Musgo.
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Todo es subjetivo entre tinta y pensamiento...
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EDITORIAL
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os renovamos -otra vez-, Variopinta, como nosotros, está creciendo, consideramos que es para bien, creemos que comienza una nueva etapa y hemos encontrado un estilo único y placentero para ella. Honramos orgullosos nuestro nombre trascendiendo lo superficial, dándole prioridad a lo que realmente somos, estamos dispuestos a desnudar nuestras almas de creadores con ustedes, esperando que nos abran las puertas de su corazón y nos dejen entrar. Ése es nuestro propósito: ser una unidad de ideas conviviendo armoniosas bajo el lema de que todo es subjetivo entre tinta y pensamiento. Damos la bienvenida nuevamente a aquellas mentes curiosas que deseen seguir leyéndonos, así como a aquellos que por primera vez se acercan a nosotros; les agradecemos.
Con amor para ustedes, el comité editorial.
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ÍNDICE CREACIÓN Incisión ..................................................................... 7 Nicolás Pacheco (Yo) (Te) (Amo) ........................................................... 8 Musgo Denuedo de verano .................................................... 15 Dianti Noelia ........................................................................ 16 Pola Viento
DIVULGACIÓN Rodrigo Calafell (o llanto en vías de desarrollo) .................. 18 Nicolás Pacheco Un nido de adoración a Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí Doménech ................................................................................. 22 Musgo
CREACIÓN Rituales sagrados -soñar- ..................................................... 27 Ibi Wiarco
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Ser amado ................................................................................. 28 Pola Viento Centella Ventanilla ................................................................... 36 NicolĂĄs Pacheco Sin TĂtulo .................................................................................. 37 Ambigua Las putas no tenemos derecho a amar ..................................... 38 Karen Miramontes
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Perla Quintanilla
C R E AC I Ó N
INCISIÓN Veo afiches para implantes de mandíbula (pienso en las regulaciones de marketing). La mandíbula es metálica y amarilla, está llena de pequeños orificios, recubriéndola. Empiezo a preguntarme todo lo que me pasaría si fuera a besarte en la boca. Tal vez acariciarías mi mandíbula y empezarían a florecer remolinos. Me pregunto si el ramaje podría atravesar las aleaciones y cruzarse a la boca. (Me pregunto si podría besarte y quedaría un jardín arrinconado en mi garganta).
Nicolás Pacheco
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(YO) (TE) (AMO) Para mi Julia
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uando tenía aproximadamente nueve años me enamoré por primera vez. Su nombre era Julia. Le decían July. Y me recordaba al verano... y a la lluvia. En los meses de vacaciones corría hasta su casa empapándome de sudor porque me parecía que así me estaba empapando de ella, pero no me atrevía a tocar el timbre. Curiosamente, nadie notaba mi presencia frente a la puerta de la casa donde solía quedarme dos o tres horas parado sin hacer nada más que pensar en la posibilidad de que Julia estaba caminando tan sólo a la distancia de una delgada madera pintada de azul celeste. Guardé el secreto de cómo me sentía durante mucho tiempo, ya que Julia era dos años menor y no me parecía lo más adecuado que un niñito como yo se presentará como el hombre que la cuidaría para siempre. Además, no habíamos compartido nada más que una mirada casual cuando nos cruzamos en la tienda y una sonrisa de cortesía al venir caminando de direcciones opuestas; era necesario que comenzara una estrategia para enamorarla. Mi padre decía que lo que conquista a una mujer es la billetera. Mi madre decía que eran las flores. El verano de mis diez años conseguí un trabajo temporal para poder comprar una billetera que enamorara a Julia y le pedí a una de mis maestras, aquella que tenía su casa llena de flores, que me diera por favor unas semillas de las más hermosas que tuviera para poder dárselas. Mi trabajo consistía en ayudar a mi vecino con ruedas en lugar de 9
piernas, se quejaba todo el tiempo de ello aunque a mí me parecía genial. Tenía que ir a comprar al mercado las cosas que me escribía en una lista, pero siempre me faltaba dinero y me acostumbré a pedir constantemente disculpas por ello, cuando regresaba con todo lo que había comprado le explicaba al señor que debía pagar más dinero porque el precio de los limones o los jitomates o las manzanas había subido, siempre ignoraba mi petición sutil de que me diera más y volvía a quejarse comenzando siempre con: en mis tiempos… De manera que mi paga se vio destinada al pago de todo el dinero que quedaba a deber en cada ida al mercado. Para cuando iba a volver al colegio, no tenía dinero suficiente para una billetera y el señor de las ruedas me encontró llorando cerca de mi casa, escondido con la espalda recargada en un árbol del parque al que él iba a alimentar las palomas a pesar de existir letreros por todas partes que prohibían hacerlo. Me preguntó la razón de mis lágrimas pero los sollozos no me dejaron formar una oración, entonces me dijo que lo siguiera, se acomodó cerca de una banca para que pudiera sentarme y me pasó la bolsa con pan hecho trocitos. – Un hombre no debe llorar –dijo– , pero tú no eres un hombre, no todavía ¿Ves ese letrero de ahí? –señaló con la mano huesuda y torcida–, pues te está prohibiendo algo que quieres hacer, ¿lo vas a permitir y seguirás llorando? Quise explicarle que en verdad yo no quería darle de comer a las palomas, quise explicarle que mucho menos lloraba por eso y otra vez me lo impidió el nudo en la garganta. – En mis tiempos, los niños podían hacer lo que quisieran –continuó– siempre y cuando tuvieran una mamá que les limpiara la sangre y les vendara los raspones que se hicieran. ¿Tú tienes una mamá, chico? –asentí, las lágrimas eran cada vez menos–. Bien, en10
