Relatos de la cuarentena 4

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Relatos de la cuarentena

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Hugo Esteve Díaz Luz María Delgado Noel Osmán Rodriguez Torres Juan José Lozano Cecilia Martínez Garza Brenda Guardado Patricia Cárdenas Johana Cortés Ruth Elizondo Jessica Alejandra Berzosa Flores Laura Benavides Julián García Fernanda Peña Pereyra Andrea Gorgonia Treviño Debanhy Jiménez Treviño Andrea Sánchez Navarro Lina Rincón Antonio Olvera Brenda Flores Nanda Martínez Luz Ángela Cardona, Zalma Graciela Adriana Barba Camila Getsemaní Izaguirre Vázquez Carmina Esquivel Atenas Hernández Gerardo Cristian Marines Chávez Roberto Jiménez Espinosa Julián Razo Daniel Caleb Iván Ramírez López Paco Barragán Susana López

Betsaida Rodríguez Figueroa Daniela Utrilla Garza Meztli Cisneros Ana Marina Ortiz Baker Michelle Pérez-Lobo Rocío Askins Carreón Luisa Escalona Luis Ángel Hernández Cruz Ángel Guerrero Isai José Juan Santos Torres José Javier Guerrero Sauza Roberto Piñeyro Javier Ahumada Aguirre Michelle Paéz Williams Isaías García Armenta Paulino Ordóñez Santiago Ramírez González Brenda Flores Diego Alberto Flores González F. R. Martínez Chema Sánchez Ethan Joshua Zetina Pech Andrea Nahomi Rosas Sanchez Zaira Flores Leonardo Rangel Cantú Alejandro Bazaldúa Gómez Esteban Barbosa Martínez Natalia Alejandrina Blanco



Amor en tiempos de coronavirus Hugo Esteve Díaz y Luz María Delgado

Hay una etapa de nuestra vida en la que queremos que el tiempo pase de prisa. Incluso buscamos la forma en cómo adelantarlo, o al menos en cómo adelantarnos nosotros al tiempo. Es una etapa en la que nos urge crecer lo más rápido posible, aunque ello no implique —la mayoría de las veces— una maduración. Queremos que el tiempo avance rápido porque ansiamos la libertad. Libertad para hacer, para tener, para opinar, para experimentar y para amar. Por ello es común que en esa etapa hacemos, tenemos, opinamos, experimentamos y amamos de manera equivocada. Cometemos muchos errores, algunos incluso irreparables. Errores a fin de cuentas que van forjando nuestra madurez cuando somos capaces de aprender de ellos. Porque la palabra éxito se encuentra después de la palabra fracaso, en el diccionario de la vida. Pero llega otra etapa de nuestra existencia en la que buscamos lo contrario: que el tiempo no pase, o al menos no tan de prisa. En lo particular, esa etapa la empezamos a experimentar cuando tuvimos conciencia de que nuestros hijos iban creciendo. Es entonces cuando uno quisiera detener el tiempo ¿no es cierto? Pero cuando uno acuerda, los hijos ya están casados y la casa se empieza a llenar de nietos (al menos en nuestro caso). Y aquí estamos luego de más cuarenta años juntos, cuarenta y uno, para ser exactos. No solo tratando de pasar el tiempo; sino, sobre


todo, de alargar el tiempo. La experiencia de este confinamiento muy bien la podemos considerar como un adelanto de lo que será nuestra vida durante una próxima jubilación… y por el resto que duren nuestras vidas. Solo que a este momento le falta un ingrediente vital, en gran parte el motivo y esencia para continuar viviendo: la cercana convivencia con nuestros hijos y nietos, a los que tanto amamos y que tanta falta nos hacen. Pero, ¿por qué surgió esta epidemia? Es la pregunta que nos hacemos. La respuesta más confortante que hemos encontrado es porque de ese mal surgirá un bien mayor. O al menos así habría de ser. Creemos que esta epidemia ha surgido como el resultado de nuestras propias decisiones. Porque es evidente que algo no hemos hecho bien con el cuidado de la naturaleza como para que surja un virus tan mortal como el Covid-19. Por ello, de algún modo, la naturaleza ha reaccionado y se hace escuchar. Es el momento en el que la Madre Tierra habla y se defiende. Acaso, solo tal vez, este mal ha surgido como una forma de hacerle ver al hombre cuán pequeño y débil es, a pesar de su inteligencia, de su poder, de su dinero, de su progreso y, al final, de su soberbia. Quizá sea, también, una forma de que el hombre voltee a ver su propio rostro y reflexione sobre lo que ha hecho con la naturaleza y con sus semejantes. A lo mejor —¿por qué no? — se trata de una señal sobre el fin de los tiempos, pero no necesariamente del fin del mundo en un sentido apocalíptico o catastrofista, sino el de nuestro propio tiempo y lo cercano que estamos cada uno de nosotros de la posibilidad de la muerte. Queda visto que de nada sirven las armas, el poder, el dinero, la tecnología y los muros, para hacerle frente a una epidemia tan letal, como creo que nunca se había visto en la historia del hombre. Por ejemplo, en Estados Unidos —el país más poderoso del mundo— se registran hasta ahora más de 30 mil muertes y el panorama es de-


solador. Ningún atentado terrorista le ha provocado tantas muertes como esta epidemia, y no existen muros que la detenga. En un panorama en el que la contabilidad de las muertes parece no detenerse, en el que la muerte acecha como fiera hambrienta todos los días, es muy fácil que nos invada el miedo, sería inútil negarlo. El miedo es, a fin de cuentas, un instinto que nos alerta del peligro y nos permite la sobrevivencia. Pero hemos reflexionado que tal vez existe una diferencia entre el miedo y el temor. Es posible que el miedo — llevado al extremo del pánico— es el que paraliza y obstruye la toma de decisiones. Y lo contrario, la ausencia del miedo, nos conduce a la imprudencia y nos expone al peligro. En cambio, el temor sea acaso una virtud que nos permite actuar de manera sensata, un sentimiento que nos lleva a enfrentar de manera juiciosa nuestras amenazas. Mientras que el miedo paraliza, el temor nos permite actuar. Al menos esa es la forma en cómo estamos enfrentando nuestros miedos. Porque fue el miedo el que nos llevó a confinarnos desde mediados del mes de marzo, semanas antes de que se generalizara esta práctica. Formar parte de la llamada tercera edad nos ubica en uno de los segmentos más vulnerables por el Covid-19, a pesar de nuestro historial clínico que se podría considerar, en términos generales, como saludable. Tal vez no meditamos mucho las consecuencias de convivir juntos en un sentido estricto las 24 horas del día y durante tanto tiempo, con todo y nuestros 41 años de vida conyugal. Tampoco fijamos reglas ni condiciones, en todo caso confiamos más en el sentido común de cada quien. Y ahora, a más 30 días de convivir solos todo el santo día, se puede decir que el saldo ha sido blanco. Mucho ha ayudado, desde luego, el tiempo que cada uno le dedicamos a nuestras propias actividades profesionales y a las ocupaciones personales de cada quien. Hemos aprendido a repartirnos las tareas de la casa, a apoyarnos en las actividades laborales y a respetar los ocios particulares.


Coincidimos en que confinarse no es lo mismo que aislarse. Lo primero es protegerse y ayudarse. Lo segundo sería cerrarse, separarse. No habría nada más dañino para el espíritu que una casa infectada por el aislamiento, en la que sus habitantes se desconectaran unos de otros. El papá zapeando la tele, los hijos en sus cuartos pegados a la tablet y la mamá cocinando. Este difícil momento es también una oportunidad para revalorar nuestras formas de comunicación, de convivencia y de colaboración. Aprovechemos esta adversidad como una ocasión para reencontrarse y reconocerse el uno al otro, para valorar lo que —pero, sobre todo— a quienes tenemos más próximos, palabra que nos remite al concepto más apropiado del prójimo. De modo que este inusitado momento se nos presenta para nosotros como una oportunidad para aprender a vivir de la manera en cómo será el tiempo que nos quede por delante. O para decirlo parafraseando al Gabo, estamos aprendiendo a amar en tiempos de coronavirus. Monterrey, NL, 16 de abril de 2020


Fotografía de Noel Osmán Rodriguez Torres



Fotografía de Juan José Lozano


Home Office Cecilia Martínez Garza

13 de marzo, recojo a mi hermano Alfredo del aeropuerto de Monterrey, el plan es salir al día siguiente en auto a un festejo familiar, donde nos juntaríamos más de 80 primos hermanos, nuestras 3 únicas tías que siguen con vida mayores de 80 años, todos los hijos, sobrinos y nietos de mis primos, un evento de casi 300 o más personas, donde familiares como mi hermano y yo llegaríamos de fuera, de Canadá, Ciudad de México, Ensenada, etc... Al llegar noto que Luis, mi marido, está en casa y que ha invadido nuestra pequeña biblioteca con computadoras, cámaras, micrófonos, cables, máquinas muy sofisticadas y cajas con documentos. Luis me explica: “Ahora nuestro despacho va a ser desde casa, vamos a hacer home office”, sigue “y esa reunión familiar es una locura, todos se van a contagiar, a tus tías las ponen en mucho riesgo, nosotros no vamos”, “Amor mi hermano voló desde Tijuana para que lo llevara en mi auto, además van mis primos que quiero ver y adoro, también mis tías. Va a haber mariachi, karaoke, rondalla, estudiantina, canto sacro en la misa y el pastel de tres leches con la receta de mi abuela Tencha”. No me contesta, entiendo la respuesta, continúa: “El alcalde acaba de prohibir todos los eventos, cerró los casinos, tianguis, peluquerías, todo está clausurado”. “Alfredo diles a todos que fui de corazón”. Le di toallitas, gel desinfectante, las llaves de mi auto y partió. Al empezar la cuarentena o este maldito encierro, los días pasaban de manera llevadera, pero algo me incomodaba y no entendía qué era, claro las noticias, el pánico, la histeria, pero había algo más que me


molestaba y no soportaba. Hasta que entiendo que son los cables, los alambres de la nueva oficina me producen migraña, son basura visual, me agreden la pupila, también los enchufes tan sofisticados y brillantes, imprescindibles para cada aparato, cada pantalla, algunos con más de cuarenta entradas, todos repletos, conectados unos sobre otros. Las llamadas durante la mañana y la tarde en estas tabletas que se dividan en cuadritos, en rendijas con rostros de otros seres dentro de sus casas, de sus home office. Mi naturaleza esteta no podía con ello, odiaba esta nueva tecnología, esta invasión a mi espacio, si ya vivía con los cajones, cajas y una bodega llena de computadoras obsoletas, de cables que no podía tirar por si se necesitaban y ahora más, muchos más. Llegaban a mi espacio como oleajes, como esas mareas que sacan las plagas del sargazo, claro que me tropezaba y me enredaba con ellos, me daban tanto terror porque tenía prohibido interrumpir o que mi cabello saliera por accidente en alguna de las cuadrículas de las juntas, pero tenía que rellenar la taza de café como una geisha experta en servir en silencio, llevar más agua, una servilleta, algún pan. La migraña empeoró con los días, mis ojos se inflamaron, se me empezaron a caer las uñas, pero entendía que este sacrificio era necesario para aplanar la curva del Covid-19, para que los hospitales no se llenaran de enfermos, para evitar contagios. Un día me doy cuenta que no estoy sola en este suplicio, mi gato empieza a atacar a todas las conexiones y aparatos, mi felino también es un amante de la belleza, de espacios donde la mirada descansa, y como yo, él extraña la mesa limpia de madera natural con una rosa roja en un florero, nuestra única amiga en casa. Mi hermano regresó de Torreón feliz, en el festejo no se guardó ningún protocolo, se besaron, abrazaron, se emborracharon y en esos nervios causado por semejante evento, yo bajé 5 kilos, pero hasta ahora no hemos enterrado a ninguna tía, ni entubado a parientes, seguro por la oración milagrosa que se rezó en la misa antes del festejo.


Al día siguiente llevé a mi hermano a tomar su vuelo de regreso, con la instrucción de no tocarlo, pero no fue necesario desde siempre nuestros corazones se han abrazado. En casa el home office continúa. Ya pasaron cuarenta días. He aprendido a no utilizar mis anteojos y de manera autómata a servir el café, y a escuchar como fondo o ruido gris las tantas conferencias. Me acerco a las ventanas para descubrir las risas de los niños y los nuevos cantos de los pájaros, cambié de lugar a mi rosa dentro de su florero. Extraño desde lo más profundo de mi ser tantas cosas, a mis hijos que no los puedo tocar ni oler detrás de las tabletas, a mis amigas, a mi anciana madre. Y lloro, por los muertos, por los enfermos, por los que tienen hambre y perdieron su empleo, por las mujeres que siguen matando y golpeando y ya no son noticia. La muerte rondea mi casa, se comunica a través de todos los cables, camina por las cuadras de la ciudad, se presenta en cada rincón del planeta. La muerte se ha convertido en una amiga a la que cada día le pongo una rosa roja en un florero, por todos los que se ha llevado y no pueden tener migraña, preparar café, atender a un esposo y dejar un hermano en el aeropuerto.

25 de abril 2020


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Lo que no nos pertenece. Patricia Cárdenas Hace un mes planeaba minuciosamente mis actividades anuales. Todo un año resuelto entre trabajo, proyectos, leer, escribir, mascarillas, tintes de cabello, gelish de uñas, ejercicio, comer sano y todo lo que implicaba un completo plan de vida. Tener la expectativa de cada aspecto, pareciese facilitar el cumplimiento de los retos, de los sueños. Las noticias se desbordaban ante un tal Covid-19, la pandemia que azotaba al mundo. A México, ya había llegado. Seguía siendo ajeno, “obviamente es verdad” decía respondiendo en mi interior a toda la gente que decía lo contrario, sabía que no es cuestión de creencias, ideologías o razas. Estaba pasando, era real, pero todo a través del móvil o el televisor. No frente a mí. Entonces continué mi vida, como si nada. “Quédate en casa” fue el parteaguas. Con esas palabras contundentes todo cambió. Nadie puede entrar ni salir de la ciudad. Las calles se han quedado vacías, acordonadas para obligarte a pasar por retenes de sanidad, que verifican tu destino justificable y tu temperatura. Voy al centro comercial, porque ya faltan algunas cosas básicas, paso satisfactoriamente el retén. Desciendo del auto y entro. Un minucioso protocolo de higiene incluso para tomar el carrito de autoservicio, camino por los pasillos. Todos nos convertimos en sospechosos, en probables contagiados, en el enemigo. Me tomo mi tiempo, no perecederos de preferencia, adiós dietas. Termino las compras. Me dirijo a la caja y en la fila, no levanto la mirada como si con eso te contagiaras. No hay empacadores entonces hago todo, vacío el carrito y lo vuelvo a llenar con la mercancía pagada, respirándome el aliento agitado y tragándome el gran nudo de garganta. Han muerto personas conocidas, mi maestro de química de prepa, el papá de una amiga, la amiga de una amiga, doctores y enfermeras, por culpa del Sarscov19. Hay muchos contagiados en la ciudad, está encima de nosotros y un dolor de anginas me hace pensar en que “todo”, es “nada” en un respiro. Mi afección cardiaca me hace vulnerable. ¿Recuerdas ese cliché de “ver pasar tu vida frente a ti” ante la posibilidad de morir? La


he visto pasar, toda. El insomnio me carcome pensando en cómo diablos despedirme de quien amo, y las palabras adecuadas a mis hijos para que sigan con su vida. Sin mí. Pedirles perdón a las personas que llegué a lastimar. Tal vez filme videos para cada uno, ojalá tenga tiempo. Frente al espejo, las canas, las ojeras y el cutis sin maquillaje, temen al igual que yo, que el dolor de garganta no ceda con la vitamina C. La moneda está en el aire. Nada nos pertenece. Se vuelven polvo los proyectos, el glamour, el auto, la casa, las palabras, el amor, los sueños. Pero no, la esperanza.


