CAMINOS DE LA AUTONOMÍA BAJO LA TORMENTA 11 de marzo de 2020
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¿Un matriarcado?
Lydiette Carrión - piedepagina.mx La Trama Previa - 6 Marzo, 2020 En épocas prehistóricas, relata la antropóloga Riane Eisler, hubo una organización social basada en la colaboración y la solidaridad. Algo que quizá algunos llamarían “matriarcado”, pero en la que ningún sexo estaría por encima del otro Esto ocurrió hace ya varios años. Mi amiga L., doctora en filosofía, me recomendó un libro. Pero me lo recomendó por debajo de la mesa. Me advirtió: “No es una autora muy valuada en los círculos académicos; la acusan de poco rigurosa. Pero a mí me gusta mucho”. L. se refería a El cáliz y la espada, escrito por la socióloga y antropóloga Riane Eisler. Ella establece que en épocas prehistóricas, sí hubo una forma de organización social basada en la colaboración y la solidaridad. Algo que quizá algunos llamarían “matriarcado”, si bien el término no sería correcto: en esta sociedad, ningún sexo estaría por encima del otro. Sin embargo, esta civilización solidaria, basada en los vínculos, en algún momento sufrió una crisis cataclísmica. Y tras el quiebre, surgió una civilización distinta, basada en la dominación, en la espada; algo que muchas personas llamamos patriarcado. Eisler relata cómo los registros del paleolítico, las pinturas rupestres, las estatuillas de mujeres, narran una época en la que las personas trataban de explicarse el misterio de la vida: partos, reproducción, relación de cada ser vivo con el todo. Sin embargo, ése no es el enfoque que se enseña en la mayoría de las investigaciones. “Todavía prevalecen prejuicios de eruditos anteriores; [y] ellos vieron el arte paleolítico en términos del estereotipo convencional del ‘hombre primitivo’: sanguinarios, guerreros, cazadores-guerreros. De hecho, muy diferentes de algunas sociedades más primitivas, recolectoras cazadoras, descubiertas en los tiempos modernos”.
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Más adelante el análisis es más sugerente: en un principio, los arqueólogos y eruditos del siglo XIX atribuían la autoría de pinturas y esculturas a los hombres del paleolítico. Nunca a las mujeres. En el arte del paleolítico de todo el mundo hay un tema insistente: figurillas y pinturas de mujeres de grandes caderas o vientres voluminosos. Pero los primeros investigadores veían estas obras como meros objetos sexuales masculinos. Como el playboy o el porno del paleolítico: “venus” obesas (no se planteaba ni siquiera el hecho de que representara a una mujer embarazada), producto del deseo sexual irrefrenable del hombre primitivo. Lo mismo ocurría con dibujos también recurrentes: palitos o pequeñas lanzas. Se atribuían estas imágenes invocaciones para la caza. “Pero como Alexander Marshack […], tales pinturas y grabados lineales podrían fácilmente haber sido plantas, árboles, ramas, cañas, hojas”. Eisler agrega: “Esta nueva interpretación explicaría lo que de otro modo constituiría una notoria ausencia de pinturas de tal vegetación en un pueblo cuya principal fuente de alimentación, al igual que para los recolectores–cazadores contemporáneos, debe haber sido los vegetales”. Toda la historia viene a cuento porque, si es verdad que hubo un pasado que no hemos podido reconstruir, un pasado tan diferente de lo que concebimos… también es posible construir un futuro impensable bajo las lógicas de sometimiento actuales. Y a ese mundo posible, muchos apostamos.
La rabia de las jóvenes feministas cimbra al gobierno de AMLO Laura Castellanos - Marzo 6, 2020
Las jóvenes feministas han sacudido al gobierno del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), al manifestarse con beligerancia contra el aumento de los feminicidios y asesinatos de mujeres —que promedian 10 casos por día—, las desaparicio2
nes, las violencias machistas, y por colocar el tema en la agenda de los medios de comunicación. Ellas han escalado una rebelión de mujeres inédita y variopinta contra la violencia patriarcal en México. Son la expresión más radical de la lucha y han sacudido al país al recurrir a la “acción directa”: formas de acción fuera de la institucionalidad o legalidad, algunas violentas, usadas por movimientos emancipadores —como el de las sufragistas británicas— para confrontar el orden social. Las acciones directas de las jóvenes mexicanas han consistido en protestas, performances, cristalazos y pintas de monumentos icónicos, la toma de planteles educativos para exigir la expulsión de acosadores sexuales, la destrucción o incendio de oficinas públicas (como el Tribunal de Justicia en Sonora), y la obstrucción de calles, entre otras, por las que han sido acusadas de vándalas o de infiltradas de la derecha por el mismo presidente. Su accionar se suma al de un emergente movimiento de mujeres, con posiciones encontradas ante las acciones directas violentas, que al visibilizar la violencia de género en el mapa de la inseguridad nacional han minado la popularidad del presidente que ha tenido el mayor apoyo popular en la historia democrática del país. Su belicosidad es proporcional a la violencia a la que están expuestas, pues ellas han crecido en un país invadido por fotografías de rostros de mujeres desaparecidas que se difunden en los espacios públicos mediante anuncios de búsqueda, notas en los medios de comunicación y peticiones de ayuda en las redes sociales. En México hay más de 15 mil casos de mujeres desaparecidas registrados de 2006 a la fecha. Cuatro de cada 10 casos tienen edades de entre 15 y 24 años, de acuerdo a las cifras oficiales. A partir de mi reporteo, he constatado que muchas de las feministas radicales son menores de 25 años, provienen de clase media o popular, se mueven en transporte público y protestan en contingentes particularmente femeninos. 3
Pensé que ellas serían parte de una nueva generación de células anarquistas, como las insurreccionales que actuaron clandestinamente en los gobiernos de los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, con una presencia masculina mayoritaria, y que documenté en mi libro Crónica de un país embozado 1994-2018. Entre estas células mayoritariamente masculinas, la excepción fue el Comando Femenino Informal de Acción Antiautoritaria, el único integrado por mujeres, que, de 2014 a 2017, colocó bombas artesanales en instalaciones gubernamentales y eclesiásticas en contra de la pederastia sacerdotal. Pero al entrevistar a “morras”, como se llama coloquialmente a las jóvenes en México y como se autodefinen estas feministas radicales, constaté que, si bien algunas de ellas practican concepciones anarquistas como la horizontalidad, la autogestión ajena a instituciones y partidos políticos, usan el símbolo clásico de la A encerrada en un círculo, o se visten y embozan el rostro de negro, la mayoría no asume su filosofía ni tienen alguna ideología. Desde octubre de 2019, decenas de ellas, entre las que están adolescentes de escuelas de nivel medio básico, han tomado por la fuerza —en algunos casos apoyadas por sus compañeros— 13 planteles de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la universidad más grande de Latinoamérica, en demanda de más seguridad y sanciones contra acosadores sexuales. En una charla colectiva que tuve con las morras que desde el 30 de enero tomaron, sin participación masculina, la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, corroboré que la mayoría rondaba los 20 años de edad y no había leído literatura anarquista ni feminista. No son feministas teóricas sino vivenciales. Se apropiaron de un término históricamente estigmatizado y lo resignificaron y han hecho popular movidas por la rabia ante las violencias machistas, y por la sororidad (hermandad solidaria femenina) que a partir de la violencia han ido construyendo con las mujeres de su familia, su entorno y su país. Una pinta en un muro de la facultad revela la 4
