Relatos de la cuarentena 8

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Relatos de la cuarentena

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Malena Múzquiz Rocío Cerón Lucila Garza Mariela López Claudia Montes de Oca Caceres Emily Sauceda Hernández Sofía Argentina Nora Elisa Villagómez Marilú Martínez Rodríguez Patricia Velasco Adriana Rodriguez de Zubieta Brenda Guardado Eunice Heras Ximena Zertuche Antonio Olvera Víctor Manuel González P.Y. Asael Lara Daniel Caleb Lorena García Clara Alfaro Adela Inés González Ernesto Anqui José Ricardo Galván López Enrique Ruiz Gloria Cárdenas

Laura Delgado Mayla Galilea Eduardo Sañudo Soules Martha Sañudo Cynthia Santoscoy Guerrero Javier Alvarado Sallab Lezama Melissa Jasso Rangel Guillermo Martínez José Luis Hinojosa Víctor Toribio Ramírez EdDu Chávez Mariela Hernández Lázaro Jesús González Sandra De León Mariena Padilla Britany Daniela Arriaga Hernández Aylín Cervantes Jhaan Ruiz Selene Chávez G. Nora Elisa Villagómez Gabriela Arteaga Martin Morales Garza Enrique Dimas Natalia Alejandrina Blanco


Still del video del poema https://www.youtube.com/watch?v=FCC_ANVM_-A


El año 2020 es el futuro del año en que nací. En ese entonces crecí con mucho temor a que el mundo se muriera, se terminara, se acabara. Un día mi padre leyó mi rostro y dijo: no te preocupes el mundo sólo se acaba para el que se muere. Crecí creyendo que el mundo nunca se acabaría. Hoy, en esta cuarentena ya no está mi padre para leerme ni para decirme palabras buenas. En cambio. La mujer que ahora soy, sigue aquí de pie, con sus quereres más inmediatos, con sus preguntas a flor de piel, ella sabe que no puede dejarse morir. Para eso escribe y se ficciona a ella misma. Para eso ella es abismo y se descalabra casi todos lo días. Durante este tiempo, la mujer que ahora soy, solo puede testificar las ausencias, la impermanencia. La levedad de los trágicos sucesos -uso la palabra leve, no porque el dolor deje de pesar en el corazón de tantas madres que perdieron hijos, ni al de los hijos que perdieron padres, ni al de los hermanos que perdieron hermanos, ni al corazón de los que están quedando viudos, ni al de nosotros que ya perdimos amigos-. Lo dijo Milan Kundera, la levedad es insoportable. Y es insoportable porque no basta la brevedad de cualquier vida para llorar y despedirnos de nuestros muertos. Y como aprendí de mi padre, hoy para muchos, el mundo ya se acabó. Año, 2020. Presente.

Malena Múzquiz



Divisible corpĂłreo por RocĂ­o CerĂłn

i. Mientras el mundo calla, entre muros se esparcen los susurros. Acantilado donde las voces profesan el tiempo de la sangre. ii. Palabras no dichas o palabras como cuerpo. Enunciado y despliegue sostenido de sobrevivientes. Salvaguarda de memoria conjunta en un puro existir herido. iii. A tientas, con la punta del pie, en la fragilidad de la envoltura o la piel que lame heridas, se desenvuelven los plisados de un gesto. Todo cuerpo remite a un abismo, temblor de mano y palabra.


iv. Más imperioso deseo que el que ofrendan las manos, más abajo, en la fisura del suelo, se infiltra, hiende. A su peso se muestra el deseo de adherirse y quedarse en forma, como idea fija. Es el agua, feroz y testaruda, que no conoce la muerte. v. En el borde, horizonte milenario de vestigio, la trazadura de esa primera historia. Puesta en voz, boca semiabierta, onda áurica, cobijo de palabra para decir casa, mano, barro; en mundo de sombras habrá de encontrarse el silo. vi. Perturba el silencio solo si, solo si. La belleza reside en guardar ese primer olvido. Ese tedio. Sobre el abismo se acuna la espera. Memoria subcutánea, casi femoral, donde la palabra aquí –vacío de estancia y asidero– se ata a la garganta y libera.




vii. Comienza, en ambigĂźedad, la noche. Las siluetas, fotografiadas, suplen el tono de voces en las calles. Semanas y semanas en terraza ajena. Resplandece la lluvia. Silencio ante la inminencia de otro cuerpo. viii. Ante la ausencia, el encuadre, la posibilidad del trayecto, la ruta de los bordes, la complejidad de un doblez; sagrados ministerios son las huellas de las nucas sobre el lecho.


Los crujidos de la estancia que casi no habitamos, still de video, Lucila Garza


Ya

olvidé el sonido de mi rutina, ahora están el crujido del par de tablones que le faltan a la base de mi cama y la cascada de la regadera que casi nunca calienta. Ya identifico la diferencia entre el maullido del gato que suena como niño y el niño que grita como gato, ambos sonidos se cuelan a diario por las ventanas de la estancia que jamás habitamos. El espacio se reconfigura, ya no suena igual. En las casas, en las calles, la gente que dejó de salir y la gente que no puede dejar de salir, sonamos distinto, nos movemos distinto. Felicité a mi tía por su cumpleaños. Me despedí de ella enviándole un abrazo, escuché su voz quebrarse, se despidió de mí llorando. Ayer caminé por la calle que corre paralela al parque, el mismo que está siempre lleno de gente con la que prefiero no interactuar. El árbol de la esquina vibraba con el aullar de una cigarra, me detuve poquito a escucharle, alzando la vista para ver el movimiento de sus ramas. Cuando mi vista alcanzó la copa de aquel árbol, el chirrido de la cigarra se detuvo. Ya olvidé el sonido de mi rutina, no lo extraño, realmente no quiero recordarlo; solo espero que el canto de las cigarras me acompañe cuando el ruido se cuele por la estancia, cuando nuestro andar por las calles y las casas entone otro ritmo, cuando mi voz se quiebre y rompa en llanto.

Lucila Garza


Collage de Mariela Lรณpez


DE AMOR NADIE MUERE Claudia Montes de Oca Caceres

No sabía dónde meter la cara, te había quitado el último desinfectante del supermercado y quise compensarte de alguna manera, ¿no quedan de las toallitas desinfectantes?, pregunté sabiendo la respuesta. Quisiera que pudiéramos dividir estos productos. Con el cubrebocas no veía con claridad tu rostro, tus ojos oliva se colaban. ¡Oliva! era lo que buscaba, aceite de oliva. Seguía preguntándome cómo compensarte, quizás quede algún producto similar. -No hay ni cloro, respondiste con certeza. Quedan pocos productos de limpieza. Después de escucharte, busqué pretextos para seguir hablando, aceite de oliva, pan, ya no recuerdo mi lista. -Me apena haber tomado el último desinfectante, ¿qué vas a hacer? -Morir, seguramente por tu culpa, ignoraba que las asesinas de verdad andan sueltas. Me quedé mirándote como si no existiera nada más, en ese caso tendré que compartir de alguna manera nuestro liquido salvador, y así fue como acabamos rompiendo todas las reglas de la sana distancia. Rociamos el espacio queriendo compensar la cercanía de nuestros besos, en los días subsecuentes solo nos contagiamos de risas. - ¿Crees en las casualidades? - Creo en el amor a primera y segunda vista, esquivando pandemias. ¡Qué bien! El amor de ahora en adelante será nuestro protector.


No sabemos Emily Sauceda Hernández

Si no estamos con otros parece que no existimos. Necesitamos el reconocimiento para sentirnos en el mundo y nadie nos está reconociendo allá afuera. Lo externo se ha silenciado, la distancia nos ha reclamado. La compañía se vuelve la misma siempre, parece que entre los mismos ya nos conocimos lo suficiente, pero ¿qué estará pasando con otras vidas? Estamos extrañando la vida normal, porque en efecto esto no es nada normal, permanecer distanciado, aislado, a nadie le agrada. Pero antes nada era valorado, cada salida era insignificante, buscando siempre excusas para suponer rutinas. Todo era tan normal que no tenía sentido, nada era especial, aún sin saber ¿qué es lo normal? Un día simplemente todo se pausó, lo único que quedó por hacer fue ponerse a pensar, a cuestionar, a investigar, a tratar de entender. ¿Un encierro indefinido?, ¿un momento de pausa en nuestras vidas?, ¿se trata de algo bueno, de algo malo?, ¿qué pasará hoy?, ¿las cifras aumentarán?, ¿cuándo terminará? No tenemos idea de lo que sigue, de lo que vivimos, de cómo pasó, del impacto que causará, hay miles de preguntas, nadie responde.


No sabemos cómo llegamos a esto, ¿es acaso un castigo? Es un momento de pausar la vida en la sociedad, de suspender la relación allá afuera, de protegerse para proteger a otros, de conocernos a nosotros mismos. No sabemos qué sucede en otros espacios, no sabemos qué sucede en otras mentes, no sabemos qué sucede en nuestra vida, no sabemos qué cosas por hacer o decir han quedado interrumpidas, no sabemos quien nos necesita, no sabemos a quien necesitamos. ¿Realmente lo sabíamos antes?


Ahora comprendo Sofía Argentina

La vecina se está volviendo loca, siempre juega con sus cosas, las abraza, les llora. La otra vez, vi claramente desde mi ventana que ella jugaba fútbol con su televisor, creo que ya no está bien de sus cables, ni el pobre televisor, ni ella, pero lo más raro es que después la vi llorar frente a él, intentando repararlo. Antier, sucedió algo parecido con el radio que tiene sobre su bufetero antiguo. No me percaté del problema, pero como de costumbre, me asomé a ver por la ventana a las 5 p.m. para relajarme -este encierro me está carcomiendo-. Ya que no puedo salir, decido que mis ojos lo hagan, pero en vez de eso, mi vecina está haciendo que mis ojos se metan otra vez a una casa, a la suya. Es divertido verla sin saber el contexto de por qué está así. ¿Qué tuvo que suceder para que llore cada que se descompone un objeto, cada que uno de ellos decide que su vida ya no da para más? Hoy por la mañana me consumía la intriga, solo quería ir con ella, pasar el rato, tal vez lo que necesitaba era una amiga, bueno, quizá era yo la que la necesitaba. Aterrizando las 10 a.m., mi demencia dominaba cada paso que daba, decidí salir de mi casa y tocar su puerta, tener una conversación de guillada a guillada. Sé que esto no está permitido, pero mi mente se limitaba a pensar en ella, me puse mis armas de combate (un bonito cubrebocas negro, coloqué en mi bolso un gel mata bichos y por si las cosas se ponían feas, introduje el Lysol de casa) y salí de mi casa por primera vez en mucho tiempo, tenía tanto miedo y angustia. Me dirigí a la casa de mi vecina, toqué aquella gran puerta y abrió una mujer amable con una pequeña sonrisa, supongo que mis ideas sobre ella estaban mal, puesto que me recibió muy bien, hasta parecía normal. Una vez dentro de la casa comenzamos a consumir la confianza de la otra. Le hablé de mis relojes (son las cosas materiales más preciadas que tengo), ella me contó de cada una de sus cosas que


aún servían y, al terminar, me invitó a un cuarto. Lo primero que vi fue el televisor que reposaba en un rincón, justo al lado estaba el radio, logré ver a lo lejos una cafetera y muchas cosas más, todas ellas inservibles a mi vista, pero al parecer, para mi extraña compañera de calle eran muy importantes. Sentí cómo ella casi derramaba una lágrima, la abracé, y aunque no comprendía su dolor, duramos cerca de 5 minutos en un abrazo profundo junto a una pila de chatarra y, al finalizar el paseo de emociones, nos sentamos en el sillón. Me ofreció agua o refresco, afirmando que la cafetera no funcionaba. Platicamos unas cuantas horas de mí y, posteriormente, comenzó a hablar de ella. Vivía en Guadalajara con su marido y todas las cosas que tenían de recién casados eran de sus familiares: el refrigerador le pertenecía a la madre de su marido, la licuadora fue un regalo de la hermana de ella, entre otras cosas. Su esposo dejó de funcionar hace dos años, se mudó para acá junto a las únicas cosas con esencia a él. Ahora comprendo, juega con ellas porque le recuerda a cuando jugaba con su marido, las abraza con la misma ternura que solía darle a Alfonso, pero también, cuando una de estas cosas expira, se termina o muere, le llora como lo hizo con él.


La cuarentena es siempre un mismo día

Nora Elisa Villagómez En una de las paredes de mi departamento descansa un reloj de péndulo que parece funcionar, lo hace cumpliendo con éxito el movimiento de los engranajes. No hay duda, su trabajo está hecho, sin embargo, la lógica que descansa en el sentido de su tic tac se averió. No hay sorpresas como en el pasado, solo un vacío que se extiende dentro y fuera de mi cuerpo entumido, súbitamente ralentizado. Que alguien le diga a Rubén Blades que la vida ya no te da sorpresas, sorpresas ya no te da la vida. Salir al jardín a las 4 de la tarde es exponerse al calor bochornoso y agobiante de la primavera tropical. Hemos convenido, los inquilinos cotidianos que me habitan y yo, salir a las seis treinta cuando el ocaso extiende sus últimos claros rojizos. Cierro un libro y busco otro que me acompañe a la vieja banca en uno de los extremos del jardín, una llanura más parecida a un páramo, con apenas algunas plantitas aisladas. Sobre la línea del horizonte fluyen ideas fragmentadas de lo que se escucha desde hace dos meses cuando todo inició, colapso económico, la industria, el capital, el neoliberalismo, la globalización, son abstracciones que no me dicen nada. Tengo café y pan esta noche, mañana quién sabe: un retortijón en el vientre. Eso dice mucho. Hay cosas que hablan y me dicen más que el reportaje en el noticiero o la columna periodística del medio nacional. No hay frase más certera y contundente que los pequeños pies de una niña sobre el sucio piso áspero. O el brazo golpeado de un bebé por un ataque de pánico, su madre no tiene gota de leche y los dientecitos que asoman solo succionan sangre de los pezones flácidos. Y aún eso es parte del día, del mismo día.


El fin de la jornada se acerca, mañana será de nuevo el mismo día, una y otra vez. Soy Phil Connors en algún lado B de Groundhog Day, despierto a las seis de la mañana en un paralelismo inverso de Punxsutawney Pennsylvania. Allá caerá una tormenta de nieve, aquí, al este de una municipalidad cercana a la capital tabasqueña, el calor infernal asienta con determinación los discursos científicos del calentamiento global. No me matará el virus, ni los cuarenta y cinco de sensación térmica, lo harán ambos porque se hayan adheridos a los días, a los objetos y a sus funciones monótonas. El vacío líquido llena las mañanas y se evapora por la tarde sin terminar de subir a la atmósfera. Permanece en el aire, durante la noche se ha convertido en hastío. No hay nada que importe y para sobrellevar el hartazgo encuentro nuevas dolencias en mi cuerpo repentinamente desconocido o hallazgos dermatológicos en una piel nueva, la mía. He encontrado en mis ojos una mirada nueva que se descubre a sí misma existiendo y solo a través de su existencia se hace posible el descubrimiento. En los otros, el mismo reconocimiento como una cadena infinita de figuras geométricas perfectamente estructuradas. Soy una figura en el fractal del universo hasta que desaparezco por la noche. Y despierto otra vez en el mismo escenario para repetir una a una las minucias en este encierro. De nuevo, el mismo día. De nuevo.




DELIR

Marilú Martí

Dí El tiempo parece haber detenido su marc de ausencia. El sonido es por mucho más pre lat ¿Cuántos perros h ¿Por qué la Hasta parece que s aúllan c parecen dan ¿Cuántas aves vi Son bonito ¿Cuántas personas se Después de p al primer hervo cuando ya el olor está esto es un mayo c un encierro con ¿Deberé regre ¿O realizar ¿Encender ¿O escuchar Debo lavarme las manos una, dos, tres, Es decir, has Obsesiv Compuls Mecáni Cuando pase la cuarentena (una cuchar cuando pase la cuarentena (dos cuchara


RIUMS

ínez Rodríguez

ía 56 cha. Hay una sensación en el ambiente de pérdida, esente, más agudo, más nítido, más claro, más… tente hay en esta cuadra? adran tanto? se ponen de acuerdo como lobos lamentos miedo iajan libremente? os sus cantos e guardan en silencio? poner la cafetera espero or preparo mi taza en toda la casa, lo sirvo con tintes de otoño tintes de invierno esar a la cama? r mis tareas? el televisor? r las noticias? , cuatro, cinco, seis, siete, ocho… N veces. sta el hartazgo. vamente. sivamente. icamente. a, lo primero que voy hacer… ra de azúcar) a lo primero que voy hacer… adas de azúcar)


cuando pase la (sirvo otra cucha cuando (revuelvo e La gran pajarera a las rejas s los deseos s es tiempo d de mirar por de escuchar nu de viejas verdades a medias, tengo la sensa esa capacidad de constr ¿Por qué d ¿Qué de m ¿Por qué n El mundo se ha convert nos dan esperanza si seguimos c Viviendo sumisos… a ta ¡Qué co Basta, no e “No hay pe ¡Ba Gozas con hacer con insinuar que nuestro intelecto ¿Cuantas veces te has l Las sufi Las suficiente ¿Para no co Ni siquiera h ¿Cuántos días llevamos Cincuenta y seis día y lavo mis manos como si he olvidado tanta los días, l son tan p siameses, gem cuando termine la cuarente


a cuarentena… arada de azúcar) o pase… el azúcar) activó sus alarmas se cierran se guardan de encierro las ventanas uevas noticias s usanzas ación de que algo se oculta tras la ventana ruir realidades alternas dices eso? malo tiene? no decirlo? tido en un espectáculo muy caro cautivos, guardando distancia… apa boca, a ojos cerrados onsuelo! empecemos. eor ciego…” asta! rnos sentir mal no da para descifrar códigos rojos lavado hoy las manos? icientes. es ¿Para qué? ontagiarte? hemos salido. sin asomar las narices? as, tardes… noches… i algo me obliga a hacerlo as pequeñas cosas las noches parecidos melos, cuates ena, me iré a vivir al campo


venderĂŠ m sembrarĂŠ suena bien hac ilusiones e es lo qu


mi coche mi tierra cerse ilusiones es lo que es ue queda


FotografĂ­a de Mariela LĂłpez


La tierra soñada se perdió Dos meses. Dos lentos meses. Dos lentos dolorosos meses. La tierra soñada se perdió. Los policías duraron dos meses, preguntando por nuestras identificaciones a cada momento que íbamos a la tienda, a pasear al perro, a sentir un poco el aire en el pecho. Mis compañeras latinoamericanas, migrantes, “sin papeles”, tienen miedo. Tienen miedo, hoy más que nunca de salir de su casa, para conseguir medicamento o comida. Yo me ofrezco a ayudarlas, a hacer su supermercado, a ir a la farmacia por ellas. Porque mis rasgos mexicanos me delatan, pero tengo el visado correcto para caminar por la calle. Pienso. Pienso con rabia. Pienso con tristeza. Porque el europeo romantiza el quedarse en casa, mientras veo como mis compañeras se quedaron sin trabajo, mientras veo como las corren de sus casas, porque no pueden pagar la renta en esta cuarentena. Nos ayudamos entre todas, pero definitivamente la tierra soñada se perdió.

