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Historia, antropología y literatura: Lecciones de ultramar 1

Historia, antropología y literatura: Lecciones de ultramar 1

Mercedes López-Baralt

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Si la historia cuenta el acontecer, la antropología y la literatura cuentan cómo se vive ese acontecer, ambas poniendo el acento en la cultura. Pero la literatura va más allá, porque en ella la meta de la belleza es imprescindible. Pero resulta que historia, antropología y literatura se dan la mano con mucha frecuencia, especialmente en la narrativa literaria de largo alcance; es decir, la novela. No hay que remontarse tan solo a Sir Walter Scott (Ivanhoe, 1819) para explicar el origen de la nueva novela histórica hispanoamericana, de la que el argentino Abel Posse es un autor emblemático (pensemos en Daimon). Tenemos más cerca, en la hispanidad, a Benito Pérez Galdós, que con sus Episodios Nacionales y sus novelas españolas contemporáneas (La desheredada, Tormento, Fortunata y Jacinta, Misericordia) de la segunda mitad del siglo diecinueve e inicios del siglo veinte ha superado a los historiadores, al enseñarles a los españoles su propia historia. En los Episodios Nacionales el tema central es la historia, que se convierte en alegoría al tomar la forma de trama casi siempre romántica. Pero en sus novelas principales, que inician un realismo poderoso equiparable al de otros europeos –Flaubert, Balzac, Dickens y Dostoievski–, ya la historia pasa a segundo plano. O por lo menos la historia épica, la de las gestas heróicas y las fechas emblemáticas. Porque a Galdós le importa más la dimensión antropológica de la historia, lo que Unamuno nombró como intrahistoria. Es decir, la vida de la clase media y del proletariado, y la cotidianidad que no aparece en la prensa, el medio poderoso que aprovecha la historia grande para acceder al pedestal de la oficialidad. Sobre todo, a don Benito le interesa lo que pasa en la psique tantas veces atormentada de sus personajes. Pero no olvidará la historia nunca, aunque la relegue a un segundo plano. En su novela mayor, Fortunata y Jacinta: dos historias de casadas (1886-1887), las etapas históricas de la España finisecular nombran los momentos álgidos del triángulo entre los protagonistas: Fortunata, una hermosa hija del pueblo que ama apasionadamente a un señorito burgués; Juanito, un don Juan cuya pusilanimidad se anuncia en el ito de su diminutivo; y Jacinta, su dulce esposa, sumisa y paciente. El final hermana a Fortunata con Jacinta, cuando ambas toman el control de sus vidas prescindiendo del amor de Juanito. La fuerza de ambas mujeres explica el hecho de que el nombre del galán compartido no acceda al título: no lo merece. Los títulos de algunos capítulos de esta singular novela emparejan con humor los acontecimientos conyugales o adulterinos del triángulo con eventos históricos. El título “La restauración vencedora” metaforiza, con el regreso de la monarquía borbónica a España tras el derrocamiento de la Primera República en 1874, la vuelta de Juanito a Jacinta, tras un interludio amoroso con Fortunata. Otro título, “La revolución vencida” –que alude a la Revolución de 1868 que sacó a Isabel II del trono y allanó el camino a la primera República española– nombra al capítulo en el que Juanito despacha a Fortunata, diciéndole que debe volver a los brazos de su fiel esposa. Con gran humor, el bonachón del padre de Juanito, don Baldomero, describe así la inestabilidad del carácter español (del que querámoslo o no, los puertorriqueños hemos heredado harto), responsable del constante vaivén político decimonónico entre liberales y conservadores:

Yo no sé lo que sucederá dentro de veinte, dentro de cincuenta años. En la sociedad española no se puede fiar tan largo. Lo único que sabemos es que nuestro país padece alternativas o fiebres intermitentes de revolución y de paz. En ciertos períodos todos deseamos que haya mucha autoridad. ¡Venga leña! Pero nos cansamos de ella y todos queremos echar el pie fuera del plato. Vuelven los días de jarana, y ya estamos suspirando otra vez porque se acorte la cuerda. Así somos, y así creo que seremos hasta que se afeiten las ranas. 2