fuerza viva que las impulsa: “Nos quitaron tanto, que terminaron quitándonos el miedo”. Su belicosidad comienza a trascender su terreno. Yesenia Zamudio, cuya hija, María de Jesús Jaime, es un caso de feminicidio impune, expresó tras las críticas a las encapuchadas por sus acciones directas violentas, que ella se asumía feminista: “¡Tengo todo el derecho a quemar y a romper! ¡No le voy a pedir permiso a nadie porque estoy rompiendo por mi hija! ¡Y la que quiera romper, que rompa! ¡Y la que quiera quemar, que queme! ¡Y la que no, que no nos estorbe!”. La respuesta de AMLO ante el movimiento ha sido el desdén o las acusaciones de que fuerzas conservadoras están detrás, pero en su gobierno hay alarma. Obtuve información de que Ricardo Peralta, subsecretario de Gobierno, entre otros funcionarios de primer nivel, ha tenido encuentros con directivos de empresas periodísticas para pedirles que disminuyan el número de notas sobre violencia hacia las mujeres, así como las críticas a la rifa del avión presidencial y a la construcción del Tren Maya en el sureste mexicano, bajo la promesa de que recibirán los contratos de publicidad oficial que fueron recortados en este gobierno por razones de austeridad. Las protestas de las morras han ocupado diversos espacios informativos, especialmente cuando han realizado acciones directas contra el mandatario. Cuando AMLO dijo ante la prensa que no quería que el tema del feminicidio opacara haber recibido un cheque de la Fiscalía General que usará para pagar los premios de la rifa del avión presidencial, contingentes feministas le fueron a pintar, patear e intentaron incendiar la puerta de su casa: el Palacio Nacional. En dicha mira feminista también está la prensa. Tras el feminicidio de Ingrid Escamilla, una joven de 25 años descuartizada y desollada por su pareja, las morras fueron a protestar por la publicación de las fotografías de su cadáver ante los periódicos Reforma y La Prensa, en donde incendiaron una camioneta. 5
En las últimas semanas he charlado con feministas académicas e institucionales y algunas de ellas rechazan que estas morras sean feministas genuinas o que aporten a la lucha de las mujeres. Pero la realidad es que están resquebrajando la coraza institucional que ha protegido a los acosadores escolares y su lucha está teniendo, en estos días, una respuesta sin parangón. El rector de la UNAM, Enrique Graue, tuvo que crear la Coordinación de Igualdad de Género para atender los casos de violencia de género, entre otras medidas. Y recién separó de su cargo a un académico acusado de intento de violación. Estas tomas escolares contra acosadores se extendieron también a cinco facultades de la Universidad Autónoma del Estado de México, lo que ya derivó en 10 suspensiones de profesores, una destitución, un despido y seis separaciones. En otras instituciones, como la Universidad Autónoma de Nuevo León, las jóvenes han recurrido al #MeToo en redes sociales logrando la creación de una Unidad de Género que acaba de expulsar a cuatro académicos y un estudiante. Además, algunos medios de comunicación, de manera interna y discreta, están redefiniendo sus líneas editoriales y buscando asesoría para hacer un periodismo con perspectiva de género. En una ponencia pública, la doctora en Antropología Marcela Lagarde, artífice del término feminicidio, dijo ante un auditorio femenino que el feminismo busca la igualdad incluyente entre mujeres y hombres, e instó a las participantes a escuchar y ponderar a estas morras. Les dijo: “Yo las convoco a que seamos voz, sustento, apoyo, certeza, para estas jóvenes que nos han arrebatado la estafeta”. Habrá que ver si su convocatoria es atendida y hay reciprocidad. También si las feministas de la vieja y nueva guardia se nutren en común, y dan cauce al emergente y amplio movimiento de mujeres en el país. Habrá que ver si el presidente continúa menospreciando sus exigencias y atizando su rabia, y hasta dónde las morras siguen con la estafeta en su carrera abalanzada contra el orden patriarcal. “¡Se va a caer! ¡Lo vamos a tirar!”, advierte la consigna de lucha de la impetuosa cuarta ola feminista mexicana. 6
Repletas de agua y lucidez
María Teresa Juárez - piedepagina.mx - Sin Etiquetas - 5 marzo, 2020 Hoy reconozco el legado de tantas mujeres que han marcado mi vida: comenzando por mi madre, una ceiba milenaria. A mis hermanas de sangre y de vida. A todas aquellas mujeres, a quienes he encontrado en los caminos de la vida. Este 8M será histórico. Hace 20 años éramos unas cuántas mujeres saliendo al Centro Histórico de la Ciudad de México a repartir folletos sobre derechos sexuales y reproductivos. Por esos años también íbamos a mercados y plazas públicas a dar charlas sobre maternidad voluntaria. La gente nos miraba con sorpresa, como si fuéramos de otro planeta. Una de mis compañeras dijo: “Algún día seremos miles saliendo a la calle”. Me parecía lejana esa posibilidad… parecía una utopía que las mujeres saliéramos por miles o millones a tomar el espacio público. Ese día ha llegado. Aunque, como dicen las geógrafas feministas, los límites entre lo público y lo privado son difusos; y la ciudad, el desierto, el campo, las fronteras, el país entero… son un cuerpo social que necesitaba ser habitado por nosotras. Habitado desde nuestros hogares; habitado desde nuestro cuerpo erótico, desde nuestro cuerpo sanado; habitado desde lo más profundo, desde la pedagogía de la no violencia y el placer de vivir. Hoy reconozco el legado de tantas mujeres que han marcado mi vida: comenzando por mi madre, una mujer inteligente y digna; una ceiba milenaria, un árbol genealógico con raíces luminosas. A mis hermanas de sangre y de vida. Con ellas conocí el mar del Caribe, los viajes en avión, en camión, en camioneta de redilas y por supuesto… a pie. A ellas les debo días y noches sin dormir conversando de la vida, del amor, del horror de andar a ciegas por geografías inesperadas. Con ellas he caminado por las rutas más insospechadas. 7
A mis mentoras: a la mujer de ojos azul profundo, quien me convidó de las letras y el amor al arte; a la maravillosa mujer que creyó en mí para ofrecerme mi primer empleo en el periodismo; a la enorme mujer de cabello plateado que me llevó por el universo de los sonidos; a las mujeres zapatistas y afrodescendientes: con su lucha han revelado mundos desconocidos. A las sanadoras y parteras, con la que he reencontrado un camino hacia mi interior. Por supuesto, a mis hermanas, con quienes comparto los cuidados de nuestras personas amadas. A todas aquellas mujeres, a quienes he encontrado en los caminos de la vida. Este 8M será histórico. El mundo está cambiando, aunque -desafortunadamente- no ha sido indoloro. Aún así, hay que encontrar resquicios, fisuras para que entre la luz de la alegría y la calma. Hoy quiero expresar mi amor y mi reconocimiento, hermanas. Y unas palabras:
Despertamos con el sabor del metal pesado el plomo en la sangre todos los días la burbuja a punto de reventar, la ciudad sitiada a cuenta gota sangre, ácido en el torrente, nota roja, palabras negras, Llueve, miramos el lodo comiéndonos los zapatos el Metro exhala humo de llanta quemada y olor a rollitos primavera, chapulines y bombones con chocolate. Inquietante fugacidad del miedo. Llueven cenizas desde hace días Y la sangre y la saliva… y las palabras de todos los días… pesan La burbuja todavía no explota… se expande en su fragilidad 8
Somos poderosas y desconsoladas, rabiosas y silentes, Las miro, nos miro hermosas y nítidas, perpetuas en el encanto, fugaces en la trayectoria, hermanas de todos los días, mis hermanas inquietas, hermoseando el mundo con sus encantos, distraídas, amorosas. Alojamiento indiscreto y fugaz, no se detiene, no se esfuma, no se derrumba, se distrae pero no se derrumba, se resquebraja de un lado y de otro… pero no se derrumba, se moretea… pero no se derrumba, se abisma… pero no se derrumba, Nos miro, me miro… quedamos mudas después de la helada, álgidas, disipadas, disparando miradas al cielo, despertando la tempestad de los lirios muertos, abrumadas por el desencanto. Y ahí viene otra vez, el vacío irrefrenable, los espacios sin dormir, las piedras con moho, las alcantarillas brillantes de las calles más concurridas, los puestos de tacos al anochecer, las chelas de los sábados, el cinito al aire libre, los sollozos de mis hermanas: flores rozagantes y desconsoladas, repletas de agua y lucidez. Caminaremos con nuestras ancestras, con nuestras abuelas, madres, hermanas, amigas, sin miedo. ¡Que este 8M nos siga iluminando la esperanza y sea colectiva! 9
