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La poesía sorprendida dominicana, un olvido en Hispanoamérica

La poesía sorprendida dominicana, un olvido en Hispanoamérica

Eugenio García Cuevas

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Se conoce con la sinécdoque de “La Poesía Sorprendida” a los poetas dominicanos que fundan, junto a varios extranjeros, la revista La Poesía Sorprendida, proyecto editorial y poético que abarca desde octubre de 1943 a mayo de 1947, periodo durante el cual sus editores publican 21 unidades de su revista, más varios cuadernos poéticos como complemento al proyecto. A nivel local, la revista tiene como contexto la dictadura de Trujillo y en el plano internacional su trasfondo literario y estético lo constituyen las vanguardias, las posvanguardias y las grandes crisis existenciales y sociales de la cultura occidental, instaladas en los paisajes de la Segunda Guerra Mundial.

Parto de la premisa de que La Poesía Sorprendida, tanto la revista como sus poetas, no han sido situados ni estudiados en su justa perspectiva por la crítica e historiografía literaria dominicana e hispanoamericana de las últimas cinco décadas que se han ocupado de construir los cánones poéticos territoriales y extraterritoriales en sus conexiones con la tradición de la poesía cccidental que viene desde el Renacimiento, pasando por el Barroco, el Romanticismo, el Simbolismo, el Modernismo, las Vanguardias y las Posvanguardias, hasta sus momentos más radiantes y fervorosos que se extienden hasta los primeros 50 años del Siglo XX.

Exceptuando el tomo II de la Historia de la literatura hispanoamericana (1954), de Enrique Anderson, Breve historia de la literatura antillana, de Otto Olivera (1957); Antología de la poesía hispanoamericana (1959), de Alberto Baeza Flores; Antología de la poesía surrealista latinoamericana (1974), de Stefan Baciu; Vanguardia Latinoamericana (2002), de Gilberto Mendonca Teles y Las vanguardias hispanoamericanas (2006) de Trinidad Barrera, entre otras menciones sesgadas ‐plagadas muchas veces de errores‐ incluso de fechas, son muy escasas las inserciones y alusiones, por no decir comentarios, en lo que atañe a La Poesía Sorprendida, e incluso dominicana en general, vista esta como parte del corpus global del canon poético hispanoamericano.

La más somera exploración sobre estas ausencias, producidas la mayoría de las veces por ignorancia, y en otras ocasiones porque se privilegian otras genealogías poéticas que se nuclean en los centros culturales hispanoamericanos, comprueban un vacío muy notable en los textos historiográficos, filológicos y críticos de presunciones generales de la poesía hispanoamericana.

Por sólo aludir a algunas muestras de estas exclusiones de críticos e investigadores de renombres internacionales a manera de muestrario, mencionemos a Hellen Ferro, Historia de poesía hispanoamericana (1964); del mismo autor: Antología comentada de la poesía hispanoamericana (1965); Octavio Corvalán, Modernismo y vanguardia (1967); Eugenio Florit y José Olivio Jiménez, La poesía hispanoamericana desde el modernismo (1968); José Olivio Jiménez, Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, (1971); César Fernández Moreno, América Latina en su literatura (1972); Oscar Collazos, Los vanguardismos en la América Latina (1977); Jorge Rodríguez Padrón, Antología de poesía hispanoamericana (1984); Juan Gustavo Cobo Borda, Antología de la poesía hispanoamericana (1985); Hugo J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (1986); Teodosio Fernández, La poesía hispanoamericana en el siglo XX (1987) y Julio Ortega, Antología de poesía de poesía Hispanoamérica actual (1987).

Estas desatenciones aparecen también en Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas (1991); Herald Wentzlaff- Eggbert, Las literaturas hispánicas de vanguardia, orientación bibliográfica (1991); Gloria Videla de Rivero, Direcciones del vanguardismo hispanoamericano (1994); Alberto Julián Pérez, Modernismo, vanguardia, posmodernidad (1995); José Miguel Oviedo, Historia de la literatura hispanoamericana (2001); Felipe B. Pedraza Jiménez, Manual de literatura hispanoamericana. (2002); Andrés Sánchez Robayna Poesía hispánica contemporánea (2005); José Quiroga, “La poesía hispanoamericana entre 1922 y 1975”, (2006); Merlin H. Forster y David Laraway, Árbol de imágenes: nueva historia de la poesía hispanoamericana (2007) y Consuelo Hernández, Voces y perspectivas en la poesía latinoamericana del siglo XX (2009). Estos autores evidencian el juicio que hacemos sobre la dejadez de que ha sido objeto por parte de la crítica, no sólo La Poesía Sorprendida, sino también la poesía dominicana en general.

