DESTINO HELADO
Víctor Grippoli Cristian Cano
Destino helado
Sobre el origen de Destino helado Hace un tiempo Cristian Cano subió a Facebook un ejercicio literario llamado A cuatro manos. El cual implica trabajar un texto entre dos autores. La historia de ciencia ficción debía continuar con cada intervención. Bien, tomé el reto. Pero no sabía sobre qué iría. Y comencé a dejar fluir las palabras. No imagibaba que aquello se transformaría en el cuento que tienen ante sus ojos. Seguimos mano a mano durante un par de meses, solo nosotros. Ya no había taller, ni otras personas. Era una ida y vuelta literaria mutua y particular. Ese relato también dio origen a imaginarme cómo podían ser los personajes principales y trabajé en la ilustración de tapa. La cual tuvo varias revisiones de color ya que quería expresar un momento especial del dúo protagonista. Fue importante generar esa atmósfera. Y creo que se logró ese cometido. Fue una bella experiencia, distinta a lo que estaba habituado. No es sencillo trabajar de esta forma; se pueden generar conflictos en cómo quiere uno llevar a los personajes. Pero ambos lo tomamos de una manera dinámica y divertida. Fue un gran ejercicio de improvisación muy productivo. Mientras escribía este relato surgieron nuevas ideas y trabajé también en otro cuento corto basado en este universo. No se extrañen si aparecen de nuevo estos héroes tan singulares. Ese destino no es helado, se creará con calidez en esas letras para traerles aventuras que rompan las fronteras de la realidad. Estén atentos. Hay mucho más por venir.
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Origen de la transmisión: Desconocido Denominación: La resistencia …recibiendo
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La caída de la nave La nave yacía en ruinas, apenas sosteniéndose su soporte vital. A través de la ventanilla se observaba un extraño mundo. Al despertar, el tanque criogénico se abrió; no me recibieron como me habían prometido. Los cadáveres de la tripulación me rodeaban, helados en sus sarcófagos. ¿Qué es lo que sucedió? El silencio era abrumador. Algo no estaba bien. Entonces decidí empujar la campana que no se había abierto del todo y salí como pude. ¡Meterse de cuerpo entero en una abertura tan pequeña sin saber si lo vas a lograr! Caí al suelo sobre el primer oficial y un resto de oxígeno escondido en sus pulmones salió expulsado. Bella mujer, ahora un simple cadáver. Horrorizado, me aparté. La oficial del puente sabía tener fama de rompedientes, de no rendirse ante nada ni nadie. Fue perturbador tenerla ahí, tan cerca. Con los brazos hacia arriba, como un muñeco. Ya estaba muerta. Nada podía hacer por ella. Y no era un deceso natural. Ya les hablaré luego al respecto. Lo que necesitaba era saber las características de este mundo, iba a tener que abandonar la nave a la brevedad. Comencé a correr como poseso por el pasillo hasta llegar al puente de mando. Introduje el código secreto de dieciséis números. Si capturaban la nave en caso de guerra, no se lo íbamos a hacer fácil. La sala estaba vacía, las computadoras holográficas seguían operando, emitiendo informes. Mis ojos azules se clavaron en el paisaje que se presentó por la múltiple ventana. Se alzaban como gigantes una sucesión infinita de picos nevados, y fue como observar decenas de Everest consecutivos. Mierda, me imaginaba que el inferno iba a ser rojo y caluroso. Entonces estaba en aquella basura fría. Al distraerme con tal inmensidad mis manos activaron accidentalmente algo en las consolas ansible porque se desplegó la proyección de un rostro holográfico. Esos rasgos, imposibles de olvidar. Comenzaban a explicarse varias cosas; el mensaje era para mí. —Teniente Gripollicano —dijo el rostro—, este mensaje es para usted y para la tripulación de la nave. En primer lugar, es mi deseo decirles que son las personas indicadas para la misión (estática). Siempre lo fueron; ya lo han demostrado antes. Sé que lo van a lograr. La humanidad depende de ustedes. El planeta depende de cuán fuerte sean (estática). Son la única esperanza. Todo va a salir bien. Sé que estas palabras... 9
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La imagen desapareció y el puente de mando fue un poco más oscuro. Sabía que ese era un mensaje que pretendía alentar a la tripulación. El presidente había sido explícito. El puente de la nave estaba destrozado. Caminé en las ruinas hasta las ventanas para observar las montañas. Apoyé la frente en el acrílico y sentí el frío en el exterior. Maldito presidente, grabar el mensaje para cuando llegaran al único punto del globo sin glaciación. La cúpula citadina de Martin-Tucker, el único asentamiento humano de ese remoto lugar. La urbe tenía calor gracias a un sistema geo térmico que llevaba la energía desde cientos de kilómetros bajo tierra. En MartinTucker era posible pasear por maravillosos jardines y tomarse un Martini en la playa del lago central. Todo un puto paraíso. Pero no pude recordar por qué nos habían enviado desde el lejano puesto del comando estelar, continuaban en mi mente los efectos de la criogenia prolongada y el brusco despertar. Un grito desgarrador retumbó en los pasillos de la nave. Reconocí aquella voz. Activé el Phaser y caminé hacia el laberinto. Amanda, su voz aguda era inconfundible. La dulce y bella Amanda no era más que una muchachita en su segunda misión. Y el terror cortó el aire segundos antes de ser atravesada por un láser, un disparo que provenía de un arma del Islamaba. El imperio de la bandera verde del Neo Profeta. Insulté cuando salió del puente porque podía dar por perdida a mi amiga. Pero en cambio la oficial de mecánica de abordo casi me lleva por delante enfrascada en una vigorosa carrera por el pasillo de acero. La rubia quiso tomar el mismo rumbo e ir hacia la escotilla de desembarco de suministros. —¡Lucía! Soy yo, Gripollicano. —¡Teniente! Pensé que estaban todos muertos. Los hombres del Neo Profeta están en la nave. Debemos salir. —Pensaba lo mismo. Este camino nos lleva a la salida. —¿Y pensaba irse así, de cuerpito gentil? Tenga, son chalecos de sistema térmico. Los encontré mientras escapaba de esos hijos de perra. —No lo había pensado. Sigo confundido. Tengo lagunas en la memoria… —¿Recuerda cómo usar su phaser? —dijo ella—. Con eso basta. Es hora de irnos. A poner pies en polvorosa.