Que ningún Dios recuerde tu nombre Yásnaya Elena A. Gil - elpais.com - 10 Mar 2020
El Tren Maya no es maya; es el Estado mexicano dictando de nuevo cuáles son las soluciones a los problemas de los pueblos indígenas Quisiera comenzar por hacer una concesión: detrás de la implementación del Tren Maya, uno de los proyectos más anunciados por el nuevo Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, las mejores intenciones sientan las bases de su ejecución. Después de siglos de abandono en el que el pueblo maya ha sido despojado y empujado a un proceso de pauperización indolente, el nuevo Gobierno pretende, por fin, implementar un proyecto integral que tiene como principal objetivo crear “bienestar social para la población que habita la zona maya” e “integrar territorios de gran riqueza natural y cultural al desarrollo turístico, ambiental y social en la región” como se describe en la página oficial del proyecto. ¿Por qué alguien habría de oponerse? La inclusión y el desarrollo de los pueblos mayas de la península son necesarios si el nuevo Gobierno pretende que la justicia social alcance a los sectores más desfavorecidos en la historia de este país. No sería justo dejarlos fuera del proyecto de la Cuarta Transformación. Hago esta concesión para partir de una superficie común que me permita exponer puntos que me parecen problemáticos en la discusión que se ha dado en torno del Tren Maya. Muchas otras personas, abiertamente en contra de la ejecución de este proyecto, han presentado datos, informes y argumentos para debatir sobre todas sus implicaciones y se ha utilizado incluso instrumentos legales como el amparo para frenar su implementación. No haré aquí tal cosa. Respetando la misma concesión inicial, obviaré discutir el hecho de que Alfonso Romo, actual jefe de la oficina de la Presidencia de México, fundó una empresa que ha obtenido concesiones para explotar la mayor cantidad de agua subterránea en la Península de Yucatán. ¿Cuáles son las implicaciones y posibles relaciones de esto con el Tren Maya? No se pondrá en tela de juicio nada de esto porque, insisto, para los efectos de estas líneas, se concede, al menos 10
por un momento, que este proyecto se ha creado con las mejores intenciones: el bienestar social, la inclusión de un sector vulnerable largamente excluido del desarrollo del país. Con tan buenas intenciones, parece incluso una necedad pedir que se consulte a los pueblos indígenas involucrados siguiendo los lineamientos del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo que obliga a realizar consultas cuando los territorios de los pueblos indígenas pueden ser afectados por un proyecto. Una vez concedido lo anterior, quisiera sostener que las mejores intenciones detrás de la ejecución del Tren Maya son, de hecho, la base del problema. Uno de los argumentos más socorridos en el debate se centra en enunciar la ausencia del Estado como el motivo que ha provocado la actual situación de los pueblos indígenas. El olvido estatal que siempre los ha mantenido excluidos del desarrollo del resto del país ha causado la pobreza y el atraso de la población indígena en general y de la población maya en particular. Sin embargo, quiero argumentar, que no ha sido la ausencia de Estado el motivo de la pauperización de los pueblos indígenas sino, precisamente, lo contrario. No ha sido la exclusión de estos pueblos del ideal del desarrollo planteado por el Gobierno los que los ha empobrecido sino los procesos violentos de la inclusión. La Constitución misma de México se basa en la inclusión de pueblos y naciones en un proyecto criollo que nunca fue consultado. El hecho de que los muy diversos pueblos indígenas hayan quedado encapsulados dentro del Estado mexicano no fue resultado de un pacto confederado entre estas diversas naciones y culturas sino de la imposición del proyecto de una minoría privilegiada. Por esta razón, por el hecho de que los pueblos indígenas pre-existen a la creación de México como país es que, lo que sea que el Estado pretenda realizar en sus territorios, debe ser consultado. La llamada segunda transformación de la vida pública de México, como la nombra el actual presidente, fue uno de los principales causantes de la pobreza que los pueblos indígenas han sufrido. A mediados del siglo XIX, se calcula que más de la mitad de la población mexicana era indígena y en ese contexto, una gran parte de los pueblos tenían las tierras en propiedad comunal. 11
Como un efecto de las Leyes de Reforma y en especial de la Ley Lerdo, la propiedad comunal fue duramente golpeada y múltiples comunidades indígenas sufrieron pérdidas catastróficas de bienes y tierras. En muchos casos incluso tuvieron que volver a comprar sus propias tierras cuando así pudieron, pero en general se trató de uno de los mayores impulsos de la pauperización de los pueblos indígenas. Como respuesta a esta problemática generada por el Estado debido a la concentración de las tierras en pocas manos, llegó la tercera transformación que con el tiempo implementó uno de los proyectos más agresivos en contra de las lenguas, la cultura y la existencia misma de los pueblos indígenas al impulsar su integración lingüística y cultural. Gran parte del proyecto posrevolucionario estuvo encaminado a incluir e integrar lo que quedaba de los pueblos indígenas en un ideal deseable: el mestizo mexicano, una única raza cósmica, la raza de bronce. Esta integración y esta inclusión en términos del poder estatal son los responsables de la situación actual de los pueblos indígenas de México. Ahora, bajo la promesa de la inclusión, el Tren Maya se presenta como el alivio a una situación que justamente los afanes de incluir han provocado. No ha sido la ausencia de Estado el problema sino su demasiada presencia. Los discursos de la inclusión se contraponen a la autonomía y la libre determinación a la que los pueblos indígenas tienen derecho y que incluso ha llegado a ser reconocido en la Constitución Mexicana en su artículo segundo. El Tren Maya no es un proyecto que los pueblos mayas hayan propuesto a la federación como un ejercicio de su autonomía sino la implementación de aquello que desde el Gobierno federal se considera que es el mejor medio para terminar con una situación creada por el estado mismo. El Tren Maya, desde su nacimiento, no es maya, es el Estado dictando de nuevo, otra vez, una vez más, cuáles son las soluciones a los problemas de los pueblos indígenas. Por lógica, el proyecto que el estado propone no es la única solución posible a los problemas que enfrenta la población indígena. La población maya no se encuentra en la situación actual por la falta de un tren, sino por la violencia estructural que se ha ejercido sobre ella. ¿Es posible pensar en otras alternativas? 12
¿No sería mejor desmantelar el sistema de opresión que produce la pobreza en los pueblos indígenas? ¿No sería mejor, en todo caso, devolver las tierras despojadas históricamente, frenar a los empresarios que acaparan agua y territorio? Muchos pueblos y personas que pertenecen al pueblo maya han planteado otros modos de construir y hacer posible la vida digna y deberían de ser considerados dentro de un ejercicio de libre determinación que no se puede ejercer en consultas que duran muy poco tiempo como las que ha implementado el gobierno. En una entrevista con Heriberto Paredes para Pie de Página, Romel González, el asesor jurídico del Consejo Regional Indígena y Popular (CRIPX), organización desde la que se interpuso un amparo contra la ejecución del Tren Maya, da cuenta de la visión colonialista de pretender que este proyecto es la única opción para los problemas de la península: “Estamos viendo desde el principio una visión colonialista, ‘yo vengo de la ciudad, vengo con todo el conocimiento y te vengo a acabar la pobreza con un tren’. Es un colonialismo moderno, como decía Comte y los positivistas, ‘yo te vengo a traer el orden, yo te vengo a traer el progreso, te vengo a traer la civilización’. Los discursos de la inclusión evidencian de entrada una relación de poder implicada: quienes hablan de incluir evidencian que tienen el poder de hacerlo. La direccionalidad de la inclusión es elocuente: ¿quién pretende incluir a quién? Los discursos de la inclusión se contraponen a la autonomía y a la libre determinación de los pueblos indígenas consagrada, paradójicamente, en la misma Constitución Mexicana a comienzos del siglo XXI. Cada vez que el Estado ha volteado sus ojos a los pueblos indígenas en el nombre del desarrollo, la catástrofe ha llegado muy frecuentemente. En nombre de la modernidad y del desarrollo del país, en 1954, el Estado mexicano desplazó a aproximadamente 20.000 mazatecos para la construcción de la Presa Miguel Alemán en Oaxaca y entre 1974 y 1988 desplazó a 26.000 chinantecos por la construcción de la Presa Cerro de Oro. Ambos proyectos pauperizaron a la población y generaron una serie de terribles afrentas a pesar de los discursos de progreso, bienestar y desarrollo en el que estuvieron envueltos. En otros casos, la intervención del Estado mediante el asistencialismo ha tenido también como efecto 13
