Para lograr que nuestra vida mejore, debemos arriesgarnos. La única manera en que podemos crecer, es corriendo riesgos.
En realidad conocemos muy poco acerca del acto de arriesgarnos. Nos inhibe el temor, es lo que no nos deja actuar. Cuando tenemos un contratiempo dudamos de nosotros mismos, vacilamos, y creyendo que la situación está por desmoronarse, nos retiramos sin probar fuerzas, convencidos de que no podemos hacer más.
Lo que no comprendemos es que arriesgarse implica exceder los límites propios usuales para alcanzar un objetivo determinado, y que la inseguridad y el peligro siempre forman parte del proceso.
El coraje surge de la convicción; ningún curso, técnica o estudio nos permitirá por sí solo arriesgarnos, a menos que reconozcamos la necesidad de cambiar y creamos en nuestros objetivos. Cuando hay un objetivo por el cual vale la pena arriesgarse, nuestras acciones tienen un fin y nuestra vida un sentido, y entonces ningún riesgo puede detenernos.