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Elia Steampunk: el origen
Albert Gamundi Sr.
Editorial Solaris de uruguay Fundada en enero de 2018
Edición: julio 2022
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La columna del editor Estamos ante una novela corta de uno de los personajes principales de Moulin Noir. Ha sido un orgullo trabajar en la cubierta de este volumen, en la edición y la corrección de mismo. Elia se ha ido convirtiendo en un personaje muy querido, hasta aparece como pareja ocasional del padre adoptivo de Abril Bailei. ¿Acaso la veremos de nuevo en el universo de la hechicera? ¿Y a cuál de estas dos guerreras Steampunk? La idea original de unir a todos los personajes de Moulin se ha ido cumpliendo con el tiempo. Y eso ha sido todo un logro. ¿Pero qué se van a encontrar en esta obra? ¿Es una continuación a lo leído anteriormente? ¿Necesitamos tener los seis números de nuestra revista con anterioridad? No a ninguna de las dos preguntas. Primero porque es un origen diferente, reimaginado justamente para esta obra y que sirva también para ver la pluralidad de este multiverso que estamos manejando. Volvemos a ver elementos que conocemos de Elia pero todo se siente fresco y espontáneo. No es una historia alternativa, hay cosas muy diferentes y gravitantes. Ahora es el momento de revalorizar la literatura pulp, es interesante ver cómo hemos probado cosas que luego otros tratan de imitar. Cuando muchos no creían o habían dejado de creer en esto, nos desmarcamos, volvemos a dar emoción y aventura. Es volver a esa inocencia y placer que muchos a veces buscamos al tener un libro en nuestras manos o pantallas. Para la caratula quería un dibujo a mano y pintado con acuarelas. Regresamos a lo clásico. Con una vista trasera realista y con una visión de las Islas Anacrónicas con su exuberante paisaje salvaje y virginal. Ahora los dejo con esta apasionante obra. Los espero en el libro final del proyecto Moulin Noir. ¡Ya se viene! Lord Víctor Grippoli
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Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa (Demócrates)
Dedicada a todos aquellos quienes creen que la vida puede ser peor que la muerte en un mundo donde la justicia emana de la boca del más fuerte.
1. La campaña de las Islas Anacrónicas Aunque la misión en el archipiélago estaba a punto de terminar debido a que los objetivos de saqueo, conquista y establecimiento de nuevos puestos de explotación de recursos por parte de la nobleza de Dumptech se habían alcanzado, Elia Steampunk no deseaba regresar a la metrópolis. Aquella ciudad caída en desgracia después de perder la Gran Guerra no tenía la decencia de ser llamada hogar. A su entender no se podía considerar con ese término a un nido de ratas. Ella se sentía más cómoda en su particular cabaña de madera prefabricada que la protegía a ella y a la forja de las inclemencias del tiempo. A su vez, allí nunca le faltaba la comida, ya fuera debido a la presencia permanente de árboles frutales como de la posibilidad de cazar algún animal con algún arma accionada a vapor. Separada del campamento principal, el objetivo prioritario de los ataques de aquellos salvajes quienes se oponían a ser esclavizados y sus tierras tomadas por la gloria de la nobleza de la ciudad, Elia se sentía feliz trabajando en pequeños ingenios mortales con los que seguir armando al ejército invasor. Los soldados eran ilusos al creerse bien protegidos por el hecho de disponer de armas como mosquetes, cañones y armas astadas con las que enfrentar a unos enemigos que de forma tardía habían podido empezar a equiparse con tecnología propia de la guerra del presente. Pero ella, quien sufría de insomnio recurrentemente y sabía que la verdad no se hallaba en los panfletos semanales
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que llegaban desde Dumptech y los reportes del conflicto, era consciente de que tarde o temprano llegaría la era de los inventores. Se trataría de otro tipo de guerra, todos quienes estaban en esas malditas extensiones de tierra por encima del nivel del mar pecaban de lo mismo. La sed de poder, el ansia de tener más dinero, lo que equivaldría a más posibilidades de imponerse, pero ella, quien había sufrido en sus carnes los horrores más desagradables por parte del ser humano, sabía que en la ecuación de esa ambrosía se hallaban otros factores como lo eran la labia, la belleza, la fuerza y el ingenio. Sin estos ingredientes, la campaña en aquellas tierras septentrionales habría sido un auténtico fracaso. Los principales promotores de aquella posibilidad de aplastar a quien era más débil que ellos procedían de los estamentos ricos de su ciudad natal. Rango alcanzado a través del asesinato y otros métodos de dudosa moral, pero no dejaba de ser un signo de alto estatus social. Por estos motivos, ella siempre tenía el oído puesto en todas las conversaciones. La prensa mentía, era una marioneta a manos de unos pocos. Aquel cuarto contrapeso, después de la nobleza, la religión y los magnates del comercio, fue el que logró vestir la campaña de Dumptech con las ropas de la gloria y el esplendor de lo que un día fue Nuevo Londres. La historia era considerada un capricho para la aristocracia y para el interés de los pocos ancianos que vivieron la caída de dicha urbe, polo del desarrollo de la tecnología del motor de vapor y el de carbón. Pero para esa joven de pelo negro, una figura esbelta pero que eventualmente pasaba hambre y con cierta facilidad para enfermar, los tiempos pretéritos eran la clave para entender el futuro. Aquella noche llovía a cántaros, mejor dicho, los ángeles se meaban sobre ellos. Cristo, o quien se hallase en los altos cielos les había abandonado a su suerte, en las Islas Anacrónicas siempre hacía un tiempo de contrastes, podía hacer tanto calor intenso durante el día como un frío intenso por la noche. Lo más intrigante eran aquellas personas de tez nívea que vestían armaduras metálicas que únicamente recubrían su torso, brazos y piernas, sus espaldas
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quedaban al descubierto. Combatían con lanzas, escudos romboides, arcos, hondas y sabían emplear los mosquetes que lograban capturar. Hacía dos semanas fueron atacados en alta mar por una sacerdotisa que era capaz de dominar las mareas gracias a la piedra mágica de color morado que brillaba en su tiara. Tan pronto como cesó la tormenta, el objeto de poder se tornó gris. Aquella era la clase de recursos que llamaron especialmente la atención de los mercaderes. Alrededor de su hogar algo se movía, la campana de tan suaves sonidos que había construido empezó a sonar dentro de la casa. No estaba sola en aquel lugar apartado de la isla y el intendente no querría el nuevo lote de armaduras y fusiles hasta dentro de dos días. Aunque era un hombre que se solía aparecer sin previo aviso para recordarles a los soldados que siempre debían estar alerta para lo que pudiera ocurrir, en aquella ocasión simplemente la cosa no fue así. Entendió de inmediato que los nativos venían a por ella, la habían descubierto, pero no regresarían para contarlo. Mantuvo la calma, se puso las monturas para lentes, el último diseño que ella misma había inventado y deslizó los espejuelos hasta dar con los de visión nocturna. Apagó con un soplido la luz de la vela y se arrastró por el suelo hasta meterse debajo de aquella improvisada cama con cañar donde guardaba sus cuchillos de combate y su nuevo ingenio, el cual esperaba no tener que utilizar. Dos campanas más sonaron dentro de la casa, al parecer los intrusos eran varios y no le daría tiempo de lanzar una bengala para pedir refuerzos. Su corazón empezó a latir de aquella forma temblorosa, era la emoción del combate. Desde la seguridad relativa que le daba encontrarse debajo del lecho, observó como la puerta de la cabaña era derribada después de sufrir varias embestidas. La dama atribuyó aquel violento gesto a la naturaleza primitiva de aquella civilización, entonces, entraron en tropel tres soldados armados con lanzas y con una antorcha, quienes al entrar en la cabaña olfatearon nerviosos el aire. La mujer soldado degustaba el momento, aunque manteniendo el cuerpo en tensión para actuar en cualquier situación. Los nativos murmuraban algo en aquella lengua que no habían podido descifrar. Hasta la fecha sus relaciones se 9
habían basado en la fuerza bruta y en el poder para poder imponerse sobre el otro. Con respecto a su constitución física y en número superaban a Elia, no obstante, ellos se regían por algo tan arcaico como el honor, pero ella era una mujer criada en Dumptech, donde lo que importaba era vivir un día más. La patrulla se paseó por la cabaña, como si buscara algo, probablemente armas. Estaban distraídos, pero consideraba que todavía no era el momento de atacarles. Aquellas figuras rojas al otro lado de la mente parecían desconcertadas por la austeridad de aquel pequeño refugio. A uno de ellos se le ocurrió la fatal idea de alzar las sábanas para mirar bajo la cama, en ese instante la invasora balanceó hacia delante el cuchillo hundiéndolo entre los ojos del atacante, quien no tuvo tiempo de chillar. Había sido descubierta y el factor sorpresa únicamente duraría un par de segundos antes de que sus contrincantes se pusieran en guardia. Las lanzas volaron de inmediato acompañadas por las manos de los nativos. Pero la dama ya había vivido un total de veinticinco inviernos en Dumpetch y era capaz de adelantarse a cualquiera de las situaciones, por lo que al unísono lanzó la cama con ambos brazos contra los atacantes. Aprovechando la distracción, se impulsó con las manos hacia delante, sus pantalones de cuero hervido levantaron astillas del suelo, pero no evitaron que les ganara la espalda tras haberse deslizado por el piso. La habilidad para el asesinato que había desarrollado a lo largo de tantos años, inspirada por su desaparecido hermano Josh, la instigó a cortar los tendones de sus adversarios con los cuchillos, al fin y al cabo, una tribu tan primitiva seguía creyendo en las peleas limpias, un concepto que no se encontraba en el diccionario de su gente. Sus adversarios cayeron de bruces de inmediato. Sin titubear ni un segundo, pisoteó ambas nucas con sus botas con punto de hierro, logrando así romper sus huesos y terminándolos con un solo golpe. No se detuvo a vanagloriarse por su gesta, recuperó la antorcha. Tras hacer una mueca, y para no delatar su posición, la arrojó fuera del edificio sobre un charco de lodo.
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«Probablemente se trate solo de un cuerpo de exploradores. Si lanzo una bengala desde la fragua tal vez comprometa a toda la misión, en el caso que sobreviva, seré ejecutada. Esa imbécil de Calipso, la navegante, apenas nos tiene dos peldaños por encima de estos salvajes», se sentó a reflexionar sobre los cadáveres aún calientes. El campamento principal se hallaba a varias millas de su ubicación, era de noche y en la selva había criaturas como serpientes, arañas y era posible que la selva estuviera siendo patrullada. Su enemigo estaba luchando una guerra perdida, pero en vez de rendirse seguirían resistiendo. Al parecer, si morían tras mostrar actitudes cobardes tendrían un destino funesto en el otro mundo. Sus inmortales almas serían devorados por un enorme humano con tres cabezas, una de lobo, otra de chacal y una última de hiena quien tras terminar el banquete de condenados esperaría toda la noche para volverles a hincar el diente con ensañamiento. Familiarizada con sus credos, Calipso había dado órdenes explícitas de darles una muerte lenta y dolorosa a los prisioneros, la misma mujer se había familiarizado con los venenos naturales procedentes de las plantas y de los animales, aunque la herrera seguía prefiriendo el poder de la tecnología. Las campanas volvieron a repicar nuevamente, ella maldijo el momento en el que decidió establecerse en esa zona por cuenta propia. De pronto tuvo una idea que le podría resultar, pero debía darse prisa. Escapó de la cabaña por la puerta trasera, vistiéndose por encima las protecciones enemigas, con un poco de suerte su olor quedaría camuflado por el intenso aroma de resinas que desprendían aquellas protecciones. Como esperaba, las hierbas altas y las raíces lastraban su avance, sus lentes de visión nocturna eran de mala calidad pero eran un mejor recurso que el hecho de necesitar un fuego para ver en la oscuridad. Ante las voces y los avisos guturales que le recordaban a primates se detuvo presa de la intimidación. Su instinto de supervivencia le dictaba que lo correcto era no moverse en absoluto. Por lo tanto se quedó observando aun sintiéndose desequilibrada por el peso de las protecciones de metal que cubrían su cuerpo.
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Escondida en un terreno resbaladizo y con cierta pendiente, Elia cayó de bruces causando tal escándalo que alertó a las tropas del enemigo, quien no tardó en dar la voz de alarma. La doncella maldijo a los dioses por tan nefasta decisión tomada y pronto fue correspondida por una lluvia de flechas que pudo esquivar cuando no impactaron sobre aquellas protecciones. Acorralada como un animal salvaje que tiene que luchar por su vida, su única posibilidad era que intervinieran las fuerzas invasoras de Dumptech. —A campo abierto no podré con ellos, son demasiados —murmuró antes de que uno le cortara el paso en la oscuridad. Estando frente a él, valoró las posibilidades que tenía para defenderse, el adversario peleaba con lanza y una armadura nativa. Ella no era una especialista en la lucha cuerpo a cuerpo a combates largos. Su oponente jugaba con ventaja, iba armado con una lanza y con aquella suerte de armadura. Lentamente se acercaba a ella, amenazaba balanceando el arma astada hacia delante. La tecnología no la podría salvar en ese momento, a pesar de que era una improvisada mujer soldado gracias al rudimentario entrenamiento recibido, nunca había aprendido ninguna suerte de artes marciales. Sin embargo, poseía el atributo más valioso en aquella ciudad maldita de desgraciados, pues tenía una inteligencia refinada debido a las circunstancias que la rodeaban. Llevar un año de su vida encerrada en aquellos páramos en los que la tecnología pretérita chocaba con las instalaciones más recientes le había enseñado que podía aprender de la naturaleza. Vio como una enorme serpiente degustaba el brazo de un tal Galenus. La víctima alegaba ser un conocido de su hermano Josh y pidió a Elia que la ayudara a liberarse del ofidio que devoraba su brazo izquierdo. Al fijarse en los dientes de la serpiente se dio cuenta de que estos iban inclinados hacia dentro, de tal forma que cuando hacía fuerza para sacarla, la criatura le desgarraba la carne, dejando únicamente libre el camino al estómago. Aquella situación se resolvió con un machetazo limpio tras haber calentado el metal a altas temperaturas. Y de su experiencia se inspiró para descubrir cómo podía batir a su oponente en tal delicada situación. Con determinación atrapó 12
con ambas manos el arma, pivotó con la pierna derecha para que la misma pasara por el lado de su cintura y dando un ágil paso hacia delante entró en la guardia enemiga, la sorpresa le hundió los dedos índice y corazón en los globos oculares. Su adversario gritó de dolor y soltó el arma de forma improvisada, momento en el que la inventora aprovechó para tomarla con un ágil movimiento, barrer la pierna de su adversario y tumbarlo contra el suelo, acto seguido, sin mediar palabra, hundió el artefacto en su garganta. —Pesan demasiado… —jadeó la dama al notar como aquellas protecciones la empezaban a lastrar. Se desprendió de las piezas de armadura sintiendo el corazón latir desbocado. Un siniestro silencio la mantenía en guardia, quitarse aquellas protecciones era un fastidio pues se había ajustado muy bien las correas. Con desesperación se agachó, soltó la lanza y sacó un cuchillo de caza de una de sus botas con el cual rompió los enlaces de la armadura. Cuando las piezas cayeron al suelo por su propio peso ella sonrió. Antes de volver a correr, esta vez con mayor agilidad debido al sobre esfuerzo que había hecho, comprobó que efectivamente venían tras ella. Los nativos se habían acostumbrado al característico olor a carbón que desprendían los colonos en la isla, a la dama se le acababan las ideas. Sin mapa ni brújula, con el añadido que era de noche, no tenía la más mínima posibilidad de dar con el campamento principal. —Demasiadas malas decisiones —gruñó antes de tomar repentinamente otro rumbo. El olor al mineral inundó sus fosas nasales y la distrajo del silbido de las flechas que se clavaban sin éxito en árboles cercanos y sus pies, Elia se movía con patrones caóticos para no ser un blanco fácil. Sus ojos vislumbraban uno de los hornos encendidos en mitad del claro, estaba detrás de una cabaña conocida en un claro.
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La dama reparó de inmediato en que había vuelto al punto de partida. ¿Acaso había estado andando en círculos todo ese tiempo? La sangre se le heló al ver cómo estaba rodeada por el enemigo. «Maldición, ahora estoy de mierda hasta el cuello», consideró para sus adentros mientras sujetaba la lanza que tomó prestada con ambas manos. «No puedes escapar del poder que me otorga esta piedra conocida como Suprema», susurró una voz desconocida en su cabeza. Sobresaltada por aquella intrusión en su mente, descubrió que a su alrededor había fogatas que iluminaban el recinto, cómo habían aparecido era un misterio, pero iluminaban la piel pálida de todos los enemigos. Un instante después aparecieron varios tamboreros que empezaron a animar lo que sería un combate a muerte. Un guerrero con una máscara de hierro en forma de serpiente con aletas de pescado, colmillos de dientes de sable y plumas, quien vestía una armadura ritual con piezas de cuero y metal, apareció sujetando una lanza y un escudo nativo. —Eres responsable de la masacre de nuestro pueblo. Una vez te cortemos la cabeza no podrán fabricar armas para emplear contra nosotros —aseguró su enemigo antes de cargar contra ella. Elia sabía que las ideas no podían morir, que la suya era una guerra perdida, al fin y al cabo, lo único que importaba era el dinero y el poder. Tenían riqueza en grandes cantidades pero ella no tenía ninguna clase de escrúpulo para sacar del medio a quien hiciera falta, un cabecilla de tribu no sería menos. El combate inició de inmediato con una herrera desequilibrada físicamente al haber corrido tanto tiempo con aquellas protecciones de metal frente a un oponente que de lo confiado que estaba había arrojado el escudo a un lado para tener una pelea cuerpo a cuerpo con su lanza. Elia era incapaz de rozar o encajar ningún golpe con aquella herramienta, estaba siendo llevada contra las cuerdas por su adversario. Únicamente fueron necesarios dos minutos para que la roja sangre brotara y manchara el rostro del enemigo. Los nativos redoblaron su canción con alegría en los tambores,
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parecían estar disfrutando de lo que ocurría. Pero la herrera no estaba dispuesta a perecer allí, aquella no era su forma de hacer las cosas. El primer impacto le rasgó el cuero hiriéndola en el muslo reduciendo su movilidad, el segundo le cortó la mejilla. Elia sabía que su situación era crítica, por lo que no le quedó otra opción su último como tan poderoso e inestable ingenio, la pistola Steam. En una situación de supervivencia no quedaba lugar para las artes marciales, la tecnología estaba hecha para proteger a su portador y aquella era la primera lección aprendida en la infancia. La dama trató de desenfundar su ingenio que colgaba de la cartuchera de su cinturón, incluso manchado de barro, los materiales con los que había construido su arma deberían lograr que esta pudiera mantener sus propiedades. Su enemigo lo notó de inmediato y de una dura patada mandó a volar aquella suerte de cañón de mano. El campeón le asestó entonces una patada filomena en el estómago que la dejó sin aire y la hizo retroceder varios metros. A la joven le costaba respirar y cayó de rodillas al suelo, momento en que notó como el viento cambiaba. En los altos cielos se oía rugir un motor de vapor, era el arma secreta para destruir el templo de Nyom’cyra, una divinidad a la que adoraban aquellos nativos. Como un susurro, la mujer soldado de Dumptech escuchó las órdenes de bombardear el territorio enemigo mientras la noche seguía extendiéndose. Aquel detalle la hizo sonreír de oreja a oreja, la caótica lluvia de explosiones producidas por las bombas de vapor le daría una ventaja puntual. Y así fue como del cielo empezaron a llover aquellas rudimentarias bolas de cañón reformuladas en explosivos. —¡Ja! Ahora son los demonios quienes se mean sobre ellos —exhaló Elia aprovechando el descuido del enemigo. La tierra empezó a temblar bajo los pies de ambos adversarios, los pájaros volaban despavoridos de los árboles, la dama recuperó su último ingenio y encañonó a su adversario con determinación. Al tener las mentes manchadas de barro, titubeó por unos momentos y cuando realizó el primer disparo, este
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únicamente alcanzó al hombro del campeón enemigo, quien continuó cargando contra ella. —Maldición —gruñó mordiéndose el labio inferior con los dientes. La lluvia que no había dejado de caer en ningún momento ya le había calado hasta los huesos. Al bramido tosco del zepelín se sumaron los silbidos del Aullido de las mareas, el barco estrella de Calipso, la navegante, el cual bombardeaba el centro neurálgico de las fuerzas enemigas con los nuevos cañones impulsados por ingenios de vapor. Lo último que le faltó a la sinfonía de vapor y destrucción fue el simple hecho de que las voces de los soldados empezaran a clamar victoriosas mientras las monturas de ruedas rugían cerca de ella. Elia empezó a reírse como si estuviera poseída por el diablo, pero nunca sin perder de vista a su enemigo. Aunque aquella no era su guerra, un sentimiento de victoria y de triunfo la invadió, ella sabía que una de las peores enfermedades eran las emociones. Se trataba de algo contagioso y de lo que se habían aprovechado para lograr doblegar a sus adversarios de una forma tan magistral. Y mientras esto sucedía, Elia había enfundado nuevamente la pistola, únicamente le quedaba suficiente potencia para disparar tres veces más, el artefacto se estaba sobrecalentando de mala manera. Esta vez decidió no abalanzarse sobre el enemigo, esperaría a que este viniera a por ella para encajarle un disparo a quemarropa que lo destrozara. Acto seguido sacó los cuchillos de las botas y esperó, no obstante, su sorpresa fue grande cuando el enemigo le arrojó la lanza con tanta velocidad que no la vio venir y terminó clavada en su pie. Ataque que le hizo soltar un chirrido de dolor que tan intenso que le hizo pensar que había algo más en la punta de esa lanza que desconocía. Sabiéndose ganador de la contienda, su oponente cargó contra ella y la aplacó en el estómago con una embestida tan dura que le hizo sentir un dolor inimaginable. La joven cayó al suelo llevándose un espaldarazo que la hizo retorcerse sin poder escapar de la lanza que la mantenía empalada.
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—Es tu fin, invasora —amenazó el enemigo en el momento en que desclavó el arma. Ella se volteó a un lado cuando esto ocurrió, se preparó para lanzar su último ataque con su arma. Concedió al arma todo el vapor que quedaba para arrojar las últimas balas a máxima potencia. Sin poder apuntar el cañón con precisión debido a los impactos y el desgaste sufrido durante el combate, el arma se sobrecalentó, disparó las tres balas dejando agujeros de cañón en el estómago, pecho y cabeza del adversario antes de empezar a temblar. Llevada por el miedo, arrojó el artefacto tan lejos como pudo de ella, escuchando una gran explosión que quedó rápidamente disimulada mientras sus ojos se cerraban lentamente. Mientras esto ocurría, pudo ver como aquella horda de enemigos se desvanecía lentamente mientras el veneno de la lanza se expandía por su cuerpo. Elia despertó con fiebres y empapada en sudor, tardó varios minutos en poder articular palabra, tenía la boca seca y sentía como su cuerpo parecía anestesiado. A su alrededor había otras camas con soldados privados de articulaciones o de ojos. Acompañando a los médicos había varios inventores, entre ellos estaba Jaspert Rumblewood, una eminencia en el campo de los injertos de extremidades de quien se hablaban maravillas acerca de sus acciones filantrópicas en el campo de la medicina. Ella lo admiraba por su inteligencia, pero era conocedora de los rumores oscuros que caían sobre él y de la clase de placeres de los que no le gustaba privarse a pesar de la estricta vigilancia de los ojos de La Orden de Caza. —Parece que por fin has despertado. Tuviste suerte de que pudiéramos rescatarte a tiempo, te llevaste por delante a varios de ellos. Tenías mucho veneno en la sangre, lo hemos podido drenar casi todo, pero no creo que tu cuerpo tarde mucho en eliminarlo. Por suerte para ti, esta guerra ha terminado —comunicó el mismísimo Rumblewood.
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Los ojos negros de la dama lo miraron de forma dubitativa, por unos instantes se preguntó si le habían amputado o injertado alguna cosa, su cuerpo era de las cosas que ella podía considerar como parte de la humanidad que le quedaba. Ansiosa levantó las sábanas y comenzó a examinar palpando toda su figura. —Si yo fuera tú no me excedería demasiado —añadió con aquella voz tan refinada y melosa. —¿No me habréis injertado nada? ¿No? —remarcó agarrando de las solapas del chaleco al ingeniero. —Quieta ahí, todavía no te has recuperado de las fiebres de la selva. Si quieres participar en el recibimiento de tu parte reglamentaria del botín deberás descansar —cortó la capitana Calipso con el sable a la altura del cuello. —Ya basta, no ha sido necesario amputar nada —aclaró el varón tranquilamente. —En una semana te mandaremos de regreso a Dumptech con los veteranos y tu parte de los despojos de guerra. Cualquier cosa que dejes atrás pasará a ser parte de los promotores —le aseguró la navegante. Elia la maldijo mentalmente y se volvió a tumbar debilitada sobre la cama. Cinco días más tarde le dieron el permiso para abandonar la enfermería, fue un tiempo en el que estuvo haciendo cálculos y simulaciones mentales acerca de que ocurriría con determinadas modificaciones en aquella maldita arma de fuego. Si era capaz de perfeccionar su potencia de disparo y eliminar los problemas que presentaba, dispondría de una herramienta personal que nadie más tendría. Con las luces del sexto día, Elia fue llevada frente a los impulsores de la campaña militar. Allí diferenció a un adinerado mercader, a uno de los hombres importantes de La Orden de Caza por su alzador de cuellos y a un aristócrata que vestía muy ricamente. Todos ellos posaban en sendos tronos hechos con bambú y troncos. El aspecto regio y pulcro que transmitían no intimidaba a una condecorada mujer con parte de su anatomía vendada, quien notaba pequeños calambres en ella. Tras realizar una desganada y forzada reverencia, se le otorgó una bolsa de monedas de oro y un par de gemas. 18
«Una vez que haya recogido mis diseños y bártulos de la cabaña, será el tiempo de volver a casa», pensó después de ver inscribir su nombre en la lista de soldados que habían cobrado su salario.