tonces no tienes nada de qué preocuparte. Por ejemplo, yo no tuve mamá. La maté al nacer, así que mi sangre y mis raspones se curaron con el tiempo, pero lo que quiero decir es que incluso cuando llegue tu tiempo de dejar a tu mamá, estarás bien. Ahora haz lo que quieras hacer, no hay restricciones, alimenta a las jodidas palomas. – Señor, –pude habar por fin– yo no quiero alimentar a la palomas. – ¡Es una maldita metáfora, chico! –me quitó la bolsa de las manos y se puso a tirar migajas al suelo–. ¿Qué les enseñan en la escuela? En mis tiempos... Después de un rato un guardia llego y nos echó del parque con las palabras: “Le he dicho, viejo, que aquí no se permite alimentar a las palomas”. Le platiqué sobre Julia de camino a su casa, cuando estuvo casi dentro, tomó mi brazo fuertemente, me acercó y colocó en mi mano algo rectangular, gastado y duro, luego cerró la puerta golpeando mi nariz, se me empañaron los ojos por el dolor, pero sonreí al ver lo que me había dado: una vieja y olorosa billetera de cuero. Con las flores fue distinto. Al pasar una semana me desesperé al no ver ningún rastro de que hubieran comenzado a germinar, esperé un poco más y noté que algo verde surgía de la tierra negra, con el paso del tiempo se hizo grueso y terminaba en una bolita de la que sobresalían las puntas de los pétalos blancos. Todo fue demasiado fácil, se lo platiqué a mi maestra con una sonrisa. –Las margaritas son fáciles de cultivar –me dijo–. Me imagino que son como el amor. No le dije que no había entendido sus palabras, en su lugar, asentí so11
lemne a lo que ella reaccionó riendo dulcemente y revolviendo mi cabello. Junio estaba por terminar cuando corté tres flores de las que había plantado, las amarré con un listón rosa y las metí en la billetera. Sentí la necesidad de correr a la casa de Julia como lo había hecho tantas veces, pero me contuve al pensar que llegaría oliendo a sudor y con la cara grasosa. El camino me pareció infinitamente largo, mi corazón palpitaba como la vez en que la maestra me pidió leer frente a toda la escuela un poema que hablaba de la lluvia y por estar pensando en Julia, terminé diciendo su nombre. Moví un pie frente a otro tratando de mantener el equilibrio, me dediqué a decir su nombre en susurros. Julia. Julia. Julia. – Julia –dije cuando ella abrió la puerta. Ladeó la cabeza cuando le extendí, cubriendo mi cara, la billetera con las flores. No las tomó–. Julia –repetí como un tonto. No dijo palabra. La miré a los ojos cafés y traté de contar las pecas de su nariz y sus mejillas–. Tienes quince –le dije–. Yo sólo venía a darte esto, quise comprar una billetera para ti porque mi padre dijo que con eso te conquistaría pero no conseguí demasiado dinero así que el señor de las ruedas en lugar de pies que vive a tres casas de la mía me dio ésta después de que alimentáramos ilegalmente a las palomas del parque y me contara que asesinó a su mamá –expliqué sintiendo que me ponía rojo ya que Julia no hacía más que mirarme, parecía perdida y extrañamente triste así que seguí–, ah, pero él no es un señor que viva mal, se la pasa bastante bien aunque siempre se esté quejando, no te preocupes –abrí la billetera para que viera las flores apachurradas que venían en su interior–. Estás las planté yo, si quieres más te puedo llevar a mi casa para que elijas las que más te gusten o puedes quedártelas todas, son tuyas. Las cuidé mucho porque mi mamá dijo que con ellas te conquistaría, tuve que pedirle a mi maestra las semillas y esperar mucho para que crecieran pero son bonitas y valió la pena, la maestra dijo que ellas y el amor eran iguales aunque no supe 12
a qué se refería. Entonces –tomé aire–, ¿podrías aceptarlas? Y con ellas ¿podrías aceptarme como el hombre que te protegerá por siempre? Seguiré trabajando con el señor de las ruedas para darte más billeteras y buscaré más semillas para tener más flores. Alimentaremos palomas también, por alguna razón el señor cree que es importante hacerlo. Julia comenzó a llorar y a hacer ruidos extraños, como si en su garganta se estuviera ahogando un pájaro, cubrió su cara con sus manos e incluso así las lágrimas traspasaron sus dedos mojándole el dorso. – ¿Julia? –su madre apareció tras ella entre el hueco de la puerta y al ver que estaba llorando la volteó y apretó contra su pecho, llevó sus ojos hacia mí. – Yo… –se me secó la garganta y tuve la sensación de que estaba a punto de acompañar los sollozos de Julia con los míos, me sentí culpable de hacerla sentir mal– Lo siento. No quise lastimarla. Corrí lejos de ahí apretando la billetera y las flores tan como lo hizo la mamá de Julia con ella. Días después tocaron el timbre de mi casa, al abrir la puerta me encontré a Julia, su mamá la observaba de lejos. Los ojos de Julia se agacharon, toda ella parecía una flor marchita pero respiró y levantó el rostro, me sonrió, llevó su dedo índice de la mano derecha al centro de su pecho, negó con la cabeza haciendo que su cabello se tambaleara de forma adorable y cubrió con las palmas de sus manos sus orejas. Era sorda. Le sonreí, aliviado. Por alguna razón pensé que sería más fácil explicar todo lo que le había dicho en la puerta de su casa con mímica, sostuve mis dedos pulgar e índice en el aire para indicarle que me 13
esperara un poco, corrí escaleras arriba y saqué del cajón la billetera con las flores.Al bajar, ella seguía parada, tenía sus manos tras la espalda y se balanceaba en las puntas de los pies. Estiré la mano que tenía libre, ella puso la suya sobre la mía, era cálida, y le di la billetera cerrando sus dedos sobre ella. Respiré y volví contar sus pecas. Quince. Me llevé el dedo índice al pecho (yo) como ella anteriormente, luego la señalé (te), junté en mis manos pulgar con pulgar doblando los dedos restantes y uniéndolos en las puntas (amo). Se cubrió de un color rojo intenso.
