Variopinta - Tomo VI

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Musgo. Ambigua. Nicolás Pacheco. CEDART Querétaro.


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Todo es subjetivo entre tinta y pensamiento...

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EDITORIAL

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enemos ante nosotros la puerta a un nuevo ciclo, a un nuevo año, una revolución que está naciendo, por eso, este mes ofrecemos a ustedes un atisbo de la explosión de guerra que se gesta en los autores y sus textos, reflejos de un pensamiento en constante latir de expansión, reflexión y presión, pues el tiempo, como las palabras, se han convertido en cuenta regresiva del tramo final de la aventura en que estamos inmersos.

Con amor, el comité editorial.

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ÍNDICE CREACIÓN Tambaleo....................................................................8 Nicolás Pacheco

-Elige-.....................................................................................10 Pola Viento

Remix de Roggenbuck. ......................................................12 Nicolás Pacheco

Palabras al aire III........................................................14 Ambigua La adquisición del doctor Ledesma................................................................15 Nicolás Pacheco De palabras, números, vida, Dios y Victor.....................................................................17 Musgo

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Antonio Reyes CEDART Querétaro

CREACIÓN

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TAMBALEO Un concertista de manos terrosas se decide a tomar su vida. Los golpes enteros del mundo entonan una melodía resarcida, la unión deshilada contra el astillar de las campanas. Cruza sobre un puente peatonal de olores dorados, sus manos seguirán doblándose con el frotar del aire. Desintegrado todo / todo / todo/ todo / el temblor pareado de la lumbre. Un niño de pies quemados camina con su madre. Puede ver la carretera apilándose sobre sí misma imitando al aliento cortado de los faros. El sol se eriza en las esquinas de las paredes como los quistes y las salamandras. Está preparado para lanzarse al ritmo rojo de los autos, pero antes de decidirse un chico se acerca, saca una navaja. Agobiado / atónito / agobiado / atónico / agobiado / afónico. El cielo es una incisión a quemarropa de tonos húmedos. Su espalda magra se llena con carmesí, de costado a costilla.

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El resto de los animales no conocerán nunca el nombre de sus hijos. Siente los espasmos difuminados de los días En los hospitales se ahuecan los días / todos dormidos / duermen mucho. Un concertista de dientes negros está situado en el inmueble. Trae consigo el mirar torvo de la maleza crecida. Un concertista de ojos amarillos está sitiado en el inmueble. Lo delatan sus dedos de hombre callado. (Por favor, espere un momento e inténtelo de nuevo).

Nicolás Pacheco

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-ELIGE-

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os ancestros inventaron el tiempo, -la naturaleza fue relegada a un recuerdo- por eso el hombre ajustó sus tareas al aparato que aprisiona su muñeca derecha, lo marca: lastima. Del desafortunado evento nacieron lástima y deber, a algún ente se le ocurrió engranar la vida, decidió hacer la subida una carrera contra el tiempo, una estúpida línea recta en que se llega a la cima con casco, rodilleras y un título universitario; todo ello se convirtió en una serie de pasos al éxito, una serie de pasos del deber: - ¿Nacemos con la deuda o la adquirimos el primer día de escuela? - Somos como esclavos de raya, matando el intelecto y la creatividad a cambio de un kilo de frijoles y un poco de pan, acrecentando la deuda de la familia, pagando los errores de nuestros padres, andando por la zenda que pies ajenos se han encargado de arañar. El deber es una cuenta pendiente, la pendiente conduce a dos caminos: arriba y abajo.Arriba está al final y abajo al inicio, porque resulta que al nacer el primer sitio que miramos fue lo alto de la montaña, el presagio del destino, y al ser arrancados del vientre lloramos pues tuvimos la sensación de pérdida por primera vez; la visión hermosa de la cima fue sustituida por madrazo al terminar en faldas, la caída nos prepara para la escalada correspondiente al tiempo que se nos ha asignado. Lo peor de todo no es sabernos esclavos, sino, estar contentos de mirar la sangre que escurre del grillete, pensar que podemos llegar a la felicidad siendo conducidos, cimentados, pavimentados como las calles sucias de la ciudad futura. Desespera no encontrar el modo de botar las correas del casco y rodilleras, conforme más se tira, más se ajustan, pero si se deja de tirar se encarnan, tal vez lo mejor sea cortar los brazos, o la cabeza, o las rodillas, o la mente que está más protegida que el exterior del cuerpo. Pareciera, lo sé, que no hay esperanza de elegir, sin embargo, mientras 10


