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El derecho natural en Benedicto XVI
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El tema de la ley natural es uno de los motivos más recurrentes en los discursos de Benedicto XVI. Es un concepto fundamental porque nos habla de la fiabilidad de la razón humana y por lo tanto, de la posibilidad misma del razonamiento teológico, así como del filosófico. Aquí desarrollamos algunas consideraciones a partir de la
intervención en el Bundestag alemán el 22 de setiembre de 2011, que está relacionada con el discurso anterior del 12 de setiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona, dirigido a los representantes de la ciencia. La primera contribución destaca la urgencia de la referencia a la ley natural en función de una orientación en la gestión del Estado y en la promulgación de leyes; en la segunda se enfatiza el vínculo entre la teoría de la ley natural y el pensamiento griego, con los cuales se ha unido la teología cristiana, contribuyendo decisivamente a fundar el pensamiento occidental. Es evidente la relevancia de este tema, que se presenta cada vez más como el punto de apoyo necesario para construir una sociedad justa, sobre la base de una razón abierta a la verdad y por lo tanto, a la justicia y al encuentro con el otro.
EL DERECHO NATURAL EN BENEDICTO XVI
Gianluca Guerzoni Facultad teológica de Emilia-Romaña Bolonia
[1] Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal en el Reichstag de Berlín, 22 de setiembre de 2011.
[2] Allí mismo.
La referencia a la ley natural como la base del Estado y las leyes
Dirigiéndose al Parlamento alemán, Benedicto XVI reflexiona sobre la relación en-
tre la razón y el derecho, es decir, entre las leyes y la justicia. Todo orden jurídico debe fundarse en la justicia, por lo tanto, en un orden racional que reconozca la inviolabilidad de algunos principios fundamentales en defensa y promoción del hombre. «La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz»1. Por esta razón, aquellos que tienen responsabilidades políticas no pueden concebir la actividad legislativa o gubernamental como basada sobre su propia voluntad. Esta actividad debe basarse en el reconocimiento de algunos parámetros esenciales con el objetivo de respetar y promover al hombre.
La Biblia nos propone el ejemplo de Salomón que, en el momento de convertirse en rey, pide el don de la sabiduría, consciente de que el primer requisito para su alta función es saber distinguir entre el bien y el mal. Si este no fuera el caso y la ley se concibiera como totalmente disponible al arbitrio humano, incluso en un orden democrático, terminarían por reinar la opresión y la injusticia, como lo demostró el ejemplo de la propia Alemania. Por estas razones, el concepto de ley natural tiene una importancia estructural en todo contexto social y político, porque nos recuerda que la ley no es solamente el resultado de la decisión humana y que los valores no dependen de la ley, sino que es al contrario, de modo que no todo lo que es legal necesariamente será justo: «La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término»2. Esto es
[3] Allí mismo.
[4] Allí mismo.
[5] Allí mismo.
[6] Allí mismo. el resultado de varios factores, entre ellos la idea, ahora generalmente aceptada, de que el conocimiento científico y tecnológico es la forma más elevada de conocimiento o el úni-
co verdaderamente confiable, ya que se basa exclusivamente en ciertos datos proporcionados por la experimentación.
Esta idea va de la mano con aquella, según la cual: existe un abismo insuperable entre el ser y el deber ser y que sostiene que entre la acción del hombre y el ser de las cosas no se puede establecer relación alguna. Entre la naturaleza y la ley moral no existiría ningún tipo de conexión, de modo que incluso la ley se basa no en la razonabilidad, sino solo en la voluntad, pues «el ethos y la religión han de ser relegados al ámbito de lo subjetivo»3 . Es la teoría iuspositivista de Hans Kelsen, recordada en el discurso del Pontífice, que entiende al derecho como puro, porque está separado de cualquier criterio externo a él y se remite solo al libre albedrío de los individuos. El peligro de este voluntarismo radical radica en la naturaleza arbitraria de las leyes, en la falta de sumisión a criterios de justicia y, en consecuencia, en la opresión de los más débiles. Se basa en la idea de que no hay un bien humano siempre igual a sí mismo en sus coordenadas fundamentales. Pero, por el contrario, «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza»4 .