Ahora bien, dicho esto –que la literatura nos ha servido de historia en tan importantes instancias– quiero ir aun más allá, para poner el acento en el carácter visionario de tantos escritores geniales. Que no solo interpretan el pasado e iluminan el presente, sino que auguran el futuro. Aunque lo haré de la mano de varios escritores de ultramar –el cronista andino Guaman Poma de Ayala, dos poetas españoles (Federico García Lorca y Miguel Hernández) y un novelista norteamericano: John Updike–, quisiera empezar por casa, con Julia de Burgos, para constatar la función histórica de la literatura. Que por cierto, no siempre es consciente para los autores.

La celebrada autora de “Río Grande de Loíza” tuvo la capacidad de predecir tanto el final intempestivo de su vida como el futuro de su obra. Lo primero lo hizo con múltiples epitafios, entre ellos: “Dadme mi número”, “Poema para mi muerte”, “Letanía del mar”, “Poema con la tonada última” y “Farewell in Welfare Island”. Que evidencian, por cierto, sus ganas de morir cuanto antes. Por desamor, por el dolor del exilio, por la represión nacionalista en Puerto Rico y muy probablemente por sus propios genes, que ya sabemos que la depresión es química y se hereda. Además, el alcoholismo de Julia ya le había causado un mal hepático. También queda la posibilidad, aun no comprobada, de una conspiración de la CIA. En las cartas de Julia a su hermana Consuelo, estudiadas por Griselle Merced, la poeta cuenta que se sometió a un tratamiento experimental para curarse en aislamiento en un hospital niuyorquino, y que creía que la estaban volviendo loca. 3 Curiosamente, ese mismo año de 1953, y según investigaciones del Senado de los Estados Unidos, comenzó una operación de experimentación científica de gran escala en la CIA. Si recordamos lo que le pasó a Albizu durante su prisión en Puerto Rico, se hace más plausible esta posibilidad, que ha sido objeto de un ensayo periodístico de Jesús Dávila. 4 Y más porque la poeta fue una reconocida nacionalista. Pero volvamos a sus epitafios, de los que quiero citar los más impactantes.

En “Dadme mi número”, Julia despoja a la muerte de toda solemnidad, tratándola desde un prosaísmo irónico, al proponer la alegoría de su espera como si de hacer turno en una oficina burocrática se tratara. E insiste en reclamar el suyo con urgencia impaciente:

¿Qué es lo que esperan? ¿No me llaman?

¿Me han olvidado entre las yerbas, mis camaradas más sencillos, todos los muertos de la tierra?

¿Por qué no suenan sus campanas?

Ya para el salto estoy dispuesta.

¿Acaso quieren más cadáveres

de sueños muertos de inocencia?

¿Acaso quieren más escombros

de más goteadas primaveras,

más ojos secos en las nubes,

más rostro herido en las tormentas?

¿Quieren el féretro del viento

agazapado entre mis greñas?

¿Quieren el ansia del arroyo,

muerta en mi mente de poeta?

¿Quieren el sol desmantelado,

ya consumido en mis arterias?

¿Quieren la sombra de mi sombra,

donde no queda ni una estrella?

Casi no puedo con el mundo

que azota entero mi conciencia...

¡Dadme mi número! No quiero que hasta el amor se me desprenda...

(Unido sueño que me sigue como a mis pasos va la huella.)

¡Dadme mi número, porque si no,

me moriré después de muerta! 5

El segundo epitafio que quiero citar es el “Poema con la tonada última”, cuya sencillez escueta es de una elocuencia estremecedora: ¿Que a dónde voy con esas caras tristes y un borbotón de venas heridas en la frente?

Voy a despedir rosas al mar,

a deshacerme en olas más altas que los pájaros,

a quitarme caminos que ya andaban en mí como raíces...

Voy a perder estrellas,

y rocíos,

y riachuelitos breves donde amé la agonía que arruinó mis montañas

y un rumor de palomas especial,

y palabras...

