Relatos de la cuarentena 5

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Relatos de la cuarentena

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Brenda Guardado Zeltzin Alvarado Daniel Olmeda Cárdenas Roberto López Martínez Luz Angela Cardona María del Rosario Arteaga Ballesteros Jeannette Garza Jonathan Jair Cerda Ramos Pablo Antonio Cruz Gutiérrez Roberto Espinosa FЯE El Poeta Q. Lero José María Dominguez García Juan José Romo Ruth Elizondo Hashoon Miroslava Arias Cortés Marcela Monjarás García Nora Alicia Alemán Sauceda Carolina López Santiago Vela Aile Martínez Quintero Lucía Anaya Ana Fabiola Medina Alicia Fematt Mancilla Cecilia Danés Amador Heidi Juárez Jesús Malaventura

Carlos Talancon Jacqueline Derbez Diana Dav Victoria Estefanía González Holguín Isabella Martínez Luis Díaz Flores Gloria Cárdenas Arely Briones Paulette Gasca Diana Jaramillo Perla Delgado Sofia Y. Montenegro Elvia Mante Williams Isaías García Armenta Aleyda Viornery Nafarrate Edna Karina Soto García Myrna L. García Victoria Moeller Chavarría

Fotografía de portada: Brenda Guardado


I.

Todos los días sale el sol, se proyecta en el suelo, nutre mis plantas. Lo observo, tengo esa suerte. Este no es mi primer aislamiento, ya muchas veces me he encontrado fusionada con mi cama, sin deseos o posibilidad de salir. Las ganas de esconderse, de huir, de no estar. La incapacidad para lidiar con el caos, el caos en sí mismo, las ansias de calma, el silencio, a veces liviano, a veces siniestro. Yo, enumerando cosas que no existen. Mis paredes. Lo conozco todo demasiado bien. No puedo hablar de este estado de contemplación sin reconocer que no es parejo para todos, pero a todos se nos han desacelerado las cosas, para muchos del todo y de repente. Nadie está preparado para la catástrofe aunque quieran pensar que sí. Los factores que alimentan este confinamiento no son mis miedos ni mi tristeza. Es la de todos los demás. La nuestra. Y así ha de mantenerse.

II. Hay días buenos y días malos. En los días buenos, abro la persiana. En los días malos, no me muevo, y en ese no moverse pareciera haber paz pero es una trampa. Es un agujero. Te voy a dibujar un mapa de mis pesadillas porque son las mismas que las tuyas, nos paralizan igual. Los rostros sin boca, el aliento del diablo, una puerta que lleva a otra puerta que lleva a otra puerta. Todo ha sido dicho ya, tus palabras son las mías y no nos van a salvar.


III.

En los días buenos, abro la persiana. Quedarse quieta también es estar viva. La vida no está en pausa o retrasándose. La vida aún está sucediendo, así que la pregunta es: ¿Estás completamente consciente, poniendo atención, aunque sea diferente a lo que pensaste que debía ser? No hay escenarios ideales, solo el presente desenvolviéndose frente a tus ojos cada vez que respiras.

Zeltzin Alvarado

Fotografía página anterior de Brenda Guardado


FotografĂ­a de Dani


iel Olmeda Cรกrdenas


y la guitarra se pintó de un azul melancólico

Últimamente me he estado tropezando con alguna u otra memoria que no sabía se escondían en las esquinas del pensamiento. Se ponen a bailar enfrente de mí cuando la pantalla de mi celular marca más allá de las 2 de la mañana. Después de haber sacado cada prenda de ropa del clóset, haber desempolvado libros viejos y re-acomodado los discos en las repisas era más que esperado que los recuerdos que se acumulan con el polvo, sobre las cosas, vinieran a ocupar el vacío del encierro. Han sido noches largas. De hecho, algo tediosas y de corajes. En las redes sociales se hace trending topic el insomnio de la gente twitteando a las 3 de la mañana. No es que carezca de empatía. Lo que carece aquí es el insomnio presumido cuando en realidad se ha volteado el horario de mucha gente. El día empieza un poco más tarde. Las llaves de las regaderas que se abrían en la madrugada ahora toman turnos vespertinos. Se usa más el móvil y los chats nocturnos son más comunes. Es normal. No obstante, insomnio nunca fue. Mis abuelos suelen decir que soy una especie de vago. No por la falta de oficio, sino porque me la vivo en la calle. Mi papá alega que soy un cliente de su “motel” —unas horas en la noche y para la mañana he salido de nuevo—; usualmente soy el último que llega y el primero que se va. Desde chico me he negado a estar sin hacer algo. Sigo sosteniendo esa mentalidad. “Nunca estás en la pendeja” me dijo una persona. La verdad, nunca supe distinguir si lo dijo como algo bueno o malo. En las noches, definitivamente, no es bueno. En una pandemia mucho menos. A veces pienso que los pensamientos van a romper la ventana de mi cuarto de tan apretados que se encuentran en él. Para distraerme, poco a poco, me he puesto la tarea de volver a hobbies pasados. Porque de eso se trata ¿no? Siempre se busca el regreso. A sentirse bien, a poder dormir, a la vida afuera, a reír; a tocar, volver a creer, a casa.


He vuelto a escribir música. Algo que la carrera de abogado impedía un poco. Por esto, la guitarra ya no está en su estuche, sino en la cama frente a la ventana. Hemingway me vuelve a contar historias junto a Pérez Galdós. Las letras de Bob Dylan tienen un poco más de sentido cuando en el Bring It All Back Home dijo mientras tanto la vida continúa a tu alrededor. Fue ahí, en una de las madrugadas pandémicas, cuando me di cuenta a qué se refería el Nobel de Literatura del 2016. La vida no se puso en pausa. La rutina se murió. Estamos volviendo a ver y conocer. No pasa por la ventana ni en las carreteras vacías. La vida es el pájaro de mañana, la caricia del viento con el que las hojas se estiran y susurran. Es el ánimo bajo en los días largos y pesados y las memorias en las noches de insomnio. Son los recuerdos que queremos revivir y los que no. Un disco rayado y un atardecer. La vida es la comida de la abuela que pronto volveremos a probar. Me di cuenta de lo que Bob Dylan me decía y la guitarra se pintó de un azul melancólico. Mi papá bajaba a la cocina a preparar su café instantáneo y empezaba otro día.

Daniel Olmeda Cárdenas


CERROJOS Roberto López Martínez 1 dos pies descalzos sin ruido cada uno escuchaba sus palabras y al mismo tiempo el latido cerrojos sus manos agitadas al otro lado del umbral sus pies descalzos

2 no debimos desgastar las paredes del deseo la desnudez que encontramos en la luz los contornos se disipan en la misma habitación deshacen un final que está vacío


FotografĂ­a de Luz Angela Cardona



ES HOY María del Rosario Arteaga Ballesteros

Ya la primavera se acercaba, hermosa estación que Águeda disfrutaba, simplemente perfecta etapa para renacer como las rosas rojas que tanto a su hermana le gustaban. Ya hace 2 años que no platicaban, ni un segundo la voz de Meli se escuchaba, ya hace tiempo que no se mencionaba del conjunto de llaveros que solo ella coleccionaba. Meli y Águeda solo eran diferentes por tres años, pero pareciera que eran el mismo ser, pues sus papás mencionaban que eran como dos gotas de agua. Las hermanas eran un par de huérfanas desde muy pequeñas, pero la independencia y el dinero no era ningún problema, aunque la soledad las visitaba en su casa, crearon un vínculo que garantizaba gran fortaleza entre ellas. En el aniversario número 26 de Meli, los problemas se asomaban, pues ella gritaba que la hermana mayor no la respetaba, asegurando que su libertad era limitada. Desde ese día, Águeda le dejó de cruzar palabra, ya había durado dos años. Los 4 de marzo son los aniversarios de Meli, y Águeda siempre los recordaba, pero maldito orgullo no la dejaba. Pero este 2020 las cosas se vieron diferentes, pues un salto en su corazón la motivaba. Águeda cerró la puerta, y su deseo apenas comenzaba de ir corriendo con Meli, para rogarle parchear ese vínculo que solo ellas habían creado. Trayecto a su hogar las noticias se escuchaban, últimamente eran trasmitidas con más frecuencia, acompañadas de nervios, pues las voces no eran iguales que otros tiempos. ¡Primer caso en Nuevo

Fotografía de Luz Angela Cardona


León! fue lo único que se escuchó antes que Águeda bajara el volumen para ensayar lo que le diría a Meli para arreglar aquella situación. Estacionada en el auto esperó fuera del hogar, sumando valentía para hablar, tres, cinco, seis, ocho minutos pasaron cuando su auto volvió a arrancar. Este 11 de marzo del 2020 en silencio regresó a casa, pensando que necesitaba un poco de vino para reflexionar, se puso su pijama favorita y cruzó piernas, encendiendo el televisor, sin darse cuenta que las noticias cambiarían todo su plan. Cuarentena era lo que los periódicos en sus titulares decían, en las notas que Águeda encontró aquella mañana de marzo. Tres de la tarde y el teléfono sonó, era Estaban, un primo muy querido para las dos, a quien consideraban un excelente doctor. “¡Llámala!” fue lo que Esteban sugirió, “tenemos que parar y no hay tiempo para encontrar un tiempo ideal”. Águeda colgó, y sin pensar mucho marcó. Meli, recostada en cama, a lo lejos escuchó que su teléfono se mantenía en vibrador, y solo pensó “¡Qué insistencia!”, y cerró sus ojos. Esa noche tuvo sueños que plasmaban que todo iba mejor, Águeda y ella volvían a tener una comida llena de anécdotas y risas que reconfortaban el corazón. A la mañana siguiente una gran caja transparente esperaba por Meli. Mujeres y hombres blancos entraron a su habitación, y Meli simplemente durmió. Llegó la noche y el teléfono de Águeda sonó, del otro lado Esteban dijo “Ella está aquí”. Postrada en una cama Meli susurró, “hermana si de esta salgo, te juro que voy a pedir perdón” mientras que Águeda llorando en desespero, pensó en no poder soportar. 40 días se volvieron más largos, que los 730 que tenían las hermanas sin hablar.


FotografĂ­a pĂĄgina anterior de Brenda Guardado


Hoy. Sin reloj, sin tiempo.

Jeannette Garza

Es como si estuviéramos viviendo en una de esas historias que alguna vez leímos en algún libro o vimos en alguna película. La vida siempre nos sorprende: hoy nos presenta este escenario para el cual nadie nos preparó. Se escucha fácil, se trata de quedarse en casa y seguir algunas reglas. Sin embargo, de pronto nos damos cuenta que no lo es. Es difícil distanciarse físicamente de las personas que amamos, es difícil ajustarnos a una nueva rutina y a una nueva forma de trabajar o estudiar. Pero es necesario. Y te das cuenta que extrañas ir a casa de tus papás, extrañas ir a la escuela, salir a esa junta de trabajo, ir a ese desayuno con las amigas, a ese cumpleaños. Y te das cuenta de otras realidades más dolorosas: hay quienes no pueden aislarse, hay quienes tienen que salir. Y quisieras que todo fuera más equilibrado. Y escuchas noticias tristes, muy tristes; el mundo colapsa y te duele lo que sucede en cada uno de los continentes. Y quisieras que fuera un mal sueño. Y es que de todo siempre se aprende algo. La vida nos está forzando a detenernos. Hace ya años que vivimos en un eterno correr sin descanso. Todo rápido, todo ya. Nos hemos olvidado de lo esencial, de disfrutar lo sencillo, valorar las pequeñas cosas, vivir en el ahora, sentir, escuchar. Siempre recordando el pasado y anhelando el futuro. ¿Qué no es este el momento? Yo sí quiero aprender de este episodio, y al salir de esta tormenta, cambiar esa incesante prisa por un andar tranquilo, quedarme con todo lo bueno que me está enseñando este capítulo. Quiero volver a darle valor a lo que merece ser valorado, quiero ser y estar aquí. Hoy. Sin reloj, sin tiempo. Quiero estar para los míos e involucrarme y escucharlos.


Quiero estar para mí, en ese momento de soledad que tanto disfruto, sentada en mi rincón especial, con mi lámpara favorita encendida, unas velas y un buen libro. Quiero conversar sin prisas con mi mamá por teléfono. Quiero escribir esa reflexión que me ha estado rondando la cabeza. Quiero contar mis bendiciones y dar una caminata al atardecer, escuchando el canto del mundo. Quiero volver a mirar como viajero, mirar como niño, tener ojos de asombro. Quiero recostarme en el césped y contemplar ese mágico espectáculo del pasar de las nubes, encontrarles formas y por las noches contar las estrellas. ¿Quién dijo que el hacer está ligado a una recompensa económica o de reconocimiento? Yo pretendo otro tipo de hacer, aquel que me otorga algo más importante: bienestar y felicidad. Porque si algo me ha quedado claro de estos momentos, es que la vida es un día a la vez. Un simple, sabio y milenario consejo. Lo tomo.


