Carta del
Rector Imaginemos por un momento a esos primeros hombres y mujeres sobreviviendo en la sabana africana sin saber que su esfuerzo y lucha tejería, doscientos mil años después, una población de más de 7 mil millones de personas. Si tuviéramos la capacidad de asomarnos a un día común y corriente en la vida de las y los primeros sapiens en una agreste y complicada mañana etíope, seguramente veríamos a personas reunidas en grupos para hacer las tareas básicas que hoy parece que hacemos de manera individual, pero que en realidad son actividades que requieren del esfuerzo colectivo. La supervivencia de la humanidad, desde ese lejano pasado en el Cuerno de África hasta nuestros días es impensable sin la colectividad. Toda actividad humana es interdependiente y, por lo tanto, compartida. Cualquier cosa que hagamos involucra, o ha involucrado, algún tipo de acción de una o varias personas. Incluso, actividades como pensar, imaginar o dormir, que podríamos suponer individuales se entretejen a partir de una u otro, de un grupo, de la colectividad, como lo han afirmado el construccionismo social y la teoría del inconsciente colectivo.
El arte, como otros quehaceres humanos, también posee esta característica: entrelaza experiencias, vivencias y ocurrencias; construye, deconstruye y reinventa realidades; trenza emociones, vibraciones y agitaciones. El arte, siempre gregario aunque se presuma solitario, es un proceso comunitario, es una reflexión conjunta que permite la colaboración y la generación desde lo común, pero también desde lo diverso. Este número de ANTiDOGMA dedica sus páginas a entrelazar algunos de esos esfuerzos colectivos que en el mundo del arte y la cultura se realizan en nuestros días. Esto para dar cuenta de una mirada que cada vez más nos dice, en distintas disciplinas de la existencia humana, que necesitamos volver a vivir en comunidad, conectarnos con las multiplicidades, contactar con nuestros diversos mundos internos para encajar en el entramado infinito de la creatividad y darle, de esta forma, sentido a nuestra existencia. Así, y tal vez solo así, podremos conversar y generar pautas para resignificar este gran tejido humano que hemos construido desde hace miles de años.
Lic. Salvador Alejandro Corrales Ayala Pérez de Alba Rector de la Universidad de la Comunicación
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