Túnel 03

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Guillermo Almada

publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo

La apuesta del DT de River al cómo ganar

Mauricio Ubal

La búsqueda poética y lúdica del fútbol

Un tema incómodo

Ser negro en el fútbol uruguayo

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diego fagúndez y ramiro guerra

los extranjeros 1


Doping positivo

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Corea y Vietnam

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Rampla Juniors de Pueblo Obrero es un cuadro de fútbol que juega en la liga de zona oeste del departamento del Maldonado. Para mi generación –los que andamos entre los veinte y treinta años, crecimos en la zona y jugamos esa liga–, Rampla siempre fue algo así como una versión pueblerina de Racing de Avellaneda: extrema dificultad para conquistar un título, hinchada numerosa, seguidora y en extremo bipolar, caos generalizado a nivel dirigencial no exento de golpes de Estado, crisis económica permanente y cierto carácter indómito del común de sus jugadores, tanto dentro como fuera de la cancha. Es recordado el caso del Cotorra, ex director técnico que solía abandonar los partidos para ir al almacén a hacer los mandados y a la vuelta cantaba los cambios desde atrás del alambrado, mientras seguía rumbo a su casa con la chismosa a dejar el pan y la leche. Desde que tenemos memoria, también, sabemos que hay un apodo que se aplica tanto al cuadro como al barrio al que pertenece, usado por propios y extraños, y que ha perdido casi todo el matiz peyorativo que, supongo, tuvo alguna vez: Corea. Durante muchos años no tuve pista alguna de su origen. Simplemente lo usaba, como todo el mundo: si jugabas en Rampla, o vivías en “el pueblito” –versión popular del más solemne Pueblo Obrero, lugar en donde hace más de cien años se instalaron los primeros trabajadores que trajo Francisco Piria para construir su homónima ciudad– eras un coreano, significara lo que significase. Hasta que un día vino Rómulo, el padre de un amigo, y expuso ante varios de nosotros una teoría que ni siquiera él, por una cuestión de edad, podía corroborar, pero que le resonaba de su infancia: al parecer, hacia comienzos de la década del cincuenta, ir a jugar a la cancha de Rampla no era de las experiencias más saludables. La cancha era chiquita y estaba en la ladera de un cerro, por lo cual tenías claramente definidos un tiempo en subida y otro en bajada. El coreano, conocedor de las

particularidades del terreno, sabía cómo ensuciar el partido en el primero y cómo pasarte por arriba en el segundo. Los líneas eran amedrentados por un público que podía golpearlos con sólo estirar el brazo por encima del alambre de tres hilos que dividía casi imaginariamente el adentro del afuera. Y llevarte los puntos para Piriápolis podía significar tener que abandonar el campo de juego espalda con espalda y bajo una lluvia de cascotes. Entonces a alguien se le ocurrió decir que ir al pueblito era como ir “a la guerra de Corea” –la guerra de moda por aquellos años de temprana Guerra Fría– y se ve que quedó. No sé si será verdad –el cuento de Rómulo es tan creíble como mi síntesis de la esencia coreana– pero la metáfora bélica siempre me pareció de lo más interesante, porque de alguna manera expresa lo opuesto a la moral liberal y bienpensante que domina al fútbol contemporáneo. Me explico: el fútbol es muchas cosas, pero hoy parece dominar la idea de que una de ellas –el espectáculo– siempre debe estar por encima de las demás. Claramente es una concepción nacida de otra, que se asume menos: el fútbol es un negocio, y para que el negocio crezca y el capital circule, debe priorizarse su carácter espectacular: partidos con muchos goles, delanteros con muchos caños, defensores que salgan jugando y no peguen –¡ay David Luiz!– y millones de hinchas/consumidores que sepan dominar la pelota hasta con las partes privadas de su cuerpo pero que no entiendan qué significa cerrar el lateral. Algo así como un fútbol hollywodense, de efectos especiales. (No en vano, uno de los especiales de fin del último año de ESPN mostró algo así como “los mejores o los más espectaculares partidos del 2014”: cualquiera que hubiera tenido más de seis goles entraba, incluso alguno que otro de la sexta o séptima división argentina...). Para esta concepción –que, vale decirlo, es más típica de los periodistas metrosexuales que salen en cadenas de

El fútbol es muchas cosas, pero hoy parece dominar la idea de que una de ellas –el espectáculo– siempre debe estar por encima de las demás. Claramente es una concepción nacida de otra que se asume menos: el fútbol es un negocio, y para que el negocio crezca y el capital circule, debe priorizarse su carácter espectacular.

información trasnacionales, como ESPN o Fox Sports, pero que gana terreno entre los jóvenes formadores de opinión uruguayos– hay que celebrar a los equipos que salen a jugar “de igual a igual”, “sin miedos”, “sin complejos”, porque hacen “partidos más atractivos”, “espectáculos más entretenidos”. Entonces, si por ejemplo el Atlético de Madrid va al Bernabeu y se come tres pero llegó cuatro veces con peligro al arco rival, y esas llegadas pueden incluirse en el resumen de goles de Europa, se destacará su actitud “atrevida” y que “no le pesó el partido”. Si se mete atrás y saca un empate, “hizo poco por el espectáculo”. En alguna medida, este tipo de planteos son un espejo de esa concepción liberal, tan extendida entre nosotros, según la cual el éxito en la vida depende pura y exclusivamente de nuestros esfuerzos individuales, realizados en el


Ilustración: Rodrigo López

marco de una sociedad en la cual las reglas son parejas para todos. Entonces en la vida, como en el fútbol, también hay que competir “de igual a igual”, hay que salir al mundo con actitud voraz y emprendedora, ya que si te esfuerzas, conseguirás todo lo que te propones, independientemente del mundo que te rodea. Esto es carne de cañón para los poderosos: vaya y juegue de igual a igual en el Bernabeu –aunque tenga mucha menos plata, poder y jugadores dotados física y técnicamente–, cómase seis pero vuelva con la satisfacción del deber cumplido. Vaya y venda su fuerza de trabajo individualmente mediante su empresa unipersonal, labure mucho, gane poco, pero siéntase contento de que usted es su propio jefe. La metáfora bélica es justamente lo contrario. (Sí, ya sé, el fútbol no es

una guerra, pero dejemos la corrección política para los grandes formadores de opinión). Corea sabía que el mundo es desigual, y asumiendo esa desigualdad de origen desarrolló estrategias acordes a sus condicionantes externos. Tal vez sería más certero decirles vietnamitas, en homenaje a la estrategia de guerra de Ho Chi Minh: probablemente los otros

cuadros tuvieran más dinero y mejores jugadores, pero ellos tenían a favor el conocimiento del terreno y la fuerza de su gente. Y las reglas, bueno, las torcían un poco. Porque si el mundo es desigual, el fiel de la balanza nunca puede estar en el medio. _Mauricio Bruno

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Permiso del MEC en trámite www.tunel.com.uy - redaccion@tunel.com.uy Dirección responsable: Diego Graziosi Coordinación general: Pedro Cribari Edición: Marcel Lhermitte Notas: Cecilia Álvarez, Mauricio Bruno, Agustín Castillo, Marcelo Fernández Pavlovich, Diego Graziosi, Alexander Laluz, Luis Morales, Mauricio Pérez, Patricia Pujol Columnas: Ignacio Alcuri, Daniel Baldi, Agustín Lucas, Martín Otheguy Fotografía: Andrés Cribari, Rodrigo López, Leonidas Martínez Diseño: Andrés Cribari, Rodrigo López Corrección: Stella Forner Producción comercial: Yamandú Graziosi, Roberto Zanolli Se utilizaron las tipografías Chau Trouville, de Vicente Lamónaca; Rambla, de Martín Sommaruga; y Adobe Garamond Pro Foto de tapa: Andrés Cribari

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tĂşnel mar-abr 2015 4 Foto: Leonidas MartĂ­nez


Guillermo Almada: un récord de continuidad como dt en River Plate

Lo importante es cómo ganamos Se declara futbolista, aunque en 2006 colgó los botines para dedicarse a ser el que juega pero del otro lado de la línea de cal. Llamarlo ex futbolista no corresponde, dice, porque uno arrastra lo que ha sido: sigue pensando como jugador. Habla pausado en el mano a mano. Al costado del pasto asume su rol incorporando gestos que indican posiciones de juego, maniobras de estrategia. Con su voz grita, con su mirada orienta, con sus brazos acomoda al equipo. A los 45 años es el responsable de dirigir ininterrumpidamente a River Plate desde 2011, una señal interesante en un fútbol que carece de continuidades de proyectos de largo plazo en pos de conseguir resultados a la brevedad. Guillermo Almada bien podría entrar en el Guinnes; es el DT récord.

Afuera llueve y está fresco. Propio de un verano sui géneris. Adentro, el bar se llenó de gente. Hay ruido de cubiertos en platos, sillas que se corren. Murmullo. Guillermo se sienta en una punta del salón, contra una pared. Pasa, digamos, desapercibido. Los mozos lo verán cuando el grabador se haya encendido y el flash ilumine el rincón. Es el DT de los darseneros, que ahora cuenta que él sabe que es una rareza lo que vive. ¿Alguna vez pensaste que ibas a permanecer tanto tiempo como DT de River? Soy el técnico en River que ha tenido más continuidad. Empecé en 2011. Tengo recuerdos de cuando jugaba al fútbol y creo que [Raúl] Möller en Defensor fue uno de los técnicos que duró más en un club: cuatro años. La verdad es que no pensé que esto iba a pasar. Cuando empecé, me preocupaba resolver el trabajo inmediato que tenía. Era una situación angustiosa la de River porque estaba complicado en el descenso, y queríamos hacer algo por eso. Quedaban pocas fechas y el club estaba a un punto de la posición del descenso y tenía que jugar con Nacional, Peñarol y con Liverpool; venía de muchas derrotas consecutivas. Empatamos con Liverpool 1-1 en Belvedere, que fue mi primer partido como DT, y tuvimos dos triunfos con los equipos grandes. Eran partidos pesados por la situación que atravesaba el club. Para la prensa especializada River era candidato a bajar, ya que tenían en cuenta los rivales que le quedaban en la finalización del campeonato. Obtuvimos

dos triunfos que nos dieron oxígeno y se salvó la situación. Pudimos subsanarla y seguimos apuntando a otras cosas en los años que siguieron. ¿Qué elementos se combinaron para tu permanencia en el club? Primero es el convencimiento que tienen los dirigentes con respecto a nuestro trabajo. Los resultados tienen mucho que ver porque los entrenadores vivimos de los resultados. Después, un grupo de jugadores que fueron elegidos y para los que no tengo más que palabras de agradecimiento porque creen en la propuesta futbolística, la disposición al trabajo es espectacular y a pesar del recambio de jugadores constante, el grupo no ha resentido su rendimiento. El equipo ha clasificado a copas internacionales continuamente, ha sido protagonista de nuestro torneo y eso es un gran mérito de los jugadores. Me preguntan por el secreto y digo: el trabajo y la disposición de los jugadores es fundamental para mí. Para continuar en el club, ¿planteaste que debían ser atendidas las deficiencias en la infraestructura y el pago de salarios adeudados? Sí. River tiene déficit de infraestructura y los dirigentes lo saben. Esto no es actual. Prácticamente desde que yo estoy en el club he solicitado mejoras pero se necesita un respaldo económico para mejorarlo y River se sustenta por sus ventas de jugadores. La prioridad son los sueldos de jugadores y funcionarios, es un presupuesto grande y a veces no hay

dinero. Se están haciendo esfuerzos y estamos encaminados porque se necesita una mejora en la infraestructura. En comparación con otros clubes estamos a años luz. No sé si vamos a llegar a ver en cuadros uruguayos toda la tecnología que hoy está puesta en el fútbol. Nacional, Peñarol, Danubio, Defensor y ahora Liverpool son los clubes que están un poco mejor en musculación. En Brasil, por ejemplo, cada jugador va a la sala de musculación con un chip que le indica con cuánto peso debe hacer cada ejercicio y no veo que eso pueda llegar a Uruguay, ni siquiera a nivel de selección. En muchos otros temas también hay retraso: canchas, tecnología, estamos muy lejos, y para equipos como el nuestro se hace muy difícil. Estamos sideralmente lejos de lo que se trabaja en Europa. Cada seis meses cambia tu equipo, se van jugadores del plantel y ascendés, de las formativas del club, a jóvenes para que hagan su experiencia en primera. ¿Cómo se trabaja esta situación cando un equipo no permanece? Cuando detectamos a algún jugador que creemos que tiene condiciones para hacer lo que pretendemos, lo traemos con bastante antelación, mínimo seis o siete meses, y lo preparamos para los trabajos físicos y futbolísticos que son completamente distintos a los de las inferiores. Después, la propuesta que pregonamos desde lo futbolístico dentro de la cancha es acelerar el proceso, debido a la necesidad que tiene el club de transferir jugadores, y el de 5


“Tratamos de tener gente de buen pie en todos los sectores de la cancha y a veces tomamos más riesgos en ofensiva que en defensa. Consideramos que saber defender es una virtud, y tenemos que saber defender, pero habitualmente defendemos con menos gente que atacamos”. “Vivo el fútbol con mucha pasión y soy un tipo verborrágico, no me puedo aislar de lo que hacen mis jugadores y paso dando indicaciones. Soy amante de la perfección y en el fútbol no existe”. (Foto: Leonidas Martínez)

adaptación para reponer el plantel. Tratamos de tapar esas posibles bajas que han sido muchísimas. Y en algún caso que no haya reposición porque los transferimos muy jóvenes, intentamos buscar un jugador con experiencia que tenga calidad humana primero, y haga su aporte futbolístico, después. En eso hemos tenido suerte. [Cristian] Kily González, [Sebastián] Taborda en su momento son jugadores que han

colaborado mucho dentro del equipo desde la disciplina; y en lo personal, han construido cimientos en la formación de grupo, son jugadores de trayectoria que colaboraron muchísimo. ¿Qué es lo primero que intentás transmitir a un futbolista joven que se incorpora a tu equipo? Primero que sea buena persona. Eso tanto en juvenil o a una persona que