se avanza por la barra transportadora subiendo gradualmente, de vez en cuando alguien gira en torno a su eje, nota un arroyo que corre en la linde del camino, el aroma de la tierra siendo empapada le seduce, se le antoja, desea sumergirse y probar la libertad que emerge en el fango del fondo. No logra despegar la mirada del agua, le llama, le llama, entre más le llama se siente morir, la esencia de su humanidad le abandona -Duele-, todo está bien, las cosas pueden mejorar, eso cree, -cierra los ojos apretando los párpados, arrugando la nariz, sus labios aparentan una sonrisa- Le han disparado por la espalda, al ir cuesta abajo el arroyo se ha convertido en río; el cuerpo se desliza suavemente, la sonrisa que le acompaña es completa. Ahora es feliz, ahora no debe absolutamente nada. Como ese, otros, salidos del ensimismamiento por el estruendo tenso contemplarán el cadáver sorprendidos: algunos desviarán la mirada, otros, como los zorros y las trampas de oso se arrancarán brazos, piernas, cabeza y mente, sus cuerpos, -solo troncos- se arrastrarán al río, el paisaje se teñirá de hierro, respirarán trabajosos -respirarán por primera vez el aire limpio- Llevando la verdad en los ojos. Entonces, ¿esclavitud o libertad?

Pola Viento

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REMIX DE ROGGENBUCK

Me siento en el pórtico y canto, susurro en el fondo de la lluvia. Controlo la arritmia bípeda del alma, quemo el mimbre y la pintura blanca. Soy del tamaño de una niña muerta de nueve años, imito su voz. Imito la voz de muchas niñas compactadas una tras otra al interior de un edificio que arrastró Katrina. Quiero escuchar a las aves afuera de mi habitación. Sus cuerpos cuelgan de una llanta en el patio de mis padres. Estamos encerrados para siempre en el autobús a Ashland. Tus piernas cálidas llenan un vestido. Esta es la lluvia. Tú eres mi lluvia.

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Pondré mi mano alrededor de este lugar de ejes oscuros. Te tornaré con animales lentos. Te tornaré con melodías calladas. Te tornaré al interior de todos los lugares donde te he deshecho. Te tornaré en las indicaciones abiertas del viaje. Te tornaré a la disolución de los cedros. Te tornaré a la dislexia del Pacifico.

Diez mil marineros leerán mi poesía.

Nicolás Pacheco

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PALABRAS AL AIRE III

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e dice que la luz de las estrellas tarda aproximadamente cuatro años en llegar a la Tierra, si esto es así, es posible que estemos viendo lo último de ella, que ya está muerta; lo que vemos son sólo escasos recuerdos de lo que fue alguna vez una vida. ¿Será por eso que nuestros deseos a las estrellas no se cumplen, porque ya están muertas? Al caer la noche, las pequeñas luces van brillando, diminutas vistas al pasado están con nosotros cada oscuridad, pero pasan desapercibidas. Sólo están ahí para cuando necesitamos un poco de esperanza en nuestra vida y, curiosamente, le deseamos esa esperanza a un ser que ya no existe. Un último recuerdo es compartido con nosotros a kilómetros de distancia, y no lo apreciamos, ni siquiera lo observamos. Un viejo amigo me lo dijo una vez, las estrellas son hermosas porque son pequeñas, nadie piensa en la vida de este ente porque ya hay suficientes linternas como para poder ver por la noche. Aún así ambos seguimos viéndolas, y pensando que esa pequeña luz pueda significar algo de esperanza, porque la estrella, después de su muerte, todavía deja algo de su vida volando por el universo.

Ambigua

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LA ADQUISICIÓN DEL DOCTOR LEDESMA

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n resplandor elástico recorría las paredes. La luz se calmaba y caía en los tramos cerrados del artefacto. Llevaba un par de días tirado en la habitación de huéspedes. Nunca se molestó en amueblarla. No era de esperar visitas. Era un hueco que se alzaba al fondo del pasillo, repleto de nada, decorado con nada, inquieto con nada. El doctor se había decidido a aliviar esta situación. Al pasear por uno de los mercados de su pueblo se halló con un ataúd de espejos. Al acercarse a este pudo ver como vibraba su reflejo. Encantado por su aspecto etéreo se decidió a comprarlo inmediatamente. Hace poco que había podido jubilarse. La pensión decía médico general y la cobraba como tal, aunque esto se trataba tan solo de una fachada. El doctor Ledesma era especialista en el tratamiento de linfomas causados por la ingesta de tardígrados. A estos entes cámbricos generalmente se les llama osos de agua. En ocasiones, cuando estos confunden el vacío del espacio con la oscuridad absoluta de nuestras fosas sépticas, terminan en el agua. Las plantas de filtración casi siempre son capaces de atraparlos y revenderlos. Generalmente tratan con los militares, quienes tienden a emplearlos en la tortura de disidentes. Algunos másocas gustan de consumirlos para experimentar los efectos psicotrópicos de la intoxicación. Suelen hablar sobre el espíritu y la esencia del mundo llenándolos lentamente, aunque generalmente solo se trataba de una inflamación severa en todas las glándulas del cuerpo. Generalmente perdían el control de sus vías urinarias tras un par de horas, he ahí la explicación para el calor de la tierra envolviéndolos sú15


