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El lugar de Dios en el mundo

Con sentimientos de profunda gratitud, dedicamos este número de nuestro Boletín a cuanto Benedicto XVI nos ha enseñado acerca de las cuestiones relacionadas con la Doctrina Social de la Iglesia. Nuestro Observatorio siempre ha prestado mucha atención a las enseñanzas de Benedicto XVI durante los ocho años de su pontificado. Por una coincidencia significativa, el Observatorio comenzó su actividad en 2005, el año de inicio de su pontificado. El Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que el Observatorio ha publicado anualmente durante cinco años, siempre dedicaba un capítulo escrito por mí sobre las enseñanzas del Papa en el año de referencia1 .

S. E. Mons. Giampaolo Crepaldi Presidente del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân

[1] Véase: Observatorio Cardenal Van Thuân, Quinto Rapporto sulla Dottrina sociale della Chiesa nel mondo, a cargo de G. Crepaldi y S. Fontana, (Siena: Cantagalli, 2013), pp. 25-36.

[2] Joseph Ratzinger-Benedetto XVI. Il posto di Dio nel mondo. Potere, politica, legge. Prólogo de Paul D. Ryan, epílogo de G. Crepaldi, edición a cargo de S. Fontana, (Siena: Cantagalli, 2013).

[3] Massimo Borghesi, Critica della teologia politica. Da Agostino a Peterson; la fine dell’era costantiniana (Génova-Milán: Marietti 1820, 2013).

La edición del Boletín coincidió con la publicación de un libro que, de forma indirecta, se remonta a la actividad de nuestro Observatorio. Se trata de una antología de los discursos principales de Benedicto XVI sobre el poder, la política y la ley, editada por Stefano Fontana y con prólogo del congresista estadounidense Paul D. Ryan, ex candidato a vicepresidente en las elecciones de EEUU y con un epílogo a mi cargo2 . Allí traté de resumir las líneas principales de la inmensa enseñanza de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) sobre la relación entre la fe católica y la Iglesia, por una parte; y la construcción de la ciudad terrena, por otra. Remito a este volumen que es el complemento, o más bien el marco de referencia, de este número del Boletín.

Benedicto XVI ha tocado muchos aspectos particulares de la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en Caritas in veritate (2009), pero se reconoce que su contribución es más fundamental que temática, habiéndose concentrado más en la arquitectura que en los detalles singulares o en los aspectos particulares de la construcción. Echar luces sobre esta arquitectura era el propósito del libro que mencioné anteriormente y también es el propósito de este número del Boletín. De esta manera, la enseñanza de Benedicto XVI puede continuar iluminando nuestro futuro.

Recientemente ha habido un renacimiento del interés en el tema de la «teología política»3 que no podía dejar de examinar del mismo modo el pensamiento de Ratzinger. Creo que este número del Boletín también podría contribuir al debate.

En este contexto, su pensamiento se interpreta como un retorno a la visión precostantiniana, o más bien preteodosiana, de la relación entre fe católica y política. En su discurso a la curia romana del 23 de diciembre de 2005 sobre la hermenéutica conciliar, Benedicto XVI dijo que con el Concilio Vaticano II, y en particular con la Declaración Dignitatis humanae, la modernidad ha urgido a la Iglesia a redescubrir la tradición de sus mártires que rezaban por el emperador, pero reclamaban también ante el Estado el derecho a la libertad de religión. Por lo tanto, Benedicto XVI habría considerado negativamente todo el periodo posterior, desde el Edicto de Tesalónica (380 d.C.), que convirtió al cristianismo en la única religión estatal, hasta el Concilio Vaticano II.