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Dumptech, el urinario de los ángeles
El viaje de regreso al Muelle de las Cabezas Bajas estaba marcado por una tormenta en la que muchos de los pobres desgraciados que navegaron en embarcaciones de madera perecieron en el mar a falta de barcos con revestimiento de acero. La mayoría eran jóvenes en busca de salir de la asfixia económica y otros eran soñadores que creían en los cuentos de los viajantes acerca de los tesoros escondidos y de las leyendas que se narraban acerca de las Islas Anacrónicas. A lo largo de aquella travesía que les llevó tres días, el sacerdote de abordo pidió rezar por las almas de aquellos quienes habían perecido, pero sus ánimos no acompañaban en lo más mínimo. Después de dos años de intensa campaña en aquellas tierras en busca de riqueza y de un sentido a su vida, le tocaría volver a aquella suerte de pocilga. Ella, quien había mejorado temporalmente su estatus social de ser una ciudadana a una heroína de guerra por su contribución como artesana, compartía camarote únicamente con una adolescente, su nombre era Krystal Shiran y tenía catorce años. Confesó que se dedicaba a dar servicios sexuales, pero mirándola a los ojos sabía que estaba ocultando muchas cosas. A partir de los doce años era raro encontrarse con críos que no hayan probado la verdad de la ciudad. Se creía que ella se dedicara a ejercer tal oficio, puesto que sabía que la pedofilia estaba entre las tendencias sexuales perseguidas por la moral. Al parecer los niños eran los únicos plebeyos que mantenían fresca la belleza y la juventud dentro de los muros. —¿Qué vas a hacer cuando vuelvas a la ciudad? —se interesó por el detalle en la primera noche en el camarote con ella. Sin dedicarle una sola mirada, puesto que estaba revisando un cuaderno de bitácora que saqueó de la cabaña de la expedición de inventores. Le contestó secamente su respuesta oficial para aquellas situaciones: —Beber en La Gran Chimenea.
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La información era poder y en su caso le facilitó un dato que era cierto. Una vez volviera a su vida anterior no podría volver a dormir en el orfanato, ya habría cumplido la edad legal como mujer para poder hacer uso de su patrimonio, pero el caso es que no tenía a donde volver. —No tienes a donde ir. Entiendo. He oído rumores que tienes conocimientos de ingeniería y que tú revolucionaste los fusiles de vapor con un modelo más ligero, preciso y con mejor disparo. ¿Has pensado en ser ingeniera? —Aquella pregunta la cogió totalmente desprevenida. —Para ser inventora necesito un taller en condiciones y mis conocimientos en el campo son limitados. Por no hablar de los costes de los materiales de calidad —con aquella media mentira trataba de sacarle algún dato interesante. —No has tenido escrúpulos para matar a esa raza inferior, así que no creo que los tengas para falsificar reliquias y cazar recompensas —susurró Krystal a su oído con un cuchillo a la altura del cuello de Elia. Elia la miró impotente y tan hierática como una estatua a la espera de que ella se pronunciara al respecto de tal actuación. Después de haber sobrevivido a dos años en aquel infierno plagado de mosquitos, serpientes e indígenas capaces de hacer magia con un puñado de piedras, sería absurdo que una cría acabara con su vida. Sin embargo, la situación se saldó con un beso en la mejilla y el esnifado de un estupefaciente especial con el cual se cerraban tratos en el Mercado Negro, contrariamente a la ciudad, en aquella región de los bajos fondos sí que existían determinados valores y códigos de honor entre ladrones, sicarios, prostitutas, mercaderes de dudosa moral e inventores renegados. La herrera respiró destensada al notar como en la mirada de su compañera de camarote brillaba la maldad. Rápidamente entendió que mientras tuviera interés en ella no debería temer por la compañía que le había tocado para dormir. Por otra parte, saltaba a la vista que si a esta dama le ocurría algo durante el trayecto de vuelta habría consecuencias. Sin embargo, a aquellas tensiones se les unía el insomnio en unas noches largas y oscuras en las que el navío perturbaba el sueño de los pasajeros a causa del ruido de los motores, los susurros en los pasillos y los eventuales ajustes de cuentas que se daban en la 22
cubierta. Tanta riqueza, desgracia y ambición concentrada en una prisión flotante era peligrosa. Paradójicamente se sentía más segura patrullando fuera del camarote que dentro de él. Según las indicaciones del capitán del barco, llegarían a su destino bien entrada la mañana. Pero añadió entre risas que nadie les estaría esperando a su llegada, poco importaban los soldados, todo el mundo pensaba en los generales y en quienes daban las órdenes. Al pasar cerca de algunos camarotes pudo escuchar como los juegos de clavar el cuchillo entre los dedos, las apuestas con cartas y el sexo homosexual eran la mejor forma de matar el tiempo. Elia podía ver el calor a través de los metales gracias a unas lentes especiales, pero no se horrorizó de lo que sus ojos describían para ella. Armada únicamente con el cuchillo de caza escondido en su bota izquierda, siguió caminando mientras pensaba en cuáles serían sus pasos tan pronto como desembarcara. Se le antojaba tener uno de esos transportes de dos ruedas alargados con faros y que rugían, pero antes tenía que establecer determinadas preferencias como conseguir un techo seguro bajo el que dormir, además de resolver la dicotomía entre mantener su vida como herrera o dedicarse a la caza de recompensas. Siguió caminando hasta que encontró la escalinata de caracol que comunicaba con el primer piso y con la cubierta, tal vez la brisa marina la ayudara a despejar sus ideas. Una vez sus metálicas pisadas alcanzaron la cima se encontró sola en aquel jardín de chimeneas que expulsaban vapor de agua desalinizada. Miró a su alrededor y únicamente pudo ver oscuridad, las linternas encendidas con grasa de ballena no servían de mucho. Así que desperezó sus músculos y empezó a pasear por el lugar. La lluvia marina caía sobre su rostro, relajando sus músculos, pero sin hacerle olvidar que no estaba sola en aquel lugar. De pie sobre el mascarón de proa había una figura cubierta por una capa, llevaba casco de buzo. Elia sintió un escalofrío al ver como aquel transeúnte buscaba algo en su bolsillo, un puñado de bolas metálicas rodaron cubierta abajo. El enigmático personaje se volteó con los brazos cruzados para mirar atentamente cómo se defendería de aquella amenaza rodante.
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«No será tan estúpido como para hundir el barco con él encima. A menos que…», consideró para sus adentros. La doncella dio una voltereta lateral y escondió su figura detrás de un mástil. En ese momento escuchó un silbido tan perforante como metálico que le heló la sangre. De aquellas esferas salieron decenas de pequeños hilos que se clavaron por todas partes montando una suerte de telaraña. No obstante, la suerte parecía estar de su parte y ninguna de las extremidades fue atrapada por ninguno de aquellos diminutos arpones afilados. Elia sintió que no podía manejar sola aquella situación, no sin un arma de fuego, su enemigo estaba lejos y parecía que aquello no había sido nada más que el calentamiento. Pero incluso hallándose en esas circunstancias, presentaría batalla, no estaba dispuesta a dejarse matar tan fácilmente. El atacante empezó a caminar sobre la cubierta y como si estuviera sembrando un campo de cultivos. Elia esperaba que aquellas bombas volvieran más espesa la telaraña, pero nada más lejos de la realidad, se trataba de explosivos cuya potencia de impacto dieron a la cubierta un aspecto de manzana carcomida por los gusanos. El rugido de la batalla puso en alerta a todos los polizones quienes no dudaron ni un segundo en tomar las armas que tenían más a mano. —Hundíos en el mar, vuestras almas servirán a Nis'hshud en el abismo — clamó aquella figura quitándose el casco. —No me jodas que es uno de esos fanáticos —gruñó Elia mientras hacía una señal con la mano para que le arrojaran un fusil. Sin embargo, el supuesto chamán no había terminado de soltar su repertorio. Aparentemente, de algún lugar habría sacado toda aquella artillería para atacarles. Las explosiones dejaban un campo minado en el que una tela arácnida de metal, la cual ahora era recubierta por la electricidad que desprendían sus cables, tenía a toda la tripulación atrapada. Mientras, la embarcación avanzaba con los motores a la máxima potencia, el capitán bramaba órdenes de acabar con el intruso. Elia estaba acorralada detrás de un mástil que parecía resistir los
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embates de los impactos, el aire olía a pólvora mojada por el vapor debido a un intercambio desigual de disparos. La joven observó cómo Krystal asomaba la cabeza desde un lugar elevado. Aparentemente, al invasor se le habían acabado las bombas, por lo que ahora se dedicaba a disparar a diestro y siniestro con dos pistolas rudimentarias, probablemente su estrategia sería arrastrar a los héroes de guerra al abismo junto a él. Las dos mujeres se miraron fijamente a los ojos en un gesto de asentimiento. Sin saber exactamente qué plan tenía en mente su compañera de camarote, Elia se despojó de dos pistolas e hizo de señuelo para distraer la atención del nativo. No era su primer tiroteo, pero en ninguna ocasión se había encontrado luchando sobre un barco que estaba a pocos impactos de hundirse. «No puedo fallar, confío en que esa mocosa haga algo de provecho», pensó tras haber vaciado un cargador entero de una pistola convencional. De pronto un disparo cortó el viento, la dama nunca supo cuando la bala fue lanzada, no obstante, sintió como esta cortaba aquella salina lluvia provocada por las olas del mar, impulsada por la electricidad del vapor agujereó la frente del invasor, quien se tambaleó bruscamente y cayó del barco llevado por la fuerza de gravedad de su propio peso. La batalla había terminado, sin embargo, la cubierta estaba hecha añicos y poco a poco se filtraba agua en la embarcación, aunque el enemigo hubiera sido derrotado, la lucha por la supervivencia se decidiría en las próximas horas. Tal vez el capitán quisiera hundirse con el navío, pero aquella no era la voluntad de la herrera. Al regresar a los pasillos del barco, la verdadera naturaleza de los ciudadanos de Dumptech salió a relucir, lejos de colaborar, luchaban entre ellos y se traicionaban para disgusto de la dama, quien había combatido a su lado en aquellas avenarles junglas. Antes de llegar al camarote, un robusto hombre se lanzó contra ella aplacándola contra la pared. Elia exhaló todo el aire de sus pulmones y sintió como su cráneo era apretado por una de las manos de su adversario. Por acto reflejo, intentó zafarse sin éxito de su enemigo golpeándolo con las piernas, aunque acertó el impacto, únicamente consiguió que la presión aumentara sobre sus huesos y se acrecentara hasta unos límites insoportables.
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Viéndose superada completamente, tomó la muñeca del agresor con ambas manos, balanceó las piernas elegantemente y descargó una doble patada bajo el mentón enemigo con escasa fuerza, pero logrando que el cuchillo que guardaba en su bota saliera. La presa sobre su rostro se aflojó completamente, momento en el que aprovechó para desenfundar la hoja y hundirla bruscamente en la extremidad que la agarraba. Su enemigo le dedicó un rodillazo bajo las costillas que habría vencido a la dama si esta no se hallara bajo los efectos de la adrenalina, momento en el que ella apoyó ambas manos para presionar el cuchillo hasta empujar la mano. Retorciéndose con un grito de dolor, la soltó. El arma cayó al suelo y ambos combatientes se miraron con un rostro de odio. Tambaleándose debido a las sacudidas del barco por las tormentas recogió el artefacto, de inmediato entendió que no tendría nada que hacer en el combate cuerpo a cuerpo en aquellas condiciones. «La fuerza bruta nunca superará la inteligencia», consideró para sus adentros manteniendo una posición de guardia. La herrera mantuvo la sangre fría esperando el ataque del adversario, tenía el cuchillo con la hoja en posición vertical. Jadeaba pesadamente mientras el rugido de los motines se apaciguaba lentamente debido a las fugas y a todos quienes caían. El amotinado se abalanzó sobre ella con una mirada inyectada de sangre. Los pasos corrieron sobre el mojado piso metálico, Elia exhaló aire pesadamente y recordó su entrenamiento militar. Cuando lo tuvo a escasos dos metros, descargó su peso para apoyarse en una mano derecha y destrozarle la rodilla con un violento golpe. El hueso astillado emergió al aire libre, momento en el que la defensora recuperó una forma de guardia, tomó la empuñadura de su creación con ambas manos y la hundió en la frente del enemigo. Al final del combate apareció Krystal cargando con dos sacos a las espaldas. —Andando, no me interesa que mueras aquí. Abre la bolsita y esnifa, dejarás de sentir dolor durante medio día —le indicó dándole unos polvos especiales. —Los ángeles se deben estar meando en mí. Rescatada por una mujer de la calle… —maldijo al empezar a sentir los efectos de la droga.
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Armada ahora con un par de rudimentarias pistolas y acompañada por Krystal se abrió paso con ella a través de los pasillos, buscaban los botes de emergencia. Elia, quien siempre había vivido en la miseria, se dejó seducir por la codicia, apropiándose así de varias bolsas de piedras preciosas y de monedas de oro. Con aquel botín podría comprar una casa y montar una forja. La meretriz la miró con desprecio, sin embargo, colaboró con ella para llegar al compartimento de los botes. De forma inexplicable, el camino estaba completamente despejado, la naturaleza humana se había manifestado después del ataque. El agua ya empezaba a llegar a sus rodillas y el barco se inclinaba. —Rápido, no nos queda tiempo que perder —advirtió la prostituta, forcejando para girar la escotilla de emergencia. Elia sumó su fuerza a la suya y comprendió que nuevamente la tecnología la podría ayudar a realizar aquella tarea. Recordó repentinamente el papel de aquellas extremidades metálicas que se compenetraban tan bien con la carne. Aunque casi habían logrado salvarse, la última amenaza que les estaba acechando se les acercaba, una enorme lengua acuática venía a por ellas. En un esfuerzo sobrehumano, impulsado por el instinto de supervivencia, la llave abrió y pudieron deslizarse rápidamente a través de una apertura. Dentro de aquella angosta cámara había dos enormes proyectiles alargados con hélices y un motor de vapor. Krystal había oído hablar de aquellos artefactos. La herrera trataba de bloquear la puerta con su cuerpo mientras la meretriz programaba una de aquellas cápsulas para sí misma. —Gracias por tu ayuda, Elia. Nos volveremos a ver en el Mercado Negro… Si sobrevives —se despidió de ella mostrándole que le había robado un saco de botín. —¡Maldita hija de la gran!... —gritó al descubrir que había sido utilizada como una herramienta. Una puerta de metal se abrió y una descarga de vapor impulsó el proyectil a través de ella, caldeando la figura de Elia, quien a duras penas podía soportar la presión del agua, su supuesta amiga había salido del barco. Llevada por la rabia,
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recogió su parte de la recompensa amasada y abandonó la cámara, llevándose un duro golpe en la espalda que la hizo chocar con la cabina del vehículo. Primero entró ella encogiéndose de hombros y acto seguido logró introducir a presión aquella bolsa medio vacía de piedras, incluso le había robado sin que se diera cuenta, era realmente una agente de los bajos fondos. Desesperada, empezó a pulsar botones hasta que la cabina se cerró. La compuerta tardó en abrirse más de lo esperado, por lo que Elia sintió nuevamente el ahogo de la muerte en su cuello, tras pulsar varias combinaciones de botones al azar, el motor se puso en marcha y salió despedida por uno de los conductos de emergencia. Aquella suerte de vehículo submarino salió propulsada con tanta fuerza que la presión acabó con el oxígeno del cuerpo de Elia, quien perdió el conocimiento. Varias horas más tarde el transporte chocó contra una enorme roca de acantilado golpeando su cabeza, despertando repentinamente con el cuerpo aún bajo los efectos de la droga, aquellos seres celestiales, de quienes decía se meaban sobre ella, tal vez la hubieran ayudado. Pero con la cáscara de la montura rota, volvía a hundirse dentro de un embalaje. Una nueva idea para un ingenio le corrió por la cabeza, pero de nada le serviría si era incapaz de escapar de tan angosto lugar. La dama hizo acopio de todas sus fuerzas para romper el cristal protector con el codo, hecho que logró, pero no sin una enorme herida que sangraba, aun así, siguió golpeando furiosamente la carcasa para poder huir. Nuevamente la suerte le sonrió, por lo que se escapó con la bolsa del botín, la cual mantenía cerrada con una fuerza física similar a la de su necesidad. Entonces, derrotada y cansada nadó hasta la orilla con el único esmero de poder salir. Con las prendas mojadas su cuerpo le pesaba el triple, el saco parecía desgastado por el botín, tenía que dormir un poco y reponerse antes de entrar en la ciudad. No lo haría desarmada, sin un plan y, sobre todo, con todas aquellas joyas en mano. Tras salir del agua y cargarse el fardo sobre el hombro, se encaminó hacia una cabaña de pescador destartalada y con evidentes símbolos de violencia.
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—Pues ya estoy en Dumptech, el urinario de los ángeles. ¡Ja! —exclamó al entrar en la ciudad. Elia durmió, tuvo unos extraños sueños en los que veía como en su boca había una exodentadura metálica que destrozaba cuellos y le facilitaba la succión de sangre de sus enemigos. Se sentía como aquella criatura de los Cárpatos, un lugar perdido del que poco se sabía y que se alimentaba de flema humana. Un parásito, al fin y al cabo, la ciudad ya estaba llena de ellos, pulgas, chinches, piojos y otras criaturas que acechaban incluso en las cocinas nobles. Se decía que las toxinas de las Islas Anacrónicas ofrecían a los chamanes visiones sobre el futuro y ella había sido alcanzada por una punta de lanza emponzoñada. En su sueño ella tenía conciencia propia y sentía todo tan real que despertó asustada. —Solo ha sido un sueño. Rayos, ya es de noche. Es hora de ponerse en marcha —pronunció tras alistar la única de sus pistolas que aún parecía funcionar. Con las primeras luces del alba, Elia cruzó el puesto aduanero de la ciudad minutos antes de que los guardias hicieran el control de mercancías, gracias a ello pudo entrar lo que todavía era una generosa bolsa de riquezas con la cual se presentaría en el Banco de Dumptech para comprar una casa alejada de la ciudad que tuviera un sótano para montar una forja. Un mes más tarde había terminado de reformar la casa y aún contaba con algo de dinero procedente de su campaña militar. Como pensaba, ya no era una heroína, es más, nadie se acordaba de quienes lucharon por intereses de otros, ni tampoco de quienes murieron en el mar. Ahora solo era una joven trastornada en edad de ser esposa y madre quien hacía garabatos en noches de insomnio. Eran diseños de artefactos, brazaletes, bastones con múltiples usos, bombas, proyectiles, cuchillos, pero, sobre todo, buscaba la fórmula de llevar al siguiente nivel a aquella pistola que le había salvado la vida. «Los disparos tienen una potencia de artillería y presentan un interesante abanico de ventajas. No obstante, el diseño presenta deficiencias de
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temperatura, estabilidad y recargo. El primer prototipo salió bien, pero ¿y si el segundo me mata?». Cayó derrotada sobre la cama al caer la noche. A la mañana siguiente recibiría una visita por parte de un intermediario del Mercado Negro, quien vendría a recoger aquellos estúpidos cetros y collares de imitación de los seguidores de Nyom’cyra, la noticia del éxito en aquellas islas no había pasado desapercibida para nadie, incluso se había dado una gran fiesta de celebración a la que asistió la misma herrera, quien entonces conoció a un representante de La Marquesa, una sociedad comercial supuestamente secreta, que le mostró la entrada al clandestino emporio comercial de la ciudad. El hombre de aspecto alto, sombrero de copa, bigotes y cazadora le advirtió que lo mejor que podía hacer era cerrar un acuerdo de suministro exclusivo con ellos. Aquel extravagante varón, quien la invitó a dos jarras de espumosa cerveza de primera clase en La Gran Chimenea, la taberna más popular de la ciudad en la que las canciones y el alcohol lograban una intangible tregua entre todo el mundo, decía conocer su identidad y sus secretos, pero la dama se limitó a seguirle la corriente y a beber de gorra. Si trataba de excederse con ella no dudaría en usar su anillo pistola o los cortantes hilos conductores de electricidad que se escondían en la gargantilla que llevaba al suelo. Llegado el momento, si trataba de excederse o hacer alguna clase de movimiento raro, ella lo asesinaría a sangre fría si hiciera falta. A pesar de todo, no era necesario, siendo fiel de alguna manera a aquel ambiente festivo, pagó la cuenta con una tercera jarra para Elia y le dejó el aviso verbal, no sin una suave voz, que si apreciaba su vida tuviera el encargo listo, sin trucos de poder medio. —Algo no está bien con este tipo. Pero eso es lo de menos, tengo que reabastecerme de comida y materiales —remarcó arrastrando la última jarra con los dedos. Aun exhausta por el agotamiento, no pegó ojo en toda la noche. Su cabeza estaba ocupada por pensamientos como los horrores de la guerra, el paradero de su hermano Josh, quien siempre había velado por ella, el incidente del tal Galenus quien afirmó conocerlo y el vacío existencial que ahogaba su pecho no 30
la dejaron dormir. Fuera estaba lloviendo, era aquella lluvia tan característica que deprimía a unos ciudadanos hundidos en el hedonismo y en los malos sentimientos. Necesitaba una copa de vino para ahogar sus penas, aunque fuera esa suerte de bebida importada de tan mala calidad, se podía permitir aquel lujo si lo compraba como medicina para aliviar sus dolores febriles. Asqueada por su incapacidad de conciliar el sueño, cerró el rudimentario circuito eléctrico para iluminarse con aquello que llamaban bombillas y los “hilos de Ariadna” que conectaban las habitaciones y alumbraban durante la noche permitiéndole encontrar el camino hacia la cocina. En la penumbra y vestida únicamente con un camisón, tomó un prototipo involucionado de su proyecto estrella, la pistola Steam, no se fiaba de la oscuridad en aquella ciudad. Al llegar a su destino, retiró el corcho de la botella y se sirvió una copa. Fuera, la lluvia había empezado a arreciar con más fuerza y violencia. Ahora los relámpagos la cegaron, un escalofrío recorrió la espalda de Elia, tenía un mal presentimiento. Con el cuerpo tenso, se mordió el labio conteniendo la respiración, se agachó para no poder ser vista desde fuera, a lo largo de su estancia en territorio ahora conquistado había desarrollado un sexto sentido para sentir presencias extranjeras. Los truenos continuaron rugiendo de forma ensordecedora, mantenía apretado el mango mientras trataba de volver a la cama sin dar la espalda a la puerta. De pronto, unos poderosos manotazos llamaron a ella. —¡La forja está cerrada! ¡Vuelve más tarde! —gritó sin saber exactamente a quién. Pero los sonoros impactos seguían haciendo temblar la estructura de metal pensada para su protección. La llamada continuó desesperada por varios minutos hasta que finalmente Elia se atrevió a entreabrir la puerta asomando el cañón de la pistola por el marco de esta. Una figura cercana al metro setenta y con un rostro envejecido y desgastado la llamó por su nombre. —Abre, Elia Steampunk. Soy Galenus, tengo noticias de tu hermano — sentenció con voz espectral. —No… —respondió la herrera con incredulidad ante lo que estaba ocurriendo.
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Mientras ambos personajes conversaban ahora en una puerta abierta, el amputado varón esperaba pacientemente bajo la tormenta para ser invitado a entrar. —Tal vez esto te ayude a creer en mis intenciones. —El hombre buscó algo en su chaqueta y lo colgó el cañón de la pistola. Elia lo miró de forma condescendiente, no obstante, quiso dar una oportunidad a aquella supuesta prueba de sus intenciones. Al bajar el arma se percató de que era el reloj de bolsillo que su hermano siempre llevaba, aquel que tenía la lámina metálica rota. Los ojos de la inventora se abrieron de forma que mostraba interés en lo que estaba viendo, con una desganada sonrisa cerró la puerta, corrió el cerrojo y la volvió a abrir invitándole a entrar. —Una sabia elección, sabes en quien confiar —añadió el varón con la voz serena.
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3.
Una visita al mercado negro
Galenus cruzó el umbral de la casa mientras la herrera lo miraba como lo que era para ella en ese mismo momento, un extraño que había acreditado tener relación acerca del paradero de su hermano. Elia lo observaba de cabeza a pies mientras se desprendía de aquella aparatosa capa con capucha que lo había protegido de las furiosas micciones celestiales. El gesto reveló un cuerpo vestido con prendas de resistentes tejidos, el cual mostraba una figura con una buena alimentación en comparación a muchos habitantes de la ciudad y un ornamental bigote que recordaba a un pulpo. El huésped remataba su aspecto con un monóculo de visión nocturna. —Decías que venías de parte de mi hermano, habla —lo retó verbalmente con los brazos cruzados. —Tengo una deuda de sangre con los hermanos Steampunk y la quiero saldar para poder hacer negocios con vosotros. —El ojo descubierto del ex soldado destelló. —Escupe todo lo que sepas de Josh y de qué forma pretendes pagarme por matar a una serpiente —lo amenazó mirándolo frente a frente. —Parece que no soy bienvenido, entiendo que estas no son horas para visitar a una civil. Vamos a hacer esto un poco más ameno. Dispárame al brazo con esa pistola que sujetas —le ofreció con una sonrisa que mostraba unos dientes castaños y desgastados. Elia pareció dudar por un momento, tal vez se tratase de una trampa. El instinto de lucha recorrió su columna vertebral como una relampagueante descarga eléctrica en cuánto la diana humana alzó su brazo reiterando el interés. La herrera estaba segura de que el impacto resultaría mortífero, pero al parecer el huésped no tenía tan claros los resultados. El morbo de saber qué ocurriría a continuación se apoderó rápidamente de ella, provocándole una suerte de excitación que la decidió de inmediato. Sin mediar palabra encañonó al adversario y apretó el gatillo después de apuntar a la altura del bíceps. Un ruido metálico bloqueó las balas por debajo de la prenda. Aquello la sobresaltó mucho.
