarlo, necesitamos sobrevivirlo.

Collage de Alejandro Zertuche, Amanecer, 2020, 21.5x12.6 cm


Solo quedo yo Zaida García

Quiero decirle que estoy en cama, desnuda y sola frente a mi balcón la noche se asoma, la calle es silenciosa al final de mi cama se despierta la agresividad de mi bestia salvaje esperando que sea dulce y tiemble, me deja marcas en la piel, sus ancestros dominaban el inframundo y cazaban a cuanto roedor se interpusiera sigo siendo el desorden en persona, no me interesa aparentar mucho menos ahora cuando solo necesito amor, amor en tiempos de pandemia suena el teléfono y es la voz bronca arrepentida de los pecados de febrero entiendo que me digas que me quieres y que, si decido volver, sabré como encontrarte, pero cariño, el único problema es que no sé cuándo ha de amanecer. El aire me parece tóxico y el frío recuerdo de mi ex amante no me deja dormir, soñé que hablábamos de nuevo y hoy su repentina muerte dolosa. Amanece lento y solo se escuchan los gritos del sol queriendo arder, nosotros le gritamos que hoy no, que las cosas están difíciles acá abajo, pedimos de favor que, si nos da otra vida, para la próxima prometemos arder. La luz no escucha y solo alumbra… así llegamos a 40 grados. Todo este encierro me consume la piel, ardo mil veces al día y en la noche también, maldiciendo el día en que no te pude decir que mi cama también puede ser tuya ahora solo mi balcón es la ventana al mundo observo familias, amantes y obreros pasar al pasar los días, solo veo sombras al pasar los días, el mundo respira pero yo solo parezco enmudecer Ya no puedo salir a la calle a gritar me temo que solo quedo yo en esta cama y en este balcón


FotografĂ­a de Miguel Govea


A Segunda Vista

Pau Metztli

Soledad. Las palabras de Bécqer retumban en mi cabeza: “Que tristes se quedan los muertos”. Perdí la noción del tiempo, no recuerdo si es miércoles o viernes, todos los días parecen lunes en asueto o domingos en enero, fríos, desoladores, abrumados, intransigentes. Las noticias denotan la tragedia, muertes aisladas, lamentos que no bastan. Y uno va del sofá al refrigerador, de la lavandería a la almohada, llenándose de artículos falsos, de una sociedad empobrecida en la comunicación y las comunicaciones que, a pesar de que cuestan, traen consigo un torrente de conjeturas y conceptos que nadie pide y todo es psicosis y todo es violencia y todo se acaba y yo me acabo, en esta máquina de afiches que no da otra cosa que la bastedad de los niños perdidos que somos en el mundo, espíritus buscando sin encontrarse, en el refugio de estos días de pandemias. He intentado salir de casa dos veces. La primera, apenas al abrir la puerta me desconcertó el aullido de dos ambulancias y un camión de bomberos que retumbó parte de mi edificio, ladraron los perros, volaron los pájaros, mi corazón latió más fuerte y cerré la puerta por dentro y me quedé petrificado, un minuto, o diez, tal vez fue una hora, no recuerdo; lo que sí recuerdo, fue la ola de sentimientos cuando regresaba a la sala donde el telediario encendido apuntaba las frases de “Quédate en casa”, “No salgas”, “La pandemia está aquí”, “Asegúrate y todo pasa”. La segunda ocasión, un carro del municipio vociferaba: “Si no tiene a que salir, no salga; estamos en una contingencia. Regresa a casa, cuida a tus seres queridos. Si eres sorprendido en la calle, se te pondrá a manos de las autoridades”. Esto último no sé si lo dijo, o mi mente se aferró a ello; el confina-


miento puede hacer que la psicosis, la ansiedad y la frustración, estén aferrándose a mi mente y cuerpo. Necesito salir, hacer las compras de supermercado, comprar algo para distraerme en casa, todo lo que llega en los grupos de Internet, avisos, informes, novedades y conceptos que todos comparten, cada que enciendes la radio, vuelves a la televisión, allí están, devorándote con el miedo, carcomiendo el raciocinio que queda de la destrucción que se apodera del orden, de la salud de cientos de miles, más de un millón, escuché en la mañana. Tengo que salir, volver a la calle, entrar al supermercado, comprar lo necesario sin voltear a ver a nadie. Lo logré, he llegado. De todas las formas que pudieron ser posibles, he llegado. Apresuro mis compras, tengo todo, llego a mi fila, hacen que me aleje casi dos metros de la persona que tengo delante, pierdo el balance, se me caen dos velas que tomé en la sección de Hogar y Decoraciones, trato de parar una con el pie, la otra sale rodando, topa con un estante y lo que parece ser una revista; agarro la vela, trato de tomar la revista, el título parece abarcar toda la portada: “A Segunda Vista”. El nombre me sorprende. En los subtítulos hay frases como “Tienes oportunidad de ver por segunda vez” y “No todo es lo que parece”; siempre me gustó la forma de ver el mundo como el Principito, de allí que empeñado del tumulto de sensaciones que nos dejan estos días, sigo obstinado en encontrar vida donde el caos se apodera. Pago, salgo del súper, apresuro a volver a casa, caminando los 2,345 pasos que me traen hasta la alfombra de “BIENVENIDOS”. Enciendo la luz, dejo las bolsas de compras en la mesa, tomo la revista, abro la primera página y allí se encuentra: “Uno es lo que come, pero también es lo que escucha, lo que lee, el alma suele alimentarse, cuida mucho las noticias que digieres, las pláticas que tienes... Sigue leyendo en las páginas 27 y 28”. Algo salta en el espacio que tengo entre mi pecho y la revista que estoy leyendo; voy a la página 27, allí todo avanza, cae y surge como la verdad vista sobre el sombrero de un mago, y dice así “Alberto es un profesor de 31 años, quien encontró su vocación desde que era estudiante y decidió realizar su servicio social enseñando física en un bachillerato técnico. No obstante a ello, cuenta que hace un par de años, comenzó a tornarse en constante estrés, frustración y enojo, por lo que, al enterarse del cierre momentáneo de escuelas, sintió alivio inmediato… pero también fue momentáneo. Ahora que pasa sus días en un departamento solitario, se ha dado cuenta de que ha carecido de valores escenciales como el amor y la compasión, dado que ha comprendido que el mal comportamiento de sus alumnos deriva de estar pasando por una etapa de incomprensión