Un juicio similar, que acabo de mencionar aquí por unos instantes, debe ser estudiado adecuadamente, ya que implica una gran cantidad de otros juicios complementarios. El problema básico, sin embargo, me parece que consiste en el hecho de que Benedicto XVI nunca ha dejado de enseñar la «centralidad de Dios» en la construcción de la sociedad terrena, ni tampoco de sostener que la tarea de los laicos en la política es abrir un lugar para Dios en el mundo. Aun suponiendo que Ratzinger considere incorrecto un estado confesional (pero cuántas cosas deben aclararse al respecto para no reducir un problema inmen-

[4] Véase: Stefano Fontana, Il Concilio restituito alla Chiesa. Dieci domande sul Vaticano II, prefacio de G. Crepaldi (Turín: La Fontana di Siloe, 2013), pp. 125-144. Giampaolo Crepaldi, Il cattolico in politica. Manuale per la ripresa (prefacio del Cardenal Angelo Bagnasco) (Siena: Cantagalli, segunda edición, 2012), pp. 57-66.

[5] Benedicto XVI, Discurso a la curia romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, 21 de diciembre de 2012.

[6] Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 1. so a un simple eslogan) la idea de que esto lleve a una aceptación de la «autonomía» del mundo es ciertamente rechazada por él, en el sentido propuesto por tantas corrientes teológicas postconciliares e indudablemente negado por el Concilio. En otras palabras, la crítica del Estado confesional en la forma de «Cristiandad» (pero, repito, deberíamos profundizar cómo el modelo de Cristiandad, una fórmula en sí misma ambigua, se ha construido y evolucionado en la realidad) no implica en Ratzinger la renuncia a la centralidad de Dios para tener un poder, una política y una ley que sean verdaderamente adecuados para la persona humana. Con lo que también se critica al humanismo demasiado humano, al personalismo demasiado horizontal y al bien común demasiado confundido con el interés general.

Si en el periodo histórico actual, la Iglesia ha profundizado su doctrina de la libertad de conciencia y religión, especificándola y al mismo tiempo distinguiéndola claramente de la propia modernidad, esto no significa que los laicos —y diría también la Iglesia toda, en diversidad de los carismas que coexisten en ella— no tengan el deber de reiterar que sin Dios la sociedad humana no se construye sino que se destruye4 .

La enseñanza de Benedicto XVI no termina aquí. Ha dicho claramente que ante Dios no hay neutralidad, ni por parte de las personas ni por parte de las sociedades. La construcción de un mundo sin Dios no significa construir un mundo neutro. Un mundo sin Dios es un mundo sin Dios y no un mundo neutro. De esta manera, Benedicto XVI, que a menudo tenía palabras de agradecimiento para las sociedades caracterizadas por una «laicidad abierta», nos enseñó a no engañarnos respecto a que pueda existir un secularismo que no acepte la centralidad de Dios, pero que a la vez se exima de estar en contra de Dios y también en contra del hombre: «cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre»5 .

Benedicto XVI enseñó con insistencia y decisión, aunque no siempre fue adecuadamente seguido en eso, que la fe católica requiere por su propia naturaleza un «papel público». Pero, ¿En qué consiste este papel público? ¿Participar, junto con todas las demás religiones, en echar una mano para la construcción de un bien común genérico no especificado? ¿O para manifestar en público la pretensión de ser la única religión que, en diálogo con todos y respetando a todos, cree, sin embargo, que tiene el deber de plantear a la razón política, sin violar su autonomía legítima, las preguntas fundamentales? ¿Puede haber un bien común, por ejemplo, sin respeto por la ley natural? ¿Y las religiones que no admiten la ley natural pueden hacer una contribución real al bien común? ¿Y la religión católica, la única que tiene el deber de establecer, preservar y proteger la ley natural, no es más que una religión entre las demás en la esfera pública o puede esperar un deber de las personas y de las sociedades para con ella6? Benedicto XVI es claro: la religión católica también es parte del bien común y es, de hecho, su fundamento.

Benedicto XVI nunca ha dejado de apelar a esta centralidad de Dios y de considerar a la fe católica como indispensable y no solo útil para la construcción de la sociedad. Incluso lo hizo ante la sociedad de hoy, secularizada al punto de no poder comprender un discurso semejante. Lo hizo porque la primera preocupación debe ser siempre decir la verdad, cómo son las cosas, porque solo de esta manera, en tiempos menos oscuros y cuando el Señor quiera, las cosas pueden restaurarse; en los límites que esto pueda significar en la ciudad terrena.

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