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Como si fuera un cuento… [Más de una docena de textos esenciales de la narrativa dominicana breve] 

Como si fuera un cuento… [Más de una docena de textos esenciales de la narrativa dominicana breve]

René Rodríguez Soriano

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De Babia a Cutupú

Para la mayoría de los dominicanos la nómina de nuestros escritores no sobrepasa la docena. Unos más que otros están convencidos de que sólo Juan Bosch y Joaquín Balaguer, quienes además de gravitar activamente en la política por más de medio siglo, dedicaron algunas horas de su ocio para hacer literatura; mejor dicho, escribir libros, pero, afortunadamente, no es así. Pasan de la docena, y hace un largo rato ya que, en la parte oriental de la isla, que habla y se expresa en español, se escriben cuentos. Sobre ello, precisamente, me gustaría poner en claro algunos puntos de los que, a lo largo de toda una antojadiza historia se han ido ocultando y trasponiendo, para hacernos ver un tablero del color y del tamaño de las limitaciones y las perversiones que han normado cada época o parcela del acontecer dominicano. El propio Bosch, considerado por muchos como el gran estilista de la cuentística dominicana, escribió su primer cuento, “La mujer”, en el año 1932, y publicó Camino real en 1933, su primer libro de cuentos (14). 1

Mucho antes de Bosch, en los albores del siglo y con mucho tiempo de anticipación a una sistematizada práctica escritural del género en el continente, y mucho antes del famoso decálogo de Horacio Quiroga –quien a la sazón tenía apenas 25 años–, José Ramón López sacaba a la luz su libro Cuentos puertoplateños, en 1904 (9), 2 Años más tarde, en 1923, en “El Mundo” de México, Pedro Henríquez Ureña publicaba sin firma sus Cuentos de la Nana Lupe (8). 3 Más o menos para la misma época (1925), en los salones parisinos, Tomás Hernández Franco dejaba su impronta y hacía conocer El hombre que había perdido su eje (59), 4 libro singular, provocador, extravagante y vanguardista, donde habría que buscar el vigoroso germen del cuento escrito por dominicanos.

Ahora bien, antes de entrar en materia, me gustaría dejar alguna pista de lo que yo entiendo qué es un cuento, y qué lo diferencia de una novela, de un poema, de un ensayo o de una estampa costumbrista. Hay tanta teoría por ahí regada, se han escrito tantas páginas en torno al tema y, la mar de las veces, lo que más se ha hecho es dar vueltas alrededor de la noria. Ir y venir sin haber llegado a ningún punto. ¿De dónde viene el cuento, quién lo inventó, quiénes son los principales cultores del género?

De todas las definiciones que he leído, la que más me seduce y me resulta fácil de aprender y aprehender es la que el narrador venezolano Guillermo Meneses decanta de una de las historias de Las mil y una noches. Él refiere que uno de los tantos califas que desfilan por las innumerables páginas del libro, le pidió a su cuentista oficial que le contara una historia “jamás oída”, y que, a la pregunta del contador sobre una serie de especificaciones y puntualizaciones sobre la historia que el califa le había pedido que le contara, este le contestó: “Mohamed, eso no importa; yo quiero, simplemente, la más ‘maravillosa’” (10). 5 Y esa, palabras más, palabras menos, es la más exacta y meridiana definición del cuento. Ese género maravilloso, puntual, punzante y vertiginoso que, desde los más desdibujados días de la antigüedad ha cautivado, en principio, al auditorio, y luego a los lectores es el cuento. Aquél que hacía delicias en las noches en las posadas y zaguanes donde se encontraban caminantes y contertulios para oír de viva voz a los cientos y cientos de Mohamed que fueron poblando el mundo. Hasta que apareció Gutenberg con su divino invento, y nació la tipografía y nació el libro y, como en un cuento, que va escribiéndose al mismo tiempo que se genera, comenzaron a formularse los embriones y engranajes de una técnica para plasmar sobre el papel, hoy sobre la plataforma virtual de la modernidad, las más maravillosas historias, jamás contadas.

Pudiéramos remontarnos al antiguo Egipto, tras las huellas de los cuentos de caminos; pasar revista a las treinta y seis narraciones de Aventuras de amor de Partenio de Nicea, el maestro de Virgilio; tutearnos con Conón y los cientos y cientos de frailes franciscanos y dominicos que anduvieron de un lado a otro propagando y propalando coplas y decires. Poner en perspectiva todo ese amplio delicatessen que fue delicia de viajantes y mercaderes que dio corpus a la antiquísima tradición del cuento oral. Pero el cuento escrito es otra cosa, hay huellas y senderos por donde transitar y encontrar raíces de una tradición tan fascinante y maravillosa como el género mismo.

Es un secreto a voces que el cuentista moderno por excelencia no es otro sino Boccacio con su Decamerón. Después, el resto es casi historia conocida: Perrault, Turguéniev, Voltaire, Diderot, Los hermanos Grimm, La Fontaine, Pushkin, Dickens, Voisenon, Chejov, Gorki, Maupassant y un largo etcétera que, por tan largo, resultaría latoso enumerar ahora y aquí (156). 6

Pero es una larga trayectoria, bastante transitada que pudiera darnos tema para rato; así que retornemos al cuento que nos toca. No es que anduviéramos tan lejos, si recordamos que aún soplan los aires de París y que Tomás Hernández Franco, en pleno fragor de los años 20, haciendo acopio de un lenguaje, una expresión y una sintaxis irreverentes, da a la estampa unas historias que, aunque hasta hace muy poco tiempo alcanzaron cierta difusión en los medios intelectuales dominicanos, dan las puntadas a lo que pudiera ser el telón de fondo donde comienza a urdirse una aproximación o acercamiento del escritor dominicano a los “trucos, habilidades y fórmulas indispensables para realizar el milagro del arte con el instrumento narrativo” (9.) 7

En El hombre que había perdido su eje, un libro escrito en pleno primer cuarto del siglo XX, vamos a encontrar, sino el primer cuento dominicano escrito con el objetivo de relatarnos una historia maravillosa –jamás contada–, valiéndose de reglas y parámetros que hoy, a la vuelta de casi un siglo, mantienen una novedad y una vitalidad que nos envuelve y nos atrapa por el ritmo con que ha sido escrita. La última aventura de Charlot, un texto vertiginoso, audaz, donde lo surreal y lo fantástico se tutean con una familiaridad y un desenvolvimiento singularísimo, constituye una aplastante alegoría contra la insensibilidad y la ceguera de un mundo que ríe a carcajadas del dolor y la desdicha que se apodera de la humanidad. Mientras Charlot se desangra, y da de comer su ensangrentado corazón a su hijito, la gente ríe a carcajadas. “Una gran carcajada va rodando por la humanidad entera…” (345), 8 concluye.