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—Veamos que has sido capaz de hacerle a mi brazo biónico —habló lleno de seguridad en sí mismo. Al levantar la manga pudo ver cómo le había dejado dos pequeños agujeros y ningún indicio de que la extremidad se hallara rota. Elia palideció al ver que su arma había sido detenida con tan suma facilidad. Fue entonces que se percató de que no era buena idea dudar de sus intenciones y, efectivamente, confiar en la idea que el mismo Galenus venía de parte de su hermano. —Tu hermano es uno de los pioneros en el campo de las extremidades biónicas. Me ha dicho un pajarito que quieres ser inventora. ¿Puedo saber por qué motivo? —la interrogó mientras contemplaba siniestramente orgulloso el desperfecto. —Pasa al salón, te serviré una copa de vino —le pidió con el labio temblando de rabia. La inquilina sabía que estaba delante de una terrorífica criatura. Si había sido capaz de detener una bala impulsada por una pequeña corriente eléctrica, ¿qué no sería capaz de hacer con aquel brazo que podía mover con cierta naturalidad? En la cocina tomó el cáliz ornamental de los invitados, un producto comercial al que daría salida próximamente, lo llenó hasta la mitad de su capacidad para acto seguido servirse otra copa para ella. Al rebuscar en el compartimento de las especias sintió la tentación de añadir veneno para ratas a su bebida, al fin y al cabo, no sabía nada de él y le estaba regalando los oídos con promesas aparentemente vacías. Sin embargo, recordó el guardapelo y su retrato pintado. —No puedo hacerlo, si ha conseguido llegar hasta aquí es que debe tener contactos por todos lados —dijo mientras los truenos seguían ensordeciéndola. Un par de minutos más tarde se presentó en el salón con el vino en mano. El lar de fuego estaba reducida a sus brasas, aun así, la casa estaba lo suficientemente caliente como para mantener una agradable conversación. En el reloj de la pared marcaban las tres de la madrugada, la luz volvería a proyectar las sombras de la ciudad en cuatro horas, y en tres entrarían los primeros obreros a trabajar en las fábricas y fundiciones de Dumptech. Galenus recogió la copa
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de las manos de su anfitriona, vació su contenido de un trago y dejó el cáliz en el suelo. Su actitud desagradó a la dama, pero no demostró ningún gesto físico de incomodidad, por lo que procedió a abrir el debate previsto. —Primero de todo. Dime lo que sepas de Josh Steampunk. Recuerda que tienes una deuda de sangre conmigo —inquirió clavando su mirada en aquel brazo mecánico. —Josh está colaborando con Jaspert Rumblewood en una enfermería en Swampool. Las familias de cazadores de croco-lagartos no pueden permitirse el lujo de mantener a tullidos, así que aprovechan las amputaciones de esos animales para darle un empuje tecnológico al asunto. La última vez que hablé con Josh estaban hablando de la deshumanización de los soldados. La guerra del futuro… —Galenus se quedó mudo al ver el brillo asesino en los ojos de su interlocutora. —La decidirán las máquinas. Entiendo que esa gente son conejillos de indias. Ahora dime, ¿por qué te ha enviado a buscarme? —pidió cruzando su pierna por encima de la rodilla. —Se ha enterado de que quieres garantizar tu supervivencia creando ingenios para matar. Así que solo quiere asegurarse de que tendrás a un buen tutor que te guie. Por cierto, ¿Eres consciente de que los inventores están estigmatizados y de que se han cerrado toda clase de talleres clandestinos? La Orden de Caza tiene sus propios monjes asesinos. —La dama bebió un trago largo de la copa mientras lo escuchaba. —Yo ya nací estigmatizada. Sin un rabo colgándome de la entrepierna y haciendo joyas desde pequeña tenía todas las papeletas para ser el juguete sexual de Mortimer Badger. Una rata tiene más derechos que una mujer soltera —escupió con desgana. —Si no fueras la hermana de Josh te sugeriría que empezaras a trabajar en el Mercado Negro, la belleza cotiza al alza para conseguir información y seguridad. Serías la chica de todos los poderosos y de nadie. ¿Te gusta esa idea de empoderamiento? —Esta vez la bala sí que impactó de lleno en Galenus.
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La mirada inyectada de sangre de Elia fue más certera y devastadora que cualquier tipo de proyectil que pudiera fabricar o ingenio que pudiera dispararlo. Con dos zancadas se puso a su altura, se agachó y se apoyó en el sofá para susurrarle al oído con un tono frío y afilado como un cuchillo. —No me compares con las rameras de los bajos fondos, olvidas que soy una mujer de armas tomar. Así que cuando mueras será placentero fundir tu brazo para forjar una pica con la que empalarte. Cuida tus palabras, Galenus, estarás en casa de una mujer pero olvidas quien habita en ella. Su amenaza logró helar aquella piel lechosa por falta de sol. —Será todo un placer instruirte en el mundo de la ingeniería. Por el momento, te daré el diseño de una clase de artefacto que tal vez te suene. —El varón sacó de su chaqueta una piel de cerdo enrollada en la que alguien había grabado algo. Los ojos de Elia se abrieron como platos al ver como de forma rudimentaria estaba descrito todo el proceso de fabricación de la bomba de filos cortantes que había visto en el barco. Su imaginación voló con tanta celeridad que pronto se vio soltando aquellos artefactos por las calles de Dumptech mientras huía de la policía tras haber cazado una recompensa. —Debes ser consciente que en el mejor de los casos saldrás lesionada si cometes el más mínimo fallo con las herramientas que te enseñaré a forjar. — Se mostró condescendiente el hombre al mirarla. —Si mis productos no son capaces de segar vidas, son indignos de una marca comercial —aseguró la dama con una voz más cálida. —Tienes un buen enfoque de negocios. Será todo un placer revelarte los secretos de los ingenios de la muerte —confesó Galenus tras soltar una sonora carcajada. La charla continuó durante un par de horas más, el varón recogió su todavía empapada capucha y desapareció por la puerta. Elia, quien ya se encontraba lo suficientemente desvelada como para no regresar a la cama, miró el reloj de pared y reparó en que todavía faltaba una hora y media para que vinieran a por
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su encargo. Entonces bostezó y desperezó los músculos antes de meterse en la bañera para asearse antes de que llegara la visita que esperaba. Aquella noche Elia estaba despierta después de haber tomado una larga siesta con la que había recuperado todas las horas de sueño perdidas. Después de tomar una cena ligera bajó a la forja para revisar la lista de herramientas y materiales que necesitaría del Mercado Negro. Tras repasar angustiada la lista con la esperanza de no haberse olvidado de nada, recogió un cinturón con un cuchillo y una pistola básica para no llamar la atención. En silencio rezó no tener que necesitar ninguna de esas herramientas. Era la primera vez que bajaría a aquel sitio y hasta el momento únicamente había oído rumores acerca de la clase de negocios y personalidades que allí se reunían. Suspiró pesadamente mientras se guardaba una pequeña bolsa de monedas de oro en el bolsillo interno del pantalón. Dio un último vistazo a su forja y sintió un pinchazo en el corazón, aquel dolor la doblegó repentinamente, sus músculos parecieron paralizarse lentamente, le costaba respirar, su dermis empezó a transpirar, algo estaba mal en ella. El miedo se apoderó de ella, tomó una hoja sin terminar de la mesa, el instinto de supervivencia animal la llevó a querer defenderse, no obstante, la amenaza estaba dentro de ella. Sus piernas perdieron la fuerza y cayó de bruces al suelo, le costaba respirar. Los gritos de auxilio se le atoraron en la garganta un espeso humo se formaba en su mente. —Ya es suficiente… —exhaló tratando de sobreponerse a la situación forzando a su cuerpo. Con un hilo de voz maldijo algunas palabras inteligibles, apoyó su rodilla en el suelo y empezó a enderezarse lentamente al tiempo que sus articulaciones temblaban. Después de un par de minutos forcejando con el problema, se percató de que algo en su sangre no estaba bien, pero no cayó en cuenta de la causa. Al mirar su reflejo pudo ver su piel arrugada y como unas venas negras asomaban por debajo de la piel. Su corazón se detuvo por un instante y volvió a caer sobre una rodilla, las piernas le flaqueaban nuevamente, así que gateó hasta el bidón con agua donde templaba las hojas. Al asomar allí su cara, se dio cuenta de que todo había regresado a la normalidad. 37
«Que experiencia más desagradable. Deberé andar con cuidado», pensó mientras se lavaba la cara con el agua todavía limpia. Tras comprobar por última vez su aspecto físico, sacó pecho y encaminó las escaleras hacia la salida del subterráneo. Fuera, el ambiente era fresco, los vientos del invierno estaban siendo amables con los habitantes y, al parecer, los ángeles no tenían más ganas de miccionar encima de la población. En los rincones más oscuros las meretrices gemían y movían sus caderas buscando despachar rápidamente a sus clientes, las ratas campaban a sus anchas y algunos obreros borrachos eran escoltados por la ineptitud de la policía de Dumptech. Elia escondía el rostro bajo la capucha mientras miraba al frente por debajo del borde a través de las lentes de visión nocturna. La entrada al Mercado Negro a través del sótano de La Gran Chimenea estaba a punto de cerrar, era la hora de la patrulla de La Orden de Caza. El grupo fundamentalista religioso estaba haciendo movimientos para tratar de imponer su concepto del orden en la ciudad, el interés por las piedras de las Islas Anacrónicas probablemente tuviera algo que ver. Al fin y al cabo, ningún tirano es capaz de mantenerse sin la complicidad de la gente y sin el monopolio de la violencia. Al hallarse a menos de cincuenta metros de la taberna, pudo divisar rápidamente como se abría la puerta principal y como la policía sacaba a palos a un grupo de parroquianos quienes eran conocidos mendigos de la iglesia. —Malditos perros, dejadnos beber tranquilos. —Uno de los camorristas estampó su jarra contra la cabeza descubierta de un agente. Elia contempló como la situación era resuelta con garrotes de hierro, la rudimentaria herramienta de trabajo que tan buenos resultados daba cuando no había dinero para sobornarles. Aunque el espectáculo era un claro ejemplo de cómo se dirimían las diferencias en la ciudad y podía regocijarse viendo como aquellos parásitos se mataban entre ellos, se escondió bajo la capucha y arrancó a correr rodeando la taberna, esquivó charcos de vómito e incluso pisó un cadáver caliente hasta que finalmente dio con la entrada de piedra al recinto. Estaba a punto de pasar a un territorio sin ley del que eventualmente uno no podría salir de allí con vida, aun así, su esperanza aguardaba bajo tierra. La boca 38
que daba a las entrañas se dividía en dos puertas, una de ellas estaba abierta y parecía ser de una madera maciza que había sobrevivido al paso del tiempo, la otra estaba lo suficientemente podrida como para ser fácilmente carcomida por toda clase de insectos y ser derribada con una detonación controlada, sin embargo, allí se encontraban las maquinarias que calentaban el local y se guardaban algunos barriles vacíos, por lo que nadie reparaba en ella. Al superar la bifurcación del camino, la dama resbaló con una mancha de sangre fresca que se hallaba en la escalinata y bajó todo el trayecto cayendo sobre sus cuartos traseros. —Dime quién eres y cuál es tu deseo —indicó una voz que no parecía humana. —Soy Elia Steampunk, únicamente vengo a comprar materias primas y largarme —contestó acariciando una de sus pistolas. —Gánate el derecho a entrar en el Mercado Negro entonces —respondió el interlocutor, quien apareció desde detrás de una cortina negra. —Hagamos esto a mi manera. Soy la mejor herrera de esta mierda de ciudad —amenazó Elia después de desenfundar el cuchillo que había elegido. —Has elegido el tributo de sangre —anunció el humano con máscara mandibular y gafas. —¡Alto! Ella ha esnifado conmigo, a partir de ahora recuerda su nombre. Pertenece a mi familia. Una voz conocida intervino en el conflicto arrancándolo de raíz. Los ojos de Elia no daban crédito a lo que veían, se trataba de ella, saliendo de las negras cortinas apareció Krystal con un aspecto propio de una ramera y perseguido por la moral pública. Sin mediar palabra, la herrera pasó al lado de aquel humano para darse cuenta de que dentro de la gabardina tenía toda clase de ingenios que podrían acabar con ella. La prostituta se perdió al otro lado del velo y fue acompañada por la recién llegada. El lugar estaba compuesto por una enorme explanada cuadrangular en la que al fondo de todo había una casa de apuestas junto a una plataforma de combate donde dos mujeres luchaban sin ropa. 39
Distribuidas en hileras había toda clase de estantes y tiendas como en los mercados de la superficie, sin embargo, en vez de venderse ropa y productos de alimentación, allí se vendían menas de metales, piedras preciosas, sustancias psicotrópicas, hierbas para moler, ingenios de fabricación original, armas de filo y de fuego, chatarra rescatada e incluso había prestamistas. El ambiente se completaba con vendedores ambulantes de cerveza, sicarios que conocían a sus postores e incluso llegó a reconocer a algunos nobles en aquel recinto, pero lo que más le llamó la atención era que los inventores se pavoneaban como reyes acompañados por meretrices. —Si esto es el Mercado Negro se me cae el alma al suelo —murmuró Elia antes de alzar la pierna para poner la zancadilla a un mocoso. —¿Por qué me has hecho esto? —Lo miró con desdén un niño que parecía huir. Elia no medió palabra, alzó la pierna y le asestó una patada en la boca del estómago, la criatura exhaló aire y acto seguido le dio un golpe con el talón en la médula espinal, dejándolo tirado en el suelo. —¡Es solo un niño! No tenías que haberle hecho eso —la regañó Krystal con mirada indignada. —Únicamente era una boca más que alimentar con una bolsa de oro que me será muy útil —la corrigió la herrera tras deshacerse del botín. En aquella institución mandaba la ley del más fuerte y ella, quien era un rostro desconocido para muchos, a pesar de que reconoció rápidamente a Calipso la navegante haciendo una competición de pulso con Badger Mortimer, tenía que dejar claras su postura. No podía permitirse el lujo de dar una primera impresión de dama dócil e indefensa que se había perdido, a pesar de que anduviera con una agente de los bajos fondos. —Después de esta demostración, ¿me dirás a qué has bajado hasta aquí? — inquirió la mujer pública. —No esperaba encontrarte aquí, pero sé que estaría en problemas si te hago pagar que me abandonaras en el buque hundiéndose. He venido a comprar 40
materiales para fabricar mis primeras bombas de filamentos —aseguró con voz firme. —Llevas una cantidad indecente de dinero que no te pertenece. Te ayudaré a aligerarla y a que la carga llegue hasta tu fragua sin el menor percance. —No necesito colaborar con nadie. Soy una mujer capaz de arreglárselas sola. Ahora que tengo más dinero podría comprar información y diseños. ¿Dónde se abastecen aquí los inventores? —preguntó Elia con interés. —Tu ignorancia me está dando náuseas. Dame la lista de lo que necesitas, primero compraremos tu seguridad, después los materiales indicados y, tras separar mi comisión de relaciones públicas, comprarás ropa propia de inventora. Me interesa que sobrevivas a un par de explosiones en tu herrería, según mis pajaritos, no tienes un taller… —pronunció Krystal. «Menuda lagarta que estás hecha. Ahora entiendo cómo te diferencias de las ratas», pensó mientras seguía de cerca a su guía. El paseo por la zona estaba iluminado tanto por antorchas como por rudimentarias luces mantenidas con pequeños motores de vapor que generaban electricidad, al buscar a personas concretas, dieron vueltas varias veces hasta dar con un hombre que al girarse la espantó por no tener rostro. Lucía un sombrero de copa, vestía como un aristócrata y jugaba con un cuchillo de caza entre sus dedos. A Elia se le heló la sangre al verlo, sin mediar palabra, la meretriz tomó prestada la bolsa de monedas de oro robadas y entregó una cuarta parte del contenido. —Escúchame bien, Eldon. Vas a velar por nuestra seguridad hasta que abandonemos el mercado. Sabes lo que te ocurrirá si fracasas ¿no? —le dijo con voz segura. —¿Este tipo es de fiar? Siniestro lo es bastante, pero no sé si… — repentinamente su frase terminó cuando notó como la boca del cañón de una pistola acariciaba su nuca.
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—Vamos, será una noche muy larga y productiva en el Mercado Negro — aclaró la meretriz. Horas más tarde, cuando el sol rayaba por el horizonte, Elia cruzaba el umbral de su hogar con un saco lleno de metales, herramientas en buen estado de inventores asesinados, nuevas ropas para trabajar y moverse por la calle, además de
artefactos rotos que podría
examinar para conocer su
funcionamiento. Como había oído aquella noche, el oficio no estaba regulado ni tenía gremios, lo único que tenía era una piel de cerdo transcrita en papel y algo de tiempo para dedicarse a preparar sus primeras bombas con filamentos cortantes. Así pues, primero empezó clasificando su botín, después se lavó y finalmente se echó una siesta para despertar con las luces del mediodía. Después del descanso, Elia tomó una ligera comida antes de empezar a trabajar. Los encargos de herrería desde los bajos fondos y de agentes de los bajos fondos seguían llegando, mientras restaba horas al sueño para perfeccionar poco a poco unas bombas que parecían colaborar con sus objetivos. Luego de seguir cuidadosamente todos los pasos, al haber finalizado su primer explosivo, un temblor sacudió la ciudad y su primera creación cayó al suelo. Los hilos cortantes se dispararon bajo la mesa liberando los letales efectos y cortando la mejilla de Elia con virulencia. La sangre corrió por su rostro y cayó sobre el dorso de su mano. Un gran jolgorio invadió su pecho y la dominó. La ciudad estaba siendo sacudida por un terremoto, de pronto el aire se llenó de gritos y de desesperación, aunque el suelo no parecía abrirse como una causa natural, Elia pudo deducir que algo estaba ocurriendo en la ciudad. Al asomarse a la ventana contempló cómo varios zepelines bombardeaban Dumptech con bombas de vapor y cargadas con pólvora. Esta vez, los responsables del malestar no eran los ángeles, sino probablemente alguna potencia enemiga que venía a recordar a los civiles que las ratas tenían más derechos que ellos. Sin duda, la campaña de las Islas Anacrónicas empezaba a tener efectos políticos. Pero aquellos no eran las únicas consecuencias a las que tenía que hacer frente. De forma conjunta al ataque aéreo, en las calles se empezaron a oír disparos, relinches de caballos y rugidos motores de vehículos de combate. 42
—Cuando te relajas un minuto en esta cloaca vienen a por ti —gruñó la dama poco antes de que los cristales que daban al exterior se rompieran sobre ella. En las calles había salteadores de caminos con armas de fuego, algunas caras que había visto en los bajos fondos y algunos particulares quienes salieron a defender con armas de fuego a sus locales. Sin embargo, no había ni rastro de la policía por ningún lado. El único lugar que parecía seguro era la iglesia, pero refugiarse allí supondría poner en riesgo toda su inversión, además, una sed de sangre que nunca antes había sentido, se apoderó de ella. Elia perdió la razón, se ató una faltriquera a la cintura, la llenó de sus mejores bombas, se acomodó un cuchillo de caza en la bota derecha, se ajustó las lentes de las gafas para que no molestaran y tomó uno de sus rifles de largo alcance de su marca personal. Antes de salir a la calle, asomó su cara a las puertas de madera de la entrada de la fragua. Era sencillo diferenciar a los civiles de los atacantes, además, la policía estaba siendo humillada con facilidad, resultaba curioso ver como el jefe de seguridad de la aristocracia era arrastrado por el suelo tirado de los tobillos. —Si yo llego a mandar sobre esta pocilga, voy a imponer la justicia que emane de mis ovarios —aseguró mientras buscaba apuntar a la cabeza del jinete. El malnacido se detuvo a los pies de la pequeña escalinata desgastada que subía al monte, puesto que el hogar de Elia se encontraba a tocar de las montañas. La dama contuvo la respiración hasta el momento de apretar el gatillo, después exhaló aire cuando la bala con impulso a vapor le destrozó el cráneo y dejó un profundo agujero en una de las casas cercanas. Ahora se encontraba en una sugerente situación, pues si era capaz de hacerse con aquella joya de la ingeniería podría cumplir uno de sus sueños, poseer uno de esos aparatos como medio de transporte para sembrar el caos. Pero ella estuvo en lo cierto, tanto civiles como invasores quisieron hacerse con ella, hecho que la hizo dudar. Si lanzaba alguna de sus bombas experimentales, asesinaría tanto a civiles como a enemigos. Pero, por otra parte, su instinto de supervivencia le dictaba quedarse a defender su propio hogar, si ella misma no lo hacía, nadie más movería un dedo por ella. «Si me estoy planteando esto. ¿Acaso me estoy
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convirtiendo en un monstruo?», se interrogó un momento antes de que una bomba de mano cayera cerca del lugar.
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4.