Mariela López


RELATO DEL CORONAVIRUS

Patricia Velasco

Una parte obscura, muy obscura, dentro de mí. Como a mitad de febrero, disfrutando el caos, disfrutando el desmadre. Por fin ya el planeta está haciendo su trabajo, demostrarnos con rigor, que como seres humanos somos demasiado vulnerables, no importando quién seas, qué tan poderoso te sientas, o cuán suertudo te creas. Qué bueno. Favor que hacemos al mundo al desaparecer. El virus tiene más años que nosotros en este planeta, ¿ Por qué nos creemos más chingones que él?

Mi otro yo. Como a mitad de marzo, empezó el tejemaneje del chisme, en México, lo que creíamos como oportunidad de los “privilegiados” de quedarnos encerrados en la casa. Yo me seguía riendo del miedo, aún compartía memes, chistes, y me parecía increíble que reinara el miedo sobre el pueblo, somos una bola de humanitos con cuerdas, que nos jalan a su antojo, esto no existe como para mantenernos encerrados. Me parece absurdo. Qué bueno que no se canceló el Vive Latino. Sin embargo, decidí mantener el encierro. La parte obscura, dentro de mí, no se iba a permitir el rechazo o la culpa si a mi hija algo le llegara a pasar. Pasó todo marzo. Relax. Llegó abril, la mitad, relax, y en la segunda mitad de abril, se enfermó toda la familia de mi novio. Todos, sus padres, sus hermanos y su cuñada con 8 meses de embarazo. Él estaba desecho. Solo hablábamos por teléfono, y su voz temblaba, su sentido se diluía considerando que esa vulnerabilidad le iba a cambiar la vida totalmente. “Cuídate por favor”, le llegué a mencionar, “No toques nada que no sea necesario para que tú tampoco te contagies”. “No me importa”, me llegó a decir,


“Total, estoy solo”. Silencio. Gracias. Mi pecho se estrujó, descubrí una verdad. Él está solo. En fin. Ni como reclamarle. Se murió su papá, estaba hecho pomada. Se acabaron los memes, las estadísticas que llevábamos a diario, el tema se tornó complicado a tratar con Él. Todo se volvió complicado con Él. Todo. Pinche abril, se sintió culero, se acabaron todas las reservas posibles, de ahorros, de cuentas, de deudas, de préstamos, de ventas, ¿y ahora? la renta no deja de pagarse, la colegiatura del colegio (que ahora me parece el colegio más caro del universo) tampoco, nos anuncian un aumento del 4% en las mensualidades, chinguen a su padre, la comida se acaba más rápido, los recibos de los servicios no paran, el panorama, ahora sí, se ve triste. Se siente triste. El aire está pesado. El ambiente, denso. El insomnio ataca. La cerveza se termina. La incertidumbre crece. La gente se empieza a morir. Las noticias de nuestro presidente indican, diariamente, que las siguientes dos semanas, serán las peores. Se empiezan a sentir. No las había visto claras, donde está ese privilegio. Dónde estará. Llegó mayo. Todos hartos, sin dinero, sin cervezas, sin esperanza, yo sigo creyendo que, si nos va a dar, que nos cargue la chingada por completo, pero parejo. A todos, que no quedemos ninguno, es demasiado estrés, es demasiado pesar, es demasiada incertidumbre, cada día las cosas no se ven claras, para nadie, en ninguna parte del mundo. Diez de mayo, día de las madres. Empiezo a ver, por alguna extraña razón, las cosas con más claridad, ya es hora de salir, ya es hora de abrazarnos nuevamente, es absurdo el encierro, es absurdo que nos creamos que no nos necesitamos sociales, que no necesitamos ese abrazo, ese cotorreo con nuestros amigos, por qué nos creímos que estaríamos bien aislados. Si no dejamos salir a los niños, el único ambiente en el que convivirán será el nuestro, los haremos inservibles con sus defensas. Debemos salir ya, y lo más pronto posible, porque la renta no se paga sola, porque como quiera nos va a cargar la chingada, si no es ahora, será mañana, por qué dejamos de vivir y de sobrevivir. Es absurdo. No lo entiendo, me releo, y noto que ni yo me entiendo con mis pensamientos. Mi paz mental no está bien, y estoy segura de que así estamos todos mis amigos. Voto por salir ya, voto porque la sanidad mental se considere igual de peligrosa que el Virus. Vamos por unos tequilas. Ahora.


Me quitaron mi tiempo Adriana Rodriguez de Zubieta

De un día para otro teníamos que quedarnos en casa. Mi casa la tuve que compartir en los horarios que solía estar a solas y en silencio. El silencio se esfumó o llegaba ya muy tarde cuando después de preparar la cena cerraba la puerta de mi cuarto y mi marido apagaba la tele. Mis tiempos de lectura fueron criticados por mis hijos.”¡Ay mamá tú lo único que haces es leer!” Mi marido que llegaba en la noche —porque él sí salía a trabajar—, a la hora que llegaba me preguntaba “¿Cómo te fue en el día?” Yo le contestaba “Bien” y muchas veces tenía ganas de contestarle “No tuve tiempo de hacer nada de lo que me gusta hacer”. Me quitaron mi tiempo. Tiempo de leer, de escribir, de estar en silencio, de meditar y no es que yo les haga responsables, tenía que ser la mediadora en esta situación de contingencia para que toda mi familia estuviera tranquila. Espero poco a poco poder recuperar ese tiempo para mí o tener la valentía de defender esos momentos, de poder darme ese regalo que es mi tiempo.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Turismo muerto Eunice Heras

Javier era un hombre que vendía de todo, su carisma y facilidad para hacer amigos le ayudaban. Había logrado llegar a un contrato de palabra con Pepe, su amigo y también socio. Pepe le vendía cajas de mango y manzana por mayoreo, eso significa que le salía mucho más barato. En la playa de Nuevo Vallarta, Javier era conocido como el señor de las mangonadas, esta era una playa pública, por lo que los turistas comenzaban a llegar desde las ocho de la mañana para apartar una palapa. Cuando el sol comenzaba a quemar más de lo normal, las personas se acomodaban bajo estas hermosas sombras paradisiacas, recostadas en camastros o sentadas en sillas de plástico con los pies enterrados en la arena, escuchando el golpeteo de las olas del mar. A esta hora de la mañana comenzaba el trabajo de Javier, se emocionaba cuando veía mucha gente, porque así, sus mangonadas se terminaban mucho más rápido. Caminaba por la arena, cargando una enorme canasta, preguntando a familia por familia si deseaban una rica mangonada. En ocasiones, le llegaban a pagar con dólares, esta simple acción, provocaba que Javier se sintiera aún más motivado para seguir vendiendo. Poco antes de la puesta de sol, la playa comenzaba a vaciarse, Javier salía a toda prisa para dirigirse al Malecón, uno de los lugares más bellos de Puerto Vallarta. Abarrotado de heladerías, bares, tiendas de artesanías, restaurantes y por supuesto, también repleto de turistas. En uno de los extremos del Malecón, había una plazuela con un quios-


co al centro, por las noches, la gente se reunía en este lugar para bailar salsa. Alrededor de las parejas, se formaba un tumulto, el cual no dejaba de observar los movimientos exagerados de cadera y las típicas vueltas, mientras la música parecía no tener final. Justo enfrente de la plazuela, estaba Javier, sosteniendo un enorme y resistente palo de madera con manzanas acarameladas insertadas en este. Podía llegar la madrugada y seguir ahí, hasta terminar con la última manzana. Se sentía muy agradecido con su hermano y cuñada, ambos muy trabajadores y alegres. María, su cuñada, limpiaba habitaciones en un hotel, cerca de Punta Mita, aunque todavía era una mujer joven, la rutina en ocasiones le resultaba demasiado ardua. Comenzaba por tender las camas, antes de realizar este primer paso, se percataba de que no hubiera prendas de ropa encima. Era una regla básica para las trabajadoras, si había prendas de vestir u algún otro objeto sobre las camas, estas no se tendían. Lavaba las tazas de baño, tinas y lavabos. Barría y también trapeaba. Siempre era muy cuidadosa cuando preparaba el agua para trapear, primero jabón de polvo, después algo de líquido aromatizante y al final un chorrito de cloro. Se escucha como si fuera una tarea demasiado fácil e insignificante, sin embargo, no era así. Si se le iba la mano con el jabón de polvo, quedaba una mezcla muy burbujeante, lo que ocasionaba, que, al frotar el trapeador por el piso, este quedara con rastros de jabón y sin brillo. De igual forma, si no vertía la cantidad suficiente de líquido aromatizante o de cloro, al final de la extenuante trapeada, quedaba un aroma raro, parecido al de un trapo húmedo, sucio y viejo. Javier quería y respetaba mucho a María, sin embargo, el cariño y empatía que sentía por ella, no se comparaba con el aprecio que sentía


hacia su hermano, Rodolfo. Un taxista con un horario muy alocado perteneciente al aeropuerto de Puerto Vallarta. Gracias a Rodolfo, Javier había decidido dejar Pachuca para irse a trabajar con él. Aunque llevaba poco tiempo de haber dejado su Estado natal, le estaba yendo relativamente bien con la venta de mangonadas y manzanas acarameladas. Su principal motivación, era juntar el dinero suficiente para abrir junto con su hermano y cuñada una paletería cerca de Sayulita. Sus metas no se limitaban, él pensaba en grande. Desde la primera vez que caminó por el Malecón, se enamoró del lugar, de la vista, de las enormes palmeras, del riquísimo olor a mar, de la constante llegada de turistas. Todo esto lo cautivó tanto, que su siguiente meta era abrir su propia heladería cerca del espléndido Malecón. Siempre con la ayuda de Rodolfo, pues su madre, desde pequeños les enseñó a no dejar de apoyarse. Desgraciadamente, estos sueños se vieron paralizados. De un día para otro, los turistas dejaron de llegar, Javier, ya no lograba vender ni la cuarta parte de sus mangonadas, tampoco de sus manzanas acarameladas. Al poco tiempo, debido a la pandemia, cerraron las playas, el Malecón y por consiguiente los negocios dejaron de abrir. A María la despidieron de su trabajo, pues a falta de huéspedes,cerraron temporalmente el hotel donde trabajaba. En el Aeropuerto, había más taxistas que turistas, la oferta superó a la demanda. Gradualmente, el turismo comenzó a morir. Como Javier, Rodolfo y María, hay miles de historias, dependen del turismo, viven de él. Dos veces a la semana solo desayunan una taza de café para ahorrar comida. Hasta ahora, han logrado sobrevivir de los ahorros, los que iban a ser destinados para el sueño de Sayulita y del Malecón. Juntos esperan el día de regresar a trabajar para empezar de nuevo. La incógnita de cuándo volverán a llegar los turistas, sigue siendo eso, una triste y amarga incógnita.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


SIN TI Claudia Montes de Oca Caceres

Salí corriendo, iría a buscarlo, esperando encontrarlo como siempre lo hacía. Nuestros encuentros eran por demás causales, pasaba enfrente de él, a veces sin verlo, dándolo por sentado. Ya no estaba, había escuchado que habían acabado con todo. Pensaba en cómo sortear las calles desiertas, sin tiempos y llegar a aquel lugar, temía no encontrarlo. ¡Se lo han llevado! Los visionarios, los temerosos, los que siguen las reglas. Yo siendo siempre lo que soy, una rebelde, lo había perdido quizás para siempre. Decidí entrar, me topé con esos ojos ansiosos por la misma razón que yo: buscándolo, esperándolo. -No nos queda desinfectante antibacterial, lo había perdido… serían las últimas palabras que escucharía antes de irme por una cerveza bien fría a pasar la contingencia sin ti.


Collage de Ximena Zertuche


Collage de Antonio Olvera


Tenía que salir a comprar una medicina que tomo regularmente. Tras reiteradas llamadas a la farmacia, me de-

cían que su mensajería estaba saturada, que tuviera paciencia. Pasados un par de días sin la pastilla, decidí que tendría que salir a comprarla a pesar de la cuarentena, era más peligroso dejarla de tomar. Luego de tantos días de no salir y sin echarlo a andar, era lógico que a mi coche se le hubiera bajado la batería. Así que opté por uno de estos servicios de plataforma que puedes pedir desde el celular. Salí a la puerta de la casa y esperé a que llegara. Transcurridos algunos minutos, llegó. Mi sorpresa fue que no traía conductor. Este llamó y me explicó que por la contingencia estaba trabajando desde casa, pero que ya con el avance de la tecnología lo podía manejar a distancia, que no tuviera desconfianza, que probara el servicio porque él necesitaba el dinero para seguir manteniendo a su familia. Con cierto recelo subí y me dejé llevar. Llegué a mi destino y agradecí a mi chofer, pero no tuve respuesta. Bajé del auto para entrar a la farmacia; de reojo alcancé a ver que el vehículo que acababa de abandonar arrancaba a toda velocidad, ignoraba la luz roja del semáforo en la esquina y acababa bajo las ruedas de un pesado camión. Mi chofer virtual se quedó dormido, llevaba 48 horas trabajando sin descanso.

Víctor Manuel González P.Y.


Libertad inefable Asael Lara

El tiempo está lleno de momentos entrañables que te marcan en ciertas ocasiones. Ese sentimiento de poder navegar libre por tu universidad de regreso a casa, de poder manejar por las noches apreciando la belleza de la ciudad, de las montañas, esa extraña sensación de sentirte libre sin recordar o saber que lo eres, donde también está ausente algo que te hace sentirte reconfortado y feliz, la tranquilidad. El miedo es natural, puede que tengamos miedo a qué pueda pasar, el futuro es incierto, la incertidumbre nos llena cada día más porque sentimos que es un pozo en el que caemos y cada instante que pasa percibimos que es un fondo sin fin. Un momento difícil como el que estamos viviendo hace que recuerdes esos momentos lindos, donde eras feliz y no te dabas cuenta por lo cotidiano que se sentía. Mientras esto pase, sin notarlo incluso, podemos agarrarle gusto a la espera.


Dibujo de Daniel Caleb


Sobreviviendo Lorena García

En Diciembre del 2019 escuchamos las primeras noticias de un virus en China. En una ciudad cuyo nombre al principio nos sonaba a platillo oriental y batallábamos para recordar y que acabó convirtiéndose en el ombligo del mundo por lo menos en lo que a enfermedades toca: Wuhan. Seis meses después es probablemente una de las palabras, junto con “coronavirus”, más mencionadas en el planeta y novedosas en el léxico vulgar. Dicen: “que si los Chinos, que ‘comen todo lo que se mueve’, se comieron un murciélago y este se vengó con la pandemia, que si la ‘reproducción’ y ‘distribución’, a propósito, en un laboratorio de no sé qué país, que si la naturaleza ofendida por el abuso y desconsideración a la que la sometemos diariamente, que si una conspiración de los llamados ‘Iluminatis’, los ‘reptilianos’ y no sé qué cosa más”. En fin, de dondequiera que haya salido en unos cuantos meses el virus invadió el mundo convirtiéndose en la primera pandemia conocida por los seres humanos que poblamos la tierra en este siglo. La anterior fue la Gripe Española en 1918, que, por probabilidades, no hay muchos testigos vivos que la recuerden. Yo recuerdo de niña haber escuchado que tal o cual tía abuela había muerto durante la Gripe Española, seguramente no había la certeza de que todas las defunciones correspondieran a la enfermedad y por eso se decía así, murió “durante” la gripe, y no murió “de” la gripe. Ahora alegan que en algunas actas, quizá muchas, de defunción aparece neumonía atípica como causa del deceso… Más allá de todo esto estamos frente a un virus, tan pequeñito que es imposible verlo sin instrumentos de laboratorio, pero tan grande e imponente que ha sido capaz de cimbrar el mundo, cambiando las formas de vida, las economías, alterando literalmente el universo y planteándonos, sin lugar a dudas, si tenemos suerte de sobrevivir con bien, un antes y un después. Como dijo algún funcionario público de México: “Terminará la jornada de sana distancia, pero ya no volveremos a la normalidad, por lo menos no


como la conocíamos”. Se queda el cubrebocas, la distancia física, el miedo, la sensación de vulnerabilidad y como dice el poema de Mario Benedetti: “Comprenderemos lo frágil que significa estar vivos”. Nos queda de herencia de la pandemia, repito si la sobrepasamos, una situación económica fatal, inestabilidad social y política, inseguridad y no sé cuántos males más que parecen salidos de la caja de Pandora que, como cantaba el argentino Alberto Cortéz “guardaba los males del planeta, no escapó la esperanza en buena hora”. Yo me aferro a la esperanza y con otra estrofa de Benedetti que por optimista no deja de ser hermosa: “Cuando la tormenta pase te pido Dios, apenado, que nos devuelvas mejores, como nos habías soñado”.