la creación y el fortalecimiento de redes clientelares que dificultan ejercer la autonomía y la libre determinación. El Estado crea los problemas por su intervención y su pretensión integracionista, que ha sido un ejercicio etnocida de borramiento amestizador, y pretende solucionar esos problemas con más proyectos que se plantean desde la inclusión. Todo esto deja en entredicho también la idea de progreso y desarrollo que en el fondo tampoco se ha puesto a discusión cuando se habla del Tren Maya. Las diferentes maneras de entender “calidad de vida”, “vida digna”, “buen vivir” con frecuencia se oponen a las nociones de progreso y desarrollo que el discurso estatal maneja. En un ejercicio honesto, sería necesario discutir qué se entiende por desarrollo y cuáles son los índices de bienestar a considerar desde distintos y contrastantes puntos de vista, de culturas y concepciones. Y eso no ha sucedido. A lo más, se han hecho consultas para cumplir con un requisito necesario sin observar los estándares del Convenio 169 como debería ser. Estas consultas no especifican la metodología y la justificación para determinar las unidades de consulta (no todos los pueblos indígenas se organizan de manera comunitaria ni todas las asambleas ejidales son representativas de una población indígena, por citar un ejemplo) y tampoco han dotado a las unidades de consulta de la información a favor y en contra que es condición necesaria para una consulta adecuada. En las mejores tradiciones asamblearias, se acostumbra escuchar a quienes están a favor de una propuesta e inmediatamente después a quienes están totalmente en contra, ambas posturas tienen la misma atención, el mismo tiempo de exposición y los mismos recursos. En la consulta sobre el Tren Maya esta condición necesaria no se ha cumplido así que los resultados de la consulta son, de origen, engañosos. Sería necesario escuchar a los más férreos detractores, así como a las personas entusiastas del proyecto oficial, habría que escuchar a quienes han caído bajo las redes clientelares que con el tiempo ha creado el estado como a los que plantean otras maneras de atender la pobreza en la península. Una vez escuchada y discutida la información en ambos sentidos, la toma de decisiones se puede convertir en un ejercicio honesto que parta de la buena fe. Argumentar que no se han manifestado comunidades mayas en 14
contra del proyecto de tren, si fuera verdad, se convierte en una falacia, la falta de posturas en contra se podría deber a muchos factores, entre ellos a que no se ha garantizado la información suficiente con argumentos a favor y en contra. Sin información previa suficiente y sin tener claras las determinaciones de las unidades a consultar, los resultados de la consulta simplemente no son confiables. Aun concediendo que el Estado desee ejecutar el proyecto del Tren Maya por razones aparentemente nobles como incluir a los pueblos indígenas en el desarrollo del país para sacarlos de la pobreza, estas razones evidencian el mismo mecanismo mediante el cual, en todas las llamadas transformaciones de México, se ha pauperizado a los pueblos indígenas y se han expuesto sus tierras y sus vidas a los intereses del capitalismo a través de proyectos estatales verticales. Los pueblos indígenas no necesitan mayor presencia del Estado, muchos de ellos luchan precisamente para gestionar su mayor ausencia porque eso significaría fortalecer la autonomía y la libre determinación. En la península hay proyectos e iniciativas propias que plantean otras maneras de enfrentar los problemas que tienen de origen la opresión histórica del estado. Antes de proceder, habría que escuchar. La inclusión para los pueblos indígenas ha significado muerte y pauperización. Sophia de Mello, una genial poeta portuguesa enuncia en un poema un buen deseo para alguien que ama: “Que ningún Dios recuerde tu nombre” recita el verso que puede leerse a la luz de lo que sucede cada vez que los dioses de la tradición clásica se acuerdan de quienes habitan el plano terrenal: Ío convertida en ternera por los celos de Hera, Dafne convertida en árbol como única salida ante la pasión enfermiza de Apolo, la terrible y cruenta guerra de Troya desatada por Hera, Atenea y Afrodita en su disputa por la manzana de la discordia. Con tal evidencia, entiendo el verso de Sophia de Mello como la expresión del mejor de los deseos: más vale “que ningún Dios recuerde tu nombre”. Ante la evidencia de los efectos del estado cada vez que recuerda el nombre de los pueblos indígenas en la implementación de sus grandes proyectos, solo resta también desear lo mejor: que ningún Estado recuerde tu nombre. Más vale. 15
Así se fue, como una golondrina Abel Barrera Hernández - Montaña adentro desinformemonos.org - 10 marzo 2020
Lucrecia se fue, sin haber regado las flores que había sembrado en su patio. Pensó que a su regreso del hospital, las llevaría al cerro de Akuun Be’go (la deidad del rayo), para presentarlas como ofrenda y como agradecimiento, por el nacimiento de su hijo. Nunca imaginó que la complicación del parto le arrebataría la vida. La niebla, que envolvió la casa de Pedro, fue como el mal aire que entró por las rendijas de la choza de palos, donde yacía Lucrecia sobre el piso de tierra. Su marido la envolvió con una cobija y cargó con ella en busca de auxilio médico, en la cabecera municipal de Tlacoapa. Su cuerpo diminuto, no soportaba el dolor intenso que la estremecía de pies a cabeza. Encontrar a un médico en la Montaña, es como buscar una aguja en un pajar. Solo donde hay algún hospital básico comunitario, las pacientes pueden correr con suerte de ser atendidas. Tienen que adaptarse a los tiempos del médico; a su trató despótico y discriminatorio; a entender sus instrucciones que las dicta en español, entregando la receta, sin que le importe que no haya medicamentos. Lucrecia, cuando llegó al mundo fue presentada a akúún júbá (deidad del cerro) y a akúún mbatsuun (deidad del fuego), las dos fuerzas cósmicas que le dan vida a su cuerpo. También la presentaron ante akúún xnundá (deidad del sueño) para mantener el vínculo con las abuelas y los abuelos. Ahí donde está mbaa xnundá, el lugar donde habitan los sueños. Fue en octubre del 1998 cuando nació, en tiempos de mucha lluvia y cuando la noche está poblada de relámpagos. Creció sobre los surcos, y las escarpadas Montañas marcaron su derrotero como una niña sometida por el poder de los hombres, quienes mandan en los hogares y en la comisaría. Creció bajo la sombra de su madre que soportó los golpes y los maltratos de su padre, aun cuando ella con muchos sacrificios tenía tortillas recién salidas del comal y chilmole en el molcajete. Fue una dicha salir de su casa y convivir con otras niñas y niños en el preescolar y la primaria. Fue en ese espacio donde pudo desarrollar su creatividad y disfrutar del juego. A pesar de la precariedad de la vida familiar y de lo duro que es vivir en la Montaña, los pri16