Voy a quedarme sola,

sin canciones, ni piel,

como un túnel por dentro,

donde el mismo silencio

se enloquece y se mata. 6

En esta despedida Julia se desnuda no sólo de retórica, sino de su amada naturaleza, de su cuerpo y de su voz, para partir, diluyéndose en el mar bravo de la muerte. Pero al final, nos sorprende con una deslumbrante imagen surrealista. El túnel alude nada menos que al mito universal de regreso al útero, tan estudiado por Mircea Eliade, y que consiste en desnacer para nacer de nuevo a una vida mejor. 7 Queda claro entonces que Julia muere para resucitar como poeta.

Lo que nos lleva al hecho de que nuestra poeta tuvo muy claro su futuro. Lo proclama con contundencia dramática en otro de sus epitafios: “Poema para mi muerte”. En él visualiza su final (“Morir conmigo misma, abandonada y sola”), y dice sentir “cada vez más pequeña mi pequeñez rendida”. En medio de su desolación, se pregunta: “¿Cómo habré de llamarme cuando solo me quede/ recordarme, en la roca de una isla desierta?”. Ella misma se contestó, rotunda: “me llamarán poeta”. 8

Valga mencionar otro caso singular de profecía en nuestras letras. Me refiero al ensayo canónico de Antonio S. Pedreira, Insularismo, que desde 1934 ha sido celebrado y polemizado en nuestro país. Pero de su vigencia, no cabe la más mínima duda. Para muestra un botón: la espléndida metáfora náutica de la nave al garete, que sigue nombrando el destino aún incierto de Puerto Rico. Reconocido por Luis Rafael Sánchez, quien ha bautizado a la isla como “colonia sucesiva de dos imperios”. 9 Esta lamentable situación histórica ha obligado a nuestra literatura a tomar el lugar, como bien lo ha dicho Juan Gelpí, de nuestra constitución. Desde su dualidad de literato e historiador, Gelpí ha notado con lucidez que uno de los rasgos distintivos de nuestras letras está, precisamente en la paradoja que surge de un país que aun no ha alcanzado la nacionalidad jurídica:

Entre las literaturas de los países latinoamericanos la puertorriqueña parecería destacarse por diversas razones. En primer lugar, porque la sustenta una contradicción aparente: el hecho de que se haya creado una literatura nacional en un país que aún no se ha constituido en nación independiente. 10

Si bien no pueden dirigir el país, los treintistas, mediante su literatura y su crítica, compensaron la pérdida de la hegemonía que se produce a partir de la invasión del 98. El canon literario que crearon e impusieron en una sociedad colonial ha hecho las veces de una constitución nacional; ha compensado la falta de un estado nacional independiente. 11

Concurro con Gelpí, y por ello he nombrado hace años a nuestra literatura como “nuestra embajada errante”. 12

Y ahora, nos vamos a ultramar. Comienzo aludiendo al cronista indio Felipe Guaman Poma de Ayala, autor peruano de la Nueva coronica i buen gobierno, de 1616, y al que tantos años de estudio le he dedicado. Se trata de una extensa carta a Felipe III, que incluye casi cuatrocientos dibujos a tinta de su propia mano. ¿Su intención? Describir la cultura andina y denunciar los abusos de la colonización española. Se trata, evidentemente, de la crónica de la destrucción de un mundo. Y aunque su estribillo (“Y no hay remedio”) y una frase desoladora (“Escribirlo es llorar”) revelan el hondo pesimismo de su autor, lo que tuvo muy claro fue el futuro de su obra. Pese a que esta durmió el sueño de los justos en la Biblioteca Real de Copenhagen hasta que la descubriera un estudioso alemán en 1908, hoy es celebrada en el Perú como parte fundamental del canon colonial: fuente primaria para historiadores y antropólogos, y una joya literaria y artística por su español mestizado con el quechua, por su voluntad de salvar para la posteridad su mundo andino y por sus elocuentes dibujos.