Anoche mientras dormían Jonathan Jair Cerda Ramos

Ya olvidé cuantas mañanas se han ido, también las veces que he despedido al sol, pero no olvido que la melancolía sigue llamando, como si escuchar el silencio de mi voz y el vacío de mi llanto fuera su necesidad, como si fuera yo el amor de su vida, como si fuera yo un tesoro o una joya escondida, no me deja descansar, y aunque quiera no puedo escapar, camino a pasos cortos, ya no sé a dónde mirar, las paredes me saludan con cinismo, sabiéndose mi cárcel material, pero afuera... afuera solo hay más de lo mismo, cuerpos ajenos a sus mentes, miradas juiciosas y obligaciones ausentes, egoísmo, invierno y soledad, y si ese paisaje incoloro es el que me espera, me quedo con el propio dolor de mi prisión, nadie me limita allí, nadie me daña... más que yo, así que prefiero morir allí, ¿y qué si la tormenta es duradera?, si hasta en verano suele llover, por eso es que a veces dudo del destino, a veces ya no quiero seguir,


a veces quiero detenerlo todo, dejar de existir, pero hoy quien duerme es la vida, 40 días, manos frías y letras vacías, ¿y por qué pensar en un moribundo final?, si un joven principio se anuncia, como el amanecer tras una noche de vigilia, la catarsis del ayer se pronuncia, así como extrañamos sin querer, hoy el miedo nos encierra y libres nos deja ser.


FotografĂ­a de Brenda Guardado



INTROSPECCIÓN DE ESTA CUARENTENA Pablo Antonio Cruz Gutiérrez

Alguien ha tomado lo que por derecho nos pertenece, nos han arrebatado el derecho a nuestra libertad. Dicen que alguien conscientemente se devoró un murciélago y que de ahí nació el Coronavirus. Algunos otros les echan la culpa a los gobiernos, a todo aquello que conocemos como política y políticos, a todos esos planes y acciones para enriquecer sus bolsillos sin importar cuantas vidas puedan terminar. Yo estoy del lado de los que piensan en lo segundo. Retomando el punto de la libertad, estar en casa me ha hecho reflexionar tanto acerca de ese privilegio que hoy nos hace tanta falta. Hago una comparativa del antes y después de esta cuarentena. Puedo cerrar mis ojos y estar caminando a orillas del Paseo Santa Lucía. Puedo cerrar mis ojos y estar con mis padres comiéndonos unas palomitas en el Cinépolis de la Av. Garza Sada. Puedo cerrar mis ojos y estar yendo hacia el Oxxo que está cerca de mi casa. Puedo cerrar mis ojos y recordar toda esa libertad que hoy no tengo. Al estar encerrado en casa, me siento como en un náufrago en medio del mar. Mi casa es el barco completo y poder estar afuera es mi tierra firme. Ver desde mi balcón la calle y el parque, y no poder estar ahí es algo desesperante. Y no sé si toda esta cárcel de sentimientos sea por la vida que llevaba antes, en donde todo el tiempo estaba yendo hacia direcciones que no eran mi hogar. Toda esa rutina atareada, yendo de un lugar a otro, andando y volando, cada paso, cada camión, cada vuelta a la derecha o izquierda, todo lo recuerdo y lo extraño. Solamente he salido dos veces de mi casa para entrar directamente al carro. La primera vez, mi madre había tenido una junta con sus


compañeras de trabajo y había comprado un paquete con lonches para darles en la junta, junta a la cual solo 5 personas fueron, de 30. Entonces acompañé a mis padres a repartir esos lonches que quedaron huérfanos hacia una nueva boca humana. Fuimos al Hospital Metropolitano. Era mi tercer día de cuarentena. La segunda vez que salí a la calle fue para repetir esta misma acción, pero ya planeada. Era un sábado, estábamos en la mesa mis padres y yo, entonces mi madre dijo: ”He estado pensando mucho en las personas que están esperando a su familiar fuera del hospital y por todo esto de la cuarentena ya no van grupos a darles un poco de alimentos, podríamos hacer unas tortas y llevárselas.” Mi padre y yo estábamos dispuestos a apoyar la idea de mi madre. Entonces al siguiente día, ellos fueron al supermercado, compraron los alimentos necesarios y al regresar, los tres nos pusimos a trabajar y llevamos los alimentos. Fue todo un éxito. Pero todo esto, me puso a pensar que hay más de 50 hospitales, clínicas y consultorios en nuestro estado, los cuales están en completo funcionamiento, con pacientes y con familiares esperando por ellos. Toda esa gente hay que admitir, no siempre recibían comida, pero que, a comparación de estos días, nadie va a dejarles, aunque sea un lonche. Y sé que las medidas de prevención son para eso, para prevenir, pero creo también que hay que pensar por todos aquellos que pasan por situaciones más difícil que las nuestras. Los que están ahí no tienen otra opción que esperar y estar ahí, mientras que nosotros, tomando las medidas necesarias, podemos ayudar. Nosotros nos la ingeniamos e hicimos una mesa con una caja de cartón, y luego en otra caja, colocamos los lonches, también compramos una cartulina que decía:


“Toma UNO, y mantén la distancia recomendada por nuestras autoridades de salud (1 metro mínimo)”. Creo firmemente en que, si tenemos la posibilidad de ayudar al prójimo, lo hagamos. Es por eso que, en esta cuarentena, no nada más hay que pensar en nosotros mismos. El otro lado triste y realista de esta moneda y de este gran misterio no del todo resuelto, es que, la humanidad no está preparada para todo; tantos inventos y vacunas por hacer, tantos planes de contingencia y tantos refugios por crear, todo eso en lo que no nos ponemos a pensar que nos puede suceder. Cada decisión que tomemos, cada cosa nueva que hagamos nos lleva a un lugar diferente, una nueva dirección. Algo que mencionó Benedetti en uno de sus libros es que Pessoa nos dejó una buena fórmula para combatir el miedo y también tenerlo en cuenta para cualquier cosa que hagamos: “Espera lo mejor y prepárate para lo peor.”


Fotografía de Roberto Espinosa, Organillero en el centro, 28 de abril. Página siguiente: Fotografía de Roberto Espinosa, República del Salvador, ibid.





Atemporal El Poeta Q. Lero

Me despierto de nuevo, sin saber que día es, y francamente no me importa mucho ya. Sea de mañana o de tarde, no importa, ya he dejado de sentir los días; todos los días se sienten como un domingo, y odio los domingos. Al principio todo era felicidad, felicidad con mascarillas y gel antibacterial; y había música en el aire, “School´s Out” de Alice Cooper. Se repetía en mi cabeza sin cesar. Con cada desvelo, con cada despertar. Seguía hablando con ella, todo se sentía bien, pero ahora no solo es rutinario. Las charlas, la tele, la música, es un régimen diario que disfruto y aprisiona; la sentencia es no ver a otras personas, y el salir es un privilegio, como ir a Laredo siendo regio. ¿Qué día es hoy? Se siente igual que ayer. Mañana será como los demás, y pasado mañana también lo será. ¿Cuándo todo regrese a la normalidad, volverá la temporalidad?

Página izquierda: Fotografía de FЯE


Que por favor ya pase todo esto.

José María Dominguez García

Eso pienso más de una vez al día en mi escritorio que está en la oficina donde trabajo. Mi trabajo queda exactamente a 146 pasos del restaurante de hamburguesas, que está enfrente de Cintermex, en la calle Isaac Garza, casi en el primer cuadro de la cuidad. Los pasos fueron contados durante 3 días seguidos, obteniendo siempre el mismo resultado: 146 pasos. Hoy en el camión que normalmente viene saturadísimo de personas, veníamos 14, nos conté. Ya no voy al gimnasio, está cerrado. Ya no juego futbol el Domingo, hay que prevenir. Lo único bueno es que no hay tráfico en la mañana, ni en la tarde. ¿Eso es bueno? No sé. No he visto a mis amigos tampoco, no puedo darle un abrazo a mi mamá o saludar a mi papá. El trabajo ha disminuido considerablemente y se me vienen a la cabeza muchas cosas que no tienen que ver con el trabajo. Como el dato que un elefante ocupa 300 músculos para mover la trompa. Eso lo leí en un libro que tiene un elefante como portada y es de un escritor argentino del que no recuerdo ninguno de los 2 nombres. Qué triste, muchos negocios están cerrados. Pero hay muchas personas que vamos al trabajo, no hacemos home office. Muchos comentarios del covid-19 pero más del presidente. Me despidieron, ya no tengo trabajo, me despidieron por la pandemia. Qué mierda, me gustaba mucho mi trabajo. No recuerdo nunca haber sentido algo así, todo está en pau-


sa, menos las horas, pasan y pasan, pero no las siento ya. Tampoco siento el sueño a las 11:30 pm que era la hora en que solía dormirme. Cuando empecé a escribir este relato era abril, hoy es mayo, Ya pasó la primera cuarentena oficial. Falta la de mayo. Sentando en mi sala como a las 2 de la mañana sin sueño y con la nostalgia o no sé si con esperanza, cierro los ojos, pienso muchas cosas, solo puedo concentrarme en algo que me repito desde hace como un mes: Que por favor ya pase todo esto.


Tiempo, vida y libros Juan José Romo

Ahora que ya no queda más, no hay alarmas ni molestas rutinas que carcoman cada segundo del día y de la vida. Ahora que la única manera de salir de casa es sumergiéndose en la vía láctea de la lectura, que a su vez es adentrarse en cientos de sistemas solares. Ahora que solo nos queda nuestra simple y llana compañía. Todo este panorama configura el escenario perfecto para aprender a disfrutar lo más valioso que se tiene. Tiempo, vida y libros. Nunca se está encerrado incluso si el confinamiento es obligatorio, cuando se tiene una mente libre; dotada de la invaluable capacidad de viajar a épocas y lugares inimaginables. La mejor inversión cuando se tiene tiempo y vida son los libros. Aunque se contravenga la definición tradicional de libro como obra manuscrita, es necesario adentrarse en aquellos libros que pasan desapercibidos toda la vida; tales como las memorias de los padres y abuelos. Es importante ahora que se tiene tiempo y vida, conocer a fondo las historias dignas de reconocimiento que albergan los antecesores; de las cuales no se hojea ni el prólogo. Y si de paso queda algo de tiempo abocarse a la lectura de los clásicos de la literatura, porque tener tiempo y vida sin tener libros es no tener nada.


Dibujo de Ruth Elizondo


La persona en el espejo Hashoon Miroslava Arias Cortés

Hoy me miré en el espejo por primera vez después de días; la persona en el reflejo me observó de arriba a abajo mientras descaradamente imitaba cada uno de mis movimientos. ¿Quién se cree que es? Apagué las luces para deshacerme de ella pero la noté observarme sigilosa desde el otro lado del televisor inactivo y desde la cámara de mi celular. Hace un poco más de un mes, antes de que la cuarentena comenzara, ni siquiera sabía de ella, pues en su lugar encontraba mi reflejo y todo lo que creía conocer de mí. Ha estado fastidiándome, no conozco a la persona en el espejo y no deja de seguirme, me atormenta pues su piel es pálida, como si el sol no la hubiese besado en días, además la luna se había posado bajo sus ojos, haciéndola parecer cansada todo el tiempo, apuesto que la cuarentena tampoco la está ayudando y los pendientes consumen sus horas de sueño. ¿Estoy apiadándome de ella? Por supuesto que no. La persona en el espejo se ha llevado mi reflejo y no logro encontrarlo en ninguna parte, se ha reído de mí pues me ha visto buscarlo, y un día hasta se atrevió a decir "soy lo que buscas". Por poco le creo, pues aquel rostro me resultaba familiar y su corte de cabello era igual al mío; "qué mal gusto", pensé. Hace un poco más de un mes era capaz de reconocerme en el espejo, ahora no puedo reconocer a la persona en él, de pálida piel y ojos vacíos, con tanto tiempo y ni un solo segundo para sentarse


y pensar, pues las tareas se acumulan junto a los bolígrafos vacíos en el escritorio. Había jurado que en esta cuarentena aprendería más de mí misma, pero no sé en dónde encontrarme. Hoy observé a la persona en el espejo detenidamente, no vi nada más que vacío y un cuerpo pequeño para todo aquello que me hacía sentir, no podía reconocerle, pero después de un rato descubrí que la persona en el espejo de la que tanto me escondía era yo. Siempre había sido yo, pero ya no era más la persona que salía de casa todos los días a la universidad o la que veía a sus amigos un par de veces al mes, ahora era solamente el reflejo vacío en el espejo. No quería sentirme de esa manera, no quería sentirme extraña ante mi reflejo y no quería anhelar ser alguien más, no alguien que no tuviera mi nombre y no alguien que no escribiera mis versos. Cientos de suspiros empañaron los espejos durante aquellos días en los que me decidí a conocerme en tiempos de crisis. Me molesté muchas veces al no encontrar lo que quería ver, al no ser quien yo quería ser y al sentir aquello que nadie nunca debería ser capaz de sentir. Hace más de un mes era capaz de encontrarme a mí misma en el espejo, saludar a mi reflejo y sonreírle al cruzarnos. Reconocía a esa parte de mí que estaba formada por todo aquello que conocía, todo lo que era, lo que soy y lo que inciertamente seré. Reconocía la parte de mí que estaba formada de todo lo que me rodeaba, del cantar del viento y del silencio de las multitudes, del amor que me rodeaba y por el cual siempre estuve agradecida; pero esto, no reconocía esta parte de mí que estaba formada por solamente pedazos míos, no reconocía quién realmente sería yo sin todo aquello que el mundo me ha brindado. No me gustaba, no era yo sin el sonido de las hojas de los árboles cantando para mí, no era yo sin el pavimento que escuchaba mis


pensamientos y cargaba con el peso de mi diario existir, no era yo sin el eco de las voces que jubilosas hablan el lenguaje del amor; no era yo sin todo aquello que tomaba por seguro. Ahora la persona en el espejo ha dejado de ser un extraño. Me he sentado a conversar y he aprendido mucho, descubrí que le gustan los libros de romance y que siente que los libros de Coelho le han leído el pensamiento; descubrí que se siente agobiada por las cosas por hacer y el tiempo que tan fácil se resbala entre sus dedos; descubrí que es mucho más que las hojas de los árboles y el infinito viento, que todo aquello que ama ha solidificado sus huesos y su imagen no es más que aquello que siente y hace sentir, que sus letras, sus versos, sus abrazos y su aliento es tan único y tan bello como aquello que siempre quiso ser. Me he enamorado de la persona en el espejo y aunque me costó noches de insomnio, la luna ha comenzado a despedirse de mi rostro.