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Almada x Kily González

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Cristian Kily González es el jugador experimentado de River. Tiene 38 años y una larga trayectoria deportiva. Luego de su paso durante seis años por el fútbol de Israel y recién llegado a Montevideo en 2011, recibió una llamada de Almada para proponerle integrarse al plantel de River. Y no dudó. Había jugado contra él en los últimos años de su carrera futbolística. Le entusiasmó la propuesta y se incorporó rápidamente al equipo de River. Hoy lo disfruta. Va por su cuarto año en el club. Si bien el trayecto hasta el Saroldi desde Atlántida todos los días puede resultar pesado, él no lo dice. No dejaría el balneario donde vive, ni la cancha donde juega. Vale la pena lo que siente cuando se ata los zapatos de fútbol. Si bien ha tenido experiencias en España y en Israel, jugó también en Liverpool, Defensor y Peñarol. Ahora, “luego del fútbol”, estudia para ser director técnico y comenta: “Hoy los tiempos cambiaron; son otros. Hoy es todo muy dinámico, los tiempos se acortaron y hay que aprovechar. Les digo a los más jóvenes que cuiden los detalles, que aprovechen y disfruten porque todo pasa muy rápido. Tienen que aprender a ser profesionales desde muy jóvenes y hay que convivir con una gran cantidad de detalles que en otros países no te pasa. El jugador uruguayo es único. Se sobrepone a la falta de infraestructura. Además, es difícil pelear campeonatos con un equipo tan joven como nos tocó a nosotros”. Sobre Almada DT, comentó: “Es un poco complicado”. Ante la pregunta de cómo se vive en la cancha cuando el DT grita durante el partido, dice: “No digo que está bien ni que está mal. Me gustan los técnicos que viven el partido. Hay jugadores que de esa manera bajan el rendimiento y otros no: se estimulan o recuperan atención. Hay que estar preparado para convivir con distintas formas de dirigir”. “El mayor mensaje que recibo es estar en los mínimos detalles, dar seguridad al equipo en defensa y transmitirlo para respaldar sobre todo a los más jóvenes. Esa es mi tarea”, sostuvo. Sobre Almada, destacó: “Va de frente, es claro. Para mantener un equipo es importante la claridad y el compromiso”. “Así me siento útil en el equipo. Me siento querido. Vi debutar a todos en primera y eso es muy lindo”, remata.

incluimos en el club; por la convivencia, la colaboración entre compañeros es un requisito fundamental. Sabemos que puede haber algunas limitaciones en el aspecto físico y futbolístico. Tenemos dos ejemplos: [Nicolás] Schiappacasse y [Francisco] Tinaglini son muy jóvenes y les vimos condiciones, entonces los incorporamos al plantel de mayores para que mejoren más rápido y ya jugaron los dos en la selección uruguaya. Es importante que convivan con el plantel de personas mayores para acelerar ese proceso de adaptación y poder tenerlos en cuenta. Les falta trayecto para integrar la primera división pero son los que tienen mayor proyección ahora en el club. Si detectamos una necesidad de un jugador de ciertas características, los buscamos en tercera, si no está, en cuarta, si no, en quinta, y si consideramos que el de Sub 16 está preparado físicamente para competir en primera, lo ascendemos a la primera división y hacemos ese trabajo que lleva seis meses, un año o año y medio, pero ese proceso se acelerará estando con jugadores de primera. ¿Cómo catalogás tu planteo de juego? Se dice que sos ofensivo… Tratamos de tener gente de buen pie en todos los sectores de la cancha y a veces tomamos más riesgos en ofensiva que en defensa. Consideramos que saber defender es una virtud y tenemos que saber defender, pero generalmente defendemos con menos gente que atacamos, y eso no es habitual en nuestro fútbol. Acumulando mucha gente en defensa –si no estás organizado– no es defender, es ocupar una posición.


La idea es defender mejor con menos gente. Nos ha dado resultado, pero si tenemos que cerrar un partido haciendo un cambio defensivo, lo vamos a hacer. Consideramos que hacemos lo mejor para lograr el mejor rendimiento del equipo. Lo de ofensivo son rótulos que a veces se ponen, que a mí no me convencen mucho. Hacemos mucho énfasis en la ofensiva, sí, tenemos jugadas de ofensiva preparadas para provocar un engaño en el rival y definir por algún lado.

“Desde muy joven, me

¿Cómo preparás un partido? ¿Cómo utilizás la información de tu oponente? Con videos. Tenemos una persona encargada de hacer esto y el resto del equipo técnico estamos diariamente en contacto con información de los equipos adversarios. Y buscamos datos para comentar con el jugador sobre algunos aspectos del equipo rival. Les comentamos qué futbolistas tienen, cómo se mueve el equipo tácticamente, qué riqueza técnica y deficiencia tienen, si son derechos o izquierdos. Les transmitimos cosas que consideramos que son prioritarias para limitar al rival, más allá de lo que vamos a proponer nosotros.

sangre, me apasiona”.

Dentro de la cancha estuvo en todas las posiciones menos en la de golero, aunque se define volante. A Chile llegó a préstamo y vivió la experiencia de ser extranjero por primera vez en el O’Higgins. En Colombia se quedó una temporada en el América de Cali, en Guatemala se sorprendió en el Aurora por la calidad de la infraestructura y profesionalismo de los clubes de la capital. En Uruguay, jugó en Cerro, Huracán Buceo, Tacuarembó, Bella Vista, Progreso, River Plate, Wanderers. Con la camiseta de Defensor ganó títulos de campeonato en 1987 y 1991. Siempre supo que iba a ser técnico. Le interesaba la táctica, conocer a los rivales, saber cómo neutralizarlos. Cuando llegó la hora de dejar el juego adentro, lo sacó para afuera: se hizo DT. ¿Qué recuerdos tenés del desarrollo de tu carrera futbolística? Te fuiste muy joven… Vinieron unos chilenos a ver a un compañero de Defensor, [Alfredo] el Polilla de los Santos. En ese partido jugamos como pareja de zagueros y al entrenador le gustó más cómo jugué yo. Tenía 20 años. Le hicieron una propuesta al club y me fui a préstamo a vivir a Chile. Era muy joven. Fue una experiencia invalorable a pesar de

preocupaba por conseguir información de equipos de fútbol, me interesaba la táctica y me gustaba hacerla. Sin saberlo tenía decidido ser entrenador desde que fui futbolista. Es algo que llevo en la

que me fui solo y con poca experiencia en el fútbol. Fue una experiencia de vida muy buena y generé mucha experiencia futbolística. Volví a Defensor en una época muy gloriosa, ganamos muchos títulos, y estuve hasta 1994. En 1995 me fui de Cerro a jugar en Cali, en Colombia, donde estuve una temporada. Después el club tuvo problemas económicos y me volví. Estaba en Huracán Buceo, después pasé por Defensor y de ahí me fui, en 1998, con una oferta muy grande, a Guatemala. Me llevé una sorpresa muy grata, es un país con equipos evolucionados y con buena infraestructura. Volví a Uruguay y jugué en Tacuarembó, Bella Vista, Progreso, River Plate, Wanderers, y cerré mi carrera en Fénix en 2006. ¿Cómo llega a tu vida la idea de ser director técnico? Desde que tengo uso de razón, desde muy joven, me preocupaba por conseguir información de equipos de fútbol, me interesaba la táctica y me gustaba hacerla. Sin saberlo tenía decidido ser entrenador desde que fui futbolista. Es algo que llevo en la sangre, me apasiona. Fue de la mano de ser futbolista. Tu primera experiencia fue como asistente técnico en Progreso. Sí. Al otro año que dejé de jugar, fui asistente técnico de [Francisco] Quico Salomón en Progreso. Luego tomé la tercera división de Tacuarembó. Como estaba en el club, ya conocía a los jugadores y me surgió la posibilidad de quedarme en primera porque había sido compañero de muchos del plantel. No me costó nada quedarme. No sentí

“El trabajo y la disposición de los jugadores son fundamentales para mí”. (Foto: Rodrigo López)

cambio ninguno. Estábamos peleando el campeonato en tercera división y eso no había ocurrido en ningún equipo de Tacuarembó. Esta campaña nos valió que nos hablaran para dirigir el equipo de primera. ¿Qué técnicos referentes tenés? Quisiste ir a una conferencia de Pep Guardiola en Buenos Aires pero no se dio… Guardiola, desde mi humilde punto de vista, creó el equipo más competitivo del mundo, o el mejor equipo que he visto como futbolista y entrenador en el mundo, el Barcelona. No sólo por lo que jugaban sino por ejercer permanente presión sobre los rivales, colocando la pelota en el arco que tenía enfrente. Es un referente que está siempre en permanente evolución. Se fue al Bayern Munich y con jugadores completamente distintos a los de Barcelona saca rendimientos espectaculares. No sólo de él, también soy admirador de [Marcelo] Bielsa, por las convicciones que tiene, más allá de si te gusta o no la propuesta. Creo que es una persona que transmite seguridad a sus equipos afuera y dentro de la cancha. Eso se traduce en resultados, y dentro de la cancha en el funcionamiento del equipo. Me gusta también [José] Mourinho y [Óscar Washington] Tabárez. Son entrenadores que tienen mucho de trayectoria y han dejado mucha enseñanza. 7


Sos un director técnico gesticulador en la cancha: gritás, indicás todo el tiempo. ¿Creés que eso colabora para el desempeño del equipo? Sí. Vivo mucho los partidos. Los vivo como los viví como futbolista. En River tenemos un equipo muy joven. Ha cambiado bastante el fútbol y es muy difícil conseguir entrenadores que lleven la voz cantante dentro de la cancha. Ahí tenemos un déficit importante en nuestros jugadores y por eso tenemos que marcar muchas cosas afuera. Más allá de eso, vivo el fútbol con mucha pasión y soy un tipo verborrágico, no me puedo aislar de lo que hacen mis jugadores y paso dando indicaciones. Soy amante de la perfección y en el fútbol no existe, siempre aparecen errores, por eso damos indicaciones para el mejoramiento

pero eso no sucede por el propio hecho de que no ha tenido continuidad del entrenador. Es esencial pero sabiendo que vivimos de los resultados también. Esas son las reglas del juego. Hay que priorizar tener resultados cuando llegás a un club.

del rendimiento y tratando de que nuestros jugadores estén todo el tiempo enchufados. Se habla de procesos en el fútbol y también de resultados. ¿Cómo trabajás el puente de estas dos cosas? El fútbol es un componente de distintos ítems que se deben tener en cuenta; a veces se descuida uno de ellos y el resultado se escapa. Con la continuidad del trabajo se gana terreno si lo comparamos con equipos que tienen nuevo técnico, porque hay cosas que se vienen trabajando y con el tiempo se pueden agregar elementos de trabajo, ya que hay otras que están dominadas. La continuidad está a favor del entrenador. Acá no existe esa cultura. Hay muchos clubes que quieren resultados rápidos,

Ya termina la entrevista y en unos minutos tendrá que posar delante de la cámara que le tomará unas fotos para ilustrar la nota, propuesta que aceptó sin pudor aunque luego le costó reconocer muchas miradas de curiosidad. Estudia, mira y trabaja fútbol. Le interesa ganar y hacer énfasis en cómo lo consigue. Y propone compromiso para lograrlo.

almada x almada nació el 18 de junio de 1969. Ahora vive en tres Cruces pero se crió en la Cruz de Carrasco. se casó en tacuarembó en 2014. tiene una hija de 20 años. El último libro que leyó fue la autobiografía de nelson Mandela, el largo camino hacia la libertad. “Me gustan los libros que tratan historias personales. también leí alguno de la vida de Carlos gardel”. En sus elecciones musicales está el tango pero tampoco tanto. también aparece la música de Brasil y más. tacuarembó lo hizo interiorizarse sobre la vida del zorzal criollo. Ante cualquier sospecha, aclara: “Con todos los datos históricos que hay, uno se convence de que gardel era uruguayo”. Además, destaca la música de the Beatles. “Me da paz escucharlos”, cuenta. Completó el ciclo básico de grande, cuando ya sabía que era indispensable para hacer el curso de entrenador. sabe que la educación es fundamental y reconoce que en sus tiempos de futbolista, escolarizarse casi no era posible porque los clubes no colaboraban en siquiera considerarlo. sostiene que ser frontal es lo más relevante para dirigir un equipo y actuar como buena persona es lo que transmitirá al resto la forma de hacer.

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N O V E D A D E S

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Vos jugaste en diferentes países, sos de mirar fútbol de todo el mundo, dirigís un equipo en Montevideo ahora y estuviste en otro en Tacuarembó: ¿qué identidad tiene el fútbol uruguayo? Garra y corazón. Siempre les digo a los jugadores que nos hemos quedado en la evolución; no tenemos el material o los trabajos para cambiar nuestra identidad. Hoy en el fútbol mundial la posesión del balón es determinante. Todos evolucionaron en ese aspecto menos nosotros. Porque es difícil inculcarle a gurises de trece o catorce años –que es cuando se inician, el momento en que aprenden cosas que luego no olvidan más– trabajos de posesión de balón cuando la cancha tiene mil pozos. Es imposible para un entrenador priorizar eso cuando seguramente nuestro fútbol se demore algunos segundos más que cualquier fútbol

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“Ha cambiado bastante el fútbol y es muy difícil conseguir entrenadores que lleven la voz cantante dentro de la cancha. ahí tenemos un déficit importante en nuestros jugadores y por eso muchas de las cosas tenemos que marcarlas de afuera”. “Hay muchos clubes que quieren resultados rápidos, pero eso no sucede por el propio hecho de que no han tenido continuidad del entrenador”. (Foto: Leonidas Martínez)

del mundo en hacer una recepción y un pase, por el hecho de las canchas en mal estado. En otros lados se hace ágil y rápido. Si bien aún falta, se ha mejorado en los últimos diez años el estado de las canchas en Uruguay. Hemos buscado en River buenos pisos para entrenar y no es fácil conseguirlos. Esto ha sido una prioridad porque trabajamos la posesión de la pelota, pero es prácticamente imposible ver una evolución en este sentido hasta que no se le hinque el diente al mejoramiento de las canchas de formativas. Seguimos en nuestro fútbol con defensa fuerte, aguerrida, con la capacidad de hacer transiciones rápidas porque no tenemos la cultura ni la voluntad de mejorar esto. Saber tener la pelota nos hace que en cierto momento nos defendamos con la pelota y no que los jugadores estén correteando, porque eso genera desgaste. Cuando tomamos esa pelota en esta situación de desgaste, el jugador está en un cambio de aire y quiere sacársela de arriba, no toma las mejores decisiones.

Hay una gama de entrenadores que se preocupa más por el mejoramiento del juego en nuestro país. Tratamos de tener un compromiso en la parte futbolística. Es importante cómo ganamos por más que perdamos algunos de los partidos. La idea es tener un compromiso que nos aporte, que nos dé beneficios a nosotros y poder contribuir al fútbol uruguayo también. Constantemente estamos atentos a esto en el trabajo y también sabemos que hay muchas mañas. Proponemos no tirar la pelota para afuera para cerrar un partido, no hacer tiempo, tratamos de que si vamos ganando, hacer todo para conseguir otro, defendemos con la pelota y no dar pelotazos para sacarla del área. Esto lo pregonamos con gente que nos rodea, como los árbitros: hay que darle continuidad al juego y así se brinda un mejor espectáculo. Y en eso tenemos que colaborar todos porque la gente se arrimará más a la cancha si no se afea el partido. Es importante colaborar con lo que mostramos.

¿Qué cambios notás en el fútbol uruguayo? El cambio de las canchas es relevante.

