FOCUS 1
Año X. n. 21
LAS PREOCUPACIONES DE BENEDICTO XVI Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Director del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân Los puntos que preocupan a Benedicto XVI
Las grandes dificultades que la Iglesia encuentra en nuestra época han encontrado eco en reflexiones de Benedicto XVI que ameritan una seria atención de nuestra parte. Para darnos una idea de la agudeza de las preocupaciones de este pontífice, propondré una comparación. Con motivo de la apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, Juan XXIII dice, entre otras cosas: «La Iglesia, iluminada por la luz de este Concilio —tal es nuestra firme esperanza— acrecentará sus riquezas espirituales; sacando acopio de
[2] Benedicto XVI, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre, 10 de marzo de 2009. Son también dramáticas las constataciones hechas durante el viaje a Portugal: «en opinión de muchos la fe católica ha dejado de ser patrimonio común de la sociedad, y se la ve a menudo como una semilla acechada y ofuscada por “divinidades” y por los señores de este mundo» (Encuentro con los obispos de Portugal, 13 de mayo de 2010); «Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista» (Homilía, 11 de mayo de 2010).
de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios (…). El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos
Stefano Fontana
[1] Discurso pronunciado por S.S. Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 en la Basílica Vaticana en el acto de la inauguración solemne del Concilio ecuménico Vaticano II, en Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. Legislación posconciliar, prólogo del Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Casimiro Morcillo González, arzobispo de Madrid-Alcalá (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, Cuarta Edición ,1966), 990.
nuestro tiempo, en el que en amplias zonas
nuevas energías, mirará intrépida al porvenir. Ella, en efecto, con oportunas actualizaciones y con una sabia organización de la mutua colaboración, hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu a las cosas celestes»1. Ciertamente estas afirmaciones deben ser vistas no como valoraciones históricas o simples deseos personales, sino como visiones guiadas por la esperanza cristiana. No se puede pensar, sin embargo, que la esperanza cristiana esté ausente en las consideraciones de Benedicto XVI que parecen ser de signo bastante diverso. La más impresionante de estas afirmaciones fue expresada en la Carta a todos los obispos del mundo del 10 de marzo de 2009: «En
efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto»2. Entre estas dos afirmaciones actúan cincuenta años de nuestra historia cristiana. La preocupación realista de Benedicto XVI evidencia que la modernidad ha generado fuerzas negativas más allá de los temores humanos y, corroyendo los fundamentos sobrenaturales de la vida cristiana, ha corrompido al hombre, incluso a la posibilidad de dar sentido a las relaciones sociales. Hoy la Iglesia se encuentra frente a esta enorme e inédita urgencia: la reconstrucción del hombre a partir de volver a proponerle a Dios. ¿Por qué es «inédita» esta urgencia? Porque nunca antes había sucedido que la cultura humana se construya contra la religión3 y nunca que la religión no pudiera recurrir a una naturaleza humana capaz de acogerla. Frente al paganismo, los primeros cristianos sabían que podían contar con la existencia de la naturaleza humana que, a su manera, incluso los filósofos paganos, habían expresado y valorado. Hoy, mientras la fe se extingue, también desaparece lo humano del hombre4, como atestiguan las señales negativas absolutamente inequívocas que vienen del frente de la vida, de la procreación y de la familia. El cambio de perspectiva es muy notable. La fe se insertaba en la naturaleza humana, que era como su «preámbulo». La fe razonable se insertaba en la razón, considerada la voz de la naturaleza humana y podía apoyarse, en
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