Musgo.
Musgo.
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DENUEDO DE VERANO Sopla o rocía. La ventisca insufla por tus sueños. La llovizna recorre mis esperanzas. Ilumina o aborrasca. La luz conoce tus ojos. Las nubes cobijan mis palabras. Yace o brega. Como para recuperar el denuedo. Como para llenar el teatro vacío. Jovial o verde. Como resuena el conjunto a la orilla. Como imagen modélica de la sinfonía de la vida.
Cortesía de Pixabay
Dianti
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NOELIA
I
ntento en silencio pensar con claridad, me da curiosidad saber si moriría.
Hoy te dije que te quería, y te quiero, te adoro, aunque me asusta tu abrazo y me conmueve tu inevitable acoso, tras de mí, a cada instante, pesando la espalda, doliendo el encanto, la espera me gusta tanto, anhelo tenerte entre mis brazos como cada noche que duermo en el pecho rojo del creador de los dos. Me pregunto si alguna vez serás mío, o mía quizá. Me pregunto si compartirás la locura de mi vida al amar, ¿me amarás? Me pregunto al cumplir el sueño de tenerte si no haré polvo de alegría al saberte vivo, ¿o viva? ¿Quién eres, amada mía? Te espero en silencio, desnuda en la cama, con las manos en el vientre y los dedos en el alma, con el corazón palpitante de esperanza, y una muñeca tuya, chiquita, como tú, tomo su mano, acaricio su piel al quedarme dormida para soñar contigo otra vez.
Pola Viento
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CortesĂa de Pinterest
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R. C.
D I V U L G AC I Ó N
RODRIGO CALAFELL (O LLANTO EN VÍAS DE DESARROLLO) “Everything is holy! Everybody’s holy! Everywhere is holy! Everyday is in eternity! Everyman’s an angel!” Allen Ginsberg
E
l arte es un ente de cambio constante, durante las últimas décadas (durante las últimas vidas) la experimentación se ha vuelto una parte esencial de la creación. Existe una multitud de tradicionalistas (dígase avelinos, dígase snobs) dispuestos a defender la pureza de la forma, propensos a creer que su definición de arte es la más correcta, obviando el carácter maleable y subjetivo al que se adhieren la mayoría de las disciplinas. Hombres que sueñan con mingitorios en exhibición (discusiones de poemojis trepándome por la espalda). Algunos hombres también sueñan, pero no con cosas ajenas, o definiciones. Algunos hombres sueñan con tristeza (algunos hombres son humanos, sólo eso).
Rodrigo Calafell, o Cala, es un poeta mexicano contemporáneo. A través del estilo informal de su escritura y su tono sosegado nos permite replantearnos lo que entendemos como poeta, o poesía, o poema (cito a Roggenbuck: “your eyes are a poem”). La deformación y desestablecimiento de los límites que conforman la tradición literaria; el quebrantamiento de los estándares. Pocas pretensiones, kitsch enervante y cursilería desmedida. “Juro que en la tarde estaba seguro de que este iba a ser un poema de amor”.