¿Qué fútbol extranjero mirás? Todo. Es nuestra obligación mirar todo lo que se pueda. Tengo preferencia por

el fútbol inglés. Me interesa Barcelona porque hay jugadores uruguayos y también el Real Madrid. Además, detectar posibles evoluciones tácticas. Hay que estar pendiente de eso para conocer la tecnología que usan y estar al día. ¿Qué deseás para vos en el futuro dentro del fútbol? Tener trabajo. ¿Sí? ¿Eso? Te han ofrecido un montón de propuestas y no las has tomado… Recibimos propuestas de Arabia, de Escocia, y no las tomamos porque somos felices donde estamos. No es que dejemos para otra oportunidad, sino que estamos bien ahora. En muchas ocasiones se trataba de salarios superiores a los que recibimos en River y en clubes más importantes, pero también queremos completar el proceso, nos sentimos comprometidos con los jugadores porque hemos creado un clima muy agradable de trabajo. Consideramos que sin forzar nada, y respetando a River que nos abrió la puerta, se va a dar algo más adelante. _Patricia Pujol

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MAURICIO UBAL: LA BÚSQUEDA DE UNA POÉTICA FUTBOLERA

O sirviendo una pared

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Foto: Rodrigo López

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Los lazos entre fútbol, poesía y música popular tienen ya una larga historia. A nivel local, esa historia cuenta con el aporte fundamental de Mauricio Ubal (Montevideo, 1959), que desde la época del grupo Rumbo ha legado una ingente cantidad de títulos, en los que conjugó el refinamiento poético y musical con la recuperación de un rico universo de experiencias personales. “Prefiero quedarme con la imagen más poética y más lúdica del fútbol, que es la que me llevó, desde chico, a jugarlo”, dice Mauricio Ubal. “El universo pesado que está detrás, que es una compleja telaraña política, de negocios, no me interesa”. Es una tarde de mediados de verano, y estamos en una de las mesas más alejadas de la puerta del bar que está en la esquina de Andes y Colonia. Ubal pilotea el calor y la humedad que raja el cemento, con su habitual sombrero negro, remera también negra, vaqueros. Una cerveza fría también ayuda. Su relato sigue el pulso del juego de memorias. Y en esa trama, fragmentada y diversa a la vez, el fútbol y la música se cruzan, se contaminan mutuamente, para componer una voz personal dentro de un campo surtido de contrastes y oposiciones. Pero la opción es clara: “Lo que me interesa es lo poético y lo lúdico del fútbol”. A través de los medios de información, dice, nos llega apenas una foto de un fenómeno muy complejo. Debajo de esa superficie visible hay una intrincada trama de intereses que arrasa con los afectos y pasiones que mueven la pelota, sea en la cancha, sea en la tribuna, sea en el campito del barrio.


Fijate, hay una frase hecha que sigue sonando por ahí: “esto es por plata” –recuerda–. El fútbol, entonces, ¿no es por la camiseta, no es por la pasión…? Pero esa es una parte de la historia... A mí me cuesta creer que esto sea por plata. ¿Qué pasa cuando el jugador está ahí, en medio de la jugada, corriendo, buscando la definición, un pase? En ese instante, ¿te parece que sólo puede pesar lo económico? Es cierto, es un fenómeno muy poderoso, en el que se mueven cifras impresionantes, viajes, pases... pero estoy seguro de que hay algo más. Y esa otra cosa es la que a mí me interesa, porque es lo que convierte al fútbol en algo lúdico, disfrutable, apasionante. A pesar de ese efecto, la frase, “esto es por plata”, es fantástica. Sí, claro. Por más que prefiera estar al margen de ese mundo, algún día me gustaría hacer una canción con esa frase. Es que el fútbol es una fuente de imágenes increíbles.

¿El fútbol era una pasión familiar? Sí, claro, era un ambiente muy futbolero, compartido con mis dos hermanos mayores, mi padre, mi madre. Y todos de Peñarol. Era, además, una época en que la radio ocupaba un lugar central en la vida familiar. Claro, era una época de radio y de diarios. Mi viejo compraba el diario prácticamente todos los días. En ese tiempo eran baratos. El Día, por ejemplo, lo leíamos todos los fines de semana. ¿Te acordás? Era el que traía el suplemento marrón, con las historietas de Tarzán en la última página. ¿Qué relator seguían? En casa seguíamos a Carlos Solé. A mi viejo le gustaba mucho, y nosotros nos acostumbramos a ese sonido, a esa forma de relatar el fútbol. A Heber Pinto, en cambio, lo escuchábamos como de pasada. La voz del fútbol de los domingos era la de don Carlos Solé.

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Con una vieja foto del plantel de Peñarol, que descubre al revisar uno de los números de Túnel, Ubal hilvana otros recuerdos: año 1964, su casa paterna en el barrio Bella Italia, y otra foto del equipo aurinegro que su hermano mayor había recortado de un diario para encuadrarla. Era la típica foto que se tomaba antes del partido. Y sí... yo tenía cinco años... y seguramente mi hermano la había recortado de algún diario de ese año. El cuadrito quedó ahí hasta que, muchos años después, mis padres se separaron y vendieron la casa. La semejanza entre las fotos no es una rareza. Al igual que en la canción popular, la relación entre cambio y permanencia en la práctica futbolística está pautada por las variables del contexto. En la actualidad, el juego de intereses económicos ha llevado hasta el estrés el ritmo de cambio en los equipos. En la época que recuerda Ubal, la permanencia, medida en años, en la repetición de nombres y rostros en las fotos de los diarios, anclaba la fidelidad a un otro nudo de afectos. Cuando yo era chico, la formación del equipo era la misma por mucho tiempo. Un jugador pasaba cuatro o cinco años en el club. Así, con el tiempo, uno llegaba a encariñarse con la formación. No era como ahora, cuando año a año, temporada a temporada, los equipos cambian casi el cincuenta por ciento de sus jugadores.

Además de la inmersión en el mundo futbolístico, el acceso a las publicaciones periódicas y la escucha regular de la radio le abrieron otro horizonte en la música, una expresión que a temprana edad se integró a su repertorio de intereses. –Me acuerdo que una vez llegó a casa, pero de rebote, La Nueva Gente, que era una especie de suplemento a color que empezó con un par de páginas. Allí venía información de una música insólita para mí, porque no la pasaban en las emisoras de radio que escuchaba. ¿Qué edad tenías en ese momento? Tenía diez años... eso fue en el 69 o en el 70.

“A mí me cuesta creer que esto sea por la plata. ¿Qué pasa cuando el jugador está ahí, en medio de la jugada, corriendo, buscando la definición, un pase? En ese instante, ¿te parece que sólo puede pesar lo económico?”

En esos años ya estaba afirmado el candombe beat y el rock en la escena musical. Claro, ahí me enteré de la existencia del Tótem, del Kinto, de Psiglo. Y ahí empecé a buscarlos en la radio, porque en esa revista venían las grillas de programación. Así descubrí también lo que hacían Eduardo Nogareda, Elías Turubich, Carlos Martins, Elías Buchalter, y, por supuesto, Rubén Castillo con Discodromo Show. Ellos tenían programas musicales en radios como la 42, que en ese tiempo se llamaba Radio Vanguardia, la Sarandí, la Centenario. ¿Estudiabas algún instrumento en esos años? Mis viejos me habían mandado a estudiar guitarra, pero era muy vago con el solfeo. Dejé de estudiar cuando tenía unos doce años, y me reenganché recién a la salida del liceo, pero ya con otro panorama; en esa época ya comenzaba a componer. En una entrevista contaste que en la época liceal habías armado un dúo... Cuando entré al liceo, en 1972, tenía un compinche con el que hicimos, tiempo después, un dúo y cantamos en las clases, en las reuniones. También fue un tiempo de organizar bailes. Por supuesto, con mis amigos, compañeros de clase, organizábamos bailes allá, en la calle Génova, en el Bella Italia. Era con los mismos compañeros que armábamos cuadritos de fútbol. Los bailes los hacíamos en un viejo almacén, que era como un gran depósito. Yo me encargaba de los discos y un amigo, que era muy ducho con la electrónica, armaba las luces. ¿Qué músicas pasabas? Le dábamos al mango a ‘Vuela a mi galaxia’, de aquel tremendo disco de Psiglo. Después, los Creedence Clearwater Revival, los románticos de la época, como Los Ángeles Negros... también Los Beatles. Era el típico baile de gurí. *** En ese contexto familiar y barrial, Ubal recuerda que su iniciación en la práctica futbolística fue muy natural. Una experiencia en la que importaba, sobre todo, el juego y la formas de socialización. ¿En qué puesto comenzaste a jugar? Comencé, de chico, como golero. No era muy hábil jugando adelante. Pero se fue dando: ahí, en el barrio, no había quien atajara, entonces arranqué yo jugando de golero. 11


El fútbol “fue como un acervo de imágenes, muy rico en metáforas, para dar vida a un doble lenguaje poético, que burlara el terror y la censura”. (Foto: Rodrigo López)

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¿Siempre jugaste de golero? Bueno, después, en la época del liceo, desarrollé otras habilidades físicas. Podía correr mucho, entonces, al jugar en otros puestos, compensaba la falta de habilidad para el dribling con la velocidad en la carrera, con la marca. Así empecé a jugar de otra manera y no volví más al arco. En esa época, con los mismos gurises que organizábamos los bailes, comenzamos a armar cuadritos de fútbol y hasta campeonatos. Yo ya jugaba con los juveniles, y con mi amigo dirigíamos a los chiquitos.

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¿Cómo se organizaban? Como todo lo que hacíamos... todo era muy lúdico, pero muy organizado. A pesar de que era menor de edad, a mí me tocó ser secretario de actas, porque ya tenía otra soltura para escribir; pero las actas después las firmaba otro. Así armábamos campeonatos, juntábamos plata entre los vecinos para comprar las camisetas. Pero no había ambición de nada. Ahora veo todo ese tema del baby fútbol, las actitudes de los padres, y toda la cuestión que hay con la visión del fútbol como si fuera un trabajo. Nosotros ni ahí con eso; sólo queríamos jugar. También íbamos a jugar a otros lados, y los vecinos iban con nosotros. Esa movida era muy típica. Lo mismo ocurría cuando recibías a cuadros de otros barrios; con ellos venían sus padres, hermanos, novias, vecinos.

Los partidos se hacían en la cancha que describís en el poema ‘Campito’, el que publicaste en el libro La línea torcida del óbol (1985). Ese campito estaba a unos tres terrenos de casa. Y hasta que me hice grande estuvo así, abandonado. A veces aparecía alguien que lo cercaba, pero al poco tiempo volvíamos a entrar. Era todo desparejo y en el fondo tenía una zona llena de arbustos. Y ahí no sólo jugábamos al fútbol, también lo usábamos para jugar, por ejemplo, con arcos y flechas. En la calle prácticamente no jugábamos al fútbol. La calle era para jugar a la paleta. En el campito era otra cosa, podías hacer partidos, digamos, más armados. Para darle un aspecto de cancha, conseguimos los palos para armar los arcos, marcábamos las líneas, pero, como cuento en el poema, lo hacíamos respetando el árbol que había ahí... por eso lo de la línea torcida del óbol. *** Con esas experiencias acumuladas, el trasiego de tópicos futbolísticos hacia la poesía y, después, a la canción fue muy fluido: “Se me metió solo, no tuve que pensar ‘voy a empezar a hacer temas vinculados al fútbol porque puede ser interesante’”. La comunicación entre esos dos mundos, recuerda, ya pulsaba en sus juveniles experiencias con la escritura automática, pero se consolidó en los primeros pasos que dio con el grupo Rumbo, hacia fines de los años setenta. –Con Miguel López y Gonzalo Moreira nos entendíamos muy bien en esto, porque ellos son muy futboleros. Pero también fueron fundamentales los aportes de Laura Canoura, Gustavo Ripa, Carlos Vicentes. Fuimos, de alguna forma, pioneros en tomar elementos poéticos del fútbol. Había algunas experiencias tangueras en los años treinta y cuarenta, pero no mucho más; también estaban los himnos de los cuadros... pero eso era otra cosa. El fútbol se convirtió en una fuente de imágenes, un motor para la búsqueda poética. Así es, fue como un acervo de imágenes, muy rico en metáforas, para dar vida a un doble lenguaje poético, que burlara el terror y la censura. Había que buscar otras formas de decir.

“En la calle prácticamente no jugábamos al fútbol. La calle era para jugar a la paleta. En el campito era otra cosa, podías hacer partidos más armados. Para darle un aspecto de cancha, conseguimos los palos para armar los arcos, marcábamos las líneas, pero lo hacíamos respetando el árbol que había ahí”. El público entendía muy bien el juego de intenciones en las canciones futboleras, al igual que con las murgueras, como ‘A redoblar’, que se convirtió en himno popular. Claro, la gente se enganchaba con canciones como ‘Orsái’, que tiene música de Gonzalo [Moreira], ‘Al fondo de la red’... “Por la forma de pararse/ en el medio de la cancha”... Sí, así pasó con ‘A redoblar’. Tras la separación de Rumbo, a mediados de los ochenta, Ubal continuó su carrera como solista, incursionó en otros campos artísticos y en la producción discográfica, sin abandonar esa íntima relación con el fútbol. Su apuesta, subraya, sigue siendo a tamizar la experiencia personal a través de lo poético. Muestras de ello son todos sus discos, en los que ha abordado este campo tópico con un singular refinamiento; como muestra, dos botones: el proyecto conjunto con Contrafarsa, que dejó, a comienzos del nuevo siglo, un elogiado disco: 11 canciones en el área, y su último trabajo, Arena movediza, de 2013, en la que dedica una pequeña gema musical a Ladislao Mazurkiewicz, recuperando la fuerza del movimiento que devino estilo del legendario golero aurinegro, con un lenguaje poético musical tan despojado como potente. Se trata de esto, nada más: “Quedarme con la imagen más poética y más lúdica del fútbol”. _Alexander Laluz


sÍ, LA vERDAD QuE sÍ

Prohibido chumbear Los jóvenes de Cabestrillo tenían un solo deseo: huir a la capital cuanto antes. Para eso daban vueltas y vueltas en sus motocicletas alrededor de la plaza mayor, como juntando fuerzas para salir disparados, con suerte en la dirección correcta. Los adultos de Cabestrillo tenían un solo deseo: que el cuadro de sus amores ganara cada domingo. La liga del pueblo era cosa seria: diez equipos se enfrentaban cada domingo en cinco terrenos baldíos reacondicionados por la alcaldía. No había tribunas, así que cada uno se llevaba su reposera y los más fanáticos llegaban temprano en la mañana para quedar en primera fila. Nunca se produjeron incidentes entre los parciales de las diferentes escuadras, quizás porque había al menos un policía de cada equipo y nunca se perdían un partido. Así que toda esa energía acumulada se descargaba al día siguiente. Te regalo un lunes en Cabestrillo si tu equipo había perdido. Las burlas iban y venían. Los que bebían para olvidar se tomaban a golpes de puño con los que bebían para celebrar, con el resultado de alejar a la familia de los bares y pulperías. Los perdedores preferían evitar las confrontaciones en el trabajo, en especial si la derrota era por un score abultado. Se multiplicaban las ausencias por

enfermedad y la economía local se veía afectada. El alcalde, que también era uno de los cinco jueces, se negaba a actuar. Hasta el día en que cobró un penal dudoso y rompieron las plantas de su jardín. Su esposa adoraba esas plantas. Al día siguiente suspendió el campeonato y prohibió la práctica del balompié. Las pelotas fueron confiscadas y aquel que era visto pateando una piedrita más de dos veces seguidas por la calle era llevado a la comisaría. De un día para el otro, el pueblo se quedó sin la competencia que daba sentido a sus vidas. Discutir de política no era lo mismo; resultaba difícil determinar qué partido le ganaba al otro, salvo en las elecciones, pero esas eran una vez por año, en el mejor de los casos. La solución la encontró el quiosquero, mientras anotaba los números de la quiniela. Se dio cuenta de que a cada equipo se le podía asignar un número del cero al nueve y designar ganador a aquel cuyo número coincidiera con la última cifra del primer premio. Había cinco sorteos de quiniela por semana, por lo que habría hasta cinco ganadores. No le resultó sencillo explicar el sistema a sus familiares y amigos, pero en cuanto entendieron que era una nueva forma de rivalizar, se engancharon y

transmitieron las reglas al resto de los habitantes de Cabestrillo. Restaba adjudicar los números a los equipos, algo que se hizo por orden alfabético y sin discusión. Antes, una asamblea por votación secreta había decidido que el cero fuera después del nueve y no antes del uno. La primera semana salió tres veces un primer premio terminado en cuatro, uno terminado en uno y el restante terminado en ocho. Los hinchas de Ferrocarril Sportivo, cuartos en orden alfabético, estuvieron insoportables durante varios días. Los de Fomento Social, quintos, se lamentaron no haber votado diferente en el asunto del cero. Uno pensaría que, al tratarse de resultados completamente aleatorios, los simpatizantes de los equipos se tomarían las derrotas con más naturalidad, pero no fue así. Volvió el ausentismo laboral de los lunes y un niño cantor fue sobornado para decir el cinco, después de tres semanas sin salir. Esta vez el alcalde no actuó. Una empresa adquirió los derechos de televisación de los sorteos y logró convencerlo de que ese entretenimiento era lo mejor para el pueblo. Casualmente, una semana más tarde el hombre se incorporó como panelista, y dicen que muy bien pago, en Pasión de quiniela. _ Ignacio Alcuri

