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¡Auxilio, socorro! ¡No alcanza el promedio! ¡No pasa; no tiene el nivel! ¡Es un “Fracaso Escolar”!
no aisladamente, ya que el alumno no habita en una burbuja incomunicada. El éxito depende de la combinación acertada de las capacidades familiares y escolares.
¿Quién fracasa? ¿El estudiante? ¿La familia? ¿La escuela? ¿El sistema? ¿Todos? ¿Sirve de algo culpabilizar? ¿Será más productivo indagar y actuar?
Buscando la suma de esfuerzos y las soluciones, en lugar de las culpas, optaremos por centrarnos en el Éxito Escolar, no en el Fracaso Escolar. Este abordaje es más productivo; nos permite unir la visión de la escuela con la de la familia, facilitando la adquisición de estrategias y aprendizajes que permitirán el desenvolvimiento del alumno en la sociedad, a corto, mediano y largo plazo. Su rendimiento y ejecución en la escuela están vinculados a su familia, al ambiente emocional y académico que ahí se respira, así como a los hábitos de alimentación, sueño y trabajo que se alientan en casa.
Escuchamos que un estudiante fracasa cuando reprueba. Las implicaciones son devastadoras, pues mensajes como “no eres lo suficientemente bueno”, “tu rendimiento no ajusta para cursar el siguiente grado”, inundan el escenario. En esa lógica, el responsable es el alumno, el encargado de llevar la culpa, su malestar y fracaso. ¡La consecuencia es la vergüenza y la burla! La meta de la formación es convertirse en personas competentes, capaces de enfrentar y resolver situaciones de vida. Intervienen y enriquecen esta formación los sistemas escolares, pero
No hay líneas rectas en el proceso. Vamos aprendiendo, enseñando, verificando, y en el transcurso, nos atoramos, revisamos, retomamos, ajustamos y volvemos a intentar. Inter-
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vienen adultos, niños y niñas, muchos días, condiciones variadas, múltiples opiniones, estados de ánimo distintos, contingencias, noticias, expectativas, motivaciones y emociones. En aquel estudiante con dificultades requeriremos indagar sobre las condiciones en él, en su familia, en su escuela. ¡No es posible establecer simplistamente una causa a la dificultad escolar! Requerimos preguntarnos cuáles factores interfieren para que su aprendizaje no se verifique como se espera. Podríamos hablar de dificultades específicas en el aprendizaje inherentes al niño, como discalculias, disgrafias, alexias, problemas en la decodificación de sonidos, lapsos atencionales cortos, patrones de sueño erráticos que se traducen en irritabilidad y falta de concentración, interferencia de medicamentos, disfunciones familiares, entre muchos otros. O mencionar problemas relativos al entorno escolar, como las relaciones con los pares, con los docentes, o con otras familias, por enunciar algunas. Lo ideal es realizar un
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estudio amplio y comprehensivo, capaz de detectar los factores que inciden en que este niño o niña no esté pudiendo alcanzar su óptimo nivel de ejecución y de rendimiento, con el fin de ayudarlo y no de culpabilizarlo. Encontrando los hilos, podremos entrelazarlos o desenmarañarlos, según sea el caso, realizando un trabajo conjunto, en equipo, el estudiante, su familia y la escuela. ¡Debemos remar hacia el mismo puerto! El progreso y alcance del nivel esperado se dan cuando los requisitos se consiguen progresivamente, siguiendo una secuencia de pasos y de dificultad creciente en varias dimensiones aprendiendo a resolver, cuestionar, analizar, a comunicarse asertiva y efectivamente. No se trata de acumular datos, sino de saber utilizarlos, disfrutando y compartiendo cuando se requiera. Los tropiezos a lo largo de su educación se “van viendo” conforme pro-
gresa en esta progresión creciente de dificultad, valga la redundancia. Cuando los niños “se atoran”, tenemos que preguntarnos ¿qué está pasando?, no enunciar que hay un “fracaso”. La etiqueta no ayuda a nadie: se limita a refrendar los mensajes negativos que el niño ya tiene de sí. Sólo se deteriora su autoestima. Los “cascabeleos” o “resbalones” indican la urgencia de intervención, y las características de ésta se determinan en cada caso. Estos tropiezos son positivos cuando se ven como combustible para mejorar, aprender, ver qué falló y derivar estrategias remediales. Tener “éxito escolar” supone tanto conflictos, fallas y equivocaciones, como aciertos y el desarrollo de habilidades para hacerles frente, superarlos y avanzar. Por lo tanto, es labor de familias, escuelas, alumnos y frecuentemente de especialistas y terapeutas en educación, encontrar las fortalezas, utilizarlas como polea para elevar las debilidades Tu Mejor Colegio SEPTIEMBRE 2017