meros 12 años fueron tiempos de juegos y de trabajos arduos como el cuidado de los chivos y el corte de la leña. Fue un privilegio estudiar la secundaria en Tlacoapa. Ahí conoció a Pedro, vecino de Plan de Guadalupe. Lucrecia tenía 14 años cuando dejó la escuela para irse con Pedro. A los 15 años se embarazó de Daniel, su primer hijo. Quemaron leña como se acostumbra entre los Mé’pháá y gracias a los buenos oficios de la partera, Lucrecia salió bien librada de esta prueba de fuego. Para asegurar la salud de Daniel lo presentaron ante akúún mbatsuun, el señor fuego. La lucha en la Montaña es para no morirse de hambre, por eso no sólo la mamá y el papá tienen que trabajar en el tlacolol, también los niños y niñas desde pequeños aprenden a limpiar el terreno. Saben que de la madre tierra brotará el maíz, el frijol y la calabaza. De lo que salga correrá su suerte durante la temporada de secas, cuando el hambre arrecia. Las largas jornadas de trabajo no tienen ninguna recompensa económica, el único consuelo es que a los 5 meses puedan saborear el maíz nuevo. Daniel, aun no cumplía un año, cuando la partera al tocar el vientre de Lucrecia, le preguntó si ya sabía que estaba embarazada. Fue una sorpresa que la desconcertó. Recordó lo que su madre le había dicho, que cuando una mujer está embarazada, tiene un pie en este mundo y el otro en el mundo de los muertos. Con su primer parto entendió los riesgos de la maternidad, de lo difícil que es parir un hijo en condiciones sumamente adversas. Gracias al apoyo de Nicolasa, la partera del pueblo, Lucrecia salió bien librada. Sin embargo, las complicaciones de los partos requieren el apoyo médico, para evitar las muertes maternas. En la Montaña, las mujeres luchan contra todo; contra la desnutrición severa que padecen desde niñas; la violencia que ejercen sus padres, maestros y esposos; la falta de instalaciones médicas; la ausencia de doctoras y enfermeras; la carencia de medicamentos y la imposibilidad de llegar a un centro hospitalario de segundo nivel. El tercer parto de Lucrecia, fue otro viacrucis marcado por el sufrimiento y la discriminación. Ante las complicaciones que tuvo, Pedro tuvo que llevarla al Hospital de Tlacoapa. Lucrecia ya no 17
tuvo la fuerza de entrar con su propio pie. Los dolores eran insoportables. Ya no pudo comer el caldo de pollo que le preparó su mamá, para revitalizarla. Desde las 6 de la mañana hasta las tres de la tarde Lucrecia sentía que moría. Todo quedó en manos del médico y la enfermera. Desde las cuatro de la tarde, la situación se complicó al ver que el doctor y la enfermera entraban y salían sin hacerles caso. Al final salió para decir que urgía el traslado de Lucrecia a Tlapa. Al sacarla, Pedro se sorprendió de que su mirada estaba extraviada. No se movía y veía que salía espuma de su boca. “No me dijeron nada. Me ignoraron”, dijo con tristeza y enojo Pedro. Fue testigo de cómo nada se puede hacer en la Montaña cuando las instituciones de salud son un cascarón. En estos lugares la discriminación institucionalizada termina matando a las madres indígenas, sin fincar responsabilidad penal ni administrativa a las autoridades encargadas de velar por la salud de la población. La insolencia que indigna es cuando el médico expresa con desfachatez “tu mujer de por sí ya venía grave y tú tienes la culpa por no traerla a tiempo”. Al final, tanto las madres como los padres resultan ser los culpables de las muertes maternas. En la Montaña las mujeres parecen estar sentenciadas a muerte, cuando se complica su situación de parto. A las madres nadie les asegura que ante un parto complicado podrán salir bien libradas. Solo quedan como testimonios las actas de defunción, que en el caso de Lucrecia, el médico asentó que la causa de su muerte fue por “choque hipovolémico, hemorragia obstétrica y retención de restos placentarios”. Son las muertes maternas que forman parte de la cotidianidad en los hogares de la Montaña y de la indolencia gubernamental. Las muertes de las mujeres que nadie llora y que ni siquiera hay registros de sus decesos. Lucrecia, como muchas madres-niñas de la Montaña, mueren también a edad temprana. Son como las golondrinas que alegran el campo, pero que en un abrir y cerrar de ojos, se esfuman. Así sucedió con Lucrecia, a sus 21 años de edad dejó a Daniel en manos de su abuela. En lugar de ver crecer el fruto de sus entrañas, se topó con la muerte. Se truncaron sus sueños, se hicieron añicos sus planes de vida familiar, de ver crecer a los hijos, para que sean ellos y ellas los baluartes de la vida comunitaria. Lucrecia, se fue como una golondrina. 18
Lucha por la vida en el campo y la ciudad
Fortino Domínguez Rueda* - La Jornada Sábado 7 de marzo de 2020 La crisis civilizatoria que se levanta sobre la humanidad nos exige repensar profundamente nuestro estar en el mundo, en específico, nos pide identificar las múltiples formas de cómo el sistema capitalista es responsable del caos que impera en la tierra. En México los proyectos extractivos son una de las aristas por donde el gran capital busca seguir alimentando a la matrix sedienta de minerales, agua, aceite, petróleo y un largo etcétera. Sin olvidar la guerra que vivimos, la cual se materializa en miles de muertos, desaparecidos, feminicidios, represión, encarcelamiento y asesinatos. Por ello, es curioso observar cómo en la “opinión pública de arriba” impera un calendario anclado en el razonamiento estatista. En esa ruta, lo que importa es el espectro mediático de una declaración, una nota, una pregunta fugaz. Por su parte, los pueblos indígenas y su terca memoria se levantaron una vez más para enfrentar la anestesia social que el Supremo pretende imponer. Hace apenas un par de meses, reunidos en Chiapas, el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena de Gobierno (CIG), acordaron realizar las Jornadas en Defensa del Territorio y la Madre Tierra “Samir somos todas y todos” donde se llamó al pueblo, colectivos y organizaciones de México y del mundo a realizar acciones dislocadas según su forma y modo el 20, 21 y 22 de febrero del presente. Las jornadas buscaron ser un espacio para evidenciar los asesinatos de integrantes del CNI –cifrada en una decena de personas– y por ello lleva el nombre de Samir Flores, asesinado en 2019 por oponerse al Proyecto Integral Morelos. De igual forma, se buscó que las luchas por las defensa de la vida y los territorios no sólo encontraran eco entre el colectivo que somos, ante todo es el espacio de construcción por donde rebelarse, resistir y construir la autonomía en tiempos de guerra. En el caso de la ciudad de Guadalajara nos encontramos con un mosaico diverso y digno de luchas que siguen caminando para construir la liberación de los pueblos. Hace unos días, en el contexto de la conmemoración de los 478 años de la fundación de la urbe tapatía, 19
la historia colonial siguió reproduciéndose y celebrando la llegada del invasor, sin embargo, se registró un hecho histórico: el colectivo de Jóvenes Indígenas Urbanos ( JIU) después de seis años de caminar organizadamente, lograron abrir la Casa-JIU en el corazón mismo del centro de Guadalajara. La Casa-JIU –un espacio conformado por indígenas universitarios de diversas partes de México y que actualmente residen en la capital jalisciense– será fundamental para fomentar el uso de las lenguas maternas, realizar talleres, conversatorios, reuniones y charlas. En una ciudad que es cuna del mestizaje y donde el racismo es de largo aliento, era fácil creer que los indígenas se quedarían en el pasado, en las salas de museos y en los libros de historia oficial. Ahora sabemos que no es así. A su vez los zoques urbanos –originarios de Chapultenango, Chiapas– que actualmente residen en la ciudad, han decidido inaugurar el Semillero Zoque de Guadalajara: Miguel Domínguez Cordero. Éste es un espacio ubicado en el municipio de Tonalá, donde se siembra yuca, frijol boti, cebollín, pomarosa, jamaica, machetón, hoja santa, ñame, plátano, hoja de piedra, etcétera, con la finalidad de convertirse en una granja agroecológica zoque, pero además es un espacio comunitario para realizar reuniones, talleres, conversatorios, proyecciones de cine, comparticiones y para honrar a nuestros muertos. Con estas acciones es necesario reconocer la reterritorialización que los pueblos indígenas están desplegando en los contextos urbanos del México del siglo 21, y al mismo tiempo nos recuerda que la lucha de resistencia, cifrada para el caso de Guadalajara en 478 años, debe seguir. De esta suerte, los pueblos indígenas están levantando el desafío más grande al defender a la Madre Tierra en medio del neoliberalismo voraz que flagela estas tierras. En el “México de la 4T” la lucha de los pueblos indígenas implica desde hace varios lustros ejercer jurisdicción plena sobre los territorios (levantando otra geografía), la reconstrucción de autoridades tradicionales y autónomas (el ejercicio de la otra política), la lucha jurídica contra las empresas transnacionales y los estados nacionales que buscan colonizar la naturaleza (utilizando para ello las herramientas jurídicas del orden moderno y reinventándolo para la lucha), tejiendo organización colectiva entre los migrantes y las comunidades de origen 20