Vale notar que Guaman Poma intuyó la grandeza de su manuscrito ilustrado. Imaginó no solo su publicación como libro; también soñó a un lector plural: “unos llorarán, otros se rreyrá, otros maldirá, otros encomendarme a Dios, otros de puro enojo se deshará, otros querrá tener en las manos este libro y corónica para enfrenar su ánima y consencia y corazón”. Y vislumbró su valor ético: “Buelbo por el rreyno y ací escribo esta historia para que sea memoria y que se ponga en el archiuo para uer la justicia”. Y en un inolvidable momento de autorreferencialidad, le cantó las cuarenta al lector:

El autor don Felipe Guaman Poma de Ayala, digo que el cristiano letor estará marauillado y espantado de leer este libro y corónica y capítulos y dirán que quién me la enseñó, que cómo la puede sauer tanto. Pues yo te digo que me a costado treynta años de trauajo ci yo no me engaño, pero a la buena rrazón beynte años de trauajo y pobresa. Dexando mis casas y hi[j]os y haziendas, e trauajado, entrándome a medio de los pobres y seruiendo a Dios y a su Magestad, prendiendo las lenguas y le[e]r y escriuir, seruiendo a los dotores y a los que no sauen y a los que sauen. [...] Págame agora buestras oraciones. 13

Del mundo colonial pasamos ahora al siglo veinte, a la España de la guerra civil. Y ahora le toca a Lorca. En los últimos años, la prensa española nos ha tenido al tanto de los avatares para hallar su fosa y así poder rendirle su debido tributo al poeta más grande del siglo veinte español, y uno de los más grandes del mundo. No voy a entrar en los pormenores del asunto, de cómo fue y de por qué no se la pudo hallar. Para ello están los extraordinarios libros del biográfo del poeta, un admirable irlandés que ya tiene la ciudadanía honoraria española: Ian Gibson, autor de La vida de Federico García Lorca, El asesinato de Lorca, La fosa de Lorca, Caballo azul de mi locura: Lorca y el mundo gay y Aventuras ibéricas: Recorridos, reflexiones e irreverencias, entre otros libros imprescindibles. Pero el hecho que aquí me interesa es otro: el que Lorca anticipara no solo su asesinato, sino la búsqueda infructuosa de sus restos. ¡En un poema! Se trata de la “Fábula de los tres amigos”, de Poeta en Nueva York (1929), y vale citar el pasaje profético:

Cuando se hundieron las formas

bajo el cri cri de las margaritas

comprendí que me habían asesinado.

Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias.

Abrieron los toneles y los armarios.

Destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron. 14

Con Miguel Hernández pasa algo parecido. Recordemos que pertenece al trío de grandes poetas que la España franquista se cargó. A Lorca lo fusilaron después de torturarlo. A Antonio Machado lo exiliaron y tuvo que caminar enfermo bajo la lluvia con su madre anciana desde la frontera española hasta el pueblo francés de Collioure, dejando atrás sus papeles y equipaje en una camioneta averiada, para morir ambos a los pocos días en el mencionado pueblo. Vale recordar aquellos versos proféticos de Machado en su poema “Retrato”: “Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. 15 Por otra parte, a Miguel Hernández “lo fallecieron”, como dice uno de sus críticos, Eutimio Martín: hambriento, enfermo y tuberculoso, sin la debida atención médica, muere en 1942 en la cárcel de Alicante antes de llegar a los 32 años. 16 Siete años antes, en 1935, el poeta había anunciado su destino trágico en los versos tremendos del poema “Sino sangriento”. Cito algunos pasajes del poema:

De sangre en sangre vengo

como el mar de ola en ola,

de color de amapola el alma tengo,

de amapola sin suerte es mi destino,

y llego de amapola en amapola

a dar en la cornada de mi sino.

[...]

Vine con un dolor de cuchillada,

me esperaba un cuchillo a mi venida,

me dieron a mamar leche de tuera,

zumo de espada loca y homicida,

y al sol el ojo abrí por vez primera

y lo que vi primero era una herida

y una desgracia era.

[...]

Crece la sangre,

agranda la expansión de sus frondas en mi pecho

que álamo desbordante se desmanda

y en varios torvos ríos cae deshecho.

Me veo de repente,

envuelto en sus coléricos raudales,

y nado contra todos desesperadamente

como contra un fatal torrente de puñales.