Encierro y mi vieja amiga ansiedad Clara Alfaro He perdido la cuenta de los días que llevo en casa y de lo difícil que me ha sido esta situación, a lo largo de esta cuarentena he vivido, visto y oído cosas que creí nunca poder ver. Cada fin de semana veo detrás de mi pequeña ventana y en mis redes sociales como las personas salen, hacen fiestas en sus casas, como ríen, como gozan, y yo hace dos meses que no veo a mi familia reunida, extraño reír con ellos, extraño a mi pequeña sobrina y a mi primita correr por la casa y deleitarme con su risa y su habla al jugar con ellas, el olor de la comida recién preparada que hace que nos sentemos todos a la mesa. Veo en las noticias como las personas hacen largas filas sin medidas preventivas para poder comprar alcohol, pasteles, pizzas, solo porque ponen un insignificante anuncio de descuentos. Esto me hace cuestionarme, ¿un descuento por cosas materiales y viciosas vale más que un descuento en la vida? ¿Qué acaso no se puede vivir y disfrutar sin tener que arriesgar la salud de las demás personas? Veo como los casos aumentan, y de pensar en mis parientes que trabajan en el sector salud, siento el temor de que puedan un día contagiarse, ¿cuándo acabará todo esto? El encierro me ha hecho querer en algún momento perder la cordura, las paredes me asechan como lobos hambrientos queriéndose alimentar de mí y de la poca paciencia que me queda para seguir sin ver la luz del día. Siento la angustia de mis padres, pensando en que no nos haga falta lo necesario, en sus trabajos, en su sueldo, y sobre todo en la salud mía de y de mi hermano por encima de la suya. En estos momentos quiero un abrazo, que no me suelten, y que me digan que todo estará bien así sea verdad o mentira. Mi vieja amiga ha regresado, esa amistad con la que creí haber acabado hace ya mucho tiempo, ha vuelto queriendo de nuevo cumplir su misión, acabar conmigo. Ansiedad, regresaste, y lo hiciste en el peor momento, cuando sabes que soy vulnerable cuando se trata de estar entre cuatro paredes, sin contacto, ni alguien profesional que me pueda ayudar. Regresaste cuando supe que mis clases ya no serían presenciales, cuando pienso en que no veré


a mis amigos durante mucho tiempo, haces que colapse y que mis ganas de querer arrancarte de mi ser se hagan mucho más grande. Vieja amiga, de una vez te lo digo, que te he vencido tantas veces, esta no será la excepción. Atácame, atácame con todo lo que tengas, con sudor, con lágrimas, con presiones en el pecho, con hacer que mi cabello se caiga, y que me sienta débil, usa todo lo que tengas, que he aprendido a tenerte en mi vida, he aprendido en estos días de encierro que todo esto es una prueba más de la vida para seguir luchando contra ti y contra todo lo que se oponga en mi camino, vieja amiga ahora estas aquí instalada de nuevo en mi mente, pero ten por seguro que solo es temporal. Quisiera ver de nuevo mi facultad, nunca creí querer regresar a estudiar. Me hace falta ver y escuchar a mis maestros, y sentir como te transportan a un mundo lleno de conocimiento, cuestionar lo que sabes, y cuestionarte si lo que eres ahora, eres realmente tú mismo, quiero más que solo escuchar en una aplicación, un celular y una pantalla. Aunque, no todo es un calvario, estos días también me han servido para estar más cerca de mis padres y hermano, pero sobre todo de mí misma, pensar en cambiar, dejar de querer reparar cosas irreparables y dejar de creer que todo lo que hago está mal y pensar en el valor que tengo como mujer, como hija, como amiga, básicamente encontrar mi valor personal. He descubierto talentos ocultos, me he dado cuenta también que no he valorado tantas cosas que parecen tan pequeñas, pero que tienen un valor enorme, como escuchar los relatos de mi abuelo aun así ya me los haya contado 100 veces, yo escucho atenta a lo que con tanto gusto me relata. Lo más impactante es que he aprendido a valorar las pequeñas cosas de la vida cuando podía salir, valorar poder ir a la facultad, entrenar en el gimnasio, platicar y reír con mis amigos, tener a mi familia reunida como hace ya dos meses, vestir y salir con mi ropa favorita. Tengo aún esperanza en que todo eso volverá y que cuando esto termine, abrazaré a mi familia, a mi sobrina, abrazaré a mis amigos y a todas las personas que no he visto, y que amo con toda la fuerza de mi alma, sé que no será ni hoy ni mañana, ni tal vez pronto, pero seguiré aquí luchando con el ENCIERRO Y MI VIEJA AMIGA ANSIEDAD.


Still de video Devorando d youtube.com/watch?v=t7sCcK


de Adela Inés González. ( https://www. KDJTyg&t=2s)


¿Qué vas a querer después de la cuarentena? Ernesto Anqui

Todas mis conversaciones matutinas llegan a ese punto, la pregunta que siempre dejo sin respuesta por el resto del día, a veces creo que es lo mejor, no mirar el celular para no tener que contestarla es una especie de pacto silencioso que se rompe hasta el día siguiente. Siempre inicia de la misma forma, un: “Hola, ¿cómo estás?” “¿Qué has estado haciendo?” “¿Todavía no te aburres?” como un ligero preludio de la situación actual y luego, un salto en el tiempo, a los inestables terrenos del futuro, las personas siguen preguntándome: ¿Qué vas a hacer después de la cuarentena? ¿Qué quieres cuando todo esto pase? No quiero decirles lo que quiero. Quiero encontrar un hogar, por si esta pandemia u otra volviese a encontrarme, que me encuentren en un lugar en el que sí quiera estar, un lugar que se sienta más como una fortaleza y no como una prisión de la que tengo que pagar alquiler. Quiero visitar la casa de mi mamá, lavar la interminable pila de trastes que me advierten que estamos todos en la casa y que desayunamos juntos, secarlos y devolverlos a su lugar en la alacena, solo para ver a mi mamá al poco tiempo sacarlos otra vez para preparar la comida, mientras me dice con quien se encontró en el mercado y los nuevos chismes que hay en el barrio desde que me fui. Quiero ver a Cristina prepararse el café, antes de irse a dormir. Quiero que me abrace por la espalda como antes, sin preocuparme por nada, voltearme hacia ella con el propósito de hacerla sentir bien, con un beso en los labios, con un “te amo” que no tenga que significar que, porque estoy seguro de sentirlo. Me quedo a kilómetros de distancia de ella para protegerla, y lo único que hago, a diario, es tirarme al piso mientras pienso y escribo todo el tiempo sobre ella. Quiero acostarme en la misma cama, hacerla llegar al orgasmo, y después, en medio de la noche, acercarme lo más que pueda a su espalda y abrazarla como si no tuviésemos que separarnos nunca más.


Quiero volver a platicar con los míos, con mi raza, saludarlos con un apretón de manos y un choque de hombros, quiero volver a andar por el barrio, escuchando las historias que nacen y mueren en él. Quiero ir a más fiestas y menos funerales, que cada calle cerrada con una carpa o una lona, sea mi lugar favorito para mover el cuerpo de formas ridículas, reír entre tragos y no que sea el lugar a dónde voy a depositar mis condolencias, solo por unos minutos, sin un cuerpo presente, sin una última imagen, sin poder decir adiós. Quiero volver a montar el techo de un tren, agarrado de un extraño, confiarle mi vida y mis secretos, escribir algo mientras viajo en el metro, estallar en gritos y carcajadas a las 3 de la mañana, amanecer con resaca, rifarme un tiro, rayar una pared. Retar lo inevitable. Quiero dejar de tener que asomarme a la ventana cada vez que llueva, cada que haya sol o mucho viento, cada que esté muy frío o que esté templado para saber por qué cada día es diferente. Quiero volver a estar afuera, para anhelar volver a algún lado, para seguir en el viaje, sin pensar en el destino. Quiero todo, y pienso en todas las cosas que están en la lista, en todos los propósitos que me repito cada año, pero esta vez, en vez de lanzarlos en una cuenta regresiva, voy a lanzarme a mí mismo al vacío, con esa lista dentro de mí y lo poco o mucho que haya en mis bolsillos. Me levanto de la cama, anoto otra raya en la pared, pero sin contar cuántas llevo desde que inició el encierro. Me visto despacio, porque tengo prisa de tener lo que quiero, para después de la cuarentena.


La Cotidianidad en tiempos de cuarentena José Ricardo Galván López

Despertar en la mañana, tal vez un día más en la nueva realidad que vivo y que viven muchos más, levantarse para las clases mientras tus padres se van a conseguir el pan para mantener la solvencia económica en tiempos de crisis; trabajar aquello que los maestros y doctores nos dejan para poder aprender a diario, puesto que la estrategia y todo lo que involucraba a la Universidad ha cambiado. Acaba la clase, todos se van pero en realidad nunca se fueron, solo nos vimos por una cámara, pero nadie ha salido de sus hogares. Hora de trabajar, la computadora y los desvelos son los acompañantes más fieles para nuestra educación mientras ideamos maneras de poder obtener una calificación aprobatoria. La hora de comer nunca fue tan repetitiva, las noticias a diario presentan el panorama de la crisis del mundo mientras mencionan las constantes medidas de protección de quienes tengan que salir de sus casas, todo con el fin de protegerse a sí mismos y principalmente a sus familiares; observamos a las figuras de salud hablar del progreso de México durante la pandemia. Acaba la comida, todos recogen y limpian para volver a sus labores, mis padres vuelven de su trabajo mientras yo me alegro en silencio de que cada día que vuelven, lo hagan sanos. Debo volver al trabajo, las semanas se están acabando mientras el final de semestre vislumbra dificultades y preocupaciones, pero debemos acabar los proyectos si queremos pasar al siguiente semestre. Todo acaba, el tiempo libre de la tarde debe comenzar otra vez, las redes sociales me acompañan mientras espero que el tiempo pase para llegar a la noche, hablar con amigos y poder descansar, he de admitir que jamás pensé -y creo que nadie más lo hizo- que


este sería el panorama de un 2020, ocultos en la casa para poder estar bien, mientras cada día pienso que es un día menos de cuarentena, o por lo menos esto me mantiene a flote en los tiempos de crisis, ansiedad y aburrimiento, pensar durante las tardes se ha convertido en una de las actividades habituales, puesto que pensar lo que podría estar haciendo en este momento o incluso con quienes podría estar si es que las cosas no hubiesen terminado de esta manera, esto solo me hace apreciar a las personas que nos rodean y que de repente, dejamos de ver. En fin, el día termina mientras intento dormir, el insomnio es mi compañero de noche y parece que simplemente no se irá en un buen tiempo, así que debo acostumbrarme cada vez más a dormir 5 o 6 horas para levantarme a clases; no he perdido la esperanza y comprendo perfectamente que al final del camino, todo saldrá bien, pero en esta época he abrazado el sentimiento de estar encerrado en casa con mi familia. Pensar cómo mis padres se esfuerzan para que tengamos la solvencia económica, cómo mi hermana debe trabajar a diario ayudando a sus alumnos solo me ayuda a percatarme del mundo que me rodea y de valorar a quienes están en él. Al día siguiente me despierto, después de haber pensado en mi familia y me preparo para las clases, un nuevo -e igual día- me espera, quizá este sea distinto o por lo menos, eso espero…


nos extraĂąamos... las conversaciones, los afectos, la substancia entonces, como si fuese un intento de antemano fracasado (o no tanto, pero si) a sabiendas de que es una presencia incompleta, muy limitada en comparaciĂłn con la verdad de los cuerpos, caemos en la cuenta que desde la red no es igual, que algo falta o bueno, parece que intentamos entenderlo...

ERROR 404 Enrique Ruiz












LOS HUECOS Decidí alejarme de muchas personas para acercarme más a mí. De manera muy egoísta pero urgentemente necesaria, empecé a recoger los pedazos de mí que dejé en otras personas como para volver a armar el rompecabezas de lo que soy. Recogiendo mis migajas he estado rellenando los huecos que se hicieron al darme y que me convirtieron en alguien que me costaba reconocer. ¿Qué tanto de lo que soy, soy yo? ¿Qué tanto soy tu?

EL LENGUAJE DEL TACTO Después de 2 meses y algunos días empiezo a reconocer que existe un lenguaje del tacto. Me hace falta tocar, me hace falta abrazar. El distanciamiento social me ha revelado lo que tocando se dice sin palabras... lo que digo al tocar, lo que hablo con un abrazo, lo que grito con cercanía y la salida de mis emociones estando cerca de quien quiero estar. Puedo funcionar de manera objetiva, racional y fría, pero al momento en que un intercambio personal ocurre a nivel de sentimientos, mi cuerpo y mi piel demandan contacto. Mi piel quiere sentir, la energía del sentimiento exige salir y encontrar la energía del otro. ¿Qué hay de esta necesidad de contacto? Con miedo, llena de dudas y tal vez de ignorancia, empecé este encierro sin tener contacto ni con la familia con quien vivo en casa. Sin


abrazar, ni besar, de lejos decía “buenos días” o “buenas noches”. Tenía miedo que al acercarme estuviera poniendo en riesgo a la otra persona. Poco a poco fui dándome cuenta que mi necesidad de contacto era mayor que la preocupación por esa irrealidad de contagiarnos familiarmente sin saber. Empecé besando en la cabeza, ahora abrazo, aprieto y no suelto el tiempo que sea necesario para que la energía del amor salga de mí y se deposite en el otro. Es una necesidad de sobrevivencia, tal vez emocional, pero hasta cierto sentido fisiológica, física y 100% primaria. Ayer vino Chela. Cuando viene, hay que pausar el mundo para estar con ella. Es algo muy especial. Pauso el mundo para escuchar, hablar y disfrutar del tiempo que comparte conmigo. “¡Qué aburrido está así!” (Sin podernos abrazar al saludarnos o despedirnos). Por la confianza y transparencia con la que podemos hablar, inevitablemente tocamos fibras sensibles al platicar. Así me doy cuenta, que cuando habla el corazón, no solo se vale de palabras sino también del tacto. Y no es el lenguaje corporal, es el lenguaje del tacto; el intercambio de información que solo se da al tocarnos. No estoy lista para salir de aquí si al salir no puedo tocar y abrazar.

Gloria Cárdenas


Se me escurre la vida Laura Delgado

A veces siento que no hay escapatoria. 4 paredes y la imaginación no me alcanzan para mucho. La monotonía describe mis días. Me he olvidado de la TV, que sea ha vuelto una repetición de las mismas palabras, pero con cifras distintas. El encierro se me ha vuelto mental, y mi mente a veces va a mil por hora. Las preguntas sin respuesta como olas me vienen a la mente, y se quedan ahí como enredadas por días, trato de ignorarlas pero en ocasiones me aprietan tan fuerte que comienzo a sentir a la muerte que me toma del brazo y me asusta con sus susurros. Y grito tan fuerte pero nadie parece oírme, le ruego a Dios perdón por mis pecados, solo en las horas en que me siento pérdida. Luego la muerte se va, y me deja tranquila por algunos días. De un tiempo para acá he comenzado a dormir mucho "me gusta soñar", es lo que me digo, pero me parece que hay algo más, no son mis sueños de libertad los que me obligan a dormir, es la carencia de ella en la vida "real". "Está bien no querer hacer nada", lo he leído en Facebook, y me he identificado tanto con ello," “está bien no querer hacer nada", me lo vuelvo a repetir cuando me siento sin ganas, y me parece que la vida es una repetición. Estos días me han parecido extraños, veo por la ventana y me pierdo viendo las montañas y los árboles, me parecen más verdes que antes. Últimamente el almuerzo sabe insípido, pero no es sal lo que le falta, es la compañía.


LOS PERROS NO SE MUEREN Mayla Galilea Humanidad en peligro de extinción. Lo leí en redes sociales, lo escuché en las noticias, y es lo que veo como titular en algunos artículos. Se grita entre los rincones del Internet con la intención de incrementar un poco más este caos. PANDEMIA. Así, todo en mayúsculas. Lo veíamos como algo tan lejano que solo sucede en países remotos. En aquel entonces no era más que una palabra sin importancia porque nosotros aún podíamos ir a la escuela y al trabajo. Pero cuando el tema de conversación ya fastidiaba nos dijeron: ¡No salgan de casa! Y yo llevo casi ochenta días encerrada. Las cadenas de oración que comparte mi tía no servirán de mucho. Al parecer terminaremos muertos por una gripa que no se cura con una consulta en la farmacia ni con remedios naturales. Pero dice mi madre que intentemos verle el lado positivo al asunto. Yo comento, casi a modo de burla, que al menos los perros no se mueren de esto. Explicaciones científicas existen, pero prefiero creer que el universo les ha concedido inmunidad absoluta porque son lo único bueno que nos queda en tiempos de crisis. Sí, concuerda mi padre mientras pone un vídeo de perritos. Sonrío, aliviada de no escuchar más notas sobre las complicaciones del virus, ni de cómo la fiebre confunde y los escalofríos sacuden y la tos asfixia y la gente muere. Llevo casi ochenta días sin salir de casa. Por un momento se nos olvidan los pesares. Cenamos bien: envueltos de mariscos con lechuga (ensalada de atún), porque la despensa aún tiene mucho para dar. Estas latas que nos mantienen llenos también despreocupan.