Un trabajo, incluso, tan canónico, fundacional y taxonómico como el de Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América Hispana 1 (1940-1941), pero publicado en 1945, no hace siquiera mención al Vedrinismo ni al Postumismo, movimientos de vanguardias dominicanos que se manifiestan en los años veinte, aunque para ser equitativo, Henríquez Ureña sí menciona, en menos de tres líneas, a Héctor Inchaústegui Cabral (pág. 195) a Manuel del Cabral y a Tomás Hernández Franco (pág. 271).

No obstante estos olvidos, exclusiones o negligencias, como le queramos llamar, nosotros creemos que la poesía dominicana que cubre los primeros 50 años del siglo XX se sincroniza congruentemente con la poesía hispánica y mundial moderna y que la misma se atempera, por derecho propio, con lo más notable que produce la poesía occidental a nivel internacional. Nuestro paradigma para sostener lo que decimos es La Poesía Sorprendida, el movimiento poético dominicano más trascendente que ha producido la poesía dominicana en toda su historia.

Creemos que el día que se escriba una verdadera historia de la poesía hispánica, proyecto que solamente podría realizar un equipo de investigadores compuesto por estudiosos de cada uno de los países que constituyen el mapa del hispanismo, La Poesía Sorprendida tendrá que ser reubicada horizontalmente dentro de los movimientos vanguardistas y posvanguardistas del siglo XX, que sacudieron a la literatura hispanoamericana y europea, luego del declive del Modernismo, movimiento intercontinental que también trastocó a toda la literatura hispánica desde finales del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del siglo XX.

Luego de realizar una investigación de las inmanencias textuales que organizan y articulan las publicaciones de La Poesía Sorprendida llegamos a la conclusión de que este movimiento participa de los cambios modernizantes que surgen en la poesía occidental a partir de la poesía francesa, Valery en particular, y el Surrealismo. Encontramos, además, que esta inserción se genera vía la poesía y poética de Juan Ramón Jiménez y algunos poetas de la Generación del 27, especialmente aquellos poetas llamados “puros”, como es el caso de Jorge Guillén, principalmente, y Pedro Salinas, entre otros.

Esta revisión también tendría que incluir las aportaciones de las antípodas de los poetas sorprendidos, es decir el Postumismo, tendencia fundada por Domingo Moreno Jimenes en 1921. Sin embargo, al revisar muchos de los textos historiográficos, críticos y antológicos que he citado más arriba, se hace patente que sobre el Postumismo algo se ha adelantado. De manera, que me parece que es mucho lo que todavía tiene por delante la historiografía y la crítica literaria dominicana si es que queremos hacerle justicia a la poesía producida en el país en los primeros 50 años del siglo XX.

Debe recordarse que hasta el 1912, año en que el poeta Vigil Díaz publica su comentado texto “Góndolas”, la poesía dominicana se inscribe dentro de las corrientes de la poesía neoclasicista, romántica, realista‐criollista modernista y postmodernista, 2 entre otras vertientes. 3 Así, que no será hasta el surgimiento del Vedrinismo y el Postumismo (1921) que se atisbarán los primeros intentos transformadores de la poesía dominicana a tono con los movimientos vanguardistas que empiezan a hacer sus primeros asomos por el Caribe e Hispanoamérica durante las dos primeras décadas del siglo XX.

Pero muy a pesar de estos primeros ensayos y experimentos poéticos definitivamente de raigambre vanguardista, factores internos de diversas índoles, más la ausencia de circuitos difusivos locales, frenan las tentativas de que estos dos movimientos, uno efímero (el Vedrinismo) y otro más prolongado (el Postumismo) calen de manera significativa en los espacios literarios dominicanos. Como una muestra de lo afirmado se ha cotejado, por ejemplo, que el Vedrinismo apenas tuvo un seguidor: el poeta Zacarías Espinal (1901-1933). El Postumismo, por su parte, tuvo mejor suerte, pero la figura magnificente de este grupo fue Domingo Moreno Jimenes, como ya hemos dicho.