Para recuperar esta conciencia «es necesaria una discusión pública»5 que se centre en la búsqueda de la verdad sobre el bien del hombre. En el nivel de la naturaleza, entendido como ambiente, esto es evidente: no todo comportamiento conduce a buenas consecuencias; no todos los actos son indiferentes, pero deben ser aprobados y declarados legales solo si benefician al equilibrio del ecosistema. Este criterio también debe establecerse a nivel antropológico: «existe también una ecología del hombre»6. De hecho, no todo está en consonancia con su naturaleza, ni le permite realizar sus aspiraciones legítimas, ni cualquier acción que realice o sufra; favorece un desarrollo auténtico de su persona. La libertad humana, explica Benedicto XVI, se pierde en varios lugares si no se pone en búsqueda y escucha de la verdad del hombre, amoldándose a ella, para respetar y promover sus orientaciones fundamentales. En esta luz, la conciencia del hombre, como capacidad de expresar un juicio sobre el bien a realizar, es definida como «la razón abierta al lenguaje del ser»7 .
Con frecuencia, esta concepción es acusada de reducir la verdadera libertad, que sería, por esencia, autorreferencial. Debe abrirse paso a través de mil objeciones, que hacen imprescindible una confrontación pública que sería esencial para alcanzar una sensibilidad compartida. La civilización occidental, que al principio dio espacio a estos valores, terminó por perder su referencia, encerrándose en una racionalidad instrumental. La recuperación de una razón abierta, capaz de cuestionarse sobre lo verdadero y sobre lo bueno, es el requisito previo para evitar la decadencia de las costumbres, la cultura y las instituciones.
El encuentro providencial entre la fe cristiana y la filosofía griega
En una mención en el discurso al Parlamento alemán, pero más a fondo en la lección de Ratisbona, Benedicto XVI recuerda las raíces de la tradición de pensamiento típica del Occidente cristiano, que fue capaz de combinar el pensamiento cristiano con la concepción romana del derecho y con la filosofía griega. Retomar estas raíces significa la reapropiación de una razón que se pregunta por los fundamentos del ser y sus leyes fundamentales. «En la historia, los ordenamien-
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[8] Allí mismo.
[9] Allí mismo.
[10] [Nota del Traductor: Del conocimiento del mundo sensible proviene la doxa, la opinión «verosímil» pero no necesaria ni plenamente verdadera. El conocimiento anamnético del mundo inteligible sí es, en cambio, plenamente verdadero, aunque, como es obvio, no evidente ni aparente. Sin embargo, como el autor apuntará líneas después, el conocimiento sensible verosímil no es por eso anulado o despreciado]. tos jurídicos han estado casi siempre motivados de modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres»8. Por el contrario, el cristianismo nunca ha impuesto un derecho derivado de la Revelación divina al Estado y a la sociedad, sino que ha apelado a la naturaleza y a la razón como las verdaderas fuentes de la ley. Este evento es de una importancia difícil de sobreestimar, ya que ha permitido el surgimiento de un área de autonomía y libertad para el hombre, así como el desarrollo del liberalismo y el mercado libre dentro del mundo occidental. Esta adquisición está también en la base del reconocimiento y de las declaraciones de los derechos humanos, que expresan la dignidad intrínseca de todo ser humano.
La armonía entre razón objetiva y razón subjetiva, propuesta en este sistema de pensamiento, implica que ambas esferas se fundan en la Razón Creadora de Dios. Esto está
vinculado con el movimiento filosófico del estoicismo, que se desarrolló a partir del siglo II a. C. en el ámbito del Imperio Romano y formó la base de la antigua ley romana, en donde afirma que hay una razón que regula todas las cosas, una ley universal que puede ser captada por la razón del hombre y seguirla significa vivir según la virtud. La tradición cristiana pronto hizo suya esta concepción, vinculándola a la fe bíblica en la creación y en la sabiduría divina que impregna y regula todas las cosas.
El Cristianismo, Roma y Atenas: son los tres ingredientes que han dado forma a la identidad europea y a la cultura occidental y que deben redescubrirse para refundar una sociedad basada en la razón y no en la arbitrariedad. La concepción cristiana del hombre y del mundo, unida a la concepción romana de la ley, ha recogido el legado de la filosofía griega con su búsqueda de la verdad y su referencia a la razón. Con Sócrates, la filosofía griega superó la ética homérica, expresando la conciencia de que la vida humana no consiste en el cuerpo y no se reduce a su vida física, sino que yace en su alma. Por esta razón, las reglas de la vida humana y la moralidad no pueden reducirse a lo establecido por el Estado, sino que deben responder a un criterio de racionalidad. Según Sócrates, no es posible actuar injustamente y ser feliz, más, como el hombre es su alma, es preferible sufrir la injusticia que cometerla. El hombre que vive injustamente no puede ser feliz: esta es la ley de la razón que implica una autoeducación continua y una búsqueda incesante de la bondad y la belleza, ejemplificada por la figura de Sócrates, que vive como un buscador de la verdad.
