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Las preocupaciones de Benedicto XVI y la Doctrina Social de la Iglesia

Stefano Fontana Director del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân

[1] Discurso pronunciado por S.S. Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 en la Basílica Vaticana en el acto de la inauguración solemne del Concilio ecuménico Vaticano II, en Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. Legislación posconciliar, prólogo del Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Casimiro Morcillo González, arzobispo de Madrid-Alcalá (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, Cuarta Edición ,1966), 990.

[2] Benedicto XVI, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre, 10 de marzo de 2009. Son también dramáticas las constataciones hechas durante el viaje a Portugal: «en opinión de muchos la fe católica ha dejado de ser patrimonio común de la sociedad, y se la ve a menudo como una semilla acechada y ofuscada por “divinidades” y por los señores de este mundo» (Encuentro con los obispos de Portugal, 13 de mayo de 2010); «Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista» (Homilía, 11 de mayo de 2010).

Los puntos que preocupan a Benedicto XVI

Las grandes dificultades que la Iglesia encuentra en nuestra época han encontrado eco en reflexiones de Benedicto XVI que ameritan una seria atención de nuestra parte.

Para darnos una idea de la agudeza de las preocupaciones de este pontífice, propondré una comparación. Con motivo de la apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, Juan XXIII dice, entre otras cosas: «La Iglesia, iluminada por la luz de este Concilio —tal es nuestra firme esperanza— acrecentará sus riquezas espirituales; sacando acopio de nuevas energías, mirará intrépida al porvenir. Ella, en efecto, con oportunas actualizaciones y con una sabia organización de la mutua colaboración, hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu a las cosas celestes»1 .

Ciertamente estas afirmaciones deben ser vistas no como valoraciones históricas o simples deseos personales, sino como visiones guiadas por la esperanza cristiana. No se puede pensar, sin embargo, que la esperanza cristiana esté ausente en las consideraciones de Benedicto XVI que parecen ser de signo bastante diverso.

La más impresionante de estas afirmaciones fue expresada en la Carta a todos los obispos del mundo del 10 de marzo de 2009: «En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios (…). El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto»2 .

Entre estas dos afirmaciones actúan cin-

cuenta años de nuestra historia cristiana. La preocupación realista de Benedicto XVI evidencia que la modernidad ha generado fuerzas negativas más allá de los temores humanos y, corroyendo los fundamentos sobrenaturales de la vida cristiana, ha corrompido al hombre, incluso a la posibilidad de dar sentido a las relaciones sociales.

Hoy la Iglesia se encuentra frente a esta enorme e inédita urgencia: la reconstrucción del hombre a partir de volver a proponerle a Dios. ¿Por qué es «inédita» esta urgencia? Porque nunca antes había sucedido que la cultura humana se construya contra la religión3 y nunca que la religión no pudiera recurrir a una naturaleza humana capaz de acogerla. Frente al paganismo, los primeros cristianos sabían que podían contar con la existencia de la naturaleza humana que, a su manera, incluso los filósofos paganos, habían expresado y valorado. Hoy, mientras la fe se extingue, también desaparece lo humano del hombre4, como atestiguan las señales negativas absolutamente inequívocas que vienen del frente de la vida, de la procreación y de la familia.

El cambio de perspectiva es muy notable. La fe se insertaba en la naturaleza humana, que era como su «preámbulo». La fe razonable se insertaba en la razón, considerada la voz de la naturaleza humana y podía apoyarse, en

[3] «La tercera vía —[el iluminismo]— se ha desarrollado plenamente solo en la época moderna hasta el presente y parece tener un futuro ante sí... para el futuro de la religión y de su relación con la humanidad asumirá importancia decisiva el modo en que la religión pueda establecer su relación con ella» [J. Ratzinger, Fede verità tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo (Siena: Cantagalli, 2003), 27].

[4] Benedicto XVI en Caritas in veritate (p. 75) habla de «una conciencia incapaz de reconocer lo humano».

[5] Allí mismo, 67.