y promover, en trabajo colaborativo, el alcance de las metas cognitivas, emocionales y prácticas, esenciales para fluir exitosamente en la vida. La formación integral es asunto de cooperación, perseverancia, paciencia, dedicación y enfoque. Cuando existe algún asunto entorpeciendo el aprendizaje, resulta indispensable recordar la pertinencia de la comunicación efectiva entre quienes formamos el entorno psico-socio-educativo. Así quitaremos la máscara de fracasados escolares a los alumnos y nos enfocaremos a buscar su éxito, es decir, la oportunidad de salir adelante recibiendo atención especializada, responsable, comprometida, sistemática y constante, a tiempo. Las probabilidades de progreso aumentan cuando las dificultades son atendidas tempranamente, en un entorno profesional, cariñoso y bien tratante.
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17 Los abuelos son los guardianes de la historia familiar, capaces de enseñar su saber con paciencia y amor. Pero hoy se han convertido en verdaderos cuidadores. De ahí que debemos revisar su quehacer como acompañantes formadores en las nuevas generaciones. El término “abuelidad” lo introduce la Psiquiatra Paulina Redler, en 1977. La “Abuelidad” hace referencia a una función concreta en la crianza de los nietos, vital como lo es la maternidad y la paternidad. Los abuelos se gestan con el nacimiento del nieto. Relación afectiva y estrecha en la mayoría de los casos y muy particular según las características de los abuelos y el nieto o nieta. Puede ser complementaria, privilegiada, de complicidad, directiva, etc. Por eso, en esta relación intergeneracional abuelos-nietos amar, consentir, apapachar, atender, cuidar, disfrutar, consecuentar, considerar, mimar, querer, proteger, nunca ha estado disociado con educar, lo que sí lo esta es: boicotear a la autoridad paterna, resolver al nieto desestimando su capacidad o habilidad, facilitarle procesos, limitarle experiencias por suponer que puede lastimarse, cubrir sus necesidades sin entrenar la tolerancia a la frustración o la espera de turno, adivinar lo que desea sin promover el lenguaje, en una palabra no favorecer el desarrollo infantil.
Siempre me declare respetuosa de los “abuelos”, y aún lo soy, solo que ahora ya me encuentro en dicha condición y desde dicha posición quiero compartir mis aprendizajes. Ser abuela me ha permitido entender un mundo diferente de afectos, experiencias, vínculos, jerarquías y expectativas. Cuando me preguntan cómo se quiere a los nietos, me gusta decir que es un “amor libre” esto es: soy libre de expresar y de dar tanto amor como yo quiera, soy libre del tiempo y los recursos que para él (como es mi caso) quiero destinar, así como soy libre de hacer lo que yo desee hacer con él, porque ahora educar a este pequeño no es mi responsabilidad, yo solo quiero amarlo y demostrarlo. Supongo que es ahí donde radica el problema de los abuelos con respecto a la función de los padres, los abuelos pueden ser “libres” de dar y los padres deben ser “intencionados” al dar. Esto es: formativos, constructivos, directivos, desarrolladores, etc. Ese defectuoso desborde afectivo, por definirlo de algún modo, que los abuelos podemos llegar a tener es lo que entonces gesta en los nietos el efecto de “mala crianza” en ellos. Es probable que ahora usted disponga de tiempo suficiente para lo que desea y posea aún gran capacidad inventiva,
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misma que puede estar potenciada incluso por la serenidad con la que hoy vive su tiempo, así como cualidades para la enseñanza y dotes de paciencia, incluso tal vez, las no vistas ante sus propios hijos. Aludiremos a ellos en las siguientes estrategias a practicar: Evite ser laxo con las normas establecidas por los padres del menor, recordemos que aunque usted tal vez considere que son impropias o exageradas, quien recibe dichas indicaciones (su nieto o nieta) está en proceso de integrarlas y asumirlas y por tanto conviene vivirlas igual en todo momento y lugar. Refuerza las indicaciones que el menor reciba de sus padres, con ello fortalecerá el orden jerárquico y abonará la sana estructura familiar, con padres como autoridad e hijos como sujetos en proceso de formación y educación. Por ningún motivo “boicotee”, anule, minimice, contradiga o niegue una indicación o regla que le hayan establecido a su nieto o nieta, ello deja en desventaja al padre o madre en futuras situaciones de disciplina y resiente la relación entre su hijo o hija y usted (aunado al impacto que generará en su nuera o yerno).