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Calificar al trabajo de Calafell como underground no es muy acertado. La esencia del mismo se encuentra en una intersección bastante extraña que existe entre la poesía, la cultura popular y los memes. Incluso enmarcarlo en la alt-lit resulta un poco escaso. Su página tiene más de veinte mil seguidores y su trabajo es constantemente compartido por las redes sociales, pero la discusión con respecto a su poesía es escasa o nula. Los libros que ha producido de manera independiente ni siquiera se pueden piratear. Algunos de ellos son gratuitos, pero la única manera en la que se puede obtener toda su obra es comprándola directamente con Cala y depositándole en su cuenta bancaria. La mayor parte de su popularidad se debe a los macros que sube en su página, pero su producción literaria también es meritoria de reconocimiento. Muchos de sus textos vienen acompañados de vídeos, la calidad de los mismo varía salvajemente, la intencionalidad de su deficiencia es obvia y sin embargo no le restan en lo más mínimo a los poemas. El autor opta por la estridencia visual como una herramienta más en sus creaciones multimedia. La voz de Cala se pica en las orejas, se acurruca un poco mientras habla de días tristes, tal vez nos encontramos ante la presencia de un cantante de emo reencarnado en el cuerpo de un poeta universitario. Eduardo Makoszay dice lo siguiente con respecto a su producción “El interés por Cala deviene de la necesidad de reflexionar el momento específico, aunque sea de una forma aparentemente ingenua, logra resonar con las personas que comparten su contenido”. Calafell evoca la tristeza en un formato fácil de digerir, las complejidades detrás de su poesía existen a través de nosotros y nuestros zapatos. El préstamo de extremidades como medio de transporte onírico y otras tantas cuestiones inconsistentes de day dreaming. Pensamos en alguien más, la nostalgia delgada que se niega a doblegarse (“esto no es 20
Jesús Degollado
poesía, sólo te extraño”). Cala cuenta con un juego lírico desmedido que se difumina entre versos sobre Alejandra Guzmán, lenguaje soez, omisiones (la ironía de buscar sinónimos para la palabra rebuscado) y expresiones puras de angustia repartidas en un ritmo acelerado. Existe disonancia en su tono, se cuela entre la simpleza superficial de sus poemas, los errores ortográficos abundan y se mimetizan, el subtexto toma forma lentamente, en ocasiones puede ser escueto, pero bien lo dijo Shakespeare: “la brevedad es el alma del ingenio”. Puede ser que sus poemas sean sets acústicos. La sensación stripped-back entretejida da vida e impulsa un cuerpo completo. 21
Nos permitimos empujar las concepciones abstractas de lo que conocemos, nuestros estándares académicos y pre concepciones anticuadas se quedan en segundo plano, se deshacen. Recordamos que en ocasiones nos sobran las palabras y gritar parece una opción sensata. Dejamos de divagar con respecto al contenido de una lágrima; solamente lloramos. “No sé qué voy a hacer contigo, pero lo voy a hacer triste”.
Nicolás Pacheco
Bibliografía: Crunk Juice – Steven Roggenbuck Cuando amaba a gaviota – Rodrigo Calafell Julio, 2017 – Rodrigo Calafell
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UN NIDO DE ADORACIÓN A SALVADOR DOMINGO FELIPE JACINTO DALÍ DOMÉNECH.
¿Qué es verdaderamente un artista? ¿Cómo podría alguien mere-
cer o no este título? Yo no sé de arte pero sé de sentimientos.Y no sé si para ser artista se tenga que ser reconocido pero sé que no hay necesidad de una comercialización, hay necesidad de una ola, un fuego, un terremoto interno. Por ello el nombre de Salvador Dalí ha pasado a la historia. Pasaron nueve meses y diez días desde que el primer Salvador Dalí, murió; uno nuevo, como un fénix, renació de las cenizas el once de mayo de mil novecientos cuatro en Figueres, Gerona. Quizá la grandeza de este hombre se debió a que ya tenía a un antecesor al que superar, sino superar, sí hacerle honor y vivir todo lo que él no pudo. Sobre este hermano muerto a los siete años, Dalí escribió que parecían “como dos gotas de agua”. No puedo imaginarme la extraña especie de expectativas que sintió indirectamente Dalí al ser el segundo dueño de ese nombre, sin embargo, sus padres los consintieron y mimaron para hacerle notar lo mucho que lo querían por quien era… ¿Y quién era Salvador Dalí? "A los tres años quería ser cocinero. A los cinco quería ser Napoleón. Mi ambición no ha hecho más que crecer y ahora es la de llegar a ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte, esto es muy difícil, ya que, a medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de mí" escribió en su autobiografía: La vida secreta
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de Salvador Dalí (1942). Si bien, creo que la frase por sí sola lo define, me gustaría explicar mi punto de vista que se reserva el derecho de ser comentado, criticado y apoyado en lo que sin duda espera ser una discusión intelectual. Es Dalí una figura de un carácter monumentalmente excéntrico e ideas lo suficientemente magníficas como para reducirnos a simples pelusas bajo el sillón, y sí, Dalí demostró ser arrogante y egocéntrico teniéndose por encima de cualquiera –cosa bien merecidapero me gusta pensar, que como todos, uno de sus deseos fue el de la aceptación de la diversidad. Él mismo nos muestra un ejemplo de qué tan asombroso es el mundo cuando uno es lo que quiere ser.“Llegar a ser Salvador Dalí y nada más”. Cuando estudió en la escuela de Bellas Artes de San Fernando ubicada en Madrid, fue expulsado por lo que se llamó: subversión anarquista, fue además arrestado pasando un corto lapso en la cárcel a los diecinueve años. De cualquier forma, volvió a ser admitido en la escuela tan sólo para volver a ser –ahora si definitivamente expulsado- por su excentricidad; según se cuenta, en un examen, le pidieron que hablara sobre Rafael Sanzio (pintor renacentista italiano) a lo que él respondió, con aquella seguridad, aquel carácter, y libertad que lo sigue envolviendo: "Me es imposible hablar de ese sujeto delante de los tres profesores, porque yo sé mucho más sobre Rafael que todos ustedes reunidos” ¡Qué maestría, señor Dalí, la de admitir que ser joven no significa ser tonto! Los artistas son un campo desconocido tanto para la ciencia como para la psicología, fuera de cualquier límite está el pintor con la cara manchada de colores, está la bailarina con el masoquista dolor en los pies, el actor descubriéndose a sí mismo debajo de las máscaras de sus interpretaciones, el músico dejando atrás los demás sentidos que no sean el oído y el tacto para crear la perfección, el escritor enterrado en un sinfín de conocimiento con hojas, tinta e ideas manchando el mundo se su cabeza. Dalí representa la locura y la locura representa al arte. Como Dalí, 24
nadie, pero no buscamos un mundo lleno de gente producida en masas, buscamos la libertad de lo que es diferente.