La vida que ya no es, pero será Johana Cortés

Me despierto a causa de los rayos del sol con la esperanza de que todo sea una pesadilla, pero no es necesario ni levantarme de la cama para saber que será un día cualquiera, como los últimos de mi vida que no es ni tan corta aunque tampoco tan larga inclusive perdí la cuenta de cuánto tiempo hemos estado encerrados, intento levantarme de la cama pero realmente no tengo ánimos ni para salir de mi habitación porque lo único que añoro desde lo más profundo de mi ser es poder salir a la calle aunque sea para respirar el aire fresco de primavera que desde pequeña me ha inundado de felicidad. Estiro los brazos con fuerza para intentar liberar la tensión que invade mi cuerpo, en ese instante una frase irrumpe mi mente «Tranquila, sé que esto parece eterno, pero todo va a pasar», ojalá fuera así de simple, poco a poco me incorporo para dirigirme a lavar mi cara para despejarme del estrés, estar demasiado tiempo en casa compartiendo únicamente espacio con mi mente no está siendo tan positivo como debería serlo, pues esta se pone a trabajar a mil kilómetros por hora imaginando un montón de escenarios fatídicos. Sé que es muy egoísta de mi parte ponerme de esta manera pues en estos momentos muchas personas se encuentran en peor situación que yo pero me es inevitable sentirme asfixiada entre estas cuatro paredes. Simplemente es cansado darme cuenta que soy tan chiquita ante la infinidad de este universo que es enorme, incluso he tenido que desconectarme de las noticias diarias porque esto me hace demasiado mal, aunque no es el fin del mundo, esto es lo más parecido a un apocalipsis que he tenido que presenciar, en ocasiones solo quisiera dejar de sentir las punzadas en mi pecho que me impiden respirar con tranquilidad para no tener que derramar más lágrimas. Después de tanto rato meditando decido que lo mejor que debería hacer es intentar realizar cosas que me hagan bien al alma llenándome de paz así que pongo música, le subo el volumen hasta lo más alto con la única finalidad de dejarme llevar por el ritmo de las melodías que invaden mis oídos y mi cuerpo, por lo que es ineludible que profese la necesidad que tengo de bailar así que simplemente me


muevo para sentirme más libre que nunca por lo que de esta manera finalmente caigo en conciencia de que a lo mejor todo esto está sucediendo para que nos replanteáramos nuestra manera de ver la vida y también de disfrutarla porque la mayor parte del tiempo estamos tan ensimismados en nuestro pequeño mundo que no apreciamos lo que se halla a nuestro alrededor. Incluso en épocas de aislamiento social creemos que tenemos cumplir con ciertas normas, que en su mayoría han sido impuestas por nosotros mismos, no obstante, eso no significa que vivamos muy deprisa. Incluso cuando tengo la fortuna de estar encerrada en un hogar en el que las cosas no siempre son perfectas, sin embargo siempre hay un respiro para sentir ese calorcito que me regala mimos al corazón, no significa que deje de anhelar el calor de un abrazo, ese que viene de los seres más hermosos con los que he tenido la fortuna de que nuestros caminos coincidieran. Seguramente si me están leyendo sabrán que estoy infinitamente agradecida de tenerlos por lo que les puedo asegurar que lo primero que haré cuando termine la cuarentena es correr a su encuentro. Creo que nunca había comprendido tanto el significado de vivir un día a la vez de tal manera que respiro profundamente para inundar mis pulmones de aire mientras hecho a volar mi imaginación, porque si existe algo en este mundo que nunca dejará de pertenecerme ni acompañarme es mi parte soñadora. No sé que nos depare el futuro, pero definitivamente tengo la ilusión de que sea un mundo mejor, por el momento lo único que quiero es irme a dormir para soñar, quien sabe, a lo mejor esta noche me toca visitar a un par de ojos cafés que me hacen tanta falta.



FotografĂ­a de Ruth Elizondo


La Casa Perfecta Jessica Alejandra Berzosa Flores

Ella buscaba y buscaba, buscaba lo que todo mundo, una casa que le permitiera habitar sueños más allá del simple estar presuroso de los días. Le fue difícil pero llegó a una que tenía un amplio porche rodeado de buganvilias y fresnos, en medio una fuente en forma de pez que regurgitaba un hilo de agua y dos grandes ventanales simétricos como ojos expectantes. La puerta de madera anidaba un postigo que inesperadamente se abrió dándole la bienvenida. Maravillada decidió entrar y descubrió que la amplitud también estaba en el interior de aquella hermosa estructura, grandes espacios diseñados para decorar sala, cocina y recámaras, por fin la había encontrado. Se instaló rápidamente en aquella ilusión de hogar, la gente la envidiaba, ¡qué bella casa!, ¡qué perfecta!, decían. Pero pasado el tiempo una mañana notó que la cocina ya no tenía el mismo color, aquel blanco luminoso se esfumó. Corrió las cortinas pero no era falta de iluminación, era como si una nube gris se hubiera instalado en el techo dificultando la visibilidad, una ráfaga de aire frío entraba por algún lado. A la mañana siguiente no solo la cocina estaba más oscura, la nube grisácea se había esparcido por la sala, el comedor y cada rincón de su habitación. Ella sintió una extrañeza que la rodeaba al transitar aquella enorme casa, sin embargo las


buganvilias seguían floreando, por fuera todo seguía pareciendo idílico, ¡qué bella casa!, ¡qué perfecta!, todos decían. Poco a poco los espacios se oscurecieron tanto que tuvo que encender velas para tantear sus pasos, ya daba lo mismo dormir en un lado o comer en otro porque las divisiones habían desaparecido, aquello era una cueva que parecía no tener fondo pero nadie lo notaba, la belleza exterior seguía deslumbrando a cuanto pasaba por la acera, ¡qué bella casa!, ¡qué perfecta!, decían. Ya no pudo más y decidió irse, o mejor dicho, sintió que algo la empujó, la expulsó a las calles descalza sin más posesión que la ropa que vestía, y es que las casas eligen a sus inquilinos para acogerlos, asfixiarlos…o vomitarlos.



En una casa cualquiera

La muerte es otra cosa: algo más allá de la puerta Emily Dickinson

Después de escuchar un montón de noticias y afirmaciones confusas, cuando no contradictorias, de las cuales lo único que nos ha quedado claro es que esa misma tarde, han muerto más de cincuenta y dos personas. Muy a pesar de la gravedad de la situación, permanece uno sentado en un sillón durante todo el rato, como si la agitación de la muerte proviniera de otro lugar. Ni las campanas de las iglesias se quiebran, ni ese sonido de las chicharras – siempre cercano a la esperanza – llega. Hay personas que inventan más de una, o al menos una forma donde poder alojar su angustia; incluso mi madre, tiene esa curiosa manera de caminar por el patio y de regar un poco de agua a las sábilas, de cambiar de lugar una y otra vez las materas tratando de que siempre estén en la sombra. Pienso que encuentra en ese acto una forma ilusoria para que no se marchite del todo las promesas ya hechas. Mientras yo, coincido con todos los lugares de la casa. Mis días pasan rápidamente en una estela de esas otras cosas por hacer: escucho esa música que se extiende por el continente, desde Cuba hasta Chile, reproduzco una y otra vez “Con diez años menos” de Silvio Rodríguez, veo rostros que siempre se asoman a la ventana, rostros desconocidos que sin duda uno acepta, rostros tímidos, más tímidos de los que puedo ver en las casas, de hecho, infinitamente más tímidos de los que veo en las filas del supermercado.


Parecía que lograba soportar discretamente las horas, pero al final se desencadenaba -o mejor se desprendía- una sola cadencia en ellas, una sola quietud que se hacía cada vez más agresiva. Y es aquí donde mi madre siempre está dispuesta al consuelo, en buena parte, porque puede mostrarse en los contornos de las palabras más sencillas. Especialmente en las más cotidianas como casa o sueño. Pero casa, ese lugar que siempre en la quietud de sus cosas escuchó de mis promesas, de la que todo tiene que ver con mi historia y, en la que pronto también encuentro su violencia, pues casi sin saberlo, sucede que tiene tanto de nosotros, que parece que deshacerse de uno mismo, no es como quien intenta dejar un pantalón olvidado en la otra habitación. Me consuela pensar que esta forma de vivir el presente hace parte de una inconformidad con ese vértigo de la velocidad, que tercamente estábamos acostumbrados a soportar. Con este bálsamo del olvido donde ya poníamos a nuestros muertos. Decir aislamiento, no es decir casa, y decir muerte, no es decir afuera.

Laura Benavides


Mane domi, Julián García carbón y tinta sobre papel



Amor aislado La cuarentena se ha extendido. Por lo tanto, estamos obligados a permanecer un mes más de lo estipulado en confinamiento. Hemos tenido que pausar aquellas cosas tan simples que alegraban nuestro día. Hoy el salir a tomar el sol o caminar por las calles son un acto de rebeldía, mantener contacto con nuestros seres queridos ha tenido que transformarse en textos o llamadas. Nos vemos en la necesidad de adaptar nuestra vida a una nueva modalidad, se trabaja e interactúa desde casa, mientras extrañamos el contacto físico. Aprendemos a sobrellevar los días con la ausencia de nuestros seres queridos, sus voces han sido reemplazadas por noticias acerca del virus. Su ausencia deja un hueco en nuestros corazones que han tenido que llenar lecturas y canciones nuevas, pero no es suficiente. La ciudad permanece en pausa, las calles están vacías, y los corazones están llenos de esperanza y amor, los mensajes o llamadas no reemplazan nuestras ganas de querer salir, vernos, abrazarnos. Nos acechan las lamentaciones de no haber demostrado el suficiente cariño la última vez que nos vimos, sin entender que el cariño también se encuentra en el privilegio de quedarnos en nuestra casa, aislados, tratando de permanecer lejos de las personas que queremos para evitar el contagio. El verdadero amor es la paciencia, sumando días en casa, restando días para ver y disfrutar la vida de nuevo, juntos. Fernanda Peña Pereyra

Dibujo de Ruth Elizondo



1. Habitar el cuerpo, poseer el cuarto

Con la cuarentena escucho el silencio y presto más atención a los detalles. Sé, por ejemplo, que la llave de la lavandería gotea tres veces por minuto y que después de las diez la luz del cuarto de enseguida traza una línea de setenta grados que se alarga hasta tocar la planta frente al sillón. Sé también, que a las dos de la madrugada no hay ruido y entonces soy la única que queda. En el confinamiento las sombras toman forma con la soledad, ya transformadas, se plasman en lo que se conoce. Es en estos días que, con un tiempo casi imperceptible, noto las imperfecciones en la pared y su textura y entonces se manifiestan en metáforas de mi propio cuerpo. En la contingencia

mido el día

por la posición del sol

en la casa o en el cuerpo. No importa, ambas son yo.


2. El tiempo se reduce al nombre

Me he descubierto en esta cuarentena como un ente que camina a pasos lentos en un espacio más pequeño que el exterior. Espectadora de un cielo que se pinta en fuegos naranjas y morados que se extingue en la madrugada. Asfixiada, ahogada en una habitación que se transforma en guarida o prisión. El tiempo se vuelve catarsis y se diluye entre minutos, horas o días; se me cuela de las manos y se riega en los árboles que bailan frente a la ventana de la habitación. Noto el silencio… y como no tiene imagen, se lo adjudico a la soledad con la que se visten los objetos o las ranuras de la casa. Procuro guardarlo o describirlo con palabras para encontrarme (entre espacios) en él. Entonces el mundo y sus miedos reposan en mi mano, mientras los nombro, ocultos bajo la sombra de una vela que yo misma apagaré. El mundo se reduce a lo que puedo nombrar y lo que pasa entre las cuatro paredes bajo el sol.

Andrea Gorgonia Treviño



Culpas Debanhy Jiménez Treviño

En estos tiempos desesperados es muy fácil señalar al prójimo por el mal en nuestras vidas. Que si fue culpa de los chinos o si fueron los científicos quienes jugaron a ser Dios y se les salió de control; es culpa del gobierno por no implementar las medidas necesarias; de la clase alta por viajar tanto y expandir el contagio o de la clase trabajadora por no quedarse en casa y seguir asistiendo a sus labores con tal de sostener a su familia. Incluso se ha culpado al personal médico por “esparcir la enfermedad y arriesgarnos a todos”. Lo cierto es que de nada sirve tener ideas como esas en nuestra mente todo el tiempo. Si bien es cierto que todos hemos perdido cosas importantes debido a esta situación, no debemos olvidar que el egoísmo, el individualismo y la falta de empatía son los verdaderos enemigos de la raza humana. La mayoría del tiempo que he estado en cuarentena lo único que he escuchado y leído por todos lados son quejas. Y me duele al darme cuenta que dichas quejas son referentes a cosas superfluas que sin duda podremos recuperar cuando acabe todo esto, como fiestas canceladas, viajes, eventos, etc. Mientras allá fuera existen personas que la están pasando en serio mal y no nos damos cuenta (o no nos queremos dar cuenta). No voy a negarlo, yo misma caí en lo anterior. No es fácil asimilar algo como esto, y si a eso le sumas ser una persona que vive con ansiedad y depresión, el resultado puede ser bastante desagradable. Sin embargo, todos los días intento recordarme dentro de lo malo, lo bueno y de ocupar mi mente, aunque sea en cosas sencillas. De lo contrario no podría soportar el encierro ni un día más. A veces me da la sensación de que todas esas culpas echadas al aire, todo ese rencor ante este confinamiento es solo un reflejo de la culpa y rencor que tenemos para nosotros mismos. Culpa, por no haber disfrutado el tiempo cuando pudimos; por no haber sabido aprovechar lo


que la vida nos ofrecía, bueno o malo. Rencor, porque cuando pudimos abrazar y besar a esa persona especial una vez más, dimos por sentado que lo podríamos hacer al día siguiente y decidimos dejarlo pasar sin darnos cuenta de que sería la última vez en bastante tiempo; o porque siempre aplazamos aquello que queríamos hacer para después, y de repente llegó el momento en que ese “después” se convertía en algo realmente lejano. Pero, sobre todo, porque no nos dimos cuenta de lo afortunados que éramos de vivir nuestro día a día, al poder ir a trabajar o estudiar, salir a pasear o a ver una película, ver a nuestros amigos, visitar a la familia, darnos un abrazo muy fuerte… Creo que lo mejor en estos tiempos de crisis es dejar de desgastarnos pensando diariamente a quién más culpar y de lo desgraciados que somos por no poder vivir ahora como estábamos acostumbrados o por ser incapaces de ver a nuestros seres queridos por unos meses pues existen personas que quizás ya no podrán verlos nunca más. Aprovechar el tiempo que tenemos, si se puede, de una manera u otra y pensar en los demás. Ser solidarios con quienes más lo necesiten si se presenta la oportunidad, y mantener la esperanza de que todo esto pasará tarde o temprano. Cuando eso ocurra, asegurémonos de haber aprendido la lección y disfrutemos lo poco o mucho que tenemos al máximo. Reunámonos con todas esas personas especiales para nosotros y abrasémoslas como nunca antes. Compartamos, riamos y nunca más volvamos a dar por sentando, pues nunca sabremos cuando podríamos volver a sentir esa necesidad de buscar culpables por lo que no supimos apreciar antes.


Mapa de


e Andrea Sรกnchez Navarro


Mandatos de la salud pública Lina Rincón He cumplido. Me puse la costosa máscara en mi nariz y boca El aire tibio empaña mis gafas me recuerda el confinamiento claustrofóbico. Me siento respirando Me confronto a mí misma Me siento sintiendo Temo respirar Veo el peligro de mí misma Temo sentirme a mí misma He cumplido. Me lavé las manos restregué arriba y abajo por 20 segundos Mi piel está cuarteada y seca tal como mi corazón de corto plazo. 20 segundos uno a uno en el reloj los compases exactos de feliz cumpleaños a ti la sensación lenta de un viaje inducido por la yerba


Intervalos de 20 segundos desde que publiqué mi estatus hasta refrescar mi muro nuevamente He cumplido. Me puse en cuarentena me encerré por 14 días Mi corazón late rápido como un tropo de mi pulmón asfixiado. La pérdida de costumbre fomenta la interdependencia remota. La ilusión de una comunidad construida La liquidez enconada la carrera por provisiones Una pesadilla distópica He cumplido. Me aparté de ti mantuve mi distancia Apartada un metro Mi nariz, mi boca y mis manos Privados de la conexión usual, desconocida e íntima. Ahogada en un pozo profundo Hechos de salud pública, estadísticas. Respiro con dificultad, como un ataque de pánico. El mundo se siento inquieto en la quietud Vivo cada día como si fuera el último Simplemente ya no le digo a nadie.


Cumplí. Me enfermé. Tuve que respirar profundo. Me encontré a mí misma, me quedé (a)dentro. Solo así combatí el contagio colectivo.


Serie de Ruth Elizondo


Collage de Antonio Olvera


Seda

Brenda Flores Antes de salir a caminar, cuido que la araña esté bien sujeta a mi hombro derecho y dejo el izquierdo disponible para cualquier otro ser que quiera posarse sobre este. El sonido de mis pies al entrar en contacto con el asfalto me arrulla y de manera automática avanzo hacia mi destino, mientras tanto comienzo a divagar, pienso en cómo me di cuenta de lo suave que soy el día que ella murió y no pude acudir a su funeral; siempre aquí y nunca allá, nunca donde en verdad quisiera estar. Ahora, que no estoy en el tiempo y lugar usuales, veo cómo el encierro se extiende y un vacío rosa se apodera de mí. Realmente no extraño a nadie, solo a quienes sé que ya no volverán. Mi consistencia también se mide en la cantidad de kilómetros que puedo recorrer, alejándome de donde quiero estar para ir a otro sitio que añoro aún más, pero al cual nunca llegaré porque siempre se hace de noche y el veneno de todas mis arañas es inservible; solo me hace ver luces de colores y, para hallar lo que busco, necesito del color más aburrido del mundo, uno que aún no han inventado. ¿Qué haré cuando me digan que puedo regresar a mis actividades normales, cuando ya no pueda estar triste por una razón colectiva y tenga que llorar por los motivos de antes, por problemas individuales que igual y no son tan importantes como para hacerme perder la cordura? ¿Cómo voy a justificarme?