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Destino helado Nos dirigirnos hacia nuestro destino cuando una explosión indicó que los soldados estaban cerca. Al parecer no tuvieron paciencia con el código de dieciséis dígitos. En la mampara de desembarco nos dimos cuenta de la dimensión de la catástrofe; faltaba toda la sección lateral inferior de la nave. Antes de abrir la escotilla Lucía me dio la protección que iba sobre la ropa. El dispositivo se coloca en la cintura, dijo. Al tocarlo tres veces una película energética te recubre el cuerpo. Protege del clima y reestablece el sistema inmunológico. Una barrera térmica viral por excelencia. Entonces accioné el pistón que empuja el elevador de la dársena, cuando estuvo alineada al suelo subimos; el trasto se podía desarmar justo debajo nuestros pies. La plataforma se deslizó mientras ella me clavó su mirada. —No tengas miedo, Lucía. Todo va a estar bien. Pero no me contestó, solo se limitó a asentir, a hacer un cálido gesto. Sus ojos brillaban detrás del traje. Cuando la plataforma se detuvo ella caminó hasta el resguardo principal de la entrada y reactivó el pistón. La mampara accionó dejó entrar una línea de luz que fue incrementándose a medida que se elevaba. —Cuáles son sus indicaciones, teniente —dijo—. Y no supe qué contestar. No recordaba el motivo del viaje. La laguna mental sube y baja. Negué sin decir palabra; Lucía se sintió abrumada, y cuando la mampara estuvo abierta ya en su mitad una andanada láser entró como un río de luciérnagas. Aplastamos el cuerpo y el rostro a la pared de la nave tanto como pudimos. La atmósfera cargada de humedad hizo de la metralla un sonido atemorizante. Afuera, el batallón avanza. En este hemisferio La facción verde era implacable. Pude ver las lágrimas de Lucía, fui testigo de cómo todo lo definitivo dibuaba sus expresiones. Saber que se está a punto de morir transforma a las personas; las empuja hacia lo sublime. Entonces ella levantó la mirada, retomó la compostura. Una mujer que puede sentir el precipicio sentimental de la muerte hasta que cuadra su estandarte. —¡Lo cubro, teniente! —gritó. Desde su espalda y su rango desenfudó un Chemtrail, fusil químico de cadencia programable. Las ráfagas láser fueron impresionantes, en mi carrera como teniente nunca había visto algo semejante. Me pegué a la mampara porque fui un cobarde: y ella ahí, en su traje blanco, rodilla al suelo. La lluvia láser le pasó a centímetros de la cara. Nunca dudó de lo que hacía. Y el tiempo me pareció extraño, un 11
Víctor Grippoli y Cristian Cano sistema que nunca pude entender. El valor de esa mujer encarando al batallón como si fuesen nada. El sonido del Chemtrail era abrumador. —¡Yo lo cubro, Teniente! Ahí venían los bastardos, envueltos en sus gruesas armaduras oliva. Sus cascos de máscara incorporada y seis pares de ojos permitian visón de 360 grados. ¡Dios! ¡Nos darían con todo! Llevaban drones circulares de ataque, uno de ellos comenzó a prepararlos mientras disparé el Phaser. Algunos cayeron rodando montaña abajo. Eso me dio una idea. Le dije a Lucía que se cubriera detrás de la roca. —Luchar aquí es suicidio, dije. Acto seguido le mostré el Holodiagrama en mi brazalete. —¿Qué es esa porquería? ¿Un mapa? Déjame disparar, Juan. ¡Que nos lleven con honor! —¡Cálmate! ¡Recordé los planos de la misión! Nos enviaron a buscar los motores. Están en este planeta de mierda. Cuando vengan nos arrojaremos por allí, será una larga caída pero nos llevará a una plataforma nevada. Ellos pensarán que preferimos suicidarnos antes de morir como prisioneros. —¿Recuerdas la misión? —gritó Lucía— ¡Malditos oficiales! Nos engañaron toda la vida. Cada vez que ella precionaba el gatillo la numeración de su arma disminuía. Una metralla le quemó el pantalón. —Es ahora o nunca, luego me insultarás. Si no nos matan antes… Los soldados del Neo Profeta arrojaron una granada térmica y la sección entera de terreno voló por los aires, corrimos hacia el punto indicado en la pulsera y a mi orden nos arrojamos hacia abajo. Rodamos, y la situación se volvió una pesadilla blanca. La noción del tiempo desapareció. Instantes después me hallaba muy, pero muy abajo, miraba hacia arriba, como una cucaracha dada vuelta. Ahí la vi, una gigantesca nave dorada de nuestros enemigos volaba silenciosa, un maldito pájaro hubiera hecho más ruido. Y ese pedazo de lata vieja en la ladera era nuestra nave, la pulverizó con un rayo color rubí. El hielo circundante al impacto se evaporó y pude percibir el vapor de agua que envolvió todo como una gigantesca nube. Una vez abajo corrimos hacia una cueva que se adentraba en la roca. Vimos como los drones pasaban volando muy cerca; buscaban nuestras señales de vida. Pero no hallaron nada. Caminamos en la 12