(lo cual implica la construcción de espacios transnacionales que rompen los muros de los estados y el capital), manteniendo una relación distinta con la tierra, lo que implica vivir de otra forma en el mundo, y construyendo los sistemas de educación autónomos para nuestras familias y comunidades (levantando la otra educación). Ese esel desafío que los pueblos levantan an-te el capital y el Estado: descolonizarse y defender la tierra desde el campo y la ciudad. *Zoque de Chapultenango, Chiapas, historiador, antropólogo e integrante del Centro de Lengua y Cultura Zoque
Al menos por un día no seremos parte del sistema que nos violenta Gloria Muñoz Ramírez - La Jornada - Los de abajo
Escribo en la víspera del 8 marzo, día en que millones de mujeres saldremos a las calles de México y del mundo a exigir el fin de las múltiples violencias en contra nuestra. Y un día después pararemos. No nos detendremos nosotras, vamos a detener a un sistema que nos violenta y no seremos, al menos por un día, parte de él. Hablarnos y pensarnos será nuestra tarea. Independientemente de lo que ocurra este #8M y #9M, las mujeres han ganado un espacio que difícilmente se volverá a soltar. En las últimas semanas son mujeres adolescentes y jóvenes las que están poniendo el ejemplo. Ante la ceguera institucional, la impunidad y la indiferencia, contingentes de uniforme y mochila están enfrentando a sus maestros acosadores y violadores, los están exhibiendo en tendederos públicos, en las calles y en baños escolares. Les reclaman que miren sus pechos, que las toquen, que les envíen mensajes inapropiados que invariablemente se refieren a sus cuerpos, que les condicionen una calificación a cambio de un favor. Alumnas del Colegio de Bachilleres de Oaxaca (Cobao) lograron la expulsión del profesor identificado como Jorge C S, a quien señalan como acosador sexual. Las alumnas lo confrontaron a gritos a tal grado que tuvo que llegar una patrulla para ponerlo a dispo21
sición del Ministerio Público. Protestas similares se han llevado a cabo en otros cuatro planteles del Cobao. Y en Cuautitlán Izcalli, estado de México, niñas de entre 12 y 14 años de edad enfrentaron al director de su secundaria al ritmo de Un violador en tu camino, por acusarlas de “provocar” que sus compañeros las graben por debajo de la falda. También en el estado de México, alumnas de la preparatoria 1, Adolfo López Mateos, denunciaron a 25 maestros por tocamientos, acoso, abuso sexual y el envío de fotografías de las estudiantes. Mientras que, por las mismas causas, este viernes se movilizaron alumnas universitarias en Michoacán, Veracruz y Baja California. Llega un viento fuerte. La revolución mundial es verde y violeta. Llegamos a este 8 y 9 de marzo pateando el tablero y cambiando las reglas. Falta mucho, casi todo, pero menos. #NiUnaMás. www.desinformemonos.org losylasdeabajo@yahoo.com.mx
El 8M, el 9M y el poder patriarcal
Carlos Fazio - La Jornada - Lunes 9 de marzo de 2020 Cuando se registra una ofensiva de restauración conservadora, neoliberal, neocolonial, depredadora y militarizada en varias regiones del mundo, América Latina incluida, el feminismo libertario, emancipador, crítico, ha colocado la contradicción capital-vida como categoría de análisis indispensable. Expresión de ese movimiento feminista de voces plurales y diversas que se ha levantado para contestar al capitalismo y al patriarcado −anudados en un sistema que llega hoy a extremos de devastación de la vida sobre el planeta, con su lógica de despojo de tierras y territorios en función de intereses corporativos de empresas nacionales y trasnacionales, y en el marco de una exacerbación de las violencias misóginas por la escalada del neofascismo−, las mujeres rurales y campesinas, las indígenas y las negras, permanecen en resistencia como guardianas del agua, la tierra, las semillas, la diversidad, los territorios y la vida. 22
Bajo el eufemismo de la llamada “Crisis of Democracy” y en el marco de una guerra de clases de los de arriba contra los demás (Warren Buffett dixit), la simbiosis entre patriarcado y capitalismo global está presente en la disputa por el control del mundo por los poderes trasnacionales mercantiles, financieros, militares y comunicacionales; en los enfrentamientos geopolíticos y los “reordenamientos territoriales” de las potencias inherentes al control de los recursos “naturales” geoestratégicos y de la tierra; en la lucha por la hegemonía tecnológica, pero también en los “diseños gerenciales” para el control y manejo de las sociedades “por fuera de la política”. Como señala Irene León, en un mundo cimentado en intereses corporativos privados, con poderes supraestatales, omnímodos, fácticos y extraterritoriales (“dueñidad” de tipo feudal, según Rita Segato), las mujeres son mayoría en las cadenas globales de producción flexible, en áreas clave para el capitalismo como las tecnologías digitales, las zonas francas o aquellas de producción agrícola trasnacional. A su vez, la militarización de la vida cotidiana −que posicionó las doctrinas de control y disciplinamiento social con la consiguiente banalización del abuso sexual y la violencia feminicida, así como la práctica de expoliación de datos personales que se asocian al “capitalismo de la vigilancia”− ha llegado acompañada de las simbologías y realidades de la guerra, lo que en la remozada versión de la división internacional y sexual del trabajo comprende la inclusión de las mujeres como militares, paramilitares y/o sicarias, hasta su enrolamiento en la prostitución y otras actividades asociadas al entretenimiento que la militarización propicia, como los videojuegos. En la transición hacia el globalismo patriarcal y capitalista actual (“insurgencia plutocrática” la llamó Robert J. Bunker), con la producción simbólica, cultural y los escenarios comunicacionales bajo control hegemónico corporativo privado, “opera tanto la redición del sexismo en los códigos y las prácticas, como la readaptación de la visión patriarcal y jerárquica de las relaciones sociales” (León). Para el caso mexicano, en la coyuntura del 8M y el 9M, aún resuenan las críticas del arzobispo emérito de Guadalajara, Juan Sando23