Baní no era una fiesta

La comunicación viajaba en barco de vapor entonces, las muchachas no salían a pasear sin chaperonas y, por cualquier mirar de medio lado, un general se alzaba con un bando; Santo Domingo era algo menos que tres cuartos de isla, rural y aislada, superpoblada por pequeñas islas de poder y montoneras; sus escritores hacían vida cultural y, unos más que otros, con su sed de infinito, bebían de las fuentes más a mano para captar a pincelazos limpios el color y el perfume de la época. Y, como ya vimos en Hernández Franco, los aires de vanguardia que hervían en Europa no le fueron ajenos, igual pasaría con Fabio Fiallo 9 y sus amigos que bebieron de las fuentes mismas del modernismo, y los que habían abrevado en el naturalismo, el costumbrismo o el criollismo (12), 10 que ya tomaba cuerpo en los suelos de América, y en todos los suelos bullían los aires de apertura y de expansión. No debemos pasar por alto que, desde el 29 de agosto de 1916, Santo Domingo había sido ocupada por el ejército de los Estados Unidos, presencia que se mantuvo en nuestra tierra hasta finales julio de 1924 (491), 11 cuando los Marines salen definitivamente del país.

Para esos mismos días, si se recuerda, era dado a conocer en París, con ilustraciones de Jaime Colson el extraño libro de Tomás Hernández Franco (El hombre que había perdido su eje, 1925), 12 y en La Habana, Cuba, Ricardo Pérez Alfonseca hacia otro tanto con su refrescante prosa, que algún día alguien habrá de rescatar y darla a conocer para beneplácito de generaciones y generaciones de dominicanos (El último evangelio, Editorial Hermes, 1927). Del otro lado del mar, Juan Bosch, un mozalbete que apenas calzaba pantalones largos, comenzaba a publicar sus primeros textos y poemas bajo el seudónimo de Rigoberto de Fresni. 13 Entre 1929 y 1930, sus padres deciden enviarlo a Barcelona donde, además de vender publicidad y ponche crema para una firma venezolana, organiza una compañía teatral de Variedades que logra un contrato para actuar en el Teatro Olimpia de Caracas. En medio del viaje, en aguas del Atlántico, toma contacto con la noticia que da cuenta sobre el ciclón San Zenón y, por supuesto, ya debe estar conteste de que el 16 de agosto de 1930 Rafael Leónidas Trujillo asumía la presidencia de la República Dominicana. Dieciocho días después, el 3 de setiembre, el San Zenón devastaría la ciudad de Santo Domingo. 14

A mediados de 1931, luego de haber trabajado como estibador, vendedor ambulante, constructor y propagandista en Venezuela, Curazao, Martinica y San Martín, Bosch regresa a Santo Domingo. En 1932 escribe “La mujer”, cuento que aparecerá un año después, el 24 de noviembre en su primer libro de cuentos: Camino real. 15 Libro que inaugura, indiscutiblemente la cuentística formal dominicana. Tanto estilísticamente, como por el ritmo y el enfoque con los que el autor se enfrenta al texto y a la época que vive su país y el mundo que conoce (41), 16 los textos de Juan Bosch plantean una distancia abismal con el trabajo que venían realizando los escritores dominicanos de entonces y, muy importante, podían advertirse lazos comunicantes con lo que ya venía aconteciendo en la tierra ancha del continente americano en el género. 1.7

Trujillo ni soñaba entonces en devenir como sanguinario personaje de ficción. Marcio Veloz Maggiolo y René del Risco Bermúdez jugarían tal vez, para la época, a la rayuela o a las escondidas. El tiempo de la efervescencia en el continente de las letras le tocó a Ramón Marrero Aristy, Néstor Caro, José Rijo, Sócrates Nolasco, Julio Vega Batlle, Manuel del Cabral, Ramón Lacay Polanco, y Ángel Rafael Lamarche, quien, como un testimonio de su divagar por el mundo daría a la estampa sus Cuentos que Nueva York no sabe, en 1949 en México. La sangre ya llegaba al río, y en octubre de 1937 los gendarmes de Trujillo, a puro perejil con bayonetas, tintaban las quietas aguas del Masacre. Bajo presión y acoso, se escribía, se urdían historias. Unas salían a la luz, otras, sencillamente, preconizaban lo que no se podría cubrir con velos de finas sedas. En tanto, en Nicaragua, Venezuela y Cuba, los Somoza, los Pérez Jiménez y los Batista, también comenzarían a hacer de las suyas. Fueron años de exacerbados bríos en el continente, por un lado, los indignatarios y trúhanes con foetes tratando de afianzar bozales y grilletes; por el otro, la carne viva, frente a la boca del cañón o la metralla. Y ahí estaban ellos, como actores, como gendarmes o en el simple papel de mirones: los escritores que habrían de plasmarnos en puntuales instantáneas los detalles de las tramas que se urdían en nuestros pueblos.

Todo acontecía a ritmo inusual. Como en el cine, con planos contrapuestos y, aunque eran muy primarios los medios de comunicación, se transmitían los lazos comunicantes. Entre los años en que el colombiano Gabriel García Márquez escribía Los funerales de La Mama Grande, el argentino Julio Cortázar publicaba su Bestiario (1951); Juan Rulfo en México, El llano en llamas (1953); el guatemalteco Augusto Monterroso, Obras completas y otros cuentos (1959), y Roa Bastos en Paraguay, El trueno entre las hojas (1953); otro tanto hacía Juan Bosch: sus libros La muchacha de la Guaira (1948), Cuento de Navidad (1955) y Apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1956) (18), 18 veían la luz en La Habana, Cuba, el primero, y en Santiago de Chile, los dos restantes. En Santo Domingo, en pleno fragor de los aprestos para el montaje de la Feria de la Paz y la Confraternidad del mundo libre que apantallaba los monumentales desafueros y desmanes que ya venía cosechando el “Padre de la Patria Nueva, Primer Maestro, benefactor de la iglesia y mejor amigo de los hombres de trabajo, el generalísimo y doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina”, harían su aparición Cibao (1951) de un Tomás Hernández Franco que, aún guarecido bajo las alas del cuervo, no dejaba de ser torrencial y brillante; Hilma Contreras con Cuatro cuentos (1953), abriendo nuevas trochas de expresión y búsquedas; Virgilio Díaz Grullón Un día cualquiera (1958); J.M. Sanz Lajara El candado (1959), y Juan Bosch, en exilio, más o menos por los mismos días, escribe “La mancha indeleble”. Aquí, por el momento, paro de contar.