Autorretrato de Ruth Elizondo


Fotografía de Marcela Monjarás García


Cuatro paredes están viviendo esta historia Cuatro paredes cuentan mis memorias Cuatro paredes me conocen y susurran desde los poros más pequeños de este cielo desvaído Cuatro paredes se comienzan a hacer pequeñas, minuto a minuto Cuatro paredes me atrapan, me protegen, me lastiman.

Cuarentena, palabra desconocida para mí hasta hace muy poco. Cuarentena, palabra que no suena amigable luego de escucharla cientos de veces en películas, noticieros, programas. Cuarentena por aquí, cuarentena por allá, cuarentena, cuarentena, cuarentena. Me agobio. El tiempo transcurre de forma desigual. Entre los segundos hay saltos, entre los minutos reconozco espirales y los trazos ya no son uniformes, el polvo de tiempo ha sido esparcido. Reconozco cada detalle; las sombras que lanzan las ventanas, la textura opaca de mis cortinas, las manchas en la pared. Distingo los recuerdos creados fuera de estas paredes al ver cada fotografía colgada en los muros y les extraño, me extraño. Me levanto de noche y me duermo al encuentro con el alba. Hoy saludo al insomnio.

Nora Alicia Alemán Sauceda




E

sta mañana mi conciencia le aviso a mis sentimientos que tendríamos una visita inesperada, la ansiedad viendo en retrospectiva buscando una salida para la desesperación, misma que desde hace dos meses está contenida en cuarentena. Durante la fase uno, en la sala, se eliminaron los insumos de noticias amarillistas, esa publicidad no era buena para nuestra paz, así que se limitó estrictamente a sitios oficiales. En cada una de las habitaciones aumentó la demanda del miedo pero mis padres han sido fuertes y aún no lo compran, siguen con sus labores, y yo; yo lo guardo todo... Para la entrada de la casa compramos equipos de seguridad de alta gama: gel antibacterial, jabones, entre otros desinfectantes. Se registró un gran faltante en besos y abrazos contrario al mes anterior. En la fase dos mis cajones escaseaban de medicamentos recetados, mi ansiedad optó por medidas naturales. En nuestra casa definitivamente no aceptamos a los proveedores COVID-19 pero si por alguna extraña razón nos dan "de a fuerza" muestra gratis, tenemos gran stock de esperanza según nos indica nuestra fe. El apetito siempre fue muy exigente por lo que nos la ingeniamos para ofrecerle opciones diferentes. La tristeza aún no acaba...


Con la fase tres se ha vuelto muy fácil ver qué falta de la puerta para afuera, mientras, adentro los cuadros en la pared tratan de decirnos algo y pensamos, reflexionamos, el amor está de más pero aún así, guardamos paciencia de poco en poco, la desesperación no lo entiende y sale al patio para sentir libertad, voltea y ve unas cuantas gotas saliendo de sus ojos, rodando sobre pequeños brotes de vida en las macetas… la primavera sigue su curso no le teme a la pandemia y se pregunta ¿Cuánto tiempo nos queda?

Carolina López

Fotografía página anterior de Carolina López


CUATRO CONVERSACIONES IMPRESCINDIBLES EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Luz Angela Cardona

I. A la víspera X: ¡No me jodas! ¡No hablas en serio! (X mueve la cabeza lentamente de un lado a otro —como negando la situación. Su movimiento es lento pero claro. Apenas puede tener los ojos abiertos. Se siente adormilado) M: guarda silencio X: (inhala lentito) ¡Estás de joda! ¡Debes estar de puta joda! ¡Carajo! (Dice con voz de enojo y entre dientes, apretando la mandíbula. Lo dice quedito. Lo dice con tono sarcástico, o al menos así quiere sonar: sarcástico) M: guarda silencio X: ¡Suerte perra la de este año! (Rezonga. Calla. Cierra los ojos. Con voz apagada se dice a sí mismo) Ni cuando venía enredado en el cordón. Ni cuando rodé por las escaleras. Ni cuando se volteó el carro en el barranco. Ni cuando se me reventó el apéndice. Ni con el puto infarto el año pasado. M: guarda silencio X: (parpadea lento) Esto es un chiste mal contado ¿te parece épico, poético, irónico?, ¿bonito? (Se dice enfadado y notablemente fatigado, con voz cortada) M: guarda silencio X: ¿por qué así?, ¿ahora?, ¿acá? (hace una pausa) Hay más allá en la otra sala, ¡eh! (levanta su dedo índice derecho, intentando señalar la puerta) Muchos. Muchas (dice con el suspiro del último aliento). M: guarda silencio X: (cierra los ojos)


II. Fuera de control

H 1: Llega caminando rápido. Su voz está acelerada, pero contenida. Suda. Suda mucho y su traje está descuidado. Se seca la cara con un pañuelo blanco que lleva sus iniciales bordadas. Toma aire. Se arregla la corbata. Espeta con voz firme) Señor, se salieron de control… H 2: (mirando la pantalla de su computadora y con indiferencia, responde) ¿Qué cosa? H 1: Los cadáveres señor. Están fuera de control…(toma aire para continuar con el reporte) H 2: (se voltea bruscamente sorprendido. Le interrumpe y responde alterado) ¡¿Los cadáveres?! H 1: (continúa con el reporte, breve pero directo) Sí señor, deambulan en bolsas, sin nombre, se sientan en sus camionetas, se juntan en rincones. Invadieron varias calles, salas, y jardines. Están por las banquetas. La calle parece una morgue. H 2: (mira el fondo de su biblioteca. Guarda silencio. Suspira profundo. Responde calmado) Manden unos camiones. H 1: (responde firme y profesional) Eso no podrá ser señor. También se tomaron los camiones. Todos están llenos. H 2: (respira exaltado. Mirada alrededor del espacio de su oficina. No fija la mirada en ningún punto. Cruza los brazos. Se lleva la mano izquierda a la barbilla. Se soba la barbilla con dos dedos. Piensa. Mira a su alrededor. Cruza las piernas. Suelta los brazos. Se manda la mano derecha a la frente, siente que suda, se seca disimuladamente el sudor. Mira a H1 directo a los ojos y con voz de mando dice) Abran más crematorios. H 1: (responde velozmente) Señor, usamos todos los crema…. H 2: (interrumpe) ¡Vayan con las funerarias!… H 1: (responde velozmente) Están rebasadas señor…


H2: (perdiendo el control, grita) ¿QUÉ QUIERE QUE HAGA?! ¿Los traemos a mi oficina? (mientras dice eso, su mano se extiende señalando la oficina) H 1: (agacha la mirada. Respira hondo. Guarda silencio. Responde con voz llena de vergüenza y pena) Señor (pausa 1, 2, 3, 4. Se suelta la corbata. Continúa.) Señor, con todo respeto, creo que hay que abrir una fosa para todos los cadáveres… (traga la saliva espesa que tiene en la boca) H 2: (lo mira fijamente a los ojos. Sostiene la mirada 1, 2, 3. Respira hondo. Se voltea a su pantalla. Busca seguridad en el respaldo de su silla. Buscando un punto al infinito con sus ojos, responde en voz firme pero en tono medio y con la cabeza en alto) Llámela “Campo Santo”. Que suenen las campanas cada hora a partir de mañana.

III. Tendrás tu despedida Se escucha el sonido de la puerta al cerrar. F entra. G sale de la cocina. Se encuentran en el hall. F: Dicen en el hospital que nadie puede ir a ver a mamá (usa un tono calmado con unos tintes de resignación y tristeza) G: (Frunce el seño y pregunta calmada y con voz muy suavecita) ¿Nadie? (Pone sus manos en las caderas. Las resbala hacia abajo, las quiere secar. En el camino encuentra su trapo blanco. Lo aprieta con la mano derecha) F: No (responde calmado y con tristeza) G: Nos dejaran pasar a llevarle una pijama de cambio, ¿no? (pregunta curiosa e incrédula. Aprieta el trapo con la misma mano) F: No. Está prohibido (responde firme y paciente) G: ¿y comida? (pregunta rápidamente mientras garra el trapo con las dos manos, como con emoción y un poquito de esperanza) F: (Girando un poco su cabeza hacia la izquierda y con mira-


da tierna, responde lentamente, con sutileza) No puede comer (El gesto por sí solo dice: Tú sabes que no puede comer. Pero F sabe que debe decirlo con todas sus letras) G: pero… ¿a despedirla? (Pregunta despacio, con un tono ansioso. Pone el trapo en el bolsillo del mandil. Es un gesto que pide orden. Orden en la conversación) F: No. Está prohibido (Responde firme y paciente) G: … ¿por su cuerpo? (Se toca la frente como para aclarar las ideas. Deja su mano un ratito en la frente, está fría y siente alivio. La baja. Luego posa una mano en el estómago para detener el hoyo que se le abre en la panza) F: (con frustración responde con un grito) NO. (Sabe que debe mantener el control. Respira. Responde con tono más amable, pero firme) Nadie volverá a ver a mamá. Nadie. Ni tu, ni yo… Ni la tía. Nadie. G: (lo mira a los ojos. Directo. Con ternura pero con dignidad) pero hay que despedirla ¿no? (Agacha la mirada. Se mete las manos en el mandil, aprieta los brazos contra su cuerpo). F: (guarda silencio. La mira paciente) G: tendremos que inventarnos algo ¿no? Nos darán sus restos… al menos… (dice triste y confundida. Sus brazos siguen apretando cada lado de su cuerpo) F: tampoco (responde firme y paciente. Mientras reafirma la negativa con la cabeza y el gesto de la cara) G: sus cenizas… sus cenizas sí ¡¿verdad? (pregunta desesperada y triste, pero con voz suavecita. Conserva los brazos en la misma posición) F: Quizás sus cenizas… No sé… (responde suave, compasivo y harto. Resignado) G: (guarda silencio. Camina hacia la sala. Busca el sofá) F: (se va a su habitación) G: (pasa sus manos sobre el mandil. Quiere acomodarlo. En realidad quisiera poner en orden todo. Pero solo puede poner en orden el mandil. Se sienta. Pone una mano en cada pierna. Se consuela un poco rozando sus rodillas con las yemas de sus dedos. Respira. Apoya su espalda en el sofá. Busca una foto de la mamá en la sala. El radio suena al fondo. Mira la foto.


Con voz resuelta y amorosa dice) Ya inventaremos algo mamá, ya inventaremos algo.

IV. ¿Aló? A: (escucha el ring del teléfono 1, 2, 3, 4, 5 veces) Nadie contesta (dice desconsolado. Cuelga) B: A ver, intenta con este (Dice con un poco de ánimo. Le señala con el dedo un teléfono. En la lista se ve el número 150. Al lado del número dice, “Mariela M.” A: ¿Por quién pregunto? (consulta diligente) B: Mariela (dice a secas) A: Así, no más, ¿Mariela? (pregunta con curiosidad) B: Sí (dice a secas) A: Mmm, A ver (mira la lista y marca) 45 … (mira la lista y marca) … 67 …(mira y marca) … 981… (escucha el ring del teléfono 1, 2, 3, 4 veces) C: (Responde una voz de mujer) ¿Bueno? (A mira a B con emoción. Sonríe. Abre los ojos. Asienta con la cabeza. Señala el teléfono con el dedo índice y empina el pulgar. Gesticula: contestaron. B le mira con emoción. Con las manos le hace un gesto de que continue la llamada) C: (Dice la mujer con voz cansada) ¿Diga? A: ¿ Mariela? C: (Silencio. Sollozo. Llanto. Sollozo) Cuelgan. A: Tampoco está… B: (Tacha el número de la lista) ¿Quieres que paremos un poco? A: (Mira el escritorio, ve varias listas más. Suspira. Responde negativamente moviendo su cabeza) No. (Mira la lista nuevamente. Pregunta diligente) ¿por quién pregunto ahora?