Sabemos que pronto llegará el remedio. En Semana Santa habló la abuela para anunciar dos cosas. Primero, Jesús ha resucitado; segundo, hay que dejar de darle tantas vueltas al tema pandémico. “Ya no se preocupen tanto”, dijo. La abuela. Sería la primera en morir. Su sistema inmune no soportaría las complicaciones de la enfermedad. Lo cierto es que, si el respirador se disputara entre ella y cualquier veinteañero insoportable, nosotros ya conocemos el resultado. Poco tiempo les duraría el esfuerzo a sus pulmones. El principio de vidas-por-completarse acatado en hospitales la deja en clara desventaja. ¿Nos darían el cuerpo? Al menos nuestras únicas preocupaciones son las clases en línea, el no poder ir al cine y extrañar las calles del Centro. Al menos todavía nos queda una pizca de humor negro, y es que los temores de la juventud siempre se transforman en memes que sigo viendo a altas horas de la noche cuando ya debería estar dormida. En realidad, todo se traduce en miedo a la incertidumbre. Con el tiempo nos hemos acostumbrado a vivir en un sumidero de preocupaciones; caen los días como la lluvia, pero seguimos encerrados. Quiero creerle a la abuela cuando dice que rezando podremos superar nuestras adversidades. Perdónanos, Dios, hemos pecado: no guardamos distancia el día que hicimos compras. La tienda estaba llena y la fila desordenada; las personas discutían por llevarse un six de cerveza. Hay una alarma que resuena en mi cabeza y anuncia peligro inminente. Pretender que no tiene importancia sería poco inteligente de mi parte. No nos quejamos. PANDEMIA con mayúsculas nos ha traído vídeos virales, camiones llenos, y mascarillas personalizadas. Nos convencemos todos los días de que pronto llegará el remedio. Mientras tanto, es bien difícil no inquietarse. Al menos los perros no se mueren.


FotografĂ­a de B


Brenda Guardado


La pandemia como anillo al dedo Eduardo Sañudo Soules

La pandemia de ahora, y la cuarentena impuesta, nos genera un exceso de ratos de ocio que no siempre son creativos; pueden invitarnos a reflexionar y … perdiendo la concentración sobre asunto que la merezca, dejamos que ‘la loca de la casa’ vuele sin rumbo asesinando sin piedad las horas, perdiendo el tiempo que los santos lloran. Lo que hoy está más presente en el ambiente es la muerte que, si antes era producida por los malitos y por los malhoras, ahora se las achacan al maldito Covid-19, un pobre virus recién nacido que no tiene quién lo defienda y del que nosotros tampoco tenemos modo de defendernos. El caso es que últimamente he tenido a la muerte bien presente en la mente. Cada vez que oigo noticias en la tele, en las que sin cesar machacan que se van a morir quienes padezcan de diabetes, cardiopatías, padecimientos respiratorios, sean hipertensos, hayan llegado a viejos o estén embarazados, ¡me doy por muerto! Cumplo con cinco de seis condiciones, y con solo cinco porque la sexta -en mi caso-no aplica. Casi todos los vivientes mueren solo una vez, pero algunos ya tenemos de ella alguna experiencia por aproximación: hace casi dos décadas regresé de la frontera de ‘esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno’, porque en un accidente quirúrgico en el que me daban por muerto, me retacharon de la aduana porque no traía la visa en orden. De esa puerta que no me fue abierta regresé con un sueño de muerte que me tuvo confuso varios días, pues soñé tan vivamente que había muerto, que podía haber jurado haber oído a mi hijo leerle a sus her-


manos el acta de mi defunción; y solo volví a sentirme vivo cuando uno de los médicos que me atendieron, amigo desde la juventud, tuvo la paciencia de responderme con detalle la pregunta idiota que le hice: “¿Me morí, o qué?” Y no sin trabajo me convenció de que más bien ‘qué’. Andando el tiempo de esta vida extra, o tiempo extra de aquella misma vida, me ha dado por meditar que fue por algo que no entregué el equipo: seguramente porque Dios no quiso pedirme cuentas nomás de improviso. ¡Tanto Yo despilfarrado! ¡Cuánto cabo suelto! ¡Qué multitud de omisiones culposas superadas solo por la infinitud de actos culpables que debieron haber sido omitidos! Y en otro plano, ¡cuántos libros no leídos en mi desordenada biblioteca, proyectos de lectura que nunca se me dio realizar! ¡Cuánta música congelada en discos y no vuelta a oír en años! ¡Y cuánto tiempo sin oír poesía! En fin, que por mucho que se estire este pilón de vida que hoy disfruto, no alcanzaré ni de lejos a enderezar tanto entuerto ni subsanar significativamente el piélago de mi ignorancia, pero ai’voy, y hasta’onde tope. Lo que sí se me ha dado es confirmar que la vida es bella. Claro que no en el sentido de la Belle Époque, y menos aún de la Dolce vita, sino porque me he aproximado a vislumbrar el Amor de Dios y Su Belleza, resplandor de la armonía entre Su Verdad y Su Bien. Mi esposa, que desde hace sesenta y pico años se entregó en cuerpo y alma a la familia que formamos, las dos últimas décadas se ha dedicado en alma y cuerpo a cuidarme. El susto que le di al casi morirme no ha podido borrárselo ni el tiempo. Por eso ahora me ama un poco como esposo y un mucho como hijo; y yo, que siempre la he amado como recién casado, he aprendido a amarla un poco como recién nacido. Nunca es tarde para comprender por qué se dice que el amor conyugal no se acaba con el paso del tiempo, sino que sigue creciendo y se transforma: es porque los hombres, en el proceso de ir haciéndonos viejos, nos vamos patraseando hacia la infancia por miedo a la muerte. Quizá porque intuyo que la muerte me ronda de cerca, me vino a la cabeza imaginarme cómo iría a ser mi propio funeral. Y me acordé de uno al que asistí por ‘compromiso social’ en una funeraria repleta de ‘relaciones sociales’ que más parecía que asistían a una fiesta de carnaval disfrazados de luto. La peste del tabaco se percibía desde fuera del recinto; el murmullo (más propiamente vocerío) de las pláticas de los chistes verdes, apagaba por completo el murmullo (más propiamente sonsonete), de algunas señoras que recitaban el rosario en la capilla


cercana; en la cocineta donde se ofrecía café y galletas el argüende iba en serio, mientras en la penumbra de otro cuarto tapizado de coronas de flores, bajo un dosel presuntamente suntuoso, cuatro cirios hacían guardia al lujoso ataúd donde yacía el cadáver, al que algunas personas -previo cambio oportuno del semblante-, con gesto adusto se acercaban de vez en cuando a constatar que el muerto allí exhibido era con quien habían ido ‘a cumplir’. El muerto estaba ahí, disfrazado de vivo. Rasurado y sonrosado, mejor y más de lo que estuvo en vida. Vestido con su más elegante traje oscuro, camisa blanca y corbata gris, lo habían presentado con mejor gusto del que acostumbraba él mismo cuando se arreglaba para salir a fiestas. Aunque solo su cabeza y parte de su pecho podía ser vista a través del vidrio de la ventana que cubría un tercio de la caja, ¡capaz que hasta vestía calzones, pantalón, calcetines y zapatos; estos últimos, por supuesto, rechinando de limpios! [Trabajo me costó rechazar la imagen imaginaria de cómo estaría el contenido de esa caja, tan bien aliñado ahora, al paso de unos años y una generación de gusanos.] El muerto estaba quieto, fingiendo que dormía. Pero su fingimiento no era cosa de él sino de sus deudos, quienes según los usos y costumbres aseguraban que el muerto no estaba del todo muerto, pues seguiría viviendo para siempre en sus corazones. ¡Vaya pues! Y decimos que los mejicanos nos burlamos de la muerte en dulces, juegos, canciones, caricaturas y conversaciones. Sí, porque nos cuesta mucho asumir la muerte, aunque el muerto sea el otro. Yo imaginaba que cuando asistiera a mis exequias -claro que como cadáver-, me gustaría que me guardaran en una caja negra, de cartón o madera ligera, que más que un estuche fuera un empaque provisional. Que tuviera una abertura por donde pudiera confirmarse que era yo quien estaba dentro; abertura que debiera permanecer cerrada pues no tendría sentido que los curiosos me vieran amarillo y seco, amortajado y con solo el rostro al aire. ¡Qué decepción tendrían al verme muerto y con aspecto de muerto! Seguro que no faltaría quien pensara en silencio “qué friega le puso a la viuda, con su agonía tan prolongada…” Y si alguien más caritativo murmurase una oración en sufragio de mi alma, de nada serviría que me mirara, pues no podría mostrarle una sonrisa complaciente. En fin, tomen nota los herederos de mis compromisos: a mi cadáver


amortájenlo con una sábana blanca; empáquenlo en una caja negra de cartón o madera barata; les suplico no hacer propaganda alguna de mi muerte y no conservar mis pertenencias de uso personal por más de un día; todo lo demás que no necesitaré en la otra vida, se lo dejo a mi esposa, con la confianza de que alguna o varias misas pedirá que se celebren por mi eterno descanso. [Aunque yo sé que al fin y al cabo harán lo que se les antoje.] Para un funeral austero, como dijo López para su 4T: “esta pandemia me vino como anillo al dedo.”


El vecino chino Martha Sañudo

- Mamá ¿ya viste que tenemos nuevos vecinos al lado? - Sí, ya los vi. - Yo creo que son coreanos. - ¿Por qué crees eso? - Porque tienen los ojos jalados y traen una camioneta KIA. - Pues estás equivocado; son chinos. - Mamá ¡qué miedo! Deben de ser coreanos, ¿cómo sabes que son chinos? - Porque al llegar del supermercado coincidimos en las cocheras y les pregunté. Me dijeron que son chinos, y que vienen de vivir varios años en Houston. - ¡¡Ya te pudieron infectar!!! Y, ¿cómo hablaste con ellos? ¿en chino? - Sí, les dije, ¿juchu kua tiiiii ma cho chi tu m ajo ti con ku chi Monterrey? - ¡Mamá no inventes! ¡Tú no sabes hablar chino! - Tienes razón. La verdad es que les hablé en español, luego cambiamos a inglés. Hablan bien inglés y más o menos bien el español. - ¿Y no te dio miedo? ¡Debes cuidarte! ¡Te pueden infectar! - Hablamos de cochera a cochera, a más de 3 metros de distancia, y con los cubrebocas puestos. El virus no brinca, no me pudieron infectar. - Pero el virus viene de China, no debes hablar con ellos. - El virus se originó en China, pero ahora está diseminado en todos los países. Puedes hablar con todo el que tú quieras, con respeto y amabilidad, a 3 m. de distancia y el cubrebocas puesto. No importa de qué país sean, ni cómo sean sus ojos. - ¿Viste que tienen un niño? - Sí, es de tu misma edad. También tienen un perro. La señora me saludó amablemente pero se metió a la casa y hablé sobre todo con el esposo; me dijo que vino a trabajar a Monterrey en una industria de electrónica. - ¿Qué perro es? - Creo que es como un Cocker Spaniel, similar a nuestra Lola pero más pequeño.


- Ya lo vi yo también, es café, pero no lo he oído ladrar. ¿No se comen los chinos a los perros? - Hijo, ya estás grandecito para hacer generalizaciones tan burdas. ¿Crees que una familia como la de al lado se van a comer a su mascota? Casi nadie se come a sus mascotas. Es como si tu tío Hugo, que es charro, se quisiera comer a su caballo porque pasó tiempo en Francia y tú sabes que algunos en Francia sí comen carne de caballo. Ahora por favor ayúdame a meter estas cosas al refrigerador y dime, ¿qué quieres comer? - Pizza - Necesitas verduras frescas. ¿Qué tal sopa de zanahoria y después pescado con arroz y brócoli al vapor? - ¡Pobre pescado! Tenemos en la pecera a Pinto y a Lucy, seguramente son los primos del pescado que me quieres dar a comer. Mejor pizza y no le haces daño a ningún animal. ¿Puedo jugar con mi Xbox? - No hasta que termines tu tarea. ¿Qué tienes de tarea? - Yo qué sé, mamá, ¡es un desastre! Entre que me envían una cosa en línea, que me lleva a una liga que no abre, y un documento con mil pestañas, en serio, ya no entiendo nada. Además, el mundo se va a acabar con todo esto del virus, ¡qué importan las matemáticas si el mundo ya se va a acabar! - Trae tus libros a la mesa y me acompañas mientras preparo la comida. - ¿Cuándo se va a acabar esta cuarentena? ¡¡¡Ya quiero ir a la escuela!!! - No me digas que ahora resulta que sí te gusta ir a la escuela. - Pues no estaba tan mal, y sobretodo lo más padre era ver a mis amigos. Y bueno, el recreo, el futbolito… ¡hasta extraño ir a la biblioteca! - ¡Ya ves lo bien que nos está haciendo la cuarentena! ¡¡¡Extrañas ir a la biblioteca!!! Me da mucho gusto que comprendas lo interesante que son los libros. Allí arriba tenemos como 100 libros, deberías leerlos en lugar de jugar tanto al Xbox. - No entiendes nada. - ¿Qué es lo que no entiendo? - Que no son los libros lo que extraño; es el ir a la biblioteca y estar allí, el olor, el ir con los amigos y perderte en los pasillos, reírte y que te regañen…. ¿Cuándo vamos a regresar a la escuela? - No está muy claro. Depende de cómo nos cuidemos y cómo se vayan dando los contagios. Quizá en agosto podrías regresar a la escuela, si no movieran el programa escolar. - ¡Falta muchísimo! ¿Qué voy a hacer todo el verano? No habrá campamento de verano, ni puedo ir a practicar basquetbol al club, nada de


nada. ¡¡¡Esto está horrible!!! - Puedes ir a practicar básquet a la canchita de la esquina, con tu hermano. - Pero me aburre ir a hacer tiros con mi hermano, yo quiero jugar de veras, son los juegos lo más padre del básquet. El estar sudando con los amigos, la emoción de ganar en el último momento… o el coraje de perder. El cansancio de los últimos segundos… donde parece que el tiempo se acaba y ¡¡¡pazzz!!! metes una canasta y te sientes feliz. ¡¡¡Ya quiero que termine esto!!! - Saca tus libros y mira en la ‘compu’ para que veas qué tienes que hacer. - Mamá, acaba de pasar el niño chino con su perro rumbo al parque. ¿Puedo sacar a Lola a caminar? - Sí, pero no debes de estar cerca del niño, ni siquiera cuando saques a Lola. ¿Está claro? - ¿Ya ves? ¡¡¡O sea que después de todo sí le tienes miedo a los chinos!!! - Sí, le tengo miedo a los chinos, franceses, norteamericanos, saltillenses, regiomontanos y a tus primos hermanos que no cuidan la distancia. No puedes acercarte mucho al niño chino ni a los mexicanos que anden en el parque. ¿Entendido? - Yo solo quiero darle la bienvenida al niño. ¿Te imaginas llegar a una colonia y que nadie te salude aunque se encuentren en la calle? Ha de pensar que llegó a una colonia fantasma donde no hay nada de nada, ni un solo niño con quién jugar en el verano. - Toma a Lola y prométeme que guardarás tu distancia. Y llévate tu bolsita de plástico y te pones el cubrebocas. ¿De acuerdo? - Claro, mamá, al rato regreso. Voy a tratar de hacerme amigo el niño chino y preguntarle si juega básquet. Capaz que en agosto resulta que va a la misma escuela que yo. ¡La vida es loca! - Sí, la vida es loca, y bella. Te espero para comer.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Último mes del año, donde todo parecía ir bien, o mejor dicho, se veía algo mejor, después de haber tenido un año algo pesado o difícil para muchos, o hasta extraños sucesos que no tenían explicación. Como ese lugar que no podía encontrar, que nunca me llamaron, ni siquiera para una pequeña entrevista de “trabajo”, además de ese hospital donde al final no se pudo por ya tener el tiempo encima. Esos correos que nunca me contestaron, ni mucho menos el de ese hotel que me había llamado mucho la atención, y ya me había visto allí. Era muy extraño todo, pero si solo estaba buscando un buen lugar para realizar mis practicas profesionales y ya por fin terminar la universidad, aunque estaba buscando con muchos meses de anticipación, nada salió; no creo que les haya parecido tan malo mi curriculum como para no ser capaz de hacer trabajos que al final ya había aprendido en las clases. Mientras iban pasando los últimos días de diciembre, se empieza a reportar un extraño virus en el país oriente de China. Unos pocos casos de una rara enfermedad, con síntomas parecidos a una gripe común, pero agregando fiebre y otras señales. Realmente esto se veía muy lejano, pues estando al otro lado del mundo era difícil que llegara. Después de todo, al final no quedó otra opción que hacer la famosa investigación. Que luego, viéndolo bien, como que alguien sabia que esto se avecinaba, porque este trabajo fácil-