Versiones y perversiones

Bajemos a los cauces del cuento, nademos en sus aguas. Por un momento, quedémonos con estos cuatro nombres: Tomás Hernández Franco, Juan Bosch, José María Sanz Lajara y Virgilio Díaz Grullón. Viajemos en el tiempo, aparquemos allí en el preciso instante en el que, quizás nacía Malcolm X 19 en Estados Unidos y moría Sun Yat Sen 20 en China, Hernández Franco echaba al viento su carcajada planetaria en las vaporosas noches parisinas, contra la insensibilidad del mundo que le encontraba gracia al cruel suicidio de Charlot para saciar el hambre de su hijo. Como si este adivinara el advenimiento de un Hiroshima y Nagasaki, el Holocausto o los desmanes que tendrían lugar de este lado del Atlántico donde, ya de regreso a su patria, y francamente al servicio del amo y señor de los designios y misterios, el padre de la patria nueva, Hernández Franco publica su libro Cibao. Un conjunto de narraciones donde el lenguaje cargado de poesía y musicalidad anuncia con madurez y aplomo el nacimiento de un saludable cuento dominicano. “Anselma y Malena”, narrado sin afectación ni falsas poses, nos transporta hasta los días de las montoneras, en que los generales eran dueños y señores de horca y cuchillo, y la mujer casada no tenía otra obligación que “La eterna fidelidad al marido que debía demostrarse con la eterna imposibilidad de gustar a otro hombre. Además de esa obligación obvia –reforzaba el narrador–, los deberes y derechos de una mujer casada no variaban mucho de los de una buena ama de llaves de confianza” (66). 21 Sin lugar a dudas, una historia de pasiones que enfrenta a dos mujeres a sepultarse en vida en un mutismo y un silencio que, a la vez que las distancia, las une, y consustancia más.

Y llegará el instante, colindando tal vez con aquellos días grises, en los cuales el comandante Enrique Jiménez Moya, 22 desde las cuasi heladas sierras de Constanza alzaba su voz de trueno contra la ignominia y el desdén personificados en el tirano y su cohorte, José Mariano Sanz Lajara, eterno caminante y promotor del régimen que, como siempre había publicado sus libros fuera del país, daba a conocer El candado. Un libro prácticamente desconocido o ignorado por varias generaciones de dominicanos, en el que este gendarme de la tiranía con un lenguaje traslapado, y aparentemente inocentón, nos plantea una especie de parábola que, sin lugar a dudas, en el terreno del texto, en el mundo real imaginado que subyace dentro del mismo, cuestiona y se opone a la ideología que el autor juraba representar en su gestión de representante diplomático de un sistema que, indefectiblemente, ya no podía ocultar el tufillo a muerto que exhalaba. “Hormiguitas”, como bien lo define Andrés L. Mateo en su estudio introductorio a la única antología de los textos de Sanz Lajara publicada en el país por la Sociedad de Bibliófilos, en el 1994, constituye:

[...] una verdadera joya de la cuentística dominicana. Todo el ordenamiento formal de este cuento se da en la contraposición entre el razonamiento inflexible de un Coronel de acerado espíritu militar, y el desparpajo misterioso de un idiota. Como el Coronel a sus soldados, el idiota comanda hormiguitas, que le obedecen con una marcialidad envidiable (28). 23

Me atrevo a presumir que no había que hacer mucho esfuerzo para entender quién era ese Coronel “metódico y valiente” que se levantaba todos los días a la misma hora, y comandaba un pueblo que:

[...] era limpio y ordenado, un grupito de casas a la orilla del mar, rodeado de palmeras y de cocos. Las casitas eran casi todas blancas y dentro de ellas sus habitantes eran casi todos negros. El cielo era azul las más de las veces, aunque de tarde en tarde se ponía gris y aun bermejo. El mar era también azul, aunque una mañana estuvo color chocolate, pero eso fue en un ciclón. 24

El desenlace abierto de la historia es todo un poema, el Coronel, hecho una caricatura de sí mismo, hubiera querido ser tan sólo una de las hormiguitas que marchaban ordenadamente ante la mirada lerda del idiota.

El 31 de diciembre de 1960, 35 días después del horrendo crimen perpetrado contra Patria, María Teresa y Minerva Mirabal, 25 Juan Bosch escribe “La mancha indeleble”, su pieza más redonda y perfecta 26 –y quizás una de las últimas que escribe, antes de insertarse de lleno en la lucha política y patriótica por la liberación de su pueblo de los garfios y nubarrones del trujillato y sus acólitos–. Si bien, desde la publicación de su primer libro Camino real, en 1932, Bosch mostró las credenciales necesarias para abordar el género con una limpieza estilística y un proverbial manejo del lenguaje, y probado conocimiento de la idiosincrasia y apetencias de la gente de su pueblo, este texto conjuga todo el acopio de técnicas y habilidades para contar un cuento. El equilibrio y el buen manejo con el que aborda este texto, justifican el que más de una de las connotadas figuras del continente le otorgue el título de maestro y se le cite entre los cimeros escritores de América (14). 27

Todos los que habían cruzado la puerta antes que yo habían entregado sus cabezas, yo las veía colocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban adosadas a la pared de enfrente. Seguramente en esas vitrinas no entraba aire contaminado, pues las cabezas se conservaban en forma admirable, casi como si estuvieran vivas, aunque les faltaba el flujo de la sangre bajo la piel. Debo confesar que el espectáculo me produjo miedo súbito e intenso. Durante cierto tiempo me sentí paralizado de terror (236). 28

Y, párrafo seguido continúa:

Pero era el caso que aún incapacitado para pensar y para actuar, yo estaba allí: había pasado el umbral y tenía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esa macabra experiencia. La situación era en verdad aterradora (236). 29

La verdad, es que cualquiera no quisiera parar sin haber desentrañado el misterio que llenaba de terror a este hombre, en este texto que, sin desmeritar otras de sus anteriores piezas, como “El indio Manuel Sicuri”, “Todo un hombre”, “Los amos” o “La nochebuena de Encarnación Mendoza”; Juan Bosch explora los terrenos del cuento fantástico para arriar su discurso contra el omnímodo poder del partido único, y la despersonalización del individuo. En su caso, contrario al accionar de Hernández Franco y Sanz Lajara –hasta cierto punto peones del ajedrez sangriento de Trujillo–, el discurso del personaje de la historia cuestiona la misma ideología que Bosch, como político, combate (42). 30

El 30 de mayo del 1961, en una emboscada en la carretera de San Cristóbal, amigos y enemigos del tirano ponen fin a su insana vida. Sus hijos, sus queridas y queridos tratan de no dejar ni una sola piedra en pie antes de alzarse y ponerse a buen recaudo con casi todo lo que les cupo en el avión o el yate. El país, adormecido y expoliado por más de 30 años, comienza a desperezarse. Las letras también. Todo lo que durante ese tiempo estuvo prohibido y escamoteado, súbito, como estalla un gladiolo al despuntar el alba, sale a flote. Se siente en las calles. Caen las estatuas, mausoleos y cientos de columnas del fatídico Partido Dominicano. Se pueden leer los mensajes cifrados de las aves migratorias frente al rompeolas, a plena luz del día sin gendarmes. Y se escribe, se escarban las historias escamoteadas o perdidas adrede. Nuevos aires transitan sobre los caminos y los puentes.