Desde miradas distintas y distantes, estudiosos de la poesía dominicana tales como Alberto Baeza Flores, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Ramón Francisco, José Alcántara Almánzar, Bruno Rosario Candelier, Daisy Cocco-DeFilippis, Andrés L. Mateo, Tony Raful, Pedro Peix, Diógenes Céspedes, Franklin Gutiérrez, Guillermo Piña Contreras y Manuel Mora Serrano, entre otros, han señalado que será sólo a partir de los años cuarenta que se pueda hablar propiamente de una verdadera renovación grupal de la poesía dominicana que se empalme con las corrientes más modernas 4 de la poesía hispánica. Estos se refieren concretamente a La Poesía Sorprendida y a los llamados poetas independientes, entiéndase Tomás Hernández Franco, Manuel del Cabral y Pedro Mir, entre otros.

Hay entre estos autores, un cierto consenso en que será con el surgimiento de LPS que la poesía dominicana dará muestra de una verdadera vocación colectiva de encaminar los ejercicios poéticos locales por los caminos de la innovación y modernidad que empujaban y animaban las vanguardias intercontinentales, mayormente, y las posvanguardias. Ahora bien, no empecé a las valiosísimas aportaciones de este sector de la crítica dominicana, de lo que se adolece en sus estudios es de una reinserción de la poesía dominicana, y de La Poesía Sorprendida en particular, en los escenarios internacionales. Creo que en esa dirección, la crítica local tiene una cuota de responsabilidad de la ausencia del canon internacional al que me refiero.

No cabe duda de que la crítica literaria académica dominicana, los comentaristas periodísticos e incluso los testimonios de los propios protagonistas de LPS convienen en que es este el movimiento poético dominicano más significativo de la poesía dominicana del siglo XX y el que implica una verdadera ruptura con el localismo y mimetismo predominantes al momento de su nacimiento. Se ha repetido que es ésta la corriente –posterior a las primeras vanguardias– más coherente y consistente del país y que es con este grupo de poetas que la poesía dominicana entra en la cartografía de las letras hispánicas de manera fusionada y coherente. El vínculo de algunos de sus poetas con el Surrealismo específicamente Freddy Gastón Arce y sus conexiones con una poesía de corte metafísica y pura son otras de las formalidades con que se ha asociado a este movimiento.

Como un ejemplo de lo que digo en torno a la no vinculación concreta de La Poesía Sorprendida con el movimiento poético internacional voy a citar un pasaje del libro de los poetas y antólogos Pedro Peix y Tony Raful. Dicen estos en El síndrome de Penélope en la poesía dominicana, (1986) y cito:

Con la irrupción de La Poesía Sorprendida la poética dominicana alcanza no sólo su mayor esplendor creativo, sino su auténtica incorporación a las nuevas vanguardias que había insuflado la modernidad... Uno de los mayores aportes de esa misión colectiva que cimentó los objetivos de su movimiento renovador, fue la búsqueda permanente de una poesía con el hombre universal, propósito encomiable que contribuyó a erradicar el pertinaz localismo que alegremente habían diseminado los postumistas. (30).

Coincidimos plenamente con ambos antólogos y poetas, la limitación de este tipo de juicio, sin embargo, es que no demuestran textualmente desde la inherencia de la revista cuáles son esos vínculos con el movimiento poético mundial.

Valga recordar que LPS se compone de un colectivo de poetas que agrupa bajo una misma publicación a Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer, Rafael Américo Henríquez, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Juan Manuel Glass Mejía, al chileno Alberto Baeza Flores y al español Eugenio Fernández Granell, quien además de publicar textos en LPS diseñaba las viñetas que ilustraban la revista.