social -la adolescencia. Considerando esto, así como el reto social que hoy vivimos, Alberto decidió crear un grupo de apoyo para sus estudiantes, donde podrán desahogar su tristeza, ansiedad, miedo, impotencia o cualquier sentimiento que les impida encontrar un estado de paz”. Algo se encuentra dentro de mi ser y parece que me encuentro, todo pasa en este momento exacto, no quiero dejar de leer el siguiente fragmento: “Emma, de 20 años, estudia su segundo año de la carrera de Filosofía y Letras. Desde pequeña fue independiente y tímida, pasando su infancia en mundos que inventaba para sus aventuras como marinero. Ella nos comparte que gracias a esa niña que sigue llevando consigo, enfrenta la situación actual imaginando que es un mar inquieto y, como capitana de su barco, sabe que debe tomar el timón con fuerza, valor y tranquilidad para no perder el camino. Además, dice, es el momento de que la embarcación luche en unidad a base de empatía y solidaridad para que el barco siga a flote hasta que la tormenta se convierta en recuerdo”. Estoy más que emocionado, las lecturas puestas en esta revista hilan los estambres perdidos, reúnen las piezas que encuentran alivio en mi cabeza: “El más Tigre de corazón” y “un loco rockanrolero”, es como Fernandito se describe a sus casi 6 años. Narra que hace un par de semanas sus papás le dijeron que no iría a la escuela por un tiempo, ya que el mundo necesitaba unas vacaciones y su misión era quedarse en casa. Fernandito no entendía por qué debía pasar su descanso “como los animales en el zoológico”, sin poder salir. Contrario a lo que sus papás imaginaban, lo que Fernandito extrañaba más no era ver el fútbol o hacer música, sino visitar a su abuelita, Julieta, y nadar, pues dice que este último lo ayuda a pensar en cosas bonitas. Fernandito dice que cuando “sea libre”, quiere abrazar a la gente que ama y a ser más paciente con sus primos pequeños, a quienes les enseñará a jugar fútbol para que sepan que pertenecer a un equipo es nunca estar solos.” Todo me da vueltas, la visión de pasar estos días encerrado, colman la confianza de que mañana puede ser un gran día, pues hay algo dentro de esta vida que se vive al dejar pasar la desesperanza, al dejar de escuchar las intranquilidades que arrecian en todos los bandos que no cesan de tristeza y en cada uno de las comunicaciones y los diarios enemigos. Ahora todo pasa, y cuando esto pase, nosotros estaremos tranquilos.


Aura y Gala Torres, Juegos de insomnio


El amor en los tiempos del coronavirus Juan Carlos Ramírez

Siendo un ávido lector y gamer desde la infancia, yo y muchos colegas ya estamos bien familiarizados con que otra gente nos juzgue por no salir de casa tan a menudo. De alguna manera el no salir me ha vuelto más hogareño. Lo curioso sobre el aislamiento impuesto es que ha sacado a la luz lo peor de mucha gente que parece que ya no sabe cómo vivir dentro de sus casas, se muerden solos. Para los hombres y mujeres solteros(as) o mal correspondidos(as) el aislamiento y la pandemia no hacen mucha diferencia; estoy en mi casa sano y salvo suspirando mientras recuerdo que la chica de mis sueños se enamoró de alguien más. Seguro ella y su novio se la pasaban de maravilla mientras yo buscaba cualquier cosa para distraerme de esa frustración, pero aprendí a vivir con eso y ya no me afecta, es como una cicatriz que nunca se borra pero ya no te duele cuando la tocas. Es una felicidad incompleta, pero seguro ellos sí son felices y como todos, tienen que lidiar con esta pandemia a su manera. Termino mi reflexión pidiendo a la gente que no trate a su soledad como una enfermedad, sino que la reciba como parte de su ser, de esta manera pueden surgir mejores deseos y actos de empatía y solidaridad.


Acuarela de Silvia Villanueva Olivo


OTRA OPORTUNIDAD Montserrat García González

Mi reloj ya no suena en la mañana, se ha quedado pospuesta la alarma creo que otro día ha comenzado pero hoy no voy al trabajo. Miro mi ropero y la ropa sigue doblada, no veo el porqué de quitarme la pijama, asomo mi cabeza por la ventana, hoy mi vecina no ha salido, su puerta sigue cerrada y las risas de los niños se escuchan lejanas. Preparo café caliente y me doy cuenta que el azúcar se ha terminado, prendo la televisión y todos los canales tienen al mismo protagonista. El mundo está enfermo y justo ahora necesitamos sacar valor para enfrentar la situación y poder sanarlo: nos necesitamos más que nunca, nos necesitamos juntos pero separados. A media tarde las estadísticas llegan a asustarnos y las noticias se convierten en el peor cuento de terror: que si allá murió otro, que si venía de Italia, que si pasó por Francia, que si llegó a España, que si en Argentina están encerrados, que si México no está preparado y veo cómo el miedo empuja al ser humano a sacar lo peor y lo mejor de sí mismo. Esto que estamos enfrentando es terrible, mas no indestructible, y tengo la esperanza de volver a disfrutar de la vida al lado de mis seres amados, ansío sentir el fuerte abrazo de mis amigos cuando esto termine, el beso de mi madre y el apapacho de mi abuela. No tengo duda que después de esto seremos más fuertes, sin embargo, le temo a algo peor que el virus: tengo miedo a olvidar el dolor de la ausencia de aquellos enfermos que perecieron y que la humanidad regrese a esa vida de indiferencia y egoísmo, pero tengo fe en que todavía tenemos otra oportunidad y mantengo la esperanza que la sabremos aprovechar.


Foto de FЯE


Mañana

Jorge Daniel Cumplido López

Todos los días muy temprano, me asomo lo más rápido posible por la ventana de la sala para ver la calle. Me gusta escuchar los sonidos del mundo; los pájaros hablando un idioma que no entiendo, los perros ladrando, el sonido de los camiones recolectores, de los carros nuevos y los viejos; a los vecinos pasar rumbo hacia sus trabajos. La mayoría de ellos suele ir muy rápido, lo cual apenas me permite reconocer bien quién es, o con qué cara se levantó. Dada mi condición, no suelen verme feo por fisgonearlos. ¡Cuánto quisiera poder salir como cualquier otro chico de la colonia! Salir con Sigi a pasear al parque, o lanzarle la pelota. Correr mientras huelo el verde y brillante zacate, me trepo a los árboles y toco la tierra calientita de mi alrededor. Si lo hago aquí adentro, mi mamá se pone nerviosa. Me grita. Suspiro y me rasco la cabeza. Hoy no veo pasar a casi nadie; ni a señores apresurados, ni a niños corriendo y gritando; unas cuantas señoras y a Don Rubén, y eso porque él no tiene casa y vive al día, juntando latas y cartón. Tal vez se les hizo tarde. Tal vez hoy no será un buen día. El próximo mes será un año sin poder salir. A veces quisiera regresar el tiempo, tener una máquina como en las películas y borrar el día que me dijo el doctor que me pondría mal; porque, a partir de ahí, empezó todo. Un día, de repente, me sentí cansado, mis piernas perdían su fuerza; otro día sorprendido, me levanté con la vista borrosa. Pequeños cambios que mi mamá y los demás entendieron como algo muy serio. Por eso, me prohibieron salir. Mi mamá se preocupa tanto, que todos los días, me pone un cubrebocas, pero no me gusta, porque me siento como un doctor. Ella últimamente se pasa el tiempo viendo videos en youtube, sobre cómo ayudar a los hijos cuando les pasan cosas como a mí. Al estar encerrado así, sin previo aviso, me empecé a molestar mucho. Después de quebrar tantas cosas aquí adentro y contestarle feo a mi mamá, me quitaron los videojuegos y el celular. Y tuve que empezar a buscar otras cosas por hacer. Fue cuando descubrí unos libros que estaban guardados en unas cajas. Algunos son de mi hermano y otros son tan viejos,


que los trato con mucho cuidado para que no se rompan. Así conocí al detective Sherlock Holmes. También hace poquito, mi hermano me trajo un comic del hombre araña, ¡cómo me encantaron los dibujos! Aunque mi hermano me dice que sea prudente frente a mi mamá porque dice que son historias para mayores. Me gusta mucho como los dos resuelven los problemas y atrapan a los malos. Ojalá fuera tan fuerte y listo como ellos. Veo a otro señor pasar por la calle, pero este trae un cubrebocas como el mío. Mi mamá se levanta y se acerca lentamente. Siento que me está mirando. Yo nervioso le pregunto: -Mamá, ¿ese señor también estará enfermo? -No creo, mijo. Es por otra cosa. -¿Qué cosa? Mi mamá no sabe por dónde empezar. Me doy la vuelta, la tomo de la mano y la llevo al comedor para desayunar.