Anthony Armstrong-Jones
Musgo
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C R E AC I Ó N
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K. M.M. K. K.M.
C R E AC I Ó N
RITUALES SAGRADOS -SOÑARCansada caigo rendida y cualquier superficie se vuelve cómplice de mi ritual. Se me anochcecen los ojos a pesar de ser aún medio día mis manos se disuelven y la pesadez de mis pies desaparece mis pensamientos se esfuman y he muerto. Del vacío, nace un nuevo sol y soy lo que jamás he sido pertenezco a la mafia y la NASA me convierto en genocida pirata, filibustero y usurpador viajo en dinosaurios por aire, mar y tierra. Escribo poemas y canciones, bailo entre las estrellas, soy la primera navegante de Tsunamis y la última de la resistencia, huyo de malvados vuelo, me tropiezo, caigo, llego al suelo y sigo cayendo.
Me disuelvo, desaparezco, me esfumo.
Más profundo, caigo… Y de pronto despierto, dejo de soñar.
Ibi Wiarco
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SER AMADO
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ara cada roto habrá un descosido, y en el plan del cielo de un momento a otro hallarás el amor verdadero. Nos han enseñado desde siempre, o por lo menos a una niña como yo, que hay un príncipe esperando, que sí, besaremos muchos sapos, pero vale la pena esperar para vivir feliz por siempre. No me proyecto ni mucho menos, pero, ¿qué pasa con el que se quedó sapo porque su princesa no llegó a besarlo?, ¿y ese que está tan roto que parece que nadie está tan descosido como para amarle?, ¿qué es del que nunca ha sido amado?, ¿acaso amará? …Hubo una vez un hombre que al caer el crepúsculo se sentaba en la cama a escribir una carta dedicada a la mujer de su vida, “querida mía”, -le decía-, aún no te conozco, hermosa, y ya te amo, ¿dónde estás, es que no te han llegado mis cartas?, tranquila, enviaré una lechuza con ellas para que las leas todas. ¿No crees que es romántico?, lo sé, lo sé, quizás algo anticuado…-. Todas las noches sin falta le dedicaba sus versos para no sentirse solo y alejar las pesadillas de gritos agónicos que lo acosaban al cerrar las ventanas: ella era su calma. Su cabello, imaginaba, era largo y negro, sus ojos café dulzura, sus manos de satín, pequeñas, tan suaves, y su sonrisa, ¡oh! Su sonrisa, era lo más bello que se hubiera jamás contemplado; sencillamente perfecta, tanto, que la perfección misma se ponía de rodillas a las plantas de la virgen pura que vivía en la mente del muchacho taciturno, quien prefería el aroma a grafito que el frío teclado, el que amaba terminar con los dedos de letras manchados, ese que al final de la carta firmaba: -con amor, tu fiel enamorado-. Y luego las 28
cantaba al viento en un susurro lento y delicado, como si cada noche le hiciera el amor por primera vez; teniendo el cuidado de no lastimarle y asegurar cada segundo fuera inolvidable. Luego guardaba las cartas en un cofre sobre el escritorio, en seguida, al irse a acostar la veía acurrucada entre sus brazos bajo el edredón verde sobre el que solía extrañarla. ¡Le pensaba tanto, pero tanto! Se olvidaba incluso de comer o ir al trabajo, sólo Dios sabe cómo habrá hecho para sobrevivir. La había buscado en los callejones, los parques, los pasillos de la biblioteca, en la plaza, entre las sábanas blancas, sin embargo, regresaba una y otra y otra vez decepcionado a casa tras haber conocido sonrisas efímeras, semblantes brillantes, el placer… pero no a ella. Cada día que pasaba se sentía más desdichado y desesperado sin saber qué le depararía el destino. Era tal su ansia de amar, pero tan necia su visión, que a poco se fue quedando solo. Se “enamoraba” de cualquiera que pudiera remotamente parecerse a su querida, sin saber que estaba a cada paso más lejos de su anhelo. Daba tras pies aceptando cada alma que en sus brazos marchitos cayera; como un niño que atrapado en cuerpo adulto juega a ser maduro cuando en realidad desea simplemente ver su capricho realizado; ¡sabía tan poco de la vida!, pero, ¿en realidad, quién sabe algo de ella?, es decir, cada persona bien o mal decide cómo invertir su existencia esperando no equivocarse, por supuesto, pero hay de modos a modos, y a veces, somos nosotros mismos los responsables del dolor que nos atormenta, inculpamos a otros bajo excusa de ser “perfectos”, porque lo somos, ¿no? –. Para el hombre del que relato así era. A pesar de despreciarse a sí mismo por no encontrar a esa mujer tan especial, la miseria le carcomía cual cáncer el alma. No somos perfectos, nadie lo es, pero eso es lo que nos hace hermosos y humanos, por eso vivimos, por eso lloramos, por eso reímos hasta que la garganta duela, y cantamos a todo 29