[6] En realidad, esta reconstrucción siempre se ha llevado a cabo: «La nueva ley, la ley del Evangelio, ha expresado la plenitud de la ley natural. Lo que hoy se entiende por ley natural no es otra cosa que su promulgación a través del Evangelio» [Gianni Baget Bozzo, Cristianesimo e ordine civile (Siena: Cantagalli, 2011), 142].

[7] «La filosofía ha llegado a tal punto que parece difícil ir más allá en el camino de su propia disolución» [Étienne Gilson, Il realismo metodo della filosofía (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2008), 105].

[8] «La anamnesis infundida en nuestro ser necesita, por así decirlo, ayuda desde el exterior para hacerse consciente de sí» [J. Ratzinger-Benedicto XVI, L’elogio della coscienza. La verità interroga il cuore, (Siena: Cantagalli, 2009), 26].

[9] Véase: Joseph Ratzinger, Natura e compito della teologia. Il teologo nella disputa contemporanea. Storia e dogma (Milán: Jaka Book, 2005), pp. 17-31.

[10] Lo ha dicho en un Discurso a un grupo de obispos de Estados Unidos, 19 de enero de 2012.

[11]La metafísica es la ciencia «que los griegos han fundado, de la que claramente han conocido la necesidad, y que la filosofía cristiana nunca dejará perecer, porque es la primera y la única para la cual la existencia misma de los seres es causada y resulta contingente» (Étienne Gilson, Il realismo metodo della filosofia cit., pp. 112-113). medio de la variedad de las culturas, sobre la unidad de un idéntico ser humano5. Pero aho-

ra, cuando la naturaleza humana es desafiada en su misma posibilidad de ser, depende de la fe despertarla y reconstruirla6. La naturaleza humana no podrá descubrirse por sí sola, no podrá recuperar sus fuerzas por sí sola7. Nos encontramos hoy frente a una consecuencia particularmente aguda del pecado original: la soberbia nos impulsa a negar el tener una naturaleza, el ser algo o alguien, por desprendernos del Creador.

Esta nueva perspectiva cambia considerablemente nuestra referencia a la Doctrina Social de la Iglesia y nos obliga a profundizar las relaciones con la fe, con la totalidad de la vida cristiana, así como con toda la doctrina católica. Las referencias a la Doctrina Social de la Iglesia que no tengan como objetivo principal reabrir a Dios un puesto en el mundo. Una propuesta de Doctrina Social de la Iglesia fundada en la centralidad de la persona y en el bien común no es ya suficiente —la misma expresión «centralidad de la persona» arriesga ser equívoca—, porque persona y bien común son dos conceptos que no se pueden presuponer ya, sino que deben ser reconstruidos mientras se anuncia el mensaje cristiano en su totalidad. La conciencia de la propia humanidad natural ya no es el poder reflejarse en Cristo ni es capaz de ver en Él el cumplimiento de su verdad propia. El anuncio debe incluir la dimensión natural del hombre mientras anuncia su origen y destino sobrenatural.

Creo que Benedicto XVI quiso decir eso cuando señalaba el camino de la «anamnesis»8 que la fe debe activar respecto a la dimensión racional y natural de la persona humana. El encuentro con Cristo pone en movimiento el recuerdo y permite la recuperación de la dimensión natural olvidada. Hubo un tiempo en que, para insertar el discurso religioso, se tomaba como base las preguntas que naturalmente el hombre se hace acerca de su destino último. Ahora parece que estas preguntas son cada más raras, que la indiferencia prevalece y que ya no es más natural para el hombre plantearse el problema de Dios, sino todo lo contrario. La «respuesta» cristiana tiene la tarea de despertar también estas preguntas, con las cuales antes se podía contar como apoyos previos. La anamnesis también se refiere a esto: a despertar en el hombre la aptitud natural para preguntar, mientras se le pone frente a la gran respuesta de Cristo9 .

La mirada sobre la ley natural

Es sorprendente y significativo que Benedicto XVI haya insistido en la ley moral natural en medio de una cultura que rechaza el concepto mismo de naturaleza.