INSOMNIO Nanda Martínez

De noche, me siento en mi cama y el insomnio llega sin pedir permiso. Como el insomnio, también en la vida llegan personas que no nos dejan dormir, incluso cuando el sueño pesa. Sentada desde mi ventana, veo una pared blanca y entonces me pregunto desde cuando he estado encerrada con estos barrotes que cubren la ventana. He perdido la cuenta. Arriba de la pared, salen las ramas de un árbol que el vecino ha olvidado cortar y escucho cómo hablan sus hojas cada que el viento las mueve, así como los susurros que caminan entre mis pensamientos diciéndome que me duerma, pero no me duermo. Entre parpadeo y parpadeo, veo como una hoja cae de entre las otras tantas que siguen bailando y me pregunto, ¿por qué habrá perdido el ritmo? La hoja cae sutilmente al patio conociendo a otras más que ya habían llegado antes, pero cada una a su tiempo. El patio lleno de hojas, de tierra y polvo se convierte en un refugio para ella, así como algunos tardamos en encontrarnos hasta que el tiempo se pausa. Para mí ese patio necesitaba una limpieza. Me acuesto a ver si cierran mis ojos, pero el insomnio me susurra tu nombre. Ahora, escucho el maullido de un gato peleando con otro por una hembra, y me recuerda que en cuarentena nadie visita mi casa, pero hay quienes rompen la regla, en mi caso, el insomnio es el que la viola.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


FotografĂ­as Luz Ă ngela Cardona, de izquierda a derecha: Pasa el tiempo, las nubes y el agua, Tiempo en ebulliciones, Fuente en casa.


Emparedamiento Zalma Graciela

¿Alguna vez te has preguntado el daño emocional que causa un aislamiento? Nos refugiamos de la enfermedad que corre entre las calles, ¿pero qué sucede cuando esta vive con nosotros? No podemos escondernos de nuestra propia mente. Me encuentro sometida a este malestar desde hace semanas, un estado de ánimo que decae con el paso de la cuenta; día cinco, día dieciocho, día veintitrés, día treinta…Los siento igual que una neblina: sofoca la cabeza y sutura mi garganta. Mis ojos abiertos cada madrugada producen un charco de lágrimas para medir el tiempo, así comprendo la realidad del ciclo, estoy atrapada en mis sentimientos. El sudor de los escalofríos me ha pegado a las cobijas, intento soñar con la recreación perfecta que me logre disociar, plasmándome en aquel infante que se columpia bajo la lluvia, quien vuela entre humedad y pureza con el deseo de convertirse en un animal salvaje y salir corriendo. ¿A dónde iré cuando sea libre?


La cuarentena ideal Adriana Barba

La cuarentena ideal no existe y menos para la mayoría de los mexicanos. Pudiera pensar en la cuarentena que hace una madre con su crío en brazos y ni así. Al menos yo tuve muchos sentimientos encontrados: lidiando entre sentirme feliz o sentirme miserable. El día 41 todo vuelve a la normalidad, ¿será así en esta ocasión? La casa me da tranquilidad, no veo Netflix. Por más que intento no puedo estar quieta viendo la tele, aquí siempre se lee, aunque mi día esté hasta el copete de chamba o no, eso no es negociable, no podría estar sin viajar a otras vidas desde el sillón de la casa, no me conformaría solo con vivir mi vida. Me cansé de ver a todos mis contactos de Facebook expertos en el tema y de leer artículos alarmantes. Solo quiero que tú y yo estemos bien, tu salud y la mía, tu economía y la de todos. No voy a hacer ejercicio ni a aprender un idioma nuevo, no fingiré preocupación por quien nunca me he preocupado. Sobreviviremos. Escribí varios tipos de cuarentenas ideales para mí. El imaginar y escribirlo me divierte demasiado: Mi ex marido en casa, pidiendo comida cada media hora y exigiendo usar antibacterial cada 3 minutos. O un ex novio, cuya madre era sobreprotectora y celosa de su querubín. Con algún escritor argentino, suspiro, que le guste hacer empanadas y pays y me cuente relatos en el porche tomando mate. En Puebla, oliendo a tierra mojada y acomodando libros por nombre de autor, en esa ciudad se pasaría rápido la cuarentena, comiendo tacos árabes y escribiendo historias –como ahorita– sintiéndome muy muy querida y diciendo “Bendita cuarentena”. O por último, como toda regia, en el rancho, pudiera ser en, Cadereyta, Allende o Montemorelos, jugando con los perros.


En una mesa grande hay Ruffles verdes, Chips jalapeño y cacahuates cantineros; yo pizcando chile piquín para la salsa en el molcajete, en la cocina, las naranjas ombligonas y las manzanas de la huerta se desbordan, cierro los ojos y puedo oler el carbón y escucho a Laurita Garza a lo lejos, miro al cielo y agradezco la cuarentena con mi gente, entre montañas donde el verde predomina, no me falta nada. Los chicharrones de la Ramos están en la mesa, en eso, escucho una voz amorosa llamándonos para seguir contándonos anécdotas de la infancia. Ya imaginé mucho, hasta pude sentir el amor por aquel caballero que jamás pensé llegaría, no quiero dejar de escribir de esa cuarentena donde una casi cuarentona vive su mejor etapa, pero hay mucho que orar, mucho que seguir trabajando para esperar que salgamos de esta y ahora sí, luchar por esa cuarentena de ensueño que escribí en una cuarentena muy complicada.

Fotografía de Brenda Guardado


Fotografía de Camila Getsemaní Izaguirre Vázquez


Cortinas para vestidos y sábanas de fantasmas Camila Getsemaní Izaguirre Vázquez

La cuarentena —que ya lleva como un mes— tiene efectos muy interesantes en todos nosotros. En mi caso me hizo obsesionarme con pintar el mismo motivo, el mismo objeto día tras día hasta crear una colorida serie de cortinas en acuarela. Soy aficionada de la moda y por ello disfruto la tela en lo más espléndido de sus patrones y texturas, pero más allá de eso, las cortinas me gustan por su función. Contrario a lo que sí me gusta, el sol es de las cosas que no soporto (de ahí mi odio internalizado hacia el domingo, sunday, el día del sol) y evidentemente tampoco el calor de nuestra ciudad. Así, las cortinas reúnen lo mejor del estilo y la elegancia, aúnado a una utilidad que me beneficia. Sin embargo, algo raro ocurre en estos días que me deja pensando sobre si las cortinas me estaban impidiendo disfrutar de lo que sea que haya detrás de las ventanas. Quizá por el momento me hagan sentir en un aislamiento más profundo. Con las cortinas cerradas parecía que no pasaba el tiempo, que el día no transcurría y estábamos en una especie de cápsula espacial. Y yo no me daba cuenta de que siempre estaban cerradas, hasta ahora que tuve que quedarme tanto tiempo en casa. Cuando digo lo que me gusta de mis cortinas lo digo en sentido figurado, puesto que —de hecho— mi ventana es la única de la casa que no tiene cortinas, nunca le pusieron. Aún así, recuerdo que en algún momento la tapizaron con periódico o páginas amarillas de directorio. Luego crecí y pude re-decorar a mi antojo, doblé una sábana —según yo muy vintage— y la colgué de uno de los barrotes de mi ventana a manera de cortina improvisada. Del otro lado repetí la misma operación con una mascada con patrón de rosas.


Que no se me olvide mencionar, que las falsas cortinas tienen una función espiritual. Por años, las cortinas me cuidaron del fantasma que habita en el pasillo de la casa, y que perfectamente me puede ver desde la ventana. Con el papel o la tela cubriendo el vidrio estaba segura y alejada del espectro, cesaron sus apariciones o cuando menos no podía verlas, no podía asustarme. Eso fue hasta que hace unos días y en medio del impulso cuarentenesco por hacer algo nuevo, decidí descolgar mi intento de cortinas para lavarlas. Ahora entra más luz y energía positiva por las mañanas, pero por las noches no deja de atormentarme el insomnio y la idea de que algo o alguien se asomará por mi ventana desnuda. Ya no sé si inventarme algo más para cubrir la ventana o empezar a convivir con el excéntrico fantasma, después de todo, creo que durante el encierro pasaremos mucho tiempo juntos.


Collage de Antonio Olvera


D

esinfectar, desinfectar, desinfectar, es lo que canta ahora mi reloj, en vez de tic tac. Desinfectar lo que viene de fuera, ¿con cloro?, con qué más, si no. Desinfectar las manos cada dos-tres, ¡con agua y jabón! Desinfectar lo de dentro... ¿la mente?, mis libros me salvan, y ahora más que nunca, mis manos necesitan acciones. Desinfectar el corazón, con un abrazo de mi esposo, con la sonrisa de mis hijos y un rayo de su sol.

Carmina Esquivel


H

e despertado a las 3 de la tarde, no hace falta ni encender el televisor para saber que es otro día de aislamiento. La calle de mi casa se ve tan vacía y silenciosa, ni la vecina chismosa ha salido a barrer las hojas que cayeron del árbol del vecino que muy apenas puede caminar. He olvidado la última vez que los vi. Las notificaciones del celular solamente me informan del incremento.Todos estamos yendo hacia arriba. Aumentan los muertos, disminuye el apoyo médico. Aumenta la pobreza, disminuye la posibilidad de sobrevivir. Trato de olvidar lo que está pasando en Facebook, al parecer no soy la única que está buscando una forma de pasar el tiempo de esta forma, todos compartimos las mismas imágenes para olvidar lo que está sucediendo. Dan las 11 de la noche y se sienten como las 7 de la tarde. Toda la familia nos sentamos a cenar. No nos vamos a dormir después de terminar. Cada uno de nosotros se vuelve a encerrar en su mundo. Mi ansiedad vuelve a aparecer, no logro tener ni un poco de sueño. No me siento ni cansada. Son las 3 de la mañana y estoy acostada con mi celular en la mano mirando como avanzan lentamente los minutos, no tengo sueño, no estoy cansada. Solo quiero dormir porque sé que tengo que hacerlo, pero también sé que al despertar veré un número nuevo. La ansiedad está conmigo en mi cama, el estrés de saber que pasaré un día igual al de hoy me sofoca, no logro entender el por qué nos tiene que estar sucediendo todo esto. Solo cuento los días para escuchar esa noticia que todos esperamos, rezo para que mi alma se sienta tranquila, duermo para que mi mente no llegue a la locura. Y como cada amanecer estaré en mi habitación mirando hacia mi ventana y escuchando hacia la calle, aquellos gritos de desesperación de la vecina barriendo de mala gana las hojas que caen del árbol de aquel anciano. En ese momento sabré que ya no habrá un nuevo número, tendremos un nuevo comienzo. Atenas Hernández


Una habitación impropia

Gerardo Cristian Marines Chávez

Lunes 30, marzo de 2020 La calma trae consigo un silencio insoportable. Seguramente sin el enjambre de este silencio, las cosas serían distintas, pero no es así. No ha pasado nada, me he quedado en casa, he lavado los trastes, sacado la basura, barrido las hojas que caen de los árboles de los vecinos y frente a la casa, tendido la cama todos los días, he leído con voracidad y subrayado con anemia. Poesía, novelas, ensayo, manuales de lavadoras, guías comerciales, guías de televisión, viejas revistas deportivas, de espectáculos, y he escrito al fin, pero con impaciencia, el resultado termina en el cesto de la basura, que imagino son como esos inmensos hoyos negros devoradores de galaxias, pero estos son de un plano más modesto, solo se llevan las palabras estériles de un escrito vacío. En general he realizado trabajos y diligencias que me corresponden pero no he escrito con dignidad. Tal vez mañana empiece a escribir algo honesto, con la necesidad de saber que eso que escribo, no obedece a la necesidad de contar cosas demasiado prematuras y si a la voz que grita desde lo profundo…tal vez mañana. Miércoles 1, abril de 2020 La habitación está como nimbada por la resolana de las tres de la tarde, ese manto dorado que anuncia que las cosas están a punto de entrar en un sueño insondable. En la soledad de la habitación, tendido boca arriba sobre las sábanas desarregladas, observo la manera irregular en las que las aspas del abanico se persiguen una a la otra, en una danza interminable, siempre a la derecha, siempre sin alcanzarse. Afuera se esparcen sin ganas los vientos de la primavera. Anoche vi una película, en una de las escenas, un tipo azul se presentaba en un programa de televisión, el presentador le preguntaba acerca del inicio de una inminente guerra, o algo así, ya no lo recuerdo con exactitud, el tipo azul respondió “Mi padre fue relojero, se jubiló cuando Einstein descubrió que el tiempo era relativo” su respuesta aún taladra mi cabeza. No sé bien por qué pienso esto, en este preciso momento, solo me queda escribirlo. Algunas


personas graban su historia en papel, algunas otras en su piel. Yo soy de las primeras. Escribo para escucharme a mí mismo bajo el influjo de un tiempo que no existe. Jueves 2, abril de 2020 “Hoy no ha pasado nada, y si pasó algo es mejor olvidarlo pues no lo entendí”. Roberto Bolaño

Fotografía de Gerardo Cristian Marines Chávez


Fotografía de Roberto Jiménez Espinosa


De Interés Social Julián Razo

Es el día veinte de confinamiento debido al virus mundialmente conocido como Covid-19. La pandemia ha puesto a prueba la comodidad de este pequeño hogar de interés social; dos recámaras, sala-comedor juntas, un pequeño baño, todo en diminutivo. Esta arquitectura no ayuda mucho a la convivencia familiar. He habilitado la mesa del comedor para instalar mi computadora y hacer Home Office. No está funcionando del todo. Tres veces al día tengo que mover mi oficina al sillón de la sala para que podamos comer, luego en medio de una video conferencia mi hija danza frente a mi disque haciendo un challenge en Tik Tok, al mismo tiempo mi esposa ve una novela disfrazada de bioserie vía streaming. Los diez megas del Internet son insuficientes. Decepcionado por esta ratonera que me vendieron por casa, tomo un receso en el patio donde mi perro ha vivido los últimos cinco años, un espacio de cuatro metros cuadrados donde juega, come y defeca. Ahora más que nunca lo entiendo. Enciendo un cigarro con la certeza de que esta pasividad es igual de peligrosa que mi adicción al tabaco. Tomo mi celular y navego por las redes sociales que se han convertido en una válvula de escape para todos. Entro a Facebook para ver los últimos memes sobre cualquier banalidad, las fotos de las últimas comidas de mis tías, sus oraciones pidiendo que esto acabe pronto. Me aburro. Paso a Instagram donde famosos muestran sus ostentosas jornadas de confinamiento desde sus mansiones, y la raza de bronce queriéndolos emular mostrando sus pobres vanidades. En tanto la histeria está toda incluida en Twitter y la peor de todas Whatsapp; con los grupos de amigos, de la familia, del trabajo, de los amigos de la secu. ¡Ufff! Algo tendré que hacer con esto, aplicaré la sana distancia al igual que con las noticias. Al inicio de la contingencia no administraba bien mis paranoias y era adicto a la información sobre la pandemia, pero a estas alturas he tomado la decisión de no ver tantas noticias sobre el coronavirus, le di de beber a la calma la dosis justa para sostenerme correctamente informado y lanzar a la caja de Pandora el monstruo de la incertidumbre. La excusa perfecta para salir de esta asfixia se presenta cuando es necesario surtirse de provisiones. Salgo y hay algo en el paisaje citadino, como si las calles se fingieran transitables, y eso lo aprovecha un mini


convoy de repartidores en motocicletas que con el valemadrismo que los caracteriza, y sin ningún amor por la vida aprovechan para manejar con la misma estupidez de siempre sin respetar carriles y pasándose los altos. Antes de entrar al centro comercial sigo el protocolo; me lavo las manos con gel antibacterial como si fuese a realizar una cirugía a corazón abierto. Me adentro manejando el carrito del súper como los mismos repartidores. Me detengo a medio pasillo —por supuesto estorbando— y contemplo estúpidamente un producto al tiempo que hablo por teléfono con mi esposa preguntándole por esos sazonadores que me pidió, porque yo no distingo entre “cubitos de tomate o de pollo”. Una vez librada esa confusión paso de inmediato al área de higiénicos. Que por una rara razón las compras de pánico se dieron en el papel sanitario, como si alguno de los síntomas de este virus fuese la diarrea. En la caja observo a la nación mexicana, hijos de la apatía colocándose uno junto al otro. Un metro y medio nos dice el personaje creado por el gobierno —Susana Distancia— para evitar cualquier contagio, pero la aritmética no es lo nuestro, y seguimos pegados. Mientras espero en la fila reflexiono sobre todo lo que pasa, dicen que esta crisis sanitaria inició vía murciélago, que un chino en la comunidad de Wuhan tuvo a mal en degustar un infectado animalito chupasangre generando el efecto mariposa. Ahora esto nos tiene a todos encerrados — aunque creo que ya antes había gente que vivía encerrada en sí misma—. El gobierno declaró un estado de emergencia sanitaria en todo el país, originalmente hasta el 30 de abril, pero ahora lo extendió hasta el 30 de mayo. Nadie sabe a ciencia cierta cuando terminara todo esto, lo que sí es seguro es que esto terminara con o sin nosotros.