mente se podía hacer desde casa, solamente contar con una computadora e Internet y saber escribir e investigar. Primer mes del nuevo año, a medida que iba avanzando, se reportaban cada vez más y más casos de ese virus en aquel país, pero todo parecía bajo control. Era como si fuera mucho mejor que estuviera aislada, que estarme exponiendo en plena cuarentena y con un virus tan fuerte como el actual, o peor aún, podría perder otro semestre o simplemente se hubieran anulado esas prácticas. En febrero las cosas empezaban a ir mal. Primeros casos del ya famoso virus nuevo y que ya tenía un nombre: “coronavirus”. Estaba atacando a la humanidad y que, con tal vez millones de casos en el mundo, ya se había convertido en pandemia. Se estaba haciendo presente en el país, y en marzo, un poco después de mitad del mes, es donde definitivamente ese virus estaba entre nosotros y donde el gobierno decide que estaríamos mejor en nuestros hogares y dejar nuestros trabajos y escuelas y otras actividades que estamos acostumbrados a hacer por un par de meses. Ya no iba a ser lo mismo. Medidas como uso de cubrebocas, gel antibacterial o lavado de manos con agua y jabón y la frase representativa de la “Susana Distancia”, que quería decir que no estuviéramos tan cerca los unos de otros, al menos a 1 metro y medio, y el saludo de mano o de beso por ahora, necesitábamos evitar. Los días fueron pasando desde los últimos días de marzo cuando ya todos estábamos en casa. Pasaba lento. Muchos ajustando sus rutinas, aunque tal vez a algunos les hizo un poco bien, que, aunque no eran vacaciones, podían dormir un poco más y no pasar por un par de meses por el molesto tráfico de autos que se puede ver en los días normales. Llegando abril y la semana santa, que en verdad no parecían días de descanso ni mucho menos vacaciones. Simplemente no se podía ir de paseo o a otra ciudad y por lo visto la gente


sí hizo caso y no salió, porque es cuando más hay autos en las carreteras que van hacia otros municipios, estados del país o lugares turísticos, pero en esta ocasión y porque salía en las noticias, los caminos se veían solos. Muchos siguieron con sus actividades, pero ahora hacerlas en casa era lo diferente; otros tenían que adaptarse, y otros simplemente ya estaban acostumbrados o no les afectaba estar en casa, hasta les pudo haber hecho bien, pero otros que, aunque se les dijera que no salieran, lo tenían que hacer, sino se podían quedar sin comer, pero lo más seguro era que lo hicieran con precaución y por necesidad. Sin dejar de lado las escuelas, y fue donde desde las primarias hasta las universidades debían tener una estrategia para seguir con las clases, pero ahora en línea. Donde los alumnos y maestros tenían que retomar el semestre y seguir hasta terminarlo. Además, sin olvidar a los doctores, enfermeras y personal médico que se han puesto en riesgo para salvar a otros, y que muchas veces dejaban sus hogares y al regresar tenían que estar separados de sus familias para no enfermarlos. Después de todo esto, en algunas partes del mundo han regresado a la “nueva normalidad”, aunque ya pueden salir a lugares públicos, tienen que seguir con los protocolos de seguridad y medidas necesarias para evitar que haya más infectados. Hasta después del encierro, tal vez para muchos humanos no les fue tan bien, al contrario, les hizo mal estar en casa y no salir a los lugares donde iban constantemente, pero esto fue bueno para muchos animales que normalmente no se ven cerca de los humanos, que, al contrario, invaden su habitad, y ahora muchas veces se veían en las calles, sin tener que encontrarse con los “temibles humanos”, paseando tranquilamente sin miedo.


La tierra tomó un respiro. Menos contaminación por los autos y otros transportes en las calles, sin fabricas que muchas veces contaminan el aire, sin basura en las playas, en los mares, en los espacios públicos, como parques y plazas. Ojalá después de esto, tomemos conciencia del daño que a veces le hacemos al planeta, que muchas veces somos muy egoístas y nos creemos los dueños de la tierra, y más que los animales y seres vivos que también viven entre nosotros. Ojalá esto nos haga reflexionar y nos haga mejores personas y seres humanos o por lo menos tratar y hacer un esfuerzo para serlo. Definitivamente después de esto, ya no será lo mismo. Esto probablemente se pudo haber evitado, pero tal vez tenia que haber pasado para hacernos más conscientes. Posiblemente este virus viva con nosotros por muchos años más o tal vez para siempre, pero poco a poco se tiene que ir debilitando y perder fuerzas para ya no cobrar vidas.

Cynthia Santoscoy Guerrero


FotografĂ­a de Br


renda Guardado


La convivencia en confinamiento Javier Alvarado

Desde que iniciamos el confinamiento por el COVID-19, la segunda peor pandemia de este siglo veintiuno, han pasado cincuenta y cuatro días, días en los que la inmensa población de nuestro país ha sufrido los estragos, estragos como resultado no solo de la pandemia, sino de toda la palabrería que al igual que el virus ha ido estableciendo una relación de contagio con las diversas audiencias que consumen día a día la información. La suspensión parcial y en algunos casos total (como la escolar) de las diversas actividades que le dan movimiento a nuestro país ha permitido que no haya un descontrol o desbordamiento de este flagelo virulento del COVID-19, claro que mucho se ha dicho o se sigue diciendo sobre si es real o si es un invento de las inteligencias maquiavélicas que sustentan el poder económico a nivel internacional, de igual manera seguimos asistiendo a las descalificaciones de las medidas emprendidas por quienes llevan la responsabilidad de combatir a la pandemia; por supuesto que esta trágica crisis que estamos viviendo impacta la producción de nuestro país y claro que eso se dejará sentir en las economías familiares, pero esa es otra pelea que tendremos que dar de manera conjunta gobierno y sociedad, hoy la pelea que estamos dando es por la preservación de la vida. Han pasado cincuenta y cuatro días desde que se inició el confinamiento como medida de prevención ante el posible contagio de este virus, tiempo de confinamiento donde las familias han entrado en otra dinámica de la convivencia, ya que esta medida, nos lleva a replantearnos nuestra manera de estar juntos, la forma en que los sujetos integrantes de la familia están acostumbrados a convivir, ya que por supuesto, no es lo mismo estar encerrados que estar sujetos a la dinámica de la vida cotidiana, donde las personas tienen que ir a trabajar, tienen que ir al mercado, tienen que ir a la escuela, van


al cine, van de visita con los familiares o se reúnen en casa de los padres, donde los jóvenes ya no pueden salir a casa de los amigos a hacer tarea, donde los amigos ya no pueden salir a tomar café mientras platican, incluso las relaciones amorosas se ven alteradas, por todo esto es que se hace dura muy dura la medida del confinamiento, ya que hay en ella un trastocamiento de las prácticas de la vida cotidiana. Confinamiento donde se pone a prueba la palabra anclada en el acto, ya que lo que antes era buscado de manera insistente, nos llegó sin pedirlo y sí como una medida preventiva, estar en casa, siempre nos habíamos quejado del poco tiempo que el trabajo y las diversas ocupaciones nos dejaban para estar en el disfrute de la familia, y hoy estamos más que nunca en ese momento tan ansiado, incluso hay un eslogan publicitario que habla de la calidad del tiempo compartido, pero a pesar de haber buscado ese tiempo de convivencia, hoy que lo tenemos voluntariamente o no, las cosas parecen no funcionar como creíamos. Este tiempo de convivencia en confinamiento nos ha llevado a estar enrolados de manera distinta en la problemática familiar, a la vez que ha ido sacando características de nuestra personalidad que por las mismas ocupaciones y los tiempos limitados dedicados a estar con los nuestros se había mantenido en estado latente por la misma prisa de siempre, precio que pagamos a la vida moderna, o quizá la misma lógica que tiene el confinamiento, nos ha hecho que cada vez más seamos menos tolerantes, también pudiera ser que la sensación de incertidumbre ante lo que estamos viviendo nos ha estado llevando a ese estado ríspido, irascible, resultado de la información tan diversa y contradictoria, pero no solo eso, además está la manera en que nos habíamos relacionado al interior del espacio familiar, los lugares comunes se reducen en la propia permanencia familiar, ya que no es lo mismo, salir a trabajar de ocho a cuatro y regresar a casa a las cinco o seis de la tarde a estar las veinticuatro horas juntos, no es lo mismo esperar el anhelado fin de semana para descansar y ocuparse de los quehaceres que estar conviviendo las veinticuatro horas. La convivencia continúa en espacio tiempo, puede hacer que empecemos a mirar al otro como culpable de la situación en la que nos encontramos, y es que hemos ido arrastrando una serie de frus-


traciones y resentimientos que ahora por la misma situación que estamos viviendo se convierta en una válvula de escape y hagamos otra vez del otro o veamos en la figura del otro al objeto de esa frustración o resentimiento, si ya como como integrantes de la sociedad neurótica, no hacemos más que reproducir esa neurosis, entonces parte del conflicto que trae este confinamiento tiene que ver, en cómo podemos conciliar nuestras neurosis, es decir, pueden nuestras neurosis dialogar en este confinamiento para poder construir una mejor convivencia. También es posible que este confinamiento nos haga descubrir (y quizá ni siquiera eso) que somos adictos al conflicto, que no sabemos vivir de otra manera, y es el conflicto lo que da sentido a la vida. Esta manera forzada de estar nos ha hecho ser menos resistentes y claro están los motivos para mostrar nuestros desacuerdos que son muchos y diversos, ya que el encierro nos ha ido llevando de la sosobra, al temor, al miedo y a dejarnos encerrados en un estado de angustia ante todo lo que está sucediendo. Estos factores que son el resultado del confinamiento nos han llenado de cansancio, dando como resultado que se eleven nuestros niveles de neurosis y estrés, todo lo anterior se puede vincular a posibles estados de ansiedad y depresión. Por supuesto que no todas las convivencias se dan de la misma manera y habrá personas, que a pesar de la pandemia no han dejado de transitar las calles, de salir día a día a trabajar, ya por las mismas condiciones socioeconómicas en las que se encuentran. Ellos también están sujetos a aumentar sus niveles de estrés y ansiedad, que se pueden patentizar en mal humor, coraje o enojo, ante esta situación que no sé entiende del todo bien, situación que nos rebasa, la cual ha ido deprimiendo a la economía mundial y que la economía nacional es un reflejo de ello. Hoy la pandemia que estamos viviendo y que nos ha llevado al confinamiento, nos tiene que hacer pensar en nuestras formas de convivencia, hacernos pensar en las cosas que se habían quedado guardadas y hoy salen a relucir, debemos pensar nuevamente en la tolerancia y el respeto, ya no solo como palabras sino como actos concretos anidados en la vida, en nuestra vida, en todos los actos de nuestra vida cotidiana. Hagamos un esfuerzo y cambiemos hoy


lo que tenemos que cambiar, y no hagamos como que no pasa nada, porque sí está pasando, se están trastocando las relaciones sociales, en el sentido de las convivencias laborales, amistades, pero sobre todo las familiares. Pensemos de manera seria a partir de esta experiencia en cómo queremos convivir y qué tenemos que cambiar para lograrlo.



Lo que el tiempo me enseñó

“En la vida todo no es avanzar, a veces un paso atrás nunca dudes en cambiar de dirección, si el camino se acabó a cada sueño, cada idea, cada amor, entrégate con pasión lleva siempre la verdad en tu interior y tu propia religión.” Tú mismo – WarCry Es tarde, me tiro sobre la cama y miro al techo, cientos de dudas y recuerdos invaden mi mente. Entonces cierro mis ojos e intento apartarlos de ahí. ¡Qué difícil me es mirar hacia atrás! Mi corazón se llena de melancolía y algunas lágrimas bajan por mis mejillas. ¡Qué feliz era yo en ese entonces!, y es cuando me digo, ¿cuánto tiempo he soñado en regresar a ese lugar de mis mejores memorias? Doy un gran suspiro, un éxtasis llega a mi alma. Imágenes de mi tierra natal nublan mi vista, el olor de la tierra húmeda invade mi olfato. Mi espíritu viaja a ese lugar donde caminaba descalza sintiendo el pasto en la planta de mis pies mientras las flores rozaban con mis manos. Miro hacia arriba y el cielo se ha vestido de negro. Diminutos ojos brillantes comienzan a surgir de la oscuridad observando cada paso que doy... Me hago pequeña, el miedo invade mi interior y cuando menos lo esperaba, un dulce tlacuache aparece, iluminando mi camino con su cola resplandeciente. "¡Despierta, mira hacia adelante!, pues solo así, tu alma encontrará la libertad y calma que buscas". De inmediato abro los ojos y miró el mundo a mí alrededor. ¡Es un nuevo y muy brillante amanecer! Tan hermoso y colorido como el esplendor de una flor, una flor de cempoalxochitl. Por fin comprendí, qué fácil fue. El tiempo y mi espíritu me mostraron la verdad, nada ya me pueden quitar, pues todo está dentro de mí. El amor, la felicidad, la fuerza, la valentía y por supuesto, mis preciados recuerdos. Sallab Lezama


FotografĂ­a de Brenda Guardado


El génesis de uno de mis mundos Melissa Jasso Rangel

Para mi madre, quien me ayuda más veces de las que puedo contar

Un viernes 13 de marzo, considerado un día de mala suerte, pero en mi realidad se convirtió en uno muy aburrido. Mi hermana y yo esperamos en secreto alguna noticia donde indique que la UANL entra en suspensión de clases debido a los casos del COVID-19 que se están presentando en el estado de Nuevo León, México. Actualmente la enfermedad se convirtió en pandemia; sentada viendo hacia la ventana, mi hermana me llama de una manera que asusta, avisando que, en efecto, se suspenden las clases presenciales a partir del 17 de marzo y hasta nuevo aviso. Por unos días mi mente estaba tranquila, sabiendo que tendría la oportunidad de descansar, sin embargo esta tranquilidad se fue cuando el 17 de marzo la universidad publicó que se retomarán las clases el 20 de abril: el tiempo se va más rápido cuando tiene un día limite. En un principio, ya sabía que haría durante ese transcurso de tiempo, de mi tiempo, lo aproveché para hacer nada, reposar, tirar flojera, simplemente descansar, sabría que mi mente no pararía cuando el calendario llegara al día 20.


Pero el no hacer nada no quiso decir que dé consecuencia nada interesante sucedería, el génesis comenzó cuando el cumpleaños de mi madre llegó y trajo consigo una desilusión. Mi madre había planeado una fiesta, pero debido a las medidas de prevención que se implementaron, hacer estas reuniones o fiestas eran sumamente prohibidas, ella me contaba ilusionada sobre lo que daría de comer, como acomodaríamos la casa y lo que vestiría. Para ella los cumpleaños son muy importantes, sin embargo al ver a mi mamá desilusionada por enterarse que la fiesta no sucedería, mi hermana y yo planeamos una sorpresa mientras ella estaba tomando una siesta, adornamos la casa con luces, globos y serpentinas, tal y como ella me había contado, compramos su pastel favorito, fuimos a su cuarto a despertarla cantando las mañanitas, ella esta desconcertada. Bajamos a la sala y por un momento quedó en shock, después nos abrazó feliz; sacando el pastel del refri, me tropecé cuando mi hermana pasó dándome un empujón de juego, eso fue suficiente para que el pastel cayera en la mesa y quedara destrozado, esperando un regaño de parte de mi madre, volteo con cara triste hacia ella y empiezo a reír. En su cara había pedazos de betún que habían saltado al momento de la caída del pastel, me dio un ataque de risa, aunque ahora que lo recuerdo no fue tan gracioso, quizá mi nerviosismo fue lo que exageró la gracia. Parece que ella se contagió por mi risa y empezó a reírse conmigo, después le siguió mi hermana; cuando al fin pudimos controlar nuestras risas, me dijo “De cualquier forma, tenía que empezar la dieta”, un intento para dejar atrás el desastroso suceso del pastel, pero de alguna forma me sentía desilusionada y responsable de ser la causante de no poder probar el pastel, arruinando los últimos momentos de la sorpresa. El día 20 de abril llegó, tal y como lo venía prediciendo, mi mente no paraba aun cuando eran fines de semanas, clases, tareas, clases, tareas, no dejaba de pensar en ello, mi vestimenta era siempre la misma, un short, una blusa grande, pantuflas y un peinado mal hecho, parecía que los días se volvían más repetitivos y sis-


temáticos que estar en un salón, cuatro paredes, un profesor y alumnos presentes. Un confinamiento necesario, trajo una inestabilidad emocional innecesaria, en algún momento dejé de contar los días que llevaba la cuarentena, dijeron que terminaría el 20 de abril, pero luego dijeron que el 1° de mayo, después hasta el 20 de mayo y ahora talvez hasta el 1° de junio. De alguna forma la casa se siente más tranquila, incomoda, con paredes extremadamente blancas, algo que no había notado, el reloj en la sala se volvió irritable, desesperada por el tic tac, decido que necesito dormir un poco pero mi recámara se volvió mi salón de clases. Decidida a tomar un respiro, salgo hacia el patio, observo atentamente hacia la nada y escucho el viento soplar fuerte, tratando de parar de pensar en tareas y deberes, escucho un ruido dentro de la casa. Entro resignada a no tener un descanso, veo la llamada y es mi madre, pienso por un momento sobre el hecho de que hace como dos semanas no la veo. Contesto y hablamos, ella me cuenta sobre la buena manera en que vino esta cuarentena a su vida, tiene más tiempo y menos excusas para hacer lo que siempre quiso hacer, se volvió productiva y ahora sigue una dieta y ejercicios, asegura que cuando la vuelva a ver, será una persona totalmente irreconocible, eso me hace reír un poco, sin darme cuenta esos minutos de llamada eran mi descanso. Antes de finalizar la llamada me pide que le diga a mi padre que está retrasado con dos meses de la manutención, eso solo me hace recordar que mis padres están divorciados, algunas veces lo olvido. La palabra “dieta” se queda en mi memoria al cortar la llamada, inmediatamente recuerdo su cumpleaños, la sorpresa y el pastel incomible sobre la mesa, vuelve hacia mí sus palabras “De cualquier forma, tenía que empezar la dieta”, me quedo sobrepensando de más esa oración, y me doy cuenta, relacio-


nado con una comparación, que el origen de mis problemas fue como ese suceso del pastel, un pequeño empujón hizo que tirara el pastel sobre la mesa, el empujón fue esta enfermedad que creía ciegamente, jamás llegaría a México, el pastel es un momento de mi vida, siendo destrozado por algo que no esperaba y que me resignaba a que me afectara, “De cualquier forma, tenía que empezar la cuarentena”. Y esta fue el origen de una de mis vivencias.