Los demonios de la lengua

René del Risco Bermúdez sale de las ergástulas de la tiranía donde, por más que le pisotearon y ultrajaron, nunca pudieron borrarle su pinta de dandy, buen conversador y meticuloso urdidor de historias que habrían de solidificar y afianzar los avances que en las lides del cuento ya habían sentado sus antecesores. Armado de magníficas lecturas y dueño de una impecable técnica de narrador, bajó una tarde al mar a tutearse con los peces y medusas. 31 En su efímero tránsito por nuestras letras dejó uno de los textos más entrañablemente tiernos y venerados por generaciones de dominicanos. “Ahora que vuelvo Ton”, nostalgiando en los días de la adolescencia de un serie 23, plantea una especie de ajuste de cuentas con lo que se fue y ya no se es. Un joven clase media acomodada, que tuvo la oportunidad de estudiar en la universidad y viajar por el mundo, conquistando postgrados, maestrías y esposa extranjera, al retornar a su pueblo resulta totalmente desconocido para uno de sus mejores amigos de antaño. Típico de esos años, el pequeño burgués intelectual problematiza su existencia con la cantidad de lagunas y vacíos que lo distancian de su ambiente y su realidad. Con un lenguaje coloquial y llano, René del Risco logra retratar la época y el mundo que nos heredaban treinta años de opresión y de barbarie.

¿Y sabes, Ton, que una vez pensé en ustedes? Fue una mañana que íbamos a lo largo de un muelle mirando los yates y vi un grupo de muchachos despeinados y sucios que sacaban sardinas de un jarro oxidado y las clavaban a la punta de sus anzuelos, yo me quedé mirando un instante aquella pandilla y vi un vivo retrato nuestro en el muelle de Macorís, sólo que nosotros no éramos rubios, ni llevábamos zapatos de tenis, ni teníamos caña de pescar… (62). 32

Liquidados los remanentes del trujillismo, en 1962, por primera vez en 30 años, el pueblo dominicano concurrió a las urnas para elegir al profesor Juan Bosch como presidente constitucional por un cuatrienio. Apenas siete meses duró el ensayo, la iglesia, la burguesía y los remanentes del trujillismo hicieron saltar del poder al autor de “La mancha indeleble”. Volverían a soplar aires de guerra, tronarían los fusiles y, por segunda vez en el siglo, los marines USA, posarían sus botas sobre la tierra humedecida por la sangre y por las lágrimas de un pueblo que no acababa de sacudirse del terror y la desvergüenza. 33 Y, como en las gestas heroicas que cantaban los juglares, los escritores dominicanos de la época se vieron en medio del ruedo, intercambiándose pluma y fusil, cual hábiles prestidigitadores empeñados en sacar un conejo negro de la chistera blanca, torpemente empuercada por los mismos de siempre, quienes, al final, como en la ocasión anterior, al partir, dejaron su sello. Esta vez se apellidaba Balaguer, uno de los amanuenses de Trujillo. Hábil, mañoso y taimado como el que más. Pero esa es otra historia que alargaría demasiado esta otra historia.

Ya el daño estaba hecho. Entre finales del año 1950 y principios de los sesentas, cobró cuerpo y comenzó a gestarse una estirpe de narradores que habrían de abordar la escritura del cuento con un rigor y una entrega espartanos. Discípulos directos de Bosch, lectores avezados y tenaces que, además de desentrañar claves y técnicas que sacaban a flote los escritores del Boom latinoamericano, abrevaban en las fuentes de los maestros indiscutibles del género, ya en sus propias lenguas o en muy bien cuidadas traducciones, que para la época coparon las librerías y bibliotecas abiertas del país.

En el 1972, ya Balaguer iba por su segundo período, imponiendo su gélido estilo de dejar hacer, dejar pasar o tirar la piedra y esconder la mano, que tanto éxito le había reportado en sus días de mucamo del tirano. La mañana del 4 de abril de 1972, yo terminaba de tramitar mi inscripción y selección de notas para el segundo semestre del Colegio Universitario de la UASD. No recuerdo a qué hora tomé la guagua y abandoné el recinto; minutos después entraron ellos y convirtieron a una muchacha casi anónima en un símbolo que recorrió al mundo en una foto, en brazos de su hermano, moribunda. Sagrario Ercira Díaz 34 pudo haber sido sólo un nombre más. Se la llevó la intolerancia y el proyecto de restauración contrainsurgente que, por orden y disposición del sistema, puso en práctica el imperturbable solterón que quiso perpetuarse en el palacio. Roberto Marcallé Abreu, un escritor que había presentado credenciales desde mediados de los sesenta, radiografiando y proyectando la violencia y desolación que campeaba en los barrios de la parte alta de la ciudad de Santo Domingo, en un relato descarnado hasta el vómito, tuvo el pulso y el valor de congelar este momento espeluznante de la historia civil de la República Dominicana. “Las pesadillas del verano”, navegando en los litorales de la crónica periodística y la ficción, plasma en blanco y negro una imagen perdurable del despotismo y la ignominia:

La universidad. La universidad, la estatua de la mujer también da vueltas en torno a mí; mis lentes se desprenden, caen, se rompen, veo vidrios transformados en mil pedazos; ya no veo; trato de alcanzar a Fidias; el gas lacrimógeno me llena los ojos; me arden; tengo mareos, náuseas, trato de correr; me arde la pierna izquierda, he caído, todos se arrastran por el suelo, lloran, ¿de dónde ha surgido esta multitud? 35

Batiendo un bien templado tambor pluralista, 36 y haciendo galas de un excelente dominio no sólo en los linderos del poema o de la música, entra en el ruedo Manuel Rueda. De un solo plumazo se apropia del primero y el tercer lugar del Premio de Cuentos de Casa de Teatro 1978. Este premio, que había comenzado a otorgarse en 1977, venía a llenar el espacio que dejaron vacíos los Premios La Máscara, bastión de forja de narradores como del Risco Bermúdez y Marcallé Abreu, entre otros. Con “La bella nerudeana” y “De hombres y de gallos”, ganadores del primero y del tercer lugar respectivamente, Manuel Rueda, como dijimos entra en el ruedo, y de qué forma. La voz femenina asume un papel protagónico, contestatario, que se antepone abiertamente al discurso representado por Anselma y Malena en los textos de Hernández Franco del 1951. “De hombres y de gallos”, específicamente, transitando por los baldíos que florecen entre lo urbano y lo rural, pone en escena a una mujer que, abiertamente se rebela contra la estampita de la abnegada esposa que, a decir del narrador omnisciente de Anselma y Malena, no tenía otra obligación “que la eterna fidelidad al marido que debía demostrarse con la eterna imposibilidad de gustar a otro hombre” (66). 37