pulmón nuestra canción favorita casi como un himno a nuestra propia esencia, por eso, porque somos humanos, reímos y lloramos, por eso amamos, ¿el que nunca ha sido amado, acaso, amará? Cierta tarde de octubre bajo un prematuro viento invernal el hombre decidió liberarse del encierro aprovechando que debía resurtirse de víveres para los siguientes días, iba pensando en su ella y sin quererlo, en vez de sus pies llevarle al supermercado, le condujeron a la banca de un parque cercano, pues a Querida le gustaría que se relajara; apenas unas horas antes sus fantasmas le había torturado presagiándole la definitiva soledad; y lloraba lágrimas de hielo, sus párpados rojos estaban quemados y sus ojos llevaban la irritación de no saber cuál camino tomar al estar anclado al piso. Tenía la mirada perdida en el infinito apacible, cuando de pronto una ciclista loca pasó a toda velocidad frente a él, sacándole de la ensoñación al atentar contra sus pies con sendas rodada veintiséis que zigzagueaban por el parque, quizá se dirigía al colegio o algo, porque de su mochila rosada cayó un pequeño libro de pasta azul ya algo maltratado. Un impulso hizo poner de pie al muchacho, que recogió raudo el ejemplar al mismo tiempo que echaba a correr tras la furiosa bicicleta, la persiguió por varias cuadras, pero ella no se daba cuenta y las piernas del hombre no resistían demasiado. ¡Total! Jadeante y curiosamente sonriente volvió a su sitio en la banca, con el pequeño azul bajo el brazo; sin poder resistirse hojeó el tomo: “Momo, Michael Ende”, y en portada el dibujo de una nena de cabellos rizados con un largo abrigo y falda con cuadritos de colores, parada en medio de lo que parecía pasto seco con algunos bloques grises y una escalerita de los mismos, al contrario que él, ella no sonreía, ¿por qué no sonreía?, intrigado se acomodó el saco, cruzó las piernas y leyó: “En la noche brilla tu luz. De dónde, no lo sé. Tan cerca parece y tan lejos. Cómo te lla30
mas, no lo sé. Lo que quiera que seas: luce, pequeña estrella”. El pequeño verso de canción irlandesa le hizo cosquillas a ir al primer capítulo: “En los viejos, viejos tiempos cuando los hombres hablaban todavía muchas otras lenguas, ya había en los países ciudades grandes y suntuosas”. ¡Devoró el primer capítulo, y el segundo y el tercero, saboreó el cuarto y estaba emocionado como nunca antes un libro le había provocado!, por la mitad del quinto notó que oscurecía, pero no le importó: con las farolas de la calle caminó tan rápido como pudo sin dejar de leer, al llegar a casa encendió la chimenea, se sentó en la alfombra y el fuego danzante lo acompañó las horas siguientes. Alimentaba con cierta frecuencia la flor roja pues no quería soltar el librito que aparentemente infantil le tenía fascinado y además le hacía pensar. Por la madrugada llegó a la última palabra, abrazando el azul contra su pecho frunció el entrecejo recordando pedacitos de lo que había leído: “Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana.Todo el mundo participa en ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se ponen a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo”, “nadie sabía apreciar tan bien el valor de una hora, de un minuto, de un segundo de vida”,“para vivir de verdad hay que tener tiempo. Hay que ser libres”, “el tiempo es precioso - no lo pierdas. El tiempo es oro - ahórralo”. ¿Qué significaba todo aquello?, ¿por qué la insistencia con el tiempo, la vida y la libertad?, es más, ¿por qué alguien ahorraría su tiempo? El joven estaba confundido, muy confundido, entre más vueltas le daba al asunto más le dolía la cabeza hasta llegar al punto en que decidió mejor irse a dormir, cuando despertara quizá las cosas serían más claras. Pero al siguiente día no halló la respuesta, ni el que siguió de ese, ni el de después, ni una semana más tarde o dos, a pesar de que la tenía corriendo entre los dedos… tiempo, tiempo, vida, vida, LIBERTAD… 31
Olaya Valle. Cuando comenzaba la tercer semana tomó el libro dispuesto a leerlo por segunda vez para ver si así las preguntas obtenían respuesta, entonces, antes de llegar siquiera a la primera página notó un detalle que en la primera no: el librito tenía nombre, ¡tenía nombre y dirección!, ¿por qué?, ni yo lo sé, pero las tenía, ¡quizá la dueña del libro sabría las respuestas, debía buscarla, quería buscarla, iría esa misma tarde! 32
Decidido y emocionado se arregló muy elegante, peinó su cabello, lustró los zapatos, entonces salió de casa llevado por una guía para sonsos, léase “GPS” a la dirección de la chica misteriosa. Al llegar frente a la puerta indicada, la adrenalina recorrió grumosa toda su humanidad, respiró profundo y tocó el timbre sosteniendo el librito entre sus manos sudorosas de nerviosismo. Desde dentro, una voz femenina gritó que abría en un segundo, luego se escucharon pies precipitarse escalera abajo y los mismos correr por el pasillo; giró la perilla y una chica desaliñada se dejó ver sonriendo tras la puerta -¿Quién eres?- cuestionó algo confusa-, nunca te había visto-. Y el joven simplemente extendió las manos mostrándole el pequeño azul al lograr sólo preguntar si podía pasar, ella hizo un gesto al reconocer su libro, se apartó de la entrada y le pidió acomodarse en la sala. Una vez estuvieron sentados uno frente al otro, el hombre, sin mayor delicadeza o siquiera presentarse le habló cómo es que tenía el libro y contó por qué la tardanza en buscarla para devolverlo; quizá hablaba demasiado rápido porque la joven tan sólo pudo hacer una mueca cuando llegó a la parte de las preguntas que tanto le acosaban, saltó de su asiento hasta él, se hincó mirándolo a los ojos: -Respira, por favor-. El toque de su aliento era helado pero delicado; como menta acariciando la garganta. Quedó atónito. Entonces, ella respiró con él-, ¿mejor?- dijo sonriendo, el hombre sólo asintió y comenzó de nuevo, pero ahora con mucho más cuidado, había algo en esa muchacha despeinada que le inspiraba confianza, incluso le habló de Querida, sorprendiéndose de sus propias palabras. La mujer lo detuvo cuestionando si de la que hablaba era real, es decir, si lo era por qué no respondía sus cartas, por qué sólo imaginaba cómo era su cuerpo o qué tan bien pensaba, ¿quién era ella? No supo cómo responder a todo aquello pues la joven parecía no entender; ¿real? –Era real-, ¿por qué no 33