OTRO PUPO Guillermo Martínez

Para Leonardo mi nieto, tripulante de mis sueños

Érase que se era una época de pandemia llamada COVID-19, que si la gente salía de su casa se moría, se perdieron muchos empleos. Mis amos llevan más de un mes sin salir de casa, aunque sus rostros lo saben hicieron placentera la espera de la contingencia, que mejor para ellos que una buena comida frente al televisor, donde aparecen las noticias sobre el CORONAVIRUS diseminándose en Asía, Europa, EE.UU, y México todos se asustaban más, los gobiernos no se ponían de acuerdo, como si los pacientes fueran robots disciplinados esperando turno para morir, cada quien tenía un rumbo diferente para sufrir. Qué difícil lo tiene los humanos, los perros en cambio ladramos igual en todo el mundo, y lo más notable es que hasta consiguen entenderse. Más allá de la línea de la puerta, el paisaje se torna quieto, en silencio, esto sucede después de que anunciaron el contagio masivo por el CORONAVIRUS, antes era un bullicio a toda hora, mucha gente pasaba por el frente de la casa, hacían que me cansara de ladrar, ahora duermo casi todo el día. Siguiendo el silencio de la tarde tomo una siesta, mi cuerpo se está relajando cuando tocan el timbre de la casa, yo empiezo a ladrar y todos nos llenamos de emoción, desde que apareció este maldito virus es un timbre que nunca se oye,


se escucha una voz infantil que me llama “Tito”, Leonardo acaba de llegar. En la casa de los abuelos ha empezado un reacomodo de muebles, se mueve la mesa de centro y se cubre con una colcha para que Leo no se pegue, sabemos que llegó un “torbellino” yo no paró de ladrar. De pronto se escucha una voz que viene bajando la escalera “¿Quién anda ahí?” la voz se trasforma en una cara sonriente al ver al niño “ahí voy” dice “Momo”, se escuchan risas, mis ladridos y los pasos tambaleantes de Leo queriendo escapar por toda la casa. Desde que nació Leonardo empieza a sentirse una relación de más familiaridad entre mis dueños. En las paredes hay cuadros y todo está ordenado como esperando pacientemente a que Leo y yo lo desordenemos. Eso del virus, aunque no lo entiendo, creo a los perros no nos da, me gusta que todos se queden en casa, Leo se queda con sus papás y puedo ladrarle y morderlo más veces, pues viene seguido, lo que extraño es que me lleven al parque. “Ya veo” dijo “Momo, “habré de cuidar a mi sobrino, así pues, a dibujar”. Leo pide que su tío le dibuje un “pupo” y otro “pupo” hasta que el crayón se acabe. Siento que la cuarentena ha dejado algo bello el contar historias de sobre mesa, especialmente las narradas por el abuelo, mientras me arrullo escuchando esos cuentos. Cierto día que estaba en casa de Leonardo escuché a su mamá llorar, mientras el papá le decía “Todo va a estar bien”, empezaron a hablar de gastar menos, “No seré el único” comentó a media voz, atormentado por el calor de la tarde.


Esa noche no quiso ver la tele ni el reloj, por lo que dejó a su hijo jugar conmigo más tiempo, se acostó sobre la cama y fijo la mirada en un punto invisible del techo, hasta que todos nos quedamos dormidos. El rumor del agua queriendo traspasar la ventana nos despertó “Me gusta la lluvia” dijo la mamá, a mí me gusta como huele cuando llueve, ese olor viene acompañado del aroma a pastel de la abuela y café a la hora de la merienda. A Leo le gusta saltar en la cama, hacerme enojar para que le ladre y ríe como convenciéndose a sí mismo de que no me tiene miedo. El niño acarició mi lomo peludo y de color café, es un gran chico, pensé, ¿Cómo un gran chico? Es el mejor. Espero que la crisis por la pandemia ya no haga llorar a los papás de Leo. Aunque lo único que esperan los humanos de mí es que cuide la casa y le ladremos a todos los extraños que se acerquen a ella, incluyendo al CORONAVIRUS.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Estoy solo en mi habitación. Buscando algo que hacer. Tal vez ponga una canción. Tal vez me ponga a leer. Varios días en la misma rutina. Me comienzo a cansar. Bajo hacia la cocina. Busco algo para cenar. Veo a través de mi ventana. Y observo las estrellas. Aunque ahora estén lejanas. Sé que venimos de ellas. Regreso a mi cuarto. Y me tiro en la cama. Me quedaré aquí un rato. Disfrutaré de la calma. Sonrío pensando en el futuro. Siempre he sido optimista. Sueño con menos muros Sueño con más artistas. Los malos días terminarán. Ya sea tarde o temprano. La gente sanará. Volverá a tomarse de la mano.

José Luis Hinojosa


El diablo es puerco Víctor Toribio Ramírez

Eran ya las 12 del día… -Qué bonito se ve usted ahí tirándote y dormidote con el perro. Debería andar barriendo. Mire nomás que cochinero me dejaron usted y sus compadres borrachines anoche. No dejaron dormir a mis hijos, dele gracias a la suya que no están trabajando, que si no, a las cuatro de la mañana lo hubiera levantado para que viera que se siente desmañanarse para entrarle a la refriega. -Antes que nada, buenos días, mi señora... -Tardes ya, qué bárbaro, ¿no ha visto usted el reloj? - ¿Cuál reloj? -¡Válgame Dios!, ¿de menos sabe qué día es hoy? El hombre fijó la mirada al final de la calle, mientras el perro se espabilaba y andaba a las jardineras de doña Matilde sin preocupación alguna. -Ha de ser lunes, porque veo tianguis. Los lunes se pone el tianguis, ¿no? A menos que sea jueves, pero los jueves no se pone hasta acá, se pone a la altura de Hortelanos antes de atravesar Labradores. -Mire, mejor no me quite el tiempo y póngase a limpiar, mire nomás, su perro ya me vino a cagar las pobres jardineras… Y que quede bien limpio. -'Ta bueno, jefa. Que le vaya bien, no ande de malas. Ahorita le barro. Después de un rato, mientras el hombre y el perro almorzaban en la banqueta, vieron a Doña Matilde que regresaba cargada con las


bolsas de mandado, de esas de tela, porque ya no dan plástico en ningún lado. -Qué bueno que anda usted de regreso, jefita. Ya quedó nuestro pedazo, le barrí hasta la tierra de la entrada. Si quiere le ayudo a meter sus bolsas en lo que abre, se ve que están re pesadas. Miró las bolsas que Doña Matilde descansó en el suelo mientras sacaba sus llaves del babero que traía puesto; cucuruchos y verduras en una y en la otra, un montón de carne roja y una bolsa de cubrebocas se asomaba; en los dedos traía cloro, pinol y una bolsita de lo que parecían medicamentos. Mientras ella le decía: - ¿Le está dando de comer al perro los frijoles de su plato? -Ya traíamos hambre, de la barrida y del calor. El Zeus empezó a ladrar y me metí al cuarto a sacar los frijoles, pero como no tengo gas, nos los estábamos comiendo aquí, con el puritito Sol se calientan. -No sea cochino, ¿cómo le da de comer al perro así? mire como anda, todo mugroso. -Es que nos agarró la lluvia ayer que fuimos a la tienda de Don Goyo, pero no está mugroso, aparte, tenía hambre el pobre y ahora no han salido los vecinos a darle sobras. -Por culpa de gente como usted está la pandemia matando a tantos... -No sé qué sea eso, pero el perro está bien sano. Era de Arnoldo, el hijo de ‘la güera’, pero creció a lo bestia y me lo sacaron porque ya no lo quisieron, pero este perro no mata. -No lo digo porque el perro mate, ¿qué no ha visto las noticias? -No, las dejé de ver porque me enojaba tanto ratero, tanta guerra, tanta maldad. Del enojo me ponía a tomar...


-Entonces, ¿dejó de tomar? porque yo del diario lo veo empinándosela con gusto. -No, pues no. Nomás le agarre el gusto, pero ya no me pongo de malas. Pero usted me estaba reclamando del perro, no de la tomadera. Eso fue en la mañana. -Pues la gente se está muriendo, en todo el bendito mundo. Es una gripa, dicen que le agarra a uno tos, dolor de cabeza, calentura lo dejan a uno encerrado a menos que se ponga grave y entonces ya ni como salvarse... - ¿Y de una gripa se están muriendo? -Pero es que esta no es una gripa cualquiera, esta es más cabrona. Dicen que un chinito inconsciente se comió un murciélago que tenía esa gripa y anduvo contagiando a medio mundo y ahora tenemos que estar encerrados, porque dicen que se contagia con el puro estornudo. Imagínese, si el fulano ese era chino y la gente se está muriendo en todos lados, hasta aquí. Ayer dijeron en la tele que, en el Distrito, donde la pobre gente está más expuesta porque viajan todos amontonados como sardina en el metro, ya van como mil muertos... De algo se tiene uno que morir, es lo que le digo a mi viejo y a mis hijos, aunque esos malagradecidos no saldrían, aunque me estuvieran descalzonando, pero como cree que va a querer uno morirse de una gripa de animal. -Así decían de la gripe del puerco y yo, con todo su respeto jefita, nunca he visto un puerco con gripa. Además, yo no me voy a comer al perro, aparte de que me hace compañía, ya le agarré cariño al Zeus. Y pa' acabar, yo ni como carne, n'ombre, si los jodidos son otros. -Si no lo digo porque quiera comerse al perro, es porque andando con ese animal, vaya usted a saber si tiene algo que pueda enfermarlo y luego ande contagiando a todos... Y no se haga, no come usted carne porque prefiere comprarse el chupe... Ya mejor vaya a


comprarse algo de comer para todito el mes y de por ahí se compra usted sus anforitas de reserva para que no ande saliendo, se pone a ver las noticias en la tele que bien que le regalo el gobierno; aunque usted no es pobre, es usted nomás huevón, para que no ande diciendo sandeces. - Ahhhh, por eso trae usted tanta comida y tanto menjurje para limpiar, y yo que pensé que tenía en su casa a puro pelón de hospicio. Pero qué bueno que me dice, ahorita voy con el Zeus por frijol, lentejas y habas con Doña Otilia. Ah, y señora, con tanto muerto por eso que dice del chino y el murciélago, lave bien usted toda esa carne que lleva para sus chiquitines, no me crea mucho... y quizá los murciélagos sean los peligrosos, pero yo siempre he sabido que el dicho dice que el diablo es puerco.


De pantallas de cristal y lo prometido EdDu Chávez

Viernes 13 de marzo: día de consejo técnico escolar. El director del colegio inicia su discurso mañanero hablando sobre el posible cierre de la escuela y la educación a distancia, pedía preparar documentos para este proceso. Creo que yo no veía el alcance de lo que se venía, ni siquiera lo imaginaba. Terminó la sesión y fui a casa de mi prometido: esa, es la palabra clave aquí. Íbamos a terminar detalles de las invitaciones y agregamos invitados a la lista. Me llevó a casa. La despedida fue igual que las anteriores “Te veo después”, “Sí, amor”. Ya no lo volví a ver porque declararon contingencia sanitaria. A veces siento que ha pasado mucho tiempo. ¿La boda? Se pospuso, como muchas otras, menos la del senador. ¿Mi vestido de novia? Guardado, en la bodega de la tienda de novias, junto a la “prueba de vestido” pactada para el día de mi cumpleaños, el cual ni celebré. Lo que no se pospuso fue el trabajo, como maestra chingos y chingos de trabajo: contrata Internet, fichas de actividades, classroom, clases en línea, laptop, chromebook, junta con el director (vaya, nunca le había visto la cara tanto a ese hombre como ahora), contesta correos, envía correos, videoconferencias, “Maestra, es que no la escucho, ¿en dónde le muevo a mi computadora?”, solo soy la maestra de español. Al día de hoy veo a mis alumnos por pantallas; a veces les silencio el micrófono cuando están a punto de decir una burrada.


Veo a mi papá y a mis hermanos por una pantalla. Veo a mi prometido por una pantalla: todos a través del cristal. También, a través de cristal de la ventana frontal de mi casa veo al perro del vecino: <ancho> por la calle, sin nadie que lo espante por rasgar las bolsas de la basura. Todo esto me parece de una ironía exquisita porque podíamos andar libres y sin embargo posponíamos nuestras actividades a conciencia. Prometiéndole al futuro. ¿Le apostamos mucho a querer controlar todas las variables, no?, ¿o es la esperanza latente e inherente al ser humano?, ¿o es construído? Porque hoy, encerrados, resguardados, sigo leyendo en redes sociales, con tal añoranza, “cuando todo esto acabe… (inserte aquí la acción que va a posponer, no olvide conjugar el verbo en futuro)”. Tal vez, mi novio y yo, hubiéramos preparado menos la boda, invertido menos en el vestido. Tal vez, hubiera visitado más a mi familia. Tal vez, hubiera tenido más sexo con mi novio. Porque a través del cristal no se siente, solo se es espectador.


FotografĂ­a de Brenda Guardado



El pasado que dejará de ser pasado para ahora ser mi presente Mariela Hernández Lázaro

¿Alguna vez te has puesto a pensar lo hermoso que es el sonido de las mañanas cuando no te tienes que levantar de malas? ¿Te has puesto a pensar en las personas que amas no solo por pensar en ellos, sino en verdad quieres saber qué es de ellos? Porque en realidad… no sabes cuándo los volverás a ver. Siempre he pensando en una parte de mi familia, y en mis amigos, ya que han estado lejos de mí por un buen tiempo. Es rutina diaria, pero definitivamente ahora es mucho más frecuente que antes. ¿Cómo estarán después de tantos días tan buenos que hemos pasado juntos? Pienso sobre aquel viejo amor que no debí dejar ser, pero a pesar de ello pude probar de lo que fue, sin necesidad de pensar en lo que me rodeaba solo pensaba en disfrutar cada segundo que me hacía sentir que no habría fin. El tiempo perdido y el tiempo ganado se están volviendo lo mismo para mí cada día que concurre. Y a pesar de sentir algo tan repetitivo cada día se vuelve mucho más interesante. Descubro que las hierbas del jardín no eran tan malas y que si las dejaba crecer por más de quince días, podía ver pequeñas y hermosas flores silvestres alrededor de él. Las abejas se acercan… Y más pequeños seres comienzan a emerger. Mi perro ya no chilla todo el día. Siempre está acompañado y sospecho que se ha cansado de mí, pero yo he descubierto que nunca me cansaré de él. Veo las tardes todos los días al sacar a Cony a pasear por la cuadra, y nunca llegué a pensar que la ciudad gris en la que habitaba, podía llegarse a ver cielos maravillosos con


paletas de colores que me hicieran sentir de nuevo en casa, como aquellas tardes de mayo donde el calor me sofocaba mientras me balanceaba en mi hamaca. He descubierto el amor con el que mi madre crea sus más icónicas recetas, y también algunos de sus secretos pues, la soledad siempre había sido una buena amiga. Y a pesar de eso, lo que más he descubierto es… que siempre extrañaré la sensación de abrazar, de sonreír, y de sentir la calidez de quienes me rodean. Espero que no hayan olvidado el valor del alma, y de la sensibilidad humana, que es tan necesaria en estos días. Los pájaros cantan, el tiempo pasa, el reloj marca siempre la misma hora, y Cony se impacienta en las mañanas; ya tiene su rutina y es más feliz con ella. Mi madre se re-laja. Ya conozco el rostro de los vecinos, aprendo de ellos y de sus pasiones de cuidar sus plantas, al parecer, no soy la única que ama a Cony pues, mi madre que tanto la aborrecía ha aprendido a amarla a su manera. Después de estudiar tu día, te das cuenta lo hermoso que puede ser el paso del tiempo con quienes más amas, pero ¿y si no están mañana?


TANQUE LLENO, CORAZÓN CONTENTO Jesús González Gracias a todas las personas que están dedicando su vida a salvar a los demás, los doctores, enfermeros, policía y muchas otras profesiones u oficios que han decidido tomar el toro por los cuernos y hacerle frente a esta contingencia. Gracias a mis jefes en mi área de trabajo por ser tan considerados con mis estudios, a mi madre por siempre apoyarme, a todos ellos les dedico este pequeño texto que espero puedan identificarse por lo menos con alguna de estas líneas.

