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Sobre Ritos y escapularios de José Alberto Márquez Gomila

Sobre Ritos y escapularios de José Alberto Márquez Gomila

Rubis Marilla Camacho

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Que desde el centro del amor y el dolor se erigen los grandes ritos de la humanidad, plantea la propuesta del escritor puertorriqueño José Alberto Márquez Gomila en el texto Ritos y escapularios; nueve relatos de impecable factura.

Aunque no es nuevo que el tríptico amor-dolor-muerte sea el pilar de las grandes literaturas, así como del arte en general; es el diseño técnico, la comodidad con la que entrega la materia narrativa, la formulación y logro de atmósfera, el tono, el eficaz manejo del lenguaje, el ritmo apabullante de las historias, la construcción de personajes distantes y a una tan cercanos, la reconciliación con lo doméstico (por bello y complejo), la plurivalencia de las imágenes, la sensibilidad y ternura con que nos azota, la integración de tiempos diversos en el mismo plano (y a la vez, diversos planos en la voz narrativa), entre otros, lo que hace de Ritos y escapularios un texto que enriquece la literatura puertorriqueña.

A esto, se le suma el logro de convertirse y convertirnos en un ojo que observa la añoranza que viven sus personajes (sobresaliendo los femeninos) al calor de un baile simbólico, de una salsa (rito) que no es otra que la vida, de una interacción de abrazos y miradas al calor de la Sonora, porque la vida está en la clave y si no bailas corres el riesgo de que el tiempo se detenga. Tales ritos están íntimamente vinculados a los conflictos de subordinación femenina por causa del patriarcado y su lucha por alcanzar plenitud y poder. Márquez Gomila no ignora que por siglos la mujer también ha capitalizado la palabra difundida en el calor de la crianza; por eso dedica el texto a las mujeres que forman su casa, por las conversaciones y las historias. De ahí que los personajes que más laten en este libro sean tías, madres, abuelas, hermanas. Acierta la Dra. Miraida Grisel Villegas Gerena cuando señala que el núcleo familiar se convierte en protagonista de estas historias. En ellas huele a hogar, a encuentros y desencuentros de los que se dan en todas las familias, aunque aquí matizados generalmente por los ojos –voz de un niño que relata. De este modo, Márquez Gomila se inserta en la tradición de Felices días, tío Sergio, de García Ramis; Aquella manía de quererse en silencio, de Miriam Montes Mock; Martiria Lucía desborda vendavales, de Ydalia Molina; Purificación en la calle del Cristo, de René Marqués, entre otros.

El segundo rito (escapularios) al que nos enfrenta Márquez Gomila es al religioso, saturado de prejuicios, condenaciones, culpas. Por tal atrocidad, su acercamiento es de un humor caricaturesco. Las intervenciones de los clérigos revelan ignorancia, ausencia de piedad y turbación. Se posicionan como un mal menor, pero mal, al fin y al cabo.

Nuestro autor se regodea ante el amor como el mayor misterio y ante sus inevitables colaterales: dolor, sexo, locura y muerte, como nos enseñara el maestro del cuento hispanoamericano, Horacio Quiroga. Escarba la intimidad donde se regodean las mujeres de una familia, hurga en el mundo atroz que la sociedad destinó para los transexuales, desenmascara la aparente lucidez de los cuerdos, pone en duda el origen y la eficacia de los ritos religiosos, muestra la fragilidad de las relaciones humanas, afronta los prejuicios promovidos por la Iglesia, destapa la olla donde el cuerpo femenino arde irredento; pero, sobre todo, penetra el intenso y contradictorio mundo del amor y del cuerpo; díada reverenciada en los cuentos, históricamente atacada por las instituciones religiosas, quienes aún insisten en la precariedad del cuerpo y sus transgresiones, como si ignoraran que no hay emoción sin cuerpo.

Ante este énfasis, resulta interesante que la mayoría de los personajes de estas historias acuden a los actos de desnudar o desnudarse, así como al acto de orinar, signos de la gran metáfora, el gran desistimiento de sí mismos, la inminencia del cuerpo, la maravilla del cuerpo, la tragedia del cuerpo, el paroxismo, el exorcismo. Todos los ritos pasan por él. “Habitar un cuerpo es inevitablemente una despedida”, nos asegura el autor a manera de epílogo: “La tía Susana sale corriendo de su habitación como Dios la trajo al mundo. En la misma esquina me oriné” (“La tía Susana y los huevos crudos”), “Yo me oriné y dije para mis adentros que aquello no podía ser verdad” (“Habíamos bailado”), “Gritaba el padre Asencio mientras Aurora se desvestía delante de todos…” (“Aurora”), “Aurora entreabría los ojos mientras un charco de orín se hacía bajo las sábanas”. (“Aurora”), “Dicen que no tiene ni ropa Bendito, ¿no le pueden tapar las partes?”. (“De flores y balcones”), “[...] desgarró el vestido que traía puesto, quedándose desnuda sin sentir el clima de Legminthon”. (“Teodoro”). Como verán, una nueva sociología del rito queda planteada, una nueva mirada a la fuerza y potencia del cuerpo se manifiesta. Amamos y odiamos desde el cuerpo y con el cuerpo, vivimos y morimos en él.

Ritos y escapularios se alza como uno de los mejores libros escritos en el 2016. Solo espero que el mundo lo descubra.

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