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¿Te has puesto a pensar en todo el nuevo conocimiento que vas a adquirir durante este año, todas las nuevas experiencias, nuevos retos, nuevas rutinas, amigos, tareas (que aunque son para los niños… a veces pareciera que también son para los papás), lecturas, proyectos, resúmenes, planas…? Se puede percibir como algo abrumador, ¿no crees?. En realidad, es una nueva oportunidad de vivir, que sí requiere de mucha energía, concentración, organización, pero que puede ser maravillosa siempre y cuando, tanto tú mamá o papá, como tus pequeñ@s, tengan particularmente un órgano de su cuerpo bien alimentado: el cerebro. Este órgano es el que nos permite comprender nuestro mundo, recibir
los estímulos del exterior y darles un significado, poner nombre a nuestras emociones, guardar información, relacionar datos, organizar nuestro día a día; por lo que, un cerebro bien alimentado, a los adultos nos permitirá hacer frente a los retos diarios de una manera positiva, proactiva, controlando los niveles de estrés que produce la rutina, encontrando soluciones y tomando decisiones cotidianas. Y en los niños, evita la irritabilidad, la agresividad, la hiperactividad o el cansancio en clases; ayuda a la comprensión y a la retención, en pocas palabras, un cerebro nutrido ayuda a desarrollar sus capacidades. Pero… ¿Cómo lograr tanta maravilla Tu Mejor Colegio SEPTIEMBRE 2017
cerebral? No es tan difícil; es cuestión de una alimentación balanceada y buenos hábitos: En primera, no te saltes nunca el desayuno. Es importante que éste se realice en el transcurso de la primera hora después de levantarte y debe ser balanceado, es decir: tiene que tener fuentes óptimas de proteína (huevo, leche, quesos magros como panela o requesón, yogurt, jocoque), ya que enzimas, hormonas y neurotransmisores se construyen a través de la proteína.
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Si quieres que todos estos mensajeros internos de tu cuerpo, lleven la información correcta y de manera coordinada, es necesario fuentes proteicas con los ocho aminoácidos esenciales, alimentos de origen animal, que además de darte esta proteína de alta calidad, proporcionan otros dos nutrientes indispensables para el buen funcionamiento de tu cerebro: la vitamina B12 o cianocobalamina, que ayuda a prevenir el daño de los nervios y protege el recubrimiento de las terminaciones nerviosas; de igual manera, se relaciona con la producción de un neurotransmisor, el acetilcolina; y el mineral zinc que al no ingerirse de manera adecuada, puede producir nerviosismo, ansiedad y falta de concentración. Este desayuno, y en realidad todas las comidas que realices en el día, deben tener una cantidad suficiente de carbohidratos: frutas, verduras y cereales integrales, ya que estos proporcio-
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nan “glucosa”, el único combustible que utiliza el cerebro para funcionar. Considera en cada alimento que realice tu familia, una ración de fruta, como: 1 rebanada de melón o de papaya, una pera o manzana chicas, medio mango o una taza de fresas; una porción de verdura: medio chayote, una zanahoria mediana o una taza de brócoli; y por lo menos una de cereal: una verdadera tortilla de maíz, una rebanada de pan integral o dos cucharadas de avena. Por supuesto, ya que la corteza cerebral está hecha de grasa (principalmente omega 3), es básico para un buen funcionamiento cerebral, fuentes de las llamadas “grasas buenas” o grasas mono y poliinsaturadas: 1 cucharada de chía, 1 cucharada de linaza, 1/3 de aguacate, 6 almendras, atún o salmón; sin embargo, existe un suplemento alimenticio que ayuda enormemente a la concentración, la retención, la buena memoria y la tranquilidad cerebral, este es el DHA,