Destino helado inmensidad de pasillos de hielo eterno. Las estalactitas y estalagmitas nos obligaban a movernos con cuidado: un paso en falso podía hacer que cayéramos y recibiéramos una muerte por empalamiento. Sobrevivimos así durante otras tres horas, luego nos sentamos a comer y beber las raciones. —Juan, si no conseguimos más comida… —Sí, es imposible llegar vivos a la ciudad con tres barritas alimentarias y una cantimplora de agua purificada. Presiento que hay formas de vida en este planeta, y que podríamos beber la nieve. —Existe una buena cantidad de vida nativa aquí. Tendremos que cazarla. —Podríamos cocinarla —mostró su phaser reglamentario—. De seguro queda con buen sabor. Ella me vio sonreír como un tonto y tomó un poco de nieve con ambas manos, la colocó en el vaso de su cantimplora y la derritió con un dispositivo láser que sacó del cinturón. —¡Se puede tomar! Claro que siempre existe la posibilidad de morir por patógenos alienígenas y que dentro nuestro crezca algún parásito repugnante. Riesgos menores del aventurero cósmico. —Muy alentador; no nos matan los soldados del Neo Profeta y morimos en las garras de un mierdecilla microscópico. El eco de las risas se replicó en aquél escondite helado, y descansamos un poco. No era sabio salir en la noche de aquel planeta alejado. El frío era cortante y a pesar de nuestras protecciones especiales un fallo en el sistema de nuestros escudos nos dejaría expuestos. Había que esperar a la mañana para moverse. Aquél Sol desconocido se elevó sobre la cordillera escarpada y emprendimos la marcha. Se acabaron los túneles de hielo, al menos de momento, y seguimos por las inclinadas laderas nevadas, seguíamos la ruta del holomapa. Lucía me señaló una cosilla blanca que se movía dando saltos. Parecía un conejo de dientes afilados que le otorgaban un toque siniestro. Mis entrañas rugían de hambre mientras esperaba que aquello al menos fuese sabroso. Le disparé y lo tomé de las orejas. ¡Hoy tendríamos una buena cena! El bastardo estaba regordete. —¡Quédate quieto! —dijo Lucía. 13
Víctor Grippoli y Cristian Cano —¿Qué sucede? —Los conejos ¡Están por todos lados! Tal vez la presa éramos nosotros. Un grupo de conejos saltó hacia nuestra posición con toda la intención de devorarnos. ¡Estaban muy bien escondidos! Le disparamos a todos. Tomé mi primera caza y corrímos para alejarnos del lugar. Es difícil poder precisar cuánto terreno avanzamos. No estaba en nuestros planes ser devorados por esas criaturas salidas de un día de pascuas. Aunque debo decir que tuvo el sabor a la venganza cuando le sacamos la piel y lo asamos con el láser. Por fin comida sólida para llenar nuestras tripas. Me preocupa la pérdida de memoria con lo referido a la misión, le dije a Lucía. —¿Será un bloqueo programado? Tal vez para contener la información ante la captura de soldados enemigos. —Sí, tal vez sea eso. Hasta ahora lo pensaba como efecto secundario de la criogenia. Hay casos documentados de baches temporales. En este mundo existe lo oscuro y misterioso y esto sería necesario para ambos bandos. No lo sé. —Sigamos hacia la ciudad y Ddespués aclararemos los pensamientos. No tenemos otra opción. Pasamos el mediodía y ya era hora de las malas noticias. Lo que parecía ser una pequeña colina era en realidad una montaña de grandes proporciones. Había cierto error en el holomapa y en las mediciones topográficas. —Juan, debemos subir. ¿Verdad? —No hay otro camino, tampoco tenemos los elementos de escalaje necesarios. Deberemos tener cuidado. —Entiendo —dijo Lucía—. Un desvío puede ser mortal. Quién sabe cuándo podríamos volver a la senda. La interrumpí con mi mano; había un ser peludo. Un cuadrúpedo que buscaba alimento con una trompa. Escarbaba en la nieve. Estaba solo. Esta sí era nuestra oportunidad e hicimos lo que teníamos que hacer. Luego, cuando teníamos al animal troceado dentro de un compartimento de nuestra bolsa, comenzamos a subir por la pedregosa ladera. Medio día después y tras haber descanzado unas horas Lucía me llama a silencio. Nos agachamos, y ahí estaba un soldado del Profeta con 14
Destino helado armadura pesada. Ellos solían dejar puestos de vigilancia, inclusive un dron de asalto. La navecilla en la que viajaba de puesto en puesto tomó altura y se perdió en el mar de nubes. Y había algo más; un centro de investigación. Mi acompañante se movió como una gacela y disparó su rifle contra el dron. Lo habíamos tomado por sorpresa y recibió el impacto en la fuente energética. Cayó hacia su costado sobre un el generador eléctrico. La explosión fue descomunal; se llevó una sección entera de la ladera. Por efecto de la onda expansiva el soldado quedó atontado. No supo que hacer. ¿De dónde venía el ataque? Salí del escondite usando técnicas de sigilo. Le disparé por la espalda. Instantes después era un cadáver sobre el piso congelado. Seguimos comunicándonos por señas hasta llegar el complejo de investigación. Era uno de los nuestros. Allí estaban los cadáveres de un grupo de científicos con blancas batas. Enseguida pude ver un trajearmadura de combate rojo y amarillo. Iba a llevármelo, esto equipararía la balanza. La hermosa fémina se acercó a observar las imágenes que estaban desplegadas en la pantalla delante de los cadáveres humanos. Se alzaba en ellas una ciudad de neto corte alienígeno. Aquellos edificios cónicos se surgían y se elevaban desde inmensas cuevas y otros desde las mismísimas montañas. Y fue maravilloso de contemplar. —Axaca… —escapó de entre mis labios. —¿Qué rayos es eso? —Esa ciudad muerta es el objetivo de la misión. Todo concuerda. Tengo los datos resguardados en mi cabeza.
