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DESDE INTERNET Así es como viven los hijos de María
Francisco Munguía
pero no hacen nada, no se implican en acciones de cambio, de transformación, de mejoramiento de la sociedad en la que se encuentran, como si Dios fuera ciego y sordo a las cuestiones sociales. Por eso Jesús insistía en aclarar que no basta escuchar a Dios, sino que es necesario ponerlo en práctica en la sociedad en la que nos encontramos (Lc 6,47-49; Jn 14,23; St 1, 22-25). Y si Jesús era así, es porque seguramente lo vio y aprendió de su mamá.
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Vivir la Palabra de Dios, «encarnarla», hacerla «carne» en nuestra persona, es llegar a ser «sal de la tierra y luz del mundo». Esto nos dice la Virgen María con sus actitudes, sus hechos, sus palabras. Ella, con «hechos y palabras», nos muestra cómo es una persona «bienaventurada», «beata»; cómo se sintetiza y se armoniza las Bienaventuranzas en nuestra existencia social.
Ella no se escandaliza de Jesús, no abandona el camino de la cruz, por doloroso que éste sea. Nos dice que todo seguidor de Cristo
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MISIONEROS COMBONIANOS
es llamado a recorrer el camino de la vida (Mt 7,13). Ese camino de las Bienaventuranzas en el que se dibuja el prototipo del hombre nuevo: Jesús el pobre, el humilde, el misericordioso, el puro de corazón, el operador de la paz, el justo, el sufriente y el perseguido por causa de la justicia... Esta es la vocación de cada cristiano. La centralidad de Dios en cada acción humana, personal y colectiva, de quien encarna a Cristo en su persona se vuelve la característica principal. No basta hacer el bien, sino que es necesario «llegar a las Bienaventuranzas», es decir, a una actitud de fondo, a un estilo de vida (vida «beata»), esta es la condición para obtener la vida eterna, la plenitud, la comunión de vida con Dios, para ser verdaderamente buenos como Él.
Sentir a Cristo como una persona viva
La Virgen María, con hechos, nos dice que es fundamental conocer la voluntad de Dios así como es, sin maquillarla, para ser buenos; que seguir a Cristo, no consiste solamente en reconocerlo como maestro y modelo, sino en compartir su vida, sentirlo como una persona viva, presente y determinante en la vida de cada uno. Implica establecer una conexión profunda y estrecha entre la fe y la vida, sería absurdo separar nuestra vida del seguimiento de Cristo.
Ella nos muestra cómo caminar y seguir, hasta las últimas consecuencias, el único camino trazado por Dios mismo: Jesucristo. Cómo mirar los acontecimientos y comprenderlos con la mirada de un corazón donde habita Dios. Cómo comprenderlo para ser contados entre aquellos que recuperan la vista, quienes oyen y hablan, quienes recuperan la capacidad de caminar, quienes vuelven a vivir y dejan el lugar de la insensibilidad… cómo seguir los trazos de la Sangre de Jesús y cómo hacer de Él nuestro «Pan de cada día».