“Nos vemos el lunes chicos” fue lo que les dije a mis amigos el 13 de marzo y sí, sería la última vez que los vería hasta hoy 20 de mayo que estoy escribiendo este texto, dentro de estos días me he dado cuenta de que vivimos siempre a tope con nuestras obligaciones diarias que ni siquiera nos permitimos un segundo para los demás y menos para nuestra persona siendo que deberíamos de ser lo más importante. Por cuestiones de trabajo me he visto obligado a salir la mayoría de los días de mi casa, siendo que toda mi familia está resguardada, ¿difícil?, claro que lo es, es raro el día que me levanto y quisiera tener un mensaje de mi jefe donde diga “hoy no se presente a trabajar, por su seguridad y su familia, nuestras agencias están cerradas” pero como no es así pues hay que seguir en la “chamba”. Me encanta mi trabajo eso nunca lo he dejado en duda, es como el trabajo de mis sueños, llevo los vehículos de una agencia a otra y algunas maniobras dentro del patio de una empresa automotriz en el estado, sin embargo, por la contingencia nos han dado la opción de recoger los carros de los clientes, llevarlos a taller y después entregarlos. Es algo extraño hacerlo, siendo sincero nunca me imaginé subirme a 20 carros diferentes en un día, es in-


creíble llegar a casa de un desconocido y que te dé las llaves de su coche, sacarlo de su cochera y salir manejando como si fuera tuyo y por más absurdo que parezca hace unos días, me toco despejar las llaves del barandal de una señora que para evitar contacto se le ocurrió la brillante idea de pegar su control a la puerta corrediza y dejar un letrero en el parabrisas de su carro, fue algo tan épico. Poco a poco han ido pasando los días, como en todos lados existen algunos donde el trabajo se carga y otros donde de plano, queremos arrancarnos los ojos porque no hay ni siquiera un vehículo por mover. Pero siempre a lo largo de estas semanas ha existido una constante, además de que el trafico disminuyó y las calles están más libres de transitar, la gente conduce feliz, algunos por gusto, porque realmente es agotador estar encerrado en tu casa, no sé si sea bueno o malo, pero he visto gente paseando en sus autos, tranquilos sin apuro de llegar a algún destino, otros como su servidor dentro del trabajo, pero siempre con gusto, es raro ver las calles de la ciudad tan tranquilas a las 8 de la mañana cuando cada avenida principal es un caos total o a las 6:30 pm cuando es casi imposible subir de 40 km/h en cualquier dirección. No obstante, mis actividades diarias siguen, aunque sufrieron cambios en el horario, por fin puedo dormir en mi casa –cosa que extrañaba bastante–, el asistir a la escuela, aunque no sea físicamente, pero es el pan de cada día, hacer la tarea entre el trabajo a la hora de la comida, pero lo más difícil es jugar con mi mente y asumir que no pasa nada, que no existe algo que está deteniendo la vida tal y como la conocemos, aunque quizás es lo que necesitamos. Escucho a mis amigos los miopes sobre cómo van en sus casas y cómo han sobrellevado el encierro y me sorprenden muchísimo. La verdad es algo de admirarse como pueden lograr estar en aislamiento por tantos días, unos se han refugiado en las tareas, en los videojuegos, perfeccionando sus hobbies, pero han buscado la manera de salir adelante en esta tan complicada, pero a la vez interesante cuarentena.


Y es que realmente cuando por obligación tienes que seguir saliendo, la vida transcurre normal, aunque el miedo te inunde, aunque las autoridades digan que no salgas, pero sabes que tienes una responsabilidad. No me quejo de las medidas que han tomado en mi empresa, nos turnaron el horario de comida y no es lo mismo comer en una mesa solo, que rodeado de todos los compañeros “tirándole carro” a alguno y ese es uno de los momentos que más se pudiera extrañar, la convivencia. Por más que quieras ver las cosas de la mejor manera es un poco inútil hacerlo, después de casi dos años de laborar ahí, es la primera ocasión en que nos han permitido bañarnos dentro de las instalaciones y vaya que están acondicionadas, así que si la entrada es a las 8:30, debes llegar por lo menos quince minutos antes para bañarte después de tomar el transporte público, antes de la comida, el guardia está en la puerta del comedor y te desinfecta las manos antes de entrar, incluso él te la abre para que no toques la manija, la señora de la limpieza creo yo que está harta de tener que limpiar el microondas cada vez que alguien lo toca, necesitas llevar tus cubiertos y no dejar nada en el refrigerador. Para la salida es lo mismo a las 5:30 nos dan permiso de empezar a tomar tandas en el baño, de dos a tres personas cuando tiene capacidad para 20, el turno termina a las 6:30 y ahora el encargado de la noche nos espera en la puerta de salida para desinfectarnos las manos y abrirnos la puerta, estás en el exterior y unos toman ruta, en mi caso me siento afortunado ya que gracias a un tiempo de ahorro pude comprar un coche, que en verdad no es la gran cosa pero significa un logro en mi vida y lo cuido como si se tratara de un Roll Royce. Llego a mi casa, hay que quitarse los zapatos afuera y entrar por el pasillo, por las mañanas procuro dejar un cambio listo en el patio porque lo primero que hay que hacer antes de entrar a la casa es volver a bañarse, yo no sé qué suceda con la piel, pero si le pasa lo mismo que a los carros con tanta lavada, me voy a empezar a descarapelar.


Casi siempre es bueno un baño después de un día de trabajo, pero ya en estos días se vuelve cansado, cada vez es más triste ver a la gente desesperada por salir, yo creo que todo el mundo lo estamos, pero deberíamos de comenzar a ser conscientes de la situación y ver que entre más caso hagamos más pronto saldremos adelante, siempre se ha escuchado el “pansa llena, corazón contento” pero qué tal si en lugar de llenar nuestro estómago, comenzamos a llenar nuestra vida de acciones que contribuyan a aligerar el peso de este encierro que siento nos está volviendo locos a todos.


FEBRERO LOCO EN ABRIL Sandra De León La incertidumbre oprime mi pecho y tengo esa desagradable sensación, la misma que en agosto de 1980, a los 7 años de edad tenía mientras permanecía de pie frente a las siluetas sombrías de la “Casa del Terror” en la feria local; la “sensación” agitaba mi respiración y volvía tembeleques las piernas por el miedo a lo no mostrado, a la expectativa de una amenaza que se escondía en la oscuridad y cuya forma no era capaz de precisar en mi mente, era por supuesto mi primera vez en esa atracción; mi madre decidió confiar en mi hermano mayor y le asignó la tarea de llevarme a los carros chocones, de más está indagar cómo fue que nunca los encontramos y dimos sin titubear con la rampa de metal de ese cuchitril. Mucho menos aún puedo precisar el momento en que un bulto peludo saltó sobre mí, agitando lo que parecía ser un cuchillo gigante embarrado de un gel espeso en rojo fresa arrancándome del susto el ya compungido corazón. El vaso ha quedado vacío, reposa en el filo del ventanal por el que durante día y noche la incesante luz entra sin tapujo e inunda todo el piso inferior de mi pequeña vivienda, por ahora solo puedo desear que alguien baje a mi reducido espacio de confinamiento antes de que desfallezca de sed; me obsesiono en escudriñar el fondo y empinarlo sobre mis labios, es inútil, las últimas gotas han desaparecido, el sol había incidido sobre él lo suficiente para dejarlo desierto, tanto como a mi abril. El primer día de mi mes favorito del año decidí sumar un nuevo trofeo a mi larga lista de “es positivo”, el año anterior, por ejemplo, dio positivo la prueba de influenza, por supuesto ese abril también me fue robado, intuyo que se apresuraba a anunciar el galardón que estaba por estrechar con todo el pulmón la siguiente temporada de premios; este es por llamarlo de algún modo, espectacular. Todas las habitaciones de casa son de un blanco luminoso excepto los muros que rodean mi sofá, blanco también por cierto; este espacio fue pintado de un gris estoico y elegante con brochazos impetuosos un par de años atrás en que decidí que la habitación requería menos luminosidad, concluido el afanoso trabajo me


pareció prolijo y acogedor sin embargo eso no ha impedido que la excesiva luz del exterior se filtre sin misericordia por entre las persianas cerradas y obligue a mi mente a navegar por mares de pensamientos atroces y confusos. La resaca del mal dormir ha acumulado bajo mis ojos más surcos que una milpa y la respuesta a preguntas simples como ¿qué te apetece almorzar? llega aletargada, precisando la ayuda de un intérprete, incluso saber en qué día de abril me encuentro es una tarea indolente. Día 15 «El reloj sigue inalterable las reglas del tiempo». Todas las mañanas primaverales de abril suelen ser frescas en mi ciudad, pero esa ligera brisa húmeda y serena puede desaparecer bruscamente e irrumpir como cosa de magia un seco calor infernal que deja sin aliento aún a aquél con pulmones de la Molchánova. No muy entusiasta me dispongo a tomar mi cuadernillo para hacer breves anotaciones: [Ox: 92 / FC:61 / Temperatura: 37.2 / 6:00 a.m.] [Próxima cita con Neumólogo: 24 de abril – 4:00 p.m.] El insomnio me ha visitado por quinta vez, mi cabello permanece en estado cactáceo, extrañamente esponjado por la mezcla de alcohol al 70 por ciento unas 10 veces al día como desinfectante y mi banda de rock favorita ha anunciado que dará un concierto en vivo, las redes sociales han ocupado el tiempo del mundo entero; se estudia, se trabaja, se socializa, se canta y baila por “streaming”. Pero yo prefiero pensar que lo han planeado para cantarme solo a mí a través del monitor de mi anticuada “HP”. Noche 18 Las ráfagas de viento que febrero no terminó de propinar cimbran el ventanal, la luz incolora penetra zigzagueando en la pared del fondo, las ramas de los árboles del pequeño jardín se azotan entre ellas mientras la lámpara alógena de mi vecino centellea de forma intermitente, cegadora como luces de una ambulancia venciendo mi voluntad de conciliar el sueño. Me ahogo por la incesante tos y el incómodo sofá se ha empeñado en clavarse con saña en mi adolorido ser.


¿Y si empeoraba? era probable que los cuidados y el cóctel de medicamentos no estuvieran teniendo éxito, (ese pensamiento recurrente me irritaba), me siento vulnerable, incapaz de decidir si quiero o no sufrir más tiempo y más aún de poder evitarlo; “¡a ponerle fin a eso!”, no era capaz por el momento de asistirme a mí misma. Agotada, la brillante luz se apagó. El día ha llegado. ―Siéntese en la silla cercana a la puerta, no tarda el Doctor- me indica la recepcionista. Existe una extraña sensación de impersonalidad en las salas de recepción de un consultorio, como si el conocimiento del lenguaje fuera limitado y las relaciones humanas no se hubieran desarrollado aún; ya dentro el Doctor midió el grosor de mis piernas y brazos examinó el dorso, estudió fijamente mi semblante, cotejó análisis clínicos y radiológicos, por supuesto permanecía atento a la intensidad de mi voz y la fuerza con que expulsaba cada palabra, a la sibilancia persistente. ―El dolor del pulmón derecho se debe a esa cicatriz que ha dejado la neumonía que presentaste… Extiende una receta con un cóctel distinto junto a tres órdenes para distintos estudios y remata: ―Pronto podrás integrarte al resto de la casa―. «¡Bravo!», pensé. De vuelta a casa observo establecimientos cerrados, otros ya desocupados, las calles semi desiertas; el parque que está de camino es vigilado por la autoridad que ahora impide la entrada; el tiempo se volvió líquido igual que las relaciones humanas. He pasado del confinamiento al aislamiento y el permiso me es agridulce, me encuentro varada al centro de esta pandemia sin poder esconder la necesidad de comunicarme con libertad, de hacer contacto de manera corpórea con el mundo. Es una tarde muy soleada y un niño de mirada alegre se acerca a la ventanilla de mi automóvil con las pelotitas de sus malabares en una mano y la otra extendiéndola hacia mí. Coloco en ella


la bolsita con frutilla que traía para “tentempié” no sin antes rociarla con alcohol; las mira entusiasmado y vuelve a la sombra de una escuálida palmerita, mientras se aleja la vocecita detrás de un cubrebocas desgastado y percudido me dice tímidamente “Gracias, que le vaya bien”. El semáforo cambia a verde, la auto encomienda de sobrevivir ha sido cumplida, respiro hondo pero mi pecho se niega a expandirse con generosidad, un dolor seco y filoso me recuerda que debo invocar a la paciencia unas semanas más; de pronto soy también malabarista, intentando mantener el equilibrio en un espacio reducido, frente a un tiempo detenido, espíritus desintegrados y un cuerpo frágil que se ha aferrado a la existencia.


Mujer mayor tras la ventana, en cuarentena Mariena Padilla No debo salir, nada más por la edad soy persona en riesgo una manera de decir añosa o sea en camino a la séptima decena aunque haga ejercicio tome jugo verde en las mañanas y no necesite medicinas es mejor quedarme en casa Tengo tres ventanales por donde veo los monótonos días como un programa repetido de tv o peor, en pausa, sin señal solo los árboles se mueven, y las aves tejen caminos invisibles Por dos días consecutivos las tardes se animaron: una banda llegó con trompeta y tambora proveniente del sur desafiando el peligro porque el hambre hace doler la panza de los niños y quedarse pegados a la tierra secaba la boca, encogía el corazón, dijeron, por eso están aquí Total, que fue una fiesta, la música llenó el aire, y adentro


de las casas no faltó quien bailara Yo lo hice En la calle el jolgorio de los músicos nos habló de lo efímero del hoy y la improbabilidad del mañana fue un descanso la rotura del silencio Abandoné la ventana, salí al balcón dejé caer las gracias y dos billetes en un paracaídas Después de esas tardes no volvieron los músicos deben andar sacando del sopor a otro vecindario Lo cual está bien


El virus llegó Britany Daniela Arriaga Hernández

La gente de las calles ha desaparecido, cada uno de los peatones brillaron por su ausencia esta mañana; el tráfico ya no era el mismo, se notaba incluso en los buses y en los vagones del metro, eran las 8:00 de la mañana y pude acomodarme plácidamente en cualquier asiento del metro, algo raro para ser tan temprano. No faltan los trabajadores, cuyas empresas no se han apiadado de la contingencia, yo formo parte de ese grupo, nos dirigimos a nuestros destinos preocupados de lo que pueda pasar, no sabemos si un día de estos terminaremos siendo el foco de infección en casa. También están los rebeldes sin causa, gente que teniendo la oportunidad de guardar la cuarentena con su familia aprovechan el paro laboral que causó la contingencia para salir a disfrutar; las estancias que aún no han sido cerradas como plazas comerciales, tiendas de ropa y supermercados se ven tan concurridos como un día normal es por eso también que muchos aún debemos trabajar. En casa solo nos podemos encontrar a personas mayores y niños, cuyas responsabilidades son casi nulas, sin embargo, las probabilidades de ser contagiados aumentan en ellos, temerosos de lo que sea que haya afuera, ellos prefieren permanecer en casa, viendo películas, conviviendo los unos con los otros, tomando las medidas preventivas correspondientes y procurando no ser afectado por un asalariado o por un rebelde sin causa. Hoy me toca ir al mandado, necesito hacer las compras en un solo día por dos razones: la primera es porque procuro no salir de casa seguido si no es realmente necesario y la segunda es por qué es los que mi trabajo me permite. Me paseo por los pasillos intentando encontrar aunque sea algo de comida enlatada y papel higiénico. La gente no tiene compasión, el pánico los venció, muchos se apresuraron a comprar lo que pudieron para una supuesta prevención de dicha contingencia y otros se apresuraron


a comprar lo que pudieron por el miedo a que se agotaran las existencias, habemos unos pocos que, o muy cuerdos o muy locos, preferimos tomárnoslo con calma, el día de hoy somos los mismos que paseamos desesperados por el súper en busca de una simple lata de atún y una barra de pan. No hay nada, han sacado, quizá, ya la merma entera, si queremos comer en el día tenemos que comprar en alguna cafetería, cuyos precios han aumentado considerablemente después de lo sucedido, o bien, tomar ese pedazo seco y rancio de carne al que seguramente se le habrá vencido la caducidad hace un par de días. En los supermercados de mi barrio, por ejemplo, eso suele ser normal, sin embargo, hoy he venido a un súper cercano a mi trabajo y la situación no es distinta, o quizá sí, aquí puedo ver como la gente no queda conforme con lo que la empresa ofrece, puedo ver a una mujer de aproximadamente 30 años reclamando a un jóven cajero que "No es posible. Que lo que ofrecen es inhumano. Que no es la calidad de productos a los que está acostumbrada. Que no son reos, etc." Yo solo observo de lejos y me compadezco del muchacho que me mira como pidiendo piedad, "Te entiendo perfectamente" pienso "Entiendo que no es tu culpa, ni la calidad de los productos, ni las preferencias de la muchacha", pareciera que él pudo leerme la mente pues solo asiente con una sonrisa de resignación. Salgo del súper con lo poco que puedo llevar, debo de tomar el metro y eso limita aún más mi mandado, no sabemos qué vaya a pasar el día de mañana, así que también debo economizar, no puedo darme el lujo de pagar un transporte privado. Llego a casa y lo primero que me piden es que me lave las manos, soy la única de mi familia que no está en cuarentena, estoy rodeada de dos personas mayores y dos niños cuyos sistemas inmunes son realmente malos. No me lavo las manos, pero decido meterme a bañar. ¿Qué pasará el día de mañana? No puedo resignarme a esperar la cuarentena en mi trabajo, seguramente nos bajarán el sueldo, ¿Entonces qué haremos? Mi familia está desempleada, yo no gano lo suficiente, vivimos 8 personas en esta pequeña casa y ya nos restringimos la comida y los servicios. Me baño apresurada y salgo directo a cambiarme."Tardaste mucho" escucho decir a mi madre antes de entrar a mi cuarto, en realidad no tardé, fueron 5 minutos exactos, tampoco


hago mi rutina de cuidado del rostro, sé que eso signifíca más pérdida de agua, también procuramos apagar las luces temprano, mi madre se toma en serio todo eso, pues no sabemos si el gobierno tomará medidas o no. Pensándolo bien, ya sé lo que pasará el día de mañana, tendré que levantarme a las 6:30 a.m (normalmente es más temprano, pero recordemos que no debo bañarme de nuevo) salir de mi casa, tomar el transporte público procurando no tocar más de lo necesario, llegar al trabajo, usar el desinfectante y tomar las vitaminas con las que mi gerente cree que vamos a combatir la contingencia, tomar mis volantes y salir a prospectar a gente que puede o no puede estar contagiada por que, a voz de mi gerente, "Somos unos guerreros, no nos dejaremos vencer. Nos reímos del problema y por eso lo desafiamos día con día". No tiene madre; terminará su discurso y lo veré tomar un uberumbo, según yo, a casa para no volverlo a ver en días; concluirá mi turno y se repetirá la rutina hasta que el destino quiera.