Verme, Santiago Vela


Cuando la vida no me de

Aile Martínez Quintero

Cuando la vida no me de, quiero pensar en lo vivido y por qué. Quiero sentir que el olvido no es tan malo y que la agonía no dura para siempre. Quiero recordar los árboles que permanecen y siguen creciendo. Pensar en las flores marchitas que vuelven a vivir. Quiero recordar las mariposas que migran pero siempre vuelven. Quiero sentir que nada importa pero que todo se vuelve a crear. Quiero irme pero también quedarme. Quedarme y a su vez volver. *Escrito un día en el que la cuarentena y su efecto me vencieron.


Reflexiones de cuarentena Lucía Anaya

Regreso a mi casa después de haber presenciado un atardecer maravilloso. Hoy es un día más que se acumula a un año que marcha sumamente complicado y la naturaleza por capricho nos regaló un día bien bonito en medio de tanto caos. Estos días son tristes llenos de incertidumbre, todo se siente tenso. El asta del Obispado no exhibe ninguna bandera y en la cartelera del cine no se lee ningún título, la zozobra flota en el aire. Ocasionalmente platico a la distancia con amigos y familiares, todos coincidimos: Nunca habíamos vivido algo así de espeluznante, tan amenazante y a la vez tan invisible. Coronavirus. Noticias nos saturan por todos lados y la cifra aumenta día tras día. En las redes sociales se comparte la recomendación: #QuédateEnCasa. La amenaza late fuerte: se aproxima un derrumbe, de manera casi inevitable. De nuestro lado, solo queda tener paciencia y esperar. Espero encerrada en mi casa, a veces gestionando el pánico, otras el aburrimiento y así transcurren mis días. Caminar con mi perro es la única rutina de exterior de la que aún no me privo. Él lo necesita y, siendo sincera, yo también. Todo ha cambiado tanto, que hoy, esa actividad que yo consideraba sumamente cotidiana, se ha convertido en una práctica de alto riesgo ante la mirada temerosa de algunos. Yo también tengo miedo y quiero ser responsable. Resulta inevitable que tras estar un poco tiempo fuera, cierta paranoia me invada, como una sensación de infección que me recorre el cuerpo. Llego a mi casa, le limpio a Bruno sus patitas y lavo


frenéticamente mis manos. Este es un momento excepcional y es increíble como la alteración de lo cotidiano, lo hace tan evidente. Las calles de mi colonia lucen apocalipticamente desiertas. En mis breves paseos veo acaso unas cinco personas caminando aprisa con cubrebocas. Tienen miedo. Al ver que me aproximo cambian rápidamente de banqueta. Yo trato de saludarles, aunque sea de lejitos “¡Buenas tardes!”, que no se me olvide nunca reconocer al otro. Pandemia. Todas las cosas que daba por sentadas, en este momento han recuperado ante mis ojos su verdadero valor: las cervezas con las amigas, el abrazo fraternal, los círculos de lectura, las conferencias, el baile, las clases, la reunión ocasional para andar en bici o hacer ejercicio juntas. ¡Qué sorpresa! Según yo tan independiente y resulta que casi todas las cosas que me hacen feliz en la vida involucran a otros. La propagación de la enfermedad, ha hecho evidente lo relacionadas que estamos las personas. Un problema que comenzó con uno en China, ahora es problema de todos en el mundo. Qué cerca estamos todos, cuando estamos conectados.Una mano te saluda y ahí en su presente contiene todas las manos que ha tocado y por las cuales ha sido tocada. Así como se extienden las ideas y los afectos, también se extiende el contagio: por eso ahora hay que saludar de lejitos y usar antibacterial. Nuestra existencia social ahí expuesta, tan frágil. Flotando en el aire se siente el desarraigo de algunos, la desigualdad social y económica, la precariedad y el sinsentido de algunos sistemas. Todo lo que desde antes ya sabíamos era purulento en el mundo, ahora se hace tan obvio que es hasta cínico ignorarlo. Por primera vez en la historia, la humanidad


entera se encuentra rebasada por una situación en común. No hay hacia dónde escapar, esta es una realidad que se vive en conjunto. Cada quién desde su contexto particular: unos mal y otros peor. El cuerpo colectivo con su enfermedad, me obliga a parar y verme. ¿Qué papel juego en este mundo? ¿Qué pilares me corresponde ayudar a sostener? ¿Cuáles deseo terminar de derrumbar? Quizás este tiempo de crisis devenga para todos en una oportunidad para replantear. Ante este momento que nos aplasta, valdría la pena aprender que el riesgo no existe solo en el contagio, también está en la pérdida de empatía, la escasez de pensamiento crítico y de reflexión individual y colectiva. Gestionemos esos riesgos, al parecer nuestro futuro depende de ello.



Alta sospecha

Ana Fabiola Medina

Sospechó de su presencia al inicio de la primavera, unos días antes que las puertas empezaran a cerrarse. Dejó de ver a los amigos y a la familia y se encerró en sí misma imaginando escenarios nada alentadores. Mientras todos se quedaban en casa cuidando su salud, ella debía salir cada tres días a exponer su cuerpo bajo lentes que intentaban hacerlo transparente. El tiempo se volvió reposo para muchos. Para ella quedó suspendido. Entendió lo que es vivir el presente y lo efímero de los sueños. Cada uno reventó como burbuja. La nube que formaban a su alrededor, la que le sostenía flotando, se disipó y se vió recorriendo las calles con pesados pasos, sola y más que callada, muda. El 17 de abril supo que estaba ahí. Silencioso como fantasma, tejiendo un capullo en su pecho izquierdo, cerca del corazón, tan pegado a las costillas que no lo había palpado. Al descubrirlo le nombraron Alta sospecha. Los días que siguieron arrastró un cuerpo que se transformó en el de una muñeca de trapo pasada por agujas. La cuarentena continúa, sin noción de cuántos días lleva su propia contingencia. Hay una larga herida muy cerca de su corazón. Encerrada en casa, debe vigilar que no vuelva.


Hoy no ganarás Alicia Fematt Mancilla

La estoy esperando, sé que en cualquier momento llegará y la dejaré entrar, porque siempre es así, me hace daño, le pido que se marche y lo hace, pero en el momento que decide volver, aquí estoy, dispuesta a aceptarla de nuevo. Me hace daño, lo sé, todas las cosas buenas de la vida las convierte en duda, no la quiero cerca de mí, pero no es fácil dejar ir una parte de ti. Saca lo peor de mí, también lo mejor. Es silenciosa y le gusta volver en momentos de soledad, sabe que no me resistiré y le daré paso a mis memorias. En el metro, en el camión, en el elevador la encuentro siempre, entre tanta gente, en mis manos temblando, en mi nudo en la garganta, en mi respiración cortada, en mi corazón a prisa. Y sé que es ella, quiero que se vaya, pero siempre gana. Le gusta estar en mis pensamientos antes de dormir, susurrando tranquila los riesgos que hay al salir, cantando al viento que será posible no volver a verlos, quedando todos mis te quiero en lugares sin dueño. Le ofrezco mi amistad sincera siempre, me rechaza, le gusta tener el control y aunque peleo, siempre gana. Cada vez más, cada vez menos. Quiero que desaparezca, porque sé que ella será quien me desaparezca. Y no quiero que gane ahora, ni después. Esta partida no, querida ansiedad, esta es mía.


Te abrazo CrayĂłn sobre papel Cecilia DanĂŠs Amador


Tiempos de encierro Heidi Juárez

En estos días que he tenido tiempo para repasar mis pensamientos, sacarlos a la sala, a la cocina, al patio, tenderlos al lado de la ropa, lavarlos junto a los trastes, pensar una y otra vez y entre esto hacer un alto para llamarle la atención a mi hija casi adolescente porque no me pone atención. Han sido días de claras contradicciones. Ahora y con algo de culpa tengo un placer enorme por estar en mi casa, me gusta levantarme sin horario de madrugar y no tener que alistar a la niña para que vaya a la escuela, me gusta hacer el desayuno de manera lenta con la lentitud de la infancia: esa que mira el traste de leche, que se pone a buscar las fresas de la mermelada, que las cuenta y luego cuenta las semillas y así, esa manera tranquila y alegre de encontrarse con la mañana. Me encantan las mañanas pero no me gusta madrugar, soy más bien noctámbula: hija de la noche, pero con la edad y sin un amor para no dormir, soy mejor dicho alguien que espera la noche para recibir el fresco silencio. Pero este gozo por la vida de noche no me lo puedo dar ni siquiera en tiempos de encierro. Yo lo sé de cierto, no lo supongo que un día te entregas a la noche como si fuera día y el día te reclama con justicia el descuido en los horarios de comer, de cambiarte, de que vuelva tu energía que derrochaste por dormir tarde, así que aunque me gusta no quiero hacerlo todos los días porque luego ya no sabe a placer. Aunque he sido cada vez más solitaria conforme aumento en años, ahora extraño mucho ir a visitar a mis padres, ambos que aún viven, llegar y saludarles de mano y de beso, mirarlos a los ojos de cerquitas y entrar a su casa con los miedos comunes y corrientes que vivíamos ya: que si el dengue ya se le quitó a la niña, que si en mi trabajo atendí algún enfermo de coronavirus, que si supe del homicidio de dos mujeres cerca de la playa, que si me enteré que desapareció otra jovencita cerca por la colonia donde vive mi hermana, de los baleados de ayer, de que mi hermana regresó con su marido, que mi yerno no tiene trabajo, mie-


dos comunes, nunca corrientes, no todos superables, pero miedos conocidos. Aunque ahora no quiero visitarlos por miedo a que yo sea la portadora de alguna enfermedad que a ellos pudiera afectar y a mí no. Claro, hay flojera de conversar una y otra vez de todas las teorías que surgen a partir de una nueva enfermedad, desde si es verdad o es mentira que exista, si estamos siendo un juguete de los otros; cómo saberlo si somos casi marcianas de esas que intentan salvar al mundo desde una trinchera honesta y por lo mismo sacadas del poder. La última vez que visité a mis padres hablamos del miedo a morir, en realidad yo casi hablé de todo esto, poniendo nombres, señalando cosas, así como siempre me la he vivido: no tiendo a dulcificar casi nada. Pero mis padres que son más sabios que viejos ya no se inquietan tanto con mi manera de sentir y pensar. Yo no estoy curada de miedos; claro que los tengo aunque cada vez menos, pero sí estoy curada de espanto. Me hubiera gustado decir que un día me llevaran con un chamán de la sierra, que pasé a su casa y tenía un montón de hierbas que olían a infusión suave de té recién hecho, que me puse de pie y bajé la cabeza y pasó por encima de mi cuerpo esas hierbas haciendo una oración en náhuatl, que tomó una vara preciosa, pequeña y limpia con listones de colores, como todos los magos que tienen su varita mágica me liberó del mal de todos los tiempos que es el miedo. Tal vez si pasó, y no me entero hasta ahora que es verdad que logró quitarme un montón de miedos, y sobretodo cada vez soy dueña de menos miedo a morir. De hecho si pudiera elegir mi manera de morir, ojalá no fuera por este estúpido virus, mira que ese sentimiento de morir por un bicho cuando podía a ver muerto por subirme a un parapente, por haber defendido a alguna de mis pacientes niñas por haberse liberado de su violento padre, o por justiciera al haber descubierto toda a una red de políticos puteros que cayeron al encierro de por vida; ¡pero morir por un bicho! mira que sí suena bastante ridículo. He tenido sin duda otros miedos que he atendido de distintas maneras, pero a todos los he atendido —los que alcanzo a notar por supuesto— los que niego seguirán estando como sombras a mi alre-


dedor. Mucho me ha ayudado el leer y conversar, el soñar y leer sobre sueños, el llorar y escribir, el volver a leer para consolarme, el encontrarme con los amigos y declararles mis alegrías y angustias, el estar con mi familia comunidad curativa, tal vez no siempre amorosa, pero sí curativa y presente a lo largo del tiempo. Ahora que llegó otra nueva posibilidad para morir aquí en México — con esta nueva pandemia— pues cada vez se agota la posibilidad de llegar a hacerme mayor. Primero innegable por el riesgo de ser mujer, la otra vez estaba leyendo el perfil de las víctimas que son desaparecidas: delgada, cabello largo, estatura de 1.60, una edad amplia desde 15 hasta 45 años, vivir en el estado de México y ahora ser personal de sanidad. Solo no cumplo un requisito. Más allá del coronavirus aparece una angustia que me impide ser indiferente: el miedo a tener a una persona cercana desaparecida, es un miedo que me conmueve: la historia de una vida que cuenta la otra vida que ya no está. Vivir sin saber qué le pasó, dónde está, regresará, como un arrebato del viento. Así que a pesar de una nueva posibilidad para morir en este país, — como si faltara una manera de morir— seguro que somos creativos o masoquistas pues aquí estamos, teniendo un montón de motivos para suicidarnos hasta en colectivo pero no, aún preferimos vivir para contarlo. Y si se enferma mi madre y mi padre en sus casas, no los dejaremos solos como en otros países, ni siquiera si la policía nos persigue y nos dispare por salir a la calle en plena pandemia, de que llegamos a hacernos cargo de los abuelos y de que no les dejaremos morir solos es lo más seguro. Porque además, si el papá no estuvo allí cuando mi hija era una niña de 4 años; el abuelo sí estuvo con todo el amor y la energía que tenía. No todas las culturas se comprenden desde la comunidad, este país es un país comunal pero lo ha olvidado. Hace varias generaciones la crueldad ha crecido y esa crueldad se elige. Los otros países pueden interpretarnos de dependientes, violentos y hasta parasitarios, imposible negar la cruz de la parroquia pero no sé, tal vez después de este encierro queramos retomar la vida en comunidad, esa que es fuerza y generosidad una mayor parte del tiempo.