Héroe

Jonathan Solís

No necesitas un disfraz para ser un héroe. No se necesitan súper poderes para ser alguien en la vida, un carro último modelo, el trabajo mejor pagado, ni siquiera todos los logros posibles para dejar huella. Un héroe es algo complicado de ser. No tiene que ver con hazañas imposibles de hacer. Ni leyendas que contar o imposibles que superar. Un verdadero héroe significa dar todo de sí, aun cuando las cosas vayan mal, terriblemente mal. Un héroe es aquel que sigue adelante, sin detenerse. Aquel que solo le basta un cubrebocas y la voluntad de hacer un cambio para ayudar a otros, aun a costa de su vida. Aquel que enfrenta retos que muchas veces acobardarían al soldado más valiente, y que no lo hace por un acto de valentía sino de solidaridad. Porque sabe lo que está en juego. Porque su lucha interminable no acaba al curar a uno de nosotros, aun cuando sea contra enfermedades invencibles. Porque representa la primera línea de defensa. Porque no sabe rendirse. Un héroe puede estar a tu lado, incluso puedes serlo tú mismo. Como aquella persona cuya voluntad le exige dar un paso más. Como aquella voz que dice “sigues con vida, así que aprovéchala”. Por aquellas personas que siguen trabajando cuando el mundo está paralizado. Porque saben que tienen que continuar aun cuando otros no. Los que se arriesgan para llevar un sustento a su familia. Los que a pesar de todo saben sacar el lado bueno de las cosas. Un verdadero héroe, no se define por su fuerza o sus grandes logros, se define por ser él que aguanta un último segundo, saca lo mejor de sí y de todos los que lo rodean. Porque es su esencia misma. Una luz que ilumina a todos. Y es sencillo, porque un héroe no sabe rendirse.


Mi cuarentena desde el Hospital Universitario, Ricardo RamĂ­rez


FotografĂ­a de Guadalupe Carrillo Villegas, Metro insurgentes LĂ­nea 1, Contingencia Sanitaria Covid-19, CDMX, abril 2020


A

diós. Esa fue la última palabra que nos dijimos entre amigos, un domingo de marzo en donde pudimos disfrutar de un café, un pastel y una plática amena entre nosotros. No sabía hasta qué punto se agravarían las cosas. Me duele la ausencia de mis amigos, mis clases, la vida misma que se esfuma entre estas cuatro paredes que me asfixian entre recuerdos. Lo único que me mantiene en pie es la escritura. Con esta cuarentena tengo la oportunidad de ponerme al tanto con mi poesía y plagarme de todos los textos posibles. Sin embargo, cada día la depresión, la ansiedad, los recuerdos turbios que embriagan la noche, y me desmembran en esta ausencia tacita me queman. He desarrollado un anhelo ardiente ante el cigarro, de vez en cuando tenía la posibilidad de fumar en el atardecer en las bancas de mi facultad ante un silencio migrante de mi boca. Me gustaba degustar ese verbo paladeando su pecado en el humo, ahora el cigarro me invoca y me mutila con su brillo ceniciento que se desvanece. Entre mis manos puedo trazar este futuro que se escribe peregrino. Esta pandemia me está matando, nunca imaginé que un virus podría exhumar mis sueños, podría limitar mis ambiciones y alejarme de mis seres amados. La última vez que fui al supermercado, pude visualizar los estantes vacíos, recorría con mi madre los pasillos con un temor al mínimo roce. Recuerdo que un hombre visualizó el estante del azúcar vacío y le señalé brevemente que se encontraba más azúcar en una bolsa. Mi madre se enojó y me dijo que no me acercara a nadie. Esta pandemia solo refleja nuestros más profundos miedos, nos matará con nuestra falta de ética y el tuétano del temor. El otro día, el fin del mundo se congregaba en la cocina, mientras que mis padres cocinaban hot cakes hablaban de cómo esta pandemia nos matará. Después mi hermana disputaba que el final llegaría como un medio natural; tal vez el calentamiento global, la contaminación del aire o la falta de agua nos alcanzaría primero. Las voces se acrecentaban al saborear el miedo, fusilaban las paredes hasta disolver sus cenizas entre la sala, mi hot cake perdía su dulce sabor y se volvía salado y áspero, se disolvía en mi boca como final menguando. Observaba a mi abuela del otro lado, siempre sentada y atenta ante el televisor, ella miraba la misa, rezaba ante una voz estática que curtía ese momento, se limitaba a


deleitarse ante su Dios perdido en la estratosfera de la contingencia. Ella tenía entre su regazo a mi sobrina, la acariciaba como una gema arcana, como si su juventud y belleza se pudieran conservar en el recoveco de sus manos. Me deleitaba con la imagen de la bebé durmiendo en sus piernas. Mi Alondra amada: detesto el hecho de que te tocase crecer en el epicentro de una pandemia, que tu mundo se limite entre paredes, televisores y el miedo cocinándose en la cacerola, aborrezco que miremos entre asco y temor a la gente, que me tenga que aguantar estas ganas de comerte a besos y caricias para evitar cualquier infección posible. Tú duermes entre mis brazos, sueñas con las caricias de tu madre y los besos de tu padre, cocinas mis palabras en tus labios, ríes entre tu ignorancia y lloras en tu hambre, ojalá todos pensáramos como tú. Esta pandemia se acrecienta en mí desde hace meses, tengo vacío los estantes del corazón, tiemblan mis vísceras, la tos seca de la melancolía se acrecienta mientras hierve mi frente ante las memorias que se dispersan en mi carne infectada. Cada noche no puedo dejar de envidiar el amor que comparte mi hermana con su pareja, comparten a bocanadas su cariño, envidio como otras personas tienen el hórrido placer de tener en sus casas a sus mascotas, yo sigo persiguiendo la sombra de mi perro muerto, la que arde en el patio y mutila esta soledad carmesí. Esta soledad que rasguña mi piel azul, que grita en la lujuria de mi sed y se escarnece en mi silencio. Me hace invocar mi recuerdo en aquella banca, en donde me limitaba a palpar el silencio y dibujar el diluvio de mi tristeza. Acariciaba a lo lejos la sonrisa de mi abuelo, mientras miraba su ataúd; mi hermana lloraba como Magdalena en el hombro de su amado, y yo sigo aquí en mi cama, en la misma banca fría y occisa que no tiene un hombro a quien llorar, solo un fantasma en el bolsillo y una pandemia que embriaga con el gemido de su melancolía.