Todo comenzó con memes de murciélagos Daniel Caleb

Para mí todo comenzó con los memes, después de ocho años de haber trabajado en un periódico quedé sobre saturado de noticias. Estaba empachado de estar siempre al pendiente de lo que sucedía en el mundo; me despertaba, encendía la radio o la computadora para consumir noticias, entraba a la página principal de mi lugar de trabajo y me cercioraba si lo que había hecho durante la noche seguía publicado o comprobaba que solo había durado un par de horas. En parte consumía noticias para saber cómo iba a estar el chingazo durante mi jornada laboral, aunque claro está que


una tarde tranquila se podía convertir en una noche ajetreada en cualquier instante, solo era necesario que una mariposa aleteara con un poco más de fuerza del otro lado del planeta para que vientos huracanados me hicieran salir a las 7 de la mañana del día siguiente. Al renunciar terminé asqueado, decidí desintoxicarme de noticias, a menos que algo llame mucho mi atención le doy seguimiento, para lo demás digo “Hakuna matata”, qué le voy a hacer. Así que si de repente las redes sociales se comienzan a llenar de memes con algún tema en común mi sentido detectivesco se pone alerta, ¿tal vez deba investigar por qué están circulando memes de murciélagos y chinos? El racismo nacional es un legado de nuestros héroes, símbolo de la separación de nuestros conquistadores y de nuestros hermanos. Prometemos burlarnos, asustarnos, atacar, humillar a los chinos porque un nuevo virus surgió en sus tierras. Leía comentarios burlándose de los chinos por comer murciélagos, como si la dieta nacional estuviera basada en puras verduritas y frutas frescas. Qué bueno que México no es racista. Conforme el virus fue esparciéndose por el mundo surgieron los memes del papel higiénico, el gel antibacterial y no tocarse la cara; es pronto para decirlo pero sinceramente creo que los memes del papel higiénico estarán dentro de lo mejor del año, si no es así que el pueblo me lo reclame. Después siguieron los memes de la inmunidad mexicana, basada en una chingonería ficticia que nos hizo compartir memes donde se decía que el coronavirus nos la iba a pelar porque contamos con los remedios de la abuela, caldito de pollo, broncolín, miel y limón, claro que me hicieron gracia, pero qué hay detrás de esto. ¿A poco realmente creemos que en los otros países carecen de abuelas con remedios, muchas veces funcionales, otros meramente paliativos?¿Somos inventores de la miel y el limón y del caldito de pollo? ¡Y mocos! Resulta que no éramos tan inmunes, los primeros casos se dieron y al igual que los europeos, gringos y australianos, una gran parte de quienes tienen membresía en Costco, corrieron a acabarse el papel higiénico de la tienda, para esto, los que no contamos con una podíamos conseguir papel higiénico en cualquier otra tienda, la historia se repite. El gel antibacterial escaseó en la ciudad, sigue escaso, al igual que tapabocas y guantes, a pesar de que nos dijeron que solo compráramos lo necesario.


Entonces comenzaron a fluir los memes de la cuarentena, del aislamiento, etapa que aún continúa y al igual que este encierro forzado, los memes ya empiezan a ser demasiado repetitivos, están perdiendo su fuerza, esperando un nuevo empujón. Dentro de los memes cuarentenales habría que hacer una categoría a parte por el “crush” nacional López-Gatell. Fuera de los memes, hubo quienes compartieron artículos, comentarios, frases célebres dignas de acompañarse de algún piolín, diciendo que con la pandemia nos íbamos a unir más, que el amor iba a surgir de quién sabe dónde, que el capitalismo estaba recibiendo un golpe duro, que casi, casi ya nos vamos a poner a sembrar nuestros alimentos porque ya entendimos que nuestra forma de consumo no es el mejor para el planeta y muchas cositas así positivas de una supuesta igualación de condiciones, como si el distanciamiento social fuera mágicamente hacernos valorar el universo y los seres con los que cohabitamos; ingenuidad pura. México ha estado sacando algunas de sus peores mañas al aire, empresarios queriendo justificar su evasión de impuestos. ¿Con qué creen que se paga el sistema de salud con el que gozamos? ¿Creen que los hospitales privados serán suficientes? Y los que no podemos pagar esa privacidad, ¿nos dejen morir porque somos los débiles? Unos corriendo empleados, otros mandándolos a descansar sin pago, entre otras gracias, que probablemente continuarán con una precarización mayor de los derechos laborales al finalizar la cuarentena. La crisis económica servirá una vez más para deshacerse de algunos competidores que no pudieron con la voracidad del sistema, en el camino perderemos muchos pequeños empresarios, pero por los grandes corporativos no se preocupen, seguro sobrevivirán, algunos hasta recibirán apoyo del gobierno y hasta de la gente acostumbrada a su maltrato, porque hay que ponerse la camiseta, nuevos contratos, nuevas tranzas. Recortes a cultura, porque como siempre no es prioridad, como tampoco lo fue la salud previamente y ahora por eso tememos un colapso. Personas atacando el personal médico en la calle, en el transporte público, hasta en sus casas, por temor a contagiarse. Conatos o amenazas de incendios a hospitales. Agresiones contra enfermos. ¿Quiénes creen que nos van a atender si nos contagiamos? Agresiones entre los que se pudieron quedar en casa contra los que no pudieron y contra quienes no quisieron, todos contra todos. Gente solicitando prácticas facistas para controlar a las personas que no cumplen la cuarentena por temor al virus, olvidando,


ignorando o deseando el peligro que implica darle ese tipo de permiso al Estado, pero bueno, qué puedo esperar si vivo en el estado que tiene por gobernador a alguien que cree que como solución a la delincuencia hay que mocharles las manos a los ladrones. ¿Qué es la libertad? Necesitamos un Estado que nos obligue a ser responsables, no podemos ejercerla responsablemente sin una autoridad encima amenazándonos, parece que estamos reprobados en la impartición de libertad y justicia, el egoísmo nos gana, que se mueran los otros, yo soy inmune, solo necesito ajo, miel y limón. Y bueno, las conspiraciones son otro tema que de repente me caen de rebote en las redes, y son una delicia y al mismo tiempo una molestia. Una plantea que Bill Gates está detrás del Covid-19, creado para que la cura sea una vacuna para introducirnos un chip mientras nos cura. ¿Bill Gates necesita hacer todo ese pedo? Si nos tiene a sus pies desde que sacó Windows; por el mismo canal hay algo relacionado con la imposición del 5G. Vi una foto de un tren que decía Covid-19 en uno de sus vagones, supuestamente en Texas, que obviamente contenía un arma biológica a punto de caducar y por eso por estas fechas los casos de Coronavirus deberían estar bajando, cosa que no está sucediendo; otros decían que en África no había casos, por lo tanto era una invención de los medios occidentales para asustarnos. Veía esto justo después de haber leído una nota sobre casos en África y el problema que implica que llegue a zonas dónde están luchando contra el ébola y el cólera al mismo tiempo; después saldría otra nota real de un par de médicos franceses que proponían usar África como conejillos de indias para hacer pruebas con la vacuna, después tuvieron que pedir disculpas, decir que fue un malentendido. Otros no se deciden si en la carrera de las potencias mundiales fue Estados Unidos quien lanzó el virus para colapsar la economía y chingarse a los chinos, o si fue China quien hizo esto para chingarse a Estados Unidos. Por cierto, ¿Cómo están los anti vacunas en este momento? Probablemente también piensen que esto es un invento para obligarlos a vacunar a sus hijos, ojo, el sarampión está volviendo con fuerza. Yo no veo un futuro mejor, ni aquí, ni en China, pero mientras me entretengo viendo y compartiendo memes.


Dibujo de Daniel Caleb


Encierro e imaginación Iván Ramírez López

Hace ya cuatro semanas que he acatado las recomendaciones de guardar cuarentena. Además de desarrollar el hábito de lavarme las manos compulsivamente, he permanecido en casa a excepción de cuando la alacena comienza a vaciarse. Adaptarme no ha sido tan difícil como pensé. Antes de recluirme en casa, llevaba sin empleo fijo poco más de medio año. En esos meses, aprendí a moderar mi consumo al máximo y a estirar el poco dinero que ganaba dando talleres audiovisuales de animación. Hoy debo salir a hacerme de provisiones. Cuando niño, solía generar juegos en mi cabeza para realizar las actividades más simples y banales como trapear el piso, ir al mandado, lavar los trastes, en mi cabeza la vida doméstica se transformaba en un arcade, donde piloteaba naves espaciales, evitaba trampas mortales y ganaba puntos. La pandemia me ha devuelto esa manía imaginativa. Hago una lista para no olvidar nada. Afuera estamos a más de 32 grados, sin embargo imagino que cae nieve. La Nieve mortal que azota la argentina que imagino Héctor Germán Oesterheld en su historieta El Eternauta. Una vez afuera, asumo el papel de Juan Salvo, apresuró el paso por la sombra para evitar la nevada y de paso a la gente que transita por las calles. Me decido por surtir la despensa en un solo viaje, así que llegó a una tienda departamental. Cojo un carrito que inmediatamente se transforma en un vehículo y entró a la tienda como si ingresara al primer nivel de un juego de los 90’s. Ganó puntos con cada producto de la lista que meto en el carrito y evito a otros compradores. Me muevo entre los pasillos con destreza y agilidad para no perder una de mis vidas.


Culminó la misión cuando salgo de ahí con mi bolsa de tela llena con los víveres. De regreso a casa, el sol está en su punto más alto. La nieve se ha evaporado dejando un desierto en su lugar. El hostil ambiente es propicio para la aparición de carroñeros y criaturas que harán todo por despedazarme. Cambio de acera evitando transeúntes que en mi mente son mutantes o zombis. Rompo mi papel de sobreviviente en un mundo apocalíptico, cuando el vecino de enfrente me saluda mientras lava su auto. Una vez en casa, leo un libro, veo una película, hago ejercicio, preparo mi comida, hago el aseo mientras me invento otras narrativas para no pensar en la realidad que amenaza con sobrepasar la ficción.

Dibujo de Daniel Caleb


Dibujo de Daniel Caleb


Fotografía de Paco Barragán


Enfrijoladas para la cena Susana López Desde que estamos todos encerrados, algo ha cambiado por aquí y no hablo solo del “quédate en casa”, del “home office”, del “home schooling” o de todo lo que lleve la palabra “home”, hablo de algo aún más profundo, hablo de la existencia indescifrable de los trastos sucios. ¿De dónde salen tantos y a todas horas? Desde los primeros días me empecé a dar cuenta que las cosas con los trastos no iban tan bien, pero francamente no le di importancia, tan solo pensaba se recogen, se lavan y ya, pero llegó un momento en el que la irreverencia de estos entes omnipresentes, en verdad empezaron a volverme loca y en mi mente se maquinaron diferentes planes para “acabar” con ellos. Un día les dije a todos en la casa que usaríamos puros desechables, la verdad es que aceptaron el decreto sin chistar, mis dos hijos en sus cosas, mi marido metido en uno de sus tantos proyectos y yo tranquila porque las cosas con los trastos empezarían a relajarse. Un par de días todo estuvo mejor, pero al tercer día la ecologista empedernida que vive dentro de mí me hizo desistir del plan. Suficiente estrés tenía con el encierro y el aplanamiento de la curva del dichoso coronavirus, como para todavía agregar un problema más y contaminar el ambiente. Volvimos entonces con el mismo problema de los trastos sucios y aún más grave que antes. Probé de todo, desde esconder parte de la vajilla y ponerle nombre a los vasos y platos, hasta darles de comer solo una sola vez al día, pero nada funcionaba. Al contrario, sentía que los trastos se burlaban de mí en mi cara, vasos por toda la casa, platos sucios apilados en la cocina, cacerolas que parecían reproducirse, en fin, tenía que idear un mejor plan.


Una noche, después de 3 horas lavando trastos sin parar se me ocurrió el plan. Tenía que cortar el problemita de raíz, necesitaba planear cada detalle, esos trastos sucios no se volverían a burlar de mí. Esperé unos días para el gran golpe hasta tenerlo todo listo, debía esperar la hora de la cena. Eran las 10 de la noche de aquel inolvidable 18 de abril. Se cumplía justo un mes del inicio de la cuarentena, debo aceptar que quizá ya me estaba volviendo un poco loca con tanto encierro. Les serví la cena, unas deliciosas enfrijoladas preparadas con una salsa especial de frijoles con veneno y queso gratinado. A la mañana siguiente, desperté un poco tarde, como a medio día bajé al comedor y ahí estaban los 3 como dormidos sobre las enfrijoladas de la noche anterior. Asombrada revisé toda la casa, ni un trasto sucio, al fin me pude sentar en el balconcito y pasar tranquila el resto de la cuarentena. El problemita estaba resuelto.


Collage de Antonio Olvera


ANSIEDAD

Betsaida Rodríguez Figueroa

Las voces que provienen de mi cabeza dicen que el mundo se va a acabar, y que esta pandemia es solo una fachada que evita que las personas “normales” no veamos la realidad tal cual es. Pero eso solo es producto de mi ansiedad y de mi manía de pensar más de la cuenta. Además de decirme eso, mientras intento dormir sin éxito, gracias al insomnio causado por la situación actual, me pongo a reflexionar sobre muchas cosas. De pronto la zozobra se apodera de mí, y esto, lejos de ayudar, bloquea mi razonamiento y mi tranquilidad. No debo caer en la desesperación, porque el encierro no es tan malo, al menos no para mí, todavía… ¿y si esto no termina en un mes? Si se extiende hasta agosto, septiembre, octubre, noviembre, ¿si el año finaliza igual?, ¡vaya 2020! Sí que nos sorprendiste a todos. Yo intento convertirme en científica para encontrar la cura contra el COVID-19, ese virus que se propaga por las casi invisibles gotitas que despide tu nariz cuando respiras y estornudas, o tu boca cuando tose. Estas partículas se adhieren a tu piel y permanecen ahí hasta incubarse y enfermar a las personas, presentando síntomas o no. Por más que me esfuerzo leyendo e informándome sobre el virus, estoy empezando a deducir que la única manera de evitar el contagio, es no ser ignorante y quedarme en casa cuidándome y protegiendo a mis padres, porque sé que no estamos exentos. Pero, sin duda, ellos me preocupan más. Ahora que ya tenemos más de cuarenta días aislados, evitando la pandemia, me he dado cuenta de lo mucho que me hacía falta estar en casa y gozar a mamá y a papá. No recordaba ya las comidas con ellos, a causa de la rutina emblemática de despertar, arreglarse, ir a trabajar, ensayos de teatro, volver, cenar y dormir. No digo que agradezco la existencia del virus, pero vamos, ¿acaso no han pensado que esta es una buena oportunidad para reforzar lazos con


tus seres queridos? Si es que se puede, claro. Porque debemos ser conscientes de que hay personas a las que no les es posible estar en casa, que viven al día y necesitan trabajar. Esa es una de mis preocupaciones mayores. Hay personas en las calles que deben y necesitan ganarse la vida, y en ese esfuerzo pueden llegar a contagiarse. ¿Correr o morir? es cruel, pero cierto, están arriesgando su vida, por la misma razón que yo me mantengo en casa, y salgo solo si es necesario. Suena contradictorio pensarlo, y hasta sínico decirlo, pero, me alegra poder estar en casa y poder trabajar desde aquí. Pero a la vez, mi moral no me permite disfrutar del todo este encierro obligado, y me siento parte del problema, porque sé que no todos pueden cuidarse. Aunque, lamentablemente hay tantas otras personas que definitivamente no quieren hacerlo, y siguen en las calles festejando que no van a trabajar. Y ni hablar de aquellos que agreden a esos médicos, enfermeros y enfermeras que a diario arriesgan su vida por salvar la nuestra, de verdad parece un chiste, horrible y repugnante. Luego existe otro problema, la desinformación y la propagación de noticias falsas que publican muchas fuentes que no son verídicas, generando pánico en la sociedad. Y todavía, ver cómo figuras públicas nos persuaden para evadir las normas de cuidado, porque según ellos los datos que nos dan no son verdaderos. ¿Acaso esto es una broma de mal gusto, y en verdad nos tienen encerrados porque el mundo se va a partir en dos? Mi cabeza va a mil por hora, mientras sigo recabando información, manteniendo la concentración, queriendo evitar pensamientos negativos ante la crisis que vivimos, en verdad no quiero pensar más de la cuenta. A través del ventanal de mi casa que da hacia la calle, puedo observar que muchas personas están bajando la guardia, los carros pasan sin pausa, mi colonia, al ser céntrica sigue siendo concentración de vendedores ambulantes y personas que piden dinero en el semáforo, o que lo hacen casa por casa. No ven de la misma manera la situación, existe evasión en la gente, aires de desinterés, de poca empatía por conservar la vida, suya y de los suyos. Resulta una lástima que no todos acatemos las medidas de seguridad, prueba del poco valor que le damos a nuestra corta existencia.