La sombra de Jaspert Rumblewood
Elia observó a cámara lenta como un artefacto redondo con una mecha caía cerca de aquella montura de dos ruedas. De pronto quedó cegada por un destello y, acto seguido, ensordecida por la explosión que se produjo, una poderosa onda expansiva rompió los cristales de las casas cercanas y provocó que la dama cayera de espaldas golpeándose la cabeza. Pronto el aire se llenó con un aroma a azufre y pólvora que desperezó sus sentidos, aún no recuperada de unos oídos que le pitaban por culpa del impacto. Trató de incorporarse y de ver sin las lentes a través de aquella enorme humareda a la que se añadió el olor de la carne humana chamuscada. Alrededor de la zona impactada, las detonaciones continuaban. En los cielos todavía se podían divisar las embarcaciones aéreas atacando la ciudad, Dumptech era una enorme chimenea bajo el fuego de la fuerza invasora. Aquellas escenas que quedaron grabadas en las retinas de los supervivientes de la Gran Guerra se repetían nuevamente y eran sentidas por sus descendientes en sus carnes. Elia trató de ponerse de pie aun estando medio sorda, el cuerpo le vibraba por el impacto del artefacto. —Mal me parta un rayo, eso ha estado muy cerca —gruñó al poco tiempo de ver como otro artefacto con mecha rodaba hacia ella. Una risa diabólica acompañó aquel presente explosivo, tan pronto como ella lo divisó le asestó un golpe con el empeine de su bota que mandó a volar a aquel artefacto lejos. Acto seguido echó a correr en dirección al humo en busca del atacante, sin su juego de lentes estaba en desventaja en aquel campo de batalla urbano, pero sabía que sería un blanco todavía más fácil si no se valía de ninguna clase de camuflaje. Privada de su vista, buscó refugio en los estrechos pasillos que se formaban entre las casas que daban en su distrito. Cabía la posibilidad de que el asalto contra su propiedad no fuera fortuito, aunque viviera en un basurero social y tecnológico, la morralla podía esconder algunos tesoros. Gracias a la mira telescópica con lente de visión termodinámica que caracterizaba al arma, observó como varios humanos corrían en dirección a su hogar. La venganza destelló en sus ojos de veterana tiradora y lanzó tres
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disparos, acertó en la cabeza de los asaltantes en dos ocasiones, pero el tercero se perdió en la nada y alertó al blanco, quien buscó refugio cerca. —¡Me voy a cagar en todo! ¡Cabrones! —exclamó colgándose el arma al hombro. Lentamente el humo se disipaba y Elia recuperaba las capacidades auditivas como para apreciar las trompetas y las campanas doblar, al parecer intervendrían las fuerzas paramilitares de La Orden de Caza para poner orden en la ciudad. Con un ejército basado en los antiguos métodos de la guerra convocando a una hueste civil, únicamente quedaban soldados tullidos o traumados por los horrores de las Islas Anacrónicas para defender una ciudad que podían sentir como una suerte de granja humana. La inventora dio un paso en falso tratando de salir del callejón, una bala se hundió a escasos centímetros de su posición. Su enemigo era bueno con las armas de largo alcance. —Él puede verme, pero yo no sé dónde se encuentra. Esta pelea es completamente desigual —exclamó mientras se metía hacia el interior del callejón. Elia se encontró de espaldas a aquella casa abandonada, la cual todos los miembros fueron asesinados debido a una deuda económica. Examinó las paredes en busca de una ventana, en cuánto la encontró utilizó su arma para romper el cristal y entrar en su interior. Con un poco de suerte podría encontrar una mejor posición para disparar y abatir al enemigo que se hallaba dentro de su hogar. Nuevamente maldijo haber dejado en el taller sus lentes de visión nocturna, únicamente se podría valer de su mira y del ojo humano para acabar con el enemigo. Medio en la penumbra no sin pisar cadáveres fríos en los que los huesos asomaban de entre la carne. Entonces, agachada dio con el objetivo. Parecía ser una suerte de adolescente quien salió de su hogar desarmado y dando pequeños saltos con el fruto de su saqueo. Entonces estuvo a merced de la herrera, quien ya había tomado posición. Realizó un disparo al cuello de la víctima, para acto seguido volver a apretar el gatillo centrando el blanco en el estómago. Ambos disparos acertaron, sin embargo, el arma se quedó sin vapor y únicamente le podría funcionar como una suerte de bastón. Al ver al saqueador
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luchar por su vida intentando arrancarse las balas, la dama salió repentinamente de la ventana con el cuchillo de caza en mano. Para evitar ser un blanco fácil, no se movió en línea recta, pero se desplazó con diligencia con la cabeza agachada para terminar dando una voltereta con la que aterrizó en una posición de media guardia presionando la herida del invasor. La dama tuvo la oportunidad de interrogar a aquel chaval, quien únicamente alcanzó a pronunciar una estupidez mientras la bota hacía fuerza sobre la herida abierta. De la misma forma que había sentido placer al torturar a un mocoso en el Mercado Negro, ahora lo sentía teniendo a merced a su víctima. La inquilina le arrancó la bolsa de piel con todo lo que había saqueado, la echó dentro de su hogar, cerró la puerta de una patada y después pateó los testículos del enemigo. —Esto es solo para asegurarme de que no vas a intentar nada raro —lo amenazó Elia mientras rebuscaba en los bolsillos del enemigo. El chaval se seguía retorciendo de dolor, poca vida quedaba en su cuerpo, al parecer era una suerte de retrasado mental que únicamente era capaz de decir “jo”, sin embargo, aquello no fue motivo suficiente para Elia como para perdonarle la vida. Tras rebuscar en sus bolsillos encontró una de aquellas bombas con las que se había jactado de sembrar la destrucción en su departamento. Al ver que precisaba de una llama para encender la mecha, decidió no perder más el tiempo. Le abrió el cuello en canal, pateó su cráneo haciendo que le saltara un ojo y dejó que su flema descendiera calle abajo mientras el cadáver corría, espectáculo que ella misma no se detuvo a observar. «Que idiota he sido. Primero he olvidado las gafas. Luego he decidido tomar un arma larga para hacer la guerra en una ciudad. Y por último no he sacado partido a los explosivos. Si no soy capaz de convertir mi cuerpo en un arma letal en las distancias cortas, deberé encontrar otra forma de ser mortífera en esas condiciones», consideró para sus adentros mientras se ponía las lentes sobre la cabeza. Repentinamente, escuchó como alguien se estaba moviendo en el piso de arriba, nuevamente estaban intentando saquear su casa. Se juró hacer pagar caro a su enemigo aquella ofensa, probaría la más reciente versión de lo que algún día debería llegar a convertirse en su producto estrella, la pistola Steam. 47
Esta vez había añadido un elemento para regular la potencia del disparo controlando la presión de vapor. Aunque por el momento únicamente tenía una unidad del reformulado cañón de mano, toda precaución le pareció poca. Ella completó el equipamiento con un látigo de cuero que todavía no había probado, pero que adquirió en el Mercado Negro. Todavía con el cuchillo de caza en la cintura, escuchó los torpes pasos y la risa desencajada de uno de los ladrones quien descendía por la escalera que daba a la puerta secreta detrás del armario de la cocina. La dama aplastó su cuerpo contra la pared de la herrería esperando a que el adversario se acercara lo suficiente, sin embargo, el fuego de la forja proyectó su sombra y alertó al enemigo, momento en el que Elia salió de su escondite y disparó con su más reciente creación. Una nube de vapor le quemó la piel por unos segundos, no obstante, la bala había cumplido su cometido destrozando la médula espinal de su víctima y parte del cuello. Tras sortear el peligro con éxito, sorprendió a dos atacantes con un saco de tela en la cabeza saqueando su hogar. Uno de ellos realizó un rápido disparo de precisión que desarmó a Elia mientras que el otro dejó caer una esfera en el suelo, aquella contenía una suerte de gas venenoso que empezó a aturdir lentamente a la inventora, pero esta no quiso rendirse, en aquella guerra ella era la cazadora, la amenaza a tener en cuenta. Así pues, contuvo la respiración y lanzó una de sus primeras bombas, logrando un resultado excelente en un piso pequeño, la presión de vapor y la telaraña que construyeron los hilos atrapó a los cacos en ella. Elia no dudó en rematar la faena con dos disparos seguidos. Su casa volvía a estar limpia, pero al haber usado ofensivamente su arma, había bloqueado su puerta de salida mientras las sustancias tóxicas seguían expandiéndose y paralizando sus músculos. «Yo recuerdo esta esencia de algún lugar… esto es agente intramuscular de las Islas Anacrónicas», consideró para sus adentros mientras luchaba por cerrar la puerta que daba a la forja. El elemento arquitectónico de madera de cedro pesaba como un muerto debido al veneno inhalado. Como había respirado poco, sus probabilidades de sobrevivir eran bastante elevadas, pero si se quedaba dentro de la casa su 48
muerte estaría sellada. La única manera de librarse de aquella suerte era haciendo que su cuerpo reaccionara ante un dolor que la alertase. Las piernas le temblaban, los músculos se adormecían, de alguna forma volvía a sentir la ponzoña que la había alcanzado a través de aquella lanza ritual en la batalla, la fiebre le estaba subiendo nuevamente. Eran unos síntomas conocidos que se habían vuelto a manifestar en un corto periodo de tiempo, si se sobreponía a aquellos males, tal vez debería verla un médico. Tambaleante, caminó hacia el calor de la forja y apoyó sus manos sobre los hornos. El dolor definitivamente acabaría salvándola, cuando sus dedos desnudos se apoyaron en las paredes notó como las altas temperaturas rasgaban la dermis haciéndola sentir por la aflicción más profunda que sintió en su vida, su cuerpo entero se puso en guardia y cada uno de sus órganos despertó, parecía que chillaran y vibraran con vida propia. Elia sintió pinchazos en el corazón, le costaba respirar, pero quiso resistir, su propósito diario siempre era vivir un día más. Sus labios temblaban, el rugido estaba atorado en su garganta, toda su figura temblaba hasta que finalmente se escapó el grito de agonía. La dama hundió sus manos en el barril de agua fría que tenía para templar, sintió un alivio momentáneo, aun jugándose la posibilidad de quedar incapacitada, sin embargo, su cuerpo chorreaba tanta adrenalina que se sentía lo suficientemente viva como para salir a combatir en la ciudad. Tratando de escapar del gas, el cual ya se había filtrado por la separación de la puerta en el suelo, la herrera encaminó su cuerpo en las escaleras mientras las quemaduras castigaban su sistema nervioso. —Tengo que salir de aquí de inmediato… —suspiró pesadamente cuando quedaban pocas escaleras para salir a la superficie. Elia empujó las puertas de madera con las manos tras hacer un enorme esfuerzo, las quemaduras castigaron su sistema nervioso, su cuerpo sudó abundantemente, la nube amarilla seguía trepando escalón a escalón cuando de repente alguien tiró de los anillos de metal desde el exterior y las puertas se abrieron. Palideció al pensar que se trataría de más enemigos, por lo que con un acto reflejo, sacó el cuchillo de caza del cinturón tratando de realizar un tajo al 49
aire. Sin embargo, no se topó con nadie, estaba sola en la boca de la entrada de su taller. Despreocupada de los bienes materiales, huyó al trote. De forma paulatina sus manos le empezaron a doler menos, con mucha suerte sus quemaduras no serían tan graves o profundas, pero lo que realmente le preocupaba era el efecto de la ponzoña que había inhalado. Ella misma había sido testigo de lo capaces que eran los indígenas de las Islas Anacrónicas, el hecho de que tuviera que enfrentarse a unos asaltantes armados con esa clase de recursos la llevó a pensar que probablemente hubieran sido atacados por una potencia extranjera o que alguien estuviera tratando de dar un golpe de estado en Dumptech. Efectivamente, alguien había planeado el ataque a la embarcación de los altos cargos de regreso a la ciudad y había equipado al invasor. La herrera caminaba entre ruinas y una miscelánea de cadáveres la cual se veía aderezada por el olor a humo y azufre. Algunos de los pobres desgraciados quienes no pudieron escapar de sus hogares y se hallaban moribundos suplicaban piedad. Algo inquietó a la joven cuando miró a una madre a los ojos, había logrado salvar a su hija pequeña, quien berreaba de mala manera. La progenitora tenía medio cuerpo sepultado por una enorme viga de hierro. —No sé quién eres, pero apiádate de mí. Si tienes corazón, llévate a la niña de aquí. Yo no puedo hacer nada más por ella —suplicó la madre sujetando una bota de Elia por el talón. Elia miró de reojo a aquella escandalosa criatura y recordó su actuación en el Mercado Negro. Se preguntó si aquella era una oportunidad para redimirse de sus actos. Aunque ella no había matado a infantes y civiles indefensos en la campaña militar, sí que le había robado las pertenencias a un crío recientemente. Un sentimiento de culpabilidad y una sensación de incomodidad pugnaban contra ella quien buscaría refugio por un par de horas, el tiempo suficiente como para que el agente paralizante se desvaneciera del aire. La dama se soltó de la presa en el talón con desdén, instante en el que sintió el odio de una madre en su nuca. —Vete, huye como las ratas. Contenta deberá estar tu madre esté donde esté —le espetó con los últimos hilos de voz aquella mujer.
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Con un ágil movimiento se volteó de repente y encañonó a aquella esposa quien había exhalado toda su última brizna de vida. Los lamentos del bebé se tornaron más insoportables, era como si fuera consciente de que su vínculo filial se habría desvanecido para siempre. El cañón apuntó ahora hacia aquella precaria vida, si no lo mataba ella, lo harían las ratas, los perros o el propio ambiente. La mano de Elia temblaba mientras trataba de apretar el gatillo, pero algo se lo impedía. Los recuerdos de su infancia en el orfanato de Dumptech, las regañinas de Emmeline Wake, los boles de avena, las cucarachas debajo de las improvisadas camas con tela y hierro, pero, sobre todo, las cadenas en los hornos de joyería. Pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia fabricando imitaciones de joyas y abalorios hasta que Cassander Topper tuvo un accidente al encender la fragua. La misma Elia había escondido pólvora en el carbón para acabar con la vida del tipo que la prometió violar. El castigo que le fue impuesto fue quedarse a cargo de la forja, momento en el que dejó de producir abalorios y complementos para fabricar armas. En ese momento todo el mundo dejó de tomarle el pelo, puesto que los encargos de armas de fuego llegaban casi semanalmente. Volviendo en sí, una voz femenina la llamó con un tono autoritario. —Si tú aprietas el gatillo yo haré lo mismo. Demuestra que eres mejor que los secuaces de Jaspert Rumblewood —ordenó el recién llegado escondido bajo un atuendo de monje. Elia guardó la pistola en el cinturón y se encaró al recién llegado con un rostro impasible. —Serviste bajo mis órdenes en las Islas Anacrónicas. Acompáñame al orfanato donde todo empezó y te contaré la verdad acerca de este ataque — ordenó revelando un arma con seis cañones. Los ojos de la dama temblaron al contemplar a aquel prodigio de la ingeniería. Únicamente las clases más pudientes y los inventores consolidados eran capaces de construir dicho artefacto. Sintiendo la presión aplastante del miedo en sus propias carnes, Elia doblegó su voluntad y recogió a la criatura en brazos
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entonces hizo un gesto con el mentón pidiendo a su interlocutora que revelara su rostro. —Siempre fuiste por libre y te pasamos por alto muchas desautorizaciones debido a tu reputación como armera. Pero es irrespetuoso que hayas olvidado mi nombre y mi aspecto. —El rostro de Calipso, la navegante, brillaba por su palidez. —¿Tú perteneces a La Orden de Caza? —cuestionó Elia con la voz tiritante. —Todas las respuestas vendrán a su debido tiempo. Si esta batalla no ha terminado, poco le quedará. Ahora, sígueme —ordenó con voz autoritaria. La joven obedeció de inmediato pero con la suficiente astucia como para dejar a la criatura en manos de la que en su día fue su superior en la campaña militar. Si su intención de convertirse en inventora fuera descubierta, solo Dios podría saber cuál sería su destino. Ambas tomaron la calle principal que pasaba por el barrio de los oficios, donde se aglutinaban los rudimentarios talleres de sastres, herreros de poca monta, boticarios y barberos, quienes seguían practicando cirugías médicas con relativo éxito. El paseo estuvo plagado de ventanas cerradas, puertas ennegrecidas, cadáveres chamuscados y perros quienes degustaban la carne fresca. Al mirar al cielo, vieron que se estaba encapotando. Elia consideró que los ángeles volverían a mearse sobre ellos en un interludio durante el cual algunos civiles tratarían de abandonar la ciudad de forma clandestina, las pérdidas materiales eran incalculables y difícilmente la nobleza que eventualmente recaudaba impuestos poco haría por los ciudadanos de la ciudad. Todo parecía dispuesto para que ahondara en los corazones de los civiles un discurso de castigo divino por los crímenes y pecados que habían cometido, redención la cual llegaría a través de la iglesia y las donaciones a esta. La dama sabía que ni la misma religión era trigo limpio, puesto que sabía de los intereses de la organización en los poderes de aquellas piedras extranjeras. El camino al orfanato fue en silencio y sin poder quitarse de encima aquella sensación de que alguien los estaba vigilando en todo momento. Las manos le seguían doliendo como millones de pinchazos desde la punta de los dedos hasta la conexión con la muñeca. Lo que peor llevaría sería el hecho de tener que 52
presentar batalla en aquellas condiciones. Sin embargo, la misma Calipso parecía muy tranquila, incluso después de haber realizado al aire un disparo de dispersión que alejó a dos vagabundos que encontraron su oportunidad para conseguir algo de botín. Una vez llegaron a la enorme mansión, uno de los lugares mejor cuidados de la ciudad, la capitana llamó bruscamente a la puerta. Una mirilla rectangular fue abierta y por ella asomó la mirada furtiva y salvaje de Emmeline Wake, la arrugada y huraña líder de aquella institución. —¿Quién te manda y a qué vienes? —pidió con aquella voz cascada. —Abre la puerta a la hija de las mareas o muere ahogada —la amenazó con una voz seria. Elia no dudó en ningún momento de que aquella era una clase de mensaje en clave. Hasta hacía realmente poco no había sido testigo de la realidad oculta tras el velo en la ciudad. Repentinamente la puerta de madera se abrió con un crujido y apareció la altiva mujer quien dedicó una mirada de desprecio a la inventora, quien sujetaba a la criatura en brazos. Sin mediar palabra, la entregó como si de una mercancía transaccional se tratara. La dama dio un vistazo rápido al recinto, todo seguía absolutamente igual que cuando lo dejó, a excepción de los cristales rotos y de las grietas en las paredes fruto de la guerra. En el ambiente olía a niños y a suciedad. Eventualmente alguno de ellos abandonaría el sitio. —Por cierto, no hace falta decir que, si percibo el más mínimo indicio de escuchas por tu parte, vamos a hacer una bonita hoguera para ti con este edificio. Ni se te ocurra meterte con nosotros —amenazó nuevamente la capitana. Acto seguido, la pareja caminó hacia la despensa del orfanato, de donde se decía que había un pasillo secreto que daba a un sótano donde se realizaban rituales con magia de sangre. Sin embargo, cuando llegaron a la puerta de la despensa, les estaba esperando una escalinata de piedra bajo aquella plancha metálica que siempre se supuso ocultaba un error de construcción. Las damas descendieron por una escalinata iluminada por linternas con aceite de ballena hasta dar con una enorme sala en la que había varias personas encapuchadas y sentadas alrededor de una mesa. Un lar de fuego marcaba las sombras que proyectaban sus atuendos religiosos. 53
En las puñetas estaba el símbolo del trabuco y del sable, entrecruzados sobre el disco dorado que identificaba a la organización. Elia sintió que la tensión reinante en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Calipso caminó por detrás de todos los miembros sentados hasta que llegaron a dos butacas, las cuales se encontraban vacías. Elia se sentó tratando de no apoyar las palmas de las manos sobre la madera. —¿Alguien de aquí tiene una Tempus redire? —solicitó Calipso observando a los presentes quienes poco a poco se empezaban a retirar las capuchas. —Un servidor, aquí la tienes —indicó uno de los presentes, quien le mostró una caja de madera. La navegante recogió el objeto bajo la atenta mirada de todos los miembros, quienes desconfiaban tanto de ella como de entre ellos mismos, aquel detalle se podía sentir en el ambiente y únicamente fue difuminado cuando varios niños vestidos con unas prendas elegantes entraron alzando bandejas con cálices llenos de vino. —Esto va a doler solo durante un momento. Vamos a regresar el tiempo en tus manos como gesto de buena voluntad —inquirió la militar dibujando una cruz sobre el dorso de la mano derecha de Elia. —¡Argh! Siento como si mis huesos se estuvieran fundiendo y me estuvieran arrancando la piel a tiras —maldijo mentalmente al tiempo que la piedra brillaba en un color ámbar. Aquella reliquia del tamaño de un dado únicamente tenía poder suficiente como para regresar en el tiempo a un pequeño espacio a la vez, por lo que tuvo que volver a pasar por aquel suplicio que la llevó al borde de la locura por el intenso dolor una vez que se convenció de los verdaderos efectos de tan codiciado tesoro procedente de las Islas Anacrónicas. —Bien, comprueba ahora que puedes mover tus articulaciones sin dolor alguno —ordenó la voz de uno de los presentes. Elia llevó rápidamente su mano a la pistola y encañonó a alguien al azar tratando de tomar rehenes, no obstante, notó de inmediato como tenía un cuchillo debajo del cuello. No encontraba explicación alguna a aquella clase de gesto tan 54
repentino y ágil, si todo el mundo estaba sentado, no había tiempo ni espacio físico para que ocurriera. —Considera esto como un elemento de seguridad adicional para que ese gatillo no sea apretado —aclaró una voz masculina sentada en la mesa presidencial. —Suéltala ya, Mortimer. Ya has hecho alarde de las facultades de la Spatium jump —indicó una voz femenina y arrugada tras beber vino. —Tiene razón, Amarna. Hemos venido aquí para hablar de nuestra nueva socia —inquirió Calipso tomando una bebida de un copero. Elia se quedó destemplada cuando repentinamente una serie de rostros heterogéneos entre los que se hallaban tanto figuras destacadas de la Orden de Caza como algunos conocidos miembros de la compañía comercial La Marquesa se mezclaban con aristócratas dados por muertos, sin embargo, la figura que corrigió su atrevimiento pronto se reveló como un ser conocido. —Bienvenida a la cuadragésima octava reunión de La Liga de Dumptech. Como podrás ver, todos somos renegados de sendas instituciones, aunque podamos vestir todos con hábitos religiosos, no es más que un formalismo para pasar desapercibidos. Nosotros sí que creemos en el potencial de la tecnología y hemos pensado en ti para ocupar la silla del desertor Jasper Rumblewood — le indicó Galenus con una sonrisa de oreja a oreja. —¿La Liga de Dumptech? ¿Qué clase de club es este? Lo mejor que le podría pasar a esta maldita ciudad es que un terremoto la redujera a polvo y sintiéramos la necesidad de ir a otro lugar —protestó Elia tratando de mantener un tono cordial. —Llámalo sociedad secreta, organización, secta… Como lo desees. ¿No querías ser inventora? Nosotros te proporcionaremos un taller e instrucción, pero te convertirás en un miembro de esta organización, pondrás su interés por delante del tuyo e incluso de tu vida. Sería una pena que una de las mentas más brillantes de Dumptech muriera en combate, pero todo sea a favor del progreso —aclaró el mismo Galenus.
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—Esta buena dama me ha dejado caer antes de que el señor Rumblewood está detrás del ataque a la ciudad. ¿Qué interés tiene? —preguntó Elia con un tono de voz desafiante. —Baja ese pulgar, Steampunk. La explicación es muy sencilla. Si la ciudad tiene tullidos no aptos para trabajar, pronto tendrá nuevos especímenes con los que hacer sus experimentos de cirugía. Pretende crear un ejército de metahumanos con las ratas humanoides que infestan la ciudad y venderlos al mejor postor. Pero eso choca con nuestros ideales de ser la clase dirigente de Nuevo Londres II, la potencia que aplastará el día de mañana a sus enemigos. Y cuando esto ocurra, iniciaremos la conquista del mundo con nuestros engranajes de vapor —aclaró Calipso con determinación. «Están enfermos de la cabeza, pero tal vez me pueda divertir con ellos. Si aprendo todos los secretos de la ingeniería podré crear ingenios con los que arrodillaré a cualquiera que ose negarse a mi voluntad. Finalmente podré impartir la justicia que emane de mis ovarios», pensó Elia mientras bebía vino sonriente. La reunión continuó con seriedad y serenidad mientras un nuevo camino se abría para Elia, sin embargo, en algún lugar del planeta había un joven repasando los reportes de guerra y preocupado por la ficha médica de Elia Steampunk. —En el mejor de los casos, le quedan tres meses de vida. La sangre de Nyom’cyra es un veneno imposible de erradicar. Únicamente podría… — masculló el cirujano echando un corazón al fuego para que se consumiera.
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5.
Un nuevo taller
Coaly-Clouds — unos días más tarde La caravana de moribundos y tullidos que habían escapado de Dumptech gracias a los Gatos Fantasmas llegaría antes de que cayera el sol. Josh Steampunk bebía de una petaca mientras escuchaba con atención el informe de un cazador de recompensas infiltrado en la ciudad a raíz del ataque de las fuerzas de Jaspert Rumblewood. —¿Así que Galenus está conspirando junto a un puñado de personalidades y mi hermana para hacerse con el control de la ciudad? Esa mujer siempre ha sido un quebradero de cabeza, hice bien en abandonarla. Me interesará operarle el corazón antes de tres meses —observó mientras miraba su enésimo fracaso sobre la camilla de operaciones. —Antes de que te vayas, hazme un favor y vacía mi petaca. Espera una larga noche ensamblando brazos y piernas. Jaspert no quiere que trabaje excesivamente bebido. —Le acercó la petaca metálica, la cual fue rápidamente rechazada. —Si vas a darme a pagarme de más, que sea con dinero contante y sonante —le
remarcó
moviendo
vistosamente
aquella
pesada
mandíbula
de
cascanueces. Josh se quedó pensativo sentado sobre el banco de piedra con las piernas abiertas. El veneno chamánico de las Islas Anacrónicas se estaba terminando y la paciencia de su mentor tenía un límite. Tras darse cuenta demasiado tarde de que aquella ponzoña acababa lentamente con la carne, había empezado a experimentar con corazones biónicos construidos por artesanos bajo sus indicaciones. Pero no en vano aquella ponzoña era conocida como la Sangre de Nyom’cyra nadie que se hubiera enfrentado a ella habría sobrevivido más de un año. A lo largo de la campaña, no únicamente fueron los invasores de Dumptech quienes perfeccionaron sus métodos y herramientas para hacer la guerra. El cirujano no le tenía una gran estima a su hermana más allá de saber que los unía un lazo de sangre, pero no de lealtad familiar. Esto se compraba con 57
dinero y este no entendía de patrias o de sentimientos. Sin embargo, que Elia salvara la vida de Galenus acabando con aquella serpiente y le diera un salvoconducto como oficial para visitar la enfermería flotante, inclinó una vez más la balanza para que Josh decidiera salvarle la vida. Al fin y al cabo, los médicos ejercían por vocación, como mínimo los que no pertenecían a tan ruinosa ciudad. Él no tenía casa ni hogar, no desde que lo dejó todo por seguir a Jaspert Rumblewood, el primer inventor quien decidió crear híbridos entre máquinas y humanos. La alarma lumínica que lo avisaba que los nuevos pacientes habían llegado le molestó. Había estado bebiendo toda la tarde y apestaba a alcohol, su vida dependía que fuera capaz de llevar a cabo con éxito el famoso transplante de corazón biónico, una supuesta solución a los problemas con los excesos de la nobleza, además de hacer frente a los envenenamientos. El varón suspiró pesadamente, tomó su cuaderno de bitácora forrado con cuero animal e inscribió en su interior los resultados del experimento. Probablemente, a su superior no le gustaría la idea de tener que visitar las colonias de las islas para experimentar con metales desconocidos. Era necesario superar a la divinidad con ciencia. —¡Steampunk! ¡Josh Steampunk! ¡Abre la puta puerta de una vez! —gritó la voz de Jaspert Rumblewood. El cirujano pulsó el botón que disparó el circuito de cerradura de vapor y la puerta de la habitación blindada se abrió de repente. El alabado salvador en secreto hizo pasar amablemente a los tullidos, desmembrados y desamparados civiles de Dumptech que habían sido engañados bajo la falsa estela filantrópica del inventor. El trabajo de Josh consistía en seleccionar a aquellos quienes podrían ser aptos para tener una segunda oportunidad y quienes sirvieran para experimentar trasplantes de órganos en ellos. El siguiente paso era tomar a aquellos quienes fueran aptos para convertirse en metahumanos e inyectarles una droga que los llevaría al filo entre la vida y la muerte. En ese limbo vital les injertaría brazos o piernas biónicos filamentos hechos de etherus, un mineral excavado en el subsuelo de la Nueva Isla de Man, que permitía transmitir los impulsos eléctricos neuronales a las extremidades y que estas se movieran como si fueran parte del cuerpo. Tras ello, si el sujeto 58
sobrevivía al tratamiento y despertaba, su memoria sería borrada gracias a una potente droga cuya receta únicamente conocían los últimos alquimistas antes de morir ejecutados por orden del último rey de Nuevo Londres. Aquello llevó a la rebelión de la nobleza quien se apoyó en los inventores que posteriormente traicionaría para dar un golpe de estado e iniciar la Gran Guerra tras el asalto. En el orfanato, tanto Elia como Josh oyeron acerca de aquel suceso y ambos quedaron fascinados viendo como el conocimiento y la violencia eran capaces de doblegar al poder basado en el dinero y la sangre nobiliaria. Aquello los llevó a ambos de apartarse de la fe de Cristo, de cuyos ángeles se decía en el orfanato que se meaban en los civiles cada vez que llovía debido a sus pecados. —¿Te importaría salir un momento de tu agujero? —solicitó Jaspert mientras el médico indicaba a los pacientes que formaran fila para ser clasificados. El joven obedeció y arrastró su ensangrentada figura a los aires llenos de carbón que emanaban de la cuenca minera cercana. El paisaje que se podía contemplar en aquella casa frente al serpenteante río estaba plagado de árboles y edificios cercanos en los que Josh tenía su casa, el almacén de cadáveres, el de injertos para la carne y las herrerías que trabajan día y noche bajo sus instrucciones. —Ya he probado absolutamente todos los metales, aleaciones y formas para lograr el trasplante de corazón. Sus cuerpos rechazan los artefactos y en el caso que el experimento sea un éxito, no resisten los venenos. Propongo ir a las Islas Anacrónicas y reanudar allí mis investigaciones —se quejó el cirujano con la lengua torpe. —Ah, mi querido Josh. Y tanto que irás a las Islas Anacrónicas, pero en calidad de esclavo como sigas desperdiciando el dinero que te doy. Hasta ahora te he tratado como un hijo porque me has superado como médico, pero si en tres meses no solucionas mi problema… voy a tener que prescindir de tus servicios — lo amenazó mientras acariciaba su cuello con la hoja del bisturí. —Así será, mi señor. Con vuestro permiso, tengo trabajo que hacer —se disculpó el cirujano, quien sentía el agua al cuello.