Me arrastra encarnizada su corriente,

me despedaza, me hunde, me atropella,

quiero apartarme de ella a manotazos,

y se me van los brazos detrás de ella,

y se me van las ansias en los brazos.

Me dejaré arrastrar, hecho pedazos,

ya que así se lo ordenan a mi vida

la sangre y su marea,

los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Seré una sola y dilatada herida

hasta que dilatadamente sea

un cadáver de espuma: viento y nada. 17

He hablado de dos casos de verdadera profecía: los hechos temidos y anunciados –en el caso de Lorca de manera explícita y unívoca; en el de Miguel Hernández de manera metafórica– se cumplieron. En ambos, la muerte temprana fue el resultado de hechos históricos nefastos y muy concretos, en una edad en que gozaban de muy buena salud. En el caso de Julia de Burgos, la muerte parece una cuestión más de biografía que de historia, ya que aceleró anhelante su propia muerte. Sin embargo, queda sobre el tapete la posibilidad de que la CIA la ayudara a fallecer.

Volviendo a Hernández, no solo vaticinó su futuro personal. En 1937, en Viento del pueblo, libro combativo escrito en el fragor mismo de la guerra civil, también vislumbró el destino terrible de su España. Y ahora cito pasajes del poema “Recoged esta voz”:

Un porvenir de polvo se avecina,

se avecina un suceso en que no quedará ninguna cosa:

ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.

España no es España, que es una inmensa fosa,

que es un gran cementerio rojo y bombardeado:

los bárbaros la quieren de este modo. 18

Lamentablemente, así fue. Ganó la España fascista, con el resultado terrible de cuarenta años bajo el régimen de Franco. También fueron profetas de la derrota de “la España de la rabia y de la idea”, como llamó Machado a la España republicana, Pablo Neruda y César Vallejo. Me refiero a los dos poemarios que le dedicaron, con la tristeza de saberla perdida: España en el corazón y España, aparta de mí este cáliz, ambos publicados en 1939.

Quisiera cerrar mi argumentación a favor de la psique visionaria del escritor hablando de otro, cuya profecía aun no se ha cumplido. Pero que, sin embargo, tiene visos de probabilidad, si algo nos dice el hecho elocuente de que casi todo lo que compramos en los Estados Unidos lleva el sello de “Made in China”. Me explico. Se trata de John Updike, fallecido en el 2009. Updike es el Galdós norteamericano: su extensa obra novelística explora la clase media, su moral y sus costumbres, desde una perspectiva antropológica, realista y cotidiana. Poniendo el acento en las prácticas sexuales de dicha clase. Una de sus últimas novelas, Toward the end of time (1997), da un salto cualitativo, singularizándose por su carácter simbólico y por su intensidad poética. Se trata de una alegoría sobre el final ineludible de todos los imperios de la historia, recreados en múltiples flashbacks en el relato. Pero el imperio que protagoniza la novela no es otro que el norteamericano. La trama es la siguiente. Es el año 2022. Estados Unidos acaba de perder la guerra con China. No tiene presidente; a la nación acéfala la controlan bandas de inmigrantes: negros, mulatos, latinos, indios y mexicanos que piden dinero de protección cual gangsters a los wasps (white anglo-saxon protestants) recluidos en sus mansiones suburbanas.

La caída del imperio norteamericano se hace evidente en la desolación de Washington, D.C.:

[...]the District of Columbia is entirely given over to deserted monuments and warring gangs of African-American teenagers, who have looted every office of its last stapler and photocopier refill cartridge –a ghost of federal government exists in Maryland and Virginia, too weak to do anything but send out forms.[...] 19

La conciencia de esta realidad tremebunda, irreversible, mueve al protagonista, un asesor de inversiones bancarias llamado Ben Turnbull, retirado y enfermo de cáncer, a afirmar: “Sometimes I think the thing I’ll mind about death is not so much not being alive but no longer being an American”. 20