Miralda Pedreza Cantú


Fotografía de Guadalupe Carrillo Villegas, Salida equivocada, Sistema Colectivo Metro, #QuédateEnCasa, Contingencia Sanitaria Covid-19, Metro Pino Suárez, CDMX, abril 2020


Mi casa no es trinchera Donde se quiera esperar morir, Tampoco es refugio para miedos apocalípticos, Mi casa no es prisión De atrevimiento y rebeldía, Mi casa en lo absoluto es una torre De esas que guardan princesas, Tampoco es un manicomio Donde curar mi psicosis, Mi casa no es funeraria Donde caigan muertos los silencios. Mi casa es una simple casa; Pero ahora en cuarentena Parece trinchera De una guerra que no es guerra, A veces se siente como prisión huele a miedo y también a miados, Basta un poco de salvia para volver a ser casa Pero esta casa también quiere ser refugio Guarida de una ciudad enferma, Esta casa ha sido castillo y choza Pozo de vida y fuente de lágrimas Casa que es casa, Con puertas que se abren ventanas que se esconden Y secretos que se hacen ruinas. Hoy confieso que después de tres semanas me escondí a llorar en un armario Que puse una almohada bajo la mesa Que hoy mi casa parece desierto Hay mucho que sentir y mucho espacio


Hoy todo parece un espejismo Una galaxia ajena Pantano, casa embrujada, Hoy la casa no es una casa Es la pรกgina de un libro Aislamiento voluntario Esperanza consumida Aburrimiento prematuro Hoy la casa es todo, Salvo mi propia casa. MetAura


Por Laiza Onofre


Ya perdí la cuenta Isabel Burruel de Larrañaga Ya perdí la cuenta. No sé cuantas veces he empezado a escribir estas palabras. A intentar decir lo que siento cuando en la noche veo solo otra luz más encendida por la ventana y me pregunto si la persona en esa ventana me ve y está igual de melancólica que yo. Los días son todos iguales, y me cuesta comprender que esta primavera los árboles florecerán sin que nadie los vea. Cuando me permito salir de casa me asombra la quietud y el silencio, parece que el mundo se ha puesto en pausa y con ello mi vida. Hay días en los que solo despierto y espero a que el día termine y me pregunto: ¿he hecho eso mismo toda mi vida? A veces siento, que solo he esperado pacientemente a que pasen los días esperando que algo maravilloso pasará. Excepto tú. Cada uno de los días a tu lado, los viví intensamente; intentando alargar cada uno, cada hora, cada segundo y cada respiración. Durante esos meses, no pensé ni en lo que me había pasado hasta ese momento ni esperé que me pasará otra cosa más maravillosa. Lo único que esperaba era que no llegará el día siguiente, porque sabía que tendríamos que separarnos. Este tiempo sin ti ha sido como una cuarentena, pero que no ha servido de nada. Sigo amándote como el primer día y solo espero, desde el fondo de mi corazón, que este confinamiento acabe y pueda correr a tus brazos. Llevo un mes encerrada aquí y no sé cómo lo he soportado; llevo casi un año sin ti y no sé cómo lo he soportado. Volverá a ser verano y esta vez no estaremos para disfrutarlo, así como los árboles florecerán sin que nadie los vea. Hoy presto más atención que antes a la actividad en la manzana interna a la que da la ventana de mi cuarto. Intento poner atención a los movimientos de cada ventana e inventar alguna historia de ellas. Y por ahí de las 7, veo a una pareja bailar. Mi mente viaja hasta que los veo de frente emprender un tango que siempre me imaginé bailando contigo; riéndonos porque nos pisamos los pies pero, felices. Algún día saldremos de esta cuarentena y aunque esta primavera no vimos florecer a los árboles; ellos nos regalarán la sombra del verano. Y espero que así salgamos de esta cuarentena y aunque no volvamos a disfrutar un verano como aquel, podamos ver las hojas de los árboles caer en el otoño.


Collage de Alejandro Zertuche, Prรณlogo, 2020, 18.5x12.5 cm


Guerras internas y externas Yessika G Peña López Te extraño. Como no debería de hacerlo, como me avergüenza decirlo y como me mata sentirlo. Apareces en mis sueños cuando menos te espero y me es inevitable pensar ¿Estarás pensando en mí? ¿Sentirás la milésima parte de lo que siento yo? La primera vez que apareciste fue en un sueño que tuve la semana pasada, no he podido conciliar el sueño adecuadamente pero lo puedo recordar perfecto, estábamos en un pueblo solitario, había toque de queda, los alimentos estaban escaseando y las patrullas estaban vigilando que se siguieran los reglamentos. Fuimos a dejarle despensa a unos adultos mayores, al salir de una de sus casas, me abrazaste como ya no lo habías hecho, alcé la mirada a tu rostro, te miré confundida, te pregunté “¿Por qué?” Me dijiste “No te voy a dejar sola”. Igual sabía que mentías, pero nos enfrentábamos a algo desconocido. Solo quería que unos brazos conocidos me confortaran, y entonces sucedió la tragedia. Desperté y no estabas tú, lo único que había afuera era la guerra, la guerra invisible, la guerra biológica, la que nos hace quedarnos en casa, extrañar el tiempo pasado y añorar el futuro incierto. Los días siguientes no fueron distintos, dormí mal y comí peor, traté de ocupar mi mente en todo menos en los noticieros, hice del trabajo mi religión desde la sala de mi casa, pero llega la noche y apareces. Esta vez lucho más conmigo misma para rechazar tus abrazos, me dices nuevamente “No te dejaré sola” y esta vez tengo el valor de responderte “Entonces... ¿Por qué te fuiste?” Te quedaste callado, no me sorprende, siempre has sido incongruente, pero no te dije lo que pensaba, solo te miré con una expresión que gritaba “Claro, ya lo sé”, pero me seguías buscando, me seguías encontrando y yo volvía a ceder a tus encantos, a esta pequeña alegría, a tus abrazos que cura-


ban todo, me volvía a sentir deseada otra vez. Pero volvió a ocurrir la tragedia, desperté y desperté en la pesadilla, la pandemia aún seguía y tú seguías con tu ausencia. Espero donde quieras que estés nunca te falte un plato de comida, una sonrisa de tu mamá, ni un chiste de tu hermano. Que tu papá siempre goce de buena salud, y que pueda escogerte una buena mujer. Mientras tanto yo seguiré aquí llenando los vacíos que dejaste buscando la aprobación de extraños a través de una pantalla, cuidando la salud de los míos, y haciendo listas interminables para el supermercado. Espero algún día podamos regresar a la normalidad, disfrutar de un café en un restaurante, vernos con los amigos, que nuestras miradas se crucen, nuestras bocas vuelvan a estar cerca, intercambiar una charla forzada y que vuelvas a romperme el corazón una vez más, pero en persona, para seguir sintiéndome viva. Espero poder decir algún día que gane una guerra externa y otra interna. Espero poder dedicarle mis palabras alguien más, pero sobre todo espero animarme a enamorarme de nuevo. Espero algún día te lleguen estas palabras y te des cuenta que alguien realmente te amó, y te dejó su corazón en aquel invierno. No te extrañará escuchar de mí porque tú sabes bien que nunca necesité una excusa ni mucho menos una pandemia para valorarte y decirte lo que sentía, pero es cierto, a veces la naturaleza nos hace sentir más vulnerables y esta vez me tocó escribirte esto extrañándote desde la distancia. Que se sepa que en tiempos de Covid-19, se reunieron familias, se fueron amigos, se salvaron vidas, se extrañaron rutinas y se sanaron heridas. Que fue tanto el tiempo a solas, que un día desperté y me acostumbré a tu ausencia, y ahora mi mejor compañía la encuentro en el espejo.