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La supuesta amistad que existía entre ellos dos se estaba deteriorando por el dinero. La venta de metahumanos como mercenarios y las colaboraciones con potencias extranjeras le reportaban muchísimo dinero, pero las verdaderas ambiciones de aquel genio extravagante eran todavía desconocidas. Se mantenía en movimiento de forma permanente, ya fuera por tierra, mar o por aire y podía ser conocido por varios nombres. «Si pudiera matarle, me podría hacer con el control del comercio de metahumanos. Pero voy a necesitar ayuda para enfrentarme a él», pensó mientras regresaba a la tranquilidad que le ofrecía su cámara. Mientras esto ocurría, a varios días de camino de allí, en Dumpech, Elia y Galenus revisaban un mapa de los túneles subterráneos de la ciudad y su conexión con los talleres abandonados. Su objetivo era hacerse con la Villa Rumblewood, la primera cámara de los ingenios que existió en la región. La Liga tenía un interés especial en ocupar ese emplazamiento, cuyo acceso estaba fuertemente custodiado. Si bien era cierto que en los sótanos de algunas casonas se experimentaba con motores de vapor y que en todas las joyerías se aceptaban encargos para convertir abalorios en discretas armas, la policía de Dumptech era incapaz de regular de mantener el orden incluso en las calles. El sol caía lentamente por el horizonte mientras Galenus y Elia esperaban pacientemente a que Calipso llamara la atención de la garita de las autoridades competentes para que ellos pudieran infiltrarse en el edificio y para que nadie los viera reventar el enorme candado al subsuelo de la ciudad. Con la entrada al Mercado Negro vigilada por toda clase de ojos curiosos, y La Gran Chimenea ocupada por un par de fanáticos de la organización religiosa imperante, su única opción de llevar a cabo su plan pasaba por poner a prueba los Alaridos de Hefesto. —¿Estás seguro de que esta bomba va a reventar el cerrojo con tanta facilidad? —se interesó la dama alejándose a zancadas de las mechas untadas en aceite. —Siéntate y observa los fuegos artificiales. Estos explosivos han llegado a reventar el acero al carbono que poseen los exoesqueletos de los artistas marciales de Liquid Steel. Son armaduras que recubren a esos payasos del viejo 60
arte de pelear a mano desnuda —observó en voz alta mientras alistaba las cargas. «Yo no subestimaría el poder de las artes marciales. La tecnología no es perfecta», pensó Elia tras taparse los oídos con los dedos. Una poderosa explosión provocó una onda expansiva que hizo retroceder a los dos asaltantes, las verjas volaron por los aires en mil pedazos que se fundían por las altas temperaturas y las bacterias que devoraban el material. La entrada en arco excavada en la piedra se abría ante ellos. Del interior de la cavidad provenía un olor a podredumbre y muerte que revolvió los intestinos de la novel inventora, cuyo labio inferior tembló por el asco que le provocaba. Aun así, se adelantó para iniciar su descenso a través de aquellas musgosas y nauseabundas escaleras que llevaban a las entrañas de Dumptech. Su compañero de la Liga de Dumptech le siguió de cerca sujetando una antorcha. Ambos iban ataviados con capas de cuero de alta calidad que los cubrían de cabeza a pies y llevaban botas ligeras para poder adaptarse mejor al terreno. El descenso parecía vertiginoso debido a la inclinación de los escalones, en su momento, aquellas catacumbas se convirtieron en un refugio civil durante la Gran Guerra. Siguieron bajando arrapados a las paredes hasta que finalmente llegaron al terreno firme. Los dos personajes ajustaron sus lentes para ver en la oscuridad. A un par de pasos el agua fecal corría rauda en el centro del gran canal. Únicamente se oía el goteo de las cañerías oxidadas y de las ratas que corrían. —Muy bien, genio. ¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Elia desperezando los músculos. —Por aquí, es sencillo llegar al taller. Lo divertido es sobrevivir hasta poder tratar de abrir las puertas —se rio de forma maquiavélica desconcertando a la inventora. —Oye, ¿Qué clase de tipo es Jaspert Rumblewood? —insistió antes de iniciar la marcha. El rostro de Galenus se ensombreció y demoró varios pasos en empezar a desvelar la identidad del primer inventor. La dama iba tenía la mano a la altura 61
de la pistola en el cinturón lista para disparar en cualquier momento, aunque sin la ayuda de las lentes ningún humano podría ver en la oscuridad, no sería raro que tuvieran que hacer frente a alguna clase de rata colosal o encontrarse con algún transeúnte. Había otros caminos para llegar al subsuelo de Dumptech, sin embargo, su ubicación no era de conocimiento público o se hallaban obstruidos por alguna clase de runas. Cuando ya hacía media hora que deambulaban por la penumbra se detuvieron frente a una colosal puerta de forma ciclópea. —Hemos llegado, esta es la puerta del taller de Jaspert Rumblewood. Ahora únicamente me será necesario sabotear el sistema de la entrada —inquirió el varón con los ojos brillantes. —Pues date prisa, no estamos solos aquí abajo —advirtió Elia al tiempo que un ruido mecánico se dirigía hacia ellos. —Intruso detectado. Apuntando en el blanco —carraspeó una voz cascada que parecía exhalar vapor. —Abre esa puta puerta de inmediato, yo me encargaré de ellos —ordenó la herrera tras realizar un par de disparos en dirección a la voz. En ese momento un par de artefactos cuadrados rodaron hasta su posición, varias luces rojas parpadearon antes de volverse azules. Instantáneamente detonaron soltando unas abrasadoras nubes de vapor a tan altas temperaturas que abrasaron la piel de los dos intrusos. Los sistemas de defensa habían despertado. Elia corrió buscando una posición ventajosa para poder disparar con mayor precisión, sin embargo, algo la atrapó del tobillo y tiró de ella. Su cara chocó contra la fétida agua y fue arrastrada sobre ella. Aquellos autómatas tenían la capacidad de extender sus brazos a voluntad. Aunque, no dejándose impresionar por ellos, disparó en dirección a su adversario, fallando. —¡Mierda! Me sudan las manos dentro de los guantes, esta temperatura es insoportable —maldijo antes de realizar dos disparos más. —Vaporizar intruso —aseguró la voz robótica. La invasora reparó de inmediato en que se estaba enfrentando a un inventor muerto cuyo cuerpo había sido ensamblado con diferentes piezas mecánicas. 62
En ese momento sintió el verdadero terror cuando un brazo convertido en cañón cargaba su siguiente ataque. La respiración le falló en ese momento, su corazón parecía latir con tal velocidad que sentía su sangre tan caliente y furiosa dentro de sus venas que en cualquier momento fueran a explotarle bajo la piel. La muerte venía a por ella, el calor de las llamas iluminaba todas las ranuras para el aire del cañón. Las pupilas de Elia se encogieron repentinamente al vislumbrar una posibilidad de victoria, combatiría el fuego con fuego. Las manos le sudaban con tal abundancia que sus dedos se escurrieron por debajo del guante provocando que apretase el gatillo de forma prematura y el proyectil salió proyectado hacia el techo. Entonces maldijo a toda la corte celestial por el fracaso del disparo. Su final estaba cerca, el arma estaba cargada y las llamas emergieron del cañón, no había tiempo para realizar un segundo disparo. La dama balanceó todo su peso hacia el interior, aunque el autómata reaccionó, no lo hizo lo suficientemente rápido como para esquivar el impacto. Una ola de llamas iluminó los túneles llamando la atención de Galenus, quien seguía pugnando con el acertijo de acceso a la cámara del taller. —Objetivo abatido. Buscando nuevo —indicó la voz robótica de aquella suerte de metahumano. —El taller de Jaspert Rumblewood es mío. No has podido hacer nada para evitarlo, maldito monstruo. El sacrificio de Steampunk no habrá sido en vano — indicó Galenus arrojando una carga explosiva hacia el guardián. —Restricciones de seguridad nivel omega activadas. Un intruso ha burlado las defensas del maestro. El taller implosionará en dos minutos —anunció una voz mecanizada procedente de algún lugar. —No he llegado tan lejos para nada —gruñó el varón al tiempo que corrían al interior del centro de investigación. Aun con la muerte pisándole los talones, cruzó el enorme ojo metálico que tanto le había costado abrir. El lugar estaba presidido por varios maniquíes humanos con piezas metálicas injertadas en el fondo de la sala, a su alrededor había una enorme mesa de estudio rectangular, otra de trabajo y una vitrina en cuyo interior había estaba llena de armas de fuego de corto alcance. El corazón 63
del varón retumbó por la emoción, no había tiempo para decidirse, el plan inicial se había torcido completamente, Elia había sido calcinada y los guardianes entraban en la sala en un gesto de sacrificio con el taller. Sin unas escaleras o ninguna salida alternativa en aquella sala, su suerte estaba echada. Entonces vio un maletín. —Mejor esto que nada. Si sobrevivo podré justificar la pérdida de la inventora ante la Liga de Dumptech —masculló tomando un maletín antes de salir. —Queda un minuto para la destrucción del laboratorio. Abandonen toda esperanza —recordó aquella voz mecanizada añadiendo tensión al ambiente. Galenus estaba rodeado por varios inventores que se acercaban a él con sus brazos metálicos en alto tratando de atraparlo. El hombre golpeó con el maletín en el rostro de uno de sus oponentes y le quebró el cráneo, aunque no llegó a detenerlo, entre varios enemigos lo tenían atrapado por las articulaciones, estaba indefenso, pero en ningún momento soltó aquel preciado botín. —Te veré en el Infierno, Jaspert Rumblewood —pronunció con una sonrisa de satisfacción en los labios. —¡Corre, desgraciado! —gritó Elia con la voz cascada desde algún lugar. —Objetivo detectado… —dijeron las máquinas soltando al varón. El exsoldado aprovechó el momento de confusión entre los guardianes para asestar un devastador puñetazo a uno de ellos rompiéndole la mandíbula y los músculos del cuello. Elia cubrió su retirada realizando varios disparos en la oscuridad. Quedaban cerca de veinte segundos para la detonación del laboratorio cuando la dama se hallaba haciendo uso de su bomba más peligrosa, ella la había bautizado como La Picadora. El artefacto únicamente precisaría de unos segundos para abrirse y proyectar su particular arma, la cual atraparía en una red electrificada a los defensores. Galenus, quien cargaba con la maleta, vio el ingenio de reojo y saltó a un lado, chocando contra la pared. Entonces la trampa se abrió, capturando en el proceso a los enemigos y cerrándose a gran velocidad rasgando su carne y parte de los circuitos mientras se cerraba buscando el punto de unión de todos los cables. Repentinamente un 64
estruendo precedió a un intenso terremoto y a una nube de fuego que salió del taller tecnológico, el sistema de defensa había cumplido su función a la perfección. Elia no dudó ni un segundo en correr hacia uno de aquellos callejones adyacentes que llevarían a cualquier parte, mientras siguiera viva, tendría esperanzas de sobrevivir, su compañera de intrusión hizo lo propio. La entrada al taller quedó sepultada por la roca para siempre y los guardas estaban muertos. «Me ahogo. Me ahogo. Me ahogo», pensó la dama quien se había sumergido a las aguas fétidas para salvar el pellejo. El fétido olor a cloaca la mareaba y aturdía sus sentidos. Para ella aquella habría sido una muerte digna de un ciudadano de Dumptech, pero ella fue invadida por un sentimiento que la llevaba a querer ser algo más, no, definitivamente no estaba dispuesta a morir después de haber sido reclutada por una sociedad secreta a la que podría pisar para convertirse en inventora y el día de mañana en algo más. Una vez más las imágenes de sangre y aquella sensación de cómo sus venas se rompían debido a una ponzoña la estaba invadiendo, su corazón se ralentizaba, llegó incluso a tragar agua, accidente que la sacó de su letargo y le dio una fuerza renovada para sobreponerse a aquella parálisis. Elia sacó su tren superior del canal y empezó a toser, devolviendo su cena y todo lo que había tragado, siendo incapaz de quitarse del paladar aquella fragancia de cloaca y su terrible sabor. Después de jadear y luchar por recuperar el control de su cuerpo, salió del agua. Sus lentes estaban manchadas y únicamente era capaz de ver una pequeña fracción del espacio en la oscuridad. —Eso sí que ha estado cerca. Otra vez esa maldita ponzoña —se quejó sintiendo calambres en las piernas. La dama hizo un tremendo esfuerzo para tratar de sobreponerse al dolor y salir del canal. Se vio completamente debilitada y superada por la situación, si salía con vida de allí debería buscar a alguien en el Mercado Negro quien la pudiera diagnosticar y tratar de salvarla. De pronto, alguien la tomó por el cuello y la sacó del agua. Elia no llegó a distinguir ningún rasgo facial en su adversario, las manos no le respondían, por lo que se vio incapaz de defenderse.
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—Sigue viva, cárgala al hombro hasta que recupere la movilidad —ordenó una voz femenina conocida—. Y tú, esnifa esto, te devolverá el control de los sentidos —añadió aquella voz conocida. —Mi señora, parece que ahí viene alguien más. ¿Pongo fin a su vida? — preguntó ahora una voz masculina. —Galenus… Corre, imbécil… —dijo Elia instantes antes de perder el conocimiento. El lejano crepitar de las llamas de una hoguera los despertó, tanto ella como Galenus estaban tumbados sobre improvisadas camas hechas con unos cuantos harpados y paja. Eran los últimos compases de la noche y el sol asomaba por el horizonte, la dama distinguió el rostro de Krystal atizando el fuego con un palo junto a dos hombres encapuchados. Al incorporar su cuerpo se sentía invadida por una suerte de resaca que la mantenía torpe en sus movimientos. —Mi misión aquí ha terminado. Nos volveremos a ver, Elia Steampunk. Sin embargo, recuerda que las voluntades se pueden comprar y doblegar —le dijo mirándola fijamente a los ojos. —Un momento, hay algo que quiero saber. ¿Has bajado por la lealtad de haber esnifado conmigo o porque alguien te ha pagado por hacerlo? —La agarró del tobillo con una revitalizada mano. —Me conviene que sigas viva. Aunque te mataría por el precio adecuado — contestó con cierto desprecio. Acto seguido le acercó una bota de agua limpia y con descaro se retiró caminando en dirección a las murallas de la ciudad. Galenus, quien tenía el brazo mecánico derretido y oxidado debido a la desventura ocurrida bajo los cimientos de la ciudad se presentó en ese instante. —El éxito o fracaso de nuestra empresa dependerá de lo que haya dentro de ese maletín —aseguró con tono de voz neutral poniéndose de pie y acercándose al objeto. —Nuestra misión era capturar el taller y desvelar sus secretos. Tu error de cálculo casi me lleva la vida y nos ha costado todo el conocimiento. Sin un taller 66
no podré convertirme en inventora, te has cargado mi oportunidad. —Lo encañonó con la pistola y una mano temblante. —Baja el arma. ¿De verdad crees que Krystal hace algo por caridad? La Liga le habrá pagado una suma de dinero para nuestro rescate —aseguró el varón con la mirada encendida. —Lo mismo podría decir de la organización a la que pertenecemos. —¿Quién me asegura que no fue ella quien armó a un campeón de las Islas Anacrónicas para que hundiera el barco en el que regresé de ese infierno? —se interesó Elia, ahora sentada en el suelo. —No confías en nadie, eres una chica lista. Yo tampoco creo en tus intenciones, eres una mujer entera de más de veinticinco años que no pertenece a la clase noble. Eso habla muy bien de ti —replicó Galenus tratando de romper la hebilla del maletín con una piedra. Viendo el estrepitoso fracaso que representaba la fuerza bruta empleada por Galenus, Elia consideró que aquello necesitaba otra clase de enfoque. Así pues, sacó el cuchillo de su bota y empezó a forcejar con la cerradura tratando de abrir el contenedor. Ambos estaban seguros de que en su interior se hallaba alguna clase de artefacto o ingenio, no en vano aquel artefacto había sobrevivido a una explosión sin ninguna clase de abolladura o impacto que pudiera comprometer su interior. «No hay forma de abrir esto. Será necesario que lo lleve a la herrería, voy a necesitar una ganzúa. Además, el sol ya está saliendo. Mierda, no podemos contar con el sigilo de la noche para cubrirnos», pensó Elia al verse incapaz de realizar progresos con la punta del cuchillo. —Regresa a tu hogar y abre esto de inmediato. Cuando hayas logrado abrir el contenedor vuelve al orfanato una vez haya caído el sol, ya conoces la palabra de paso. Eres uno de los nuestros, pero eso no significa que nos fiemos de tus intenciones. Vigila tus espaldas en todo momento —ordenó Galenus, ya de pie. La dama lo miró con una mirada de indiferencia, a pesar de todo lo que habían vivido juntos, seguía sin fiarse de aquel hombre quien decía ser amigo de su hermano y tampoco confiaba en la amabilidad y aquel interés contractual tan bajo 67
que tenía la Liga en ella. Acto seguido, hizo lo propio, se deshizo de la empapada capa y echó a andar tras haberse quitado las gafas. Hallándose en un bosque cercano a las puertas de la ciudad, descendió en dirección a un puesto de guardia. Con un poco de suerte el guardián de la puerta todavía no habría llegado a su puesto de trabajo. Los rayos del sol ya habían barrido la noche y lo único que ella anhelaba era tomar un buen baño perfumado.
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6.
Elia Steampunk en el punto de mira
Unas semanas más tarde del estrepitoso fracaso acontecido bajo los cimientos de la ciudad, Elia martilleaba cuidadosamente varios tubos dentro de un guantelete de metal, dando así los retoques finales a un arma inspirada por su enfrentamiento contra los guardianes de Jaspert Rumblewood. Si aquel ingenio funcionaba a la perfección, podría producir varias piezas y venderlas al mejor postor en el Mercado Negro. En aquel margen de tiempo la ciudad estaba mucho más tranquila que de costumbre, los desastres del bombardeo todavía no habían sido reparados y la policía de la ciudad era asistida por La Orden de Caza. Aquello derivó en que los tiroteos y los robos se multiplicaran en toda la urbe. Nadie podía entrar o salir de Dumptech sin haber pasado el filtro inquisitorial de la organización religiosa que lentamente se estaba convirtiendo en un contrapeso político para las autoridades, algo que a Elia no le hizo gracia alguna. Tras enterarse en La Gran Chimenea que eventualmente visitarían su negocio al haberse esparcido rumores, aunque ciertos, de su vocación inventiva, sintió que era momento de empezar a aplicar su propia ley, aquella con la que tantas veces había fantaseado. Tenía los conocimientos y las herramientas para fabricar artefactos más complejos, aunque sentía la fundamentada amenaza de estar a la sombra de alguien que desafiaba a la muerte usando ingenios. «Tengo que esconder mis juguetes y los utensilios en el caso de que llamen a la puerta. Estoy en mi derecho de abrir fuego en el caso que intenten allanar mi hogar. No obstante, la ciudad está patas arriba y ni siquiera los recaudadores de impuestos asoman a cobrarnos el tributo. Aunque hay que ver el poco interés que han tenido en tratar de reconstruir la ciudad», observó balanceando el vino dentro de la copa. Sin embargo, tenía otros problemas más graves que atender más allá de la creciente influencia de La Orden de Caza y de la ampliación de la cámara subterránea en la que operaba. Después de adquirir un mapa subterráneo en el Mercado Negro tras una dura negociación que terminó pistola Steam en mano había contratado los servicios de una empresa de construcción alegando a las autoridades que iba a crear una despensa bajo tierra para conservar mejor los alimentos y para refugiarse en caso de ataque. En tiempos pretéritos se habría 69
encontrado con mil trámites burocráticos para lograrlo. De pronto, la campana que alertaba en la forja que alguien llamaba a la puerta de su hogar, dobló. Elia tembló pensando la posibilidad que fuera algún fanático religioso, justamente en ese momento tenía a la vista un amplio surtido de pruebas incriminatorias incluyendo diseños de piezas, su diario personal, el prototipo de cinturón en el que estaba trabajando y un metal calentándose dentro de la forja. Sabedora de que si no atendía a la puerta principal podría ser pillada con suficientes pruebas incriminatorias a la vista, se apresuró a esconder los destornilladores, llaves inglesas y la lámpara con combustible debajo de unas baldosas sueltas. Acto seguido, descolgó los elementos más visibles como esquemas gráficos y el cuaderno de notas. Después subió las escaleras. Una vez en el piso de arriba, escudriñó por la mirilla tras haberse acercado a la puerta con varios pasos silenciosos. Al otro lado del diminuto cristal se encontraba una chica joven bien maquillada vestida con un llamativo vestido rojo ligeramente escotado, cuya falda no parecía que fuera a entrar por la puerta. Con la duda brillando en sus ojos, pues probablemente se tratase de una trampa, abrió y clavó su mirada en la de la recién llegada. —¿No vas a invitar a pasar a esta dama de sangre noble? —la regañó con una voz melosa la supuesta aristócrata con los cabellos rizados. —¿Quién eres y que deseas? —replicó la moradora con un tono de voz severo. —Krystal, he venido a cobrar una deuda —inquirió ante la incredulidad de Elia. Ante la estupefacción de Steampunk, la dama de compañía de los bajos fondos entró en su hogar no sin causar estragos con tal estrafalario disfraz. Elia cerró la puerta con un pie y adoptó una postura de guardia, parecía dispuesta a atacar a la recién llegada. Acto seguido, la recién llegada dio un chasquido de dedos y una columna de luz la hizo lucir exactamente igual que Elia, sin embargo, su gesticulación y su forma de hablar no se correspondían con la original. —¿Qué te parecen las propiedades de la Convertat Species? Imagina lo que podríamos hacer si incautamos un cargamento de piedras y metales de las Islas
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Anacrónicas. Admítelo, la magia existe y supera a la tecnología, estas piedras son la prueba —aseguró la noble con una sonrisa en los labios. —Estoy realmente asombrada. A juzgar por tus palabras, pretendes asaltar a un cargamento. Y presumo que, por sentido común, tan preciada mercancía no va a estar desprotegida de ningún modo —observó Elia mientras los chasquidos de dedos continuaban. —La tecnología está muy bien por sí misma, sin embargo, nunca está de más valorar todas las posibilidades. Todavía cuando vamos a asaltar un tren que va directo a Coaly Clouds. Bajemos a tu taller, quiero saber que productos tienes a mi disposición —ordenó Krystal regresando a su aspecto ordinario. —¿Piensas pagar por mis mercancías? —la detuvo la inventora con una voz seria tomándola de la muñeca. La agente de los bajos fondos se detuvo, se volteó lentamente y la miró con una mirada penetrante. Un suspiro pesado sacudió el aire, la tensión reinante se podía cortar con un cuchillo. Krystal sonrió, rompió el agarre de su muñeca con un simple gesto y despegó sus labios como si la fuera a besar. Elia dio un paso hacia atrás con determinación e insistió en el cobro del material que tomaría. —Has ganado, te daré la parte proporcional a tu participación después del asalto. Empiezas a pensar como un miembro de La Marquesa. Me gusta este estilo —aseguró con una sonrisa en los labios. —Solo una cuestión más. Me gustaría saber quién te mandó a rescatarnos en el alcantarillado de la ciudad —indicó Elia con un tono desafiante. —¿De verdad te importa conocer la identidad de mis clientes? —replicó en un tono burlón. La dama hizo el amago de desenfundar una pistola que no tenía atada a la cintura, sintiéndose ridícula en el acto. Si alguien más fuera de la Liga sabía de sus planes, ella estaría en serios aprietos. No era la primera vez que alguien llamaba inesperadamente a la puerta de su hogar pidiendo su intervención en cualquier operación criminal.
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¿Te sientes poderosa encañonando con una pistola? Todo acto tiene consecuencias, cada vez que quitas una vida puedes estar firmando algo peor que tu sentencia de muerte —aquellas palabras pusieron a Elia en tensión. —Es solo un acto reflejo. Cuando un animal es acorralado es cuando resulta más peligroso. Harías bien en recordar este humilde consejo —replicó la dama arrastrando sus palabras presa del miedo. —Menuda tipa, veamos que tienes para ofrecerme allí abajo —dijo Krystal dándole nuevamente la espalda. Bajaron a la herrería por las escaleras que se hallaban detrás de la librería, trayecto en el cual la artesana sintió como su corazón le daba unas terribles punzadas, durante unos segundos le costó respirar y, por enésima vez, vio en su cabeza las imágenes de aquella pelea ritual en las Islas Anacrónicas. Su cuerpo se tambaleó nuevamente, ahora a aquella paranoia se le unieron unos intensos dolores de cabeza y un frío que congeló sus músculos. Notaba como la muerte se acerca lo suficientemente lento como para escapar de ella, pero la sentía tan presente que alcanzó a percibir su helado aliento en la nuca, hecho que la hizo resbalar por las escaleras. —¡Steampunk! —gritó Krystal mientras la dama rodaba por el suelo a lo largo de las escaleras. —Estoy bien. Únicamente necesito esnifar un poco de medicina para que me bajen la fiebre y los dolores —aseguró arrastrándose hacia un rincón de la fragua. —Sería muy fácil dejarte morir en estas condiciones y hacerme con tu material, pero entenderás que me conviene que sigas viva para seguir fabricando estas armas. Espero que entiendas que no siento compasión por ti, los cuerpos, las ideas y cualquier cosa tangible es una mercancía, si sigues viva es porque me sigues siendo útil. ¿Dónde escondes tal solución herbal? —aclaró la prostituta mirándola de forma altiva. —Date prisa, imbécil, está en esa urna con simbología cristiana —exhaló Elia quien sentía que la sangre ardía en sus venas.