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Fútbol, narrativa y memoria

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Clano

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–Mirá quién viene ahí –dice Mariano y señala con el brazo extendido. Saco los ojos de la troya para mirar. Pedalea con ritmo cansino por el lado opuesto de la calle, el de la sombra. Morocho, apenas canoso, camisa desprendida hasta el pecho lampiño, en shorts; un tipo cualquiera. Si no fuera por esas piernas imponentes, musculosas y delicadas a un tiempo, como las de la estatua del indio que hay en aquella plazoleta de la rambla. En alguna época la bicicleta debe de haber sido roja, pero soles e intemperies la han curtido hasta dejar al descubierto el esqueleto metálico del cuadro. Lento girar el de las ruedas; aplastado contra el pavimento, como si marcharan bajo un peso enorme e invisible. –¡Clano! –grita Mariano. El hombre vuelve su rostro hacia nosotros y nos dedica una sonrisa, blanco cielo en el que brilla un astro de oro. –¡Adiós, ahijado! –dice, levantando la mano, y con un postrer pedalazo se deja llevar por la cuesta abajo. –¿Quién es? –pregunto. –¡¿Cómo, no sabés quién es Clano?! –No. –Mi padrino. Es famoso; jugó en Peñarol de Montevideo y en la selección uruguaya. Fue a un Mundial, en Chile, creo. –¿Ese? –¿No me creés? Un día te llevo a la casa. Para que te muestre las fotos y los trofeos, tiene un montón. A cazar pájaros íbamos. No sé por qué elegimos ese camino, pero lo cierto es que fuimos por la calle 18 de Julio hasta la cañada, casi donde empieza el campo. Ni bien cruzamos el puentecito, la vi, recostada contra la pared de latas y maderas del rancho, con su inofensiva cornamenta niquelada brillando bajo el sol. –¿Esa no es la bicicleta de Clano? – pregunto. –¡Qué memoria! Con verla una vez te bastó. Vive ahí, pero casi nunca está. Vamos a aprovechar que lo encontramos y le pedimos que te muestre. Para que

veas que no soy un mentiroso –responde Mariano. Olvidados por completo de la cacería, golpeamos con las palmas de las manos ante la arpillera que no alcanza a cubrir del todo el vano de la puerta. Al cabo de un momento asoma la sonrisa de Clano. –¡Pero si sos vos, ahijado! ¿Trajiste a tu amigo? Pasen, pasen que me agarraron cocinando y tengo que atender el guiso. Me cuesta acostumbrar los ojos a la penumbra, pero al fin distingo la cortina floreada que divide en dos la única habitación, la mesa con el primus y la olla hirviendo, la cómoda sobre la que se acumulan trofeos, plaquetas, medallas; y encima del mueble, clavados en la pared, varios banderines y dos grandes fotos encuadradas, polvorientas, un poco desteñidas: Peñarol y la selección uruguaya. –Este es Joya, aquí está Spencer, acá estoy yo, acá Mazurkiewicz... –señala el dedo engalanado con un enorme anillo de oro que tiene grabado el escudo de Peñarol. Miro en silencio, lleno de admiración.

–Esta plaqueta me la dieron cuando salimos campeones uruguayos en el sesen... –¿Y esas? ¿Quiénes son esas, eh? –interrumpe Mariano con un destello de picardía en el tono de la voz. –Unas amigas. De antes –contesta Clano y permanece un instante callado, contemplándose en la foto, abrazado a dos espléndidas mujeres. Joven, delgado, deportivo, al volante de un colachata rojo y blanco, largo como un trasatlántico. Flash. La semana pasada, bajo el ombú. Somos cuatro. Ellos hablan de Clano. –Cada vez que venía de Montevideo se pasaba dos o tres días quilombeando sin parar, con el colachata lleno de putas –dice el Uno. –Se garufeó hasta el último peso de la fortuna que ganó –agrega el Otro. –Sí, pero anduvo con todas las mujeres que se le dio la gana. Y eso a muchos les queda grande –retruca Mariano. Mudos se quedan el Uno y el Otro. –¡Decile que te muestre la medalla de oro! –me sacude por el brazo Mariano, devolviéndome al presente.

*Ruben Ángel Cabrera (1939-2010), conocido en el ambiente futbolero como Clano, nació en el Cerro de Mercedes, en el seno de una familia humilde (su padre, Mario Cabrera, era albañil; y su madre, Cristina Santana, trabajaba como empleada doméstica). Tuvo cinco hermanos y se inició como futbolista en los campitos de aquella barriada de La Coqueta del Hum, con una pelota de trapo (“para mí se aprende todo con la de trapo, la pegada y precisión del pase”, sostuvo en una entrevista). En sus comienzos, jugó en Independiente de Mercedes y en la selección de Soriano. Después pasó a Peñarol, equipo con el que salió campeón uruguayo en 1960 (fue goleador de este campeonato, con 14 goles) y 1961; en este último año también se coronó campeón de América (contra Olimpia, de Paraguay) y de la Copa Intercontinental (contra Benfica). En 1962, formó parte de la selección uruguaya que disputó el Mundial de Chile. Hacia mediados de la década de 1960 pasó a Newell’s Old Boys, de Rosario; al tiempo, regresó a Uruguay para jugar en Wanderers; de este último equipo pasó a Peñarol nuevamente y, en 1968, jugó una temporada en Emelec, de Ecuador. Hacia el final de su carrera, volvió a Montevideo para jugar en Danubio; más tarde en Wanderers de Santa Lucía y, en su última etapa como profesional, tras un breve paso por Independiente de Mercedes, en Huracán Buceo. Cerró su ciclo como futbolista en su ciudad natal, defendiendo a Peñarol, Con Los Mismos Colores y Racing. Se retiró definitivamente en 1974. Por más información sobre su vida, puede leerse una entrevista muy completa hecha por José Olazarri, en: http://federicomarotta.blogspot.com/2010/11/ruben–angel–cabrera–clano.html.


ilustración: Rodrigo López

No sé qué decir; me ruborizo. –Dale, padrino, mostrásela. Que este no me cree. Algo extraño sucede. Por primera vez lo veo serio. Sus labios gruesos, oscuros, ocultan el sol del diente. –Perdoná ahijado, pero de verdad que no se la puedo mostrar. Es que el mes pasado anduve un poco apretado de plata y no tuve otro remedio que... Clavo los ojos en la tierra del piso y deseo que me trague, que me haga desaparecer. Con toda el alma. Llegué con el partido empezado. –¿Para dónde pateo? –Para allá –señala el Nene Retamosa. Como siempre, me mandan al arco. El campito, cuarenta metros por veinte, apenas da abasto para la montonera de los treinta o más que juegan. Adultos, jóvenes, niños, hasta el viejo Floro, al que el reuma le ha dejado las patas como dos palos de escoba. Aunque entre la polvareda no alcanzo a divisarlo, sé que está. Desde mi puesto

veo la bicicleta recostada a la sombra del ombú. No existe orden ni concierto. No hay jugadas. Sólo pies descalzos, alpargatas, algún que otro champión, dándole a la pelota. Siempre de punta, siempre para adelante. De pronto, desde el fondo uno cualquiera tira un pelotazo largo; de vértice a vértice de la cancha. Aparece elevándose entre la nube de polvo, como un ángel. Abre los brazos y recibe la pelota. Gira con ella dormida contra el pecho, como la cabeza de una mujer. La deja caer, la domina; primero en la rodilla, en el empeine después. Jopea a uno de los nuestros que se le va al humo. La mata contra el piso. Finta con un imperceptible, exquisito, movimiento del cuerpo. No sé cuántos pasan de largo, tropilla desbocada. El universo se detiene. La tribuna ruge. Se agitan las banderas. Estallan petardos. Un nombre retumba en el cemento: ¡Clano! ¡Clano! ¡Clano! Sale el zapatazo, recto, al ángulo. La multitud delira en éxtasis.

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Apenas la veo venir, sé que llego. Salto hacia atrás, arqueado como una vara de mimbre. Quedo suspendido en el aire durante un instante eterno, ingrávido. Estiro el brazo derecho, la mano bien abierta, los dedos prestos a amortiguar el choque, amansar el vuelo envenenado de la pelota y traerla, dócil, junto a mi pecho. Y en el último instante, cuando ya casi siento el cuero en las yemas, tuerzo la muñeca hacia abajo. Caigo hecho un ovillo en el peladar del área chica. Desde el piso, entre el polvo del revolcón que empieza a posarse, levanto la vista hacia donde sé que está él. Las manos en la cintura, pintada en el rostro la sonrisa más luminosa que jamás he visto, me mira, sus ojos en los míos. A mi lado, la voz incrédula del Nene: “¡Qué golazo, Dios mío, qué golazo!”. _Luis Morales Este cuento forma parte del libro Satanás en el huerto de los olivos, de su autoría, publicado en mayo de 2004 por Cauce Editorial

Bar Andorra 15


EL “ESPAÑOL” RAMIRO GUERRA Y EL “ESTADOUNIDENSE” DIEGO FAGÚNDEZ

De todas partes vienen La ilusión hecha realidad. Vienen de lejos, nacieron en Montevideo pero crecieron y se formaron como jugadores en canchas de España y Estados Unidos. Hijos de familias uruguayas que por diversas razones emigraron, ambos integran ese otro Uruguay que no reconoce otra frontera que no sea la de la identificación afectiva con el país de origen.

Son los “extranjeros” del plantel uruguayo Sub 20 que disputó el Sudamericano y logró colocar a la representación nacional por quinta vez consecutiva en un Mundial de la categoría. Se comenta que para el certamen a celebrarse en junio en Nueva Zelanda puede venir algún otro futbolista formado en tierras lejanas a engrosar la legión de los de “afuera”. Ya no son los repatriados que triunfan por el mundo, hijos de las canteras de los clubes genuinos del país. Su pasión por el juego, el aprendizaje, todo se desarrolló lejos de las canchas uruguayas, de las rutinas y lógicas de entrecasa, no obstante denotan una fuerte ligazón con sus raíces. Los padres de ambos fueron jugadores de fútbol en Uruguay, y al hablar con ellos no quedan dudas sobre el conocimiento profundo de la realidad del fútbol de adentro. Ramiro Guerra (18 años cumplidos durante el desarrollo del Sudamericano) y Diego Fagúndez (19 años) confiesan haber asumido el desafío sin miedo. “El partido de fútbol lo sabemos jugar –afirma Fagúndez–, lo único que sabíamos era que teníamos que venir y pelear el puesto. Yo vine y era el más joven de todos, tenía 17 años, y todos ya tenían la edad de la Sub 20; vine a tratar de hacer todo lo que pueda para quedar. No quedé, y hace unos meses se me dio otra vez la oportunidad de ir a Perú a jugar dos partidos amistosos. A Fabián Coito le gustó como jugué y me llamó para venir al Sudamericano”. Guerra ya sabía de convocatorias a selecciones nacionales. “Yo había entrenado tanto con la Sub 15 como con la Sub 17, porque había venido a Uruguay y a través de un amigo de mi viejo que está de profe en la Sub 15 me trajeron a entrenar y ahí conocí a Fabián [Coito]. A partir de ahí seguimos el contacto y hasta ahora no habíamos tenido la posibilidad de poder estar así, bastante tiempo. Había entrenado unos días pero no había estado como ahora”.



Diego Fagúndez Sus inicios futbolísticos estuvieron en el emblemático club La Rinconada, en el Buceo. En su país de adopción comenzó a jugar en una academia, Sub 15, Sub 17. “No tiene nombres, le llaman Sub 15, Sub 16. Después está la academia, la reserva y la Primera”, explica. Hijo de futbolista –guardameta de Central– lleva el nombre de Diego por su padrino, Diego Dorta, el mediocampista de Central y Peñarol. Vive en una pequeña localidad, Foxborough, Massachusetts, y defiende al New England Revolution.

Para Fagúndez el fútbol es diferente en todos los países. “Donde vayas va a ser diferente, y yo me adapté bastante rápido, porque sabía que si no me adaptaba iba a estar medio perdido”. (Foto: Andrés Cribari)

¿De qué lugar son en Uruguay? Diego Fagúndez (DF): Mi familia es de Montevideo, me fui con cinco años. Ramiro Guerra (RG): También de Montevideo. La familia de mi padre de Montevideo y la de mi madre toda de Salto. Yo me fui con un año para España. Prácticamente no hice vida acá.

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¿Con qué grupo se encontraron al llegar a Montevideo? RG: Tenía un poco de incertidumbre sobre cómo iba a ser todo. No conocía a nadie, desconocía cómo iba a ser el recibimiento de mis compañeros. Pero una vez que me integré al grupo, me siento uno más. La verdad que estoy muy contento.