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Caverna —Dígame, teniente ¿Cómo es que terminamos en esta cueva? —Esta es una misión importante, señorita. Está en juego lo poco que nos queda. Le sugiero que deje los cuestionamientos para otra oportunidad. —¡Qué estirado! Le salvo la vida y no es capaz de entablar una conversación. —Eso no es cierto. —¡Mire este lugar! ¿Cuándo fue la última vez que estuvo en una caverna milenaria? —Nunca. —Le pregunto de nuevo, y sin formalismos esta vez. ¿Qué hacemos en este planeta? —Dígame Juan, por favor. Silecio. —Juan. ¿Qué hay en esa ciudad? No soy una novata. ¿Qué hacemos acá? —Cuando me asignaron a la misión supe en el mismo momento que sería la última. Era un sobre rojo, de los que te mandan cuando hay que salvarle el culo a alguien importante. Después de esos sobres te pasan a retiro. —Escuché esa historia. —Es gracioso porque le dije a mi familia que al regresar tendríamos tiempo para disfrutar. —A todos nos pasa eso. —Supongo que sí —suspiro—. Un deslizador descendió en mi casa. Solo tuve que subir. —Vamos, arriba el ánimo, teniente. Prometo que lo voy a llamar Juan de ahora en adelante. Las llamas de la hoguera flaquearon. —Como usted quiera. —Miró el fuego—. El asunto es que agarré mi bolso y subí y cerré la escotilla. Dos horas después estaba en la comandancia. ¿Puede creer que olvidé ese bolso en la habitación? ¿A quién le sucede algo así? —metió ramas en la hoguera—. Tenía unas fotos, en papel. ¿Se acuerda? —Por supuesto —dijo ella, y buscó en un bolsillo de la chaqueta— ¿Como ésta? 17
Víctor Grippoli y Cristian Cano Estiró el brazo y sujetó la foto. Un papel grueso, casi un cartón. El resplandor de la fogata dejó ver un vehículo antiguo; una persona estaba sentada sobre la parte en la que sabría estar el motor. —Es una antigüedad. —Sí —dijo Lucía—. Es mi tatarabuelo. Y ese es un Chevrolet 400. —Todavía tenían ruedas. Risas. —Es una imagen vieja. Se llamaba Juan, como usted. —¡Vamos! —dije, y le devolví la foto—. Me puede tutear. Ella lo miró. —Como usted quiera. —Ese mismo día subimos a órbita. Los muelles de Mark-Tucker son geoestacionarios; esa misma noche despresurizamos. Alguien tiene que arreglar esa chatarra. En cualquier momento se desintegra. Hubo silencio —¿Vio al presidente? —dijo Lucía. —Yo… —¿Lo saludó? —… me asignaron al puerto y… —¿Estuvo con él? —¡El presidente es un idiota! le dije, y ella se alejó un poco. Un estúpido que va por la agenda que tiene detrás. No le importa otra cosa. —No quería incomodarlo. Discúlpeme. —No se preocupe. En fin ¿No me iba a tutear? Otro silencio. —Sí —dijo ella—. Pero siga, que lo escucho. —Sabía que si le negaba el saludo delante de toda la comandancia me dejarían fuera. Pero lo estaría de todas maneras. Mucho no me importó. Es una misión código rojo, ya sabe. Salvar el mundo y toda esa mierda. Cuando me tendió la mano le clavé la mirada y no lo saludé. Un escándalo. —Entiendo. ¿Qué le puedo decir? Soy una simple… —¡No! Personas como usted son las que mueven el sistema —Una ráfaga gélida llegó hasta la fogata—. El resto es mugre. Mentira. Los presidentes son muñecos. No tienen poder de decisión. —No sabía eso. —Bueno, ya lo sabe. Estuve con él en aquella famosa cena y el muy hipócrita se ofendió. A pesar de eso usted y yo tenemos que salvarle el trasero. 18
Destino helado —Me hago una idea de su personalidad. —Me alegro. Esa noche su asesor fue hasta mi despacho. Golpeó la puerta y dejó la carpeta y los módulos en el suelo. Cuando abrí no había nadie. —Increíble. Tamaña misión y lo tratan así. —Le tendría que haber dado una trompada. Lucía rio. —Parece un cuento de ficción. —Estuve dos días revisando la información. Lo supe ni bien terminé el primer folio. El resplandor de las llamas en los rostros. La caverna como fauces. Como el monstruo que espera. Y ella, su víctima. —El salto tecnológico que sufrió el planeta Tierra fue un desastre. Demaciado para nosotros. Fue la muerte, ya sabe. Su antepasado lo sabe bien. El gobierno mundial lo sabe y, por añadidura, también el Neo Profeta. Lucía, la tecnología que nos arrastró al abismo pertenece a esta misteriosa civilización —ella abrió la boca sin decir nada—. Está es una de sus ciudades interestelares. Lucía piensa, siquiera respira. Hasta que no aguanta más. —¡Entonces los ejércitos del Neo están acá por el mismo motivo! El conocimiento. El poder. ¡No van a descansar hasta saquear la ciudad! Vienen por todo. —El Neo Profeta ingresó a órbita junto con nosotros. El reloj corre igual para todos. ¡Sucede que estamos perdidos, Lucía! Perdidos. El cause de la codicia nos arrastra. Venimos a buscar la salvación en lo que casi nos extermina. Otra ráfaga fría llegó desde afuera y Lucía agregó madera al fuego. Abrió la mochila y sacó carne trozada. Se miraron sin decir nada. Estaba todo dicho. Se sintió anonadada. Exhausta. —Mejor pongamos la carne en el fuego —dijo—. La noche va a ser larga. Me arrimé a ayudarla. Le pregunté si sabía que quemar la carne con el láser es como intentar el suicidio, y no me respndió. Seguí callado y me culpé por haber dicho tal cosa. No lo merecía. Era una gran mujer.