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La recién llegada no demoró un segundo más antes de abrir la urna y tomar uno de aquellos pequeños saquitos de tela con polvo machacado en su interior. Con un gesto despreocupado de muñeca le tiró el producto a escasos palmos de su cara, situación ante la cual Krystal tuvo que ayudarla a esnifar al ver como la piel de Elia palidecía lentamente. La enferma inhaló con todas sus fuerzas antes de que su cara chocara contra el suelo. Mientras una temblaba en el suelo y esperaba a que pasaran los angustiosos minutos antes de sentir los efectos de la droga en su cuerpo, la otra examinaba despreocupada los abalorios femeninos y las armas de fuego que había expuestas en las paredes. «Esto tiene que acabar en algún momento, necesito un médico que haya estado en las Islas Anacrónicas y conozca sus venenos. Algo pasó durante mi pelea con ese campeón. ¿Acaso la punta de la lanza estaba impregnada con Sangre de Nyom’cyra?», consideró Elia para sus adentros. —Si sobrevives al asalto al tren busca a un buen médico. Con lo que vas a ganar conmigo podrás costearte a uno —pronunció la criminal al ver como Elia se reincorporaba con dificultades. —A ver lo que te llevas de mí forja. Tengo que saber hasta qué punto me compensa cooperar contigo. Yo no trabajo con nadie —añadió la inventora, limpiándose el sudor de la frente con el guante de herrería derecho. Mientras esto ocurría, en uno de los calabozos de la comisaría de Dumptech, Calipso tenía grilletes en las manos y en los pies, había perdido la noción del tiempo ahí abajo. Dos veces al día entraban los guardias a traerle la comida y la cena, las únicas mercancías con las que podía comerciar y llamar la atención del resto de prisioneros. Con su encarcelamiento la Liga había perdido temporalmente a uno de sus miembros más importantes, una capitana de navío de la compañía comercial de La Marquesa que conocía a la perfección los vientos y las mareas que separaban Dumptech de las Islas Anacrónicas. Unas condiciones climatológicas que echaba en falta después de tanto tiempo. Contrariamente a la moral impuesta por los adoradores de Cristo, ella mantenía una vida sexual activa después de la muerte de su marido Brishol, quien murió en la Gran Guerra tras ser su torso alcanzado por una bola de cañón 73
que lo arrojó al mar. Ella, siguiendo las convicciones de aquellos tiempos en los que la ley no era papel mojado en Nuevo Londres, sirvió en la enfermería y en las sastrerías como buena mujer de sangre noble, por aquel entonces era conocida por el nombre de Lenore y su sueño era ir más allá del horizonte marino una vez sometieran al resto de potencias. Ella no tardó en aprender las técnicas de navegación escuchando a los marineros y leyendo las misivas de su esposo. Todos los días ella rezaba a los ángeles y a su líder para que su marido volviera victorioso, pero sobre todo para que el conflicto terminara y las disputas regresaran a manos de los nobles de la ciudad. Pero su dios le falló, a él y a todos los londinenses cuando los motores de carbón y la proliferación de inventores bajo un fuerte mecenazgo inclinaron la balanza a favor de los pueblos invadidos por Nuevo Londres. El saqueo y la destrucción de la ciudad, más la aparición de una nueva nobleza extranjera convirtieron en cuestión de meses una próspera ciudad en un vertedero humano que atrajo a criminales, obreros y refugiados al interior de unos muros de piedra y metal, naciendo así Dumptech. En aquel ambiente inhóspito, al enviudar, se vio obligada a tener que defenderse de acosadores y aristócratas quien querían tener su propio harén femenino, eventualmente sufrió varios intentos de secuestro para ser vendida como prostituta de bajo precio, añadiendo el morbo de ser de sangre noble. Su pena de muerte sería ejecutada por alguna suerte de enfermedad venérea. Aquello la llevó a escapar de la ciudad, maquillar su aspecto para lucir como un hombre y actuar como una pirata tras haber vendido todo su patrimonio para comprar el Aullido de las Mareas, un enorme navío metálico con el que se dedicaría a robar y a traficar con bienes y humanos para el Mercado Negro a través de Krystal. Aquella joven era muy hábil con la lengua, era conocida por su técnica bajo las sábanas como adulando oídos y doblegando voluntades. Nadie sabía nada acerca de su pasado y, probablemente, hubiera nacido fuera de la ciudad, sin embargo, con su corta edad se había convertido en un interlocutor considerado neutral por los diferentes intereses enfrentados. Aquella niña no tardó demasiado en ganarse la confianza de la ya entonces capitana de navío, Calipso, por lo que se enteró de su ascendencia noble y de su caída en desgracia junto a la ciudad.
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Gracias a ella, la dama encontró una cura para la histeria, cuya tripulación decía que sufría y fue una de las impulsoras de la compañía comercial La Marquesa. De pronto, una luz rompió el manto de la oscuridad y de él emergió la llama de una linterna seguida de unos pasos. Su estómago le decía que todavía no era la hora de la cena, no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que había probado bocado por última vez, sin embargo, por el olor que desprendía la persona que se acercaba a ella con unas ruidosas botas, entendió rápidamente que era un obrero o un extranjero, apestaba a carbón y a algo más. La capitana se puso de pie y tomó distancia con las ocho barras que la privaban de la libertad y del ancho pasillo en el que raramente podía ver al resto de reos. Pronto pudo conocer el rostro que había invadido aquellos pasillos, cuyos ojos se posaron frente a los suyos. —Distinguida esposa de las mareas, deberás disculpar que haya extraviado los lentes de visión nocturna. Seré directo, necesito que nos lleves a las Islas Anacrónicas tenemos un barco esperándonos en la Bahía de los Bárbaros — pidió una voz masculina con un tono de voz ronco. —No sé quién eres, pero si te has abierto paso en estado ebrio hasta aquí es que puedo confiar en ti —observó la mujer en voz alta. —Puedes pudrirte en esta celda por el beneficio de la juguetería de mi hermana o tienes la posibilidad de ser cubierta de riquezas y regresar al mar. Tu querida Liga de Dumptech no vendrá. Están muy ocupados tratando de abrir el maletín que robaron del laboratorio de mi señor —pronunció el recién llegado poniendo la llave en el cerrojo. —¿Cómo sabes acerca de esa sociedad secreta y lo que hicimos? —Se sobresaltó corriendo a los barrotes. —Es curioso, creía que los rumores eran falsos, pero, efectivamente, los informes de mis oídos en Dumptech eran ciertos —celebró el varón sobreactuando alegría. —Parece que sabes usar la cabeza. Antes de que abras la puerta y me quites los grilletes, dime quién eres y que deseas de aquellas Islas Malditas —aseveró Calipso mientras la llave giraba dentro del cerrojo. 75
—¿Yo? Solo un desgraciado que nació en Dumptech, necesito un metal especial para un experimento médico y mi nombre es Josh Steampunk, el cirujano —pareció celebrar tras burlar la jaula. —En fin… No hay tiempo para celebraciones, salgamos de aquí —declaró la dama instantes antes de sentir un pinchazo en el cuello. Josh había administrado un potente sedante a la prisionera como medida adicional de seguridad, tras haber hecho uso del manojo de llaves, lo lanzó a una de las celdas habitadas con la intención de armar un motín. Cargando a la navegante a espaldas, echó a correr con ella al hombro aun sintiendo la carestía de más alcohol en vena, el dulce néctar que le inspiraba y engrasaba sus músculos para cometer los atroces dictados de su mente. El joven tomó las húmedas escaleras de subida a la planta principal del cuartel y se encontró con que una legión de niños y adolescentes estaban saqueando el lugar, tomaban armas de fuego, comida, ropa y cualquier objeto susceptible de ser vendido.
La mirada del cirujano se encontró con la de un chico que estaba pateando el cuerpo inconsciente de uno de los agentes. Al igual que el resto de sus compañeros, vestía harapos e iba con los zapatos destrozados debido a que había crecido y ya no eran de su talla. Josh veía la frustración y la rabia de una generación en acción, aunque la policía únicamente era un síntoma que la nobleza mantenía el orden a través de ellos, no dejaban de ser tan miserables como sus mismos agresores. Por un momento el médico quiso detener aquel acto vandálico, entonces recordó que un día él y su banda practicaron las amenazas, las palizas y el saqueo como modo de supervivencia. Una mocosa lo miró con el rostro lleno de rabia y se lanzó a por su pierna como si de un animal salvaje se tratara, llegando a morderle. No obstante, la agresión, el especialista no hizo el menor gesto de querer quitársela de encima, se limitó a caminar entre la destrozada y destartalada sala hasta salir a la calle, donde Josh desenfundó una pistola con dos cañones que llevaba guardada en el espacio entre su pantalón y la espalda. Después de mirar a ambos lados de la calle y dar un rápido vistazo a los tejados, se encaminó apresurado al fondo de 76
un callejón. Con un poco de suerte nadie habría tocado su Evangelio Carmesí, su vehículo motorizado de dos ruedas, un desarrollo del convencional biciclo. Su montura consistía en un vehículo mucho más bajo, alargado, con un manillar curvado y dos asientos, los cuales se sostenían sobre la rueda trasera. El ingenio estaba reforzado con una carrocería que protegía el motor de carbón, modelo que era capaz de optimizar todas las rocas que entraban reduciendo su consumo. Aunque el invento únicamente era capaz de alcanzar la velocidad de un caballo, se había convertido en una herramienta excepcional para los grupos de asalto y los modelos más elaborados eran un capricho que únicamente los bolsillos más adinerados podían costear. Cada una de aquellas máquinas era única y todas eran bautizadas basándose en las circunstancias de fabricación. Josh, quien había cobrado ese lujo por los servicios prestados a su amigo Galenus, quien huyó de los conflictos en el continente, decidió ponerle ese nombre en honor a su brillante actuación en las Islas Anacrónicas, el lugar al que se dirigiría junto a la rescatada capitana. Al llegar al final del callejón, levantó la sábana negra que camuflaba su transporte y admiró su aspecto antes de ponerse a pensar como cargaría a la mujer de mar. El médico percibió un cambio en el aire, no estaba solo en ese callejón, así que fingió no haber percibido nada para aprovecharse del factor sorpresa. Al escuchar un paso acercarse a sus espaldas descargó a la dama en el asiento. —¡No puedo verlo! —gritó con desesperación al verse solo. Una dura coz en el estómago dobló a Josh, momento en que recibió otra ágil patada sobre los omoplatos y finalmente otra bajo el mentón, la cual lo puso definitivamente en guardia después de un breve aturdimiento. Los impactos le habían roto el labio y lo sacaron de los efectos de la bebida. El médico adoptó una postura de guardia, su adversario se reía valiéndose de su invisibilidad, hasta el momento no sabía nada de alguna clase de piedra que pudiera otorgar aquel poder divino. Los impactos se repitieron, ahora mezclados con puñetazos y cabezazos, en aquella situación era un blanco fácil.
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«Tengo que hacer algo. Sin las lentes soy incapaz de hacer nada», pensó con desesperación tratando de devolver los ataques. —Si no puedes verme, no puedes hacerme nada. Ríndete y pide clemencia por una muerte rápida, solo me llevaré tu juguete y a la chica —lo amenazó aquella voz masculina tan siniestra. Repentinamente empezó a caer lluvia del cielo, Josh había olvidado que aquel fenómeno natural era alterado por las fábricas a vapor y por la climatología atlántica. Parecía ser que los ángeles harían honor a lo que se decía de ellos y se orinaban encima de los ciudadanos de aquella ciudad. Su oponente estaba fresco, sin embargo, él sentía los músculos doloridos. Necesitaba una estrategia que le permitiera superar a su adversario. De pronto, el joven entendió lo que sucedía cuando descubrió que el agresor era poderoso porque se valía de una serie de golpes limitada. Era un experto en artes marciales, pero podría sacar ventaja de ello con un poco de conocimiento de anatomía humana. Aunque la lluvia rebotaba contra la figura del criminal y podía darle al ayudante de Rumblewood una pista acerca de su ubicación en todo momento, sus movimientos eran tan rápidos que aquella desventaja quedaba camuflada. —¿Todavía sigues de pie? Me quito el sombrero ante ti, estás aguantando demasiado. A estas alturas ya debería haberte roto algún hueso. —La cabeza de Josh daba vueltas por culpa de la bebida y no podía ubicar la voz. La situación le recordó a un juego de mesa al que jugó con Galenus, él lo llamaba Chaturanga y simulaba una batalla entre dos ejércitos de idénticas características. Aunque había perdido muchas monedas de oro apostando contra él, recordó una de las lecciones más importantes que le enseñó. Aquel nómada le confesó que a veces era necesario sacrificar una pieza para lograr ventaja, era la misma lógica que el tiro con arco, la flecha retrocedía en la cuerda para volar hacia delante. Sin embargo, a pesar de tener una estrategia clara en su mente, necesitaba que su cuerpo respondiera a sus órdenes. Estaba tan cansado que no podría soportar aquel ritmo durante mucho más tiempo.
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El médico se convenció a sí mismo de que no tendría más oportunidades para alzarse con la victoria. Si era capaz de atrapar una de sus piernas invisibles podría neutralizarlo atacando sus áreas vulnerables. Un nuevo ataque vino de repente, esta vez pudo oír como la pisada en un charco delató su posición, el defensor se inclinó hacia delante, momento en el que con un rápido giro pateó la rodilla de su oponente con todas sus fuerzas, rompiendo el hueso en el impacto. En ese momento Josh observó como la luz reflejada en un pequeño cristal de calcita rompía aquella invisibilidad por unos segundos. Animado por su éxito, golpeó el abdomen con un puñetazo en el lado derecho, provocando su caída. Una vez en el suelo, el criminal reposaba bajo la bota de Josh. Era el momento más peligroso de todos, si le dejaba vivir podría sonsacarle información, pero la situación no lo aconsejaba. Dominado por el instinto de supervivencia, Josh desenfundó su arma y realizó tres disparos seguidos sobre su adversario, quien reposó sobre un enorme charco de sangre. —Veamos ahora cuál es el secreto con el que has engañado a mis sentidos —gruñó mientras se guiaba por las formas de la sangre. El médico tiró de lo que parecía una capa y descubrió que había un tejido entero hecho con motas de oro y piezas de calcita, gracias a poder jugar con la luz, pudo asaltarlo en la oscuridad. Para evitar que nadie más se pudiera beneficiar de aquel ingenio, lo despojó de la capa, además de robarle un cuchillo de caza y una faltriquera llena de monedas. Con aquel peso extra en su equipo estaba incrementando su valor en el caso de ser capturado por alguien. Dadas las circunstancias regresó a la motocicleta, se sentó en el asiento delantero y se acomodó las cadenas de Calipso para que no se cayera, descolgó la llave de su cuello y encendió el motor, después, pistola en mano se abrió camino a la salida. Josh se dio a la fuga soportando el dolor que le provocaba el traqueteo del vehículo, le costaba respirar por los impactos que su cuerpo había encajado en la trifulca, no obstante, aquello no le impidió poder escapar de Dumptech por la enorme grieta que había abierto en las murallas gracias a los Alaridos de Hefesto, aquel explosivo original de su amigo Galenus, quien había jurado lealtad a ambos hermanos Steampunk.
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80
7.
Briseid
Dos días más tarde, camino a las Islas Anacrónicas El estruendo en los muros hizo que los cuernos de guerra llenaran el aire, el Azote de Neptulus catapultaba enormes rocas ígneas con carbón y aceite de ballena sobre el fuerte fronterizo que defendía el acceso a su objetivo, el subsuelo bajo las ruinas del templo de Nyom’cyra. Josh Steampunk se inyectó un sedante para calmar el dolor que le provocaban las secuelas de la pelea. No podía permitirse el lujo de estar postrado en cama mientras el reloj corría en su contra.
Aunque
tenía
un
diagnóstico
para
tres
meses,
desconocía
completamente el estado de salud de su hermana y antes de operarla necesitaría lograr un modelo de corazón biónico que soportase tan brutal ponzoña. Desde la seguridad que ofrecía lanzar ataques desde varias millas náuticas de la costa, Calipso apresuraba a los mercenarios a abordar las embarcaciones con motor de vapor y hélices para iniciar la captura del pueblo. Con voz retumbante la dama anunciaba por megafonía que hicieran las mínimas bajas posibles si no querían convertirse en esclavos o conejillos de indias del médico de abordo. Jaspert Rumblewood le había dado una última oportunidad para demostrar su valía en aquel proyecto que tanto dinero y recursos le había costado. Deprimido ante la posibilidad de fracasar, sacó la petaca de ron de su bata blanca. —Tal vez esta no sea la respuesta que necesito, sin embargo, pero va a anestesiar a mis miedos por unas horas —murmuró desenroscando el tapón. —Josh no lo hagas. No arruines tu vida… —le pidió la voz infantil de su hermana pequeña. —¡Elia! —Se sobresaltó creyendo oír la voz de su hermana. Como si hubiera visto un fantasma la buscó por el interior de su estrecho camarote. Tal vez, allí donde estuviera, su hermana todavía lo recordaría e incluso sentiría algo de afecto. Él consideraba que las mujeres eran débiles por tener sentimientos y que, únicamente por la necesidad de mano de obra y soldados, podían gozar de cierta libertad dentro y fuera de los muros de la 81
ciudad. Ella no era una excepción, a pesar de haberse labrado un nombre como armera y profesional de los hornos. Incomodado por aquella esotérica regañina, se desnudó para empezar a ponerse el blindaje ligero que había encargado a un inventor renegado a cambio de lograr que su hijo tullido volviera a caminar gracias a unas prótesis. Aunque las protecciones únicamente cubrían las articulaciones de forma consistente, las fibras metálicas recubrían el resto de la figura. La ventaja que presentaban aquellas defensas era que podían ir debajo de las prendas sin dar la sensación de que su portador iba completamente indefenso. Josh sintió de inmediato el peso añadido de la vestimenta. Efectivamente, había tomado una buena decisión al privarse de beber y mantener el equilibrio. Algo estaba sacudiendo a la embarcación, no obstante, las voces de alarma todavía no habían saltado. El médico tomó sus ropas y terminó de vestirse en la cama para salir despedido del camarote cuando el barco se zarandeó a un lateral. Manteniendo el equilibrio como pudo, se apoyó en las paredes del pasillo para salir al aire libre. Allí pudo ver que las catapultas seguían proyectando aquellas enormes bolas de fuego, a pesar de hallarse desequilibradas por unas enfurecidas mareas. —¿Los oyes, Steampunk? Son los bramidos de Nis'hshud. La divinidad de las mareas que protegen las islas. Parece que le han ofrecido varios sacrificios humanos y ahora defiende a los indígenas. Dime. ¿Cómo te sientes al volar por encima de sus dominios? —le preguntó uno de los marineros quien guardaba las velas. —Me da la sensación de que es un paciente que está siendo operado sin anestesia alguna. Tal vez grite con tanta pasión si llego a fracasar en mi misión —replicó con la mirada perdida en el horizonte. Las enormes palmeras se alzaban como torres más allá de la anaranjada arena de las Islas Anacrónicas y las columnas de humo que se alzaban en el interior de la fortaleza indígena empañaban el cielo y el aire con el pesado olor que emanaba de los proyectiles encendidos. Sobre la superficie marina se deslizaban raudas las embarcaciones, las cuales peleaban contra el oleaje no siempre de forma exitosa. Debido a que se enfrentaban a un islote de prioridad 82
secundaria para las potencias enfrentadas en aquellos mares, la idea de que alguien financiara a varios zepelines para iniciar un bombardeo resultaba descabellada. Incluso para el mismo Jaspert era una idea realmente cara. Josh siguió paseándose por la cubierta sin poder quitarse de la cabeza aquella alucinación en la que oyó la voz de su hermana. Probablemente la presencia de Galenus y su consejo lo habría aserenado, pero él tampoco estaba allí. Por primera vez en su vida se sentía solo y atormentado, él, el gran Josh Steampunk, el cirujano que abandonó Dumptech para seguir los pasos del renegado Jaspert Rumblewood. —Capitana, se acerca una tormenta por la retaguardia. Aguardamos vuestras órdenes —anunció uno de los navegantes mirando por el catalejo. —Recoged las velas, redoblad el ritmo de suministro de carbón en el motor. Vamos a recortar nuestro tiempo para llegar a la playa —ordenó Calipso, orgullosa. «Pronto estaremos en la playa. Espero que los mercenarios que contratamos no tengan demasiados problemas en doblegar a esa gente», pensó el médico mientras el navío se acercaba de forma apresurada a la tierra. Un par de horas más tarde, los invasores decapitaron públicamente a los irreductibles con la intención de coaccionar a los prisioneros para que no se rebelasen. El interesado caminó entre una selva tropical en llamas y entre piedras de colores emergidas del suelo. En los árboles había serpientes, monos y pájaros que los observaban a su paso. Aquel escenario le recordó a su ciudad natal, la fuerza del más fuerte se había impuesto gracias al poderío de la tecnología, las influencias y el dinero. No era necesario que sintiera la más mínima misericordia por ellos, no eran humanos, únicamente sujetos de pruebas. Aunque el médico no comulgaba con las consideraciones ideológicas de Cristo. Ellos estaban un escalón por debajo de las mujeres humildes y de los niños de la metrópolis, eran los perdedores de una guerra librada contra los vencidos de un conflicto aún mayor. Aquella extensión de ultramar para la ciudad podría ser un pozo de riqueza que permitiera la reconstrucción de Nuevo Londres y la recuperación del prestigio que tuvo antaño. Sin embargo, los tiempos habían 83
cambiado y el interés personal había primado sobre el nacional. Era suficiente con ojear con un catalejo al horizonte desde un punto elevado, los miembros de La Marquesa comerciaban con materias primas, armas y eventualmente humanos para abastecer a cualquier bolsillo que se les acercara. Mientras algunas potencias merodeaban e interactuaban comercialmente, aunque de forma tímida con dichos establecimientos, otras seguían mirándose de reojo al tiempo que atendían a sendos conflictos. Josh había oído que había lugares muy diferentes a Coaly Clouds o Dumptech, donde los edificios eran diferentes y, por ende, también sus gentes. También sabía de buena tela que había personalidades influyentes y criminales que eran tanto admirados en secreto
como
temidos
públicamente,
sus
nombres
eran
conocidos.
Probablemente la policía de aquellos lares fuera más eficaz, algo que no era muy complicado ocurriendo que la ciudad siempre amanecía con cadáveres frescos. Josh caminó solo desde la playa hasta la entrada del pueblo, las construcciones de barro y metal le hicieron saber que estaba en el lugar correcto. Cruzó la derribada puerta de madera de aquellas vulnerables murallas y se encontró con un representante de la compañía comercial de La Marquesa, quien estaba mirando de forma lasciva a las mujeres con cadenas en el cuello. —Todavía no tenemos nada en venta. Sugiero que vuelvas dentro de un tiempo prudencial. Esta tierra ahora le pertenece a Jaspert Rumblewood —se dirigió Josh al mercader vestido con ricas telas. —¿De verdad tú estás al mando de esta invasión? No tienes porte para ser un líder, mírate, pareces un esqueleto andante y encima apestas a bebida — terminó mofándse de él con arrogancia. —¿Estás cuestionando mi autoridad frente a mis hombres? Bien, tú lo has querido —respondió Josh antes de dar un chasquido de dedos. Uno de los navegantes sacó un arma de fuego y disparó con tal potencia que la cabeza del mercader explotó en mil pedazos manchando a todos los presentes con sus vísceras y levantando una ola de terror y aullidos. Los hombres de fortuna contuvieron a la masa encañonando con los fusiles y remarcando la amenaza de abusar de niñas y adolescentes, unas advertencias a la altura de lo que Josh deseaba. 84
—Soldado, ¿de dónde has sacado esa arma? —ordenó con una mirada inquisidora. —La compré en el Mercado Negro, hay una mujer que vive tocando a las montañas que se especializa en fabricar armas de fuego. Vende muy cara su mercancía, pero convierte en demonio a cualquiera que las empuña. Aunque mis huesos de la mano se resienten cuando la uso —replicó el criminal tratando de no enfadarle. —¿Recuerdas su nombre y su apellido? ¿Cómo era físicamente? ¿Sabes si sigue viva? —lo interrogó tomando el arma para examinarla con detenimiento. —Recuerdo que era más alta que la media de las mujeres, muy espigada y con una voz cortante. Sabía de lo que hablaba. Y solo recuerdo que tenía el pelo negro como la noche… —El médico dejó de escucharlo cuando vio grabadas las iniciales E. S. en una caligrafía que conocía. —Suficiente, separad a los hombres en tres grupos, necesito constructores, artesanos y mineros. Enviad a las niñas a buscar plantas medicinales y piedras que podamos vender en los bosques. Necesitaré a una mujer apta para asistirme en la enfermería. El resto quedarán a merced de Calipso. Al caer el sol quiero ver este fuerte funcionando —dijo con un tono de voz autoritario.