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DF: Acá llegás y sos familia enseguida, somos como hermanos. Más los que estamos en la cancha y estamos peleando los puestos, que éramos más jugadores, teníamos que pelearlo más, pero ahora que tenemos el grupo más junto, más como hermanos y familia, se siente más que sos parte de ellos. ¿El grupo es diferente al que tienen en sus equipos? RG: Sí, me quedé sorprendido por eso. Bueno, pienso que en un club siempre es diferente a una selección. Cuando llegué acá, me impactó un poco cómo se arma un grupo; es como una familia, tanto dentro del campo como afuera. Somos todos hermanos, como dice Diego, y en un club no siempre es así

Diego Fagúndez: “Si no estamos unidos, no podemos hacer muchas cosas. Tenemos claro que si estamos unidos afuera y dentro de la cancha, cuando estemos jugando los partidos es como estar en el cuarto jugando al Play con un compañero, porque sabés lo que va a hacer y eso es lo más lindo que hay”.

porque acá tenemos la posibilidad de estar todos los días juntos, compartir muchos momentos. En un club, cada uno hace más su vida. DF: Más aun porque estamos todos haciendo la misma cosa: jugando para nuestro país. Si no estamos unidos, no podemos hacer muchas cosas. Además, tenemos claro que si estamos unidos afuera y dentro de la cancha, cuando estemos jugando los partidos es como estar en el cuarto jugando al Play con un

¿Tuviste oportunidad de jugar para Estados Unidos cuando tenías doce años? Sí, Sub 14 creo que era. Fueron unos campamentos, no fue nada oficial. Partidos amistosos, fue un campamento de cinco días, fui y disfruté un rato ahí.

compañero porque sabés lo que va a hacer y eso es lo más lindo que hay. En cuanto a los métodos de entrenamiento, ¿notan diferencias con respecto a sus respectivos países? RG: Bueno, alguna diferencia siempre hay pero la verdad, cuando llegué acá me sorprendió porque ahora Uruguay desde que empezó el ciclo con Tabárez parece que todo cambió. El método de entrenamiento me resulta muy parecido al que realizo allá. Capaz que acá se trabaja un poco más en la parte física, creo que acá se desarrolla antes que en Europa, pero en el tema táctico y técnico de fútbol, es muy parecido. DF: Para mí la experiencia es diferente, para mí es más duro. Allá todavía el fútbol no es muy desarrollado como en otros países, recién ahora se está mejorando y de a poquito, los directores, los presidentes de los clubes, están mejorando esas cosas. Vine para acá y me sorprendió cómo sentía el cuerpo, me sentía cansado después de las prácticas. Allá después de una, dos prácticas, no estoy cansado, estoy normal, puedo jugar un partido. Le estaba diciendo a mi padre que es difícil acá, pero me gusta porque sé que para un partido voy a poder jugar noventa minutos porque estoy listo. Y como él dice, físicamente acá es diferente, allá capaz que hacemos muchas pesas, todo, porque quieren ser todos “grandes” pero si venís acá, no es quién va a ser el más grande.


Ramiro Guerra Juega en Villareal desde Infantil, el primer nivel. “Son dos años por categoría, empecé con doce años”. Pasó por todas las categorías, Sub 16, Sub 17 y Sub 19, hasta alistar en la actualidad el Villareal C. También fue convocado para integrar el representativo nacional español pese a lo cual sostiene que desde hace tiempo tiene “muchas ganas de jugar por Uruguay”. Estudia segundo de bachillerato y el año próximo piensa ingresar al Instituto Nacional de Educación Física (INEF). Vive en una residencia del Villareal junto a otros cien futbolistas. Su familia reside (padres y hermana) en Mallorca. ¿Vas a ser compañero de Franco Acosta? Sí, bueno, él va a jugar en el Villareal B, yo estoy jugando en el Villareal C. Pero si Dios quiere, ahora en julio ya subo a Villareal B y supongo que seremos compañeros.

¿Sienten más presión en el juego, tienen menos tiempo y espacio para jugar acá en el Sudamericano? ¿Notan diferencias? DF: Creo que no, capaz que acá es un poco diferente. Allá te dejan jugar un poco más, te dejan hacer algunas cosas que acá no te permiten. Acá tomás la pelota y le hacés un caño y capaz que te comés una patada, pero allá por ahí hacés un caño, te dejan ir y seguís hasta el arco, no te van a hacer un foul para agarrar una amarilla. Pero el fútbol es diferente en todos los países. Donde vayas va a ser diferente, y yo me adapté bastante rápido

En el exterior “al uruguayo lo reconocen más por la selección, por estos últimos años, por todo lo que ha pasado: el Mundial de Sudáfrica, el de Brasil con el tema de Suárez. La verdad que a Uruguay lo tienen bien conceptuado”, explica Guerra. (Foto: Andrés Cribari)

porque sabía que si no me adaptaba iba a estar medio perdido. RG: Pienso que en España el juego es más intenso y más rápido, acá capaz que tenés más tiempo para pensar, cuando recibís la pelota, pero también es muy duro acá. En Europa capaz que son más livianitos pero el juego es bastante más rápido acá. ¿Más veloz, más dinámico? RG: Más dinámico. DF: Sí, allá es más rápido y no se ve tanta pelota en el aire, juegan más por el piso y tratan de entrar por abajo.

Ramiro Guerra: “En España el juego es más intenso y más rápido, acá capaz que tenés más tiempo para pensar cuando recibís la pelota, pero también es muy duro. En Europa capaz que son más livianitos pero el juego es bastante más rápido”.

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ramiro guerra al llegar a uruguay se impactó por cómo se arman los grupos humanos en la selección. “es como una familia, tanto dentro del campo como afuera. somos todos hermanos. en un club, cada uno hace más su vida”.

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Ramiro, tu posición en España sería la del 6, que juega por delante de la línea del fondo. ¿Qué diferencia encontrás entre el 6 de allá y el 5 de acá? RG: Acá un 5 capaz que tiene otras características; el 5 de acá puede ser más contundente, más rápido, más fuerte, y es probable que le cueste más distribuir el juego. Allá, en cambio, el 6 tiene la función de distribuir el juego, recuperar la pelota y dársela a la gente que está por delante. Lo que sería un Busquets

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en Barcelona, que hace la función de un 6. Acá un 5 es lo que hace Egidio [Arévalo Ríos], que es un jugador fuerte, contundente, y roba pelotas rápido, al corte. ¿Y vos, Diego? ¿Encontrás diferencias entre las características de un atacante en Estados Unidos y un atacante uruguayo? DF: La verdad que no, porque un atacante es un atacante, tiene que agarrar

la pelota para hacer un gol. Pero si es por posiciones, no vas a poner a un 10 a jugar de un 5 o un 7. Yo juego en bastantes posiciones adelante: jugué de 7, de 10 y de 9, y para mí el 9 y el 10 son casi lo mismo, pero para el 9 capaz que vas a usar a uno más grande, que pueda correr por atrás o alguien que te pueda sostener la pelota. Un 10 va a ser rápido, que trate de distribuir la pelota al 7 o al 9, que vaya corriendo por al lado. Son posiciones diferentes, pero el ataque es el ataque. ¿Ven fútbol uruguayo? RG: Yo poco. No te da el tiempo, he visto algunos clásicos, partidos importantes, pero no lo sigo. Me fijo en las páginas de internet, en los resultados, en eso sí lo sigo, pero partidos no veo. DF: Mi padre ve mucho, a veces estás ahí y te ponés a ver los clásicos. Esos partidos sí los ves porque los pasan allá. Mi padre es hincha de Central, donde jugó, a veces se pone la computadora y mira ocho partidos al día, y está todo el día con la computadora, la tele, escuchando la radio… ¿No conocían a ninguno de sus compañeros previo al Sudamericano o habían tenido contacto? DF: Fui a Perú y tenía contacto con alguno, no muchos. Al regresar a Estados Unidos, después de esos dos amistosos, seguimos hablando con algún compañero. Cuando vinimos, era más fácil porque conocía a algunos jugadores con los que jugué en Perú, pero sabía que iba a ser diferente porque estar dos o tres semanas a estar cuatro días es una diferencia grande. RG: Cuando había venido a las prácticas con la Sub 15 y Sub 17 tuve la ocasión, no de conocer personalmente, pero sí recordaba haber visto a Franco Acosta, Enrique Etcheverry, Fabricio Buschiazzo que se quedó fuera de la lista pero también había estado, Thiago Cardozo también, creo que no conocía a nadie más. Es normal, vine cuatro días y no iba a conocer a nadie, pero obviamente sí recordaba a algunos. Cuando, por ejemplo, veían los clásicos, seguramente vieron a Pereiro. RG: Yo no tuve la posibilidad de verlo. DF: A Pereiro no lo vi hasta que salió en una foto en internet cuando jugaba en Nacional, y ahí me di cuenta quién era. Hasta cuando llegué, sabía quién era la cara pero no agarraba bien para qué


así se analizan df: Ramiro es buen jugador, bien táctico, sabe cómo distribuir la pelota, de marca es bueno. Jugué muchas veces contra él en las prácticas y tenés que pensar dos veces cómo ganarle. Es un jugador que estoy conociendo pero de a poco está mostrando lo que tiene. Es un jugador muy importante para nosotros, él trae energía y sabe marcar bien. rg: A Diego lo conozco poquito, pero es un volante rápido, con buena capacidad de traslado, tiene bastante facilidad para meterse por adentro y descargar con el punta y picar. Es muy rápido. Lo que conozco es así, es probable que tenga otras características que todavía no logré apreciar, es un buen jugador. Foto: Andrés Cribari

equipo jugaba, hasta que después me di cuenta de que jugaba en Nacional. ¿Qué recogen sobre el fútbol uruguayo en sus respectivos ambientes futbolísticos? RG: No sé si lo tienen muy identificado al fútbol uruguayo, capaz que conocen

a Peñarol y a Nacional, porque han jugado partidos contra clubes europeos, pero al uruguayo lo reconocen más por la selección, por estos últimos años, por todo lo que ha pasado: el Mundial de Sudáfrica, ahora el Mundial de Brasil con el tema de Suárez. La verdad que a Uruguay lo tienen bien conceptuado.

Brasil es el “jogo bonito”, Argentina la “técnica”, ¿a Uruguay cómo se le identifica? DF: Los que meten las ganas. RG: Uruguay es más conocido por la garra charrúa. DF: Los que peleamos siempre, estamos en todos los partidos. _ Diego Graziosi

Valizas, Rocha

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Limberg Gutiérrez quiere que su hijo se forme en Nacional

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El enganche nostálgico

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Limberg Gutiérrez añora el fútbol uruguayo. Habla con una nostalgia indisimulable de su pasaje por Nacional, y catorce años después, en Santa Cruz de la Sierra, dando clases de fútbol a niños y adolescentes, dice que se arrepiente de no haber seguido en aquel entonces. Advierte, de todos modos, que no fue culpa de él: los dirigentes le prometieron venderlo a Europa pero terminó en Bolivia. Por eso todavía le guarda rencor a aquellos directivos del Blooming que en el año 2002 le trancaron el pase. Finalmente, nunca más salió del país. Hoy está pendiente de lo que pasa en Los Céspedes y tiene un deseo: quiere que su hijo de 16 años complete las formativas en Nacional. “Hablo con Lembo todos los días para eso”, cuenta. El mate amargo le quemaba la lengua. Pero lo tomaba por respeto. Más si el cebador de turno en Los Céspedes era el Loco Abreu, el Chengue Morales, Gustavo Varela u Óscar Javier Morales. Pero lo suyo era tradición también en el Oriente: tereré con agua bien helada. Es. A las 7.30 de la mañana de un miércoles de febrero, Limberg Gutiérrez abrió la puerta de su casa en La Hacienda, un coqueto barrio privado de Santa Cruz, y no saludó. No por falta de educación. Por ansiedad. Estaba deseando mostrarle a un uruguayo su termo (con abundante hielo) y mate bordados con el escudo de Nacional y al lado su apodo: Bomba. Mote que dice le impuso el periodista Jorge da Silveira por su pegada. Catorce años después de jugar sólo una temporada –en la cual salió campeón–, el Bomba destila melancolía de su pasaje por Nacional, el único equipo del exterior que defendió a pesar de ser el goleador histórico del fútbol boliviano con 171 goles. Por eso le urge hablar del pasado y del futuro que no fue. Se arrepiente, rememora con detalle los días de gloria en rojo, blanco y azul. Pregunta por sus compañeros: Richard Chengue Morales, Gustavo Varela, Marcelo Saralegui, Ruben Sosa, Sebastián Abreu, Gustavo Munúa, Horacio Peralta, Leonardo Romay. También por sus rivales: Federico Elduayen, Gabriel

Cedrés, Pablo Bengoechea. Quiere saberlo todo. Quiere, desde una conversación, volver a La Blanqueada. De Nacional pasó por Argentina, Brasil, Francia, Grecia, México y hasta India. Pero todo fue fantasía. Siempre algún detalle o algún billete lo retuvo en su país. Dejó el fútbol en 2011. Volvió un día en 2014 con la camiseta de Sport Boys, hizo un gol de tiro libre, su especialidad, y el entrenador no lo puso más. “Me hacía correr alrededor de la cancha como un boludo. Me calenté y me fui”, aclara al respecto. Ahora da clases de fútbol en Cotoca, una pequeña ciudad a unos treinta minutos de Santa Cruz. La escuela es un proyecto que él pensó y se lo presentó a Coco Añez, candidato a alcalde por el Movimiento Demócrata Social. Este no lo dudó y hace dos meses se inauguró la escuelita con 882 chiquilines anotados. Clases gratis de fútbol para chicos de bajos recursos. Suena bien. La charla, camino a la escuela en cuestión, es entre los tereré de ananá y menta, que no saben nada bien. Un viaje hacia 2001 Todavía huele el aroma de los guisos que hacía la mujer de Ruben Sosa. “Tenían todo: cerdo, papa, boniato, panceta, carne, todo. Bien espeso era”. Las juntadas en lo de Varela con el Chengue y OJ a tomar unas copas. Él prefería la cerveza, los otros, vino. Las tartas de zapallitos que compraba cerca del Montevideo Shopping, por donde vivía. La lengua a la vinagreta, el fainá que anhela. Las charlas con Pierre Webó y lo bien que lo trataban los hinchas de Peñarol, que le pedían que jugara en el carbonero. Las ganas de ir a Uruguay, el pedido urgente para que le traigan fotos y videos de su época de jugador porque no guardó nada, el deseo de ir al Parque, a la sede y la reflexión constante: “Tengo que ir a Uruguay”. La confirmación: “Voy a llamar a Varela y voy a ir”. El Bomba llegó a Nacional en febrero de 2001. El pase estuvo a punto de caerse. Finalmente arribó a préstamo. Gratis y en silencio. Vino desde el Blooming,

uno de los dos grandes de Santa Cruz de la Sierra. Le dieron la número 18 y Hugo de León, a pesar que una crónica del diario La República, decía: “Superó la revisión médica pero está falto de fútbol”, en palabras del dirigente Manuel Ucha; decidió incluirlo en la lista de la Copa Libertadores en lugar de un tal Diego Lugano que daba sus primeros pasos en el fútbol grande. Jugó cuatro meses a préstamo hasta mitad de año. Al equipo no le fue bien pero Gutiérrez rindió. “La rompí”, recuerda. Se negoció un nuevo préstamo. Las condiciones cambiaron. Pasó de ganar seis mil a diez mil dólares. Después, con el bolsillo más lleno, llegó la gloria: goles, tiros libres, centros, el campeonato uruguayo y el cariño inagotable de la gente. Ayer se expresaba en la calle, hoy en las redes sociales. Volvió campeón a Bolivia y dispuesto a vacacionar pero pensando en prolongar su estancia en Nacional. A pesar de que extrañaba el calor de Santa Cruz y sus costumbres, quería seguir. “Volví a hacer la pretemporada con Daniel Carreño. Estuve doce días. Pero en ese tiempo había un dirigente de Blooming que supuestamente me tenía vendido al Mónaco en dos millones. Nacional ofreció cuatrocientos mil dólares”,


Limberg Gutiérrez da clases de fútbol gratis a niños carenciados en Santa Cruz de la Sierra.

recuerda. Entonces la operación se frustró y no hubo ni Francia ni Uruguay. “Me cagaron acá. Imagínate que en Uruguay senté a Ruben Sosa, a Fabián Coelho y al Polilla [Ruben Da Silva]. Sosa y el Polilla ganaban cuarenta mil. Me ofrecieron veinte mil (el doble de lo que yo ganaba) para seguir, pero me cagaron los dirigentes de Blooming. Ellos eran dueños de mi pase y decidieron”, lamenta con rabia. Volvió a Blooming y luego lo vendieron al Bolívar de La Paz. Tenía entonces 23 años, un hijo de tres y el sueño de seguir en Nacional o tras las ofertas que sonaron desde San Lorenzo, Boca, Morelia y Corinthians, que quedaron, como tantas veces, por el camino. Bolívar lo terminó comprando por doscientos mil dólares. Por eso el enfado con los dirigentes se incrementó. “Manejaron todo muy mal e hicieron cualquier cosa, no sabían nada y jamás me valoraron”. Gutiérrez no esconde esa sensación que es mezcla de arrepentimiento y un enojo todavía fresco por aquello que no fue. “Si seguía un año más en Nacional, seguro que después llegaba a Italia o España. Seguro. La vidriera de Nacional y del fútbol uruguayo es impresionante”, admite y

“En Uruguay trabajan

Garra y corazón

mucho en las menores.