Revisados los juicios sobre LPS podemos establecer que, desde la perspectiva diacrónica y vista desde fuera de la revista, es decir desde su exterioridad, el contexto local e internacional de LPS ha sido situado cronológicamente por la crítica, pero no ha sido visto en conjunto en su relación directa y documental con la historia de la poesía hispanoamericana y europea, en lo que corresponde, sobre todo con la española y la francesa que son filiaciones más cercanas.

En fin, que la crítica examinada no ha revelado de manera convincente cuáles elementos de la tradición poética dominicana se mantuvieron vivos en la estética y la poética LPS y cuáles de los llamados universales se plasmaron en la misma. Nuestra hipótesis es que la crítica, con muy raras excepciones, no ha avanzado en estos tópicos, esto por su énfasis en lo político y porque, además, no se ha realizado un examen exhaustivo de los contenidos textuales de la revista en su inmanencia y de las redes internacionales que abonan a la constitución de LPS.

Esto último se debe a que se han privilegiado más las obras que publican los poetas de LPS luego de la liquidación del proyecto revisteril. La revista como soporte y artefacto editorial se ha visto como algo sucedáneo a estos poetas, cuando en propiedad se trata del punto de partida porque es en la revista donde se plasman todas las señales que determinarán su itinerario posterior como poetas.

Otro de los aspectos es que muchos de los juicios críticos que se han hecho y se repiten sobre la relación entre LPS y el Postumismo ya aparecen expresados en las mismas páginas de la revista, sin que los críticos y comentaristas citen directamente los lugares de dónde proviene la información que sostiene sus argumentos. Todo esto deja en evidencia que no se ha llevado a cabo una revisión exhaustiva de la colección completa de LPS, con el objetivo de ver cómo se forja interior y exteriormente su andamiaje teórico y poético‐estético en su relación con los movimientos poéticos internacionales de las cuatro primeras décadas del siglo XX. No obstante lo dicho, aquí no estamos exigiendo nada a nadie ya que somos consciente de que la crítica y el conocimiento de literario progresan lentamente.

Si partimos de la circunstancia cronológica de que los poetas de LPS arrancan con su proyecto editorial en 1943 debemos pensar o que estamos en la antesala de una vanguardia tardía o ante una posvanguardia. Doy por sentado que cuando hablamos de vanguardias nos referimos a los movimientos artísticos y literarios que irrumpen en occidente a partir del futurismo de Marinetti en 1909, con su secuela de “ismos”: Dadaísmo, Cubismo, Surrealismo, etc., y que su denominador común es de carácter combativo y de ruptura con la tradición estética anterior (Realismo, Naturalismo, Simbolismo, etc.) Entonces se hace patente que LPS participa de la posvanguardia que de acuerdo con muchos teóricos y críticos es una continuación de las vanguardias, pero desde otros escenarios locales e internacionales.

No es momento para revisar, repasar y mucho menos interrogar los asentamiento y manifestaciones específicas de las vanguardias literarias en muchos de los países latinoamericanos, tal y como han sido estudiadas por autores como Hugo Verani, Gloria Videla de Rivero, José Olivio Jiménez y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Baste con decir que para Verani la demarcación aproximada más intensa de los vanguardismos poéticos hispanoamericanos se extiende de 1916 a 1935, plasmándose los años de más fervor a partir de los veinte.

La posvanguardia, en cambio, se demarca, de acuerdo a Retamar y a Octavio Paz a partir de 1940 con la publicación de los libros La fijeza (1944), de José Lezama Lima; al que le sigue el libro del propio Paz: Libertad bajo palabra (1949). La poesía posvanguardista, entonces, muestra Octavio Paz: “fue un regreso a la vanguardia. Pero una vanguardia silenciosa, secreta, desengañada. Una vanguar dia otra, crítica de sí misma y en rebelión solitaria contra la academia en que se había convertido la primera van guardia”.

Ahora bien, para Raquel Chang-Rodríguez y Melva Filler, el posvanguardismo, aunque tributario del primer vanguardismo “ofrece, varios contrastes notables. Como sus predece sores, los posvanguardistas reconocieron el papel clave de la metáfora, pero, al contrario de ellos, no la juzgaron el centro del poema”. Para el posvanguardismo la metáfora era otra forma de percibir “la realidad”, no importa si fuera concreta, simbólica, privada o social. El reto era evitar la reproducción a modo de mímesis de tradición aristotélica. 5 Otro aspecto primordial en el posvanguardismo es un rechazo inicial a la entonación de rebeldía y militancia estridentista exhibida por quienes le precedieron.

