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EVANGELIO, IGLESIA Y SOCIEDAD Formar al ser humano
Formar para liberar
La misión entre los más pobres y abandonados sugirió a san Daniel Comboni, en los años 1857 a 1881, que la vía para la liberación integral del más desfavorecido en África era precisamente la formación de la conciencia, del pensamiento y el desarrollo en el horizonte de los principios cristianos. La formación humana en los territorios alejados, abandonados, olvidados o invisibilizados por un mundo que se consideraba evangelizado y desarrollado, se convirtió en la primera tarea que debían cumplir estos misioneros con personalidad laica. Por eso, había catequistas, agricultores, campesinos, carpinteros, sastres, pintores, mecánicos, herreros, artistas plásticos, farmacéuticos, enfermeros, músicos, fotógrafos, escritores, tipógrafos, expertos en medios de comunicación de la época... todos con la única fnalidad de salvar y dignifcar a la persona que no era vista, considerada y tratada como tal.
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Así, las escuelas técnicas y universidades fueron los «templos» donde se «configuró al ser humano a imagen y semejanza de Dios en la acción», es decir, con esa capacidad creadora en el plano del bien común. Ahí, el trabajo del hermano comboniano se volvió «ministerio de humanización» y, por tanto, se transformó en un misionero «experto en humanidad».
San Daniel Comboni sabía muy bien que, quienes tenían la personalidad, experiencia y herramientas necesarias para abrir caminos por donde se pusiera en movimiento lo humano de los pueblos abandonados, eran los misioneros forjados en una perspectiva secular humanizante, porque con ellos se sentía el acercamiento solidario... Un misionero educador con «naturaleza» laica era el más indicado para acercarse a las personas, analizar con mayor objetividad y profundidad sus problemas e identificar las soluciones y caminos..., ya que la visión laica permite el compañerismo y la familiaridad con las personas y sus contextos, posibili-
ta la identificación de debilidades, fortalezas, amenazas y oportunidades en la realidad en donde se encuentra el grupo al que se acompaña como evangelizadores.
Abre las puertas de la evangelización
Fe y civilización cristiana era el horizonte dibujado por san Daniel Comboni para el misionero en África y, en esto, los hermanos eran la pieza fundamental para que esta visión misionera se pudiera realizar. Él sabía que la Filosofía y la Teología no tenían la llave para abrir las puertas de pueblos y culturas que nada tenían que ver con el cristianismo. La llave era la promoción humana derivada de la fe en un Dios que se hizo hombre y hermano para salvar a la humanidad. Así no se desconecta de la escuela de la vida cotidiana y se enrola en la misión desde esta pers-
pectiva; es más flexible para insertarse en la cotidianidad de la gente desprotegida de lo sagrado; es una presencia más fraterna y solidaria, y no institucional, de una religión ajena a la cultura y religiosidad tradicional de los pueblos. Es un amigo y compañero que comparte sus conocimientos y su manera de ver a Dios para mejorar las condiciones de vida de las personas.
La vocación del hermano comboniano nació de la urgencia de li-
Jorge Decelis
«El trabajo del hermano comboniano se volvió “ministerio de humanización”»
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berar y salvar a grupos que sufrían la deshumanización de la esclavitud. Por eso, san Daniel Comboni buscó el apoyo de laicos dispuestos a dar su vida para la liberación y salvación de estas personas que no eran vistas como tales por la sociedad y muchos sectores de la Iglesia. Eran laicos que se sentían afectivamente cercanos, su fe cristiana les decía que eran sus hermanos. Por eso comparte con ellos su expe-
riencia, su saber, su capacitación, su vida...
Regenerar desde la fraternidad
La misión de formar al ser humano a imagen y semejanza de Dios en su ser y en su convivencia social requiere que el hermano se capacite profesional o técnicamente en algún ámbito de la vida, porque no sólo forma a las personas desde la perspectiva espiritual, sino también desde la técnica y la ciencia. Por eso, su existencia misionera refleja su personalidad «eclesiástica» y «civil cristiana».
Las exigencias de la promoción humana en la misión plantean o demandan a un profesional o técnico, pero con conciencia de apóstol, es decir, alguien consciente de ser enviado por Dios para estar entre los más pobres y abandonados, y que comparte su vida y su saber sin prisas, así como Jesús (cf Mc 6,3034). Un misionero que sacrifica su vida por el bien de la gente, no en el templo, sino en la vida cotidiana y en sus estructuras de convivencia social, esto con la finalidad de formar ciudadanos cristianos que busquen el bien común.
Regenerar a la persona desde la fraternidad y compartir su saber, son aspectos esenciales de la misión del hermano. Ayudar a «nacer de nuevo» desde el espíritu, la ciencia y la técnica, de tal forma
que la persona se descubra como «Evangelio» para sí misma y para otros, es el objetivo de la entrega de este misionero que, como el caminante de Emaús, acompaña a los desanimados, a quienes sienten o creen que no pueden, no saben, no tienen nada o no los escuchan... y, cuando descubren lo contrario, desaparece, como Jesús, del camino de la gente y va a otra parte para acompañar a quienes necesitan ser evangelizados (Lc 24,13-35).
El hermano comparte con la gente su experiencia, su saber, su capacitación, su vida...
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Armando Ramos
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