Ex-votos Covid-19 es un proyecto de Jesús Malaventura, quien realizó una serie de ex-votos después de lanzar una pregunta en las redes: ¿ A qué le tienes más miedo de esta pandemia? Utilizando las respuestas, creó esta serie satírica como ofrenda a milagros que no han sido cumplidos.




Allá afuera...lo esencial. Carlos Talancon

Allá afuera todo sigue su camino,ya te diste cuenta que contrario a lo que creías el mundo no te necesita.

Allá afuera la naturaleza reclama su lugar, y sabes que no ocupó años para volver; solo bastaron unas semanas para ver como el verde regresaba y la fauna caminaba en donde antes no lo hacía.

Y mientras nosotros seguimos en casa esperando que el enemigo invisible empiece a tener más bajas que nosotros, la naturaleza nos dice que cuando regresemos debemos de aprender a honrarla y quererla más.

La cuarentena cada vez se vuelve más y más tolerable, y yo de verdad espero hayamos aprendido algo. Hoy nos vimos obligados a tener solo lo esencial, a salir solo lo esencial, a gastar solo lo esencial.


Y así es como el mundo empieza a ser más empático, ya las muestras de cariño entre personas son recurrentes y aunque faltan abrazos, sobran apoyos, y aunque faltan los besos sobra el amor, hoy más que nunca la conectividad global toma el valor que malamente se le asignaba cuando el contacto humano existía.

Y allá afuera que el mundo siga avanzando porque cuando regresemos a él lo haremos evolucionados a una mejor forma, a una que entienda que derrochar recursos, dinero o cosas no es el sentido de la vida. El sentido te lo da el amor a los tuyos, te lo da solo lo esencial.

Allá afuera el mundo sigue girando, sí, aunque pensaramos que sin nosotros no lo haría, la vida sigue su curso, ojalá que esto que nos ha sucedido nos haga entender lo que se trata estar aquí.

El mundo allá afuera.


Covid-19 Jacqueline Derbez

Llevaba encerrada varios meses antes de que esto comenzara, ya que me encontraba deprimida por mi separación. No quería relacionarme con nadie, pues aparte tuve que cambiar de ciudad y dejar a mis amistades donde vivía antes, de hecho, no estoy segura todavía de querer salir en caso de que se pudiera. Llegué a un lugar hermoso, Monterrey, ciudad muy grande a lo que yo no estaba acostumbrada. Lo bueno de aquí, es que tengo a la familia de mi madre cerca, a una tía que me ayudó mucho y me invitaba a comer diario, pero ahora con lo de la pandemia, no he podido ver a nadie, extraño sus comidas. La tecnología me ha ayudado mucho a mantenerme cerca de mis hijos que se encuentran en otra ciudad. Nos comunicamos muy seguido, mas no lo suficiente para poder sentir ese abrazo de que todo estará bien. Es esa misma tecnología que ha hecho que caiga en la ansiedad, la preocupación y la incertidumbre entorno a todo lo que vendrá, pero procuro no seguir escuchando tanto del coronavirus, pues es un bombardeo en redes sociales tremendo, que más que ayudarnos lo que hace es preocuparnos. Supongo que habrá más divorcios o separaciones después de esto, o también más bebés en unos meses, porque se acentúa el cómo viven las pareja. Doy gracias a que ya estaba separada antes de que comenzara todo esto de la pandemia. Trato de ser positiva lo más que pueda, trato de identificar todo lo que hay dentro de mí, encontrarme a mí misma y reconocer los pensamientos que me causan malestar, sacarlos de mi cabeza interponiéndolos con pensamientos positivos, escuchando música, bailando, pintando, eligiendo lo que me hace sentir bien. Creo todo se resume a esto, en vez de preocuparnos, hay que ocuparnos. Por ese motivo, he armado una ru-


tina de las cosas que debo de hacer diario, para que sea más fácil para mí. Mi encierro me está ayudando a reencontrarme, saber qué es lo que necesito, qué actitudes debo cambiar, madurar, ser la persona que soy. Mas no sé si sea por mi separación o la situación que estamos viviendo, o quizás las dos cosas juntas, debo reconocer que sigo con días buenos y otros malos, días en los que no dejo de llorar, que siento que me ahogo y no encuentro la salida. Reconozco que estoy más tranquila sola que cuando tenía pareja, mas no logro entender el porqué de la tristeza que siento, que todo me cause llanto, quizás sea el que vivo sola, y solo hablo cuando suena el teléfono. Esa parte todavía no la entiendo, pero creo todo lo que se está viviendo en el mundo entero, es para encontrarnos a nosotros mismos. Le estamos dando un respiro a la tierra. Sé que mucha gente perderá o perdieron sus fuentes de ingresos, eso me lastima, no puedo imaginar a una criaturita pidiendo comida y que los papás no tengan que ofrecerle. Cuando pienso en eso, me causa dolor. Creo que lo mejor para estar tranquilos es vivir el día a día. No pensar en el futuro, pues ese se armará solo. Todo en la vida es perfecto y viene cuando tiene que llegar.

Página siguiente: Fotografía de Brenda Guardado




COMPAÑERAS DE HABITACIÓN Diana Dav

Siempre has sido mi amiga silenciosa y jamás pensé que te fueras a presentar de esta forma tan brusca y fuerte derrumbando mis barreras que con años he construido día tras día. Me siento débil, vulnerable y con miedo porque eres una adversaria fuerte que sabe dónde atacar y que sabe tomarme desprevenida en los peores momentos. Yo te quiero mantener en secreto pero sé que tú quieres salir y conocer el mundo, conocer mi entorno, mis amigos, mi familia e incluso quieres adueñarte de mí. Pero no puedo permitir que lo hagas porque no por nada he luchado antes contra tus amigas y aliadas, por lo que para mí sería muy lamentable que tú resultaras la vencedora de estos enfrentamientos que han ocurrido. La primera vez no sabía que eras tú pero golpeaste fuerte, la segunda vez era consciente de ti y decidiste atacar más fuerte, derrumbándome públicamente y esta última decidiste ser más considerada y esperar a que yo sola me levantara. Mi miedo me mantiene aferrada a ti de una forma insana pero no quiero soltarte porque aprendí a depender de ti como mi mediadora, como una amiga silenciosa que me susurra a la espalda en lugares públicos cosas en las que creo porque sé que no mientes, sé que tú, mi compañera sincera no me mentirá.


Porque, después de todo esto, somos compañeras compartiendo un mismo cuerpo, una misma habitación una misma vida en la cual sé que podemos convivir siempre y cuando no te deje ganarme. Solo espero que dentro de unos años puedas descubrir que puedo vivir sin ti y tú sin mí, que me he vuelto más fuerte y consciente de mi persona, pero… hasta que no descubra cómo dejar de temer de ti y cómo olvidar todo lo que he aprendido de ti, siento que te seguiré abrazando y aferrándome a ti como si fueras un órgano vital. Y que al dejarte me quedaré sin respiración como aquella vez que me abrazaste y sentía que moría y que todo a mi alrededor no existía. Por ahora estás tranquila porque estamos hablando constantemente y analizando todo lo que he hecho mal y lo que no me corresponde tomar de los temas como la culpa, así que te doy las gracias compañera, espero que seas una aliada que me indique precaución cuando me exceda pero de forma honesta y espero que no te invites seguido a mi habitación y a mi vida. No sabes que me estoy preparando para que un día tomes tus cosas fuera de mi habitación y te vayas lejos y me dejes una rosa por todos los problemas y soluciones que encontremos. Pero por el momento yo soy la que te recibirá con una rosa esperando que entiendas que pronto te irás y no quiero que regreses de sorpresa como lo has hecho este último mes.

Página siguiente: Fotografía de Brenda Guardado



EL ENCIERRO Victoria Estefanía González Holguín

30 de marzo 2020 Perdí la cuenta de los días, ¿sábado, domingo, lunes?, ¿existe alguna diferencia ya? El café no me sabe igual, y el carillón de viento del patio no suena más, el sol ya no quema y desde acá siento su angustia, algún día, me dice, algún día volveré a brillar, solo espera un poco más. No puedo dejar de preguntarme cuándo será ese día, si estará cerca o lejos, que voy a hacer, cómo será, cómo seré, no creo ser la misma de hoy ni de ayer ni de antes, esa persona ya no está, se perdió en alguna de las incontables horas que pasó tratando de ocupar su mente para no perderla, al final no sé si esté lista para ese día. A veces recuerdo esos pequeños momentos, los previos al encierro, estaba calmada mientras a todos los apoderaba el pánico y la desesperación, el caos es muy familiar para mi, ahí crecí, me sentía en casa. Me gusta de vez en cuando recordar cómo eran esos días cuando la vida era normal, al principio los podía recordar con facilidad, ahí estaban a la mano, fáciles de encontrar, de nombrar, vaya hasta podía enumerarlos. Los días y las semanas han corrido pero las horas ya no las siento, y ya no me es tan fácil, los recuerdos se están esfumando y trato de rescatar algún pedazo de aquellos que más atesoraba pero no encuentro ninguno, hay veces que me pregunto si esos días siguen existiendo, si alguna vez existieron, ¿a caso los habré inventado? 31 de marzo 2020 Otro día más empezaba y un poco de sol atravesaba entre la pequeña abertura que quedaba entre las dos cortinas, abrí


los ojos y sentí algo pesado, algo me estorbaba, algo me aplastaba, ahí justo en el pecho, creo que han venido a visitarme, creo que ha llegado mi hora, de nuevo, y creo que he fallado en esta guerra contra la propia mente. Mi plan de contingencia era simple; tenía planeado cada minuto del día para no dejarle entrada a alguno de los pensamientos que se quisieran apoderar de mi, de esos que te arrastran hasta el fondo. Tenía que cumplirlo, era la única manera en la que no volvería a ese lugar, donde la fe y la esperanza parecen no existir pero la pesadez del alma abunda, ni regresaría a experimentar ese sentimiento de pesar al abrir los ojos. Depresión le llaman. ¿Cómo es el ser humano tan frágil como para romperse en un solo día? No he podido dejar de preguntarme a mí misma eso. Me esfuerzo por encontrar algún recuerdo para hacerme sentir que en algún momento todo volverá a ser igual…nada, intento de nuevo…nada.

4 de abril 2020 Pasé días sin poder moverme y sin probar bocado alguno, no por algo físico, sino porque me pesaba el alma, la vida. El café seguía sabiendo mal, el sol seguía sin brillar, y la poca esperanza que tenía se ha ido, intenté buscarle, la he llamado incluso, pero no me respondió, no ha regresado, no sé dónde está ni dónde encontrarla. Pregunté por ella, “ yo la vi hace días por acá”, me respondieron, “a mí se me escapó, tampoco logro encontrarla”, otros agregaron, “la tengo yo” gritaron unos más, me dieron un poco de ella, lo necesario para cultivar la mía de nuevo, ya saben el dicho, enseña a un hombre a pescar. La he regado diario, le he dado los cuidados que se me indicaron el mismo día que me la concedieron, pero creo que algo no anda bien, puedo sentirlo. Salí al patio, me pareció escuchar el carillón de viento, y sentí


una ligera brisa que pegaba en mi cara, mi mamá tocó mi hombro y me preguntó si estaba bien, vi sus ojos llenos de preocupación, me confesó que tenía miedo de que la depresión volviera y que me arrebatara de ella, y ahí, mientras veía lágrimas caer como si fueran una cascada interminable, no supe como decirle que ese momento del que ella tenía miedo estaba aquí, que ya había llegado y que tengo miedo, de nuevo.