Ante la imposibilidad de sonreír de su hijo, esta mujer comienza a cuestionar los motivos que la hicieron elegir entre uno y otro de los hombres que la cortejaron. Nos lleva a la gallera, nos muestra a sus dos machos encarnarse en sus dos gallos, para merecerla, para peleársela; cual de los dos más fiero, en el ruedo, ¿y en la cama? Hábilmente, el narrador nos introduce en un mundo tan parecido al nuestro, tan maravilloso y tan tortuoso, que no queremos soltar la historia hasta un final abierto, golpeante y absurdo. La mayoría de edad del cuento dominicano ha llegado, 38 no caben dudas:

De los dos hombres que me cortejaron Inocencio era el mejor. Lo dije ya. De mayor valimiento, no hay quien lo dude. Pero fue entonces cuando supe que mi elección no había terminado todavía, que algo faltaba, a pesar de que el pinto era el campeón, pues los gallos no son hombres al fin, aunque así lo parezcan, y menos cuando hay que responderle a una mujer y disputársela… (231). 39

Balaguer, el PRD, los huracanes caribeños y el precio del petróleo cada día encareciendo más la vida y las relaciones de los individuos, no impiden que en el 1980 Marcio Veloz Maggiolo logre configurar en uno solo al ser que ama y al amado, de ida y vuelta. Gabriel y Emilia, en un relato envolvente, sobrecogedor (“La fértil agonía del amor”), llegan a compenetrarse tanto que terminan encarnándose el uno en el otro, intercambiándose los roles y las actitudes:

Salir o no salir. Esta mañana me miré al espejo y supe de improviso que había tenido a Emilia para siempre. Ya no sólo eran sus manos, sino sus senos, sus dientes; yo mismo era ella, y ella era quien desde el espejo me miraba coquetamente. Sólo dos semanas habían sido suficientes para que mi pensamiento la interiorizara de tal manera que sus atributos pasaran a ser parte de mí. (Quise salir y no pude, Gabriel estaba en mí, vivo, atento, como un viento de la noche que acecha tras el ventanal. Mis labios sintieron el nacimiento del bigote azulado; soñé que me enamoraba de mí misma, porque Gabriel era yo, y yo Gabriel; sudaba, temblorosa o tembloroso, por así decirlo, porque mi sexo empezaba a cambiar…. (12). 40

Este texto, que a la sazón da título al libro ganador del Premio Nacional de Cuento 1980, como dijera Allen Ginsberg, el gurú de la Beat Generation, no es más que un derroche de imaginación creando formas; derroche, mediante el cual Veloz Maggiolo, una de las voces que comenzara a fraguar sus textos en la tamizada matraz de la perseverancia y los hallazgos, da luz a un texto singularísimo dentro de la cuentística dominicana que ya trotaba o navegaba a toda vela y con buen viento hacia el continente exacto de las letras.

De pérdidas y hallazgos

Imperturbable, mofándose de los alisios que intentan despeinar sus velas, el cuento dominicano tomó su gran empuje. Todo un arsenal de narradores, curtidos en el oficio, comienza a publicar o redondea, pule y esmerila sus mejores piezas. Es el caso de Virgilio Díaz Grullón, que ya a mediados de los cincuenta había enseñado sus garras con textos como “Edipo”, “Círculo”, “Vecindad” y “Más allá del espejo”, entre otros, donde lo real fantástico, lo real imaginado y el absurdo se dan la mano con la realidad, creando un mundo de introspección y análisis de esos individuos solitarios, anónimos y callados que pueblan nuestras ciudades; y se sientan, sin mirarnos, junto a nosotros mismos, en el mismo banco de la misma plaza sin palomas, y con las fuentes secas. En 1981, haciendo acopio de toda la pericia y el dominio de los trucos y artimañas para urdir historias aprendidos, y puestos en práctica desde sus días de burócrata, da cuerpo a “La enemiga”, publicado por primera vez en su libro De niños, de hombres y fantasmas. Es un texto corto, perfecto, punzante. Una verdadera pieza de orfebrería, texto sobre el que Juan Bosch diría: “El cuento de Díaz Grullón que califico de perfecto, es corto, se titula ‘La enemiga’” (00). 41

Con una asombrosa economía de recursos La enemiga nos plantea una historia alucinante: el nacimiento de un pequeño monstruo que es capaz de descuartizar la muñeca de su hermanita que, con su súbita aparición en la casa, desplazó los lazos de complicidad y camaradería que habían sido habituales entre ellos dos:

Esa misma noche, cuando todos dormían en la casa, entré de puntillas en la habitación de Esther y tomé la muñeca de su lado sin despertar a mi hermana a pesar del triste vagido que produjo al moverla. Pasé sin hacer ruido al cuarto donde papá guarda su caja de herramientas y cogí el cuchillo de monte y el más pesado de los martillos y, todavía en puntillas, tomé una toalla del cuarto de baño y fui al fondo del patio, junto al pozo muerto que ya nadie usa (61). 42

El tiempo apremia, lo fantástico, el fluir de conciencia y todas las técnicas del cine, de la música, de la fotografía, y hasta de la simple artesanía, pasan a ser herramientas utilizables por los narradores dominicanos. José Alcántara Almánzar, se encarna en la psiquis de un fisgón que, para hacerle frente a la espantosa sinfonía de ruidos que invaden el apartamento donde se ha mudado, le da con clavar sus ojos, por entre las ventanas y cortinas del vecindario, para contabilizar y solazarse en los más íntimos secretos de sus moradores. Hasta que un día, con estudiada parsimonia y malicia, logra una llave para entrar a cada uno de los apartamentos que anteriormente sólo había perfilado a través de un cristal o una fina cortina. Descubre algo asombroso: la pintora que había avistado pintando, lo pintaba a él, mirándola. Y, más alucinante aún, el viejo que había visto con tanta pasión escribir y escribir con un lapicito amarillo, estaba escribiendo, precisamente, la historia del brechero, que no era otro sino él mismo. La historia no termina ahí, “Ruidos”, uno de los doce textos de su libro Las máscaras de la seducción (1983), no hace otra cosa que señalarnos el camino por el que transitan los hallazgos y las conquistas de los orfebres del nuevo cuento dominicano:

El ruido terminará aniquilándome. Me quedo en la cama, muy quieto (no puedo levantarme porque apenas pruebo bocado), soñando o imaginando cosas imposibles. Me pregunto si el viejo habrá concluido la historia del mirón. Lo último que recuerdo haber leído en su cuaderno era una reiteración; la historia se enroscaba como una serpiente, se mordía la cola, volvía casi al principio… (100-101). 43

¿Y del tirano y su sainete, qué?