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La piedra negra Comenzamos una nueva caminata por la helada extensión. Para ser sinceros, eran pocas las chances de llegar a la ciudad antes que nuestros enemigos. ¿Pero acaso teníamos otra opción? Lucía estaba hermosa bajo la blanca luz, deseaba tomar ese Martini con ella luego de darnos un chapuzón en la piscina de la ciudad. Tampoco sería tan malo sentar cabeza. —Juan, existen rumores que corrieron en la tropa. Sucesos que fueron ocultados por el gobierno de la Tierra. Etcétera. Algunos incluyen la tecnología Tucker. ¿Vas a contarme el resto de lo que sabes? —La verdad es oscura, y no tienes el nivel de autorización. Correría riesgos. —¿Y en esta situación eso importa? Si vamos a tratar de detener una fuerza superior en una ciudad alienígena, por lo menos debo saber la verdad. Está bien. Es tu elección, le dije mientras escrutaba el horizonte. A mediados del siglo XXI cayeron varios meteoritos en la Tierra, dentro de ellos se hallaban artefactos de origen extraterreno. Provienen de un mundo que se destruyó en el pasado. Nuestros amigos alienígenos tienen una guerra entre facciones. ¡Vamos, como nosotros! Cuando exploramos los puntos de impacto pudimos hallar aquellos artefactos. Nos permitieron hacer mejores naves y Tucker fue pionero porque pudo descifrar, con ingeniería inversa, como crear generadores de anti gravedad y escudos para poblar ciudades en nuevos mundos. Ni siquiera importaban las condiciones adversas. ¡Como aquí! Pudimos montar en este planeta helado una ciudad con una G y hacer que fuese capaz de auto sustentarse. Con estos campos magnéticos vivir a largo plazo y en la intemperie sería mortal. Todo eso llevó a que la República Unida se transformara en un poder interestelar, porque va más allá nuestro viejo y querido sistema solar. Es el secreto mejor guardado. Aunque también descubrimos datos que narraban como esos hijos de puta plegaban el cosmos y se mataban a gusto por el universo. Hay fotos de sus ciudades. Y varias de este centro de desarrollo tecnológico. Axaca. Y ahora estamos a tan solo kilómetros de ella. —¡Lo sabía! Le mintieron al pueblo durante todas estas décadas. Así como hicieron con esos platillos voladores en el pasado. —De ellos no pudimos sacar casi nada, los grises huyeron como ratas hacia quién sabe dónde cuando cayeron esos meteoritos. Los 21
Víctor Grippoli y Cristian Cano avistamientos en aquellas épocas sesaron. Les tienen pavor a estos susodichos. Supieron que con esta tecnología hubiésemos podido pagarles el flaco favor que le hicieron a la humanidad. —¿Y es verdad lo que se dice sobre él? ¿Puede ver el tiempo con su piedra negra? —Esa roca cayó dentro de un meteoro. Se dice que el Neo Profeta la usa para ver bislumbrar otras dimensiones. Sobrepasa la noción de tiempo. No somos los únicos. —¿Qué? Detente un segundo. —Lucía, lo que voy a decirte va a cambiar tu percepción del mundo. Nuestros espías y científicos han comprobado esta teoría. La nuestra es solo una de las dimensiones en donde se realiza la guerra contra el Neo Profeta. Descubrimos y tenemos las pruebas. Existen viajeros del tiempo. YT los desplazamientos dimensionales. Tanto de rival como de nuestros propios hombres. Pero ignoramos muchas cosas sobre todo esto. Y entiendo es que las dimensión de esta confrontación, de esta lucha, supera por mucho nuestro entendimiento. Lucía cortó la conversación. —¡Es una situación comprometida! ¡Sigamos! No tenemos tiempo que perder. Estuvimos de acuerdo y retomamos el rumbo por la planicie. Vinieron a mi mente los recuerdos de aquellas filmaciones propagandísticas: un hombre en dorada armadura y blanca capa que tiene entre las manos una piedra flotante con forma de cubo. A sus flancos se miles de fieles hacen reverencias ante su presencia. El Neo Profeta había comenzado el movimiento revisionista para hacer que Islamaba se independizara de la alianza terráquea. El fanatismo religioso comenzó a extenderse hacia varios mundos, mundos cansados de los atropellos del planeta madre. A lo largo de la historia muchos movimientos independentistas nacieron de esta manera: se vieron obligados; ya no era nada nuevo. —Si el propio Neo Profeta ha venido a este planeta olvidado es porque ha hallado lo que buscamos hace décadas. —¿Y qué es lo que buscamos desde hace tantos años? —cuestionó la mujer, con miedo en el rostro. —Un motor capaz de plegar el espacio. Has visto que puede llevar años de criogenia ir a otro lugar. Es difícil y costoso. Los planetas quedan aislados, las comunicaciones aletargadas. Representa la llave del triunfo en esta guerra, y eso es lo importante. Imagínate, aquellos lugares 22