bitamente. El doctor estaba seguro de que no se encontraba ante un ataúd de espejos, sino ante un ataúd de tardígrados. Lo inspeccionó detenidamente con la ayuda de un microscopio que aún conservaba en el estudio. Podía ver distinguir perfectamente a los osos; la simetría del cuerpo, sus dorsos convexos y los minúsculos filamentos que los cubrían. La variedad ante la que encontraba carecía de uno. No contaban con ninguna clase de pelo. Incluso guardaban cierto parecido con las hormigas de fuego. Estaban perfectamente entrelazadas y su resistencia no se vio alterada en lo absoluto cuando el doctor intentó separarlas con un picahielos. Picó una vez. Dos veces. Tres veces. Picó con todas sus fuerzas y no logró hacer ni una muesca. Se dio la vuelta para buscar su taladro. Escucho un ruido, un eco ensordecedor que crecía rápidamente, un rugido como el de las bestias de montaña. Giró de nuevo y se encontró ante la figura de un oso translucido, no era un oso de agua, era un oso, un oso transparente ante el que rebotaría cualquier incendio. El doctor dio un paso para atrás y se tropezó contra sus herramientas, siguió retrocediendo torpemente. Una garra lo alzo rápidamente, lo suspendía en el aire, lo ahorcaba. Otra garra se introdujo por su garganta y se deshizo en sus entrañas. El doctor empezó a sentir el calor de la tierra, envolviéndolo súbitamente.

Nicolás Pacheco

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DE PALABRAS, NÚMEROS, VIDA, DIOS Y VÍCTOR

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e supone que tengo que prestar atención a aquellos labios rosáceos que tratan de ayudarme. De los labios se asoman un par de dientes excesivamente blancos que me hacen recordar el resplandor de mi celular cuando lo prendo por la noche para ver la hora. La lengua que llega a visualizarse tocando aquellos dientes o rozando los labios es hipnotizante a tal punto que siento la necesidad de capturarla con la mirada en cada aparición. – ¿Me estás escuchando? No, pero te pongo atención, le digo únicamente con los ojos. Pienso. La velocidad óptima del habla del ser humano se reduce a la cantidad que se encuentra entre ciento setenta y ciento noventa palabras por minuto, eso quiere decir que tan sólo en una hora deberíamos decir entre diez mil doscientas y once mil cuatrocientas palabras, pero vayamos más lejos y pensemos en grande. La edad promedio a la que un niño habla por primera vez es variable, pero la más acercada muestra que es de los dieciocho a veinticuatro meses, dentro de este rango de edad, el niño o niña contará con doscientas o doscientas cincuenta palabras dentro de su vocabulario y sabrá juntar dos, tal vez tres de ellas para formar una oración simple; pongamos las cartas en la mesa, para los tres años ya podrá hablar aceptablemente y con ello comienza el conteo… Se crea o no, según las estadísticas oficiales morirás alrededor de los setenta y cinco años, si fumas pierdes diez, si tomas pierdes veinte, pero supongamos por un minuto que eres una persona sana desde que nació y que nunca en tu vida has probado si quiera estas dos adicciones, vivirás. Haciendo cuentas con los datos que tenemos, te la has pasado setenta y dos años hablando todo lo que has podido, pero en realidad han sido cuarenta y nueve pues el promedio del tiempo que pasamos 17