Al caer la noche, en algún lugar a varios kilómetros de Dumptech —Sujetad bien el Alarido de Hefesto a los raíles. En cuanto el calor de las ruedas le pase por encima tiene que detonar —advirtió la voz apresurada de Krystal. —Llevo más de media vida dedicándome al arte de matar de forma directa o indirecta. Podrías confiar un poco más en mis capacidades —se quejó Elia, cuya desconfianza era mutua. —Recordad el plan, en cuanto el tren descarrile tenemos segundos para abatir a la máxima cantidad de guardias. Nuestro interés es requerir de la menor cantidad de explosivos posible —añadió un tal Hugh Gremory, un sicario extranjero. 85
—Esto es muy sencillo. Intentad no complicarme demasiado el trabajo, yo debería estar apostando y tomándome una pinta en La Gran Chimenea en esta mierda de noche —dijo Elia agobiada y ajustándose la goma que sujetaba su coleta. —No protestes tanto. Ya te dije que eventualmente matarías a alguien por mí —escupió la líder con descaro. El grupo abandonó de inmediato la vía ferroviaria y corrió a buscar la seguridad relativa de los arbustos. El nutrido grupo de asalto estaba compuesto por cazadores de recompensas con sendas especialidades de combate, pero muchos de ellos equipados con las armas de fuego creadas por la inventora de Dumptech, quien muy a su pesar tuvo que creerse las promesas auríferas de riqueza que se le habían hecho. Todos ellos compartían la característica de tener lentes de visión nocturna y que no comulgaban con las ideas de la herrera, quien realizaría el apoyo logístico con un arma de largo alcance. Krystal era una ingenua o realmente tenía un as bajo la manga por dejarla sola entre los árboles. La criminal había confiscado el guantelete térmico que permitía estrangular a cualquier clase de temperatura, también se había llevado las botas de impulsión y no tuvo bastante con llevarse todos los anillos con pistola, que también se hizo con varias bombas de agujas de metralla. En aquellas condiciones, hubiera preferido huir de La Orden de Caza luchando con sus propias armas que tener que ceder sus artefactos a una causa con la que apenas comulgaba. La inventora había pensado en cometer acto de traición, no obstante, sabía que con los materiales que viajarían hacia la trampa podría crear una réplica de emergencia de su ya definitivo modelo para la pistola Steam. En el maletín que habían robado del laboratorio de Rumblewood había un proyecto muy semejante al producto estrella de Elia y un par de menas metálicas de un color cobrizo, las cuales, según las notas, eran necesarias para fabricar las piezas que reforzarían definitivamente el arma de fuego evitando que se resquebrase por la potencia de los disparos. La inventora era conocedora de las propiedades mágicas de las piedras y estaba segura de que podría darle una salida comercial a nuevos artefactos los cuales siempre estuvieran por debajo
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de su equipo personal. Frustrada empezó a trepar por el tronco del árbol con la ayuda de una cadena con un contrapeso de plomo en el extremo. El asalto tendría lugar a la hora de la misa del atardecer, momento en el que La Orden de Caza abandonaba las patrullas para pedir misericordia a Cristo y la redención de todos los pecados cometidos en aquella ciudad del crimen. Con cierto esfuerzo, y no sin maldecir verbalmente a la cabecilla varias veces, logró trepar finalmente a la rama más alta y gruesa del árbol, la cual le daba unas vistas perfectas del Muelle de las Cabezas Bajas y podía apreciar las torres vigía de madera que flanqueaban puertas de Coaly Clouds. Elia aprovechó la situación para contemplar la belleza de la naturaleza mientras recogía la cadena con la que alcanzó aquellas alturas. Acto seguido tomó más medidas de seguridad. La inventora suponía que los guardianes llevarían artefactos de corto y medio alcance, pues su objetivo era no separarse demasiado del transporte. Contando con la ventaja de su posición geográfica, y cierta experiencia como francotiradora, esperó pacientemente al tiempo que en el suelo aparecían cañones portátiles, bombas de mano y un recurso que no había visto nunca. Montado sobre una estructura metálica con dos enormes ruedas de carro, destacaba un gran cilindro del que salían seis pequeños cañones injertados al eje central. Parecía un instrumento de guerra que se activaba con una manivela. «Creo conocer la clase de funcionamiento de esa cosa. He oído rumores al respecto, pero esto tiene que venir de fuera del continente. Me gustaría ver cómo funciona exactamente», pensó antes de ser sobresaltada por el silbido del tren. Los asaltantes se ocultaron en las inmediaciones aprovechando que la locomotora todavía se hallaba lejos. El sol rojizo del atardecer jugaba a favor del comando, los caprichos de los cielos parecían estar de su parte. El corazón de la inventora se aceleró cuando vio de frente al transporte, contaba como mínimo con seis vagones blindados, ninguno de ellos con ventanillas, por lo que no había forma de saber en cuál de ellos se encontrarían los guardianes. En ese mismo instante, tanto Krystal como los cazadores de recompensas sentían el corazón en un puño. El tren se acercó peligrosamente a las cargas explosivas mientras todos saboreaban la recompensa. Tras un parpadeo se desató la explosión.
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Una ola de luz y una nube de azufre inundaron las fosas nasales de la herrera quien cayó de las ramas, pero se mantuvo sujetada por la cadena metálica. El transporte blindado descarriló como estaba previsto, no obstante, se empezaron a dar implosiones inesperadas en cadena. Les habían tendido una trampa, aquella onda expansiva no estaba prevista y tampoco había el menor indicio de los metales preciosos. De haber sido así, las materias primas habrían salido ametralladas. Los árboles cercanos se bañaron en las llamas alimentadas por el aceite de ballena y en mitad de aquel caos aparecieron perros de caza y una serie de individuos con casco de buzo. Elia recordó lo acontecido en el barco. Aunque sabía que probablemente se tratara de más inventores, por lo cual el escuadrón estaría en peligro, dar la voz de alarma no haría más que delatar su posición. Krystal lanzó dos bombas de forma casi simultánea, la primera fue una de humo, la cual creó una intensa cortina negra que cegó la vista de los recién llegados, quienes venían por el bosque empuñando pistolas de triple cañón, acto seguido escapó en dirección opuesta a ellos zanjando el paso con una bomba de hilos. —Maldita Krystal, otra vez huyendo como las ratas —gruñó Elia quien cubría su retirada aprovechando el caos desatado. En aquel terreno inclinado y marcado por la masa forestal, únicamente invadida por las vías del ferrocarril, el combate se desarrollaba a media distancia. Volaban los cables, los arpones y los explosivos mientras el incendio iba creciendo a su alrededor. Los combates entre inventores siempre resultaban caóticos y más sanguinarios que las clásicas cuchilladas a corto alcance y los disparos en la nuca. Pero aquello era distinto, Elia observó cómo algunos de los atacantes brazos metálicos se estiraban y poseían una fuerza sobrehumana, definitivamente aquel cargamento era para Jaspert Rumblewood, quien si no era capaz de cometer dichos atentados contra la naturaleza humana. Después de quedarse absorta durante varios minutos observando la trifulca y el poder destructivo e impreciso de aquella máquina que ametrallaba balas de plomo fundido, reparó en que uno de los buzos abría su chaleco demostrando que era un androide de cabeza a pies. De la oscuridad que yacía en aquella estructura metálica emergieron tres sierras mecánicas de disco dentadas que 88
empezaron a rugir con un tono siniestro. La herrera apuntó directamente a la cabeza del enemigo, su disparo atravesó el aire, pero fue rechazado por la protección. Entonces fue descubierta y las armas arrojadizas cortaron el aire en dirección hacia a su ubicación. No eran blancos que pudiera abatir fácilmente. Estaba nerviosa, no tenía tiempo suficiente como desabrocharse la cadena e intentar escapar. Si la alcanzaban aquellos discos probablemente sería su fin. Sus piernas se paralizaron pero su mente todavía era capaz de reaccionar a la perfección. Antes de que se acercaran demasiado aquellas sierras, tomó el arma de asalto con ambas manos y golpeó fortuitamente a una de ellas. Mientras que una segunda la realizó un corte en el brazo, la tercera cortó la rama que la sujetaba. La herrera cayó al vacío viendo el suelo cada vez más cerca en cuestión de segundos, repentinamente sintió como su tobillo crujió debido a la fuerza de la cadena. Se encontraba colgada boca abajo a tres palmos del suelo. Con el corazón a punto de salirle por la boca por la tensión y el subidón de adrenalina, rompió la cadena con un disparo de su arma emblemática y terminó de chocar contra el suelo. Mareada y dolorida por el impacto, se incorporó no sin poder reaccionar a un proyectil que cayó cerca de ella. Al ver una bola de color negro zumbar suavemente, palideció y la pateó, instante en el que empezó a flotar en el aire impulsada por vapor. El artefacto emitió un pequeño ruido metalizado antes de empezar a girar sobre su propio eje proyectando a su alrededor decenas de agujas. Elia corrió en dirección a una roca prominente, realizó una voltereta en el aire y se escondió tras ella. «Esta gente está como una maldita cabra, tengo que hacer algo», pensó cambiando sus lentes a unas más adecuadas. Ahora no era solo un “buzo” quien se enfrentaba a ella y a su grupo, eran varios. Todavía podía recordar como uno de aquellos mercenarios, o tal vez un indígena apoyado por el mismo Rumblewood, logró acabar él solo con un barco de guerra. Habiendo fracasado la misión y con todos sus ingenios desperdigados y siendo mal utilizados en el campo de batalla, la inventora se debatía entre huir como las ratas y enfrentarse a Krystal verbalmente por la deserción o quedarse a luchar para tratar de recuperar algo. Justo cuando sintió pasos que se
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acercaban, recordó sus propias palabras alegando que deseaba imponer la justicia que emanara de sus ovarios. Si de verdad quería lograr ese objetivo, no podía permitirse el lujo de huir. Su espíritu de mujer soldado desarrollado en la campaña de ultramar salió a relucir después de tanto tiempo. Elia miró a su alrededor, todavía había doce combatientes de pie. La pistola Steam tenía munición de sobra como para poder hacer frente a todos los enemigos. Había notado que el mayor peligro que había eran las bombas y los objetos voladores cortantes. La niebla negra que rodeaba el campo de batalla se iba disipando y era el momento de que ella sacara a relucir toda su técnica con el arma de fuego tras cubrirse con los árboles. Su momento había llegado. Justo en ese momento en la colonia de las Islas Anacrónicas, Josh estaba observando como los artesanos trabajaban con miedo en la forja y refinado de corazones biónicos hechos con Piel de Ghurau’la, la divinidad del subsuelo y de la vida. Según la mitología de los nativos, en la tierra se hallaba la salvación y el progreso, así que cuánto más hondo debían escarbar, mejores recursos para la construcción se hallaban. No obstante, Nyom’cyra era una divinidad cruel cuyo único deseo era traer la destrucción y la epidemia, así que la única manera de detener sus poderosos venenos era utilizar los metales que ella misma había corrompido. El cirujano se apoyaba en una sacerdotisa llamada Briseid. Era una mujer ciertamente despampanante con un rostro triste por un problema derivado de los huesos faciales. Su vestido de color rojo escarlata dejaba ver un pecho al aire como ofrenda a los espíritus recién nacidos, ella misma advirtió al invasor que si le ponía la mano encima, él, personalmente lo pagaría caro. Aunque el especialista médico de Dumptech no temía a las divinidades, aquella dama parecía en conexión plena con quien se suponía que había inspirado tan letales ponzoñas. Por dicho motivo, la convirtió en su prometida y posesión particular a ojos de los soldados, dentro de la tienda ella no era más que una consejera. Ambos trabajaban por un interés ajeno y sabían que les podía esperar un destino mucho peor que la muerte si fallaban. Ella tenía que proteger a su pueblo,
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él hacer que la inversión que su mecenas había realizado no cayera en saco roto. La mediadora intentó infundir en la mente del médico los conocimientos con magia, pero él sintió que era una trampa, así pues, la elevó al rango de asistente con su propio pueblo. Cuando los primeros corazones biónicos estuvieron listos, la obligó a abrir en canal a los vivos como gesto de lealtad para iniciar la operación. Previsiblemente las primeras intervenciones serían un fracaso, Josh consideró que lo mejor era reservar las drogas para el medio plazo. Al fin y al cabo, tenía suficientes sujetos de pruebas como para hacerles pagar caro el uso de la sangre de Nyom’cyra. Ahora tenía un equipo que podía fabricar tanta como él quisiera y estarían a su entera disposición. Los deseos mundanos y la tentación de vender a las mujeres le acechaban a cada hora. No obstante, aquello no le distrajo a la hora de utilizar los aparatos de limpieza y bombeo de sangre que había importado, gracias a ellos podía trabajar indefinidamente con el paciente vivo siempre que el aparato no se quedara sin carbón para consumir. El método era sencillo, primero tenía que colocar un respirador asistido al paciente, una rudimentaria máquina que había creado gracias a su asociación con el gremio de científicos ateos, después era necesario conectar las venas principales del cuerpo al aparato que bombearía el corazón y finalmente era necesario extirpar cuidadosamente el corazón biológico. Si este seguía con vida, entonces era necesario iniciar lentamente el proceso de ensamblado del nuevo corazón biónico. Hasta el momento todos los cuerpos habían rechazado el trasplante y su destino fue la muerte, sin embargo, la dama conocía un oscuro secreto que se resistía a compartir con él debido al peligro de ello. Al caer la noche, Josh estaba tan exhausto que olvidó su propia seguridad y no pidió que encadenaran a su prometida al poste de la tienda. Briseid, quien había rezado sus oraciones a un brazalete en forma de serpiente que representaba a su divinidad, recibió una señal divina, sus ojos de color verde se tornaron rojos, sus pupilas adquirieron la forma de una serpiente, se acercó al oído de Josh, quien roncaba violentamente y susurró algo en una lengua ininteligible. Después salió de la tienda lentamente sin hacer ruido. Los soldados de guardia trataron de detener a aquella mujer de fe poseída, pero en cuanto 91
vieron sus ojos, cayeron al suelo presos del pánico torturados por sus emociones más intensas. Paseándose por el campamento, entró en cada una de las tiendas y despertó a las mujeres de la tribu sin necesidad de enfrentarse a los invasores físicamente, la misma Nyom’cyra se estaba manifestando a través de ella. Al cabo de veinte minutos estaba teniendo lugar la gran fuga femenina del campamento. Los varones dormían en las minas, encerrados bajo llave y protegidos por un complejo sistema de alarmas para evitar motines. Pronto, el grupo liderado por la encarnación divina se perdió en la selva desconociéndose para siempre su paradero. Josh, por su parte, tuvo una extraña pesadilla en la que finalmente lograba que su proyecto tuviera éxito, sin embargo, una voz serpenteante le hizo saber que aquello tendría fatales consecuencias tanto para él, además de marcar de por vida a quien más quería. Entonces, empapado en sudor, Josh abrió los ojos y se incorporó al borde la cama. —La ciencia derrotará a las divinidades tarde o temprano. Me haré de oro practicando trasplantes de corazón. Me convertiré en un dios que prometa algo útil, la vida eterna —dijo mientras se disponía a volver a beber para olvidar su agotamiento.
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8.
Los hermanos Steampunk
Dumptech, un mes más tarde Finalmente había ocurrido lo que Elia más temía, La Orden de Caza se había hecho con el poder efectivo de la ciudad. Aunque la presencia de la policía ya era algo nominal y los controles en las murallas habían sido abolidos para revertir la decadencia de la tasa de natalidad de la ciudad, atrayendo así la de inmigración de criminales, inventores y hombres de fe quienes buscaban la redención y la penitencia, las calles nunca habían sido tan seguras y la reconstrucción era un hecho. Por otra parte, el saqueo de las Islas Anacrónicas por parte de La Marquesa y la incorporación generalizada de los autómatas a las fábricas había mejorado la calidad de vida y había modernizado la ciudad. Elia, cuya fragua había ido perdiendo peso debido con la producción industrial, vendió su hogar al Banco de Dumptech para restaurar una casa grande que quedó malmetida tras el arranque del proceso de derrumbe de las murallas, con aquella medida, la iglesia, la cual seguía condenando y negando cualquier relación con las Islas Anacrónicas, la población ganó en salubridad. La ciencia se había convertido en un mal menor, era incomprendida por muchos, apenas nadie sabía leer o escribir, únicamente los huérfanos y aquellos con algún cargo relevante. Así que era normal que los habitantes creyeran fácilmente en el relato que Cristo y sus ángeles regresarían a la tierra a caballo y blandiendo espadas llameantes. Cabalgarían y erradicarían las manifestaciones de Satán y a cualquier culto pagano. Sin embargo, su piedra en el talón seguía hallándose en los inventores. La Liga de Dumptech seguía contando con el apoyo de Calipso, quien siempre hacía llegar las famosas Libras de Caza al almacén de la organización en forma de materiales de las colonias, como medicamentos y piedras con propiedades mágicas. Elia había sido apartada de las reuniones por su colaboración con Krystal, quien se hallaba prisionera de Jaspert Rumblewood.
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Aunque no la consideraban una enemiga, dejaron de confiar en ella al haber colaborado con tan siniestra mujer. La noticia del asalto al falso tren de mercancías había corrido como la pólvora. Había suficientes pruebas incriminatorias como para encerrar a la dama de por vida, en el mejor de los casos, no obstante, nadie sospechó de ella debido al empeoramiento de su estado de salud. Estaba soportando una intensa fiebre día y noche, los músculos le dolían y eventualmente tenía dificultades para poder respirar. Los médicos con los que había dado le practicaron sangrías y probaron con preparados de hierbas. Y cuando podía dormir algunas horas, soñaba con Nyom’cyra. Debido a que la entrada al Mercado Negro estaba custodiada día y noche, la única forma de acceder a él era a través del subsuelo, un territorio nauseabundo, el cual no le traía demasiados buenos recuerdos. Aun así, no se rindió en el empeño de encontrar una cura a su enfermedad, seguía en sus trece de convertirse en una ingeniera, el rango superior de inventor que había sido socialmente establecido en los bajos fondos. No era algo que dependiera de una licencia, pero si de una consideración. Muchos obreros venidos a menos renegaron de mendigar dinero a una nobleza que volvió a frecuentar a la ciudad. La pedofilia y la prostitución encubierta estaban en auge gracias a los contratos. Aquella misma aristocracia era el blanco perfecto para ser asaltada y saqueada con ingenios rudimentarios o ligeramente más elaborados. El concepto de “acuerdo verbal por servicio” camuflaba meretrices frente a las autoridades en calidad de sastres, camareras y ayudantes de cocina, mientras que los niños eran falsamente apadrinados. Eran tiempos en los que la guerra se había desplazado a ultramar. Elia sentía que su vida cada vez valía menos y que tenía que recuperar su posición en la ciudad, estaba perdiendo el pulso vital y moral que la mantenía con vida. Incluso llegó a habilitar uno de los sótanos para que los barberos practicaran cirugías médicas y otros métodos profanos. Su vida se mantuvo en relativa calma en aquella amplia casa con doble sótano, con taller y herrería, además de una sala silenciada en la que realizar operaciones. Se estaba volviendo loca poco a poco, eventualmente trató de arrancarse la vida con un cuchillo de caza, pero la voz de su hermano la detenía. No era una voz cariñosa, sino de desprecio y pedantismo. Aunque sentía la
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muerte bien de cerca, algo le decía que tenía que reencontrarse con su hermano antes de morir, aunque únicamente fuera para restregarle todos sus logros y éxito. Y como todas las noches en las que se sentía un poco mejor y no tenía que luchar contra su cuerpo, se metió en La Gran Chimenea para beber. En ese mismo momento, los cielos de Coaly Clouds eran opacados por zepelines extranjeros que soltaban bombas sobre el asentamiento minero. Josh Steampunk estaba encerrado en una celda esperando su sentencia de muerte por haber fracasado con su experimento médico. El ataque enemigo había detenido los preparativos para la ejecución pública, por lo que contaría con algunas horas más de vida en aquella angosta celda. Para más inri, el lugar se ubicaba en el interior de las minas, por lo que respirar era más difícil y, por ende, la muerte podría llegar más fácilmente para aquellos reos quienes tuvieran problemas de salud. Debido a su ateísmo, gastó las horas en recordar su vida. Le habría gustado ver a Elia por última vez, probablemente no reconocería a aquella niña engreída que era antes de marcharse. Aunque mandó a Galenus en su búsqueda con un objeto para identificarse, pronto se olvidó de ella tan pronto los intereses de su señor lo llevaron hasta la cuenca minera para seguir trabajando en aquellos cadáveres a quienes había logrado reactivar algunas funciones cerebrales convirtiéndolos en metahumanos. Derrotado y sin poder beber para acabar de destruir un hígado el cual había soportado una vida sin un sentido espiritual, se puso a murmurar en soledad acerca de todo lo que no había hecho. Al fin y al cabo, estaba allí encerrado por su irreparable fracaso. Aunque había escondido al mismísimo Rumblewood el éxito de las operaciones, manteniendo en vida a los sujetos de prueba, él pretendía pagar por sus crímenes con la muerte antes de salvar vidas convirtiendo a la gente en parásitos, en auténticos monstruos con necesidades de alimentarse de flema humana fresca. Aquel metal especial era capaz de soportar cualquier enfermedad, ponzoña o virus, no obstante, reducía notablemente las capacidades de renovación de la sangre, por lo que el usuario pasaría a tener que beber de otra fuente siempre que sintiera fe. ¿Quién estaría dispuesto a pagar tal precio por seguir vivo? Esa fue su última decepción, la cual lo hundiría.
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—Moriré tras haber aportado a la medicina un conocimiento impío que salvará miles o millones de vidas. Es posible que mi nombre no sea recordado en papel, pero habré asentado las bases del futuro. De lo único que me arrepiento es de haber abandonado a mi hermana. Supongo que ya debe estar agonizando, le pediré disculpas en el Infierno —aseguró sin saber que estaba siendo escuchado. —¿Es eso cierto? ¿Realmente hay una gota de compasión y amor por esa mujer en tu corazón? —cuestionó la voz de Galenus provocando el sobresalto de Josh. El médico se puso de pie de inmediato y corrió a sujetarse a los barrotes para comprobar que era su corpulento hermano de armas. Los ojos oscuros del varón se clavaron en el cirujano de una forma inquisidora, había algo extraño en él, no parecía el de siempre. —Confiesa. ¿Quieres salvar a Elia o no? —insistió con una voz atronadora. —Si la viera ahora mismo sería incapaz de reconocerla. He oído rumores que se ha convertido en una suerte de inventora y que tuvo algo que ver con el incidente del tren blindado. Recogimos chatarra con sus iniciales grabadas en su caligrafía —confesó dando algunos pasos atrás. —Ella no es como tú y va a morir como una maldita rata por culpa de una ponzoña. Yo no te forzaré a salvarla, esto ni me viene ni me va, he saldado todas las deudas con ella. Pero si me lo permites, te diré algo para que te lleves a la tumba. —Josh lo miró con unos ojos desafiantes—. Tú nunca has tenido personalidad, siempre has sido el perrito faldero de Jaspert Rumblewood. Te perdiste en el momento en que le juraste lealtad incondicional. —El interlocutor colapsó. En él había visto la peor cara del ser humano, participó en orgías infantiles, forzó a mujeres frente a sus padres y esposos, vendió su alma al diablo las veces que hizo falta traicionando a grandes mercaderes, generales y aristócratas, ordenó profanar cementerios y bombardeó ciudades únicamente para que él convirtiera a minusválidos en máquinas de guerra. Sin embargo, no fue hasta
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que aquellas palabras le golpearon el estómago con tanta fuerza al estar a las puertas de la muerte que reaccionó. —Si le pongo un corazón biónico a Elia podré escupirle a Nyom’cyra en la cara y a su representante. Pero ella tendrá una vida maldita teniendo que alimentarse de otros. ¿Acaso merece este castigo por parte de un hermano ausente quien debió protegerla? —se lamentó con unas palabras que parecieron salir de su alma. —Es una mujer, para ti no debería significar nada —añadió el recién llegado. —Si escapo de aquí, Jaspert me perseguirá hasta los confines del mundo y eventualmente me matará. Pero si curo a mi hermana de su enfermedad, lo más probable es que me muerda tan pronto le cuente la verdad. ¿Tú qué harías en esta situación? —Se interesó por la respuesta de su amigo. Galenus tomó carrerilla, se adentró varios metros en la mina y arrancó a correr con todas sus fuerzas balanceando todo su peso sobre el brazo metálico, debido a ello rompió la puerta saltó de sus bisagras en la pared y esta cayó encima del médico. —Ahí fuera hay una maldita guerra. Te une el juramento hipocrático a ella por ser una paciente en peligro. Si te mata después de que la operes habrás limpiado tu honor y no tendrás que preocuparte de nada más. Puedes huir y ser recordado como el hermano de la mujer que revolucionará la guerra con sus ingenios o puedes ser el tipo que dio su vida por salvarla. —Galenus parecía serio. —Entonces nos vamos a Dumptech. Tendremos que cruzar un campo de batalla y probablemente seamos perseguidos —aseveró Josh antes de recibir su traje de combate por parte de Galenus. Después de vestirse con la indumentaria de combate y encañonar al aire las pistolas para acostumbrarse al peso y al tacto de estas, subieron por la cuesta que llevaba a la salida de las minas. Las explosiones del exterior retumbaban dentro de las galerías, los combates parecían intensos, era la oportunidad perfecta para escapar, nadie los echaría en falta antes de que fuera demasiado tarde. Animados por la oportunidad que se les presentó, corrieron con la cabeza agachada mientras el techo se caía a trozos lentamente sobre ellos. En cuanto 97
llegaron a la salida, alguien les estaba esperando, era él, el mismísimo Jaspert Rumblewood. —Mi querido Josh ¿a dónde vas con tanta prisa? ¿No estarás pensando en fugarte y hacerme invertir más dinero en ti para capturarte? —lo amenazó el inventor ajustándose el sombrero de copa. El médico intentó replicar, pero Galenus puso una mano a la altura de sus pectorales para detenerlo. Entonces le advirtió que se hiciera a un lado y escapara de allí con un caballo de transporte y que no se detuviera hasta llegar a Dumptech. Pero la palabrería del soldado de fortuna se cortó repentinamente cuando un cuchillo atravesó su pecho. El bastón metálico en el que se apoyaba el ingeniero desde hacía unas semanas escondía una afilada hoja extensible. Galenus liberó sangre por la boca. Hizo un gesto descarado con la mano a Josh para que se largara, no obstante, Rumblewood trató de amenazarlo verbalmente. —No olvidaré tu sacrificio. Nos veremos en el Infierno… —suspiró Josh quien disparó a las rodillas de su mecenas. —¡Cabrón! ¡Esto no va a quedar así! —gritó de rabia el inventor, quien en el caso de sobrevivir probablemente quedara en silla de ruedas. —Tu oponente soy yo. No lo olvides —exhaló Galenus forcejando con una fuerza sobrehumana que quitarse el cuchillo. El inventor, quien era un perro viejo en las peleas cuerpo a cuerpo, pulsó un botón y de la hoja principal emergieron dos hojas más en los bordes laterales convirtiendo al cayado en un arma de cuatro puntas. La hemorragia se hizo más grande y empezó a afectar a los órganos de una forma más agresiva. Galenus recordó todos aquellos capítulos de su vida que creía borrados gracias a la Petrum oblivionis que robó a un mercader que había viajado por todo el mundo. Cada vez que empezaba en un nuevo lugar, la acariciaba y sus recuerdos quedaban borrados. Hasta que eventualmente la perdió y terminó quedándose con el nombre de Galenus, un consejero con demasiada influencia. Luchando ya no como un soldado de fortuna, sino como un padrastro que descubrió una nueva espiritualidad en el humanismo, golpeó el rostro de su enemigo con los puños aturdiéndolo, descubriendo así un peligroso secreto. 98
Jaspert Rumblewood era una suerte de máquina, al saltarle parte de la piel del rostro pudo ver mecanismos de vapor activarse. Probablemente ese era el motivo de su habitual ingesta de agua y que raramente se mostraba indispuesto. —Has descubierto mi secreto, maldito. No soy humano, nunca lo he sido. Soy una polimerización de metales encantados y de restos humanos. Pero no vivirás para contar la verdad ni mis verdaderas intenciones. Después de ti, iré a por esa mocosa de Elia Steampunk para asegurarme de que no sobreviva —aseguró antes de que los tejidos de su piel se regeneraran. Galenus se quedó sin aire ante lo que vio, sentía que su vida se escurría poco a poco como la sangre que cruzaba ese bastón que luchaba torpemente por salir de su robusto cuerpo. Ya no podía hacer nada más, el rugido de la batalla se acercaba a ellos lentamente. Los brazos ya no les respondían, las piernas le temblaban como una hoja meciéndose por el viento frío del otoño, únicamente le quedó un último recurso antes de que todo terminara para siempre. «No me defraudes, Josh, pase lo que pase con tu hermana, te veré en el Infierno. No hagas que mi muerte haya sido en vano», dedicó estos últimos pensamientos al que consideraba su hijastro. Rumblewood le ordenó que muriera tras pulsar repetidamente el botón del bastón, ahora la vara se empezó a calentar y emanó pequeñas partículas de carbón caliente en sus entrañas, hecho que provocó que, con un sobreesfuerzo, la víctima mortal consiguiera echar su cabeza hacia atrás. Determinado a fenecer como un héroe, cargó todo su peso hacia delante y asestó un brutal cabezazo a su oponente, el cual le resquebró el cráneo de hueso, pero derribó al inventor. Entonces ambos cayeron de espaldas al suelo, acabando así los días de aquel hombre de mundo quien terminó encontrando su lugar en la historia de la que algún día sería la Bestia Roja de Dumptech conocida por sus actos. Unas horas más tarde, Josh cabalgaba bajo la lluvia con rostro impasible. Pasó cerca del tren blindado descarrilado y pensó en Krystal, aquella mujer en quien confió y a quien cambió su rostro quemado por el de su pareja. Aquel había sido el castigo por ser una desviada a los ojos de la sociedad. Ella sentía un profundo rencor hacia los hombres y por ese motivo, tan pronto como se recuperó de la operación, varios secuaces que ella había contratado le pagaron 99
dándole una paliza de muerte y tirando a sus pies una bolsa con droga en polvo para aliviar el dolor. La experiencia acumulada había determinado su vida sentimental y sexual, relacionándose únicamente con prostitutas de lujo que tenían algo que perder. Cuando la lluvia empezó a arreciar tanto que era incapaz de ver la carretera, agachó la cabeza y se encomendó al destino obligando a la criatura a cabalgar con más velocidad. Las puertas de Dumptech no quedaban lejos y hallándose sin pistas acerca del paradero de su hermana, sabía que tenía que ir a La Gran Chimenea, el punto de referencia para acceder a un vigilado Mercado Negro. Con suerte podría comprar la información referente a su paradero. Lo que Josh no sabía era que la ciudad ya no era la que él había conocido, ahora era más bella y esbelta, pero más cruenta y restrictiva que antes. Sintiendo como la lluvia caía agresiva hundiéndose en sus ropas, cruzó los muros derribados. Tan pronto como bajó del caballo sus ojos dieron con dos hombres caminando bajo la tormenta y apoyándose en una linterna para ver en la oscuridad. La electricidad mediante motores de vapor todavía no se había extendido a toda la ciudad y parecía que los faroleros no habían salido para mantener las llamas encendidas. Al verlo aquellas figuras se acercaron a él, trataron de amansar a la bestia haciendo gestos con las manos hacia abajo, Josh los miró a los ojos. —Quien sois y que queréis —ordenó uno de los encapuchados con voz severa. —Me llamo Josh Steampunk, he venido a visitar a mi hermana —confesó disimulando que desenfundaba la pistola. —¿No creéis que es un poco tarde para hacer una visita? —inquirió el compañero. —Guarda esa pistola, amigo mío. Sabemos a qué vienes y a que te dedicas. Te escoltaremos hasta su casa, pero ten cuidado, últimamente tiene fiebre de guerra —añadió el primero de los vigilantes. Josh intentó seguir preguntando para valorar la veracidad de las palabras de aquella gente. Cuando él abandonó la ciudad ya empezaron a llegar algunos misioneros de tan radical fe, lo que no esperaba es que ellos mismos se 100
convirtieran en la policía. Al mirar a su alrededor vio establecimientos ricamente decorados y casas de nueva construcción que parecían sólidas. No obstante, el fuego que ardía en su pecho y la idea de que muy probablemente su antiguo jefe estuviera vivo, le impidieron contemplar el cambio de escenario. Mientras esto ocurría a un par de calles de donde Elia tenía su casa con doble subterráneo y sala de operaciones, la dama daba forma a los metales que habían llegado de las Islas Anacrónicas tan pronto se recuperaba de las alucinaciones, la falta de oxígeno y de las parálisis de los músculos. Ningún médico había encontrado una solución a su problema, por lo que convivía con aquella maldición que la estaba matando poco a poco día tras día. Se sentía desahuciada y sin esperanza, pero se aferraba a perseguir su deseo más íntimo sin pensar que en cualquier momento la muerte se la llevaría sin más avisos. Entonces, alguien llamó a la puerta de entrada a su hogar. Elia se sobresaltó, su mente imaginó repentinamente varios escenarios posibles. Nerviosa, sacó el vaso de metal líquido del fuego con unas tenazas, tomó una pequeña pistola con dos cañones que estaba en fase de pruebas y subió al piso superior. Cuando llegó arriba observó como la puerta de la entrada estaba abierta, su corazón se aceleró, una vez más oyó el siseo de la lengua bífida de la serpiente, un escalofrío le recorrió su espalda, su casa dejó de ser lo que era realmente para volverse a ver rodeada de jungla y de enemigos. Una última vez tenía que enfrentarse a ese chamán maldito. —Acabemos esto rápido, que tengo trabajo en la forja. Voy a acabar con todos vosotros, maldita raza inferior. Venid a por mí —amenazó Elia sudando abundantemente y encañonando a la nada. Josh, quien veía a la que un día reconoció como su hermana actuar como una demente mental, se abalanzó sobre ella por la espalda, descargó todo su peso sobre su columna vertebral apoyando una rodilla y le habló en un tono conciliador para tratar de calmarla. Elia giró la cabeza y en vez de reconocer las facciones chupadas y los ojos profundos de su hermano, rasgos adquiridos por la bebida, sintió el miedo en lo más profundo de su pecho al reconocer en él un casco ritual de los indígenas.