Pedro Peix, más Pedro Peix que nunca en “Pormenores de una servidumbre”, 44 haciendo gala de un excelente manejo del nivel de lengua, un equilibrado y dinámico ritmo, le ajusta cuentas a la burocracia trujillista. Como un hurón, hurga en los sentimientos más ocultos del licenciado Lotario Montaño y Carvajal. Contraponiendo planos, valiéndose del humor, la ironía, y una sorna que mandan madres, nos lleva a conocer los más bajos fondos de la degradación humana. Trozos del nunca bien llorado Foro Público, 45 llamadas telefónicas, violaciones, grabaciones, zancadillas, extorsiones, amenazas, burla, befa:

FORO PÚBLICO|MAYO 5|1959. A HAN COGIDO CON USTED, LICENDIADO: “Más que sorprendente, resulta vergonzoso que un alto funcionario como el licenciado Lotario Montaño y Carvajal haya embargado moralmente su hogar para asentar en clandestina mudanza a una manceba nacida en arrabal y al otro lado del río, criada en brazos de matriarcas disolutas y hecha mujer en zonas donde sólo transita el celestinaje. La malnombrada Basilia, “La Rompeyeso”, goza de la tolerancia y el dispendio de este burócrata escoriado y crapuloso (15). 46

Y hablando de aromas y fragancias, en el 1988, Ángela Hernández Núñez nos devela ciertos derroteros de “Cómo recoger la sombra de las flores”.

Interpolando planos, puntos de vista, y con un vertiginoso ritmo y cierto, nos inserta en el centro mismo del conflicto de una familia tradicional que lucha por encontrarle respuesta al repentino desquiciamiento de la hija, que comienza a desvariar ante la partida del esposo para Nueva York. El padre, la madre, las hermanas, y hasta el hermano menor, que se inclina por el estudio de la conducta humana, nos van dosificando pistas y eslabones para descifrar la historia que nos cuenta Ángela sobre la forma en que un ser anónimo como Faride, termina convirtiéndose en una celebridad, objeto de estudio.

Las especulaciones de los vecinos eran un cuchillo en mi corazón. Para ellos Faride estaba preñada, Faride había abortado en una clínica de mala muerte donde la malograron. Faride tenía una hemorragia perpetua, Faride había enloquecido y caminaba desnuda por las habitaciones haciendo gestos pornográficos, Faride estaba pudriéndose de cáncer, tenía el rostro comido por los rámpanos, por cualquiera de estas causas la teníamos enclaustrada (109). 47

Un año más tarde, en 1989, le toca el turno al matatán. El fondo se va totalmente a negro, sin mediotonos. (Pero no teman, se tiene la certeza de que, por fortuna, no se ha prendido un apagón.) 48 Tan sólo se prepara el escenario para que haga su aparición en escena el más corrosivo carajo de este barrio, de todos los barrios. Todo gira en torno a New York: ropa, música, el amor, el sexo, todo lo mejor viene desde allá. Lo peor es estarse aquí, tostarse. Vivir esta vida gris y sosa esperando que le manden a uno la moneda o el pasaje para echar el pie o, por el contrario, enrolarse de polizón, saltar y caer allá, de aquel lado, a como dé lugar, o seguir aquí, bien, mantenido. Pero este no es el caso, este es Frank, un tipo ácido, punzante y mordaz que se burla de todos, en todos los tiempos verbales habidos y por haber, que pasa del Yo al Él y al Nosotros sin tropiezos en un fluir de conciencia que nos deja mal parados, a todos. Un texto altamente sicológico, maltratado y maldito que, utilizando el recurso de la cámara lenta, nos proyecta la película que nos retrata de cuerpo entero:

[...] ¿cuántos recuerdan la película dos días después de haberla visto? […] siempre habrá oídos para la música, labios para esta boquilla, zafacón para un montón de páginas inservibles, olvido para ideas incómodas. Nosotros seguiremos siendo el tema de fondo, una metáfora incomprensible, extras malpagados [...] a nadie le importamos. Esta es la época de lo nimio (120). 49

¿Qué queda de aquellos días de cazar mariposas y enarbolar banderas libertarias en los patios de la tarde? El narco, el político o militar empresario corrupto (igual da de atrás para adelante, que de adelante para atrás), tiene en sus manos el mando a distancia. Controla. Compra. Suelta y ovilla los hilos del poder. La Victoria 50 es la mayor derrota del decoro y la dignidad de los dominicanos, la real mentira de nuestra verdad, que no beldad. Afuera hay más que adentro, y Pastor de Moya pasa un ajustado balance de la vida que se fuman allí dentro los que pagan los platos rotos. Nacido en pleno carnaval vegano en el 1965, parece haber absorbido todo el desparpajo y colorido de comparsas y diablos cojuelos. Sus textos, a más de corrosivos, incisivos, blasfemos y cortantes, representan a la fecha el tempo más descocadamente cuerdo de la narrativa breve dominicana. Pastor, por lo atrevido y hermoso de su manejo del lenguaje, y la economía con la que utiliza los elementos narrativos, deviene en algo así como el eslabón que entronca con las visionarias transgresiones con las que Tomás Hernández Franco alborotó las noches parisinas en el primer cuarto del siglo XX. Además de un texto irreverentemente bien escrito, desde la perspectiva más degradada de un ser humano atrapado por el vicio y la demencia, nos presenta la más lúcida fotografía a todo color de ese vergonzante antro que la sociedad dominicana mantiene como espacio para la rehabilitación de los pocos seres que esa misma sociedad empuja o deja escapar de las alfombradas sendas de la moral y las buenas costumbres (entre comillas). Tal vez, para escapar de su aburrida realidad o de los barrotes en los que su propia degradación lo había sumido, el Pinty tomó una decisión crucial, o se dejó caer hacia ella. No tenía otra opción:

Estaba desesperado, provocante. No soportaba más esos trozos podridos de realidad que tanto le dolían. (Hay gentes que no tienen valor para el suicidio, pero buscan la muerte). Nadie le hizo caso. Él mismo decidió realizar la insólita hazaña: se subió en uno de los muros del pasillo y se avasalló con fuerza hacia la línea. El suelo estaba duro y resbaloso. Un rojo charco de sangre ensució la raya de tiza y a las visitas (18). 51

El final está implícito. Estas historias nos cuentan, nos cuestionan y dimensionan más allá de lo que, desde antes de ser, hemos sido y seremos. Leerlas será leernos nosotros mismos de cuerpo entero, pienso yo.

El cuento del candado

Ya lo llevo dicho por ahí: la exclusión y el ninguneo son las más irrefutables premisas que certifican y dan fe a la mayoría de los estudiosos de la historia de la literatura dominicana; sobre todo en el área de la narrativa breve. Cada época ha tenido sus paniaguados y traslapadores autorizados para lavar y deslavar méritos y desméritos en predios que, la mar de las veces, nada tienen que ver con la literatura y sus intereses. Pero ese no es el tema, más de una docena de cuentistas dominicanos, rompiendo las barreras del azar y el bombomutuo, hace ratos alcanzaron su mayoría de edad; laten a su aire.