Destino helado distantes solo sabrán entender lo sucedido con el pasar de los años. Incluso después de décadas. Así funciona una sociedad estelar que no puede romper la velocidad de la luz. —Pero este aparato no va a romperla, o superarla. ¿O sí? Supongo que plegará dos puntos lejanos en el cosmos como si uniéramos dos puntos en una hoja de papel. Es una teoría vieja. —Sí. Lo has explicado bien. La velocidad de la luz es insuperable, o eso pensamos. Sería plegar el espacio y viajar sin más. Y ese es el primer paso para entender las dimensiones. Lucía se dio por satisfecha, y trepamos, ascendimos en una nueva cadena montañosa. No estaba contento; seguía pensando en esa presencia que ahora compartía mundos con nosotros. ¿A cuántos había matado? Como si no lo supiera, muchos. Había estado en demasiadas misiones por el universo como para obviar ese hecho. Él no se detendría ante nada. Nos dirigimos y transitamos sobre una cornisa de piedra. La clave estaba en no mirar hacia abajo. —Juan, ¿te dije que ya odio el alpinismo? —¡Hay que ser un masoquista para que te guste subir una montaña! ¡Y nada me hará cambiar esa opinión! Con esfuerzo llegamos al otro lado. A lo lejos, las crestas de las edificaciones extraterrestres, se veían mucho más cerca. ¿Acaso los satélites nunca las habían visto? Extraño. Varias naves de Islamaba estaban suspendidas en el cielo. De ellas descendían equipos y suministros en plataformas ingrávidas. Los solados estaban en todos lados, acompañados de guardias robots y drones. —¿Alguna idea de cómo entrar sin que nos descubran? Está más custodiado que la virginidad de una princesa. —Hermosa comparación la que haces. No tengo idea. —Sigamos por el lado escarpado. Con un poco de suerte encontraremos un punto flaco en la seguridad. Retomamos el rumbo sin saber que desde cerca nos observaban unos ojos extraños. Ojos que serían la clave.
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El enviado Las puertas de Axaca son imponentes, tan altas que se pierden en el cielo. La muralla que rodea la ciudad había sido destruida. Una nave cargo militar del Neo Profeta la sobrevoló y pasó sobre sus cabezas. Descendió doscientos metros más allá. —¿Cómo hacen dos personas para hacerle frente a un ejército? —Lucía, a usted se le asignó la misión para que nos ayude. Vamos; piense. —Las naves sobre la ciudad me ponen nerviosa. —Recuerde el factor sorpresa. Ella lo miró. —Juan, sorpresa nos vamos a llevar si no replanteamos este plan. Saben que estamos aquí. Nos buscan. Juan miró el suelo árido y helado. Lo omparó con sus manos. —Qué me quiere decir, señorita. —Teniente, no quiero estar en contrapunto. Pero somos dos. No tenemos ansible ¡Siquiera podríamos cargar un material! —señaló el portal y la nave—. Y eso si logramos entrar vivos. Es un ejército; no duraríamos cinco minutos. —Sé lo que pretende, y tiene razón. Pero no tenemos opciones. Acá estamos, atrapados. Es más, si no nos mantenemos en movimiento esos perros nos caerían encima. Un equipo de rastreo y dos científicos descendieron de la nave y se agruparon formando un semicírculo. Era una nave de carga militar clase Vanguard que incrementó la energía de los retropropulsores y ascendió para permanecer sobre la vertical de la ciudad en vuelo estacionario. —¿Entonces? —dijo ella, y apoyó su fusil sobre la roca en dirección al enemigo. Descansó su mejilla derecha sobre el arma y cerró el párpado izquierdo. El fusil de rastro químico encendió con un sonido electrónico. —No niego que me gustaría darle la orden; dejar que le vuele la tapa craneal al fanático que tiene en la mira. —Teniente, a esta distancia lo cortaría a la mitad. —Hummm, en fin. Usted conoce su herramienta. Pero sepa que sería como firmar un contrato de suicidio. La retícula holográfica del zoom se hamacó sobre la frente del científico. 25
Víctor Grippoli y Cristian Cano —No soy tonta —alejó el rostro del arma y esta se apagó—. Este bebé no es la herramienta adecuada. Es un fusil táctico de combate cercano. —Me alegra escuchar eso. —Lo que no le va a gustar es saber que la energía de los holotrajes está drenando. No tenemos mucho tiempo. Si este ambiente tiene lo que imagino, estamos fritos. —Virus —dijo Juan—. Bacterias, de las que no están en el banco de datos de la unidad. —Esa es una forma delicada de decirlo. Vaya uno a saber qué es lo que hay en el aire. —¿Cuánto tiempo nos queda? —Treinta horas. La patrulla y los científicos emprendieron su camino. Lucharon sin descanso contra ráfagas de viento. Los soldados contrastaban en el blanco de la montaña. —Se alejan cien metros más y continuamos —dijo Juan. Silecio. El viento que rompía Lo inmenso del portal. Ancestral como murallas. Duele el helado destino.