E

n un inicio fue difícil digerir que la rutina cambiara, primero porque estaría limitada a no salir de casa y evitar en la medida de lo posible contacto con personas ajenas, aunque se tratase de familia, para evitar el contagio del virus y posteriormente cuando me di cuenta de que tendría que buscar opciones para que mis hijos siguieran con su aprendizaje académico y cultural al que estaban acostumbrados hasta ese momento y no tenía ni idea de lo que iba a hacer. En la primer semana de encierro, caí en cuenta, que para todo hay solución, así que me dí a la tarea de investigar, las formas y técnicas para enseñar o dar seguimiento a lo que llevaban aprendido mis hijos en la escuela y no se perdiera la secuencia, porque si bien es cierto, el colegio me envió los trabajos y tareas a realizar durante las semanas de contingencia, también lo es, que solo en algunos casos hubo explicación de los temas, del resto tuve que estudiar para poder explicarlos y cumplir en tiempo con los trabajos que fueron dejando a cada uno de mis hijos. No voy a mentir, al principio fue difícil, porque no era lo mismo, realizar o supervisar las tareas por las tardes, a estar con ellos enseñando, realmente es una labor titánica, porque al no estar acostumbrada a ello, hace que en un segundo la paciencia se agote; sin embargo, medité un poco sobre el asunto, respiré profundo y me convencí que en estos momentos, no me voy a convertir en un maestro, solo hay que tratar de que los niños no se acostumbren a no hacer nada, refrescar el conocimiento que ya adquirieron y mantenerlos activos, así que me relajé y me dispuse a realizar las actividades escolares los más ameno y entretenido posible para todos; y fue en estos momentos cuando realmente valoré el trabajo y desempeño de los maestros, sinceramente es una profesión admirable. A pesar de estar con la preocupación de los aumentos en la gente infectada en el mundo, así como la que llevaba nuestro país, sentía algo de tranquilidad al ver que mi familia se encontraba en casa, porque por lo menos yo, cada que salían mis hijos al colegio y mi esposo a su trabajo, me quedaba con el pendiente por la delincuencia que uno escucha a diario en los medios, pero en estos días, fue algo


extraño y a la vez agradable, porque esa preocupación ya no existía: los tengo en casa bajo mi protección, de verdad que es algo que voy a valorar por un buen tiempo. Otra cuestión importante fue tener a mi esposo en casa todo el día, obviamente a ratos trabajaba en línea o por teléfono, pero el hecho de que estuviera aquí, cambió mucho las cosas. Creo que esta cuarentena es mas difícil para él que para mí, porque él está acostumbrado a andar de un lado a otro, así que el encierro comenzó a afectarle; tuvimos que asignarle actividades tanto escolares como domésticas para que no se sintiera tan encerrado y no se fuera a estresar más de lo necesario, sin contar que los niños al ver a su papá más tiempo se volvieron más demandantes y querían su atención para todo, así que de alguna forma lo involucraron en todo lo que hacían. Solo llevamos una parte de la cuarentena y existe la incertidumbre de lo que va a ocurrir, pero siempre he pensado que todo pasa por algo y siempre hay que aprender de ello, por lo que considero que si uno pone de su parte en hacer lo que te recomiendan, el daño será menor y en vez de quejarnos por todo, hay que buscar soluciones, yo sé que no es lo mismo para todos, pero en la medida de lo posible, creo que todos podemos aportar algo para sobrellevar esta pandemia, puesto que es una situación imprevista para todos, nadie estábamos preparados para ello. En mi caso, a pesar del temor que siento por lo que puede venir, tanto en salud como en economía, voy a disfrutar al máximo, el hecho de que puedo tener a mi familia conmigo, estudiando, jugando o hasta en la flojera total, pero principalmente, que puedo verlos sanos. Teresa García Márquez


Escrito #1 Maricela Barbosa

Tengo un mes en casa, con mi familia. La compañía no aleja el sentimiento de soledad, porque está dentro de mí y cobra fuerza cuando me embarga la tristeza. Ya son las tres de la mañana y he prendido la computadora para escribir, estoy harta de despertar y acostarme escuchando y leyendo noticias sobre la pandemia que nos asecha, estoy cansada de pensar, de meditar y preocuparme toda mi vida, y ahora para colmo, tengo que hacerlo una cuarentena más. Y me enfurece, porque me ha costado tanto llegar a donde estoy, porque he estudiado tarde lo que amo, porque al final podía lograr tener una idea de lo que sería hacer lo que me gusta, porque poco a poco mis miedos se iban difuminando cada que me acercaba a la meta, porque he trabajado, dormido poco, comido a medias, llorado a mares y deseado cosas toda mi vida, y ahora hasta el hecho de graduarme está en juego. No sé cuánto tarde un milagro, pero espero que no tarde mucho porque me dolería tanto quedarme sin familia, sin techo, sin comida, y sin futuro.


Foto de FЯE


Aislamiento José Barbosa

Música extrema y shirek que rompen el silencio. Me encuentro de pie junto a la ventana, no hay ninguna persona en la calle. Me he pasado mucho tiempo en aislamiento, hoy por un virus, antes por una depresión. Acompañado siempre de mi fiel compañero el alcohol. Pero si algo he aprendido en todos estos años, es que nada es eterno.


En la salud y en la enfermedad Irma Nydia Lagunas Beltrán

Una casa. Un hombre y una mujer. Cincuenta años o más. Solos como al principio. El fantasma que recorre las calles ha hecho de su casa, un claustro. Se guardan. Se aíslan de la ciudad que de repente emite murmullos vitales procedentes del exterior. Sobreviven. Los días son una rueda que no para. Envolventes espirales incesantes. Se reparten tareas, habitaciones y pasatiempos individuales para que la posible luna de miel no termine por ahogarlos en el aburrimiento o la dulzura estalle en violencia. Así que las palabras no son dardos. No cruzan sus caminos, en el pasillo, en la escalera se evita la estocada proveniente de la otra mirada. ¡Y bueno! El amor se deslava, se adelgaza, se devalúa, como todo en la vida. Y la rutina es rutina. Y la rutina es rutina. Y la rutina es rutina aquí y en la casa de enfrente y en la adjunta y en todo lugar la rutina es y no deja de ser rutina. Treinta años atrás ambos dijeron a una sola voz: “En la salud y en la enfermedad.” Con papel o sin papel, te doy mi palabra. Mi palabra es lo más preciado. Lo más valioso de mi persona es mi palabra. Ten mi palabra. Te la entrego en las manos. La tatúo en tu corazón. Pero el acomodo del cepillo dental causa escozor. Y el bote saturado con la ropa sucia, los zapatos fuera de orden, el desacomodo de la loza y otra mente administrativa en la cocina. Ella acomoda lo que puede de acuerdo con su patrón mental,