Fotografía de Marcela Monjarás García


El poder de la mente Isabella Martínez Antes de entrar en cuarentena yo ya estaba encerrada en mi propia mente, no sabía a lo que me iba a enfrentar un día antes de que esto pasara. Habitaba en una quimera, pues me creía invencible. Con mi encierro físico, mi vida se veía ahogada o así pensaba. Mientras más desvelo, más grande era mi terror, la paranoia me perseguía y este sentimiento de soledad se hacía cada vez más presente. No podía recapitular el paso de los días, pues solo abría la puerta para darle paso a mi madre. Yo no existía y tampoco mi noción del tiempo, solo la hora de dormir, la hora de despertar, cuando me daba hambre y cuando tenía que ir al baño. Sin ver a mis amigos me sentía cada vez más desconectada de ellos. Hablar por mensaje nunca ha sido lo mío, solo me quedaba hablar conmigo misma. La tristeza me invadía como agua diáfana cayendo desde el cielo e infectándome como si del cólera se tratase. ¿Cómo poder lidiar con mis propios demonios? Las sombras me gritaban que estaba sola aunque sabía ciertamente que no lo estaba, y solo aparentaba estar bien. Mi vida se me escapaba de las manos mientras yo no podía hacer nada al respecto. Durante las noches, escuchaba susurros que provenían de debajo de mi cama, golpes y rasguños que me quitaban el sueño. No sabía si eran el producto de mi imaginación y la falta de sueño que tenía pero, era inevitable sentirse aterrorizada pues mi cuarto se tornaba gélido, inhabitable. Cada día que pasaba en mi habitación aumentaba en gran medida mi temor a permanecer ahí por más tiempo. Tener el virus me condenaba a la soledad y a que desapareciera la poca salud mental que me quedaba. ¿Cómo lidiaría con aquellas bestias que se alimentaban de mi temor? Estaba sin poder decir una sola palabra, el mal augurio estaba


conmigo. Los susurros se convirtieron en gritos, gritos que se sentían en mis tímpanos, me desgarraban mi interior y me destruían mi poca paz. La tristeza que me provocaban aquellos sórdidos ruidos me traía en un vaivén de emociones, aquel frío se convirtió en algo más que solo eso, en la esquina de mi habitación podía ver una sombra observándome desde el techo, con aquello que parecían ser ojos. Me miraba sin quitarme la vista de encima mientras yo fingía dormir, pero aquella cosa sabía que yo no estaba durmiendo. Cuando quería dirigir mis ojos hacia aquella cosa, me miraba más fijamente y solo sonreía. Cuando el sol se asomaba un poco más por mi ventana, simplemente desaparecía por debajo de mi cama y se despedía de mí con una fuerte brisa fría. Pensaba que estaba alucinando, que era producto de mi insomnio, probablemente era mi cerebro gritándome que necesitaba descansar y meditar acerca de lo que me estaba acongojado, pues yo sola me hacía malas jugadas. Mi cabeza ardía en fiebre, estaba en el invierno de mi vida y no sabía cómo reaccionar, no tenía ganas de levantarme, hablar, o hacer cualquier cosa que involucrara un esfuerzo. Caída la noche me proponía conciliar el sueño, pues era enfermizo lo que estaba produciendo mi mente, no podía callar mis pensamientos, aquellas voces que te hacen realizar actos que tú no quieres, decir cosas que no deberías decir, aquellas voces que han terminado con la vida de muchos. Aquella cosa regresó, pero ahora estaba más cerca, lo podía ver con más claridad, me sonreía y me saludaba, no podía dejar de verlo, quería dormir, era imposible. Cerraba los ojos pero cada que lo hacía, sentía a esa cosa cada vez más cerca. Solo cerré los ojos y traté de caer dormida. -Sé que no estás dormida –escuché.

Página siguiente: Fotografía de Luis Díaz Flores




Día no sé cual Seguro es día 28. Si habláramos de lo que va de largo, sería día 2.5... pero en centímetros de lo que mide la raíz de mis canas o 0.5 cms de ceja. Me comprometí (conmigo misma) a no maquillarme, pintarme canas o quitarme la ceja en lo que dure todo esto. Me veo al espejo cada día como si estuviera descubriéndome. ¿Hasta donde sigo siendo yo? ¿Cuándo dejé de ser yo? ¿Soy yo? ¿Era yo? Es como una carrera de resistencia conmigo misma. ¿Quién va a aguantar más? ¿Quién va a ganar? ¿Qué va a ganar? ¿Mi preocupación por cómo me veo o cómo me ven los demás? ¿O simplemente yo? ¿Tal cual... como soy aquí encerrada viéndome al espejo? ¿Hasta dónde soy yo? ¿Hasta dónde soy tú? ¿Hasta dónde somos por alguien más? ¿Qué de lo que soy, es realmente yo? Día 28... seguro es día 28.

Domingo (de quiense cual semana) Sé que es domingo porque desde hace unos días me propuse descansar los fines de semana. El estar encerrada y la rutina nueva donde “no tengo nada que hacer” y siempre puedo estar disponible para una junta virtual, me estaba matando. Es necesario hacer pausas dentro de esta pausa. Dejar la terapia ocupacional para dar espacio al ocio y a hacer cosas banales y pasajeras, sin mayor objetivo que el de entretenernos o hacer pasar el rato. Mi mente está saturada de información, preguntas sin respuesta e his-


torias ficticias que imagino pasarían al terminar esto. A veces siento que en una realidad paralela suceden todas estas cosas que están en mi imaginación. A veces imagino tanto que se me olvida la realidad. Hoy fue domingo gris, o negro... domingo de bajón. El día pasó sin ton ni son... más bien con son, pero de canción de ultratumba, tenebrosa y oscura. Hoy sentí una carga pesada en la espalda y un nudo constante en la garganta. No logré identificar claramente de donde venían. Simplemente vinieron a quedarse todo el día. Estando a punto de dormir, me levanto a registrar al menos lo que fue de hoy. Como si al registrarlo le estuviera dando valor, validación o razón de ser. Día domingo... de quiense cual semana. Domingo de bajón.

Gloria Cárdenas

Página siguiente: Fotografía de Marcela Monjarás García



Lo que no se debe buscar Arely Briones

Estaban transcurriendo los días; pasaba uno, luego dos, luego tres y cuando menos te lo esperas ya habían pasado casi dos meses de estar en casa encerrado esperando a que se pasará la cuarentena. –Hola– me escribió un chico. –Hola. –¿Qué buscas aquí? –preguntó. “Qué buscas aquí,” me cuestioné sin escribir nada. Hace algunos días me había metido a una aplicación para encontrar pareja que ofrecía una plataforma social y cuando me preguntaron qué buscaba en esa aplicación la respuesta fue muy obvia. No buscaba nada. Me pregunté si realmente buscaba algo, si estaba o no listo para dar un paso como ese y traicionar lo que había creído toda mi vida hasta entonces. –¿Qué buscas aquí? – escribió el chico en el correo. – Nada, estaba aburrido y terminé aquí– contesté. –Jajaja, yo igual, ¿nos agregamos en correo? –Sí. Estuvimos hablando un día y con decir un día no me refiero a 24 horas seguidas sino como 3 horas durante todo el día. Mientras se pasó ese día, revisé la aplicación y busqué cómo se manejaba. La aplicación mostraba el perfil de las personas que buscaban pareja, una relación de amigos o gente que decía que solo quería conocer gente por razón de la cuarentena. En mi perfil no puse gran información, elegí las fotos que eran para mí mis mejores fotos, grado de estudio, edad preferente, de que área de la ciudad me gustaría que fueran, si tenía alguna estatura preferente, obviamente el sexo, creencia y una biografía que yo qui-


siera. Muchos de los que leí decían que eran personas increíbles, que eran sociables y buena onda, otros ponían en su biografía sus gustos musicales, si veían anime, si eran deportistas, montañistas o si les gustaba juntarse a tomar con sus amigos. Ponían fotos provocativas; hombres sin camisa, mujeres con escotes prolongados, otros trajeados; otros pobres, por más que tuvieran efecto sus fotos su realidad no se podía ocultar; en esa categoría estaba yo. Otros ponían sus fotos sin filtros ni nada, lo más real y horriblemente posible sin intentar ser agradables. La aplicación parecía un catálogo de productos. Todos de alguna manera ofrecían lo que tenían, lo que querían y lo que podían dar, o lo que hacían creer que podían hacer. En la preferencia de sexo había tres opciones: hombres, mujeres y todos. Elegí la opción de todos y obviamente las opciones se incrementaron para mí. Chicos y chicas, todos en busca de algo que estoy seguro ni ellos sabían qué era. –Entonces, ¿salimos cuando se termine la cuarentena? – preguntó. –Si nos llevamos bien podría ser– contesté. – No, dime sí o no. –Sí o no, ¿para no estar aquí perdiendo el tiempo? –Sí, sino para contestar los otros mensajes. No, no te creas. Seamos amigos –bromeó el chico. Pero detrás de toda broma hay una verdad. –Sí, amigos– escribí. El chico me dejó de hablar. Recibí me gusta por parte de personas muy variadas, alguna chica fresa, otras chicas de apariencia Otaku, rockeras, algunas lindas otras no tanto y otras de esas que no podías ver demasiado a la cara. También recibí me gustas de alguno que otro chico de buen cuerpo pero no buena cara, presumidos a pesar de que yo era hombre.


A los dos días con esa aplicación recibí más de cuarenta me gustas y de esos cuarenta le regresé el me gusta a 12 chicas con las que estuve platicando. –Hola –me escribió una. Era solo un año menor que yo, vivía a 12 kilómetros de donde vivía yo. No era guapa pero se veía una persona agradable y eso era más que suficiente para mí. Su perfil no decía mucho, solo decía que tenía estudios universitarios pero no decía donde, preferencia de edad, creencia religiosa, nada relevante para mí. –Hola –escribí. –¿Cómo estás? –preguntó. –Bien, ¿tú cómo estás? –Bien. Oye estás guapo. –Gracias, igual tú –escribí. No le creí, era obvio que yo no lo era y aunque ella tampoco lo era le contesté por cortesía. –Soy nuevo aquí, así que te preguntaré, ¿qué es lo que tú buscas aquí? –le escribí. La chica se tardó en responderme. –Busco una amistad –escribió y puso el emoji de un emoticón con sombrero. No le entendí. Busca una amistad, me dije. ¿Una amistad para qué?, ¿porqué un vaquero?, pero de esto a ella no le pregunté nada. Hablamos de las cosas que habíamos estado haciendo en la cuarentena y de algunos de los pasatiempos que realizábamos para quitarnos el aburrimiento. –¿Me mandas fotos? –escribió de repente. –Mandarte fotos, ¿de qué? –De tu miembro para masturbarme–escribió. Me sentí extraño. No era la primera vez que alguien me lo pedía pero se sentía raro que lo hicieran desde aquí, del catálogo de personas. –¿Eso es lo que buscan aquí? –pregunté. – Jajaja, eso es lo que buscan todos aquí. – Pues no te mandaré nada –escribí. –Qué aburrido –escribió. Ya no le respondí. Eran días de cuarentena y la gente se disponía tiempo para buscar gente con quien platicar, entablar una amis-


tad virtual o lo que buscaba esta chica. No guardé a todos en un mismo costal, a final de cuentas habrá alguno que no sea así, entre esos yo. Sentí un vacío. Era horrible pensar que la gente estuviese aquí buscando un algo, un alguien. Ya no contesté ningún mensaje de la aplicación ni revisé los me gusta que se acumulaban. A pesar de que estuviese soltero, sin amigas con derechos, sin alguien quien me diera un poco de calor humano, me alejé de eso. Mirando desde lejos conté cuánta gente se acumulaban en la app con el día a día; 30 en un día entero, 75 en dos, 105 en 3. Eliminé el perfil. “Te vuelves el objeto de lo que te ofrecen gratis” había dicho una vez un profesor de la universidad y era verdad. El amor, el sexo, la amistad eran gratis, sí, pero eran arenas de costales muy diferentes. La amistad no era más que mera confianza, compañerismo y apoyo sin besos. El sexo no era más que un goce del cuerpo que volvía cada vez más fuerte dependiendo de las veces que lo realizaras hasta poder hacerlo un vicio. El amor, ¿qué era el amor? , aquello que te desgarraba las entrañas en silencio y sin avisar, aquello que te dejaba un vacío enorme si te lastimaba, pero que te enseñaba más de lo que te podía enseñar una simple noche de pasión o una atracción de un día. El amor lo era todo, más grande e inmenso que el mundo y sin embargo tan irrelevante para todos. Era felicidad difícil y el sexo era felicidad fácil. Pero hacer el amor era más que el sexo, era más que tocar la piel y morderla, pellizcarla, lamerla. Hacer el amor era sentir y hacerte explotar de emoción, tocar suavemente cada parte de su cuerpo con los ojos cerrados. Allá donde la oscuridad comenzaba, allá nos encontrábamos, allá se encontraban nuestras almas y bailaban a un solo compás. ¿Sabes que es el amor?