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un ácido graso de la familia de los omega 3, que es la grasa cerebral por excelencia y que se encuentra básicamente en los peces azules de agua fría, aunque existen algunas otra fuentes de origen vegetal. Una última recomendación: si se presenta mucho cansancio o tus pequeños no quieren comer bien, por qué no intentas elevar sus niveles de energía y aumentar su apetito con otro suplemento maravilloso para su cerebro y para todo el cuerpo: la levadura de cerveza. Puedes buscar su presentación desamargada, ya sea en pastillas o en polvo, y agregarla en el desayuno y cena como parte del licuado. Te recuerdo que la levadura de cerveza NO es para subir de peso; ésta representa las vitaminas del complejo B completas, desde la B1 tiamina, hasta la vitamina B12, logrando una buena nutrición celular ya que ayuda al buen metabolismo, absorción de nutrientes y su transformación en energía.
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¿Podemos imaginar a un adolescente que no se ilusione por algo? ¡Sí existen!, Se les nombra de manera irónica “Zombis”, andan por la vida sin que nada les motive, solo pasando el día, cumpliendo mínimamente con sus “Deberes”, la ojera, la falta de motivación, la mediocridad, la ley del menor esfuerzo es lo que los caracteriza. Sus cuerpos tienen músculos ácidos, han desarrollado pocas competencias (habilidades, destrezas, conocimientos) por su falta de actividad y eso los hace tener creencias limitativas de sí mismo y del mundo que los rodea. Podría decirse que están muertos en vida. Las ilusiones son parte esencial del proceso de desarrollo de las inteligencias de cualquier persona, pero en la adolescencia adquiere un papel fundamental, ya que es un periodo en donde se forma la identidad de la
persona. Las ilusiones y sus logros, fortalecen las creencias sobre uno mismo y de eso dependen los proyectos, las metas, las actividades y las motivaciones intrínsecas que tenga el joven para tomar sus decisiones.
conflicto y distanciamiento entre padres e hijos.
Los adultos somos buenos para criticar las ilusiones de los adolescentes, descalificando fácilmente sus proyectos o la falta de ellos. La adolescencia es una etapa de cambios, lo que llega a descontrolar más es que estos cambios pueden llegar a ser muy radicales, en días pueden cambiar de ideas o ilusiones. ¡Calma, es parte del proceso de búsqueda continua de la edad!.
No podemos decidir los pensamientos ni sentimientos de nuestros hijos, menos podemos ni debemos manipular las ilusiones, pero sí podemos crear entornos y situaciones donde los adolecentes puedan tener ilusiones que les ayuden a ser mejores personas y desarrollen grandes competencias que los prepare para la vida, al inicio puede haber cierto rechazo, pero con las riquezas de las experiencias y los satisfactores de logro de la actividad misma, el adolescente deseará repetir y mejorar dicha actividad.