Oigámoslo ahora explicarle a su mujer, desde su cómoda casa de clase media alta, por qué el hombre que entrega los paquetes del Federal Express no ha traído nada y se ha llevado dinero. El marido narrador le revela el misterio: no se trata del oficial de siempre, sino de uno de los delincuentes que tienen acorralados a los wasps: “I told you, dear. They collect, in exchange for peace and order”. 21 También le explica a la esposa que hay planes de trasladar los cuarteles generales del gobierno federal a Memphis, antes de la invasión de los mexicanos. El mundo está al revés, y los que fueron invadidos ya han reposeído a Texas, New Mexico, Arizona y la baja California. Ahora es México el que levantará una muralla 22 –cuya arquitectura, con gran ironía, fundirá los estilos chino y azteca– para contener la invasión de la juventud norteamericana, desesperada:

Mexico, which had remained neutral during the Sino-American Conflict, was attracting many of our young people as a land of opportunity. Those who were denied legal admission were sneaking across the border in droves, while the Mexican authorities doubled guard and erected more electrified chain-link fences. They were talking of a Chinese style wall, along Aztec designed lines. 23

En un momento de inesperada lucidez, el protagonista entiende la justicia poética que late tras la increíble realidad: Asia está recuperando el territorio que hace milenios invadió. Y piensa:

The Sino-American Conflict, it came to me, could be seen as revenge administered by the Mongolian superpower of that Asian continent from which the North American aborigines had crossed the Bering land-bridge. 24

El lector que no conozca a fondo la obra y la personalidad de John Updike podría pensar enseguida que se trata del wishful thinking de un gringo de ultraizquierda. Pues se equivoca: Updike, reconocido en Estados Unidos como liberal (sobre todo por su acercamiento libertino al sexo), tuvo tendencias políticas muy conservadoras: apoyó la intervención de los Estados Unidos en Vietnam, equiparó a la mujer liberada con el diablo en The Witches of Eastwick, y en Terrorist –una novela sobre los eventos del 9/11– su protagonista, Ahmad, un adolescente musulmán criado en los Estados Unidos, que se inmola en lo que entiende como yihad o guerra santa es, para citar la reseña de Robert Boyers en Harper’s Magazine, “un monstruo”, cuya psique no le interesa al autor. Updike no dista tanto, pues, de la mentalidad del tema obsesivo de su obra; en sus propias palabras: “the American small town, Protestant middle class”.

Pero no estrenemos asombro: gracias a las pulsiones del inconsciente, tan enriquecedoras para el arte, un autor conservador puede plasmar en su obra aspiraciones, críticas o denuncias dignas de un pensador de avanzada. Este fue, sin duda, el caso de Balzac, cuya novelística el mismo Engels consideró como “politically correct”, como diríamos hoy. Así lo afirma en su famosa carta de 1888 a Margaret Harkness, que contiene importantes reflexiones sobre el realismo decimonónico, que entiende como revolucionario en tanto factor de cambio social:

...el que el autor oculte sus opiniones beneficia en mucho la obra de arte. El realismo al que aludo bien puede aflorar pese a las opiniones del autor. Le doy un ejemplo. Balzac, a quien considero el gran maestro del realismo, muy por encima de todos los Zolas pasados, presentes y futuros, en La comedia humana nos ofrece una historia extraordinariamente realista de la sociedad francesa, especialmente en lo que concierne al mundo parisino, describiendo, en forma de crónica, casi año por año, de 1816 a 1848, los caminos de la burguesía emergente [...] He aprendido de él más que de los más reputados historiadores, economistas y estadísticos, todos ellos juntos. Y eso que Balzac fue políticamente un legitimista [monárquico]; su gran obra es una constante elegía por el inevitable deterioro de la buena sociedad, y sus simpatías están con las clases condenadas a la extinción. Pero pese a ello su sátira nunca ha sido tan incisiva, su ironía tan amarga que cuando pone en movimiento a los mismos hombres y mujeres con los que simpatiza más hondamente: los miembros de la nobleza. Y los únicos hombres a los que destaca con abierta admiración, son precisamente sus enemigos políticos más acerbos, los héroes republicanos del Cloître Saint-Méry, los hombres que en ese momento (1830-36) eran los representantes de las masas populares. Que Balzac se viera compelido a contradecir sus simpatías de clase y sus prejuicios políticos, que entendiera la necesidad de la caída de sus nobles favoritos, y los describiera como gente que no merecía un destino mejor, y que supiera destacar los verdaderos hombres del futuro, eso es lo que considero uno de los grandes triunfos del realismo, y una de las grandes proezas de Balzac. 25

Nada más con el testigo. La literatura se abraza con la antropología y con la historia. Siempre las complementa, y a veces, aun sin quererlo, cumple sus propósitos.