Las autoras citadas ven en el posvanguardismo un momento heterogéneo. Distinguen dentro de él varias direcciones paradigmáticas: “1) la poesía pura, 2) la metafísica, 3) la personal y 4) la social. Es preciso añadir que en un mismo poeta muchas veces confluyen representadas varias de estas orientaciones. Otro balance concluyente es el criterio esgrimido por Merlin H. Forster, quien en su libro Árbol de palabras: Nueva historia de la poesía hispanoamericana (2007) indica que en Hispanoamérica se puede hablar de dos vanguardias poéticas: una la histórica o canónica, que va de 1920 a 1935 y otra, la segunda, que cubre de 1935 a 1950, interregno de quince años, donde perentoriamente ubico a LPS.

Siguiendo el modelo de Forster, el momento de las posvanguardias se va a caracterizar por el nacimiento de varias revistas literarias que van a privilegiar la poesía. Entre ellas podemos citar: Taller (México, 1938-1941), Tierra nueva (México, 1940-1942) y El hijo pródigo (México, 1943-1946), Verbum (Cuba, 1937), Espuela de Plata (Cuba, 1930-1941), Orígenes ( 1944-1957), Viernes (Venezuela, 1939- 1941), Revista del Caribe (1941-1942), Piedra y Cielo (Colombia, 1935), Mandrágora (Chile, 1938-1944), Canto (Argentina, 1940), Contrapunto (Argentina, 1944- 1945) e Invención (Argentina, 1945). Listado incompleto al que nosotros debemos añadir, La Poesía Sorprendida (República Dominicana, 1944-1947) e Ínsula (Puerto Rico, 1941-1943).

Al realizar una minuciosa revisión de las páginas de la serie completa que componen LPS encontramos que algunos de los colaboradores internacionales provienen, incluso, de algunas de estas revistas: José Lezama Lima (Espuela de Plata, Verbum y Orígenes), Braulio Arenas (Mandrágora), y Luis Hernández Aquino (Ínsula). Otra señal, no menos significativa, es que uno de los fundadores de LPS, es el chileno Alberto Baeza Flores, quien viene a su vez de la surrealista revista chilena Mandrágora. Lo que estamos planteando es que LPS participa de la red de revistas internacionales de su tiempo, y en los textos de sus páginas se verifica ese intercambio revisteril de matices internacionalistas que es cónsono y coherente con su lema de “Poesía con el hombre Universal”.

Después de llevar a cabo una revisión sistemática de todos los textos que se concentran en la revista de la LPS concluyo que la poética y corrientes que coexisten al interior de ella se articulan y ensamblan dentro de los parámetros calificadores y cuantificadores del vanguardismo y el posvanguardismo. Ese examen deja en evidencia, a su vez, que las tendencias poéticas y estéticas de los poetas que se nuclean en LPS son tributarias, entre otras corrientes que le preceden, del dominio de Juan Ramón Jiménez ‐caso peculiar‐, y de las influencias del purismo poético, el Surrealismo y, en grado más tenue, de la poesía metafísica‐trascendentalista con ciertas intermitencias de poemas de intenciones sociales y existencialistas, todos ellos en sincronía con los parámetros estéticos y poéticos de los movimientos poéticos internacionales de su tiempo y momento.

Podríamos decir entonces que a lo que se llega LPS es a una especie de “Postismo” 6 , un tanto similar a lo que le sucede a la poesía española en la década del cuarenta, otro posvanguardismo, que es por donde se asoma LPS. De aquí entonces es que se deriva su vocación y sentir internacionalista e universalista. Bastaría repasar la cartografía de los autores incluidos en la serie de las 21 unidades que componen la colección completa de LPS para revalidar lo que aseveramos.