contestaba sus cartas? –Porque no le habían llegado- ¿Por qué nunca la había visto? –Porque, porque… ¡porque sí!- ¿Quién era ella? –El amor de su vida, por supuesto- ¿Qué si era real?... ¿acaso, lo era?, ¡¿Era real?! Olvidándose de dónde se encontraba, el muchacho comenzó a llorar desconsoladamente, era obvio, ella no era real, ¡sólo un invento de su mente!, ¡no era real! ¡Oh dioses, no lo era!, pidió disculpas sollozantes y salió del lugar corriendo: ¡No es real! ¡NO ES REAL! Fue hasta su casa por las cartas del cofre, se sentó en el alfeizar de la ventana, frente al espejo con ellas en la mano; leyó cada una en voz alta ahogando en sal sus propias palabras al tirar al suelo en cada punto final las hojas arrugadas de papel:“Mi amor, te extraño, ¿dónde estás?”,“Querida mía, te soñaré esta noche”, ”Cuando vuelva del trabajo te escribiré otra carta, ¿qué dices?”,“Me gusta tu sonrisa, adoro tu pelo, ¡qué hermosos ojos tienes!” –qué hermosos ojos tienes. Qué hermosos ojos...tienes-. Al llegar a esas líneas, se levantó furioso destrozando la carta con rabia, fue hasta el espejo harto de lo que estaba pasando y, de un fuerte puñetazo golpeó al reflejo en la cara haciéndolo dividirse en montones de fragmentos que lastimaron sus nudillos al tiempo que se esparcían por el suelo. …Tiempo, tiempo, vida, vida, libertad… Se miró en los trozos que resistieron en el marco y nuevamente recitó: Me gusta tu sonrisa -,se sonrió-, adoro tu pelo -se acarició desde el primer hasta el último cabello con el tacto sudoroso en las ásperas puntas-, que hermosos ojos tienes -, y los abrió tan grandes como pudo riéndose de la propia imagen. Estaba teniendo una catarsis en aquel justo instante: cerró los ojos, los abrió más grandes, apretó sus labios y expulsó una carcajada, su llanto ya no lo ahogaba, al contrario, estaba expulsando el mar 34
de su interior para reencontrarse. Rió, rió muy fuerte hasta que no pudo más y se tiró en el suelo, junto a los vidriecillos. Al fin lo comprendía todo: tiempo, el que nos queda y no debemos ahorrar. Vida, la que es deber disfrutar. Libertad, de uno mismo, para no perder el tiempo y comenzar a vivir. No estaba dispuesto a sufrir más, no más. Querida dejó de existir, rompiendo las cadenas. Entonces, el hombre que nunca había amado: amó, se amó nuevamente y por primera vez, pues ese era el único sedentario que viviría por siempre, ahora estaba listo para dejar ir y comenzar a recibir. Rompió el resto de las cartas, las echó juntas al fuego, recogió las cenizas y las lanzó al viento: letras viajeras de una clave enferma que irían por el mundo a hundir a otro y hacerle levantar con más fuerza. Al siguiente día, el hombre visitó a la muchacha y al pequeño azul, cuando ella abrió la puerta, la abrazó, dijo su nombre y dio las gracias porque las cosas habían sucedido justo como debían ser, ni más, ni menos, le contó sobre las cartas y el espejo. Ella sonrió y correspondió el abrazo, había un peculiar brillo en los ojos de ambos. “…Pero el tiempo es vida, y la vida reside en el corazón…”. (Momo, Michael Ende) Pola viento
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CENTELLA VENTANILLA Veo las luces del cielo atoradas me pregunto si Dios lo entiende nubes cruzándose/evadiéndole la palabra lluvia como punto de fuga nado sincronizado a tres piezas paloma acurrucada por la piscina lección por inmersión y dedales hombre resurrecto de cicatrices recubiertas en cloro y tornasol tornasol tornándose chico tornados chicos / vino tinto hombre alado / desangrado salvavidas cruzando en crisscut barbed wire alcanzando a un joven barbado corona de espinas un cactus pequeño en la superficie del agua llamar a una ambulancia olvidar la marcación evacuar el espacio tormenta/turbulencia la virgencita pintada en algún lado del balneario (comprobar que Jesús ya venía agujereado). Nicolás Pacheco
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SIN TÍTULO
C
ontinúo pensando en todo lo que pudimos llegar a ser, todo lo que pudimos llegar a hacer. Imagino la armonía de un violín de fondo, acompañado con risas prolongadas y pequeños respiros entre sonrisas. Los dos tomados de la mano o abrazados mientras acaricio tu cabello que crece tan rápido como mi amor hacia ti, de a poquito. Me concentraría en tu cuello, contando cada lunar que tienes y cómo tu cabello ondulado (ya más largo) los esconde. Por tu parte, acariciarías mi mejilla, mientras me dedicas otra sonrisa, tus labios se harían largos y delgados, y tus ojos se iluminarían tanto como lo hace la luna por las noches. Nos diríamos “te amo”, sabiendo que las palabras quedan pobres con todo lo que llegáramos a sentir, mas no lo sentiremos. No seremos, no haremos. Los sueños terminarán como nosotros: olvidados.