En el proceso de identidad, los demás, sus compañeros y amigos, pueden tener más influencia que sus propios padres y eso, para algunos padres, les cuesta trabajo procesar, causando
Los padres de familia pueden llevar a los hijos a campamentos, subir montañas, escalar muros, recorrer ríos, pescar, participar en la creación de una obra de construcción, un taller de
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pintura, participar en la elaboración de artesanías, hacer instrumentos musicales y tocarlos, ayudar a otros a mejorar su vida cotidiana, participar en una conferencia sobre un tema de interés de los hijos, conocer y platicar con personajes que han tenido éxito por sus logros, ayudar a personas con capacidades especiales, hacer deportes novedosos, desarrollar oficios donde gane dinero por un trabajo que realizó con sus manos e inteligencia, viajar a lugares diferentes, sin lujos, a la aventura, escoger escuelas donde los reten intelectualmente y les den competencias para la vida. Hay muchas cosas que podemos hacer como padres para que los adolescentes puedan engancharse con una ilusión que los mueva a entrenar, prepararse para lograr eso que desea ser. Los padres podemos limitar las ilusiones o dejarlas sólo en cuestiones materiales, como “tener” el celular de última moda, el videojuego o la ropa de marca, esas más que ilusiones son deseos materiales por el tener, que a la larga no dejan tantas competencias. Si el adolescente trabaja para lograr sus deseos materiales, se vale, ya que para lograrlo desarrollará habilidades y talentos que le ayudarán
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para la vida. La administración y uso de lo que compre el adolescente entra dentro de los límites de disciplina de la familia. En conclusión, las ilusiones que fortalecen el ser, más que el tener, ayudan a los adolescentes a vivir con más intensidad, a entrenar, a prepararse, a desarrollar competencias, a tomar mejores decisiones, a prepararse para la vida, a mejorar la imagen de sí mismo, a mejorar la autoestima, a fortalecer valores, a administrar el presente para lograr sus metas futuras (que el futuro para un joven puede ser la próxima semana), y a vivir huyendo día con día sabiendo que son importantes y que pueden cambiar al mundo. Los jóvenes necesitan de ilusiones positivas en un mundo que parece que estuviera contra ellos. Los adolescentes son lo mejor que tiene nuestra sociedad. Provoquemos en ellos ilusiones que les den vida. Un adolescente con sanas ilusiones es un adicto menos. Crear entornos donde el adolescente se ilusione por ser mejor, es el papel más importante de una sociedad.
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Los adultos somos buenos para criticar las ilusiones de los adolescentes. La adolescencia es una etapa de cambios, en días pueden cambiar de ideas o ilusiones. ¡Calma, es parte del proceso de búsqueda continua de la edad!.
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29 Para detectar un problema en el aprendizaje no debemos esperar hasta que un niño falle escolarmente, es decir, hasta que repruebe una materia o repita un grado. Generalmente, mucho antes de tales situaciones desgastantes encontramos señales sutiles y progresivas de “puntos débiles” en el desarrollo. Podemos analizar, en diferentes contextos, actividades que brindan información sobre el cerebro en acción: las actividades cotidianas, la convivencia con otros chicos, la comparación entre juego solitario, a dúo o con reglas, por ejemplo, pueden ser ventanas iniciales para observar áreas problemáticas. Aunque padres y madres podemos ver rasgos, es mejor comenzar con un diagnóstico clínico antes de la escolarización formal. Lo más común es que se haga referencia a los problemas del aprendizaje pensando en actividades complejas como la lectura, la atención o la memorización. Sin embargo, estas son ya funciones mixtas, cuyos cimientos están en procesos cerebrales más básicos que se desarrollan de forma interconexa entre
el primer y segundo año de vida. La motricidad, la integración sensorial, los procesos afectivos de vinculación y comunicación, son antecedentes de todo el edificio cognitivo que vemos ya armado y operando en la escuela. Un trastorno de aprendizaje no será entonces algo que aparezca hasta el kinder sino que tiene sus raíces bastante antes. De forma ocasional se detectan problemas en preescolar, pero lo habitual es que los trastornos del aprendizaje se dictaminen hasta los primeros grados de primaria. En muchos casos se han perdido años valiosos e intervenciones tempranas que harían menos accidentado el camino. No siempre es fácil distinguir un verdadero problema de lo que no lo es; por ello, el diagnóstico clínico es clave para dictaminar si un niño presenta indicadores del neurodesarrollo que resultarán en un trastorno del aprendizaje y requerirán terapias. Lo habitual es que un leve retraso en el desarrollo (que en muchos casos es el antecedente del trastorno del aprendizaje) pase desapercibido o sea minimizado. Los padres se pueden