en silencio. En silencio, él observa y al día siguiente acomoda lo que puede de acuerdo con su patrón mental. Y entonces se opacan las miradas. Se caen los brazos. Se apagan poco a poco los sentimientos. Y sabemos que no es lo mismo veinte años que treinta después, y los últimos tres con enfermedades. Y la cura también altera, afecta y daña. Y quizás se griten. Y quizás borren la imagen sana y joven por quien morían tiempo atrás. “Somos un espejo”, se dice ella. “Somos un espejo”, se dice él. Se sientan frente a frente y miran el espejo. Tocan los rostros y cuentan las arrugas. Recorren con los dedos meñiques, previamente higienizados, las comisuras de los labios antes joviales e inexpertos. Y descubren el océano de los ojos y la belleza de las canas. Y los cándidos pliegues de los párpados ahora marchitos. El rostro aún hermoso irradia la luz necesaria para atraerse. Se tocan. La derecha en cada corazón. Los latidos explotan en un beso. No el beso arrebatado, desesperado y adolescente. No. El beso cálido, lento, táctico. A veces lleno de risas. Hay que tener cuidado con las manos, no apretar tan fuerte. Las piernas están dañadas, los años, los medicamentos. ¡Qué importa! Si en cada beso las ventanas cuelan trinos. Y se abren puertas y ventanas. Y se ven en la plaza, en la calle, en los lugares caminados tantas veces. Afuera el fantasma que mata lo que toca ahora no existe. La casa en desorden, como hace treinta años. Se dicen con los ojos: “Ya habrá tiempo...El encierro nos lo dará.” Y sonríen como nunca en su vida.


Ilustraciรณn de Silvia Villanueva Olivo


(Des)construirme Tamata Jimdrad

La mayor parte de mi corta vida he intentado conocerme a fondo y lograr lo que sería para mí “la vida perfecta”, pero hasta ahora no entiendo qué es eso. Cuando trataba de sentarme a pensar en lo que quería podía encontrar mil metas banales, las cuales eran relativamente sencillas de conseguir, con la única similitud de que todas me consumirían tiempo. Tiempo que ahora parece que tengo de sobra por tener la suerte de no necesitar salir a trabajar y continuar con la mayor parte de mis estudios en línea. Cuando me dieron la noticia de que la cuarentena iba a comenzar mi mundo se cayó a pedazos, mundo creado por mi mente, la cual me repite constantemente que para lograr esa “vida perfecta” que tanto anhelo necesito tener mil habilidades, superarme continuamente y tratar de ser siempre “la mejor versión de mí”. Las primeras horas fueron demasiado difíciles porque ya había pasado años convenciéndome de que la única manera de estar feliz conmigo era si todo el tiempo luchaba por ser alguien mejor, si constantemente me metía en cursos, diplomados o básicamente mejoraba cualquiera de mis habilidades. También me convencí de que para llegar a mi mejor versión necesitaba cumplir con los requisitos básicos que la sociedad te pide para conseguir un trabajo bien remunerado, un simple ejemplo de esto es saber inglés, una clase que toma 10 horas de cada semana de mi vida, más siete horas y media semanales, aproximadamente, para volver a casa. Para que yo cumpla con todos estos requisitos y pueda lograr cumplir con mis metas de tener ciertas habilidades, necesito estar en constante presión psicológica para terminar en fechas que yo misma me impuse, porque claro, en este mundo tan ajetreado también se me impuso la creencia de que entre más rápido sea es mejor. Al siguiente día de la noticia ya estaba más calmada porque aún me quedaban las clases de mi segunda carrera, así que en lugar de caer en la locura inmediatamente decidí invertir mi tiempo en conseguir materiales de trabajo. Ese mismo día me dieron el aviso de que esas clases también se detendrían hasta nuevo aviso. Después de dos o tres días del comienzo la cuarentena mi mente estaba jugando a que no pasaba nada y a la vez todo. La mayor parte del tiempo pensaba en las tareas que tenía pendientes, en cómo podía comenzar a


trabajar en ellas, en mi plan de estudio, en encontrar la manera de sentir que no desperdiciaba mi tiempo. Hubo muchas ocasiones en las que discutí conmigo misma por no encontrar la manera de seguir con mis trabajos, ya que mi mayor problema es que gran parte de ellos debo hacerlos en mis clases o comprar material, y claro, no puedo salir. Los días continuaron pasando y ya había decidido dejar de molestarme por algo que no puedo cambiar, pero ahora empezaba otro hecho muy curioso. Había muchos vídeos en Internet que me invitaban a tomar este tiempo para mí, meditar, agradecer, hacer ejercicio, siendo sincera eso me emputo. La molestia entraba en que lo veía en todas partes y que la mayoría de esas personas buscaban hacer autopromoción a artículos o servicios que ellos ofrecían, ahora, en mis cinco (mil) sentidos me doy cuenta que soy muy dramática y solo buscaba una manera de seguir molesta porque ya no me permitía pensar en todo lo se quedó en pausa. Todo comenzó a estar más tranquilo cuando leí un libro que ahora es muy especial para mí, fue ahí en donde mis ideas por fin tenían algo de sentido. Como ya lo mencioné antes he pasado la mayor parte de mi tiempo buscando la manera de llegar a una “vida perfecta”, en busca de más sin importar cuanto tiempo invierta, porque se supone que al final todo sacrificio tiene su recompensa y que para descansar existe la muerte. Me di cuenta de que estoy persiguiendo un ideal que me está consumiendo, que no me permite descansar en ningún ámbito. Actualmente estudio dos carreras, ambas necesitan de mucho tiempo para perfeccionar una técnica de trabajo, también estudio un segundo idioma y, aparte, como no tengo suficiente estrés, me la paso buscando proyectos a los cuales entrar. Todo lo sobrellevo porque amo lo que estudio, ya que estoy segura de que si no lo hiciera ya hubiera abandonado todo. Una noche, en la que no dormí nada, me di cuenta que a pesar de amar todo lo que hago no me estaba respetando, al parecer, no sabía cómo hacerlo, me había concentrado tanto en ese futuro que estaba olvidando el presente. No descansaba, no me permitía hacerlo. No recuerdo la última vez en la que me pasé toda una tarde al lado de mis abuelos, no recuerdo mi último paseo por Santa Lucía en el que en lugar de estar estresada por llegar a algún lugar disfrutaba de la vista, no recuerdo la última vez en la que salí con mi padre, o que visité un museo, o que salí con amistades de hace años y eso me hace cuestionarme el valor de esa “vida perfecta” porque ya no le encuentro lo perfecto en pasar tanto tiempo lejos de los que amo. Gracias a la cuarentena en la que no puedo hacer esas cosas que tanto quiero, me doy cuenta de que no importa las mil habilidades que consiga


adquirir ni las mil metas que consiga lograr porque esa idea de vida perfecta ya no vale la pena para mĂ­. Me he dado cuenta que antes de pensar en el futuro debo detenerme a disfrutar mi presente.