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—Elia, soy tu hermano Josh, he venido a poner fin a tu sufrimiento. Aquellas palabras no hicieron más que excitar las emociones de la dama. —Suéltame, malnacido. —Se resistió con tal brutalidad que le rompió la nariz de un codazo. El hermano cayó al suelo y Elia corrió en dirección a la cocina, cuando en realidad ella estaba reviviendo su huida presa del pánico. Las piernas le estaban fallando y la fiebre le subía, ahora tenía escalofríos. El médico, quien se sentía tan frustrado como humillado por la situación, pasó de la psicología y las buenas palabras a desafiarla a un combate. En sus condiciones tenía todas las papeletas para ganar. Elia tiró la pistola, en su paranoia se había quedado sin balas, de la misma forma que en la vida real. —No quiero hacer esto, pero me vas a obligar. Ríndete —le pidió su hermano quien estaba listo para cualquier cosa. —¡Voy a vivir un día más! —chilló Elia como la niña que fue un día. Entonces un relámpago iluminó la casa y segundos después un trueno la hizo temblar sonoramente. Elia finalmente vio el rostro de Josh después de tantos años y sintió una gran paz. Quiso decirle que a pesar de todo lo que lo había llegado a odiar, se alegraba de que estuviera con ella en el día de su muerte. El veneno se había extendido a lo largo y ancho de sus destrozados tejidos. Tras retirar la mano con la que había golpeado su sien para dejarla inconsciente, el médico la tomó en brazos pero no sintió que lo hiciera como un experimento o como una herramienta, sino como la persona que nunca había sido con ella. —Elia, mi querida hermana. Vayamos a la sala de operaciones, salvaré tu vida como un hermano, pues ya he cometido demasiados pecados como médico. Te daré un corazón que te ayudará a cumplir tu sueño, aunque me cueste la vida en el proceso —confesó mientras sostenía su frío cuerpo en brazos. Josh caminó con paso ligero hacia una habitación que no olía demasiado bien y pudo comprobar que, efectivamente, su hermana alquilaba una pequeña sala para hacer cirugías. Aunque no contaba con instrumental de última generación, 102
haría todo lo posible por salvar su vida. Primero la posó sobre la camilla, acto seguido se quitó el blindaje corporal empapado y se secó con una toalla de lino. Se lavó las manos en un barreño de agua limpia y finalmente se vistió con un delantal blanco por encima de su ropa mojada. Dejó el corazón biónico que había llevado en una caja metálica a un lado y exhaló aire para relajarse. El trasplante que salvaría su vida había empezado finalmente.
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Epílogo Los agentes que un día sirvieron a la policía de la ciudad y que fueron desplazados de sus puestos de trabajo debido a sus prácticas inmorales y la arbitrariedad fueron escoltados a través de uno de los túneles del alcantarillado hasta que llegaron al final de un pasadizo. Cleora Hope Miller, una cazadora de recompensas quien tenía una estrecha relación con los miembros de La Marquesa, golpeó con los nudillos la pared que ponía fin a aquel paseo. Entonces, unos engranajes empezaron a rechinar entre sus dientes revelando lentamente una puerta giratoria que daba lugar a una sala más grande. La reunión tenía previsto decidir la suerte de aquellos díscolos con el nuevo orden. Encadenados con grilletes en las muñecas, el cuello y los pies, los varones no se atrevían a excederse lo más mínimo con una mujer que había perfeccionado la transformación del vapor en electricidad y era capaz de hacer filigranas químicas con las propiedades del carbón. La dama era una hija bastarda de Epigmeus, un magnate de La Marquesa con tanto dinero que su deseo era morir en un orgasmo. Para evitar ser perseguido por las autoridades, había construido un castillo a varios kilómetros de la ciudad y hacía llegar a las damas de las Islas Anacrónicas a través de un carruaje. Repugnada por las actitudes de su padre, la joven Cleora aprovechó su apellido familiar para formarse y huir de él. Había aprendido muchísimo de un pueblo de conquistadores llamados romanos, concretamente de sus técnicas de guerra y de su dominio del vapor. Sin embargo, también se valió de los conocimientos de unos nómadas llamados chinos. Ella nunca ocultó su feminidad y tampoco le tembló el pulso para cortarle la lengua a alguien con su daga. Después de servir como asesina para diferentes ejércitos durante años, cuando pasó de ser perseguidora a perseguida, fingió su muerte y se interesó por los metales y piedras de las Islas Anacrónicas. Aquello la acercó peligrosamente a su padre, no obstante, no todo el mundo en La Marquesa aprobaba las posiciones de ese monstruo. —Ya estoy aquí, antes de empezar quiero mi pago —exigió a Paulus Hill, uno de los miembros de La Orden de Caza quien le había realizado el encargo.
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—Cristo redentor, perdona mis pecados en tu nombre. Aquí tienes tus piedras. Ahora dame lo que es mío —la despachó con el mismo tono arrogante el hombre de fe. Ella se acercó con pasos largos que hicieron resonar aquellas botas en lo profundo de aquella sala que cada vez resultaba menos austera. Se acercó al interesado y abrió el candado que unía las cadenas a sus brazaletes con múltuples ingenios. Los reos fueron liberados, aunque no hicieron amago de huir frente a aquella sala llena de aristócratas, mercaderes, inventores y hombres de fe. Su misma captora los miraba de una mirada feroz. —Bueno, bueno, bueno. Así que tenemos aquí a dos mozos quienes no estáis de acuerdo en vivir bajo los principios de la fe. Vamos a hacer esto sencillo, os voy a demostrar porque me llaman Puppet y porque ocupo esta silla —comunicó aquel hombre bien entrado en la madurez. El varón se puso unos guantes de tela negra, cerró los ojos y murmuró unas palabras mágicas en la lengua de las Islas Anacrónicas, entonces los pedazos de la piedra exorto tincto bordados con hilos de plata en las yemas de los dedos de la prenda destellaron por un instante. Las autoridades se desplomaron al suelo tras perder toda la fuerza en sus músculos. Su miedo creció hasta el punto de que les ardió en el pecho al verse incapaces de hacer nada por propia voluntad, no podían gritar ni chillar. —Una ciudad bajo nuestros intereses que podamos manejar. Cristo nos guiará, pero la tecnología, el dinero y las piedras son regalos con los que hemos sido bendecidos para imponer el orden. Se acabaron los abusos civiles, la ley es humana, la justicia es divina —aseguró el hombre mientras ponía de pie a los reos. Ninguno de los presentes pareció sorprendido ante la demostración de poder que heló la sangre de la recién llegada, quien observó como moviendo los dedos de ambas manos obligaba a que se pelearan en medio de la sala ante la mirada impasible de La Liga de Dumptech.
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—Es tiempo de que ocupes tu asiento, Elia Steampunk no es de fiar. Al parecer, se está debatiendo entre la vida y la muerte, no creo que sobreviva a las fiebres de la guerra. Aquellas palabras no le hicieron ninguna gracia a Krystal, quien tras maquillar su aspecto con gran saña se había hecho pasar por una copera tras inyectarle un fuerte sedante a Emmeline Wake para recopilar información que pudiera vender al mejor postor. Sabía que se acercaban tiempos oscuros para la ciudad y para sus intereses ocultos, pues no únicamente en sótanos de la ciudad y en los territorios conquistados se conspiraba contra Dumptech y sus gentes.
Al mismo tiempo que esta reunión tenía lugar, Calipso leía el reporte de uno de sus halcones marinos, un cuerpo de informadores infiltrados en varias tripulaciones mercantes y militares rivales. —Entonces le han hecho morder el polvo a Jaspert Rumblewood, será necesario que me ande con cuidado con esa ciudad. Sería una grandísima estupidez pensar que este tipo yace bajo tierra —observó en voz alta mientras saboreaba una copa de vino en la cubierta del Aullido de las Mareas. Aquella noche la luna brillaba con fuerza sobre las aguas y aquello la inspiró para poder interrogar al espía que se había infiltrado en cuánto se había escondido en la Bahía de las Sirenas para pactar un ataque conjunto contra la Isla de Tul’tepbra, un santuario donde se decía que vivían los guerreros más letales de las Islas Anacrónicas, pero también había grandes vetas de oro y plata, el metal del comercio más valioso. Sin embargo, también era un sitio en el que cohabitaban, no siempre de forma pacífica, los alquimistas y los guardianes de la sala de los espíritus, la cual se decía que era una puerta de entrada al más allá la cual debía ser sellada con las propiedades mágicas del oro y de la plata. La navegante no creía firmemente en las supersticiones de los nativos ni tampoco creía en dios, compartía con Elia la consideración de que los ángeles se meaban sobre ellos cada vez que llovía. Embriagada por las virtudes del vino y como afectaba a su inhibición intelectual, se separó del mástil en el que se
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apoyaba y caminó hacia la improvisada sala de tortura con una sonrisa en los labios. Con un poco de suerte, podría sonsacarle información relativa a aquellas voces que conspiraban contra ella y contra las fuerzas que estaban emergiendo en Dumptech.
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Glosario
Escenarios clave Bahía de las Sirenas. Bahía en una de las Islas Anacrónicas muy evitada por su esoterismo. Bahía de los Bárbaros. Bahía denominada con tal nombre por ser el punto de partida para la invasión de territorios de ultramar. Coaly Clouds. Una cuenca minera que alberga una pequeña base de experimentos de Jaspert Rumblewood. Dumptech. Antaño fue Nuevo Londres, sin embargo, tras su destrucción por parte de las potencias vencedoras en la Gran Guerra, la ciudad perdió hasta su nombre tras ser olvidada por una nobleza que la mira de reojo. Se cobran pocos impuestos y los crímenes de sangre son un hecho diario. Su naturaleza ha atraído a toda clase de personas sin recursos y desalmados que buscan proliferar de una forma opuesta a aquellos quienes se hallan atrapados dentro de los muros. Iglesia de Dumptech. La única iglesia de la que dispone la ciudad, fue reconstruida y ligeramente modernizada por La Orden de Caza, unos seguidores radicales de Cristo que se han ganado el corazón y el apoyo de un sector importante de la población. Islas
Anacrónicas.
Archipiélago
que
se
extiende
en
los
mares
septentrionales a dos días de navegación desde las fronteras marinas de Dumptech. Es un territorio habitado por indígenas politeístas que defienden sus recursos naturales y unas piedras mágicas que ambicionan todos aquellos capaces de financiar su extracción y saqueo. La nobleza de Dumptech inició una campaña en un intento de recuperar su peso político y económico en el mundo. La Gran Chimenea. Una popular taberna cuyo sótano conecta con el Mercado Negro. En la Gran Chimenea se encuentran todo tipo de parroquianos, desde mendigos que ahogan sus penas en alcohol hasta inventores que vienen a cerrar negocios en los rincones más lúgubres del edificio. 109
Mercado Negro. Un edificio subterráneo de tres pisos en el que se realiza comercio ilegal y perseguido por la justicia. Su acceso se encuentra en la entrada a la bodega de La Gran Chimenea y está vigilado por un guardián autómata que evita la entrada de curiosos y gente indeseada. Allí abajo el asesinato está permitido, pero puede haber consecuencias. Muelle de las Cabezas Bajas. Se trata del principal puerto de Dumptech, desde él llegan mercancías de las Islas Anacrónicas como piedras mágicas, esclavos, drogas medicinales incluso armas importadas. Destaca por no albergar demasiados grandes navíos. Nuevo Londres. Nuevo Londres fue una potencia cuyo dominio de la tecnología tocó techo debido a las restricciones religiosas y las cada vez más numerosas como costosas guerras financiadas por la nobleza. El ansia de poder y de conquista de la aristocracia la llevó a una escandalosa derrota que terminaría por convertir la ciudad en Dumptech, un lugar inhóspito donde todavía quedan nostálgicos de la gloria que un día albergó la ciudad.
Instituciones y organizaciones Halcones Marinos. Cuerpo de espías de Calipso compuesto por marineros y soldados especializados en las escuchas. La Marquesa. Organización formada entre la élite de los mercaderes para organizar y promocionar la invasión y el saqueo de las Islas Anacrónicas. Tienen interés en cualquier cosa que se pueda vender a un alto precio. Liga de Dumptech. Se trata de una organización nacida a partir de miembros de La Marquesa, La Orden de Caza y otros personajes influyentes cuyo objetivo es gobernar la ciudad desde las sombras una vez la hayan realzado a su antigua gloria. No le hacen ascos a utilizar ninguna clase de método. Nobleza. Clase aristocrática que vive lejos de Dumptech, pero tiene intereses puntuales en ella, concretamente vicios como la adopción de púberes para 110
mantener relaciones sexuales. Eventualmente se relacionan con los habitantes de la ciudad para tratar temas comerciales o tributarios. Orden de Caza. Organización religiosa que rinde culto a Cristo. Predica los horrores de la tecnología y alimenta a los pobres eventualmente. No obstante, en sus círculos más íntimos aprecian el poder las piedras de las Islas Anacrónicas y entrenan a sus hombres para que eventualmente substituyan a la policía en el control de la seguridad de la ciudad. Están ganando peso regularmente por lo que han sido empezados a ser percibidos como una amenaza. Orfanato de Dumptech. Se trata de una institución de caridad nacida a raíz de los efectos la Gran Guerra. Acoge a los púberes hasta que cumplen la mayoría de edad y les enseñan desde pequeños oficios para que puedan pagar su manutención en el techo. Su líder es Emmeline Wake, de quien se sospecha que vende niños al mejor postor sin importar la finalidad. También se dice que el orfanato dispone de una cámara secreta de reuniones. Policía de Dumptech. Fuerza paramilitar mal equipada que pretende mantener el orden en la ciudad. Eventualmente destaca por su crueldad y abusos. Es una piedra en el zapato de los intereses de los criminales y los inventores, aunque no es determinante en sus éxitos y/o fracasos personales.
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Personajes clave Briseid. Una sacerdotisa del templo de Nyom’cyra propiedad de Josh Steampunk a quien aconseja acerca de las consecuencias de sus actos y le asesora en términos médicos. Calipso, la navegante. Una viuda de sangre noble que encontró el consuelo a través de asaltar otros navíos con el suyo. Además, participa en operaciones militares para La Marquesa, organización comercial a la que pertenece. Aparentemente no tiene demasiado interés en los asuntos de la ciudad. Elia Steampunk. Una niña huérfana quien ha pasado toda su vida forjando objetos. Eventualmente asesinó al herrero del orfanato por tratar de abusar de ella y pasó de fabricar joyas a armas de combate. Pronto destacaría por su ingenio al crear armas de fuego cuyos diseños serían replicados por el ejército mercenario que invadiría las Islas Anacrónicas, el cual la terminaría contratando para ir a forjar y a combatir sobre el terreno de combate. Emmeline Wake. Una anciana y siniestra mujer quien dirige con puño de hierro el orfanato de Dumptech. No tiene muy buena relación con aquellos quienes la osan desafiar o llevar la contraria. Galenus. Un mercenario que peleó en la campaña impulsada por Dumptech. Tiene una relación muy estrecha con los hermanos Steampunk debido a que entre los dos le salvaron la vida por un incidente con una serpiente. Tiene un brazo metálico que resiste poderosos impactos y es sabio. Se dice que su origen es confuso y que Galenus no es su nombre de nacimiento. Jaspert Rumblewood. Una eminencia en el campo de la biotecnología conocido por ser el salvador de la vida de miles de personas gracias a sus inventos. Aunque sus acciones parecieran filantrópicas en un inicio, Jaspert Rumblewood únicamente está interesado en el dinero y el poder. Por el momento se desconocen sus verdaderas intenciones, pero es cierto que no tolera ni el fracaso, ni la traición. Mucho menos que alguien se interponga en su camino. Josh Steampunk. El hermano mayor de Elia a quien siempre rechazó por su supuesta debilidad al ser mujer. Josh se crio en el Orfanato de Dumptech y 113
empezó sobreviviendo como un matón y un ladrón. Tras conocer a Jaspert Rumblewood, aprendió de él el oficio de cirujano, desde entonces se ha convertido en uno de sus hombres de confianza y ha ocupado su lugar como médico especialista en el injerto de prótesis militares en humanos. Krystal. Un personaje de origen e intereses desconocidos. Es alguien muy influyente en el Mercado Negro y sabe que todo tiene un precio, incluso su cuerpo. Es alguien de dudosa confianza que prioriza su vida por encima de la del resto del mundo, además de ser una maestra del espionaje. Nyom’cyra. Dios de la sangre, de la guerra y de las artes oscuras en las Islas Anacrónicas. Sus adoradores más fieles conocen la receta de la Sangre de Nyom’cyra la cual permite crear un veneno aparentemente imposible de remover del cuerpo. Su composición es tan potente que paraliza los músculos y nervios del cuerpo, sin embargo, hay formas de poder contrarrestar sus efectos. Por el momento no se ha encontrado una cura para esta ponzoña pensada para una venganza servida como un plato frío. Puppet. Uno de los hombres de fe más influyentes en La Orden de Caza y uno de los miembros de la Liga de Dumptech quien parece conocer bien las propiedades de las piedras de las Islas Anacrónicas y cómo usarlas.
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Albert Gamundi Sr. (1991) es escritor e historiador de nacionalidad española. Con una narrativa inspirada en los autores grecorromanos, el autor practica habitualmente la escritura de novelas, relatos cortos y microrrelatos. A pesar de que el autor tiene facilidad para escribir la mayoría de géneros, su especialidad son las obras de drama, terror y thriller. El Sr. Gamundi es conocido por su participación en el evento literario internacional Nanowrimo (2016–2020) para el cual ha presentado títulos como ¡Por el Sake de Kano! (Drama) y La Corona Usurpada (Thriller). Sin embargo, también ha colaborado activamente en antologías literarias como el Codex Maledictus (2019, la revista pulp Moulin Noir (2019 – en curso) o la iniciativa solidaria Visibiliz-Arte (2021). Actualmente el autor está trabajando en varios proyectos literarios individuales y colectivos, además de reseñar libros a tiempo parcial.
Rigardo Márquez Luis, 1985, nacido en Coatzacoalcos, Veracruz, México, ha sido publicado bajo el sello de Editorial Cthulhu,, Editorial Solaris de Uruguay y Pandemonium, y ha participado en varias revistas antológicas como: The wax, Letras y Demonios, Necroscriptum, El Narratorio, entre otros.
Víctor Grippoli (Montevideo, Uruguay, 1983). Artista plástico con variadas exposiciones nacionales, docente en primaria, exdocente universitario, especialista en grabado en metal, madera y monotipo. Escritor de ciencia ficción, terror y fantasía. Ha publicado en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Espejo Humeante, Letras y demonios, Letras entre sábanas, el club de la labia, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium entre otras. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay en donde ejerce como editor, ilustrador, diseñador y seleccionador de relatos para las colecciones de Solar Flare y Líneas de Cambio. Ha publicado internacionalmente en España, Estados Unidos, México, Perú Argentina y Bolivia. Tiene un canal de YouTube llamado Editorial Solaris de Uruguay con análisis de libros, series, cine, anime del fansub www.key-anime.com (del cual es parte) y cómics. Participa representando a
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Editorial Solaris de Uruguay junto a Andrea Arismendi en el primer festival de horror en Virginia (USA) en el 2021.
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Editorial Solaris de Uruguay Staff: Selección de autores de Moulin Noir : Rigardo Márquez Luis Edición, maquetación, corrección, diseño de portada y contracubierta: Víctor Grippoli. Corrección: Víctor Grippoli
Ilustración de portada: Víctor Grippoli Puedes bajar nuestro material gratuito y libros digitales de pago por www.lektu.com Puedes seguirnos en nuestro canal de YouTube: Editorial Solaris de Uruguay. Todo el catálogo de la editorial en papel con distribución por Amazon en: https://victorgrippoli.wixsite.com/editorialsolaris Sitio web con nuestro catálogo: www.editorialsolarisdeuruguay.com
Editorial Solaris de Uruguay — fundada por Víctor Grippoli
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