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dar cuenta si algo anda mal o avanza lentamente, los pediatras pueden advertir algunas veces de ciertas “tardanzas”, pero lo más usual es que sean vistas como algo pasajero. Estamos acostumbrados a pensar en el desarrollo cerebral como algo que por sí solo se logrará, lo cual no siempre es el caso. Esperar a que el desarrollo “se normalice” no es una buena opción. Tomemos un ejemplo claro: investigaciones actuales en neurociencia demuestran que factores como el estrés de las madres durante la gestación (padecido in utero por el bebé) es detonante de una “cascada negativa” en las redes neuronales en construcción que puede dar como resultado hiperactividad y déficit atencional varios años después. ¿Debemos entonces empezar ahí? Parece que sí (al menos en lo que respecta a cuidar el entorno de las madres gestantes y, por ende, del pequeño sistema nervioso en desarrollo). Hay que pensar siempre que las capacidades de aprendizaje se arman por niveles, verticalmente: los bebés
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descubren el mundo tocando, oyendo, moviéndose, y están construyendo funciones de lo simple a lo complejo. El neurodesarrollo, esto es, la construcción de redes funcionales entre neuronas, es un proceso a la vez biológicamente guiado (expresión de los genes) y culturalmente “formateado” (dependiente del contexto de estimulación social-familiar). Un cerebro que aprende es un tejido hecho de natura y cultura; si alguno de los factores tiene deficiencias, habrá desfases en las adquisiciones y los aprendizajes se verán afectados en mayor o menor grado. La neuropsicología del desarrollo nos advierte que pequeñas causas pueden generar grandes efectos, es decir, que los indicios tempranos sobre dificultades en el desarrollo no son neutros, sino que implican leves disfunciones en las redes neuronales que en muchos casos ameritan intervenciones precisas del tipo estimulación cognitiva enriquecida. Pensemos que el desarrollo neurocognitivo es similar a la construcción de la red carretera de un país: se van uniendo regiones a través de caminos, puentes y autopistas; el flujo principal a la capital o entre las ciudades claves (en el cerebro, las
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zonas primarias de procesamiento de la información) debe ser veloz, para después integrar regiones menores en áreas de desarrollo amplias (la zona centro, por ejemplo, con gran actividad económica, sería en el cerebro equivalente a un proceso complejo como la lectura, hecha de varios pueblos y regiones enteras). Como el tráfico citadino nos demuestra: para el buen tránsito no sólo importa construir calles, ¡sino tapar bien los baches! En preescolar suelen aparecer ya las primeras señales de un trastorno, pero incluso ahí muchas veces es hasta el último momento que muchos especialistas y maestros prefieren esperar, para ver si un niño “se pone al corriente”. A veces esto es un peso demasiado grande para un pequeño, y el edificio cognitivo se va poco a poco ladeando, con efectos muchas veces notorios, primeramente, en la autoestima y las ganas de aprender. Un niño que se irrita constantemente ante pequeños retos, que prefiere no hacer esfuerzos, que huye de las tareas complejas, no es un chico flojo o poco dotado; primeramente es alguien que no está pudiendo con una carga cada vez mayor. Porque su educación es la mejor herencia
El cerebro no sólo aprende contenidos (conocimientos) sino sobre todo aprende procesos (aprende a aprender, a organizar, a jerarquizar, a ejecutar, a inhibir). Estas son las súper autopistas que llamamos funciones cerebrales complejas. Para ellas no existe una “zona cerebral”, sino una red de redes, una unión de regiones corticales especializadas que se integran para trabajar juntas como en una cadena de montaje. Para que el cerebro logre, por ejemplo, leer, se requiere una integración de regiones enteras que procesan, cada cual, información lingüística, visual y motora en niveles de especialización cada vez mayores. Puede haber, por lo tanto, fallas o bloqueos en las “carreteras secundarias” y por ende habrá poco flujo en la autopista, o bien baches en la autopista que provocará embotellamientos en las carreteras secundarias. Este tipo de diagnóstico de procesos complejos es el más eficaz a la hora de planear tratamientos para los problemas de aprendizaje; y a simple vista, o mediante un mero cuestionario de síntomas, no puede hacerse con la precisión requerida.