IlustraciĂłn de Silvia Villanueva Olivo


Después de la Pandemia Marcos Esparza Campos

¿Me siento bien? Creo que sí, no hay dolor de garganta o tos, no hay escalofríos ni tampoco demasiado calor, pero ¿qué me pasa? Desde antes de empezar la cuarentena me encontraba en el hoyo, tocando fondo y conociendo la peor faceta de mí, perdido en el vicio, cegado por el dolor y malherido por los sentimientos. Dejando de escribir lo que mi corazón piensa y dejando de comer lo que mi alma añora, estaba perdido y con la vida en un hilo. El inicio de la cuarentena a muchos afectó, pero a mí me ha dado una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. La gente está desesperada por salir, necesita un abrazo, tomarse de la mano o un simple beso, extrañan todas esas cosas que suelen hacer. Realmente ¿qué nos tiene aquí? Algunos lloran a las calles, otros gritan a la vida por lo injusta que fue, pero yo estoy con mi alma, tratando de arreglarla y volver a empezar. Afuera hay un virus enfermando y matando al mundo, pero que también nos está salvando, nos ayuda a volver a lo sencillo y a apreciar la vida que llevamos. Para mí, la verdadera pandemia no es el virus asiático, es la depresión, misma que me ha mantenido en el verdadero fin del mundo, la verdadera causa del apocalipsis, la única razón por la cual este virus no está tan mal. Al menos el otro puede ser curable, nadie nos cura la depresión, ni la ansiedad o el estrés, las inseguridades, los ataques de pánico o un ataque de ira. ¿Qué ha sido de nuestras almas? Han sanado. Esa frase se tiene que escuchar por las calles, acompañada de esos abrazos, de esos besos, de esos bellos nuevos momentos, ya que después de la pandemia, no habrá un mejor mundo, existirá una nueva vida para todos nosotros.


Pintura de Israel Mercado


E

ste año comenzó con mi cumpleaños número treinta. Desde hace un buen rato, he creído ilusionada que, este sería el comienzo de algo increíble, algo que he estado esperando por bastante tiempo; un tipo de equilibrio armonioso interno y que me llevaría por fin a verdes pastos donde en sentido no figurado podría, florecer. En cambio, el año 2020 comenzó bastante trágico y un poquito desconcertante. Y con música melancólica de fondo escribo esta nota antes de ir a dormir. Justo hoy, como algunos de estos días, me siento un tanto triste. Quizá culpe a las hormonas por tener esta idea golpeando en mi mente: "El amor es, o de lo contrario solo se le parece". Y esto se aplica a tantas cosas. Este tiempo, ha sido un buen colchón en el cual descansar los muchos prejuicios y falsas caretas que llevo cargando. Desnudarme una y otra vez, a veces delante del espejo, en ocasiones bajo la regadera mientras el agua caliente se lleva el peso distribuido por todo mi cuerpo, en otros momentos mientras estoy sentada a mi mesa de trabajo y mis pensamientos se escapan a esos lugares, que solo yo conozco; ahí dentro de mi cabeza y corazón. Algunos de estos lugares, tienen ya la etiqueta de "visitante frecuente", y otros empiezan a conocerme. Siempre he sido una aliada para mis sentimientos, aunque ahora con tan pocas distracciones sociales, he aprendido a escuchar distinto. Sé que nadie tenía una pandemia en sus planes del año, para su cumpleaños o para cualquier otra celebración o evento importante, ni siquiera para lo cotidiano. Y aunque esto se siente tan personal, no lo es. Quizá es tiempo de dejar de ver menos hacia dentro de mí, y de enfocarme tanto en lo que siento y pienso, y comenzar a ver hacia afuera y hacia adelante. Muchas veces me sucedía como introvertida que soy, que prefería mi casa a los encuentros sociales. Hay de repente, algo aterrador, en eso de salir, de ser y dejarse ver, de estar afuera.


Me encontré a mí misma, varias veces, sorprendiéndome de cómo hay más mundo, aparte del mío y todas las posibilidades innumerables, que se ampliaban, con solo salir a la calle y sentirme viva. No creo que se necesitara una pandemia para pensar en esto, pero si agradezco el tiempo y el semi paro de actividades para aprender a pensar menos y a hacer más. Celebrar las pequeñas victorias es el comienzo para celebrar las grandes. Y eso es lo que generalmente paso por alto, porque estoy obsesionada con el final, en lugar del hoy. Perdonarme, y ser más cálida conmigo misma, es la gran victoria del final del día de hoy. Al final de cuentas, las hormonas me trajeron hasta aquí, y la tristeza, se ha ido.

Mariana Alemán


Por Laiza Onofre


Más fuerte que cualquiera Abby Anahi Ortiz Alejo

Son casi las 10 de la mañana, me despierto, tomo el celular y las redes sociales están saturadas con la misma noticia, miro la pantalla por unos segundos más, suspiro, enciendo el televisor con la esperanza de que esto sea un mal sueño, pero no es así. Cifras de contagio en aumento, compras de pánico, gente ignorante vacacionando, aumento del dólar, desplome del peso y un sinfín de pesadillas más. Aún en mi recámara y con los ojos cerrados me pongo a meditar. ¿En qué momento el mundo empezó a colapsar?,¿cómo es que un ser tan pequeño, tan invisible puede hacer que nos pongamos de rodillas y supliquemos por nuestras vidas? Al terminar de hacer mis labores en la casa salgo por unos segundos a tirar la basura, todo está tan silencioso, en el aire se respira un sentimiento de miedo. Tal vez otras personas puedan permitirse tener esa sensación, pero yo no. Mi pequeña familia está conformada por mi madre y mi abuela. Ambas son mayores de 65 años yo soy la más joven tengo 23, debo de ser más fuerte, inteligente y cautelosa que cualquier otra persona y evitar a toda costa tener miedo, aunque inevitablemente esté siempre esa espinita dentro de mí. Desgraciadamente la ansiedad diaria no ayuda a aclarar la mente y tampoco el sol pretende asomarse para despejar ese día nublado por el que el mundo pasa. Nadie en la actualidad sabe con certeza cuanto tiempo durara este mal, algunos tristemente ya no estarán para contarlo, sin embargo, la esperanza prevalece y podremos cuestionarnos si de este gran caos surjan cosas positivas, cosas que realmente replanteen desde cero la existencia y la humanidad de las personas en este singular mundo.


LATA DE ATÚN Gabriel Amalguer

I Eso del distanciamiento social, aislamiento o cuarentena no era un problema para mí. Por naturaleza siempre había sido un sedentario. Puedo admitir sin ninguna pena que siempre me había sentido más cómodo con la gente lejos de mí, incluyendo a mi propia familia. Lo sé, no es normal, pero hace años que aprendí a aceptarme como lo que soy; un solitario. Así que los primeros siete días no hice nada que no hiciera en un día normal; atendía mis pendientes, escribía, leía uno de los libros que tenía apilados en el librero, etc. No ponía especial atención en las noticias, nunca lo hacía, no veía el caso empezar a hacerlo en aquel momento. 2 Fue cuando entramos a la fase 2 que empecé a ver las cosas de forma diferente, y no precisamente por pasar encerrado alrededor de veinte horas diarias, más bien, fue lo que empecé a vivir cuando tenía que salir de mi cueva para comprar los víveres necesarios para poder sobrevivir por lo menos una semana. En uno de esos viajes vi a doña “G” venerable anciana y vecina mía desde hacia más de veinte y cinco años, pelear con un joven por una lata de atún. El joven la mandó al suelo de un certero golpe en pleno rostro y nadie (incluyéndome a mí) hizo absolutamente nada. No pude evitar preguntarme; ¿si la situación fuera diferente, alguien habría hecho algo al respecto?, ¿el instinto de supervivencia puede ser más fuerte que nuestros valores, sentido común, raciocinio y educación?, ¿podría llegar a matar por una lata de atún? Y lo más inquietante fueron las respuestas que disparó mi cabeza a aquellas interrogantes. No sé hasta donde llegaremos con todo esto, ni cuanto durara. Yo sigo acá, en mi casa, tranquilo y con mi revolver calibre.22 listo y a no más de un metro de mí las veinte cuatro horas del día.