Al pasar recuento de los contenidos de LPS queda de manifiesto que ella incorpora consistentemente, por primera vez, al interior de la tradición y difusión poética dominicana una muestra considerable del pulso de la poesía internacional de su tiempo. Aparte de los autores dominicanos LPS divulga en sus páginas muestras textuales de veintiún países, tanto contemporáneos de ellos ‐con lo que tienen algún tipo de filiación estética‐, como de la línea fundacional y clásica de la poesía hispánica, entre ellos:

San Juan de Cruz, Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Luis de Góngora y Lope de Vega. Se trata de que LPS se siente heredera de esa tradición y quiere testimoniarlo publicando sus textos. En esa línea tampoco son aleatorios sus vínculos con algunos de los autores de la Generación del 27 y con Juan Ramón Jiménez, maestro de esta generación.

El enlace de LPS con Hispanoamérica queda de manifiesto al difundir en suelo dominicano a autores de Puerto Rico, Chile, Perú, Argentina, Brasil, Ecuador, Haití, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Cuba, entre otros. En cuanto a las inclusiones de tradiciones poéticas en otras lenguas son patentes sus preferencias por la poesía francesa. Es de esta lengua extranjera de la que más autores selecciona y publica textos, pero sobre todo, de poetas vinculados a las primeras vanguardias, al movimiento Surrealista y a la Poesía pura, tales como: Apollinaire, Maxime Alexandre, André Salmon, Charles Vidrac, Jacques Baron, Jules Supervielle, Max Jacob, Paul Valéry, Paul Claudel, Paul Eluard, Pierre Reverdi, René Chevel, Robert Desnos y Xavier de Forneret, entre otros.

Es significativo anotar que el contacto con el purismo poético (Paul Valery) también se hace más evidente vía los poetas españoles: Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Pedro Salinas, entre otros hispanoamericanos como José Lezama Lima, también cercano al Surrealismo y al purismo, dos de las corrientes más vivas en el contexto cronológico y estético del posvanguardismo. La inclusión de autores contemporáneos y de generaciones y movimientos anteriores amplía el proyecto de LPS. La traducción de poetas ingleses, estadounidenses, alemanes, egipcios, belgas e irlandeses, modela el ideal de LPS de incorporar a la poesía dominicana el movimiento poético mundial. Valga recordar que la LPS es la que inicia sistemáticamente el género de la traducción poética en la República Dominicana.

En conclusión: por su praxis coherente creemos que es que cada vez más apremiante sincronizar a la LPS en su dimensión amplia y específica dentro de la historia de la poesía hispánica e internacional; asunto que hasta ahora la crítica literaria dominicana y regional ha puesto poco atención ya sea por desconocimiento o por el poco interés que hasta hace poco existía en lo relativo a su literatura, y muy especialmente, hacia la poesía dominicana, más allá de las ocupaciones de que han sido objetos algunas de las figuras de los llamados poetas independientes del 40, sobre todo Pedro Mir y Manuel del Cabral.

Creo que es necesario que para que se hable propiamente de una poesía latinoamericana –de eso ser posible-– es urgente que la poesía dominicana, especialmente LPS sea incluida, ya que, por sus propuestas, afinidades y convergencias temporales y renovadoras, en el corpus general, canon, de la poesía hispánica y occidental. Esto último, porque hay en LPS, además de ser tributaria de los modernos movimientos poéticos de América Latina y Francia, una marcada voluntad de concebirse como herederos de la tradición poética hispánica que viene del Renacimiento Español, del Siglo de Oro, del Romanticismo y de la Generación del 98 hasta desembocar en Juan Ramón Jiménez y la Generación del 27, pero más propiamente de sus poetas de tendencia purista como son Jorge Guillén y Pedro Salinas, entre otros.

En ese trazado, concebimos esta intervención como una aportación a la historiografía literaria del Caribe Insular Hispano, en la trama del curso que sigue la poesía latino-hispanoamericana en sus contactos con la tradición moderna de la poesía francesa (Mallarmé, Valéry, Claudel, Eluard, Desnos, Bretón, etc.) que es el centro de donde arrancan las propuestas y praxis más categóricas de la constitución de la poesía moderna del siglo XX en la literatura Occidental.

Creo que no hay otra manera de reciprocar el legado internacionalista y universalista de LPS que no sea reubicarla –más de siete décadas después– al interior del escenario y el canon donde siempre debió estar que no fue otro que el escenario de la poesía hispánica general e internacional. Reubicarla en su justa perspectiva ha sido mi intención. Si lo hemos logrado o no le corresponde determinarlo a los lectores de esta breve exposición y de mi libro Poesía dominicana del siglo XX en los contextos internacionales.