Fotografía de Betsaida Rodríguez Figueroa


N

o ha pasado muchas cosas desde que empecé mi cuarentena. Los días pasan y poco a poco te quedas sin cosas que hacer, las cosas que te entretenían ya no te parecen tan divertidas como antes y empiezas a preguntarte cuanto más durará esto. Parece que ha pasado una eternidad, pero cuando lo piensas bien te das cuenta de que no ha pasado tanto tiempo como el que te imaginas, y empiezas a pensar si lograrás aguantar lo que falta. Empiezas a extrañar salir, ver a tus amigos y a tu familia e incluso cosas que pensaste que no extrañarías, aun así, sabes que el encierro ayuda a que todo esto termine más pronto. Sin embargo no todo es negativo, cada vez hay más noticias sobre cómo poco a poco se está recuperando nuestro planeta tierra, noticias de que el agua en las playa es mucho más cristalina sin personas que la perturben, de que el cielo en todas partes se ve más azul sin esa capa sucia que por tanto tiempo lo había cubierto, cada vez salen más animales libres, sin miedo de que personas inhumanas los cacen, noticias de animales que estaban al borde de la extinción tienen nuevas crías, ahí es cuando te das cuenta de que el planeta necesitaba urgentemente un respiro de nosotros. Por otro lado, te da miedo el pensar que cuando esto termine todo volverá a ser como antes, porque así es, la gente es inhumana y no le importa dañar lo que es más importante para nosotros, es así como lo único que nos queda es dejar al planeta tierra disfrutar de este momento sin nosotros. Al final todo esto te hace reflexionar si somos demasiado egoístas como para quejarnos por un tiempo de encierro cuando hay personas que la están pasando mal por este virus que llegó a extenderse de manera tan rápida en todo el mundo, y además de que hemos dañado tanto al planeta que debemos pensar que es su momento de disfrutar este tiempo sin nosotros.

Daniela Utrilla Garza


FotografĂ­a de Brenda Guardado


FotografĂ­a de Meztli Cisneros


Yo suspendo mi juicio

Estaba detrás de una ventana una noche

en mi vida siempre detrás de una

Observar así es habitar un espacio sin tiempo

porque es puro tránsito puro pasaje puro

son lo mismo: cortinas, camisas, y puertas lugar donde un febril interior toca el airoso exterior

puro virtual puro umbral puro

como el rayo de sol que deja películas de luz sobre las cosas

en mi vida siempre esperando a que (me) suceda algo

son tiempos de silencio: el pájaro canta sobre el árbol

el niño mundo pasa, me retengo en el umbral

tal vez mañana pueda hablar hoy decido solo estar tras la ventana

Ana Marina Ortiz Baker


VIDA SILVESTRE Michelle Pérez-Lobo

Los gruñidos de los gatos se confunden con el ruido del ventilador Su comportamiento ha cambiado están extraños Parecen desorientados no tanto en el espacio sino en el tiempo Es difícil conciliar el sueño hace demasiado calor en las noches todo el día la casa arde porque la enfermad y la primavera llegaron juntas porque el movimiento continuo la estufa que fulgura la música abochornan el aire nosotros también estamos calientes en varios sentidos emocionales hormonales pero primordialmente en uno la temperatura corporal sudor ansias hedor hastío por suerte nada de fiebre Los chillidos de los gatos no son de calentura son más bien juegos imprevistos a pesar del bochorno del pelaje de nuestras pesadillas ya solo son felinos en la oscuridad ahora se desvelan hasta que amanece cazan arañan trepan sí por su código genético sí por su herencia conductual pero más tal vez por esta nueva era la de nombrar el suspenso la espera productiva pretendidamente el desarraigo hogareño la incertidumbre social el universo erigido en cuatro paredes la cotidianidad reinventada y reventada la frustración de estar aislados de recalcular los ratos libres delimitar el trabajo repensarlo la angustia antes inconsciente hoy lacerante de vivir el desasosiego de la pandemia Ellos antes no eran así tenían nuestros horarios nuestras personalidades eran mascotas incluso En lugar de corretearse de madrugada a las once doce se echaban al piso frío un rato se revolcaban en un par de pelusas y poco después dormitaban en nuestra cabecera en nuestra cabeza nos daban todavía más calor y estaba bien estábamos acostumbrados No los entiendo tienen mañana y tarde para convivir acecharse y morderse y sacar las uñas podrían aprovecharnos y hasta exigirnos más atención más mimos pero deciden hacerlo justo en el instante de dormir cuando el fuego nos da tregua un rato creo que aunque no tengan verbos para decirlo también su universo ha dado un vuelco la inercia del cambio generalizado los ha atrapado a ellos que quizá no son conscientes pero sí sensibles Puede ser que este encierro que por lo demás siempre ha sido suyo más bien la irrupción


constante de dos humanos las 24 horas el despropósito doméstico los abrume y piensen qué maldita pesadilla nos han robado los rayitos de sol que se cuelan por la ventana y nos asolean las orejas la luz que ahora calienta nuestros pies el sillón siempre está ocupado no hay basura que investigar a cada minuto hay voces teclas electrodomésticos que obstruyen la calma es que somos cuatro en este departamento cinco si contamos la tortuga que no repara en el mundo bendita y estos dos que no dejan de repetirse de dar vueltas en un modesto círculo salen muy temprano a hacer ejercicio sudan se bañan y luego cocinan ensucian limpian se sientan sacan la computadora tienen videollamadas toman el teléfono teclean escriben por whatsapp lo cierran vuelven a cocinar a ensuciar a limpiar y se acuestan a leer y se gruñen muy fuerte nos dan pataditas para no interrumpirlos y sacan la computadora y la miran dos horas a veces ríen otras sollozan y luego vuelven a cocinar a ensuciar a limpiar y duermen hasta tarde leyendo o escribiendo o absortos en videojuegos o no duermen por el clima o las peleas sobre quién lava los trastes quién sacudió sin ganas en cuánto nos va a salir la luz si dormimos con el ventilador al máximo y nosotros qué Y nosotros qué henos aquí caricaturizando los gatos Dónde están nuestras rutinas dónde nuestros momentos de concentración los ratos de banalidad de hacernos expectativas Dónde están las semanas con sus siete días bien delineados la jornada laboral la emoción del viernes de fiesta los domingos familiares el vértigo de contemplar las horas desde un borde irregular de un presente estancado o de un futuro que no comienza a bullir Dónde está nuestro espacio neutro la soledad necesaria el silencio de la sombra sin esos gemidos nocturnos sin esa tristeza sin esos pasos uno tras otro de la sala a la recámara sin el alboroto de los cubiertos al caer sin ese murmullo de aspas que dan vueltas con pesadumbre esclavas de su propia inercia no se detienen jamás Nuestra vida es suspensión y suspenso los grandes proyectos sin esquinas para huir la insuficiencia y la pesadumbre salpicando el espejo del baño Así ha sido siempre la existencia disfrazada pero hoy se magnifican sus defectos la convivencia y el cuerpo desgastados la virtualidad obligatoria La casa como refugio el reconfortante paréntesis después de un día largo ha dejado de ser una cuna para convertirse en la cueva el abismo de todos Esperamos pacientes que el signo se cierre acondicionamos los rincones aguardamos asfixiados pero dóciles lo mejor que podemos mientras tanto los gatos se han vuelto silvestres


FotografĂ­as Luz Ă ngela Cardona, de izquierda a derecha: Gato en cuarentena, Primavera en cuarentena, El tiempo en flor


Fotografía de Rocío Askins Carreón


DESDE MI VENTANA Luisa Escalona

Desde mi ventana miro hacia el exterior con gran deseo de estar del otro lado del cristal. Observo a través de ella el pasar de los días, algunos soleados y cálidos; otros nublados y húmedos. Diario me pregunto: ¿hasta cuándo terminará esto?, ¿cuánto más se aplazará la cuarentena? Extraño a mi novio, a mis amigos, a mi familia. Extraño aquello que me hacía sentir feliz, triste y frustrada. Recuerdo quejarme cada día por el sol insoportable de aquellos días o por el frío que me hacía temblar. Ahora solo puedo mirar por la ventana anhelando de nuevo esos días, reviviendo en mi memoria aquellos recuerdos. Mi piel tomó de nuevo aquel color que el sol había cubierto y mi sonrisa ha desaparecido. A pesar del pesimismo que arrojan las noticias aún me queda algo de positivismo, pero ¿cuánto más me va a durar? Ya no se si es otro día más que no te veo u otro día menos para verte. Nuestro segundo mes de novios con distancia de por medio, nunca hubiera imaginado que, aunque la distancia fuera corta sea un gran muro entre los dos. Desde mi ventana imagino con verte llegar un día ¿cuánto más seguiré esperando? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta, todo se reduce a “cuando termine la cuarentena", pero no se ve cuándo terminará y mientras tanto seguiré viendo por mi ventana…


FotografĂ­a de Luisa Escalona


Collage de Antonio Olvera


De la faena cognitiva en tiempos de crisis Luis Ángel Hernández Cruz

I. Tú, insaciablemente tú ¿Cómo ejercer la actividad del pensamiento ante un mar de confusión? ¿Quién podría ser crítico del gobierno o de la burguesía con el estómago vacío? Más aún, ¿Cómo acatar tu orden de no salir ante la escasez de alimentos de mi alacena? La crueldad de una contingencia no tiene límites, no conoce de creencias, estatus sociales, de tintes políticos, de color de piel, solo camina en medio de las almas y, con una cara altanera, y sin miramientos dice: ¡Tú eres el elegido! ¿Quién desea ser el ungido de Don Tragedia? Supongo que un orate o desquiciado. Vivimos tan a gusto, muy a la usanza de quien se jacta de vida eterna, que miramos de lejos la muerte o la desgracia; por ende, cualquier intento de encierro o limites a nuestro espíritu terco e indomable es una jugarreta o quizás una guerra sin cuartel. La osadía del testigo de una crisis está en enfrentar con gallardía, aunque no sin un poco de temor o cansancio, las dificultades que se atraviesen. Tú, insaciablemente tú, con la esperanza del peregrino, esto pronto culminará: la tierra prometida está a la vuelta de la esquina. II. Con el sudor de tu frente Tras mis prolijas caminatas en el “valle de lágrimas”, mi oído -muy atento y paciente- escucha las múltiples frases de consolación que


la clase obrera comenta ante el Covid 19: “No hay de otra, hay que jalar”, “Si no trabajo, ¿quién me da pa’ comer?”, “Nos toca salir, pues ni modo”… Sospecho con una mirada de fe, que el castigo del Génesis está a flor de piel, “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Obviamente, el trabajo refleja la necesidad del ser humano de sustentarse, de proveerse de los bastimentos (o la canasta básica) para subsistir, vivir e inclusive sobrevivir. Las filas del proletariado desfilan en búsqueda del pan para su familia. No existen excusas. El hambre y la sed son canijos, pésimos roomies; los créditos son agiotistas que anhelan el más mínimo rezago para abrir las puertas de la mora, los gastos de cobranza; y la lista de enemigos es larga. ¡Mejor detengo la pluma! El pago quincenal o semanal es próximo, ¿quién te detendrá? Sin duda, aquello que nos incita a seguir en la factoría, conducir la carretera con la carga pesada, responder al cliente molesto, vender a pesar de las escasas negociaciones, es lo que nos mantiene de pie. ¡He aquí la valentía y persistencia! Discúlpenme, pero no hay de otra. III. La esquina lúgubre de la casa común Encontré en lo más recóndito de mi hogar, un espacio medio estrambótico, peculiar y olvidado. Las voces que pululaban no aspiraban a ser escuchadas, perdieron la noción de salvación, están en un anonimato que les restregaba en la cara su condición ancilar: su origen y destino giraba en torno a la oscuridad. Más allá de exigir riquezas o benevolencias, desean famélicamente ese valor intangible que pocas personas tienen en mente: la dignidad. Sobre las personas con discapacidad visual, motriz, auditiva,


en estado de interdicción, las comunidades con falta de servicios públicos, ¿qué remedio aplicar?… He aquí el dilema, ¿cómo enfrentan al virus voluble? Sencillo, existiendo. IV. La locura, mi fiel amistad En el encierro sempiterno estoy intentando contribuir, de la manera más fiel y sosegada, al erario doméstico; salir a trabajar no es opcional, hay que pagar o mejor dicho gastar. No hay de otra. Aunque no todo es pesimismo, por el contrario, vislumbro un horizonte colmado de prosperidad, en el cual el regiomontano seguirá puliendo su carácter emprendedor y tozudo. Este es un terruño de ilustres poetas, empresarios, militares, académicos, políticos y, sobre todo, de la clase obrera que han aportado su talento para adornar la tierra neoleonesa. Me niego a creer que la Sultana del Norte perecerá ante un virus orate; menuda idea se le ocurrió al que plasmo en el escudo de Nuevo León la frase: Semper Ascendens. Es tiempo de guardar el reposo; ante esto, sin duda volveremos a la labor ¡Siempre ascendiendo!

Dado en la Ciudad de Gral. Escobedo, Nuevo León, Año de la Persistencia Domingo, 19 de abril de 2020


Mapa de Andrea Sรกnchez Navarro


Viernes 13 de marzo del 2020. Haikú. La belleza de lo simple Ángel Guerrero

3 versos: 5, 7 y 5 sílabas respectivamente, hacer alusión a una estación del año y a un elemento de la naturaleza; esas fueron las reglas para jugar con el lenguaje en el aula. Hacía calor, 35 grados marcaba el termómetro, la calidad del aire en la ciudad era pésima como de costumbre, de muy mala costumbre. Los alumnos se resistían a jugar con las palabras y no era para menos, estábamos en las últimas dos horas del turno escolar, irse a casa era lo único que esperaban. Irse a casa. ¿Ya dije que eran las últimas dos horas? Sí, ya lo dije y me detengo a pensar en este detalle porque el significado de “las últimas dos horas” toma otro sentido, ahora simplemente lo siento así. A momentos me traslado mentalmente a ese espacio-tiempo en el que les compartía una técnica para combatir el sinsentido del silencio. Yo solo quería que descubrieran el poder de las palabras y su capacidad para salvarnos. Salvarnos. El reto era escribir un mundo en 3 versos. Ese día las condiciones no eran las mejores para generar poesía pero siendo sinceros con el mundo, ¿qué acaso no son siempre adversas las condiciones en las que escribe cualquier poeta? Yo creo que sí. A continuación les muestro algunos mundos adolescentes: Las hojas caen y bailan junto a mí Sin felicidad*

Cual humedad ciego he de quedarme pero luz veo*

Vida versátil como un día blanco y así se me va*

“Si en algún momento de sus vidas necesitan expresarse y no hay alguien cerca que les pueda escuchar o simplemente porque no quieren ser escuchados, escriban, esto por lo menos les ayudará a bajar su angustia, a lo mejor hasta aclaran sus emociones y pensamientos”, esa fue la frase con la que cerré la clase.


Si el número de sílabas o los requisitos no respetan la regla indicada, ¡da igual! escribieron y sus palabras hablaron lo que sienten, lo que piensan, lo que son, lo que no quieren ser, hablan de su mundo en ese instante antes de irse a casa, hablan de lo que el lector pueda interpretar. Al igual que ellos, todos acudimos a las palabras para reparar parte del sentido roto; el mundo está cambiando, poeta. (*) Haikús de alumnos.