Hablaba partiendo de la racionalidad de lo creado y de la constatación que no somos frutos del azar o del determinismo. La racionalidad de la realidad y de la fe es el gran y clásico tema ratzingeriano. La ley moral natural, decía, es como el lenguaje que expresa la realidad10 .

Implícitamente, aquí se plantean dos problemas muy relevantes: en primer lugar, el del conocimiento metafísico y, en segundo lugar, el de la unidad del saber.

Ver la realidad como un conjunto de formas en lugar de una sucesión de fenómenos deterministas significa asumir una perspectiva metafísica. La fe cristiana no puede carecer de metafísica, aunque sea porque, como recordaba Gilson: «sin metafísica el mundo no puede ser comprendido como contingente»11. La mirada metafísica implica que el hombre no está nunca completamente inmerso dentro de las preguntas que él se hace. Sin embargo, como sabemos, las tres modalidades principales en que se ha desarrollado el pensamiento moderno, es decir, el historicismo, el positivismo y el existencialismo, sostienen, desde puntos de vista diversos, que el hombre forma parte del contexto sobre el cual se interroga y que, por

[12] Según Alasdair Macintyre, el Cardenal Newman consideraba imposible la unidad del saber en las universidades sin teología (Véase: “Vita e Pensiero” n. 4, luglio-agosto 2010, pp. 22-33). tanto, no puede acceder a una verdad que tenga carácter de absoluta novedad. La irrupción de lo verdadero no es posible. Hay como un a priori que nos condiciona, sea en nuestro preguntar o en, propiamente, encontrar respuestas a nuestras preguntas. Estamos contextualizados por naturaleza y somos constructivistas por destino. El impulso metafísico, por el contrario, es precisamente la posibilidad de la razón humana de estar liberada del contexto, accediendo a una verdad no producida e indisponible. La verdad, entonces, como dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, es un don. Hoy la ley moral natural desaparece porque desaparece la mirada metafísica de la realidad. Este asunto era una gran preocupación de Benedicto XVI.

A él está ligado el tema de la unidad del saber, uno de los argumentos, y no el menos importante, del famoso discurso de Ratisbona: La universidad ha perdido la unidad del saber y, por tanto, no es más universidad. El tema ha encontrado una notable expresión en una obra del Cardenal Newman12. Pero no se circunscribe a la universidad, sino que concierne al conocimiento en general y a la sabiduría, en particular. La mirada metafísica, de la que hemos hablado, requiere una visión del todo y en esta visión se funda la unidad del saber. Le ley moral natural desaparece no solo porque falta el impulso metafísico del pensamiento y ya no podemos ver la dimensión no empírica de la realidad, sino también porque, en ausencia de la unidad del saber, la realidad no se nos muestra como un todo. Por tanto, no se produce ningún discurso, porque el discurso, para ser tal, debe ser sensato, y el sentido no pertenece nunca a las partes sino al todo. Entendida así, la realidad permanece muda, mientras que, por el contrario, la ley moral natural, como hemos visto antes, es la lengua con la que la realidad se expresa.

La cuestión de fondo a este propósito es si la visión de la realidad como un todo que nos habla es recuperable por parte de la sola razón natural o no. Como se puede ver, es la misma pregunta de la que nos hemos ocupado antes a propósito de la capacidad de la naturaleza de recuperarse a sí misma. Podríamos también plantear la pregunta así: el eclipse de la razón metafísica ciertamente ha causado la secularización del cristianismo en cuanto que el acceso a lo trascendente es posible conceptualmente solo a través de la metafísica. Pero también es verdadero lo contrario, es decir, que la secularización de la fe ha provocado un repliegue de la razón metafísica y una renuncia a su impulso. Estamos así frente a una situación nueva: deberá ser la fe cristiana la que se ponga como objetivo relanzar la razón metafísica y la unidad del saber. La razón natural por sí sola está demasiado aniquilada. Corresponde a los pensadores cristianos hacerlo y por este motivo es aún más desolador constatar el escaso empeño en este sentido de las universidades católicas.