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Lucía se escondió detrás del borde de la pared. Juan trepó hacia a la parte alta y midió la distancia que los separaba del enemigo con el radar en su arma. Un poco más. Vamos, amigos. Un poco más. De pronto una voz a sus espaldas. —Sé cómo entrar a la ciudad.
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Destino helado Lucía giró, levantó el fusil y este se encendió al instante. Apuntó hacia la negrura en las grietas. Más atrás, Juan Gripollicano se dejó caer hasta el suelo deslizándose sobre las piedras sueltas. Una vez abajo, desenfundó apuntó el phaser. —¿Quién está ahí? Nadie contestó. —¡Salgan con las manos en alto! —gritó ella. El sistema del Chemtrail se reinició. —No disparen —dijo una voz—. No estoy armado. Juan observaba a Lucía enfrentar la oscuridad. Sus pisadas retumbaban en el recinto abovedado: se arrodilló y reafirmó el fusíl. Con el dedo sobre la guarda del gatillo volvió a gritar. Para entonces, un par de ojos rojos aparecieron. La figura fue revelándose. Cuando la luz descubrió al desconocido Lucía bajó su arma y retrocedió. —No se asusten —dijo el anónimo—. Estoy con ustedes. —No puede ser… —dijo ella, y volvió a apuntar. Lo opuesto a la reacción del Teniente Gripolicano, que pasmado, se acercó sin siquiera levantar su phaser. Caminó en círculos mientras observaba los detalles en aquél rostro. No puede estar pasando, dijo. No es verdad. —¿Qué no es verdad? —dijo la figura mientras se quitaba las gafas. —Son iguales —dijo ella sin dejar de apuntar. —Exactamente iguales —dijo Juan. Silencio. —Se preguntarán quién soy. —¿Usted quién es? —dijo Juan en tono amenazador. Verse a sí mismo le resultó confuso. —Me llamo Juan Gripollicano —señaló—, igual que usted. Soy teniente en la resistencia humana. —¿Qué resistencia? ¿De qué habla? Tiene mi rostro… —No se desespere —dijo el nuevo Juan—. Primero escuche, luego tome las decisiones. 27
Víctor Grippoli y Cristian Cano —Teniente —dijo ella—, déjeme volarle la cabeza. ¡No! Primero que hable, dijo Juan. Y entonces sí levantó su Phaser. ¡Diga lo que tiene que decir! A lo lejos, el equipo rastreador se perdía en la niebla. —No soy un clon, no soy un androide. Tampoco un clase nueve. El chemtrail cambió a atomático. —Si de esa boca sale que es tu hermano gemelo le vuelo la cabeza. —¡Lucía! —gritó Juan— ¡Por favor! —Va a llevar tiempo aceptarlo. Pero es lo que tengo, es lo que es. Trabajo en infiltración. Me enviaron para ayudar. —¿Quién lo envió? —La resistencia. —No existe ninguna resistencia. —Sí que la hay. Le sugiero que no nos tome el pelo, dijo Juan. Y le apoyó el Phaser en la sien. —Se equivoca —dijo el enviado—. Si dispara, dígale adiós a la misión. Otro silencio. Esta vez difícil de soportar. —Entonces haga su mejor esfuerzo. —En mi mundo gobierna el Neo Profeta —señala el portal de Axaca—, y también existe esta podrida ciudad. Lo que no existe es la humanidad como usted la conoce. —¿Qué quiere decir con eso? —interrumpió Lucía. —¿De qué planeta viene? —agregó Juan. —De ninguno conocido—contestó el nuevo Juan—. Vengo de otra dimensión. Y el motivo por el que estoy aquí es más que importante. No mire mi rostro, no es lo que importa. Me envían a ayudarlos a entrar. Si no llevan a cabo esta misión, despídanse de sus planetas… Lucía miró a su compañero. —…del sistema solar… Le brillaron los ojos. —…y de la vida como la conocen.