Benedicto XVI cita al platonismo cuando, a propósito del supuesto absolutismo atribuido hoy al saber teológico, afirma que tal visión tiene una raíz platónica que, a través de una relectura cartesiana y de la unión con el empirismo, lee los fenómenos humanos a la luz del saber matemático y hace a la naturaleza totalmente disponible al hombre. Y es así como la «razón positivista […] se presenta de modo exclusivo y […] no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional»9, al punto de reducir la investigación metafísica y la búsqueda de la verdad sobre Dios y el hombre a pura veleidad, despojada de cualquier autoridad. Esta concepción, sin embargo, difiere completamente del pensamiento de Platón, el cual, en el Timeo, sostiene que el conocimiento de los fenómenos naturales, a diferencia del relativo al mundo de las Ideas, puede alcanzar el máximo grado de verosimilitud10 .
Remitiéndose a esta tradición, Benedicto XVI toma una afirmación que el propio Platón pone en los labios de Sócrates en uno de sus diálogos. En el Fedón, donde se expresan las importantes concepciones platónicas sobre la inmortalidad del alma y sobre la
[11] Platón, Fedón, 90 c-d.
[12] Giovanni Reale, Introduzione al Fedone (Milán: Bompiani, 2011), 37.
[13] Aristóteles, Metafísica, XI, 6, 1062b.
[14] Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de la ciencia, Ratisbona, 12 de setiembre de 2006. doctrina de las Ideas, Sócrates afirma: «Sería bastante comprensible si uno, por razón de tantas cosas equivocadas, por el resto de su vida tomase odio a todo discurso sobre el ser y lo denigrase. Pero de esta manera perdería la verdad del ser y sufriría un gran daño»11 . Razonar acerca del ser significa para el Sócrates platónico investigar el mundo de las Ideas, sin referencia al cual todo conocimiento humano no es más que apariencia y falibilidad. Al hablar de las Ideas, que representan el prototipo de lo que experimentamos con los sentidos, Platón no nos quiere llevar a abstraernos de este mundo ni a despreciarlo. Su propósito principal, de hecho, es constituir un pensamiento y una ética que sirvan de base para una política saludable, una conducta de la ciudad que le permita a uno vivir de acuerdo con la justicia y la rectitud. «La doctrina de las Ideas, por lo tanto, marca la superación del subjetivismo: la «medida» de las cosas no es el hombre, el sujeto conocedor, sino la «naturaleza», la «esencia», la «Idea» o la «Forma de las cosas mismas”»12 .
En el Fedón, Platón nos invita a hacer una «segunda navegación» que nos lleva a alcanzar primero el plano de las Ideas y luego el de los Principios, es decir, el plano supremo, a través del cual descubrimos que la causa real de las cosas no está dada por los elementos físicos, que son más bien de concausas, sino por los elementos puramente inteligibles, es decir, por el origen y la esencia misma de las cosas. En su reflexión y debate filosófico, Platón se opone al pensamiento de los sofistas que, teniendo en mente a Protágoras, afirman que todo es relativo al sujeto, en cuanto que «el hombre es la medida de todas las cosas»13. Esto determina una praxis política funcional al interés personal no preocupada por el bien de la pòlis; a la que Platón se opone resueltamente, mostrando que el camino trazado por los sofistas conduce a un bien externo, fugaz y no compartido. La refutación del relativismo es el elemento fundamental que lleva a Benedicto XVI a apreciar el pensamiento griego clásico, que tiene como eje la búsqueda de una vida según el lògos. Es el principio y el fundamento de todas las cosas, de modo que no actuar de acuerdo con la razón debe considerarse contrario a la naturaleza misma de Dios.
«Pienso —concluye Benedicto XVI— que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia»14 . Para la construcción del bien común y de una base compartida de valores auténticamente humanos, es necesario redescubrir la profunda concordancia entre la concepción bíblica del hombre y los elementos tradicionales de la cultura europea que han hecho posible el reconocimiento de la dignidad primordial de toda persona humana, y la expresión de esta dignidad en las declaraciones de derechos humanos. Esta tradición, hoy fuertemente cuestionada, puede recuperarse mediante una escucha sincera de la conciencia en la que se inscribe la ley natural, que lleva, según Benedicto XVI, a reconocer que el ser no es mudo sino que contiene un mensaje, que la naturaleza no es materia pura sin significado sino que transmite una posibilidad de significado y plenitud.