No es lo que te haces creer que es. No se busca, si toca tu puerta no le abras, hay cosas que entran sin tocar la puerta y el amor es una de esas. Si toca es mentira, si entra sin avisar no puede mĂĄs que ser verdad. Miles de perfiles se dieron de alta en el momento en el que di de baja el mĂ­o.


Hoy descubrí lo que es amor verdadero.

Paulette Gasca

La televisión, los cuentos de hadas, la sociedad, las películas y una lista larguísima de medios nos muestran desde que nacemos un estereotipo de historia que cada ser humano debe seguir para que se convierta en merecedor al derecho de presumir que ha encontrado a su otra mitad. Debemos coquetear entre nosotros, esto nos llevará a encontrar un candidato para caminar por las calles de Reforma sin prestarle atención al tiempo o quizás ir a tomar un café a algún lugar que sea digno de fotos para publicar en redes sociales. Después es necesario que ambas partes lleguen a establecer el mote que van a utilizar para escribirse o para presentarse ante los demás, ¿será mejor mi amor o mi cielo? Hasta aquí llega la travesía por el mar del cortejo, ahora deben cruzar el bosque de la dulzura, con celos los celos convertidos en piedra y los árboles listos para intentar hacerle la vida difícil a quienes se atrevan a cruzar. Sin embargo, existen equipos que consiguen atravesarlo, es por ello que terminan en el abismo del matrimonio, un lugar que no todos se atreven a visitar. Pero no, estoy segura de que esto no puede ser amor verdadero en todos los casos. Lo he visto con mis propios ojos. Tiene un olor característico, como a jabón y alcohol. También es muy húmedo, el agua es el medio que utiliza para hacerse presente. No, no ha llegado a tocar la puerta montado en su caballo, a decir verdad he tenido que abrirle para que sea más fácil entrar. El amor verdadero no es algo que todo mundo tenga, o al menos así lo veo en las noticias nocturnas. A algunas personas les llega con una herida, a otras incompleto, en ocasiones ni siquiera se manifiesta.


Ahora que tuve la curiosidad de observar con atención, me doy cuenta que el amor verdadero llega todas las noches, luego de que mi madre termina de llevar los platos a la mesa; de seguro el pobre debe tener hambre. Después de que mi hermana cierra su libreta llena de operaciones matemáticas; justo cuando conseguí secar mi cabello después de lavarlo. Siempre llega con un cubrebocas que parece asfixiarlo, con lentes que le dejan marcas en la piel y que desaparecen después de unas horas; con la frente perlada, hace demasiado calor para llevar mangas largas y pantalones tan gruesos por el transporte público, pero pareciera que son las únicas prendas que tiene; la mochila que carga está muy delgada, de seguro hoy encontró la forma de cargar menos cosas en la espalda, debe ser agotador llevar tantos objetos. Puede llegar a ser un poco frío al principio, no te abraza o sonríe al llegar. Es por ello que el agua es una gran aliado: después de un buen baño y de haber puesto la ropa en un bote puedes acercarte para contarle tu día, comer lo que reposa en la mesa o simplemente para mostrarle algo gracioso que viste en redes sociales en ese mismo momento. El amor verdadero lo encuentro en mi padre cuando regresa luego de cumplir con su trabajo. Puedo verlo claro cuando desinfecta cada uno de los objetos que lo acompañó durante su jornada; cuando a pesar de estar cansado decide lavar él mismo la ropa que ha tenido contacto con los demás. Puedo ver amor verdadero cuando mi padre regresa del trabajo y hace todo lo posible por proteger del virus a las personas que nos quedamos en casa. A partir de hoy puedo presumir con orgullo que encontré el amor verdadero, en donde nunca pensé ubicarlo.


Renacer Diana Jaramillo

Y volverán aquellos horizontes en la azotea rodeada de pájaros. Volver a abrazar el sin miedo de la cotidianeidad Los árboles se abrirán y en un suspiro eterno nos cobijarán con su respiro Ya mañana no será la incógnita El miedo será un invento del pasado Los niños inmunes al dolor recitarán al unísono las buenas noticias sin necesitar plegarias Deidades acarician la faz de las personas no temen dar movimientos en falso se prohíbe el no cuidarse los transeúntes cubren el dolor ajeno aliviándolo con precauciones. Y la quietud se pasea con la nostalgia del ayer cuando la gente no era inmune a los virus. ------- -------------- -------------- --------Memorias.


Y aquí estamos tan grises Refugio de la desesperanza Quiero sentir con los ojos el aliento del vivir Y caminar sin temer No despertar Matar a la incertidumbre Salir triunfante de una batalla épica Sin salpicaduras letales Quiero leerme en los rostros Sin miedo en la calle Amar sin temor a la pérdida Delirar sin angustia alguna Pisar el asfalto A los pájaros liberar y grabar en la memoria Los labios que sonríen Respirar y sentir la fortaleza De derrotar al enemigo.


FotografĂ­a


de Perla Delgado


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Mis días aquí Sofia Y. Montenegro

Día 5 Los días pasan a través de las ventanas, curiosamente desde el inicio de estos cuarenta interminables días el cielo se ve gris, como si las calles estuvieran tistes, solas, vacías, parece como si existiera un hueco que pasa por en medio de los callejones, las venidas, y cualquier lugar altamente concurrido en los días normales, en los llenos de sol en esta tierra tan cálida, en esta ciudad en donde el suelo es tan caliente que te quema a través de los zapatos, un ardor, un sol, un calor tan rico, que te llena de luz el hogar con tan solo un pequeño rayo de sol, eran hermosos esos días. Existían días en donde estabas tú, en donde no me preocupaba por cuantos días tendrán que pasar para verte, para sentirte, para enojarme contigo, para comer juntos, para hacer lo que fuese, incluso dejarnos de hablar sin preocupación, porque sabíamos que al día siguiente estaríamos ahí, o que por lo menos en algún momento de la semana nos veríamos las caras, en esos momentos en donde no temía que salieras y desaparecieras de esta vida, de mi vida, de la vida de la gente que te amamos. Quiero verte, pero también desaparecerte y que no tuvieras que vivir todo este caos, que me deprime y tengo miedo de que a ti también, tengo miedo de que te sientas solo y desesperado por salir y que en algún momento lo intentes por la ansiedad de no pasar más tiempo en este encierro y que justo en ese momento te condenes a ti mismo por todo esto, que quedes sin cura, que la gente de tu casa se enferme, y que te culpes por eso, que los veas agonizar y que el remordimiento te carcoma por haber intentado salir de tu cárcel, de tu encierro… Porque lo que más me da miedo, es que sufras el mismo miedo que sufro por este encierro.


Día 40 Semanas antes, pensaba que este sería el fin, que el día de hoy, justo hoy te viera y diría lo mucho que te extrañé, que por fin recuperaríamos nuestra rutina. Lamentablemente eso ya queda muy lejos de la realidad, seguiré pasando mis días en una caja esperando al día en que por fin pueda sentir el sol quemando suavemente mi piel, lo anhelo como no te imaginas. Ya no recuerdo bien la rutina, no recuerdo lo bien que nos llevábamos, si los días en los que comíamos juntos y nos enojábamos con frecuencia eran reales, no recuerdo cómo se sentía morir de risa y de angustia juntos, en verdad no recuerdo esa sensación, y me da tanto miedo, me llena de pánico pensar que todo eso no fue verdad que solo lo estoy idealizando porque no tengo en nada más en que pensar, me da miedo que todo eso sea irreal y que es un síntoma de no vernos desde hace tanto tiempo, tal vez los días no eran tan buenos, pero ahora creo que si porque mis días ahora son tan malos. Quisiera saber que pasa, quiero que acabe este encierro, porque quiero descubrir si fue real todo lo que viví ahí afuera, y no tienes una idea del miedo que me corroe, te juro que ya no sé si te extraño a ti o a mi vida, o si tú eras tan parte de mi vida que eso es lo que realmente extraño, ya no lo sé, ya no tengo idea de lo que ocurre aquí dentro, porque perdí por completo la noción del afuera.


Serie de Elvia Mante, Desde mi terraza


Detalles Williams Isaías García Armenta

Estoy en la azotea de mi casa. Estoy bebiéndome un té. Y para ser sincero, no suelo hacerlo, ni siquiera sé de qué es el té que estoy tomando. Beber té es un hábito nuevo que he adquirido en esta situación actual de encierro obligatorio. Es mejor que terminarme una caja de cigarrillos, supongo. Hace unos 45 minutos, redactaba una carta anónima para una dinámica a la que me invitó una muy amiga mía a participar. Me pareció interesante, por lo cual acepté. Escribir correspondencia a un desconocido, me llamó la atención: relatar lo que estaba haciendo en ese preciso momento, qué me gustaba, incluso un poco de mi personalidad, etc. Me di cuenta en el acto de algo muy conocido por todos, pero a la vez sumamente ignorado. La belleza en los detalles precisamente. Muchas personas suelen vivir sus vidas sin pararse, aunque sea un minuto a apreciar un atardecer, a mirar la luna, jamás huelen las rosas que les regalan. Por el contrario, circulamos por las calles con un pésimo humor, sin voltear si quiera a ver a las personas, siempre sumergidos en nuestro celular… Sin percatarnos de nada. Si yo les contara cuantas veces me he enamorado a bordo de un camión público, en una plaza, de una persona que difícilmente volveré a ver. Precisamente admiro detenidamente sus detalles. Sus ojos, sus manos, sus labios, su cabello. No me malentiendan, no soy un pervertido acosador que se pasea en el transporte público, y es una pena el tener que justificarme. ¿Nunca se han quedado con las ganas de hablarle a un desconocido que llamó su atención? ¿Jamás han sentido


la ansiedad de un ‘’hola’’ no pronunciado, y ver que dicha persona se marcha, se aleja, que la posibilidad se acaba? Cuántas veces no le has dicho ese hola al que pudo ser un buen amigo, incluso un buen amor o, todo lo contrario… Supongo que por eso y otras razones no nos arriesgamos. A veces pienso si… Alguna vez alguien, se ha dado el tiempo de mirar los detalles que hay en mí en el transporte público; mi cabello anaranjado, mis tatuajes, yo qué sé. Me pregunto si alguien ha dejado morir un hola en su boca, sin hablarme… En fin, los detalles que le mencionaba en aquella carta eran esos bellos detalles al alcance de todos. Esos detalles que lamentablemente casi nadie toma en consideración; el atardecer, el amanecer, la lluvia, las flores, un abrazo a un ser querido y un infinito etcétera. Mientras redactaba aquellas líneas estaba yo precisamente viendo caer el atardecer. Pero, además del hermoso ocaso hubo otro evento al cual prestar atención; había un viento ligeramente fuerte y fresco, que hacía bailar las hojas de los árboles vecinos. Bailaban tan alegres de un lado a otro, con un color entre dorado y naranja que le regalaban los últimos rayos de sol. A su vez cantaban una hermosa canción, era como una enorme sonaja. Por contemplar toda esa magnificencia fue que tardé alrededor de una hora en redactar la pequeña carta. Fue un espectáculo imperdible. Después de enviar la dichosa correspondencia, me quedé unos minutos más con la computadora en suspensión, con mis propios pensamientos suspendidos, solo contemplando la belleza de lo que seguía, el anochecer. Los primeros astros comenzaron a vislumbrarse y la majestuosa luna haciendo su preciosa aparición… Miraba a los minutos una estrella cambiando de color simultáneamente, entre azul, rojo y blanco, ‘’como la bandera de Francia’’ –pensé en voz baja– y solté una carcajada. Si algún vecino me vio, posiblemente piense que estoy loco. Estamos ante una pandemia, es cierto, hay mucho de qué preocuparse, es verdad. Incluso podría uno preguntarse, ¿qué arregla contemplar un


atardecer?, Âżde quĂŠ me sirve mirar la luna u oler una rosa? Son momentos preciosos que sanan el alma, que nos desconectan de lo otro y nos conectan con nosotros mismos. Un atardecer dura muy poco, un amanecer, una noche mirando las estrellas, un beso y un abrazo. Ya lo han dicho antes, somos un parpadeo en el tiempo del universo ÂĄaprovĂŠchelo!