FotografĂ­a de Ruth Elizondo


CUARESMA

Isai José Juan Santos Torres

Si alguna vez llega a acumular tanto odio y desprecio por alguien, lo más mortífero que puede hacer para vengarse de esa persona es desearle aburrimiento eterno. Así es, aburrimiento. En mis setenta y tantos años de vida jamás conocí a nadie que soportara por mucho tiempo el ocio. De por si la vida misma es aburrida y menos interesante de lo que se cree. Inclusive me atrevería a decir que este debió haber sido uno de los motivos por el cual Alonso Quijano decidiera emprender su famosa travesía hacia la locura. Con esto en mente, me vi en la necesidad de dejar el teléfono desconectado porque, de lo contrario, mi hija de seguro continuaría pidiéndome que no saliera por eso de la cuaresma. Yo no sé cómo diantres se asocia la cuaresma con no salir de paseo. Sin ninguna otra distracción más que la lectura de folletos malísimos que avientan al pórtico, y una televisión en la que únicamente se ven cuatro canales, la alternativa de irme de jerga con Paco era en verdad irresistible. ¿Qué otra opción tenía? Yo no tengo manuales de caballería. Solo cuento con el pedazo de papel que promociona la variedad de guisos y platillos de temporada de doña Meche, además de algunos libros empolvados que seguro no leeré porque, así como me es difícil escuchar bien, me es aún más problemático distinguir las letras pequeñas. Miquihuana es un municipio tranquilo. Aquí no hay nada de edificios, ni lugares pretenciosos. Me gusta porque el clima es muy agradable. Templado en verano y muy frío


en invierno, como debe ser. La ausencia de ruido prevalece a pesar de los niños que juegan con sus carritos o a patear el balón hasta que ruede en medio de dos piedras que simulan una portería. Si tengo que ir por suministros, solo camino unos pasos. No es tan necesario el automóvil porque cada calle posee su propia tiendita de la esquina. Solo hay un hotel para albergar alguno que otro turista curioso que llega buscando la serenidad que las metrópolis no pueden ofrecer; a respirar el aire de campo que se mezcla con el de tortilla recién hecha. Yo en estos rumbos nací, y aquí vine a pasar mi jubilación luego de retirarme de las aulas en donde impartí la materia de español por mucho tiempo en una secundaria. Por su parte, Paco es más activo que yo y por esa razón lo ve muy fácil todo. Se va a las escuelas a vender paletas de hielo en su carrito. Me platica que cancelaron las clases por una enfermedad y que le preocupa cómo va a hacerle con el dinero. Le digo que yo le presto, que no se apure. Él me agradece pero yo le agradezco más por sacarme de mi casa. Fue así que ambos decidimos embarcarnos con cierta osadía, en la misión de encontrar la vía de entretenimiento necesaria para pasar un buen rato en este domingo bochornoso. Extrañamente, el bar de don Julio se encontraba cerrado, por lo que tuvimos que ir directo al Ave solitaria, restaurante de al lado. Atravesamos un arco de flores horrendas colocado en la entrada, luego de que una señorita nos diera la bienvenida. Nos abrimos paso entre la poca multitud para dirigirnos a una de las mesas que estaban vacías. Un mesero que no paraba de toser se acercó y nos ofreció de tomar. Inmediatamente le murmuré a Paco que nos cambiáramos de mesa porque no me sentía cómodo al ser atendido por el muchacho de aspecto decadente. Cuando el mozo se marchó, nos levantamos de las sillas y corrimos a la mesa continua. Casi a la par, una bella dama se sienta en la misma mesa que nosotros. Como buenos caballeros, insistimos en cederle el lugar, pero su amable sonrisa fue una invitación para hacerle compañía. La elegante mujer nos platicó que era de


la ciudad y que se encontraba de paseo con una amiga que no pudo acompañarla pero que vería más tarde en el hotel. Habló de su reciente viaje por el extranjero con la misma compañera, de un padecimiento que sobrellevaba fumando cigarros de marihuana, además de mencionar que era viuda al igual que su servidor. Los tres charlamos durante horas hasta que finalmente decidimos encaminar a Teresa hasta el hotel que quedaba relativamente cerca. En seguida, regresó con su amiga y los cuatro nos dispusimos a seguir la fiesta en mi humilde morada donde beberíamos whisky y fumaríamos hasta el amanecer. De copa en copa, de bocanada en bocanada, bailamos cumbias y reímos a carcajadas. En algún punto de la madrugada, hablamos de la curiosa obsesión de los fantasmas por aparecer en pueblos o en los sitios donde murieron. Teresa dijo que ella se iría flotando hasta Japón. Estos pensamientos se los atribuimos a los inevitables efectos que el humo producía en cada uno de nosotros. Luego de que partieron, no volvimos a saber nada más de ellas. Días después, a mi intrépido aliado de parrandas y a mí nos pegó una gripa tremenda, posiblemente ocasionada por el sereno de la noche. Daba igual. Esta tos es solo un pequeño precio a pagar a cambio de una velada diferente a las que acostumbro. Valió la pena si se tiene en cuenta que la vida misma es aburrida y menos interesante de lo que se cree.


Al borde… y la caída José Javier Guerrero Sauza

La historia de una persona puede tener distintas vertientes, diferentes ópticas que dependen del ángulo desde que son visualizadas. Si bien representa un todo, ocasionalmente nos olvidamos de las particularidades que hacen a alguien, eso que lo hace único y que, si se desestabilizan, se quiebra todo el sistema. Y es que cómo lo podemos saber, estamos tan ocupados en lo tangible, en lo que sí podemos manipular, lo que es beneficioso para la vista, engañando a la mente. Es horrible ese sentimiento, el poder levantarte sin tener un sueño tranquilo gracias a la ansiedad, a la incertidumbre de lo que es vivir. Sentirte solo hasta que nadie toque la puerta, reír a carcajadas y después de eso quedar en completo silencio, que tu mente no te deje en paz y que ni siquiera te deje tranquilo para poder comer. Las imágenes falsas que se proyectan sirven, pero destrozan; las versiones que relatamos distraen, pero engañan; las cosas que se dicen se esquivan, pero lastiman. ¿Cómo avanzar si represento la fuente principal de mi propio dolor? Mucho me he preguntado sobre qué pasaría si un día todo se vuelve negro, que un día decida dejar entrar a la oscuridad y la haga mi invitada. Lo que pasaría si me encuentro al borde y veo la perspectiva de mitad hacia abajo, concebir la caída y abrazar la penumbra. Tomar lo que pueda y meterlo en un cajón, apagar los recuerdos y dejar la puerta abierta. Y es que el peor sentimiento que existe es ese: tener todo y no tener nada.


Los colores ya no son lo de antes, ahora solo tienen una tonalidad. La luz se apagó y resulta que soy libre; es lo que siempre he anhelado, un lugar donde realmente pueda estar en paz, en donde ya no sea necesario pensar ni hacer. Llegué a un cuarto en donde las paredes no retumban, donde las voces son inaudibles y donde solo importa la nada y el mirar sin parar; un lugar que pareciera un paraíso, pero para otra persona podría ser un infierno eterno. Si antes estaba solo, ahora más; el fundamento fue establecido y la situación es irreversible. Nadie puede determinar otra cosa a la decisión tomada, nadie puede interferir en ello más que uno solo. Y es que esto es todo, es el fondo de las cosas y ya no se puede recurrir a nadie... "¿alguna vez se pudo?" Claro que no, nunca, por eso todo terminó así. Teniendo el alma partida y las alas rotas, desembocando en esto, en algo que no se esperaba. Sí, la caída parece más dura de lo que realmente es. Quien sabe, no lo he intentado, pero en mis sueños recurrentes es lo único que veo antes de regresar a la realidad. Aunque una cosa sí puedo decir, ha de ser el sentimiento más liberador de todos los que se pueden experimentar.


Dibujo de Andrea Sรกnchez Navarro


Dibujo de Andrea Sรกnchez Navarro


Sin cuerpo y Alma Roberto Piñeyro

No tienen los ojos para perderse en el otro. Ni los labios del tatuado beso. Han perdido la voz del reconocimiento. Y los ansiosos oídos del latido. Los brazos del resguardo yacen entumecidos. No sienten el olfato del hostil contrario. Se va perdiendo la compasión de asimilarse a su sana distancia. Y las pesadillas del virus deleitan dolor. Llegando a fase 3… Se desborda el deseo de reencontrarse en la luz. La lluvia de esperanza siembra el amor. El caos se aleja por la unión de sus dimensiones. Y por la contingencia sin cuerpo y alma… Se piensan todo el día, Después se sueñan, Jamás se olvidan.


Fotografía de Paco Barragán


Restez chez vous Javier Ahumada Aguirre Escuchó el teléfono sonar en la sala y se miró en el espejo por si olvidaba un detalle: chamarra de mezclilla negra (no tenía de piel), playera de los Sex Pistols, cabello revuelto a lo Bob Dylan y un rayo azul y rojo en la cara como David Bowie. Era la tercera semana del aislamiento, y él y su novia, que pasaba la cuarentena en un rancho de su familia, se videollamaban por las noches para remplazar el tacto, la agitación y la rutina, aunque últimamente la palabra había pasado a segundo plano y el juego radicaba en sorprender al otro con atuendos; alguna vez levantó el aparato y ella apareció en la pantalla vestida de bruja; otras, de obrera o adelita. La regla tácita era usar solo la ropa cotidiana y el triste amor que inspira la distancia. Esa noche él se había disfrazado de rockstar y corrió cuando el teléfono sonó de nuevo; era un número desconocido y no una videollamada, pero pensó que solo Verónica lo buscaría a esa hora. Contestó una mujer con viejo acento francés que –le dijo– había marcado porque halló su teléfono en la lista de contactos de los vecinos del condominio para casos de emergencia, y ella estaba intentando uno por uno para preguntar si alguien había visto a su gato perdido. —¿Cuál condominio, señora? Número equivocado. Es muy tarde. Buenas noches. Se arrepintió enseguida de su tono; en realidad, desde que empezó a sentirse solo, había imaginado varias veces cómo sería marcar diez dígitos al azar y conversar en broma o en serio con quien contestara, solo para tener otra anécdota de la pandemia, y de repente, cuando la ocasión se realizaba, él respondía como si se tratara de un insulto.


—Disculpe. Pasa que estoy esperando una llamada, ya llevo rato así y tengo los nervios de punta –oprimió el botón de altavoz y se sentó en el sofá–. Ojalá su gato regrese pronto; con las calles vacías, a lo mejor anda de paseo, pero apenas le dé hambre, va a ver. La escuchó respirar del otro lado de la línea y recordó a Martine, la única francesa que había conocido, una colega de su madre, profesora, llegada a México con su marido historiador a finales de los ochenta, que un tiempo le dio clases particulares de su idioma. Luego pensó en su madre: ya debía llamarla. Luego en su abuela, muerta hacía dos años. Cuando la mujer por fin habló, él ya le imaginaba un rostro, un sueño y un espacio: estuvieron platicando hasta la segunda notificación de la videollamada de Verónica; dijo que se llamaba Ariane y su gato, Clément; vivía sola en un departamento al norte de la ciudad, muchos de sus vecinos eran estudiantes foráneos que dejaron semivacío el condominio desde la interrupción de las clases, y temía que su gato se hubiera metido a alguno de los pisos, patios de limpieza o baños comunes que luego fueron enrejados por la administración del edificio; a Clément le gustaba comer pan salado y ahora ella regaba migajas a la calle desde su balcón para atraerlo. —Gracias por su gentillesse. Voy a ensayar su idea por si Clément se subió a las azoteas y hablamos mañana, ¿cierto? –se despidió Ariane y él reconoció la agonía del anhelo. No le mencionó nada a su novia sobre la llamada, aunque fue lo más interesante que le pasó en el día; sí le contó, en cambio, que estaba pensando en adoptar una mascota cuando terminara la contingencia. “Un gato. Un gato que se llame Covido, Monsieur Covido”, explicó. —Piensa un nombre más rockero, darling –dijo ella, que con una falda y media sábana se había vestido de la Libertad guiando al pueblo, y lo miraba con una copa de vino incitante. Se despertó temprano y buscó el reparto de comida en cuanto abrieron. “Su llamada es muy importante para nosotros. Su turno es el número 17”, le informó una voz automática. Pidió todo lo de su lista: solo hubo carne molida, atún, arroz, pan, ajo y


salsa para pizza; podía aguantar al menos todo el fin de semana, pero si el único almacén con entrega a domicilio no se resurtía, el lunes tendría que ponerse lentes y cubrebocas, esperar la hora permitida e ir al dispensario de alimentos asignado a su zona. Estaba preparando el desayuno cuando escuchó que el teléfono vibraba en la recámara; apagó todas las hornillas, se abalanzó a contestar, escuchó Bonjour, garçon, y con solo dos palabras supo que Clément no estaba en la azotea. Habló más de una hora con Ariane; evitó rigurosamente referirse a la contingencia y, en general, al presente; le contó su vida en episodios de desorden cronológico que se enlazaban por un momento posterior en que él entendía el significado de los hechos, como en el ajedrez, cuando se aclara la siguiente jugada; describió como piezas centrales de un rompecabezas a una mujer mayor con la que conoció los ritos del amor y la desdicha en una sala a luz de media tarde, o al verano que pasó en Vancouver fumando hachís con dos chicos asiáticos muy guapos en los senderos de Stanley Park. Ella lo escuchaba intercalando de vez en cuando alguna risita o exclamación, o pidiendo que le aclarara una palabra, pero no dijo mucho. Esa noche se vistió de poeta: saco de pana, boina y bufanda, pero Verónica decidió que eso no contaba como disfraz y fue ganadora por default. Después él le preguntó si recordaba los chat rooms que estuvieron de moda en los noventa, cuando ambos fueron adolescentes. —Sí, claro, mIRC, Latin Chat y esos. ¿Quieres volver a chatear con desconocidos? El lunes telefoneó al almacén y la voz automática dijo: “Cerrado hasta nuevo aviso”. Desinfectó los guantes, la máscara y el cubrebocas, buscó la mochila de la tienda de campaña y fue al dispensario de alimentos. En el camino lo detuvieron en tres puestos de control para tomarle la temperatura, pero volvió con suficiente comida para una semana, diez días si la racionaba (se apretó la grasa del abdomen con el índice y el pulgar derechos).


En una esquina desvió el camino y se paró frente a una clínica veterinaria; en la ventana había una docena de fotos de mascotas perdidas y en la banqueta, un comedero vacío para animales de la calle. Entró a su casa y ahogó las ganas de llorar; sentía que del otro lado de la puerta estaban los primeros o los últimos hombres del mundo. Se sirvió un whiskey y luego dos más. —¿Sabe, madame? Hoy un gato me siguió a casa –pensó que sería lindo decirle ese día–. Fui al dispensario cuando se quitó la lluvia y de regreso me lo encontré en el parque del colegio naval; se acomodaba en una banca y maulló cuando pasé: habrá olido la comida, supongo. Ahora está aquí, metido en algún clóset. No puede venir al teléfono. Pensé bautizarlo Clemente, yo también le doy pan y le gusta; buen augurio. Restez chez vous, madame –debía practicar la pronunciación–, restez tranquille; su gato está atendiendo sus asuntos.