Notas

1 Este ensayo es una reformulación de la Conclusión del Seminario de Literatura e Historia que ofrecí en la Universidad del Turabo del 7 al 8 de agosto de 2014, gracias a la invitación de la distinguida historiadora Ivonne Acosta Lespier, autora del celebrado clásico La Mordaza: Puerto Rico 1948-1957.

2 Cito por la edición de Aguilar de las Obras completas de Galdós (Madrid, 1961, p. 310).

3 Griselle Merced: Cartas viajeras: Julia de Burgos, Clarice Lispector: versiones de sí mismas. San Juan, Editorial Nubedeletras, 2015.

4 Ver Jesús Dávila: “La muerte de Julia de Burgos y el gobierno de EEUU”. En Información al desnudo, Internet, 5 de agosto de 2014.

5 Cito a Julia por la edición de su Obra poética, a cargo de Consuelo Burgos y Juan Bautista Pagán (Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2004, p.169-170).

6 Ibid., p.181.

7 Mircea Eliade: Mito y realidad (Madrid, Guadarrama, 1973).

8 Op. cit., p.211-212.

9 Ver la primera página de La guaracha del Macho Camacho (Buenos Aires, Ediciones de La Flor, 1976).

10 Juan Gelpí: Literatura y paternalismo en Puerto Rico (San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993, p.6).

11 Ibid., p.15.

12 Mercedes López-Baralt: “Boricua en la luna: sobre las alegorías literarias de la puertorriqueñidad” (Literatura puertorriqueña: Visiones alternas, Edición de Carmen Dolores Hernández, San Juan, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2005:31-64).

13 Lo cito en mi ensayo “Escribirlo es llorar: la crónica visual de Felipe Guaman Poma de Ayala” (Historia de las literaturas en el Perú, vol. 2: Literatura y cultura en el virreinato del Perú: Apropiación y diferencia, Edición de Raquel Chang-Rodríguez y Carlos García Bedoya M., Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Casa de la Literatura Peruana y el Ministerio de Educación del Perú, 2017, p.433. Sobre el autor andino, ver Mercedes López-Baralt: Icono y conquista: Guaman Poma de Ayala (Madrid, Hiperión, 1988) y Guaman Poma, autor y artista (Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1993).

14 Cito por la Poesía completa de Federico García Lorca, a cargo de Miguel García- Posada (Nueva York, Vintage Español/Una división de Random House, Inc., 2012, pp.242-425).

15 Antonio Machado: Poesías completas (Edición de Manuel Alvar, Madrid, Austral, p.145).

16 La frase la usó Eutimio Martín en octubre del 2010, en su participación en el III Congreso Internacional Miguel Hernández (1910-2010), celebrado en Orihuela, Elche y Alicante.

17 Cito a Miguel Hernández por la Obra completa en tres tomos de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany (Madrid, Espasa-Calpe, 1992, vol. 1, pp.537-540).

18 Ibid., p.577.

19 John Updike: Toward the End of Time, New York, The Random House Publishing Group, 1997, p.119.

20 Ibid., p.228.

21 Ibid., p.290.

22 ¡Méjico levantando una muralla! Díganme los lectores si Updike no es visionario, cuando prevee la respuesta de los vecinos del sur que merece Trump, por su reiterada amenaza del muro que impida llegar a los inmigrantes mejicanos a los Estados Unidos en estos tiempos aciagos.

23 Ibid., p.184.

24 Ibid., p.308.

25 Mi traducción. Ver Engels to Margaret Harkness - Marxist Internet Archive.

Perez Galdos

Julia De Burgos

García Lorca

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