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Sábado 2 de mayo ¿Qué es eso que quería hacer en abril? Ah sí, salir de vacaciones, visitar la zona arqueológica de Teotihuacán... ¿Cuál era esa exposición para la que compré boletos anticipadamente? ¡Ah sí! La exposición esa moderna de Van Gogh en la Ciudad de México, se veía impresionante en fotos... ¿Y los quince años de mi prima en Torreón? ¡Ah sí! La fiesta en donde se reuniría toda la familia también para festejar el cumpleaños de la abuela... ¿de verdad todos esos planes tenía en abril? Encontrarse en una situación como esta te hace hacerte tantas preguntas, creo que la reflexión, incluso aunque no seas una persona que normalmente reflexione, confieso que al principio no dimensione la magnitud de lo que se vivía, empiezas aceptando hacer lo que te toca hacer: quedarte en casa; piensas, ¿qué tan difícil puede ser? No creo que tanto: me quedo en casa, atiendo a mis hijas 24/7, comparto tiempo con ellas, algo que por cierto siempre he querido hacer pero el trabajo no me lo permitía, me ocupo de mi casa, de mi esposo, mis asuntos, de trabajar desde mi cómodo hogar, fácil, ¿no? Eso pensé. Es marzo, transcurren los días y parece lo contrario, malas noticias por todas partes, esto no durará poco, ¿cuánto? Nadie lo sabe, todo cambia, incertidumbre en casa, afuera, en redes, pánico, ¿qué es todo esto? Todavía es marzo, los planes empiezan a desvanecerse, mi cabeza empieza a tratar de encontrar respuestas, algunas raras, otras más. Es una enfermedad, si, pero, ¿existe? ¿Será que todo es parte de una conspiración política mundial? Acto seguido, empiezo a pensar que todo gira en torno a mí, quizá Dios quiera decirme algo, quizá Dios quiera que me quede en casa porque no debía viajar... puede ser, ¿por qué no? Al final de cuentas nos han dicho que la introspección es buena, ¿qué debo cambiar? Espera, haré una pausa en mis reflexiones de tinte egocéntrico y divino a la vez, ¿es quizá esto producto de las grandes mentes que dominan el mundo? ¿Esas que según las películas de Hollywood existen? Tal vez esto sea parte de un proyecto para detener el cambio climático, pienso, si es así, les aplaudo, era necesario. Ya es abril y esto se ve peor, ni siquiera puedo ver las noticias, es estresante, ahora sí comienzo a sentir miedo, me preocupa lo que está pasando y lo que va a pasar. En casa todavía se respira tranquilidad, las niñas y yo convivimos sin ningún problema, intentamos seguir una rutina,


no hay vacaciones, los planes se esfumaron, lo único que tenemos para salir y darnos un respiro del encierro es dar un paseo a pie por la colonia, el ambiente se percibe callado pero hay algo me gusta, niños y papás jugando videojuegos y juegos de mesa en sus cocheras, niños ayudando a papá a lavar el auto, niños y niñas en bicicleta... empiezo a creer qué hay algo bueno en esto. Mitad del mes de abril, mi esposo ya no puede y no debe ir a trabajar más, si lo hace las autoridades lo multarán, desayunamos, comemos y cenamos juntos la pequeña familia de cuatro, es extraño y lindo, jugamos, intentamos desvanecer el miedo y las preocupaciones que devienen de una latente economía a la baja, comienza el insomnio y con ello el trabajo en casa. La escuela comienza en línea, la cantidad de trabajo se triplica y llevarlo a cabo desde la sala es mucho más difícil que en el aula; ahora las noticias no son malas, son devastadoras, a veces siento que vivo una pesadilla, hay más muertes humanas y una inminente muerte económica global, ¿qué es esto? ¿Que hicimos mal? Todo. De alguna forma las preguntas que me hice al principio empiezan a tener respuesta, me dejo de patrañas egocéntricas y analizo lo que esto significa para el futuro, no solo el mío sino el de la humanidad completa, veo a mis hijas y siento que debo hacer algo, hoy más que nunca, lo primero: quedarnos en casa; lo segundo, lo tercero, todavía no lo sé. Lo que sé es que lo que ha pasado me deja con varias lecciones en mi cabeza, en mi conciencia, cosas que ahora sé que debo cambiar, variaciones que son necesarias en mi estilo de vida, en mis procesos, porque al final de cuentas, si esto es castigo o no, si es verdad o no, si hay algo más detrás de todo, la realidad es que no lo sé, lo que sí sé, y con certeza, es que hoy es sábado 2 de mayo y poco y mucho ha cambiado.

Aleyda Viornery Nafarrate


Fotografía de Edna Karina Soto García


Los valientes obedientes de la pandemia Myrna L. García Cuando comenzó la cuarentena me di el tiempo de platicar con mi hija de 11 años y mi hijo de 7 acerca del coronavirus, esa enfermedad que ponía en riesgo la salud de las personas y que nos obligaba a permanecer en casa para protegernos. Mis valientes obedientes, aceptaron el reto confiando en mis palabras y acatando sin chistar las indicaciones. La cuarentena siguió su curso y nos tuvimos que adaptar a nuestra nueva realidad, una que incluía con la rutina de cumplir con las tareas escolares y dar espacio y tiempo a mamá para continuar trabajando desde casa. Corre la décima semana de cuarentena y apenas ahora, se me ocurrió voltear a ver a mis hijos y preguntarles cómo se han sentido. Y es que con las prisas del home office, de mi doctorado, de sus propias tareas y de la escuela virtual, se me pasó de largo preguntarles a mis pequeños valientes obedientes que es lo que han sentido en este tiempo de encierro desmesurado. “Me siento sola”—contestó mi hija de 11 años, “extraño los abrazos de los abuelos, a los tíos, a mis primas y a mis amigas. Aunque las veo por las pantallas, no es lo mismo, quiero salir de compras, quiero verlas en la vida real. Extraño mi escuela y a mis maestras, me pone triste que ya no volveré a estar en cuarto grado con ellos, en mi salón, con mis compañeros”. Su respuesta me dejó con un nudo en la garganta, claro que extraña todo eso, y tiene razones para sentirse sola a pesar de estar acompañada por nosotros. “Gracias por platicarme cómo te sientes” atiné a responder y nos fundimos en un abrazo en la obscuridad de su cuarto acurrucadas en su cama. “Cuando te sientas sola o triste, búscame, si estoy ocupada lleva contigo a tu peluche favorito y entonces sabré que me necesitas y dejaré de hacer lo que estoy haciendo para darte un fuerte abrazo como el que te doy ahora mi niña hermosa, ¿crees que eso te ayude?” , “sí, mami” me respondió con otro fuerte abrazo, le dije buenas noches bebita y me fui al cuarto de su hermano.


“Siento que nadie me respeta y que no me hacen caso”—dijo con sentimiento mi hijo de siete años. Lo escuché pacientemente sin decir nada y entonces dijo: “extraño a mis amigos y jugar futbol, ya estoy cansado de solo estar en la casa, tú siempre estás ocupada en la computadora o el celular, papi se va a trabajar y mi hermana se enoja conmigo”, hubo una breve pausa y entonces le pregunté: “¿Qué te haría sentir mejor hijito?”, “que juguemos más y que ya no estés tanto tiempo con tu celular o trabajando”. “Trato hecho,”contesté. Su mirada se iluminó, “hagamos un acuerdo, tú trabajas en tus tareas por la mañana y en la tarde nos dedicamos a jugar y yo estaré sin mi celular”, “ok, trato hecho” y cerramos nuestro pacto con un fuerte abrazo y los arrumacos que nos encantan a los dos. “Buenas noches bebito hermoso”, “mañana me recuerdas el trato mami”, “sí hijito mañana te recuerdo”, contesté con una sonrisa. Y así esa noche caminé por el pasillo rumbo a mi recámara y reflexioné en las tres cosas que sienten mis hijos: 1. Extrañan a sus amigos y a sus amigas 2. Les gusta pasar tiempo con sus papás y tener su atención 3. No les gusta la tarea (bueno eso me queda claro todos los días) Y junto con ellos, hay millones de niños alrededor del mundo que seguramente están viviendo lo mismo, y me cuestiono ¿a cuántos de ellos les han preguntado, cómo se sienten? ¿qué necesitan? Sin duda, los niños han sido los grandes maestros, los valientes obedientes que han acatado con disciplina la regla de quedarse en casa, tal vez porque no han tenido otra opción. Aún que haya días buenos, otros mejores y otros no tanto, ellos están viviendo lo que ni sus abuelos vivieron, una pandemia en donde la gente no puede salir de sus casas, donde se respira un aire de incertidumbre todos los días y sus emociones se encuentran a flor de piel. Yo les doy un aplauso a todos los pequeños valientes obedientes, a esos que aún no saben cómo explicar cómo se sienten y entonces hacen berrinches o se pelean, o se rebelan; a los que se


sienten solos, a los que se sienten aburridos, a los que preguntan ¿qué día es? o ¿qué vamos a hacer hoy? y también a los que ya se cansaron de preguntar porque no tiene sentido, hoy tampoco iremos a ningún lado, ni veremos a nadie en persona. A esos chiquitos que preguntan cuándo se irá el coronavirus, ese monstruo malévolo que los tiene encerrados como la bruja a Rapunzel, pero que sin embargo obedecen y valientemente cumplen su cuarentana. Confían en lo que los adultos les decimos y aceptan sin condiciones las nuevas rutinas, y la nueva realidad. A ellos les debemos más abrazos, más paciencia, más escucha. Yo les doy una ovación de pie a todos esos valientes obedientes de la pandemia.


Aprendiendo a ser polifacética Victoria Moeller Chavarría

Después de casi mes y medio en aislamiento, volví a usar mi máquina de escribir. Mi mamá me decía que para qué querría una de regalo y aquí estoy, aprendiendo a empujar con fuerza las teclas de un instrumento para escritores que dejó de usarse hace mucho. No soy escritora, claro, pero durante una pandemia todos podemos ser lo queramos. O al menos eso me gusta pensar mientras comparto por primera vez mis pensamientos al público. Primero los escribí en una ROYTYPE by Royal y luego los transporté a la herramienta que fue mi compañera toda la universidad. Ya soy una lectora compulsiva, con una pila por leer más grande que la de libros leídos en realidad. Voy en la décima novela y aún no me canso de descubrir detalles nuevos en cada historia, ya sea desconocida o releída. En este momento, un circo en blanco y negro me tiene atrapada dentro de sus carpas, mientras saboreo las palomitas acarameladas descritas de forma increíble por la autora. Ya pasé por varios reinos de semi hadas y conocí a varios miembros de la realeza perdidos en un mundo al que no pertenecen sin saber por qué. Si pudiera hacer esto todo el día, lo haría, pero las clases en línea ya comenzaron y todavía quiero graduarme. Ya fui chef profesional en mi propia casa. Resultó que tengo la misma sazón que toda mi familia y ahora puedo estar encargada de las tres comidas del día. Aunque estoy segura que tanto elogio por parte de mis mamás es más que nada un complot para que ellas no tengan que hacerlo. No las culpo. Después de tantos años, me doy cuenta que puedo hacerlo muy bien y que es algo que nos hace feliz a las tres. Todos necesitamos un poco de felicidad en estos momen-


tos. Sospecho que dejará de ser oportuno cuando nos cansemos de tortitas de atún con brócoli, espagueti en distintas presentaciones y pollo en todas las versiones que se te vengan a la mente. Después siguió ser crítica de películas y series de televisión, lo cual incluye recomendar, encontrar y explicar ambas a los miembros de mi familia y a mis amigos. No soy la persona más objetiva cuando se refiere al entretenimiento porque mientras algo esté relacionado con la fantasía, la animación, el romance o la comedia, me gustará sin importar que tan mala sea. De alguna forma encuentro algo que me gusta en todas. Sin embargo, la gente a mi alrededor sigue pidiendo mi opinión y mi ayuda. Siempre les he dicho que si supieran la cantidad de veces que veo Jurassic Park en un mes, dejarían de preguntarme. Mi criterio quedaría inválido. Finalmente, fui y soy una persona que extraña a otras personas. Si hubiera sabido que el viernes 13 sería la última vez que vería a mis dos mejores amigas hasta dentro de quién sabe cuándo, tal vez las hubiera molestado con el doble de intensidad. Y también las hubiera abrazado más, aunque lo seguro es que no lo habría hecho de todas formas porque estaba prohibido por las indicaciones de salud. Además, habría disfrutado de forma exagerada la última vez que fui al cine con una de mis personas favoritas. Extraño las palomitas y los nachos del cine. Igualmente habría cargado más tiempo a mis sobrinos antes de verlos crecer centímetro a centímetro por medio de videollamadas. Extraño abrazar a mis seres queridos en general. Supongo que al terminar todo esto, hasta mi maestra de Psicolingüística tendrá que soportar mis abrazos porque será lo primero que haga, sin duda alguna. Mientras tanto, volveré a ser lectora, chef, crítica de cine y persona que extraña. Quién sabe, igual y termino siendo buena en matemáticas a causa del aburrimiento. No es cierto, la pandemia no hace milagros y mucho menos milagros TAN GRANDES.


FotografĂ­a de


Luis Díaz Flores


Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena V, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com



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