dormidos es de veintitrés; así que, si un año equivale a ocho mil setecientas sesenta horas y en cada una de ellas existen diez mil doscientas u once mil cuatrocientas palabras, para el final de tu vida habrás hablado cuatrocientos veintinueve mil doscientas cuarenta horas y dicho de cuatro mil millones trescientos setenta y ocho millones doscientos cuarenta y ocho mil a cuatro mil millones ochocientos noventa y tres millones trescientos treinta y seis mil palabras. Seguramente a este punto te habré hartado de tantos números de forma que romperé eso de pensar en grande y no entraré en detalles sobre cuántas personas viven en el mundo y cuántas palabras dicen ellas todas juntas cada día de su vida, pero sólo pido que imagines las cantidades, cada vez más grandes, cada vez más extensas e impronunciables, tantos números que parecerían haber sido puestos por mero capricho y dime entonces si no te sientes un poco trastornado, dime si no te duele la cabeza. – Siéntate. –Tómate esta aspirina. Me dijeron mis padres cuando les hable únicamente de lo que sentí en mi estómago después de pensar en todo lo anterior y lo mismo te digo: Siéntate, busca algo más fuerte que una aspirina y no le digas nunca a nadie que pensaste en todas las palabras que tendrías que decir para estar dentro de las estadísticas, de tus cálculos, y por nada del mundo cuentes que te sentiste presionado por el temor de no tener nada importante qué decir, jamás admitas que el vértigo de imaginar tanto ruido en bocas de desconocidos te hizo encogerte en el asiento, cerrar los ojos y tratar de olvidar la enormidad del planeta para imaginar de pronto lo gigantesco del sistema solar, lo monumental de la galaxia, lo titánico del universo, visualizarte a ti como menos que un punto en la distancia y si crees en Dios, imaginarlo a él creando todo, todo. – Tengo miedo –expreso por primera vez moviendo mis labios y haciendo brotar mi voz. Mi corazón golpeando como loco me dice que estoy haciendo lo incorrecto. 18


– ¿A qué le temes, Víctor? –los labios unidos a la cara de la mujer con la coleta de cabello tan apretada que le estira las comisuras de los ojos pronuncian mi nombre como si de verdad le importara– Aquí nadie puede hacerte daño,Víctor. No contesto. La psicóloga no puede ayudarme por más que lo intente. No sabe. No sabe que es pequeña aunque se crea tan grande, no sabe que está desperdiciando palabras y contribuyendo al ruido irreal de mis imaginaciones numéricas, no sabe que yo no hablo porque me ahorro las palabras para algo verdaderamente importante y que yo elegiría con cuidado en qué gastarlas, que no se las daría a un chico perdido al cual catalogan como loco de tan callado, al que le obligan a permanecer una hora diaria encerrado en un cuarto de colores supuestamente relajantes para que supere su pánico escénico porque se supone que eso es lo que tiene, ese chico al que su mamá sentada frente a él se la pasaba gesticulándole palabras pues había leído en una de las revistas del salón de belleza un artículo sobre veinticinco palabras que debía saber decir un niño de dos años y él ya tenía cinco. Imagino sus labios, con más carne que los de la señora frente a mí, su labial rojo intenso dejando ver a clara división de donde acaba la piel labial y donde comenzaba la húmeda boca repitiendo: Ma-má, pa-pá, be-bé, le-che, ju-go, ho-la… siempre alargando la primera sílaba, hablándole como si fuera un estúpido por reservarse sus palabras. Era ella la que parecía estúpida. A veces, la cosa se ponía interesante, ya no eran palabras de dos sílabas, sino de tres: Pe-lo-ta, ga-lle-ta, ba-na-na… Y yo me aburría. No pareció conformarse con mi silencio hasta el funeral de mi padre. A los nueve seguía estudiando en casa porque no debía avergonzar a mis padres yendo a la escuela para no contestar cuando la maestra me pidiera una respuesta. La educación se trató únicamente de exposiciones solitarias por parte de ma-má y pa-pá en las que yo confirmaba que entendía moviendo la cabeza afirmativamente, siempre entendía, 19


si no lo hubiera hecho tendría que haber negado y cuando mis padres preguntaran: – ¿Qué es lo que no entiendes? Habría caído en una trampa. Entonces pa-pá murió atropellado por un hombre ebrio al que le dieron dos años en prisión pues su estado se consideró como una enfermedad ya que había tratado de dejar el alcohol y sufría una recaída. Ocho años después, su hijo también cayó en la bebida pero por ser mi mejor amigo lo estoy ayudando a dejarla, lo convencí de fumar en lugar de tomar, así gana diez años, si dejamos fuera la importante cuenta del cáncer. El día del funeral mi ma-má lloraba tanto que la abracé, sentí el salto de sorpresa que dio su cuerpo ante mi contacto, luego gaste mis primeras palabras. – Todo va a estar bien, mamá. Comenzó la cuenta regresiva, tenía todavía cuatro mil millones ochocientos noventa y tres millones trescientos treinta y cinco mil novecientos noventa y cuatro palabras que ocupar en algo que verdaderamente importara y que no fuera una mentira como mis seis primeras.

Musgo

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