Pintura de Michelle PaĂŠz


FotografĂ­a de Ruth Elizondo


Hace… No sé hace cuantos días ya que llevo metido en esta habi-

tación. ¿Han sido días? ¿semanas? ¡¿años?! No lo sé… He perdido la noción del hoy. Pero eso pasó hace ya algún tiempo, solo sé que no fue ayer, ni en un pasado tan próximo. La situación reciente se torna cada vez peor, la ansiedad se come el mundo a bocados enormes, y pronto llegará la depresión con su voraz apetito a intimidarlos a todos también, a devorarlos sin compasión. ¡Ah! Si tan solo se hubieran encontrado antes a ellos mismos… Tal vez ningún mal en la tierra causaría tanto caos en sus corazones. Tal vez, dejarían de ver al cielo, dejarían de ‘’esperar’’ y comenzarían de inmediato a ‘’hacer’’. Llevamos algunas semanas ya con este encierro a causa de una amenaza virulenta y asesina. En solo semanas la gente se ha acabado toda la cordura posible en compras de pánico, teorías conspirativas ¡el fin del mundo! Tanta, pero tanta paranoia estéril en el mundo. Y le llamo estéril porque la paranoia no encuentra soluciones, no encuentra curas; también porque hay los ‘’inmortales’’, aquellos para los que no pasa nada, que todavía salen a la calle buscando su suerte, o su muerte, tal vez la de algún familiar por accidente… ¡Nah! Imprudente es la palabra (hay otra, pero no quiero usarla). Hay otros que, por el contrario, no pueden permanecer encerrados y no por osadía, por desacato a la ley, sino porque sus pulsiones vitales les obligan a salir a buscar, a ganarse el alimento, porque hay alguien en sus casas que dependen de ellos para sobrevivir. Uno arriesga todo por su manada. Hay de todo en esta caótica situación. Desde la idea de que son vacaciones temporales, hasta la idea de que por fin Dios vendrá a recoger a sus fieles. ¿Quién tendrá la razón en medio de toda esta crisis? ¿Importa quién la tenga? La verdad siempre pertenece a los mismos, y lo sabemos muy bien. Y, sobre todo, la verdad no la poseemos nosotros. Nos es dada en la boca y con cuchara, así nos gusta. Esta cuarentena es un pequeño episodio en mi modelo de vida que recién descubrí, se llama aislamiento. ¡Qué nombre tan feo! Y qué


actividad más tenebrosa se encuentra uno en el aislamiento para pasar el tiempo; ¡la aparición de uno mismo ante sí! ¡Hay que pensar! Estamos encerrados, eso es claro, o bueno, deberíamos estarlo por seguridad, pero ¿quién ha notado que desde que nació está encerrado en un mundo? Que la realidad nos sujeta sin escape… Crecemos siendo lo que no somos, persiguiendo lo que no queremos –y ni cuenta nos damos-, deseando el deseo del otro… Siendo inauténticos como diría un viejo amigo alemán. Solo algunos cuantos salen a veces de ese encierro, y se quedan por eso mismo solos. Fuera. Estamos encerrados, pero no desde esta cuarentena, sino hace mucho, mucho tiempo antes. Pero muchos, la mayoría –como se usa hoy en día- ‘’no están listos para esta conversación’’. Volviendo a mi modelo de vida llamado cuarentena, no he descubierto nada nuevo para el mundo. Pero ¡oh! Sí que he descubierto cosas sobre mí mismo y sobre quién soy. Al principio fue difícil también, estar solo, huyendo constantemente con cualquier distracción, con tal de no pasar unos minutos conmigo y con la constante pregunta ‘’quién soy’’. Para mí esta cuarentena es un paseo por el parque en una tarde de verano. Me preocupan mis ocupaciones, y por supuesto el futuro, pero no me quita el sueño. El sueño lo perdí hace ya bastante tiempo, vivo siempre despierto, pensante. Me preocupa el mundo, y el encierro en que vivimos constantemente fuera de esta cuarentena. El encierro mental. Donde todos opinan, todos creen tener la razón, todos saben todo. Pero en el fondo, realmente nadie se da la tarea de pensar, simplemente copian y reenvían un mensaje que no les es propio. La estructura social aplasta, la información nos viola por todos lados. Tanto que, raramente pensamos. Y cuando esa luz de pensamiento por fin aparece, viene vestida en forma de gusto; ‘’debería comprar… esto o aquello’’. La tarde anterior fui a la tienda, necesitaba abastecer algunas cosas para la despensa, vi a un viejo amigo y me preguntó: -Hay que tenerlo todo bajo control ¿verdad? No respondí y solo sonreí, volví a mi casa de la cual raramente salgo, y como siempre, cumplí mis deberes, fui a mi habitación, me posé en mi


silla y cometí el atrevido acto de pensar… ‘’En efecto, hay que tenerlo todo bajo control. Por eso nos tienen siempre bajo control, bajo información falsa, bajo el miedo’’. O bien entretenidos en cualquier cosa. No me malentiendan, no digo que la situación actual no sea verdadera, solo digo que, como usualmente pasa, nos hundimos en el miedo, en la desesperación y a veces hasta en el fatalismo sin siquiera pensar… ¿Por qué es tan peligroso pensar? ¿Por qué huimos de pensar?… Nos gusta ser pensados, que piensen por nosotros. Y pagamos las consecuencias. Siempre en una hermética sociedad… ¿A qué quiero llegar con toda esta experiencia? No busco mucho realmente, solo que, si tienen tiempo, están aburridos en esta cuarentena, si no hallan que hacer, les invito a hallarse ustedes mismos, atrévanse a pensar solo por diversión. Podrían incluso hablar con un amigo sobre lo que piensan, no lo que otros piensan. ¿Quién sabe? Igual y hasta terminan descubriendo qué pasará después de todo esto, o la cura de alguna enfermedad. Pensar es la llave para salir de este encierro… Y mientas más salgan… Más estaremos dentro de la verdad.

Williams Isaías García Armenta



Primeros síntomas Paulino Ordóñez


TIEMPOS DE SUEÑOS Santiago Ramírez González

No llevo la cuenta de los días y, aunque la llevara, posiblemente la perdería en cualquier segundo. La rutina se basa en cuatro secciones: Tiempo de juego, tiempo de lectura, tiempo de escritura y tiempo de sueños. Recientemente el tiempo de estudio está tomando su lugar pero el tiempo de sueños debería de desaparecer, conlleva un peligro psicológico para las mentes débiles. ¿Qué es mejor que soñar con días mejores después de estos tiempos grises? Los sueños más peligrosos son aquellos que aparecen cuando aún estás despierto, duerme tu lógica y tu sentido común, pero tú proyectas lo que quieres ver, lo que deseas, todas tus ilusiones. ¿Tiempos mejores?, sí por supuesto que sí, eso y escuchar “Se reduce el índice de infectados”, “Se encontró una cura”, “Ya es seguro salir de casa”, entre muchas otras más. ¿Es malo soñar con algo distinto? No, pertenecer enteramente a ese enorme porcentaje que sueña con el fin de esta locura… ¿Es malo? Tal vez no lo sea completamente, deseo y espero días mejores, eso es un hecho, pero a pesar de todo sigo viéndola a ella, en el mundo de los sueños donde todo es posible. Todo lo abarca ella, y todo se cruza con la esperanza, una vaga esperanza de verla, pero ¿cuándo?, dos meses, tres meses… ¿Seis meses? Un amor de niños, un amor de cuento, un amor no correspondido. No creo que exista algo más ridículo en tiempos de dolor que ser un chico enamorado. Eso me digo en las madrugadas antes de dormir, no sin antes ver sus fotos innecesariamente, ya que su rostro sigue y seguirá grabado en mi mente. Todo cambia, todo evoluciona, el mundo no será el mismo, y yo tampoco seguiré siendo enteramente el mismo chico ilusionado. Una cuenta falsa, un poema escrito con el corazón, una confesión y el rechazo de mi esperanza. En tiempos difíciles la gente puede hacer tonterías ya que de algún modo ya no encuentran motivos de que todo se solucione. ¿Cómo pude


haberme resistido de confesar mis sentimientos?, ¿cuándo lo hubiera hecho? El hecho es que recordaré esta época con su rostro, época en donde no caí en el pánico, pero sí de nuevo en el amor. Sí, definitivamente debería cambiar el tiempo de sueños por el estudio.


Dibujos de Brenda Flores



30 días

Diego Alberto Flores González

30 días más dicen en la televisión, cada vez pesa más, al principio parecían vacaciones, pero cada día que pasa cuesta mas alejarse del mundo exterior. Esto inició ya hace más de un mes, al principio eran rumores, ¿será falsa esta enfermedad?, ¿es una especie de conspiración?, ¿fue creada por el hombre?, todo indica a que no, simplemente es un evento desafortunado que tuvo la casualidad de tocar en este año y que está afectando la vida de millones de personas, en mi caso no tanto. Vivimos en una sociedad moderna, es posible estudiar sin necesidad de salir de casa, inclusive tienes la oportunidad de comprar productos y recibirlos unos días después sin necesidad de siquiera tener contacto con alguien, y aún así siento la necesidad de salir. Sin embargo, tengo miedo. No por mí sino por mi familia. Estoy consciente de las consecuencias. Es por eso que me mantengo en casa tratando de evadir las noticias malas o la desinformación y distrayéndome con otras cosas para pasar este tiempo de una manera más agradable. Mi madre todos los días enciende la televisión para ver lo que está sucediendo en el mundo y en nuestro país, algunos días dan noticias buenas pero otros días simplemente son puras cosas malas, gente que no hace caso a las indicaciones de las autoridades y que terminan infectadas, locales y negocios que cierran o se suspenden, incremento en el número de fallecidos, e inclusive disturbios en otros países por la falta de atención médica, etc.; cada vez el mundo exterior se siente más lejano, siempre le pregunto ¿cuánto tiempo tendremos que esperar?, y ella me contesta que no mucho. Sin embargo, cada mes 30 días más dicen en la televisión, cada día que pasa cuesta más, todavía seguimos sin poder salir.


Historias a través de los sonidos F. R. Martínez El cielo gris, es lo que veía por mucho tiempo a través de la ventana de la sala, me encantan los días así, pero aquella tarde estaba algo triste, bastante mal en realidad, mi mente bajaba sin detenerse, comenzaba a estresarme, estar encerrada en un mismo lugar era sofocante. Quería estar sola en ese momento, por lo que decidí ir a mi habitación, me acosté en el suelo boca arriba, sin decir nada. Me dejé llevar por el ambiente de mi alrededor, dejando entrar todo eso que me podría acompañar, como la soledad, esa soledad que se sentía en mi habitación o los ruidos que rondaban en mi entorno. Comencé a sentir todo, como el frío del piso, ese frío que poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando, convirtiéndose en un abrazo cálido, un abrazo que necesitas cuando algo está mal. La obscuridad se iba apoderando de mi habitación y de mí, veía como entraba por mi ventana, cambiando mi alrededor, haciéndolo cada vez más obscuro. Aquella habitación comenzaba a transformarse en cuestión de minutos. Tic… tic… tic… Es el sonido que me entretenía al estar acostada viendo el techo, mientras con mi anillo golpeo el piso. Aquel sonido me dio mucho de que imaginar, porque junto a él, se escuchaban risas a los lejos, algunos pájaros y los murmullos de mi hermana con su novio allá en la sala. Todo eso me hizo imaginar a alguien en un salón, un salón en donde no conoce a nadie, pero eso en realidad no importa, puesto que la música la consume en cuerpo y alma, haciéndola bailar, sin importar nada, solo disfrutando aquel momento, haciéndolo suyo. Mientras a lo lejos se escuchan esas risas, esas risas de pequeños niños jugando en el salón, luego está el grupo, ese grupo que tienen a dos cantantes, que se escucha tan agradable como el sonido de los pájaros, acompañándolo el sonido de los instrumentos, el sonido semejante al del golpe del anillo en el piso, formando una melodiosa y espléndida música, esa música que se baila como tú quieres, como tú lo sientes. Por último, se encuentran los murmullos de las personas que no se atreven a bailar, aquellas que tal vez les da vergüenza hacerlo, no les gusta o no saben, esas personas que permanecen sentadas en el salón, debido


a que solo quieren platicar o disfrutar de la música, aquel murmullo que complementa todo ese ambiente al que permaneces, ese ambiente que disfrutas con todos sus sonidos, formando una espectacular obra auditiva artística. Dejándote llevar por todo el ritmo, sintiendo como aquel ritmo se va incorporando en ti, recorriendo cada parte de tu cuerpo, llevándote a miles de mundos, en donde solo te encuentras tú y esa música, en donde expresas todo aquello bailando, creando movimientos que queden con ello, creando movimientos con cada parte de ti… Gracias a esos sonidos, creo historias en mi cabeza, es la forma de no perder el control, tener mucho tiempo en que pensar comienza a gustarme, me ayuda a tener más ideas para escribir, así podré entretener a cualquiera que lea esto y me sentiré mejor conmigo misma. Claro que es frustrante el estar mucho tiempo en casa, pero si le encuentras el modo y la forma, podrás ir a cualquier lugar sin necesidad de salir, podrás hacer cualquier cosa que te de la gana, el punto está en no olvidar los detalles, esos detalles que hacen que abras tu imaginación, ya sea a través de un libro, película, canción, dibujo o cualquier cosa que te guste y te haga sentir mejor.


Dibujo de Ruth Elizondo



Proceso cíclico Una vez más, como cada cinco mil años, desde las remotas costas de Rapa Nui, los Moais se preparan para atestiguar la devastación de la humanidad. Uoke ha optado reemplazar el arcaico método de la palanca por la novedosa exterminación bacteriológica. Kua tukuna te mate. Abuelo maya En su lecho de muerte en Palenque, el anciano dicta su última voluntad a sus descendientes. Desea que corrijan el error de digitación en su última profecía. Será en 2021 y no en 2012, susurra con dificultad. Tras exhalar su último aliento, lo envolvieron en una mortaja, le llenaron la boca con maíz molido, lo enterraron bajo su cama, y decidieron en consenso que la humanidad disfrutara los 9 años de gracia otorgados por la disgrafía del octogenario. Sin precedentes Bramha, Vishnu, Shiva, Saraswati, Lakshmi, Parvati, Durga, Kali, Ganesha, Krishna. Elevó plegarias a todas las deidades repartidas en los altares de su casa en Mumbai, tres veces al día a cada una con singular devoción. Fue vano, el virus había sobrepasado la humanidad, alcanzando terrenos celestiales en un acto sin precedentes. Las divinidades optaron por restar tiempo a escuchar plegarias y se enfocaron en el aseo frecuente de sus múltiples manos. Karma La reducida oferta de cuellos en Transilvania, indujo al conde Drácula a buscar opciones en el extranjero. Eligió China, motivado por su sobrepoblación y la bajísima cantidad de crucifijos. Nunca imaginó que su pescuezo terminaría entre los caninos y molares de aquel comensal que lo degustaba acompañado de verduras, en un ancho tazón de sopa en el mercado de Wuhan. Chema Sánchez


Una realidad que se va Ethan Joshua Zetina Pech

Paso cada día aterrado por la verdadera naturaleza de mi cama; Bueno, En realidad me la paso aterrado por varias cosas Como por ejemplo: si realmente tengo algún problema en los lagrimales o simplemente mis lágrimas salen poco a poco para evitar hacerlo a chorros Las mentiras nunca han sido buenas ¿verdad? Levantarme cada día y sentarme en el borde de mi colchón representante del afrontar mi realidad es difícil Porque por si no fuera mucho lo antes mencionado, siempre tengo que llegar a las inevitables preguntas de... ¿Fue real? ¿Era mentira? O, aún peor... ¿Quiero que sea verdad? Vivo aterrado cuestionándome la naturaleza de lo que mi cama mentirosa realmente es. ¿Me gustaría vivir esa mentira? Tal vez Depende de sobre que haya tratado aquella nueva epifanía Escucho cada rara noche en la que la tierra suena, llora en agonía y pide perdón. Mientras yo lo hago junto con ella, cuando eso pasa me sumerjo de lleno en la mentira Intentando buscar al algo que ni siquiera sé si está realmente ahí Pero aún así, se siente más cómodo que lo que suponemos es la realidad; Cuando estoy a punto de averiguarlo, De repente... Me levanto y empiezo de nuevo. Las mentiras nunca han sido buenas ... ¿Verdad?


N

o tengo mucho que relatar. Me la paso en mi cuarto leyendo y pensando, el estar más tiempo uno solo lo hace pensar bastante. Desde cosas muy simples hasta complejas como el mirar las estrellas del cielo y sentirte tan pequeño, y tener miedo de eso. Y cuando mi cabeza me salva y hace que se me olvide, vuelvo a la cama y me recuesto, ahora para ver el techo, y vuelvo a pensar. El techo de mi cuarto es más simple que ver el complicado cielo de la noche, así que pienso en cosas sencillas -mas no dejan de ser complejas para nosotros- y escribo de ello: Eras mala escuchando y yo que quería endulzarte el oído con las palabras que emergían de mis últimos suspiros. No prestabas atención a los detalles y yo que era un detallista; mientras tú veías palabras sin sentido, para mí eran poesía. No veías más allá de tus ojos, y tus ojos bien veían a todos. Lástima por ti de ya no tenerme, bendita mi suerte de estar solo. Y así es noche tras noche. Duermo más tranquilo después de haber escrito. Me gusta más exagerarlo todo, como un romántico. Si voy a amar, amo encarecidamente; si odio, odio hasta la muerte. Obviamente solo cuando escribo es así, al menos solo con lo de odiar algo, y una noche fue así, quise odiar y escribí de nuevo. Que tu sonrisa perfecta se desmorone, que tus ojos se despinten cuando el espejo mires. Me pediste que no te dejara y tú me terminaste dejando; ahora cuando quieras momentos buenos, que solo encuentres malos.