Y ese, precisamente, es el caso de los ignorados, váyase a saber por qué, Tomás Hernández Franco [Anselma y Malena], J. M. Sanz Lajara [Hormiguitas] y Manuel Rueda [De hombres y de gallos]; ya que pocos se atreverían a impugnar los méritos acumulados de un Juan Bosch [La mancha indeleble], un Virgilio Díaz Grullón [La enemiga], un Marcio Veloz Maggiolo [La fértil agonía del amor], o un René del Risco Bermúdez [Ahora que vuelvo, Ton]; ni mucho menos la pericia y el dominio con que han dejado su impronta en la cuentística dominicana José Alcántara Almánzar [Ruidos], Roberto Marcallé Abreu [Las pesadillas del verano] y Pedro Peix [Pormenores de una servidumbre]. Méritos que, salvando las distancias y a fuerza de tesón y de trabajo con el más adecuado instrumental del oficio, se labran en la actualidad Ramón Tejada Holguín [El recurso de la cámara lenta], Ángela Hernández Núñez [Cómo recoger la sombra de las flores] y Pastor de Moya [Más allá de la línea]. Todos ellos, dentro de sus ambientes y sus temas, de una manera maravillosa, puntual, punzante y vertiginosa han logrado contarnos esa historia “jamás contada” que espera todavía aquel Califa que le cuente Mohamed, dentro o fuera de las páginas de Las mil y una noches.

Notas

1 Ramírez, Sergio. Juan Bosch. Cuentos más que completos. México: Alfaguara, primera edición, 2001.

2 Peix, Pedro. La narrativa yugulada. Editora Alfa & Omega. Primera Edición. Santo Domingo, RD, 1975.

3 Cruz, Josefina de la. “Pedro Henríquez Ureña propone utopía en Cuentos de la Nana Lupe”. Tres cuentos de Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Editora Taller (Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos), 1981.

4 García, José Enrique. Estudio introductorio a Tomás Hernández Franco Obras literarias completas. Santo Domingo: Consejo Presidencial de Cultura, Colección de Autores Clásicos Dominicanos. Vol. III, 2000.

5 Meneses, Guillermo. Antología del cuento venezolano. Monte Ávila Editores, 3ra. Edición. Caracas, Venezuela, 1990.

6 Rodríguez Soriano, René y Tejada Holguín, Ramón. Blasfemia angelical. Santo Domingo: Editora Taller, 1995.

7 Meneses, Guillermo. Op. cit.

8 Hernández Franco, Tomás. Obras literarias completas. Santo Domingo: Consejo Presidencial de Cultura, Colección de Autores Clásicos Dominicanos. Vol. III, 2000.

9 De Fabio Fiallo se registran sus libros Cuentos frágiles y Las manzanas de Mephisto. Así como también Cosas añejas de César Nicolás Penson, una serie de leyendas y relatos que retratan la época y sus entornos

10 Rodríguez Demorizi, Emilio. Cuentos de política criolla. Santo Domingo: Librería Dominicana, Col. Pensamiento Dominicano, segunda edición, 1977.

11 Moya Pons, Frank. Manual de historia dominicana. Santo Domingo: Editora Corripio, C. por A., Novena edición aumentada y actualizada, 1992.

12 García, José Enrique. Op. cit.

13 Gutiérrez Féliz, Euclides. “Juan Bosch: Patriota, escritor, líder y maestro”. Santo Domingo: Vanguardia del pueblo, 17 de junio de 2017 (https://vanguardiadelpueblo.do/2017/06/29/juan-boschsalio-del-pais-en-1938-para-evitar-convertirse-en-colaborador-de-trujillo/)

14 “Al dirigirse al país luego del ciclón de San Zenón, que devastó la Capital el 3 de septiembre de 1930, Trujillo concluyó: …yo también he tenido que beber mis propias lágrimas ante este cuadro pavoroso que ofrece la ciudad Capital de la República. Estoy pues, identificado con el pueblo para sufrir con él y ayudarlo decididamente a reedificar sus hogares en ruina” (https://vanguardiadelpueblo. do/1930/09/03/el-ciclon-san-zenon-dejasu-paso-muertes-y-destruccion/)

15 Pérez Casanova, Hassan. “Juan Bosch, revolucionario ejemplar y caribeño universal”. La Habana: Trabajadores, 11 de junio, 2015. (http://www. trabajadores.cu/20150611/juan-boschrevolucionario-ejemplar-y-caribenouniversal/)

16 Céspedes, Diógenes. Antología del Cuento Dominicano. Santo Domingo: Editora Manatí, segunda edición, 2000.

17 En ese interregno habían publicado sus primeros trabajos los uruguayos Horacio Quiroga y Felisberto Hernández; en Venezuela Julio Garmendia Publicaba Tienda de muñecos (1927); y en Argentina, Jorge Luis Borges daría a conocer su Historia universal de la infamia en 1935. En el 1936 aparecía traducida al francés la colección Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera; y el chileno Juan Emar, ya para el 1937 daba los primeros toques a su colección que habría de titularse Diez.

18 Hernández Núñez, Ángela. “Apuntes sobre la cuentística de Virgilio Díaz Grullón” Cuentos completos de Virgilio Díaz Grullón. Santo Domingo: Editora Cole, 2002.

19 Malcom X, dirigente negro estadounidense, nace en Omaha, Nebraska, con el nombre de Malcolm Little. Su familia se trasladó a Lansing (Michigan) y cuando Malcolm tenía seis años, su padre fue asesinado tras recibir diversas amenazas del Ku Klux Klan. En un primer momento Malcolm fue enviado con una familia adoptiva y más tarde a un reformatorio.

20 Sun Yat Sen, médico y político chino, considerado como el padre de la China moderna. Nació en una familia campesina en 1866. Aprende el inglés con unos misioneros en Honolulú, convirtiéndose al protestantismo. Estudió medicina en Hong Kong y luego viaja por EE. UU. y Europa. Funda en 1907 una sociedad secreta, el Kuomintang, basada en principios democráticos y socialistas.

21 Hernández Franco, Tomás. Cibao. Narraciones. Santo Domingo: Ediciones Sargazo, segunda edición, 1973. Otros relatos sobresalientes de ese conjunto, tanto por el manejo del lenguaje, el discurso al través del cual se desplaza y el ritmo embriagante y novedoso con que nos va envolviendo en sus tramas, lo constituyen “Deleite (Historia de un caballo)” y “Mingo”.

22 Enrique Jiménez Moya. Comandante en Jefe de la Expedición que desembarcó en Constanza, el 14 de junio de 1959. Prisionero de unos campesinos, y luego de unos soldados quienes lo fusilaron cuando se les rebeló. Su cadáver fue llevado a San Isidro. Encabezó un grupo de 32 hombres que se inmolaron en las montañas para liberar al país de las garras de la tiranía trujillista (Brache B, Anselmo. Constanza, Maimón y Estero Hondo. Testimonios e investigación sobre los acontecimientos. Santo Domingo: Editora Taller, 1985).