Para el uruguayo de a pie es un cliché pero Limberg heredó la garra del fútbol uruguayo como reliquia y la ve como virtud clave hoy. “Era muy duro. Un fútbol fuerte. La garra me gustaba. Varios partidos con Nacional lo ganamos a pura garra y corazón. Por ejemplo, me acuerdo de un partido contra Defensor que íbamos perdiendo 0-2 y De León me gritó “Limberg, tirate unos metros atrás y tirá centros”. Y entonces metió al Chengue, al Loco, a Vanzini y Lembo para cabecear. Era un placer tirar centros con esas bestias. Y yo pum, pum, metía y metía pelotas. Y lo empatamos”. Dice el Bomba que en el fútbol uruguayo alcanzó el nivel más alto de su carrera. “Estuve en un nivel alto y parejo. Normalmente las puntuaciones de los diarios siempre eran siete o más. Nunca una puntuación baja. Y todos los lunes me fijaba. Me invitaban a los programas y yo no iba. ‘No le gusta hablar pero le gusta jugar’, decían los periodistas”. Mientras pide a sus alumnos que jueguen a dos toques, Limberg sigue con nostalgia. De pronto vuelve a la charla: “Dicen que los Céspedes y el Parque Central están hermosos ahora, ¿no? Tengo que ir. En Nacional, sin dudas, es donde

Nacional, Peñarol, Danubio y Defensor trabajan muy bien. Por eso Uruguay es el país que más jugadores exporta. Por lo bien que trabaja, por la visión que tiene y por los buenos técnicos”.

repite algo de manera constante: lo bien que se trabaja en las menores en Uruguay. Pudo tener una segunda parte en Nacional. “En 2006 volví a ir con Martín Lasarte, fui a entrenar. Lasarte me quería. Estaban [Luis] Suárez, [Gonzalo] Chori Castro y Juan Albín. Suárez era suplente en ese momento, llegué a charlar un par de veces con él”. Pero no pasó nada. Otra operación frustrada y otro regreso a Santa Cruz para seguir en Blooming. Un año después, por bronca con la directiva, se fue a Oriente Petrolero, el clásico rival.

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“yo chateo siempre con alejandro lembo para que limbercito vaya a nacional. en enero le ofrecieron quedarse quince días a entrenar pero no pudo porque tiene el sudamericano sub 17 con la selección. He “si seguía un año más en nacional, seguro que después llegaba a italia o España. La vidriera de nacional y del fútbol uruguayo es impresionante”.

más me han valorado y reconocido. Cuando vino Nacional el año pasado a jugar con Oriente me hicieron una cena homenaje y me regalaron la camiseta. El periodista Da Silveira me dijo: ‘Tengo el honor de darte la mano. Nunca vi un jugador pegarle tan bien a la pelota. No se ha visto en Uruguay alguien que le pegue como vos’”. Divisiones menores, divino tesoro

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La garra no es todo. El Bomba repetirá durante toda la charla lo bien que él considera que se trabaja en las formativas. “En Uruguay trabajan mucho en las menores. Que eso acá no hay. Nacional, Peñarol, Danubio y Defensor trabajan muy bien en eso. Acá Blooming es el mejor, por la sede y la infraestructura. Pero eso hace falta acá. No hay canchas para trabajar. No se trabaja lo táctico, no se hace nada. Por eso Uruguay es el país que más jugadores exporta. Por lo bien que trabaja, por la visión que tiene y por los buenos técnicos. A comparación del uruguayo, el jugador boliviano es muy conformista. Acá hay mucha envidia y celos”.

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Tantos elogios a la cantera de Nacional no vienen en vano. El hijo mayor de Gutiérrez, que lleva su mismo nombre, Limbercito, también es jugador de fútbol. Juega en un equipo del ascenso pero fue seleccionado por la Sub 20 de Bolivia con edad de sub 17. Vino a Uruguay para participar del Sudamericano que se jugó en enero y jugó sólo un puñado de minutos. “Yo chateo siempre con Alejandro Lembo para que Limbercito vaya a Nacional. Cuando fue en enero le ofrecieron quedarse quince días a entrenar pero no pudo porque ahora tiene el Sudamericano Sub 17 con la selección. He hablado con Eduardo Ache y también con el Cacho Blanco. Ellos lo pueden formar y quiero que vaya a Nacional por lo que puede aprender y por la vidriera. El jugador uruguayo es más atrevido, más encarador, tiene todo. Ahí quiero que se termine de hacer futbolista. Además, el uruguayo no es como el argentino que es camarillero. Limbercito fue a Vélez a los trece años y dice que no se la tocaban”. Por eso insiste en los contactos permanentes que tiene con los directivos

hablado con eduardo ache y también con el Cacho Blanco. ellos lo pueden formar. Quiero que vaya a nacional por lo que puede aprender y por la vidriera”. tricolores. Recuerda que así se dio el último diálogo que tuvo con el presidente Ache: –Limberg, ¿cómo le pega tu hijo? ¿Igual que el padre? –Muy bien, Eduardo, muy bien. –No creo que sea mejor que el padre pero traelo que lo vamos a cuidar como si fuera nuestro hijo. Ni el Bomba sabe a ciencia cierta si su hijo será mejor. Es la pregunta trivial al hijo del jugador. La pegada suya considera que “es un don” que perfeccionó “con otros estilos de pegarle con más o menos impulso o con el empeine”. Entonces “si Limbercito practica mucho, puede ser, pero todavía le falta”, define el padre. Por lo pronto tiene cosas diferentes: es zurdo y un físico bastante más grande. Aunque “la misma explosión que yo”, asegura y


“El jugador uruguayo es más atrevido, más encarador, tiene todo”.

otra vez, después del silencio, viene ese anhelo: “Tengo que ir a Uruguay a charlar bien lo de mi hijo, quiero que juegue allá. Acá no tienen ambición˝. Hugo de León, referente Su paso por Nacional también le dejó al mejor entrenador. “Hugo de León fue mi mejor entrenador. Es una muy buena persona. Me decía y aconsejaba de todo. Es un tipo jodido pero conmigo nunca tuvo problemas. Una vez sola tuve una discusión porque me dijo que no fuera a la selección. Yo le dije que tenía que ir porque teníamos un partido importante. Y él me respondió que yo era más importante en Nacional que en Bolivia”. “Fui igual y cuando volví me mandó

al banco por primera vez. Estábamos perdiendo y me metió faltando poco y con un zapatazo lo empaté. Después me felicitó delante de todos. Él decía las cosas de frente. Si la cagaste lo decía, y si acertaste, también. Yo trato de imitarlo. Acá les enseño que no tienen que descuidar el estudio”. La última ilusión La charla sigue en donde más le gusta a Limberg: en el medio de la cancha y con los ojos en un partido de fútbol entre sus alumnos. Ya cerca del final de la clase y terminando la charla, la nostalgia queda en pausa. Los recuerdos del pasado se cambian por una ilusión de algo que puede venir. Él lo dice convencido: “Tengo varias ideas. Pienso en ir a Uruguay, entrenar hasta

ponerme bien de bien, que si yo quiero lo hago. Hablar con Ache y jugar un mes y que sólo me pague hotel y despedirme bien en Uruguay, con la hinchada de Nacional. Y mostrarles a todos, especialmente a los dirigentes de Blooming, que uno es más reconocido afuera de su país. También me gustaría ir un tiempo a Los Céspedes a mirar los entrenamientos para aprender todo lo mejor y así poder transmitirlo acá”. Luego contó que hay un dirigente joven de Blooming que es uruguayo y que tiene contacto con dirigentes de Nacional, quien le prometió gestionar un partido amistoso entre Blooming y Nacional para que el Bomba pueda despedirse del equipo que añora. _Agustín Castillo Santa Cruz de la Sierra

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Racismo: pocas denuncias y muchos desmentidos

Ser negro en el fútbol uruguayo

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Uruguay fue la primera selección de fútbol que incluyó a personas de raza negra en su equipo y desde entonces los “negros” forman parte de su rica historia. Incluso, algunos fueron colocados en el sitial privilegiado de ídolos. Con estos antecedentes se podría decir que el racismo es algo lejano en el fútbol uruguayo, que no aparece en forma cotidiana en los estadios. Pero algunas situaciones hacen creer que existe, y se repite fuerte y claro si uno lo quiere escuchar.

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“Uruguay era, en aquel entonces, el único país del mundo que tenía jugadores negros en la selección nacional” (‘Los negros’, El fútbol a sol y sombra). Corría el año 1916 y en Argentina se disputaba el primer campeonato sudamericano de fútbol. La selección uruguaya estaba integrada por jugadores como Cayetano Saporiti, Alfredo Zibecchi, Alfredo Fogliano, Pascual Somma y el Maestro José Piendibene. Pero en ese equipo, más que en otros, destacaban dos jugadores, no sólo por sus virtudes con la pelota en los pies, sino también por el color de su piel: los “negros” Isabelino Gradin y Juan Delgado. Ambos eran titulares y figuras de aquel equipo uruguayo que se consagró campeón después de ganarle a Chile y Brasil, y empatar en el último partido con Argentina. Como decía Eduardo Galeano, en aquel cuadrangular jugadores de raza negra sólo había en Uruguay, y su presencia generó controversia. Las transmisiones televisivas no existían; y a Chile, después de recibir un rotundo 4-0 de la celeste, llegó la noticia de que Uruguay había jugado con “componentes africanos”. “Los diarios de aquí dicen que el equipo uruguayo presentó componentes africanos. Esperamos que habrán presentado un formal rechazo en el caso de ser verdad”, le pedía por carta el presidente de la Asociación Atlética y de Football de Chile al encargado de la delegación chilena en Buenos Aires. La historia no pasó de anécdota, ya que los delegados chilenos en Buenos Aires pidieron las disculpas del caso y aclararon que estaban “sumamente complacidos por la actitud caballeresca de los uruguayos”, según recogía la crónica de El Día bajo el título “¡Gradín y Delgado no son africanos!”. Delgado nació en 1889 en Florida, donde dio sus primeros pasos detrás de

una pelota, hasta venir a Montevideo y afincarse en el barrio Palermo. Jugó en varios equipos (Universal, Bristol y Central), hasta que en 1913 debutó en la selección uruguaya, como central. En 1916 cruzó el Río de la Plata para jugar en Boca Juniors, y dos años después volvió a Uruguay para enrolarse en Peñarol, equipo con el fue campeón dos veces: en 1918 (como capitán) y en 1921. Cuando terminó su carrera, Delgado siguió ligado al fútbol como utilero en Peñarol, una tradición que siguieron su hijo y su nieto. Falleció en 1961. Gradín, en tanto, destacaba por su gran técnica, pero también por su velocidad. Nació en 1894 y comenzó su carrera en el club Agraciada, de la vieja división Extra. No duró mucho en esa categoría y al poco tiempo pasó a Peñarol y de ahí a la selección. Fue campeón uruguayo en 1918 y 1921, junto a su amigo Juan Delgado. Fue dos veces campeón sudamericano, goleador “celeste” en 1916 y campeón olímpico en 1924. También tuvo una destacada trayectoria como velocista: fue campeón sudamericano en 200 metros, 400 metros y en relevos 4 x 400. Falleció en 1944. Ellos fueron los primeros, pero no los últimos “negros” en jugar por Uruguay. Desde los históricos José Leandro Andrade, campeón olímpico y del mundo, Obdulio Varela, el Negro Jefe héroe de Maracaná, y Emilio Cococho Álvarez, hasta los más recientes, Richard Chengue Morales, Darío Silva, Álvaro Pereyra y Diego Rolán. La historia y los éxitos del fútbol uruguayo estuvieron ligados con hombres de raza negra. Esto hace que el racismo no tenga una incidencia relevante. Pero existe. Tal vez no entre compañeros, rivales o jueces, pero sí en acciones simbólicas, que en su mayoría provienen de la tribuna y

que algunas veces se minimizan dentro del denominado “folclore del fútbol”. Racismo en el fútbol “Negro de mierda” es un grito que se escucha habitualmente en las canchas del fútbol uruguayo. El destinatario, por lo general, es un jugador de raza negra del equipo rival, pero también algún jugador propio. Muchas veces se entiende que esto forma parte del folclore del fútbol; un insulto como tantos otros. Pero para algunos el insulto estuvo cargado de un sentir racista. Dos jugadores decidieron no callarse la boca y denunciar públicamente estos hechos. Uno de ellos fue Flavio Córdoba, jugador colombiano de River Plate. El hecho ocurrió durante un partido contra Danubio, en el Parque Saroldi, en 2013. Córdoba era atendido por la sanidad, cuando varios parciales franjeados se acercaron y comenzaron a insultarlo, con alusiones directas hacia su color de piel. Cuando el juez lo dejó ingresar nuevamente al campo, Córdoba se dio vuelta y se tomó los genitales. El árbitro detuvo el partido al considerar que existían insultos racistas, pero igualmente expulsó al zaguero de River Plate. La institución presentó la denuncia ante la AUF, pero el caso se archivó porque no existía normativa para analizar estas situaciones. Meses después, la situación se repitió durante un partido en Jardines del Hipódromo. “El negro se la come, el negro se la come”, comenzó a cantar la hinchada danubiana, en referencia a Córdoba. El jugador se mordió los labios y continuó jugando, porque no quería repetir su experiencia. El partido no se detuvo ni existió ninguna referencia por parte de los árbitros en el confidencial.