Notas

1 Llamamos la atención de que en su otra obra esquemática, más orientada en sí hacia el quehacer cultural general, Historia de la cultura en la América Hispánica (1947), de Henríquez Ureña, no hay alusiones a los movimientos poéticos dominicanos del siglo XX, muy a pesar que sí se hacen de otros países hispanoamericanos. El estudioso, incluso, hace referencias a revistas que son contemporáneas a las del Postumismo (El Día Estético) y a la de los poetas sorprendidos (La Poesía Sorprendida). Ver estas ausencias en el breve recuento de revistas literarias y poetas, entre otras actividades de la cultura simbólica, que hace Henríquez Ureña desde las páginas 131 hasta la 146, decimoprimera reimpresión, 1979.

2 Aunque en los estudios sobre los estilos y de historia literaria hispanoamericana continuamente se hace alusión, un tanto de modo impreciso, al concepto de la poesía del postmodernismo, el término es empleado originalmente por Federico de Onís, en su ya clásica Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934). Desde la perspectiva cronológica y señas estilísticas, la poesía postmodernista sería aquella pléyade de poetas que suceden los fervores del Modernismo dariano. Tanto Federico de Onís, como José Olivio Jiménez y Eugenio Florit (1968), ubican en este renglón a poetas como: Enrique González Martínez, José M. Eguren, Regino G. Botti, Luis Llorens Torres, Porfirio Barba Jacob, Luis Carlos López, Delmira Agustini, Carlos Sabat Ercasty, Ramón López Velarde, Enrique Banchs, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y a Andrés Eloy Blanco, entre otros. A esta lista, en suelo dominicano, nosotros añadimos al primer Domingo Moreno Jimenes e incluso a Rafael Américo Henríquez, no empece a que éste, posteriormente, se convirtiera en un afiliado de la Poesía Sorprendida. Nótese que algunos de los poetas fichados por Onís y Jiménez, participaron luego de los fervores vanguardistas. En términos taxativos la poesía del postmodernismo, de acuerdo a Onís se caracterizaría por: a) Reacción hacia la sencillez lírica, b)Reacción hacia la tradición clásica, c) Reacción hacia el romanticismo, d) Reacción hacia el prosaísmo sentimental, e) Reacción hacia la ironía sentimental y F) Poesía femenina. Un estudio de factura reciente que arroja luz suficiente sobre la poesía postmodernista es el libro Poesía Hispanoamericana Posmodernista, historia, teoría, práctica, de Herve Le Corre (2003).

3 Para una visión panorámica y general de la evolución del quehacer poético dominicano antes de 1912 es imprescindible consultar los siguientes textos y autores: Pérez, Carlos Federico, Evolución poética dominicana: Argentina: Editorial Poblet: 1956, Págs. 85-239; Balaguer, Joaquín, Historia de la literatura dominicana. Argentina: Grafica Guadalupe, 1956, Págs. 97- 153 y 225-269; Almánzar, José Alcántara, Antología de la literatura dominicana. Santo Domingo: ECD, 1972, Págs. 40-45; Henríquez Ureña, Max, Panorama histórico de la literatura dominicana. Santo Domingo: Colección pensamiento, 1976, Págs. 176- 360; Baeza Flores, Alberto, La poesía dominicana en siglo XX. Santiago: UCMM, 1976, Págs. 13-83; Peralta Agüero, Abil, “Poetas dominicanos siglo XX”, en: Letra Grande, # 2. Santo Domingo, 1980, Págs. 57-61; Pérez G. Odalís, Las ideas literarias en la República Dominicana. Santo Domingo: Amigo del hogar, 1993, Págs. 9-18; Rueda, Manuel, “Dos siglos de poesía dominicana”, en: Dos siglos de literatura dominicana, Tomo I. Santo Domingo: Colección Sesquicentenario de la independencia nacional, 1996, Págs. 1-13.