Ambigua
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LAS PUTAS NO TENEMOS DERECHO A AMAR
“Me llaman calle de malegría, calle dolida calle cansada de tanto amar…”. -Manu Chao
L
a tarde era gris y lluvioso el día, frente a mí, del otro extremo de la acera se dibujaba la figura del protagonista de este relato. Vestía una playera triste, de un azul tan opaco como el cielo. Bajó de su motocicleta negra y mientras se quitaba el casco pude ver lo ancha que era su espalda y sólo escuché a Mónica decirme: “Dalia, no te vayas a enamorar que con él no se puede”. No sé de qué va el amor, aun siendo inexperta en el sentimiento me dispongo a hacerlo si así lo han de pedir. Me entrego por completo sin temor a caer de bruces contra el asfalto, pero nunca había dolido tanto la caída, en esta vida de calle. Ahora sé que debí escuchar con más atención lo que Mónica tanto se empeñaba en decirme, pero aun haciéndolo, me habría dispuesto a correr el peligro. Antes de que terminara el día, creí haberme enamorado casi sin querer. Era perfecto, seré vaga al describirlo por miedo a que conozcas mi secreto más de lo que estoy dispuesta a enseñarte. Tenía un nombre poco usual, de escritura extraña y pronunciación aún más anormal. Dije tantas veces su nombre que de no ser mi voz 38
la que lo pronunciase no sabría que es a él a quien llaman. Con él aprendí a sujetar la mano ajena y acariciarla tiernamente, a preguntar de la niñez suya y lo mal que iba la vida, aprendí a contar mis tristezas con lujo de detalle y a sonreír mientras era escuchada, a encontrar consuelo en la mano que sujeto y a consolar el alma besándole las cicatrices, de sus manos tan maltratadas por lo maldita que había sido la vida con ellas. Dalia Dalia Dalia Era lo único que decía y de manera estúpida repetía su voz en mi mente y me disponía a completar lo que nunca fue capaz de decirme “Dalia, te amo”. Aprendí a susurrar por las noches para que sólo él pudiera escucharme. Aprendí a no abrazarlo nunca y no besar sus labios. Aprendí a acariciar su mejilla y después besarla con dolor, como quien quiere más que el perfil del hombre que ama. Me acostumbré a que, de mí, sólo podía besar mi frente y mi cabello, nunca mi mejilla como hacía yo con la suya y mucho menos mi boca, me decían que aquello era demasiado personal, que debía evitarlo, que era por mi propio bien, sin embargo, el daño ya estaba hecho aún sin tocar mis labios. Sabía que llegaba antes de que pudiera escucharlo, dejaba un rastro de amabilidad y asombro que seguía ansiosa hasta ver su figura y hundir mi rostro en su pecho. Ya siendo completamente suya y creyéndolo mío, alguien me dijo que había hecho algo imperdonable.
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No era mi cuerpo el único que alquilaba y no le reclamaba nada. Qué le podría reclamar si no tenía título de propiedad sobre él; es irónico que por unas horas al día llegaba a pertenecerme sin dejar nada junto a la cama al irme, como él hacía cuando se iba después de haberlo dejado todo en un orgasmo. Al final uno termina por aprender que en este medio sólo existe el negocio, el beneficio del dinero y el poder adquisitivo que tiene lo que guardan en el bolsillo trasero del pantalón. Un día no encontré el rastro que solía seguir para llegar a él y supe que tenía que dejarlo ir, no porque así lo quiera sino porque ya se había ido y aferrarme a su recuerdo haría más vergonzosa mi desgracia. Al retirar la venda de mis ojos caí en la cuenta de que no era lo único que limitaba mi vista, estaba tan enamorada que llegué a olvidar el costo que pagaba por tener mi cuerpo.No se le pone un precio al amor sino a la carne. Me conformé con poder ver su perfil bondadoso e ignorar los defectos que se escondían del otro lado de su espalda. El día que se fue, el cielo era tan triste como la playera que vestía cuando llegó. Ahora en mis ratos de ocio imagino que sabe cuál es mi camino y que se esfuerza por evitarlo. Lo sueño. Sueño que camina sobre la misma acera que yo, besa mi frente y lo aparto, que de una vez por todas me dice el adiós que comencé a merecer desde que me enamoré de él. Tal vez lo que quiso decirme Mónica aquel día fue, “Dalia no te vayas a enamorar que con él no se puede, recuerda que las putas no tenemos derecho a amar”.
Karen Miramontes
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VARIOPINTA TOMO II SEPTIEMBRE 2017
42 CEDART “IGNACIO MARIANO DE LAS CASAS”