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EVANGELIO, IGLESIA Y SOCIEDAD
El cristiano no promueve la violencia
El profeta dice que si te encuentras con Dios y crees en Él, entonces comenzarás a transformar tus «espadas y lanzas en arados y hoces». Es decir, en lugar de existir como las «bestias salvajes», que sólo se defenden o atacan, comenzarás a vivir de manera más productiva y benéfca para ti mismo y para quienes conviven contigo. Tu vida será un bien, y no un peligro o amenaza para los demás y para el entorno.
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Cuando empiezas a vivir desde esta perspectiva, entonces no tienes razones para convertirte en un «guerrero», es decir, no tienes porqué «adiestrarte» para la pelea. De hecho, quien conoce a Dios renuncia a la confrontación y a la violencia en todas sus manifestaciones. En este sentido, el creyente se vuelve promotor de la paz, que nace del encuentro con Dios.
Pero, ¿por qué promoverla?, ¿por qué cultivar en el ser humano una manera pacífica de convivir? Por razones muy simples: porque la paz es la prioridad de Dios en la persona y su entorno; porque es «el anhelo más profundo de todo ser humano» (cf Pacem in Terris [PT] 1); porque es lo que busca todo individuo, incluso el más violento. Por eso, Jesús dice a sus discípulos que, al entrar en cualquier lugar donde haya seres humanos, comiencen por llevar la paz (cf Lc 10,5-7). Esta recomendación de iniciar pacificando a las personas que se encuentran en los lugares donde vivimos, nos ubica en el realismo de la convivencia humana y de la misión, ya que ningún proyecto, iniciativa u obra puede realizarse y funcionar, si quienes están involucrados no están en paz, si están defendiéndose o atacándose entre ellos, es decir, si la violencia es la manera normal de convivir y de resolver los conflictos.
Aprendimos a ser violentos
La cotidianidad nos dice que casi todos, de una u otra forma, utilizamos la violencia para convivir. Que la defensa o el ataque son actitudes y comportamientos muy comunes en las relaciones con los demás. Basta mirar cómo nos agredimos física y verbalmente, cómo nos ignoramos o competimos buscando siempre ganarle al otro, cómo nos tenemos miedo o infundimos temor, cómo nos amenazan o amenazamos, cómo buscamos aprovecharnos unos de otros, cómo pelear con los demás es lo más normal en nuestra convivencia.
Pero, ¿por qué somos así?, ¿por qué consideramos normal la convivencia agresiva? Tal vez porque hemos sido forjados en «escuelas de violencia». Es decir, hemos nacido y crecido en espacios donde se nos fue «cultivando» un modo represivo de existir. Para muchos, la primera escuela de agresión fue su propia casa, su familia, sus círculos de amigos; también el ambiente laboral y académico donde se nos fue inculcando que la competencia entre nosotros es necesaria para nuestro crecimiento, desarrollo y bienestar. Incluso muchos ambientes de Iglesia y la perspectiva de muchos medios de comunicación masiva nos enseñan con comportamientos, actitudes y discursos
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Fernando de Lucio
Fernando González
Jorge García
Evangelio, Iglesia y sociedad
que la violencia entre nosotros es la manera más normal de convivir y alcanzar nuestros fnes.
Aprendimos a desconfar del otro, a mirarlo como rival, competencia, amenaza o peligro. Por eso asumimos que defendernos o atacar son las maneras más recomendables para cualquiera de los ámbitos de convivencia humana (familia, escuela, trabajo, calle, iglesia, sociedad...). Esta es la principal razón por la que no sabemos responder a la pregunta que Dios le hace a Caín: «¿Dónde está tu hermano?» (Gen 4,9), porque no aprendimos a vernos como «hermanos», aprendimos a vernos como «competidores» en un campo de batalla, donde el que debe vivir soy yo, y el otro debe morir. Aprendimos que «la muerte del otro» garantiza nuestro bienestar.
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El cristiano: misionero del Príncipe de la Paz
Cuando de verdad te encuentras con Dios, inicias un camino de «desaprendizaje» de todo aquello que te convenció que la agresión era el único camino, el único medio o la única herramienta para transformar la realidad, cualquiera que ésta sea. Asimismo, empiezas a sentir la necesidad de ayudar a los demás a hacer el mismo camino que conduce a la paz y, por eso, comienzas a sentir la exigencia de ser un «promotor» de la misma. Esta exigencia y necesidad aumenta cuando tomas conciencia de que es la prioridad de Dios y que Jesús es el Príncipe de la paz (cf Is 9,6; Ef 2,13-18) y que tú eres hijo de Dios y discípulo de Jesucristo quien te envía a llevar la paz al mundo. A ese pedazo del orbe donde convives.
Entonces, la misión empieza a aterrizar o a concretarse en «escuelas de paz», es decir, espacios donde la gente tiene la posibilidad de cultivarse en una forma de vivir donde no cabe la crueldad. Espacios donde se «desaprende» la «ley de la selva», la defensa y el ataque, y donde adquieren otras herramientas que les permiten convivir pacífcamente consigo mismas, con la naturaleza, con los demás, con Dios. Espacios donde las personas, poco a poco, se van convirtiendo en fuente de paz, en personas capaces de transformar los confictos en fuente de bien para sí mismas y para quienes conviven con ellas. Y de esta forma van restándole espacio a la violencia en todas sus manifestaciones.
Hoy más que nunca, ayudar a las personas a ser pacíficas y a vivir y comunicar la paz, es la prioridad de Dios y, por tanto, de todo aquel que se dice su hijo o hija. La realidad sociopolítica, económica y ecológica nos dicen que la violencia está ensombreciendo los lugares donde vivimos. Basta mirar las noticias, escuchar la angustia y los temores de la gente en todos los ambientes, para darnos cuenta de que el Evangelio se está volviendo insignificante para muchos, sobre todo en ambientes cristianos como el nuestro, donde bautizados eligen los caminos de la violencia y de la muerte para conseguir su «bienestar».
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Este 1 de enero se celebra la Jornada mundial de la paz, por eso recordamos algunas imágenes «virales» en las redes sociales que nos recuerdan que el estado natural de la humanidad es la vida en armonía.
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twitter.com Unidos por la paz
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Corea del Norte y Corea del Sur hicieron historia durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018 en Pyongyang, al desfilar juntos y portar una bandera unificada
Norah Alawadhi y Ronny Gonen, de Israel y Emiratos Árabes respectivamente, celebran el Día internacional de la mujer con esta imagen, por la cual recibieron amenazas de muerte