Para la Doctrina Social de la Iglesia se derivan dos consecuencias muy importantes. La secularización del cristianismo ha significado la sustitución de la metafísica por las ciencias sociales. La referencia exclusiva a las ciencias

sociales ha significado la secularización de la Doctrina Social de la Iglesia. Muchos temas de la Doctrina Social —persona, familia, bien común, desarrollo —pueden ser comprendidos solo con un espesor metafísico que amplía también su significado en sentido trascendente y está claro que quedan privados de su profundidad si se separan de esta dimensión. A menudo, la Doctrina Social de la Iglesia es entendida como un instrumento para seguir la fenomenología social y participar en el debate del mundo y no se comprende suficientemente como, detrás de opciones operativas aparentemente compatibles, se esconden visiones metafísicas no aceptables para la fe católica. Si las reivindicaciones ecologistas, la emancipación femenina y la lucha contra el SIDA se

desprenden de una correcta visión metafísica se convierten en ideológicas. He dado tres ejemplos en los que encontramos equívocos y errores debido a la pérdida de un enfoque metafísico en los problemas de la cultura católica.

Las dos preocupaciones de Benedicto XVI que he evidenciado convergen al manifestar que solo la fe cristiana tiene la posibilidad de despertar lo que en otros tiempos estaba de alguna manera garantizado y hoy ya no. La nueva evangelización ciertamente debe de tener en cuenta esta enorme novedad de contexto13, también en el diálogo con los no creyentes y en iniciativas como el llamado Atrio de los Gentiles.

[13] Véase: Nueva evangelización y Doctrina Social de la Iglesia, “Boletín de Doctrina Social de la Iglesia”, IX (2) 2013.

[14] He criticado la tesis de una laicidad débil y una laicidad fuerte en: S. Fontana, La scuola italiana e la laicità epistemologica, en G. Quagliariello (ed.), Educazione e Libertà, (Siena: Cantagalli, 2009), pp. 127-132. Allí mismo, “Laicità debole e laicità forte” , Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa, IV (2008) 4, pp. 130-131.

[15] Puede ser interesante notar que en este punto el pensamiento de Joseph Ratzinger concuerda con el de Augusto Del Noce: «Cuando se piensa en una filosofía separada, inclinarla hacia el positivismo se transforma en una necesidad, porque el positivismo es, precisamente, una filosofía que se piensa separada de la teología» [Augusto Del Noce, Pensiero della Chiesa e filosofia contemporanea. Leone XIII Paolo VI Giovanni Paolo II, a cargo de L. Santorsola (Roma: Edizioni Studium, 2005), 79].

La religiosidad del positivismo

Cuando el ámbito de las cuestiones mun-

danas, que usualmente son confiadas a la razón, se separa de Dios para seguir su propia autonomía, ya no se pone en un ámbito de neutralidad respecto de Dios, sino de oposición a Dios14. En otros términos, separarse de Dios en los ámbitos de la vida humana

significa que estos se construyan sin Dios y que se construyan sin Dios significa que se construyen contra Dios. En efecto, si la lógica de la construcción no es, de algún modo, reconducible a Dios, aun en su legítima autonomía de métodos y de lenguaje, expulsa de sí la perspectiva de Dios y se construye como si Dios no fuese, que no es un modo neutro de construirse, sino un modo de construirse sin Dios.

Benedicto XVI repite con frecuencia este concepto. Lo ha hecho, por ejemplo, en Sidney, en la Jornada Mundial de la Juventud, el 17 de julio de 2008, cuando dijo: «Hoy muchos sostienen que a Dios se le debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos. Esta visión secularizada intenta explicar la vida humana y plasmar la sociedad con pocas o ninguna referencia al Creador. Se presenta como una fuerza neutral, imparcial y respetuosa de cada uno. En realidad, como toda ideología, el laicismo impone una visión global. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación. Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el «bien», empieza a disiparse». En la época moderna, como hemos visto antes, por primera vez una cultura ha pretendido cortar sus relaciones con la religión. Al hacerlo, sin embargo, no se pone en un plano de neutralidad, sino en un plano de antagonismo concreto, porque sin la referencia a Dios, la sociedad se forja contra el mismo orden natural y la capacidad de la razón de acoger la verdad y el bien, la capacidad que hemos llamado metafísica empieza a desvanecerse. El orden ético natural es autónomo del eclesiástico, pero no del religioso. La política está directamente conectada con el orden ético natural, pero indirectamente también con el orden religioso. Esto es porque el orden ético natural tiene la capacidad de ser autónomo, pero no de autofundamentarse ni de regirse a sí mismo.