Cecilio Waterman y Luis Mejía, los panameños de Fénix, aseguran no haber sufrido situaciones de racismo en Uruguay. (Fotos: Andrés Cribari)

Córdoba prefirió no referirse sobre lo que había pasado, pero la dirigencia de River Plate decidió volver a actuar y presentó una nueva denuncia contra Danubio por los cantos racistas de su hinchada. El resultado fue distinto. La AUF había incorporado en su Código de Disciplina varias normas para atender posibles situaciones de racismo y Danubio fue sancionado con una multa de unos 35.000 pesos por los cánticos de su hinchada. Jorge Coco Rodríguez fue otro de los jugadores que denunció públicamente haber recibido agresiones por su color de piel. El caso más difundido fue el de

2012, cuando jugaba como arquero de Progreso y en un partido contra Central Español la hinchada contraria no sólo lo atomizó con cantos e insultos, sino que además terminó tirándole bananas. No hay dudas de lo contundente del gesto. En 2014, ya jugando en segunda división con Villa Teresa, Rodríguez vivió otro episodio de discriminación. Fue en abril, en un partido contra Tacuarembó, cuando Villa Teresa jugaba de visitante en el Estadio Raúl Goyenola. La hinchada local dedicó gran parte del partido a gritarle a Rodríguez. “Hay que tirarte bananas”, “gorila”, “mono”, “negro de mierda”.

Antes de que Rodríguez dijera lo que le estaban gritando, el línea escuchó los insultos y le informó al árbitro. Se habló con la Policía y antes del segundo tiempo, quienes manejaban los altoparlantes exhortaron a la hinchada a terminar con los insultos, lo que generó el efecto contrario: la cosa empeoró. Andrés Pollero, árbitro asistente de Primera División, era uno de los líneas en ese partido. Considera que, aunque los insultos y cánticos son históricos, la atención que se le comenzó a prestar a partir de la actualización de la normativa FIFA y por parte de los jugadores convierte al racismo y la xenofobia en un

El peligro de naturalizar Suele decirse que los problemas que aparecen en el fútbol son reflejo de lo que pasa en la sociedad. “El problema de la violencia en el fútbol es un problema social, no del fútbol”, se dice, entre otras cosas, cuando se espera que otras instituciones participen de la estrategia para enfrentar la violencia en las canchas. No es lo que pasa con el racismo. En estas discusiones suelen escucharse otras frases, como que “lo que pasa en el fútbol se arregla en el fútbol” o “lo que pasa en la cancha queda en la cancha”. Néstor Silva, integrante de la organización Mundo Afro, no está de acuerdo con este enfoque, y piensa que lo peor es que el racismo en el deporte está totalmente naturalizado. “Los casos que se pueden dar en el fútbol o en otros deportes son reflejos de lo que somos como sociedad. Pero la diferencia en el fútbol es que hemos escuchado declaraciones de muchos jugadores afrodescendientes que dicen que es un tema más, que los insultos racistas son algo más”. Y advierte: “Para nosotros el racismo, cuando se manifiesta en forma explícita, es la punta del iceberg. Es un tema para atender. La hinchada es la boca sucia de la sociedad. El racismo se manifiesta de esa forma; en el mercado laboral no dándote trabajo, en la hinchada, así”. A Mundo Afro no han llegado denuncias de racismo desde el ámbito del fútbol profesional, pero asusta cuando cuenta que llegaron denuncias por insultos racistas a niños que juegan al baby fútbol. Son de hace unos cuantos años, pero recuerda claramente dos episodios, uno denunciado por un padre y otro por la madre

de los niños insultados. Padres de niños del equipo contrario que les gritaban a los niños afrodescendientes y padres de sus compañeros de equipo. “No pudimos hacer mucho”, lamenta Silva. El caso Suárez, rememora, fue el que puso el tema en el tapete. Y se refiere a aquel episodio con la dificultad de hablar del ídolo uruguayo. “Nosotros decíamos que Suárez es una víctima, es alguien que creció en un país donde estas cosas se toman como naturales”. Recuerda que en Brasil los insultos racistas en el ámbito deportivo están penados por la ley, provengan de jugadores o del público, y sugiere que cuando algo llega a legislarse es “porque la sociedad no logra autorregularse”. En Uruguay los jugadores “se adaptan, hacen oídos sordos. Lo naturalizan porque es la forma que han encontrado para poder avanzar en su carrera. Es autodefensa, algo natural y automático. Así vamos sobreviviendo todos”, dice. La pelea es profunda y de largo aliento, y lo primero es visualizar el problema. “El hecho de que sea un problema que está en toda la sociedad no lo minimiza, y el hecho de que las personas lo soporten tampoco”, dijo Silva, quien evaluó que estas situaciones sólo dejarán de existir cuando los afrodescendientes tengan las mismas posibilidades de inclusión en todos los ámbitos de la vida. “Sobresalimos en la música, en el deporte, es un clásico. Cuando podamos sobresalir en todo, cuando nosotros que somos ocho por ciento tengamos ocho por ciento de las posibilidades en todo, esto se va a ir minimizando”.

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fenómeno nuevo dentro de la cancha. Cuando las ofensas son entre los jugadores, las sanciones están reguladas desde siempre; se consideran lenguaje obsceno y grosero. La novedad son los insultos que llegan desde la tribuna. “Actuamos cuando se trata de hechos sistemáticos, colectivos, de una parcialidad, y lo hacemos progresivamente”, apunta Pollero. Primero se recurre al capitán, a los guardias, se intenta que el diálogo aplaque los ánimos, pero el juez no está facultado para suspender el partido. Especial atención se pone en los partidos de juveniles, en los que se apunta a modificar conductas, tratando de apostar más a la prevención que a la represión. Después de aquel partido en Tacuarembó, los árbitros informaron de los hechos a la AUF, lo que derivó en una sanción para el local, que ese año ascendió a Primera. Así, el primer partido de Tacuarembó como local en el Apertura 2014, contra Fénix, debió jugarse en el Omar Odriozola de Paso de los Toros. Los medios de comunicación, no obstante, prácticamente no registraron el motivo. “El tema queda ahí” Para la mayoría de los jugadores pareciera que el racismo no es un tema importante en el fútbol. “No hay casi denuncias de racismo”, afirmó a Túnel Enrique Saravia, presidente de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales. Recuerda el episodio de Coco Rodríguez jugando en Progreso, y también que en ese momento,

tras recibir la denuncia del golero, la Mutual organizó una reunión con el jugador y las autoridades de Central Español. Sin embargo, para Saravia, el racismo no es un tema preocupante entre los uruguayos. “Es más serio en Europa, donde se da más frecuentemente. Hay muchos jugadores descendientes de africanos” y los insultos pueden tener un trasfondo discriminatorio, considera. “Pero en América se toma de otra manera”, asegura. Saravia jugó en Uruguay, Ecuador, Chile y Argentina. “El sudamericano tiene otros códigos, sabemos que es para sacarte del partido, no para tratarte de negro”, explica. Para Saravia, los insultos en la cancha son generalizados, y los racistas son “uno más”. “Adentro de la cancha insultan hasta a tu madre. Los jugadores de fútbol sabemos cómo son las cosas”. Opina que el objetivo es sacar “ventaja deportiva, hacerte calentar”, pero que luego “el tema queda ahí”. “Si cada jugador va a hacer una denuncia por cada cosa que le dicen, no podemos jugar más al fútbol, más cuando sabés que después a ese mismo que te insultó, en la cancha o desde la tribuna, lo tenés en tu mismo equipo”, sentencia. Y pide tener cuidado con las denuncias públicas: “Pienso que a veces se exagera”, dice. Saravia registró también la denuncia, que no se concretó oficialmente, del jugador brasileño Marcos Guilherme, en el reciente Sudamericano Sub 20 que se jugó en Uruguay. Guilherme dijo que el uruguayo Facundo Castro lo había

mejía y su experiencia con el racismo

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Luis Mejía afirmó que la única experiencia por gritos racistas que tuvo durante su carrera fue en Argentina. sucedió durante un amistoso entre Fénix y Rosario Central, y el responsable fue el árbitro. Mejía recuerda que entre los jugadores no había mayores problemas, pero que el juez “estaba de vivo” y hablando mal con los futbolistas uruguayos. En ese contexto cobró un penal que no fue, en favor del conjunto argentino, y Mejía fue a reclamarle. “Estaba hablando mal, y en una me dijo: ‘Andá, negro de mierda, andá para el arco’. Y la forma en que lo dijo uno se da cuenta que fue una forma de desprecio. Es el único problema por temas de racismo que he tenido”, afirmó.

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insultado varias veces durante el partido que enfrentaron Uruguay y Brasil el 26 de enero, diciéndole “macaco”. “Nosotros sabemos que macaco es muñeco”, asegura Saravia, que insiste: “Entre los uruguayos no es con intención. Te lo digo por mi experiencia personal”. Inculcar respeto Otros jugadores coincidieron en que el racismo no es un problema en el fútbol uruguayo. El ex jugador de Peñarol y actual técnico de Tercera División, Robert Lima, afirmó que en su larga trayectoria nunca le tocó sufrir un episodio de esta naturaleza. “El tema del racismo es algo nuevo para mí, en mi experiencia personal no lo he vivido como jugador ni tampoco como entrenador”, dijo Lima a Túnel. Lima explicó que en el fútbol “siempre hubo insultos y un montón de cosas”, pero en los últimos tiempos “capaz que se le está dando un poco más de énfasis” a estas situaciones, y marcó como una situación complicada los cantos de las hinchadas. “Una hinchada va a cantar, va a alentar, pero es diferente cuando se la agarran con una persona, aunque creo que el jugador no se enfoca en que lo estén agrediendo verbalmente ni nada, porque pasó siempre el tema de los insultos”, expresó. Asimismo, aseveró que estas situaciones no son exclusivas del fútbol sino que forman parte de un problema social. Lima contó que tiene sobrinos que juegan al baby fútbol y que se percibe la existencia de agravios o insultos por parte de los padres. “No es un acto de racismo, pero no debería ser; si inculcamos mejorar esas cosas, creo que a la larga, podemos mejorar lo otro”. El ex futbolista destacó que en su rol como entrenador intenta inculcar el respeto como parte de la estrategia de formación de jugadores. “Siempre hay que dar el ejemplo y hablarlo, y siempre respetar al rival, no generar violencia desde el agravio de la palabra. Que el fútbol empiece y termine en la cancha.

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Tanto a Waterman como a Mejía hay compañeros que los llaman Negro en los entrenamientos, pero ellos aseguran que es una expresión cariñosa. (Foto: Andrés Cribari)

No generar violencia de adentro hacia afuera”, expresó. Por este motivo, Lima afirmó que cuando se produzca un caso de racismo lo mejor es denunciarlo y que las autoridades, tanto de la AUF como de la Mutual, adopten las medidas necesarias. “Eso sería lo ideal”, expresó. Tampoco Luis Mejía y Cecilio Waterman, jugadores panameños de Fénix, sufrieron situaciones de racismo en Uruguay. “Tengo la suerte de estar en Uruguay hace siete años, y gracias a Dios nunca he tenido ningún problema ni con la gente de mi equipo ni de los equipos rivales. Por ahí, al principio cuando no te conocen ni has demostrado tu capacidad futbolística te tienen como un desconocido, pero cuando vas demostrando te van teniendo un poco más de respeto. Por suerte, nunca he tenido un acto de racismo. Con cada cuadro que juego en contra me han tratado muy bien, y eso es importante”, dijo Mejía a Túnel. El golero llegó a Uruguay con 17 años, y afirma que desde entonces fue tratado de muy buena manera, tanto dentro como fuera de la cancha, por lo que está agradecido con los uruguayos. En este sentido, Mejía afirmó que el problema del racismo se vincula no con las palabras que se utilizan, sino con las formas en que se expresan, y si existe una intención despectiva.

“A veces algunos jugadores te dicen ‘negro’, pero te lo dicen con cariño, como me lo dicen mis compañeros o rivales, que uno se lo toma bien. Nunca he tenido problema porque me digan negro. He tenido compañeros que nos llaman ‘negro’ en los entrenamientos y nunca hemos tenido un problema ni dentro ni fuera de la cancha, [porque] lo dicen de buena manera, con cariño, con buena expresión”, comentó.

Waterman coincidió con las expresiones de su compañero. “No he tenido ningún problema. En Uruguay también hay negros, y por eso creo que no he tenido ningún problema. Simplemente en los partidos, como son chiquitas [las canchas] te putean, pero no es para decir racismo ni nada. Te gritan para sacarte del partido, para desconcentrarte, pero son cosas del fútbol porque después los ves en la calle y te saludan, todo tranquilo”, dijo. _Cecilia Álvarez y Mauricio Pérez

Las normas antidiscriminación El Código de Disciplina de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) establece normas de lucha contra la discriminación en el fútbol, donde se establecen sanciones deportivas y económicas para quienes realicen actos de discriminación o comportamientos similares. El artículo 12 del Código establece sanciones de uno a cinco partidos para quienes “públicamente humillaren, discriminaren o ultrajaren a otras personas de forma que suponga un atentado a la dignidad humana por razón de su raza, color de piel, idioma, religión u origen étnico, o adopten de alguna otra manera una conducta racista y/o que denigre al ser humano”. Además, el Código establece duras sanciones económicas (entre 50 y 300 unidades reajustables, unos 40.000 y 230.000 pesos) o cierre de cancha por posibles actos racistas o injuriosos por parte de las hinchadas. Los clubes serán sancionados “si en el transcurso de un partido, los hinchas, socios o seguidores de un equipo, a través de actos injuriosos o manifestaciones agraviantes de indudable naturaleza colectiva atentaren contra la dignidad, credo, raza o color de piel de jugadores, dirigentes, miembros de los cuerpos técnicos, o desplegaren pancartas con leyendas o inscripciones de contenido racista y/o que denigren al ser humano”, establece la norma. “En todos los casos operará como circunstancia agravante específica el hecho de que los promotores sean Dirigentes, Delegados o Funcionarios del Club infractor”, agrega.

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Una visión gramsciana

Sofía y el fóbal

túnel mar-abr 2015

Antonio Gramsci.