val Íñiguez, sobre el paro de mujeres. Huelga decir que la estructura corporativa y piramidal de la Iglesia católica que él representa, con su cadena de mando análoga a la de un ejército –tiene en la cúspide al Papa, seguido del colegio de cardenales, los obispos y el clero−, reproduce en su interior a una sociedad de machos. Igual que el Islam, el judaísmo y otras denominaciones cristianas, la Iglesia católica está separada por sexos; por genitales. Todas esas religiones hablan de Dios padre y tienen origen o se inspiran en el jefe tribal. El papel dominante lo ejercen los que tienen pene. La mujer está sometida, ocupa un plano de inferioridad, casi servil. Como en la institución castrense –el ejército es otra sociedad machista− y en la sociedad en general, en la Iglesia la mujer es despreciada por un orden jerárquico de dominación. Esa asimetría de poder reproduce la dialéctica autoritaria del amo y el esclavo, que genera vasallaje y servilismo, y donde los más fuertes o aptos (superiores) controlan o reducen a los más débiles (inferiores). En sus enseñanzas sobre sexualidad y reproducción (y como fundamento de sus políticas restrictivas sobre el aborto, la planificación familiar y el uso de anticonceptivos), la Iglesia ha empleado un concepto de ley natural que no usa en otros campos de la ética. Pero como señaló Ana Silvia Monzón, “la opresión femenina no es natural, es una construcción histórico-cultural” que fue “institucionalizada” como sistema de dominio masculino por el derecho romano a partir de la figura jurídica del paterfamilias. Esa normatividad hizo posible que la pareja heterosexual quedara encerrada en una estructura de poder falocéntrica resultante de la dominación masculina, social y sexual sobre la “pasividad” de la mujer. Frente a ese poder patriarcal castrante que se sostiene a través de la fuerza del “amo”, reforzado hoy por la llamada “restauración conservadora”, ha venido surgiendo un feminismo de alta intensidad y en ebullición, que logró levantar una significativa movilización de masas, con reivindicaciones que abarcan desde el derecho al aborto y por una vida sin violencia, hasta la lucha contra el racismo, el colonialismo interno, el calentamiento global y la despatriarcalización del Estado. En un mundo en crisis civilizatoria éste es, sin duda, el tiempo de las mujeres. 24
Renacer
Gustavo Esteva - La Jornada - Lunes 9 de marzo de 2020 Hoy amaneció otro mundo, distinto al que teníamos. Necesitamos aquilatar lo que significa. Y d isfrutarlo. No debemos adelantar vísperas. Llevará mucho tiempo desmontar el aparato patriarcal, empezando por sacarlo de cabezas y corazones de hombres y mujeres que por miles de años fuimos formateados con ese diseño. Pero podemos celebrar sin reservas el cambio que ya ocurrió y no tiene precedente. El desafío radical y masivo a la normalización patriarcal hará imposible restablecerla. Algunos escritos notables la desmontaron hace mucho tiempo. Era posible reconocer intelectualmente ese horror y denunciarlo. Esta vez, sin embargo, no fueron prominentes pensadoras o personalidades destacadas, ni fue sólo en el papel o una voz aislada. El cambio se produjo porque millones de mujeres, con inmenso valor y lucidez, se atrevieron a movilizarse para demostrar el carácter absurdo de ese prejuicio y desbaratarlo. Lo hicieron ya. No hay manera de dar marcha atrás, aunque se multipliquen los intentos de hacerlo; por ejemplo, mediante la clasificación ideológica de los feminismos para regresar todo al aro de la subordinación con diversos pretextos. Es un despertar. De pronto, de la noche a la mañana, nos dimos cuenta de que casi todas y todos nos habíamos creído que la dominación patriarcal era algo normal, que así eran las cosas; parecía constituir el modo ineluctable de la realidad dada, contra el cual no cabía siquiera imaginar la lucha. Cien años de luchas feministas enseñaron a las mujeres que bajo el régimen actual no será posible satisfacer su muy legítima reivindicación de equidad e impedir que las mujeres sufran discriminación en salarios, empleos, oportunidades y todo lo demás. Esa conciencia las radicalizó. Orientaron su empeño a desafiar a ese régimen dominante para crear una sociedad en que la equidad de género no sólo sea viable, sino natural. 25
Dieron hoy un paso mucho más profundo. Hicieron de pronto evidente la desnudez del emperador. Se hará cada vez más difícil pretender que está vestido y los intentos de mantener la ficción provocarán hilaridad, que es a menudo la más efectiva de las críticas. Ocurrió ya en estos días, ante algunas reacciones de arriba. Está ahora públicamente claro, en el mundo que nos toca vivir, que nada hay natural o normal en el ejercicio patriarcal y que carecen de todo fundamento sus supuestos. Que es ridículo seguir hablando de la superioridad varonil. Que es insostenible el control y dominación de unos sobre otros como principio de organización social. Que carece de legitimidad el dogma patriarcal de que lo vivo debe ser sustituido por lo artificial en todos los casos… Algunos de estos supuestos o sus variantes podrán circular y discutirse por un tiempo más. Lo que ya quedó establecido es el desafío central: no podrá seguirse considerando normal que las mujeres sean colocadas en posición subordinada por el solo hecho de serlo y que además se les acose, se les someta, se les trate como objetos… Se hizo evidente, ante todo, la condición atroz de esa convicción general, conforme a la cual las mujeres tuvieron que admitir continuamente, en todas las esferas de la vida cotidiana, un trato inaceptable. Su normalización entre las mujeres era sin duda la más dolorosa. El insoportable dicho popular “si no pega no quere” revela la profundidad y extensión del prejuicio patriarcal, que fue asumido por muchas mujeres como una condición insalvable, propia de su género, inherente a su situación en el mundo. Rehacer todos los patrones de pensamiento y comportamiento llevará mucho tiempo. Costará trabajo reformularnos internamente: dejar de pensar y sentir de esa manera. Más difícil será reconstruir todos los aspectos de las relaciones entre las personas y de la organización social. La que será la revolución más profunda y radical de la historia no puede hacerse en un día. Lo que ya ocurrió, empero, es el despertar. En eso no hay vuelta atrás. Se aplica la expresión popular: cayó el veinte. No es una conciencia que podamos ganar paulatinamente, a través de procesos diversos. Es algo repentino, que aparece como revelación. Es análogo a lo que ocurre el día que se descubre la patraña de Santaclós. 26
Ahora sabemos. Se abrieron de pronto los ojos, en muy diversos contextos. Debemos a millones de valientes mujeres habernos sacado de la modorra ciega y criminal en que se nos mantenía. No cabe ya complicidad alguna. Habrá tensiones cotidianas por doquier, porque en todas partes estaremos reaccionando. Cada vez que se reproduzca el patrón, en cualquier situación, pondremos el asunto en la mesa. Ya no más. Se acabó. Asumiremos seriamente las consecuencias de haberlo descubierto. Habrá que hacerlo en la casa, en el trabajo, con la pareja y la familia lo mismo que con amistades y compañeras o compañeros de lucha, en todas las circunstancias. Hacerlo, claro está, en las condiciones y con las limitaciones que cada contexto aconseje. Pero hacerlo. No podremos ya cerrar los ojos. gustavoesteva@gmail.com
Amor, rabia y desafío
Luis Hernández Navarro - La Jornada - Martes 10 de marzo de 2020 El grupo de acción directa destruye vidrieras y escaleras mecánicas del Starbucks de avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México. Bien organizadas, sus integrantes, vestidas de negro y con el rostro cubierto, armadas con martillos de tapicería y varillas, actúan con rapidez. En una de las columnas exteriores del edificio, con pintura en aerosol, escriben: “Destruye la propiedad privada”. A escasos metros de la cafetería atacada, el río humano avanza coreando sus consignas. No se detiene. Ese caudal está integrado en su mayoría por mujeres jóvenes. Ante los destrozos, unas gritan: “No más violencia! ¡No más violencia!” Otras les responden: “¡Fuimos todas! ¡Fuimos todas!” La escena se repite una y otra vez a lo largo de las avenidas Juárez, Cinco de Mayo y el Zócalo. Con extraordinaria habilidad, las morras derriban las mamparas que resguardan negocios y monumentos públicos. En unos cuantos puntos, lanzan cocteles molotov. En 27