FotografĂ­a de Andrea Gonbelt


FotografĂ­a de Andrea Gonbelt


La rutina de la ansiedad José Adair Prado Zacarías

Son las siete de la mañana. Estoy listo para salir a otro día de trabajo. Abro la puerta, pienso en las personas que han atravesado la calle en la que vivo, alguno puso su mano sobre la pared, sobre la manija de mi puerta, ese pudo estar contaminado y yo al tocarla estoy contaminado también, evito tocarla, no puedo evitarlo, debo tocar la puerta para cerrarla. Cierro la puerta, tras de mí la seguridad del encierro se vuelve una parte de mi pasado, frente a mí se abre un mundo donde, por estos inimaginables tiempos, todo es peligroso. La gente que apenas pasa ese de ahí podría ser otro contagiado que sin saberlo anda por la vida regalando un poco de muerte para los demás, por eso evito acercarme a cualquiera, siempre he sido una persona antipática, no me agradan los otros humanos, quién pensaría que esa se volvería una de las cuestiones que faciliten mi supervivencia. Camino sobre la acera para tomar el camión que me llevará al metro. El recorrido se vuelve una constante repetición de lo que son básicamente un único pensamiento “evita a toda costa tocarte la cara, evita a toda costa tocar cualquier cosa, evita a toda costa acercarte a alguien”, mientras yo me encuentro en mis pensamientos arrastrándome por la vida, los hay otros que se arrastran con esa gran satisfacción que significa ignorar, o sentirse superior, “esa enfermedad no existe” dicen pero creen en ovnis, que la tierra es plana, que la homosexualidad se contagia, que dios existe. No creen en esta maldita enfermedad, pero creen que sus signos determinan sus pensamientos, que una envidia les causa males por sus malos deseos, un mundo de absurdeces, entonces ¿yo por qué tengo negado estar al borde de la locura? No lo sé. No me importa. Por fin llega al camión; viene lleno, asombroso que mientras en algunos lugares no existe vida, en Nezahualcóyotl la vida continúa. El chofer viene escuchando la radio. Un radioescucha habla para opinar: “No sé cómo la gente puede ser tan ignorante como para salir


de sus casas, para arriesgarse.” Unas señoras que venían atentas a su plática, a su vez, atentas a la estación de radio comentan “Ignorante es ese güey que habló, pensando que todos gozamos de ese privilegio que es poder encerrarse”. La otra señora responde “La enfermedad la trajeron los ricos y los pobres somos los que nos chingamos”. Mientras tanto yo pienso que mi país siempre se ha divido en dos mundos, uno no lo conozco; ese que pide su comida a domicilio, su despensa llega a su hogar sin mover un dedo, que emplea términos como home office. Yo vivo del otro lado. Nosotros no tenemos oportunidad: morir de hambre o de ese maldito virus. Quizá es más fácil pensar que no existe, quizá es más fácil pensar que la pobreza y nuestras condiciones nos hacen más fuertes, pues para no sentirnos agobiados, para poder vivir otro día sin arrojarnos de un tercer piso de la desesperación. En lo que va de mi camino, he tocado una puerta, voy sosteniéndome del tubo del camión, y a mi lado van otras quince personas pegadas una tan cerca de la otra que es inevitable pensar en el contagio. Entonces sucede: un hombre estornuda, nadie dice “salud”. En cambio todos volteamos a verlo, los que están cercanos a él como pueden toman cierta distancia. El silencio reina pero la preocupación se nota en los rostros. Por fin bajo. ¿Estaré contagiado ya? Me acaricio la frente, se siente caliente, pero es que ha hecho mucho calor, pero es que no es normal sentir mi frente caliente ¡Mierda! Me acabo de acariciar la cara, y toqué algunos objetos que seguramente unas quinientas personas ya tocaron, ¿me duele la garganta? No, bueno quizá un poco, puede ser normal, ¿me duele la cabeza? No, pero debo estar al pendiente, al tanto de mi cuerpo por dos semanas. Si caigo de pronto presa de ese COVID-19 seguramente estaré muerto, tengo dos semanas para pensar en qué hacer, mientras los malestares se van presentando. Llegué al trabajo y mientras atiendo a la gente por mi mente se atraviesan unas ideas por demás atormentadoras, ¿ese de ahí lo tendrá?, ¿y si yo se lo contagio?, ¿no tienes fiebre? Vuelvo a tocar mi cara, no hay calentura, no me duele la garganta pero siento el cuerpo pesado, los ojos me arden, el corazón late fuerte, y sudo, sudo como cerdo, aparte soy preso de una inquietud importante que apenas me posibilita realizar mi trabajo, sin embargo trato de calmarme, me limpio cada que un cliente se va, a profundidad


con el gel antibacterial. El jefe ya me dijo que no me lo acabe, que lo uso indiscriminadamente, pues claro, otro maldito burgués que solo se interesa por su maldito dinero. Por fin, termina la jornada. Pasé el día con relativa tranquilidad, es obvio que los pensamientos me estuvieron persiguiendo, es obvio que seguí monitoreando mis padecimientos, pero lo soporté sin huir del lugar para ir a un hospital. Al llegar a casa siento un arrebato interno que me mueve hasta el cuerpo, en apenas una milésima de segundo se perturbó todo. Me quedo pensando, me pesa el cuerpo, ¿eso es cuerpo cortado?, me duelen los brazos, me cuesta respirar, mi corazón vibra apresurado, yo trato de controlarlo, sudor frío. Fue en el camión donde me contagié, maldita sea este mundo que nos condena, maldita enfermedad para burgueses. Asesinado por una enfermedad de ricos. La enfermedad me va poseyendo, no pasaré de este día estoy seguro. Siento la enfermedad asechándome. La mente se me llena de pensamientos, tanta es la afluencia de palabrería que llego a pensar “estoy delirando”. Me duele el cuerpo, me duele el alma, no puedo respirar, siento la muerte que me va arrojando su velo para desvanecerme en la noche. Esta noche será mi último respiro, me voy yendo en conjunto con estos pensamientos de mi muerte abrazando, me voy hasta la inconsciencia, ¿morí? Son las siete de la mañana, abro los ojos, otra vez el tedio.


Por Natalia Alejandrina Blanco


POR LUIS ÁNGEL MARTÍNEZ


Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena II, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com


Por Caleb



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.