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Imagino a Antonio Gramsci (filósofo y periodista italiano, 1891-1937) más inclinado a alentar al Torino que a la Vecchia Signora –siempre más identificada con la derecha, muy esbelta ella– mientras comenzaba sus estudios en la Universidad de Turín, gracias a una beca por la cual cobraba unas setenta liras mensuales. También imagino que si en la cárcel había algún picadito, que en mis fantasías serían entre republicanos y fachos, pero si amago cierta correspondencia con la realidad, debería más bien ser entre bolcheviques y socialistas, Gramsci difícilmente se pusiera los cortos. Es probable que la deformación de columna y su precaria salud en general lo alejaran de ello. Pero un tipo que llegó a afirmar que “el fútbol es un reino de la libertad humana ejercido al aire libre” no se quedaría sentado y cruzado de brazos, dando cuenta de un fenómeno inexistente para él. Seguramente hinchaba por algún equipo, tal vez el más débil en cuestión… Gramsci sostenía la tesis de que todos somos filósofos. Si uno lo lee así, a la ligera, bien podría entender que cualquiera de nosotros es un productor de filosofía, o que la filosofía en definitiva es bastante ramplona y no sólo está al alcance de cualquier mortal, sino que cualquier mortal es ya poseedor de ella, sean cuales fueren las circunstancias. Tal vez algo de esto último exista, pero Gramsci hace un par de distinciones que nos ayudan a entender mejor su idea. Y en medio de ello, está esa misma libertad de la cita futbolera. La primera distinción tiene que ver directamente con lo que es la filosofía, que implica tener una concepción del mundo, una forma de verlo y comprenderlo, sin importar cuál sea. Lo que sí importa es cómo llegamos a esa concepción. Dado que esto puede ser simplemente por herencia e incluso por ciertas casualidades entrecruzadas, no habría allí elaboración propia, sino que estaríamos frente a la presencia de una filosofía espontánea. Es la que se refleja en el lenguaje, ya que los conceptos no son palabras gramaticalmente vacías, en lo que entendemos por sentido común y, de forma aún más marcada, en todo nuestro sistema de creencias y supersticiones. Todo eso refleja una visión del mundo.

Claro, Gramsci entiende también que podemos dar otro paso y llegar a una concepción más “nuestra”, que consistiría en elaborarla en forma consciente y crítica –aunque fuere total o parcialmente coincidente con la de nuestros ancestros– y, por lo tanto, participar activamente en la producción de la historia del mundo y no aceptar pasivamente desde el exterior el sello de la propia personalidad. De lograrse ese movimiento, una especie de acto de libertad, pasaríamos a lo que él llama “filosofía como pensamiento crítico”. Intuyo que en el fútbol se da algo similar al planteo gramsciano sobre la filosofía. Aquellos que se aproximan a él, sea desde su práctica como jugadores, desde el examen minucioso que supone el rol de entrenador o desde los que “microfonean” dictando cátedra, hasta aquellos que se alojan en la tribuna cada domingo o realizan un seguimiento televisivo o radial de ese deporte, poseen tanto una concepción del fútbol como una concepción del mundo asociada a él. Y en ese caso, se daría también la misma distinción: están aquellos que heredan o adoptan tal concepción, repitiendo palabras que son de otros, y aquellos que asumen una postura desde el análisis y la crítica y que, de repente, se animarían a fundamentarla. En algún momento debería surgir una palabra nueva, ¿no? Dentro de esas concepciones, existe un amplio abanico de posibilidades, distintas visiones de la vida que inciden en la visión que se tiene del fútbol (¿o tal vez sea a la inversa?). Existe la visión “resultadista” en sentido estricto, que implica que todos los elementos giren en función de un resultado y que podemos identificar con la concepción de la razón instrumental, aquella que es puente entre medios y fines y establece los primeros en función de la finalidad llamada victoria en nuestro caso. Esta postura se vive en frecuencia “ganar no es lo más importante… ¡es lo único!” y nos lleva a pensar en la satisfacción de ganar con un gol en la hora, hecho con la mano y en orsai. Porque, como en algún momento dijo Bill Shankly, el entrenador que más partidos dirigió del Liverpool inglés: “Si eres el primero eres el primero. Si eres el segundo no eres nada”.

Existen concepciones similares a la anterior, que podemos llamar utilitaristas y también medirán la bondad de un acto por sus consecuencias y no por el acto en sí mismo. Están basadas en el principio de utilidad, que consistiría en la mayor felicidad para el mayor número de personas, idea que si bien es muy tentadora, deja ciertos callejones para que una sociedad pueda maltratar a un número reducido de individuos si esto generara felicidad a las grandes mayorías. ¿Hasta dónde no sería redituable para todos que los campeonatos sean ganados por los equipos de mayor convocatoria? ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer para que ello suceda? Por otro lado, hay visiones deontológicas, bajo las cuales encontramos principios sólidos, invulnerables, banderas que no deben ser dejadas de lado en ningún momento. Si se nos ocurriera que una de esas banderas puede ser la de “jugar lindo” –esto sin ser peyorativo, entiendo que decir “jugar bien” puede ser una idea más difusa– en referencia a la tenencia de la pelota, que esta se juegue a ras del piso y que no se la rife dividiéndola con el equipo rival, dicho principio debería mantenerse aun en las circunstancias más adversas. Las visiones pueden ser muchas, y muy distantes entre sí. En algún caso, unas sólo tienen matices de diferencia respecto a otras. Están las que se basan en la solidaridad, las que hacen un mayor anclaje en aspectos intelectuales, las utópicas, las que apelan a los dientes apretados… Nos demos cuenta o no, prácticamente todos adscribimos a una, o hacemos un sincretismo entre varias de ellas. Si Gramsci hubiese vivido en estos días, en una de esas este escriba casi estaría en condiciones de asegurar que se habría sentado al borde del televisor a mirar aquella final entre Italia y Checoslovaquia, esa que Italia ganó en una extraña primera versión del alargue. Pero era el 34. No había tele. Es probable, además, que tampoco estuviera muy contento con esa Italia campeona del mundo. Seguro que en la cárcel no festejó, tal vez como un acto de libertad… _ Marcelo Fernández Pavlovich


FÚTBOL Y TENDENCIAS

Qué bomba, señores La aparición del Mahoma Fútbol Club en la refundada Liga Árabe no fue una sorpresa por el carácter suicida y extremista de sus integrantes (como antecedente figuraba la contratación de Omar Borrás por equipos musulmanes), sino por ser el primero que contaba entre sus miembros con fundamentalistas entrenados en las filas del Estado Islámico. Se creó con el objetivo de arrebatarle el trofeo a los otros radicales de la Liga: el Wahhabi, que contaba con el apoyo económico de Al Qaeda y destrozaba adversarios gracias a una combinación de poderío económico y ocasionales atentados en sedes rivales. Pese a que el Mahoma Fútbol Club estaba obligado a un permanente recambio por la gravedad de las lesiones de algunos de sus integrantes, infligidas mayormente por un cinto de fulminantes adosado al cuerpo (“Una delantera explosiva”, tituló un diario deportivo yemení, una nota sobre sus goleadores), fue eliminando a clubes de más enjundia hasta convertir la Liga Árabe en un cabeza a cabeza con el Wahhabi, término acuñado por la costumbre de ambos conjuntos de celebrar cada victoria con una decapitación. El comienzo de la previsible final, celebrada tras un show de fuegos artificiales que acabó con tres embajadas occidentales, pareció confirmar el amplio favoritismo del Wahhabi, que ya ganaba 4-0 antes de los 30 minutos de juego. La rápida paliza obligó al técnico del Mahoma FC a revelar su

arma secreta: el ingreso al campo de Musab, un joven reclutado por cazatalentos en las cuevas de Afganistán, que esperaba ansioso su primera oportunidad en la liga. Su momento llegó al minuto 35, cuando el juez cobró penal a favor de su equipo. Musab tomó entonces la pelota, respiró hondo y recordó los meses de entrenamiento y la confianza depositada en él. Sus compañeros, como si fueran incapaces de soportar la tensión, se taparon los ojos con vendas y no observaron el instante en que Musab convertía el gol pese a su tiro tembloroso, iniciaba una enloquecida carrera de festejo y se sacaba la camiseta para mostrar a los jugadores del Wahhabi lo que llevaba debajo: otra camiseta con una inconfundible caricatura del profeta Mahoma. Once titulares y nueve suplentes del Wahhabi se abalanzaron sobre él y lo despedazaron en instantes al grito de “¡Vengad al profeta!”. El juez no tuvo más remedio que sacar tarjeta roja a todo el plantel y dar por ganado el partido –y por ende el campeonato– al debutante Mahoma Fútbol Club, cuyos integrantes festejaron efusivamente en una vuelta olímpica. Llevaban en lo alto la cabeza del mártir Musab, en la que se adivinaba un rictus satisfecho por haber cumplido la misión suicida de su vida. _ Martín Otheguy

Una mirada al fanatismo A lo largo de mi carrera deportiva tuve la suerte de compartir equipos con grandes jugadores de fútbol: Carlos Hormiga Valdez, Mario Rafael Pacha Barilko, Jorge Bava, Andrés Piqui Cazzulo. De estos dos últimos fui compañero en la cuarta divisional del Club Atlético Peñarol. ¿Qué coincidencia reúnen estos cuatro deportistas? Los cuatro jugaron tanto en Peñarol como en Nacional. Recuerdo que Jorge y el Piqui, vistiendo la aurinegra, antes de salir a jugar los clásicos de cada año, en el túnel gritaban: “Vamos que hay que ganar este partido”, “Arriba, gurises, este es el partido más importante del año”. Sin duda Jorge lo sigue haciendo, salvo que ahora, cabe aclarar, lo hace defendiendo la casaca tricolor. La lista de jugadores que pasaron por las dos instituciones más importantes de nuestro fútbol es interminable, así como la lista de jugadores que de chicos eran hinchas de Peñarol y luego tuvieron que jugar en Nacional, o que eran hinchas del tricolor y después defendieron la amarilla y negra. De hecho, el máximo goleador carbonero, Fernando Morena, de chiquito era bolso. Pero es tal el fanatismo que impera en nuestro fútbol, que todavía sigue instaurada como premisa fundamental que antes de que el jugador firme para un grande, tiene que salir a declarar que de chico era hincha de él. ¡Qué estupidez! Se los dice alguien que tuvo que decir que era hincha de Peñarol para poder firmar

contrato con los mirasoles. Esto demuestra que los directivos, más que directivos, muchas veces son hinchas que no pueden entender que un jugador de fútbol es un profesional que dista mucho de un fanático, como el hincha soñaría. Por eso no entiendo cuando afuera de la cancha la gente no entiende eso y cree que hay que mandar a uno al cajón o que ya le mataron a dos y tiran piedras, suspenden partidos, cuando a los principales responsables del espectáculo tanto les da jugar para uno u otro bando. “Aquel que pague más, bienvenido será y su camiseta besaré”, parece ser el lema del futbolista. Al sentir lo que siente un jugador profesional y al presenciar con asombro el sentimiento del hincha fanático, llego a la deducción de que este no es más que una persona con un alto índice de estupidez, propia de un ser que se rehúsa a ver la realidad que lo rodea. Un humanoide atrapado en un mundo de unicornios que no se da cuenta de que ese jugador que hoy lo hizo saltar y gritar, mañana, tranquilamente, podrá ser el mismo que lo haga volverse para su casa con bronca, sintiendo que ese “HDP al que su equipo le mató el hambre” (frase común entre fanáticos) ahora le esté amargando el día de esa injusta manera. Les propongo que nombren jugadores que vistieron las dos camisetas. ¿De chiquitos serían hinchas de los dos? _ Daniel Baldi 31


Es un poema súper frágil

Foto: Leonidas Martínez

túnel mar-abr 2015

“Que esta puta, vieja y fría, nos tumba sin avisar”

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Hace algún rato pasó esa ráfaga de aire que algunos llaman muerte. Esa virazón que se mete entre los músculos y te deja inmóvil. Esas sombras del recuerdo que bailan en la frente, y levantan polvo, y sacuden las maderas quietas del tablado de la memoria. Hace algún rato pasó esa ráfaga de aire. Y nos quedaron versos que vamos rimando con el dolor, rimas que se pierden en el cuaderno de la nada. Poemas difíciles, poemas frágiles. Y qué hacer ahora con esta alegría de haberte conocido. Qué hacer, a quién contarle, cómo ordenar en el partido del alma esas pelotas que se van al óbol, esos pelotazos que sobrevuelan la mecida imagen de los árboles del Parque Batlle. Cómo putear al juez divino, armar un tumulto y empujarse con la vida, y pecharse, y querer cagarse a trompadas, y no ver el rojo en la tarjeta sino en los ojos, y que te abrace alguien, que te proteja. Y comprobar en el rabillo de la mirada que lleva tus mismos colores, que se la juega por el cuadro como por la percanta o la vieja, y que te cuida. Que te va empujando al vestuario que es como una casa, donde todas las mañanas desayunás treinta histerias, treinta euforias, treinta formas de hacer las cosas, treinta ganas de estar en los once para el sábado. El Méndez Piana rebosado y el sol colgando del cielo. Pendiendo el otoño de las nubes. En la cancha calienta Hernán –un

botija que la descose–, el Pulga –que conoce el área como el barrio Sur–, y tantos otros que hacen acordar al fabuloso Raviol Varela, o al Tincho Crossa. Van naciendo cracks, pasando cracks, muriendo cracks. El olvido no llega porque nunca se fue. El olvido es el primer rival a driblear, el primer técnico que no te pone. Miramar, el capo del clásico de la medianera, mi casa, mis colores, mis amigos. Y el Pelado De Castro el capitán de todo aquello. Espigado, flaco, zurdo. Con la niña bonita en la espalda y el brazalete color bronca, desde la línea de fondo, ese recinto de recios bigotudos, barbudos oxidados, goleadores perdidos y rayas al costado. Rompe la línea, quiebra el esquema, el 4-4-2 se subleva. Torpes patadas, brazo extendido, codo fundido en pómulo herido. Ganar la posición, usar el cuerpo, acomodarla en la zurda y sacarla lejos. En la tribuna los monos se trepan al cerco, en el cemento el recuerdo, en tus botines el credo. “¡Ese es mi pollo!”, escuché poco antes del pitazo. Los pibes acomodábamos un once contra once que iría definiendo quién se cambiaría en el vestuario de Primera y quién seguiría peleándola quizás eternamente. Miré hacia el portón y el Pelado estaba prendido del mate con esa sonrisa inconfundible tras los rombos del alambre. Debuté en primera con su casaca prestada: la quince. Primero que nadie

en llegar, mate pronto a rodar, botines lustrados. Último en irse, la colonia empapándole el cuello. La crucecita colgando del pecho. La estampa del barrio. Amante del oficio de futbolista, todavía lo veo en esa carrera loca de gol con un frentazo en el primer palo del Tróccoli. Todavía le veo esa cara de furia puteando por lo bajo para despertar mi adolescencia durmiendo en los laureles del Nasazzi, contra el viejo Papal. Todavía y siempre estará esa bandera con letras rojas rezando “Rafa y Pelado garra y corazón”. Ruben correrá por el alambrado agradeciéndole las piernas que se jugó en cada arremetida, Ciro bajará los escalones a los saltos cuando su recuerdo se arrime al murito. Vibrarán los nueves rivales cada vez que pisen los terrones del Parque Méndez Piana. Reirá el Cabeza Rondeau con sus ocurrencias, el Chust aguardará la salida del cuadro esperando verlo siempre para palmear su pecho sudoroso y notar que a su piel se traspasaron las mil rayas de la camiseta. Su cabezazo irrumpirá en la voz del hincha. Se apretará su legajo en el nudo del zapato de todos aquellos que lo conocimos, que lloramos su partida temprana del área grande del mundo. Chau amigo, chau crack. Te tendremos en la gloria. _Agustín Lucas


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