23 Mateo, Andrés L. “J. M. Sanz Lajara – Noticias” (prólogo a la Antología J.M. Sanz Lajara Antología de cuentos. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.,1994). Otra historia memorable en este libro de Sanz Lajara es Curiosidad, el manejo de los planos abre nuevos trechos al futuro de la narrativa dominicana.

24 Op. cit.

25 “Estas tres jóvenes mujeres, la doctora Minerva Mirabal de Tavárez, María Teresa Mirabal de Guzmán y Patria Mirabal de González estaban casadas con hombres identificados con la oposición a Trujillo. Cada una de ellas había estado, asimismo, identificada con actividades políticas de ese carácter y todas habían sufrido encarcelamiento durante el transcurso de aquel año. minerva había estado presa tres veces. La mayor de las hermanas tenía treinta y ocho años, la menor veinticinco. Las tres mujeres no lo habían pasado muy bien. Trujillo alimentaba contra ellas particular resentimiento, y las penalidades sufridas en la cárcel incluían todas las indignidades que es posible cometer contra reclusas. (Crassweller, Robert D. Trujillo, la trágica aventura del poder personal. Barcelona: Editorial Bruguera, SA, primera edición, 1968).

26 Céspedes, Diógenes. Op. cit.

27 Ramírez, Sergio. Op. Cit.

28 Op. cit.

29 Op. cit.

30 Céspedes, Diógenes. Op. cit.

31 René del Risco Bermúdez falleció en un accidente automovilístico cuando apenas contaba con 35 años, el 21 de diciembre de 1972. Sus textos fueron reunidos póstumamente en un volumen titulado En el barrio no hay banderas, 1974.

32 Risco, René del. Cuentos y Poemas Completos. Santo Domingo: Editora Taller, 1981. Otro texto de René del Risco sobrecogedor y representativo de ese importante momento de las letras dominicanas es “Se me fue poniendo triste, Andrés.”

33 El presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, envió el 28 de abril de 1965 a más de 40 000 marines norteamericanos a tierras dominicanas con el pretexto de proteger vidas y bienes de los ciudadanos de los Estados Unidos. La presencia de los marines norteamericanos fortaleció al grupo militar que enfrentaba a los constitucionalistas. La ciudad de Santo Domingo quedó virtualmente dividida en dos mitades (https://www.ecured.cu/ Guerra_civil_dominicana_de_1965)

34 Sagrario Ercira Díaz, Mártir del Gobierno de los Doce Años del Dr. Joaquín Balaguer, nació en Barahona el 25 de diciembre de 1946 y murió asesinada en Santo Domingo el 14 de abril de 1972 a los 25 años de edad, en un ametrallamiento a estudiantes en el campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

35 Marcallé Abreu, Roberto. Las dos muertes de José Inirio. Santo Domingo: Editora Taller, 1972.

36 El pluralismo fue un movimiento literario de vanguardia creado por el escritor dominicano Manuel Rueda. Se dio a conocer el 22 de febrero de 1974 cuando el poeta Rueda dictó una conferencia en la Biblioteca Nacional titulada “Clave para una poesía plural”.

37 Hernández Franco, Tomás. Op. cit.

38 De Manuel Rueda, léanse también Una artista del pueblo, hermosa metáfora que nos lleva de lo más elemental a lo sublime de los sentimientos y las sensaciones.

39 Rueda, Manuel. Papeles de Sara y otros relatos. Santo Domingo: Voluntariado del Museo de las Casas Reales, 1985.

40 Veloz Maggiolo, Marcio. La fértil agonía del amor. Santo Domingo: Editora Taller, 1982.

41 Díaz Grullón, Virgilio. De niños, hombres y fantasmas. Santo Domingo: Colección Montesinos, segunda edición, 1982.

42 Op. cit.

43 Alcántara Almánzar, José. Las máscaras de la seducción. Santo Domingo: Editora Taller, 1983.

44 “Pormenores de la servidumbre”, ganador del Premio Casa de Teatro 1984, un corrosivo y mordaz ajuste de cuentas con la tiranía, sus acólitos y demás hierbas aromáticas.

45 “Los ‘foros públicos’ eran una de las prácticas más odiosas de aquel tiempo. Consistían en publicaciones en forma de carta, enviadas supuestamente por ciudadanos comunes a la sección ‘Foro Público’ del matutino gubernamental El Caribe. Este periódico fue originalmente propiedad del norteamericano Stanley Ross, luego, lo compró Trujillo y posteriormente lo puso en nombre del Sr. Germán Emilio Ornes Coiscou […] Estas cartas, contenían, en la mayoría de los casos, cobardes y sucias acusaciones, fundadas e infundadas, contra cualquier persona de importancia a la que se quería denostar, ultrajar y vejar” (Wiese Delgado, Hans Paul. Trujillo. Amado por muchos, odiado por otros, temido por todos. Santo Domingo: Letra gráfica, tercera edición, 2001. Pág. 103).

46 Peix, Pedro. “Pormenores de una servidumbre”. Cuentos premiados 1984. Santo Domingo: Casa de Teatro-Taller, 1985.

47 Hernández, Ángela. Alótropos. Santo Domingo: Editorial Alas, primera edición, 1989. “Cómo recoger la sombra de las flores”, ganador del Premio de Cuentos Casa de Teatro 1988.

48 “República Dominicana lleva 41 años hablando de deficiencias en el sistema energético; arrastrando una delicada crisis de desabastecimiento de energía eléctrica y con apagones históricos registrados durante los años 1970, 1974, 1982, 1990, 1995 y 2002 […] La historia de los apagones y del desastre energético comenzó en el año 1970, 15 años después de que el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina nacionalizara la entonces Compañía Eléctrica de Santo Domingo mediante el decreto número 555, emitido el 16 de enero de 1955 (Araújo, Fausto. “41 años de apagones”. Santo Domingo: El Nacional de Ahora, 29 de septiembre, 2012).

49 Tejada Holguín, Ramón. El recurso de la cámara lenta. Santo Domingo: Colección Orfeo de la Biblioteca Nacional, primera edición, 1996.

50 “La Victoria, la cárcel construida aquí hace 62 años, durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina, se ha convertido en un estigma vergonzoso para los 61 mil habitantes de este distrito municipal, que no obstante se oponen a que sea demolida […] Fue construida en 1952 para albergar a 900 internos, más el personal administrativo y de seguridad. Actualmente alberga a 8,354 internos en condiciones de hacinamiento, por lo cual es tildada de “cementerio de ‘hombres vivos’” (Germán Pérez, Ruddy. “Cárcel de La Victoria es el sustento de miles familias que se oponen a su cierre”. Santo Domingo: El Nacional de Ahora, 12 diciembre, 2014).

51 Moya, Pastor de. Buffet para caníbales. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra Editores, 2002.

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