Este discurso encuentra confirmación en otro plano de las enseñanzas de Benedicto XVI. Afirma que cuando la razón humana se separa de su relación con la fe se convierte en positivismo15. Con la palabra positivismo se indica una razón que se limita a constatar lo empírico. ¿Se trata de una razón neutra? Absolutamente no, en cuanto elimina lo espiritual y, por tanto, expresa una filosofía materialista. Cuando la razón escoge limitarse a lo empírico, no por eso debe llamarse empírica, sino debería llamarse razón materialista. Aho-

[16] «Antes que suprimir la autonomía de cualquier orden inferior, su subordinación jerárquica consigue el efecto de fundamentarlo, de llevarlo a la perfección, en suma, de garantizar su integridad y mantenerlo. La naturaleza informada por la gracia es más perfectamente naturaleza. La razón natural iluminada por la fe se hace más razonable. Aceptando la jurisdicción espiritual y religiosa de la Iglesia, el orden social y político se hace más feliz y sabio en el plano temporal». [Étienne Gilson, Le metamorfosi della Città di Dio (Siena: Cantagalli, 2010), 183]. ra, el materialismo no es una filosofía neutra, sino una filosofía con un absoluto, pero contrario a Dios. Casi una filosofía antirreligiosa. Cuando la razón moderna refuta a Dios como absoluto, no es que se coloque en una situación neutral respecto a los absolutos, sino que hace de esta posición un nuevo absoluto.

Por estas mismas razones, no se puede pensar al mundo como ámbito neutro respecto a la religión y a la fe. El mundo tiene una autonomía, pero no es capaz de autofundar su propio sentido o de autorredimirse.

Las consecuencias para la Doctrina Social de la Iglesia de estas preocupaciones de Benedicto XVI son de fundamental importancia. La Doctrina Social de la Iglesia es, como se sabe, la «interfaz» de la Iglesia con el mundo, con el orden natural. El orden natural no puede moverse según él mismo, sin aniquilarse. El orden civil no puede prescindir del influjo del cristianismo. A medida que esta influencia desaparece, también se produce la eliminación del orden natural. El mundo no puede ser libre si no acepta su relación necesaria y no simplemente útil con el cristianismo16. Sin la luz de la fe no es posible que la razón razone.

Puntos conclusivos

He propuesto en estas páginas un problema que hoy me parece central en la vida de la Iglesia y en las preocupaciones de Benedicto XVI. En una sociedad postnatural, en la cual la persona humana es desnaturalizada y reestructurada artificial y abstractamente, la propuesta cristiana no puede más presuponer un tejido humano para hacer su anuncio. Lo natural y lo sobrenatural no pueden ser ya vistos como «sucesivos», admitiendo que lo hubiesen sido antes. La nueva situación revela la imposibilidad de que el orden natural permanezca ante el menoscabo de la fe cristiana y, por tanto, la necesidad de que aquel se reconstituya a partir de esta. Es necesario volver a enfocarse en el primado de Dios en la construcción del orden civil. Esta situación impone a quienes se dedican a la Doctrina Social de la Iglesia una tarea nueva y radical; pues antes, cuando todavía se hacía sentir, aunque languidecientes, las consecuencias del precedente orden natural y cristiano, no estaba tan inmersa en su inequívoca presión. Esta tarea consiste en no reducirse a presentar la Doctrina Social de la Iglesia como centrada en el hombre y en su bienestar terrenal, sino vivirla centrada, como es, si se la purifica de lecturas demasiado horizontales, sobre Dios y su gloria, porque solo volviendo a la centralidad de Dios también para la construcción de la ciudad terrena; será posible buscar la restauración del orden natural de la convivencia humana y así sanar a una humanidad negada en su propia esencia.

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