4 Quisiéramos dejar sentado tempranamente que desde el plano conceptual, la idea o definición de poesía moderna o modernidad poética, abriga muchas complejidades –igualmente el de modernidad como concepto propio de las ciencias humanas y del espíritu. Sobre esto último nos ocuparemos más adelante en otra nota al calce aclaradora. Sin embargo, nos parecen orientadoras las palabras de Octavio Paz cuando reflexiona en los siguientes términos sobre el asunto: “La expresión «poesía moderna» se usa generalmente en dos sentidos, uno restringido y otro amplio. En el primero, alude al período que se inicia con el simbo lismo y que culmina en la vanguardia. La mayoría de los críticos piensan que este período comienza con Charles Baudelaire. Algunos añaden otros nombres, como el de Edgar Allan Poe o el del Nerval de Les Chimeres. En el sentido amplio... la poesía moderna nace con los primeros románticos y sus predecesores inmediatos de finales del siglo XVIII, atraviesa el siglo XIX y, a través de sucesi vas mutaciones que son asimismo reiteraciones, llega hasta el Siglo XX. Se trata de un movimiento que com prende a todos los países de Occidente, del mundo esla vo al hispanoamericano, pero que en cada uno de sus momentos se concentra y manifiesta en dos o tres puntos de irradiación. El período del simbolismo... fue esen cialmente francés. Va de Baudelaire a Mallarmé, Verlaine, Rimbaud y Laforgue, y de éstos a Claudel; Valéry. La poesía de vanguardia es, simultáneamente, una reacción contra el Simbolismo y su continuación”. (Paz, Octavio, 1990: 168-169). En consonancia con Paz, pero más centrado en el contexto hispanoamericano, nos parecen convincentes también las reflexiones de Oscar Rivera-Rodas cuando establece que: “La poesía de la modernidad en esta región constituye un lapso amplio que se inicia en el decenio de 1880 y se cierra hacia 1950. Es decir, abarca los dos grandes períodos de la poesía hispanoamericana conocidos más como modernismo y vanguardismo, dos períodos a los que, tradicionalmente, se vio contrapuestos y separados por rupturas. En opo sición a esa visión histórica de rupturas, el concepto de «modernidad» permite entenderlos unificados y continuos... Cabe aceptar en cada uno de estos períodos de la historiografía tradicional dos etapas, como muchos críticos lo han señalado. Esto es: modernismo y postmodernismo, vanguardismo y postvanguardismo”. (Rivera-Rodas, Oscar, 1997: 9) De la larga cita, doble, sólo debo añadir que cuando hago referencia a poesía moderna en la República Dominicana, adopto estas definiciones, ya que incluso el propio Paz ve a la posvanguardia ‐lugar donde ubicamos a LPS‐, como una continuación de la vanguardia.

5 En otros términos, que la posvanguardia se desliza hacia la construcción de una poética más a tono con lo que el teórico Lubomir Dolezel ha llamado la “Poética de los mundos posibles”, que a juicio suyo tiene su génesis en las reflexiones del filósofo Leibniz, que a su vez tiene su origen en la polémica de los filósofos medievales Duns Escoto y Guillermo de Ockham, en torno a lo uno y lo múltiple. Sobre la poética de los mundos posibles ver Dolezel Lubomir, Occidental Poetic. Tradition and Progress (1990) Hay traducción española, (Síntesis, 1997), del mismo autor: Heterocosmica. Fiction and Possible Words (1998). También hay traducción al castellano (Arco/Libros, 1999); igualmente: “Referencia ficcional: mímesis y mundos posibles”, en: Estudios de poética y teoría de la ficción, (1999). Ver también “Mundos posibles”, de Thomas G. Pavel, en: Mundos de ficción, (1991), págs. 60-67. En el ámbito hispánico remito a Forastieri Braschi, Eduardo, “Los mundos posibles del perspectivismo cervantino” (1986), “Tiempo, verdad e historia en cuatro ficciones contemporáneas”, en Diana B. Salem, editora, Narratología y mundos ficcionales, (2006), Págs. 33-48.

6 Sobre la polémica sobre el concepto de “Postismo”, ver: Medina, Raquel, El Surrealismo en la poesía española de posguerra (1939-1950). Madrid: Visor Libros: 1997, págs. 43-52.

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