largos tramos las policías actúan con mesura, contienen y se repliegan. Aguantan incluso que pinten en sus escudos símbolos de mujeres y del anarquismo de colores rosa y violeta. En otros, tratan de dispersar a las colectivas echando mano de extintores y gases. Los grupos de acción directa actúan descentralizadamente. Imposible saber si están coordinados. Son numerosos. Las jóvenes que los forman se desplazan con rapidez por los flancos de la manifestación, protegidas por la multitud, aunque a veces encaradas por otras mujeres. Su mensaje es potente: “Los muros se despintan; las muertas no regresan”. Sin embargo, más allá de lo llamativo o alarmante de esta violencia sobre las propiedades (especialmente bancos y empresas trasnacionales), de la intervención de edificios públicos y monumentos con pintadas, de la volcadura de una camioneta en el Zócalo o del intento de prender fuego a la puerta Mariana de Palacio Nacional, lo relevante de la manifestación del 8 de marzo en la Ciudad de México no son los operativos de acción directa. Lo sobresaliente es la masiva toma de las calles por decenas de miles de mujeres, ataviadas en su mayoría con paliacates verdes y blusas moradas (que, desde las alturas se confunden con las jacarandas en flor), para denunciar la violencia de género, la inseguridad en la que viven por el solo hecho de ser mujeres y reivindicar el derecho a decidir sobre su cuerpo. Tres acciones resaltan de las más de seis horas de la jornada de lucha. Primera, el ejercicio de memoria contra el olvido de parte de madres y familiares de desaparecidas y asesinadas hacia sus descendientes, condensado en el mitin frente a la antimonumenta contra el feminicidio, colocada hace un año frente al Palacio de Bellas Artes, para recordar que en México la justicia sigue ausente. Sobre avenida Juárez, en una escena llena de emotividad, las madres de las víctimas, que van en la vanguardia de la marcha, se detienen frente a la enorme escultura morada y rosa. Con voz entrecortada y dolida, entre lágrimas y puños en alto, refrendan el amor que sienten por las hijas que la violencia de género les ha arrebatado y 28
denuncian que la antimonumenta no tendría que existir, porque no deberían cometerse feminicidios y desapariciones. Segunda, la rabia e impotencia con que multitud de mujeres jóvenes, con el rostro descubierto, golpea a puño limpio los cercados de láminas de metal levantados para proteger monumentos y edificios públicos. No les importa dañarse con tal de expresar su furia. Y la tercera, después romper con mazos los candados del asta del Zócalo, izar una bandera negra para recordar los feminicidios. Acción de desafío que, en el pasado, en otras modalidades, sirvió para legitimar la represión estatal contra movimientos pero que ahora no tiene consecuencias mayores. Difícil saber cuál es la consigna más entonada. Si “Ni una más, ni una asesinada más” o “La que no brinque es macho” o “Somos malas, podemos ser peores” o, la tomada como préstamo de las marchas de izquierda, “Alerta, alerta que camina, la lucha feminista, en América Latina”. Más que grandes mantas rotuladas o carteles impresos, dominan los letreros escritos a mano en cartulinas o cartones. “Somos el corazón de las que ya no laten”, reza uno. “Nos enseñan a ser rivales. Decidimos ser hermanas”, se apunta en otro. “Nuestra lucha es por nuestras vidas”, anuncia uno más. Si en algún momento la derecha pretendió capitalizar políticamente la marcha, el resultado final es el opuesto. La movilización es una gran jornada de iniciación ciudadana, a la que asisten multitud de muchachas que toman las calles por primera vez en su vida. No fueron convocadas ni por partidos políticos ni por organizaciones gremiales ni por medios de comunicación electrónicos, sino por otras mujeres. Durante años, el feminismo en México asumió principalmente la forma asociativa de ONG. Sin embargo, este 8 de marzo queda claro que el movimiento se está desoenegizando. Las actuales protestas desbordan esta forma de organización, sustituyéndola por un archipiélago de grupos de afinidad. 29
La protesta del 8 de marzo es la más numerosa en la historia del feminismo mexicano. Pero su importancia va más allá de la cifra de sus asistentes. Como resumió Paula Mónaco: “Miles y miles que hoy estuvimos en la calle sabemos que fue una tarde maravillosa, masiva, fuerte, diversa, fuerte. Una de esas m archas que marcan los tiempos”. Twitter: @lhan55
Paulina Fernández: la ética de la rebeldía
Raúl Zibechi - En Movimiento - desinformemonos.org - 10 marzo 2020 Las personas somos lo que hacemos. Los caminos que recorremos a lo largo de nuestra vida, las trochas que abrimos y las estelas que dejamos, son las que nos explican como seres humanos; el barro con el que nos amasamos. No hay más. Ni discursos, ni proyectos ni sueños. Siento que el legado mayor de Paulina Fernández Christlieb fue su maravillosa obra “Justicia Autónoma Zapatista. Zona Selva Tzeltal”, publicada en 2014. Con su natural austeridad y su notable discreción, no detalla los tiempos largos de su investigación, grabador en mano, recorriendo los municipios autónomos de la región que escogió para su trabajo. En su libro, sólo aparecen los pueblos, los colectivos zapatistas, nunca ella ocupando algún lugar destacado, como suele suceder con tantos académicos. A lo largo de casi 500 páginas, explican los modos de la justicia zapatistas, anclada en la cultura comunitaria “de donde derivan muchos de los elementos componentes de la autonomía zapatistas” p. 105). Siempre hablan los pueblos, las autoridades colectivas, varones y mujeres que participan en algún nivel de la autonomía. Tuvo la sensibilidad y la humildad de dejar hablar, de escuchar. Aborda situaciones como los asesinatos y el modo como la justicia zapatista actúa en esos casos: “Llegan a un acuerdo el doliente y el asesino. La Junta de Buen Gobierno propone si le da una parte de tierra o unos animales para que vivan los dolientes” (p. 284). Esta justicia no busca el castigo, sino la recomposición de la confianza comunitaria. 30
“Este es un acuerdo de las partes. En estos casos, largo tiempo para resolverlos. Tienen que venir a la Junta los familiares de la viuda, sus hijos, toda la situación de la familia. Tenemos que tomarle mucho su palabra de la familia. Apoyar y que sobreviva la familia. Tiene también que ser todo su voluntad del asesino, de que lo cumpla. También la comunidad presiona a que cumpla el asesino, si no, lo puede expulsar”. La justicia autónoma zapatistas teje y recompone vínculos, tomando distancia de la in-justicia del Estado. Por eso tantas familias no zapatistas, partidistas, priístas, acuden a las Juntas de Buen Gobierno. Porque no son corruptas, porque reconocen su legitimidad. Creo que el trabajo de Paulina, en particular sus modos, abren una ventana para conocer el mundo zapatista. Dirán, los escépticos, que muchas de las cosas que trae su trabajo eran ya conocidas. Puede ser, pero aquí son los pueblos los que dicen su palabra. En algún momento que no puedo recordar, el subcomandante Galeano dijo que su libro era el primero que en el que no se habla “de” los pueblos, sino que lo hacen directamente los pueblos. Rigurosa como era, aborda también los problemas. El cansancio en las filas zapatistas. El machismo. “En múltiples asambleas comunitarias y entrevistas colectivas con autoridades de pueblos, MAREZ y Zona, se pudo observar que las jóvenes son las que menos se atreven a hablar, mientras que muchas mujeres maduras destacan al participar con pleno conocimiento y seguridad de lo que están haciendo” (p. 330). En otros momentos, pudo comprender “el sufrimiento que hace padecer a las más jóvenes la sola invitación a expresar su opinión”. Algunas elegidas para cargos, “se retuercen de pena” cuando les toca hablar, jóvenas de dieciséis años, por ejemplo. Aquí lo notable es el respeto y la comprensión con las que Paulina escucha a sus interlocutoras, sin juzgar, sólo escuchando. El cambio producido por la revolución zapatista, como se titula uno de los últimos apartados del libro, “es que nosotros mismos lo hacemos” (p. 345). Nada más, y nada menos. Quizá la revolución 31
sea eso, “tener autoridades propias en cada comunidad para arreglar los problemas”; porque ahora “la justicia ya no es con chicote”, sino por acuerdo entre las comunidades. Habría mucho más para decir. Creo que al esas gotas de amor rebelde que nos legó Paulina, enseñan dos cuestiones básicas: que los pueblos viven y deciden de otro modo, sin el caudillo patriarcal de turno sino por mano propia; y que es posible investigar y comunicar dejando a un lado los egos intelectuales y académicos. Mientras éstos ignoran a los pueblos originarios o los toman como “objetos de investigación”, Paulina Fernández los considera sujetos de sus vidas y actúa en consecuencia. En este ejercicio Paulina fue maestra, poniendo la vara de la ética muy arriba, tanto como su sencilla rigurosidad.
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CAMINOS DE LA AUTONOMÍA BAJO LA TORMENTA 11 de marzo 2020