Que tu dulce tacto se convierta en agrio y que tu voz cause pesadillas. Porque con esa voz con la que me juraste amor hoy sé que son más de tus mentiras. Así que, cuando escuches mi nombre deseo que te pongas a llorar y que sientas lo que yo sentí por llegarte a amar. Escribí la noche anterior, y haré mi intento de escribir esta noche, y la siguiente, y la siguiente. Mis "Poemas en la cuarentena" son muy preciados para mí; pues estos poemas soy yo mismo, aquí escribo mi odio, mi dolor, mis conflictos y mis buenos momentos. Dejo el último poema que escribí el fin de semana. El decirte que no comprometamos la relación y no amarte, no podría. Sería pecar contra mi corazón, contra el amoroso que soy. Solo no quiero conflictos bélicos entre tú y mis miedos; que no dejes dentro de mí heridos ni muertos. No te preocupes, que amor de sobra tendrás. Solo no trates de herirme ¡O me iré sin más! Remigio Pantaleón


RELATO DE MI CUARENTENA Andrea Nahomi Rosas Sanchez

La historia detrás de lo que ahora es mi ansiedad por querer salir empezó un día jueves, ese dia fue el último día al que asistí a la escuela. Era un día normal dentro de lo que cabe pero todos hablaban de algo que no tenía ni idea, le decían “Coronavirus” y recuerdo muy bien que en cada clase que tuve en ese día todos hacían preguntas de si se iban a cancelar las clases, lo cual me preguntaba a mí misma ¿por que deben cancelar clases? En fin, no tenía la menor idea de lo que venía. Ese mismo fin de semana se levantó el reporte de que las clases debían ser suspendidas hasta nuevo aviso lo que me exaltó un poco puesto que, ya para que la UANL suspendiera las clases era porque pasó algo grave. Recuerdo que ese fin de semana hablaba con mi familia y mi novio y me explicaron la magnitud del problema pero todavía no me caía el veinte de lo sucedido. Necesitaba pruebas y hasta no conseguirlas yo planeaba pasar la suspensión de clases de fiesta o durmiendo. Después de tanta explicación de parte de mi familia y novio decidí investigar mediante noticias de Internet y noticieros, la situación era muy grave para otros países como España China, Francia. Lo único en lo que pensé fue en la suerte que teníamos por vivir en otro continente, me daba mucho pendiente por mi tía y primos que viven en España pero no dejaba de pensar en nuestra suerte. Esa misma semana se presentó el primer caso de Covid-19 en Nuevo León. Era algo surreal para mí, no quería creerlo y así me quedé sin abrir los ojos. Los días pasaron y las noticias cada vez eran más y más relacionadas con el coronavirus. Recuerdo que hablaba con mi familia y les decía “están exagerando todo”. Mi familia solo asentía y decía que no me preocupara pero que tomará las medidas de precaución. Todo marchaba bien hasta que empezaron la clausura de muchos lugares me di cuenta porque esa semana cumplia años mi hermano. Nunca lo festejamos así que este año decidimos que debíamos al menos llevarlo a comer. Cuando nos bajamos vimos que estaba cerrado hasta nuevo aviso lo que me llevó a un pequeño estado de pánico. Esa misma semana se dio a conocer que varios festivales se pospusieron, cines cerrados, restaurantes cerrados, gente con cubrebocas, gente


haciendo compras de pánico, falta de papel higiénico, gel antibacterial y cubrebocas, los hospitales empezando a cancelar citas regulares, médicos enojados por la falta de suministros para enfrentar lo que ahora era epidemia y un sin fin de noticias más. Me abrumaba aun sin ser afectada me sentía desesperada. Sentía que no había suficiente información por parte del gobierno mexicano, en ese momento mi vida como la conocía desapareció. Y pasé de sentir nervios, pánico y duda a una rabia, estrés y desesperación. Odiaba al gobierno mexicano, odiaba a la gente de México, odiaba el hecho de que se me había arrebatado de alguna forma mi libertad, odiaba todo. El odio me consumió totalmente, durante esta cuarentena porque había momentos en los que podía llegar a estar enojada todo el dia o de la nada lloraba, o bien estaba triste o confundida, no entendía bien mis emociones, no entendía lo que sentía, mis hermanos se dieron cuenta y me ayudaron a poner en orden mis sentimientos. Entendí que solo uno mismo ve las cosas como quiere, ya sea el vaso medio lleno o medio vacío y que no estamos solos, tenemos que afrontar esta pandemia unidos si no nunca regresaremos a lo que antes llamábamos un dia normal.


Dibujo de Zaira Flores


CONTINÚA LEYENDO. Leonardo Rangel Cantú

Alcanzado este punto ha llegado a ti una de las siguientes emociones; empatía que, más que eso, habría que decir sincronía, víctimas del mismo suplicio; solidaridad, adicionado eso, habría que decir convenio, la una después de la otra o viceversa y, para algunos, cuestión de convencionalismo; el tedio de un ambivalente reencuentro, más que eso habría que decir miedo, el que no se te va, de reconocerte a solas o en estas hojas. Hay más emociones, pero tengo una certeza que me dice llegarán a ti, como las anteriores, en esta antología diacrónica doliente, que puedo obviarlas. ¿Y si te digo que habrá más que eso? Sobre la posibilidad hostil de encarar la empatía y la solidaridad contra la paciencia. De contenerte el reflejo de escape al que te condicionó la semana laboral. Cuando el recuerdo del goce pueda más que la prospectiva frágil de prosperidad. Y mientras leas esto habrá más, aunque haya terminado. Aquí estamos todos y todas. Alcanzado este punto lo habrás percibido, de lo contrario, déjame que intente resumirte lo que encontrarás en los textos que nos reunimos aquí. Y, aun sin conocer el resultado, como aquel que se escribe para ordenarse en el proceso, y sin tener precisión de lo que viene y lo que estuvo —ni siquiera de estar entre textos— te incito para que continúes leyendo al terminar conmigo. Pandemia. Epidemia. Seguro has escuchado y leído tantas veces estos dos términos que los menciono con la única intención de contextualizarme, si para alguien era necesario y para no mencionarlos más adelante. Como inicio te adelanto que seguirán apareciendo, es probable que te abrumes de lo que nos ocasiona a todo texto en esta colección, y prefieras retirarte al sentir que entras en aislamiento —el nuestro, el tuyo—, el que vivimos o el que recuerdas, y no puedo culparte por considerarlo suficiente. Pero prosigue. Porque de sentirte así, quizás, algunos de nosotros somos tú. Continúa, aunque leas cómo se desperdiciará el tiempo y el espacio, sobre cómo la indecisión de años se transforma en un arrepentimiento por el que, se anhela, solo dure cuaren-


ta días. Leerás besos no sucedidos, abrazos planeados, amores que esperan ser correspondidos y amores que mueren por tener a quien corresponder, cuánto quiero, cuánto extraño, cuánto falta. Leerás críticas porque se quejan, porque salen, porque se derrumban, porque opinan, porque sobrellevan el distanciamiento de manera diferente, porque los demás sacrificios no valen como los del que critica; un invento de justificaciones para percibirse sobre los demás. Leerás al hastío que no deja de caer por el inicio de todas las redes sociales existentes, la fatiga de solo satisfacerse buscando en los quehaceres de sus contactos, y la postergación —no se sabe de qué— que se cultiva. Leerás a quien no se soporta y, apenas cerró la puerta de su habitación, cayó en cuenta que los días se llenarían de todos los pensamientos que ha evitado y volverían aquellos de los que se deshizo con esfuerzo; que estaría a solas y su interior podría convertirse en su peor compañía. Quien no aprendió u olvidó a estar consigo. Leerás a quien considere inconfundible el parentesco entre soledad y familia, cuando ninguno pueda tener la capacidad de entenderle. Leerás a alguien de lágrimas espontáneas y vivas, sin lugar para llorar. Leerás de lo multifacético que puede volverse el cabello un buen día. A quien descubre qué tanto puede extrañar, y necesario le resulta, hablar, caminar, compartir, verse con alguien —que otro buen día puede ser con quien sea—; saber que se existe más allá de su consciencia y de su casa. A quien, simplemente, ya no lo tolera. Leerás enfermedad, muerte, ansiedad, explosiones y tormentas. Millones de ojalá para otros y otras que ya no ven el futuro. Quizás te leas a ti. Por otro lado, también leerás al recuperado, a la familia, a los abuelos, al hobbie, a la crónica que parece inmune a todo. Leerás al que revaloró las amistades buenas que ha descuidado. A la pareja que puso a prueba su cariño, con la distancia o la cercanía extraordinaria, y sobrevivió. Leerás al que descubrió que su madre ha adquirido una responsabilidad desproporcionada. A quien sabe que no todo es penumbra, pero estamos, ligeramente, condicionados para que nos sea más fácil enunciar e identificar motivos de nuestro desagrado, en lugar de nuestro agradecimiento. Incluso este párrafo resultará más reducido que el anterior. Leerás a quien desaceleró y la vida dejó de ser líneas difusas que se perdían a sus espaldas; la flor que comenzó a brotar en su jardín, las horas de sueño que tenía perdidas, las metas que aplazó y las promesas que distorsionó. La naturaleza que revive. Quizás te leas a ti. Y sí, quizás sientas que te sumerges, pero continúa le-


yendo. Porque, aunque sea así, es mejor aquí que afuera. Afuera de aquí ya están en el fondo y no saben cómo pedir ayuda. Verás a quien malinterprete su ciclo de sueño, adaptado para consumir entretenimiento y levantarse a media tarde, por insomnio. Afuera la gente se está perdiendo tanto que se inventa, desde el que dice que todo es inventado hasta los que perciben conspiraciones en el papel higiénico. Afuera están compitiendo para darse la razón y se comparan los sufrimientos. El primero en afirmar que el poder cabía en las manos se asustaría de la evidencia de ahora. Afuera la gente canaliza la energía que no saben usar para el odio, a veces en un odio común que ni ellos saben explicar, odiar por odiar, por sentir algo; por un jabón, por un triángulo amoroso, por una relación que parece de cuento, por la verdad y la mentira, la seguridad y el placer. Hay odio de sobra para completos desconocidos, pero solo eso. Afuera hay más de una enfermedad y estas se potencian con la medida para mitigar a la que nos reúne aquí. Por todo esto continúa porque, aunque pueda parecer otra cosa, nadie aquí sigue hundiéndose, porque para evitar eso se escribe y afuera continúan, con o sin epidemia —lo lamento, me dispuse a no enunciarla de nuevo. Todo texto aquí comenzó para ayudarse, para encontrarse, aquí se ordena a la razón, no se fabrica ni se busca fabricarla en otro. Aquí, en reciprocidad, nos leemos en el otro. Nos cansamos de sumergirnos y empezamos por divisar la superficie: el Sol que llega. Y leerás de todo, como acabas de hacer conmigo. Quizás te leas a ti. Pero, por favor, continúa leyendo.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Experiencia en la cuarentena: Alejandro Bazaldúa Gómez

Cuando se supo que las clases serían suspendidas en la universidad pude respirar ya que me tenía preocupado que tuviéramos que seguir yendo a pesar de que el coronavirus se ponía peor conforme avanzaban los días. Los primeros dos días fueron tranquilos, pues quise aprovecharlos para descansar ya que había tenido mucho estrés en las semanas anteriores por los exámenes. Al tercer día me enteré que se darían clases en línea, sinceramente no me agradaba la idea, pues tanto yo como muchos otros somos muy distraídos y quizás estaríamos en mal momento. Antes de la cuarentena, cada día me levantaba entre 9 y 10 am. Le dedico mucho tiempo a dibujar ya que tengo un proyecto que consiste en hacer una propuesta para animación. Sin embargo, algo en mi interior me dijo que intentara avanzar con otras materias, recordé que tenía que modelar en 3D ciertas cosas para otro proyecto (el cual nos cancelaron por falta de tiempo en el semestre y porque no podemos juntarnos en equipo). A pesar de eso, me sirvió como práctica para retomar el 3D, ya que no lo había usado desde el semestre pasado. Otra vez escuché esa voz que me decía que ahora intentara con otro proyecto, pues tenía que demostrar tener interés por aprobar, así que durante dos semanas me tomé dos días para avanzar a un programa, que aunque no me gustara, o me ardieran los ojos por estar mucho tiempo frente al ordenador. Logré tener un buen avance, mi mente me decía “sigue, sigue, trata de acabarlo”, pero mi cuerpo se sentía cansado. Cuando estaba a punto de teclear sentí como si algo me detuviera. De pronto, escuché una llamada y bajé a la sala pero no había nadie, quise subir de nuevo pero la sala se sentía tan fresca que decidí sentarme en el sillón a despejarme. Caí dormido, al despertar me sentí un poco mejor, pero escuché de nuevo esa voz, que nuevamente me dijo que había hecho suficiente y decidí hacerle caso.


Es entonces cuando sentí que me faltaba salir, salir de casa, llegar a la escuela, hablar con los amigos que encontrara en el patio central o en el salón mientras llegaba el profesor. Como no suelo salir por mi cuenta debido a la cantidad de trabajos que tengo más otras ocupaciones, al menos 5 días a la semana podía conversar con otras personas que no fueran mi familia. Me puse muy sensible al recordar eso, incluso me vinieron recuerdos del pasado con momentos que anhelaba repetir. Fue entonces cuando vi que una luz comenzaba a brillar frente a mí, esa luz se iba intensificando cada vez más, de pronto escuché que empezó a hablar, curiosamente era la misma voz que escuché en días anteriores, me llamó por mi nombre, complementó con un “Tranquilo…encontrarás la solución…” con temor quise preguntarle en que momento, pero solo terminó con un “Eso lo decides tú, al igual que tu destino” y desapareció, esas palabras me dejaron pensando…y parecía ser que tenía razón… Después de eso comencé a practicar meditación, ayuda mucho para calmar la mente y eliminar el estrés, ya lo había intentado en semestres anteriores pero nunca había tenido resultados tan notorios como en esta cuarentena, y si logré calmar mi estrés y ansiedad, porque también me mentalicé que esto no será eterno, llegará un punto en el cual deberá finalizar y de esa forma podremos volver a salir…


CUANDO MENOS LO ESPERAS Esteban Barbosa Martínez

¿Les pasa que cuando menos buscan algo tiende a aparecer más rápido? Había estado leyendo muchas publicaciones sobre los diferentes humores de cuarentena, amigos destrozados por que se acordaban de algo triste que les había pasado, gente posteando que eran solteros por las peleas que tenían con sus ahora exparejas, y claro, lo divertido que la pasaban mis conocidos haciendo tonterías en casa, pero entre tantos “post” me llamó la atención una imagen que decía: “Son tiempos díficiles, está bien no ser productivo, sé paciente contigo, todo va a estar bien.” Y admitámoslo, todos sentimos en algún momento del encierro un bajón o decepción por equis razón, y leer “todo va a estar bien” sirve de mucho para alguien que puede llegar a estarla pasando mal sentimentalmente. Un amigo mío jamás ha salido con alguien, es de esos chicos preparatorianos que nunca se han dado la oportunidad de tener una cita por miedo, y desgraciadamente no pensaba en citas hasta que llegó la contingencia. Me contaba que había estado pensando mucho en cómo se sentía, que siempre había conocido la soledad, pero nunca la había vivido verdaderamente, hasta ahora. Él es foráneo, y daba la casualidad de que sus compañeros de habitación iban a pasar la contingencia con sus familiares, tenía la casa para él. Cuando alguien ya está acostumbrado a pasar mucho tiempo consigo mismo era la gloria tener la casa sola. Pero después de días, semanas más bien, me contactó y me platicó que había tenido recaídas, que había pensado que su vida no valía nada, y que desearía no estar solo, refiriéndose a las relaciones afectivas, pero no podía por el simple hecho de ser la persona más


penosa del mundo. Le dije lo de la imagen: “todo va a estar bien, son tiempos difíciles, sé paciente contigo”, y al no entender bien esto, le dije que no fuera duro consigo y que este tiempo lo aprovechara y se aventurara a conocer a alguien por alguna de las muchas aplicaciones para conseguir hablar con una persona de gustos similares, a lo cual después de insistirle y pensárselo más de una hora, accedió. No contacté con él hasta después de una semana. Y sorprendentemente, era otro chico, alguien que cualquiera catalogaría como un enamorado, hasta su escribir por mensajes era diferente, un poco más colorido. Había conocido a alguien. Me dijo que era un chico muy guapo y real, porque claro que le advertí que la mayoría de las personas en esas aplicaciones son un total “fake”, que solían hablar cada que se podía y obviamente con todo el tiempo del mundo sabía perfectamente que se escribían como se desayunaba, a diario; no podía estar más contento por él, rompió su rutina y en una situación demasiado rara diría yo, pero sabía que funcionaría, porque quien desea algo siempre lo obtiene. Ahora me mandaba notas de voz hablando de lo que habían platicado, que se enviaban, que se contaban, hasta donde se conocían y créanme que es impresionante cuánto puedes conocer a una persona por mensajes cuando se dispone de las 24 horas del día. Luego de haberme escrito unos minutos me dejó para ir a hablar con su prospecto y le dije que me mantuviera informado, que estaba feliz por él, por lo que se estaba permitiendo. Pasaron varios días de nuevo, la contingencia en las noticias aumentaba, la gente moría a diario, y la situación cada vez se volvía increíble, pero de nuevo estaba mi amigo escribiéndome y contándome de su relación a distancia, como si fuera el único rayo de luz, y entonces lo comprendí mejor que nunca. Cuando menos lo esperas, llega alguien a cambiar tu mundo, cuando menos lo esperas un día lleno de nubes grises se transformará en un paisaje, porque si él fue capaz de atreverse a hacer esto, cualquiera de nosotros cuando menos se lo espere verá el amor tocar a su puerta.


Dibujo de Natalia Alejandrina Blanco


Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena IV, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com



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