Collage de Mariela Lรณpez


¿Qué es la cuarentena? Aylín Cervantes

¿Qué es la cuarentena? Pregunta Macarena 40 noches y más si no te quedas, responde Micaela Es el pasar de los días, añade Santa Elena El atardecer perpetuo cruzando las pupilas, agrega Graciela Sin embargo, cuarentena, significa ma ta te na Y es que nadie sabe, pero doña Cuarentena se alarga como liga para jugar con Mariela Las damas inquietas se han perdido la cuaresma Y los salmones se fueron a la guerra ¿Qué es la cuarentena? Preguntan los niños de la cuadra Que lo diga Magdalena, que a ella sí le va Aunque es mejor que lo resuelva Azucena Porque de tiempos y esperas, ella queda como reina Yo no sé de cuarentenas, insiste la niña atea Y aunque susurran y murmuran Nadie se atreve a nombrar otra vez a Cuarentena Porque dicen y cuentan que su nombre está maldito Por un antiguo brujo sin nación Es por eso que doña Magdalena, solamente reza por montón Porque rememora que en el arca 40 días pasaron en pena Animales y especies, sin una sola linterna ¡Solamente en Dios se acaban las penas! Suelta en un canto, de nuevo Santa Elena Desde el fondo presume Jimena: “doña Cuarentena me dio un empujón” Pero Serena no le creyó Eso es porque aquella se la ha pasado sentada en un sillón Mientras tanto, Selena ya confesó, que el día profundo, en jueves, Cuarentena le dio un botón ¡Un botón! Ha exclamado la nena No más que un botón secreto, le dijo la vieja Celosa Malena, le ha quitado el botón y ha abierto la puerta ¡Afuera! tan sólo moluscos y sirenas bailando sin una razón


Hay otros danzando y velando el sueño del fauno grandulón Pero ahora las calles no son calles, tan solo ríos de miel sobre tejas Desesperada grita tres veces doña Magdalena: ¡Por Dios! ¡Que se lleve este mal la yerbabuena! Los ojos de las féminas irradian placer como si fuera condena Las bocas se les vuelven enjambre empalagoso Y vuelven en sí, sus cuerpos de gozo La soledad las deja perplejas y prefieren dejar de mirar la marea Porque las criaturas han tomado lo suyo a la fuerza Y ellas ya no tienen cabida allá afuera Aún así, Elena fantasea con poner un pie sobre la teja Magdalena con presentar una ofrenda Serena con besar sentada en la arena Y Lena con estudiar una lengua ¿Qué es la cuarentena? Preguntaron las nietas a su abuela Es la ausencia de nosotros para sobrevivir a lo que venga


Romper en caso de emergencia Jhaan Ruiz

La cordura se rompe cuando la justicia corrompe, el débil impone cuando el justo no dispone. ¡Hay que romper lo racional y ser irracional para ser escuchado, pues otra manera no hay! Pero que la hipocresía desaparezca y que de la doble moralidad salga una única y honesta. Son estos tiempos cuando nos damos cuenta que el débil siempre fue el más fuerte y que la justicia debe ser quebrada en casos de emergencia.


pandemic primavera [cinco] Selene Chávez G.

El estado actual de las cosas sus bordes infinitos escurriendo por las esquinas de la náusea y el fuego feroz tras los pixeles que afanosos incuban lo incierto en los tejidos a punto de la atrofia afuera las aves de siempre han tomado cables árboles ramas y cabezas fugitivas del cuello pegado a masas que retozan fornicando con su gula lábiles bestias cometiendo autofagia en sus jaulas de concreto decorado domestican al deseo juntan sus manos por un viento que su cuerpo meza al devenir péndulo por si acaso desistiesen ante el procaz amansado el estado actual de las cosas es la sargantana retorciéndose vuelta roja en su negrura embalsamada bajo el sol por la espesa baba de mi gato.


La cuarentena es siempre un mismo día Nora Elisa Villagómez

En una de las paredes de mi departamento descansa un reloj de péndulo que parece funcionar, lo hace cumpliendo con éxito el movimiento de los engranajes. No hay duda, su trabajo está hecho, sin embargo, la lógica que descansa en el sentido de su tic tac se averió. No hay sorpresas como en el pasado, solo un vacío que se extiende dentro y fuera de mi cuerpo entumido, súbitamente ralentizado. Que alguien le diga a Rubén Blades que la vida ya no te da sorpresas, sorpresas ya no te da la vida. Salir al jardín a las 4 de la tarde es exponerse al calor bochornoso y agobiante de la primavera tropical. Hemos convenido, los inquilinos cotidianos que me habitan y yo, salir a las seis treinta cuando el ocaso extiende sus últimos claros rojizos. Cierro un libro y busco otro que me acompañe a la vieja banca en uno de los extremos del jardín, una llanura más parecida a un páramo, con apenas algunas plantitas aisladas. Sobre la línea del horizonte fluyen ideas fragmentadas de lo que se escucha desde hace dos meses cuando todo inició, colapso económico, la industria, el capital, el neoliberalismo, la globalización, son abstracciones que no me dicen nada. Tengo café y pan esta noche, mañana quién sabe: un retortijón en el vientre. Eso dice mucho. Hay cosas que hablan y me dicen más que el reportaje en el noticiero o la columna periodística del medio nacional. No hay frase más certera y contundente que los pequeños pies de una niña sobre el sucio piso áspero.


O el brazo golpeado de un bebé por un ataque de pánico, su madre no tiene gota de leche y los dientecitos que asoman solo succionan sangre de los pezones flácidos. Y aún eso es parte del día, del mismo día. El fin de la jornada se acerca, mañana será de nuevo el mismo día, una y otra vez. Soy Phil Connors en algún lado B de Groundhog Day, despierto a las seis de la mañana en un paralelismo inverso de Punxsutawney Pennsylvania. Allá caerá una tormenta de nieve, aquí, al este de una municipalidad cercana a la capital tabasqueña, el calor infernal asienta con determinación los discursos científicos del calentamiento global. No me matará el virus, ni los cuarenta y cinco de sensación térmica, lo harán ambos porque se hayan adheridos a los días, a los objetos y a sus funciones monótonas. El vacío líquido llena las mañanas y se evapora por la tarde sin terminar de subir a la atmósfera. Permanece en el aire, durante la noche se ha convertido en hastío. No hay nada que importe y para sobrellevar el hartazgo encuentro nuevas dolencias en mi cuerpo repentinamente desconocido o hallazgos dermatológicos en una piel nueva, la mía. He encontrado en mis ojos una mirada nueva que se descubre a sí misma existiendo y solo a través de su existencia se hace posible el descubrimiento. En los otros, el mismo reconocimiento como una cadena infinita de figuras geométricas perfectamente estructuradas. Soy una figura en el fractal del universo hasta que desaparezco por la noche. Y despierto otra vez en el mismo escenario para repetir una a una las minucias en este encierro. De nuevo, el mismo día. De nuevo.


INEVITABLE Gabriela Arteaga

El tiempo y la distancia pueden cambiarlo todo. Cuando surge una herida el tiempo ayuda a sanarla y la distancia asegura que la herida cicatrice. Cuando surge un sentimiento el tiempo hace que las emociones crezcan y la distancia vuelve a los sentimientos más fuertes. Cuando nos distanciamos, el tiempo me ayudó a ver nuestra relación con diferentes colores y la distancia hizo que el tiempo avanzara más rápido. Cuando te fuiste, entendí que tal vez no volveríamos a vernos de nuevo y que el tiempo ahora correría diferente. Pero ¿qué sería de nosotros si el tiempo y la distancia hubiesen sido distintas? ¿qué hubiese pasado si nos hubiéramos conocido antes? ¿qué hubiese pasado si la distancia entre los dos fuese más corta? Tal vez hubiéramos tenido más tiempo para ser honestos con nuestros sentimientos, tal vez las emociones hubiesen crecido más lento, con más cautela. Nuestras palabras tendrían más peso y nuestra distancia sería más corta, física, mental y emocionalmente. Tal vez seguiríamos juntos… O nuestra inevitable separación hubiese sido más dolorosa. Y el tiempo ahora se sentiría pausado. Y la distancia sería aún más lejana. gaviarte


Los subtítulos de nuestras sonrisas Martin Morales Garza

En camino a la casa, después de surtir lo necesario para amenizar lo que resta de la cuarentena por el COVID-19, me conforta descubrirte inmerso en el lavado de tu carro, siento alivio porque tu trabajo no está dentro de las áreas de suma prioridad. No imagino que me reconocerás debajo del cubrebocas y la mascarilla de plástico estilo soldador, pero lo haces; sin intención de una contestación extensa, debido a la sana distancia o el distanciamiento social, preguntas cómo estoy, al responderte que todo está bien, y con la mentalidad que seguiré mi rumbo, te acercas, sonríes, lo cual noto porque no portas el cubrebocas y ambos nos ruborizamos. Entonces, cuestionas en qué me he mantenido entretenido durante la cuarentena, a pesar de que no hay novedades por contar. —Ya no he visto carros diferentes de visita en tu casa de manera tan seguida. ¿Amistades o citas? —averiguaste y secaste tus manos en tu playera de tirantes blanca. —Ambos, también parientes para reuniones familiares. Y así seguirá hasta que termine la contingencia. Menos mal que nuestros vecinos han acatado las indicaciones. Sin embargo, dudo mucho que no tengamos la atención de terceros durante esta charla; no los culpo, si no fuésemos nosotros, te apuesto que seríamos espectadores de la conversación entre esos dos hombres jóvenes. —Por lo visto, ya no andas con el que venía por ti y te dejaba —preguntaste pero sé que no buscas una respuesta. Entre la verificación de que los vecinos no estén atentos a nuestra plática y tu posición en cuclillas, que permite que las bermudas se ciñan aún más a las piernas que has esculpido con sumo esmero, miro al suelo, veo tus sandalias y me sorprende que no parezcas preocupado, aunque te concedo cierta razón porque el calor de abril ha sido como si hubiesen construido una lupa enorme sobre Nuevo León. Por otro lado, recuerdo aquellos fines de semana, en los que tu carro estaba estacionado afuera de tu casa, ignoraba si vigilabas desde la ventana de tu habitación a


oscuras, vista desde la calle. —Me agrada esto: tú y yo platicando. Puedes venir cuando quieras a la casa, solo si ya no haces como que “la Virgen te habla” cuando nos topamos en la calle. —¿Sabías que hablarte como quisiera es difícil? —planteé con retórica—. En cuanto a lo otro, acepto tu invitación cuando ya no haya necesidad de portar cubrebocas aunque eso, para ti, creo que no supone un obstáculo. El rubor te delata, al igual que la esponja estrujada por tu mano y celebro tu desconocimiento de cómo palpita mi corazón. —¿Haces HOME OFFICE? Es el lado bueno de que no estés casado: no mantienes a flote a terceros. —Tampoco lo estás tú. Sin augurio de pedirte el divorcio, eres el yerno soñado que jamás podré llevar a casa. —Aún vivo con los míos y tengo treinta. Ni carro propio, porque es del jale —dijiste y carraspeaste antes de proseguir—. Me da gusto que no estés incómodo en estos días que parecen un mal chiste y estés llevando a cabo lo que la falta de tiempo no te permitía. Mira —como si necesitara una excusa o una prórroga—: lo hablaremos cuando no haya algo que nos mantenga alejados. De pronto, tu mamá salió para avisarte que el cubrebocas estaba seco y listo para usarse, luego averiguó si mamá, a pesar de la contingencia, podía atenderla en el cuarto condicionado como estética. En la noche, atento a un cielo estrellado que sufrirá el arribo de unas nubes tercas, comprendo el tintineo intestinal cuando veo la luz encendida de tu habitación: el alivio de que estás en casa, exento de todo mal, y que existe cariño, cordialidad, preocupación y atención entre nosotros, aunque seamos tontos u orgullosos para reconocerlo.


Estado de sitio Enrique Dimas

I Veo la ambulancia a través de la ventana, sus pacientes descienden envueltos en la agonía, sin saber lo que les depara el futuro. Apuro el paso antes de que cierren los pasillos, antes del caos que impera en estos casos. La vida nos da bofetadas sin guantes, azota inmisericorde la carne directa, la mejilla sangrante. Ahora debemos esperar hasta que todo pase, hasta que cada quien ocupe su sitio y las manos de la limpieza frieguen la zona, hasta que el monstruo vuelva a dormir la siesta. II Desde hace meses traemos el temor en la piel, una roja mancha en la memoria, la imagen de la peste medieval, el fuego del infierno; ya el país declara recogimiento, el Estado aconseja mantener distancia, y pese a ello, ¿cómo podremos detener el tren inasible? si en vez de alejarse, la mortandad viene a nosotros, nos mira de frente como lobo hambriento y no podemos más que voltear la mirada, usar la salida de emergencia, porque aún no terminan de limpiar y el agua del estanque sigue turbia.


III Nadie quiere la muerte, Frank. Conocí un tipo hace años que siempre decía querer morirse; pero cuando tuvo la oportunidad, una genuina oportunidad de morir, la despreció. Con un poco de fuerza y de llanto se aferró al hilo del cual pendía su cuerpo, y rezó a todos los dioses del mundo. No obstante, Lechowski dice que la muerte, algo que ha de suceder a todos, no podría ser tan mala; tal vez influenciado Nietzsche, el filólogo alemán que defendía lo privado como valioso, y lo público como vil. ¿Será, entonces, vil la muerte, Frank? ¿O podremos pactar con ella como Macario hasta dar el último bocado? IV Ángel dice que a veces se gana cuando se pierde, y creo que es verdad en algunos casos, cuando aquello deseado no conviene tanto como pensamos. Deben de ser las cinco o las seis de la tarde, y pronto tendré que andar el largo trayecto a casa, atravesar una ciudad herida gravemente; antes que yo a mi destino, llega la noche a los ojos, enorme ave negra que acecha y devora desde lo alto. Qué rápida es la noche, amigo, qué rápida es. V ¡Ay, Frank!, todo se ha venido a menos; te escribo mientras lanzo al cesto la ropa sucia, mientras lavo las manos una vez y otra, porque una sombra me persigue cada que salgo, y me muerde una bestia al volver a casa, me revuelca en la inmundicia del peligro, en la cruda verdad de lo falible.


VI La noche y el día llevan secretos guardados, porque son lados de una sola moneda, el sol es un cartero indecente, que va de aquí para allá metiendo las narices donde no le llaman. Ahora combato la noche con los ojos abiertos, herido por el insomnio y la tragedia; ahora injurio al día dando vueltas en la casa, y rayo los lienzos de la memoria buscando consuelo. VII Deseamos vivir mil vidas, amigo, cuando naufragamos en Saturno o cuando perdimos las esperanzas en Sinaloa; pero la cruel realidad se nos revela, y añoramos una vida solamente donde podamos atravesar esta prisión terrible. Lanzo el anzuelo hacia la calle para atrapar la libertad, pero aparecen solamente llantas viejas y gobernantes en las noticias; fieras rocas nos rompen los cristales y la plegaria se repite: «por favor, quédate en casa». VIII Mientras salía del hospital vi llegar una carroza, su presencia siempre viste de tinieblas. Después le dieron indicaciones a una familiar del paciente, le autorizaron pasar a reconocerlo y después ya, después nada. Las autoridades tomarán el resto en sus manos y no quedará un solo miembro, ni una partícula de aquellos que tanto amamos. IX El Principio de incertidumbre dice que el solo acto de mirar, de asistir a un acontecimiento, lo modifica de alguna manera; entonces no existe la certeza absoluta, Frank, sino una aproximación mezclada con los ojos del que mira.


Ignoro de cuál manera estaremos influyendo esta agonía, cuál rostro se oculta bajo la máscara de nuestra esperanza, del miedo a lo desconocido. X Nunca sospechamos la avalancha destructora, por eso te escribo desde el abismo, desde el cadalso donde mis pies juegan el aire, y el verdugo danza la victoria infalible. Será mejor que no vuelvas, Frank, aquí ya nada queda para ti; sin pausa, la sombra avanza las manecillas, y puede que no alcance a escribir este verso, mientras por el cuerpo me invade la muerte, y dinamita las columnas del alma. Puede que nada quede, amigo, ni siquiera esta última línea.


Dibujo de Natalia Alejandrina Blanco


Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena VIII, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com



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