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Crónicas de otra realidad Es difícil aparecer desde otra dimensión y explicar el fracazo a tu otro yo. Decirle cómo es que todo se ha perdido. Entender que ahora uno lucha por sobrevivir entre diversas realidades. En una, ellos viven. En otra mueren. Por esto senté a Juan y Lucía en la nieve y desplegué imagen para mostrarles lo sucedido. Mi historia sonaría fantástica. Y no era yo el primero en viajar a este universo. En nuestro mundo, en nuestra Tierra, también cayeron los fragmentos negros. El Profeta no estaba en donde pensabamos. Estaba en nuetra planeta Tierra, y pareció que siempre los estuvo esperando. Probablemente fue fruto de un cambio en la línea de tiempo; no existieron los descubrimientos de Tucker, solo nacieron las pesadillas que sumergieron en la oscuridad y sembraron la guerra que cubrió la faz del planeta. Yo crecí entre combates. Mis padres formaban parte de la vieja resistencia, el último bastión. Y era un muchacho cuando se dio la batalla de Novgorod, ahí se presentaron los clase 9. La mano derecha del Neo Profeta: soldados psíquicos, híbridos de genes extraterrestres hallados en un fragmento. Sus ojos eran tan oscuros como la misma piedra negra. De maldad infinita. Llevaban mantos rojos de cuero. Hicieron estallar en pedazos con sus ondas mentales a muchos de los nuestros. Fuimos aplastados, luego hicieron que la urbe feneciera bajo el fuego atómico de sus hongos siniestros. Murieron miles de civiles. Y lo peor: cayó uno de los bastiones de la resistencia. Volví a Sudamérica con mis padres. El ataque era inminente. No entendía mucho con quince años, escuchaba por los pasillos de la base que los clase 9 podían metamorfosearse, y no lo hacían en realidad, introducían en tu cerebro una imagen de la persona que tú querías ver. Fue un desastre. No hay dudas que son un enemigo formidable. No teníamos con qué enfrentarlos. A las pocas semanas sucedió lo inevitable. Las fuerzas del Neo Profeta atacaron nuestros escondrijos. Las lideraba Tamara, una de los 9, la bella muchacha africana mandataba el ejército clónico de soldados tatuados. Inteligencia decía que habían sido criados en tanques especiales que se encontraban en la nave dorada enemiga. Comenzaron aquellas explosiones a acercarce al escondite subterráneo, que también era nuestra base. Mis padres me ordenaron 29
Víctor Grippoli y Cristian Cano que me dirigiera al hangar de despegue. Ellos iban a ganar tiempo para nosotros. Sudamérica ya estaba perdida. Solo nos quedaba la estación espacial que con sus medidas de ocultamiento sobrevivió. Ahí se preparó algo grande, algo que podía cambiar el curso de la guerra. Para siempre. En esta dimensión nuestros padres están vivos. En mi realidad lucharon en el ensangrentado pasillo de un bunquer contra decenas de clones de combate. Nuestros padres murieron acribillados por el láser enemigo, mientras tomabamos la lanzadera orbital con los sobrevivientes. Fue un aciago destino. Así fue el día en el que perdimos la Tierra. Volé en la lanzadera mientras las lágrimas caían por mi rostro. Dieron sus vidas para que pudiéramos escapar. Al fin de mi viaje pude ver la estación espacial oculta, ella también había sido construída con la información que adquirimos de los fragmentos negros. Era el último bastión de la humanidad libre. Casi sin darme cuenta, comenzaron a sucederse los años. Iba reponiéndome del dolor, pero no lo olvidaba. No lo haría jamás. Un día me llegó un rumor impensado sobre el viaje en el tiempo utilizando el gas cesio y velas solares. Aquella nave con forma de insecto. Decían que ya se sabía del éxito del programa antes que este iniciara. Entonces traté de descubrir la verdad, y quise ingresar en esa división. ¿De esa forma podría evitar lo sucedido? Creía que sí. Pero no descubrí gran cosa. En realidad ellos vinieron a buscarme. Era un grupo de científicos de blancas batas y gafas gruesas. Siempre acompañados por hombres y mujeres en monos negros. Los primeros reclutas que iban a estar bajo mis órdenes. También debo decir que yo no iba a ser el primer viajero del tiempo ni de las dimensiones. No, ese honor estaba reservado a Martin Waters. Un hombre que se encontraba presente en las líneas de tiempo alternas y en el pasado. En los múltiples pasados, para ser exactos. Me dijeron que el objetivo era adelantar la información de aquella tecnología para estar listos y preparados a la caída de los fragmentos. Y ahí comenzaban a complicarse las cosas, había indicios. Nadie viajaba al pasado de su línea temporal sino al de otra dimensión adyacente. Tal vez se pudiera arreglar el mundo. Pero no el tuyo. Seguimos con las investigaciones y descubrimos varias cosas importantes, una de ellas era el factor Tesla. Martin viajaría al pasado para evitar que el científico cayera en desgracia, y así evitar la conclusión sus tecnologías. Preveíamos que de esa forma el Neo sabría encontrarse 30
Destino helado con una resistencia sólida, cuando aquello llegara desde el espacio profundo. Martin viajó… hay quienes dicen que hasta doce o quince veces, fracasando en muchas, triunfando en otras, llevando la guerra al multiverso. Después comencé a trabajar como operativo de supervisión. Y fueron mis hombres los que emprendían los viajes. Viaje del que jamás se vuelve. El Neo profeta conquistó mi Tierra, y de alguna forma aquella situación nos dio la ventaja táctica. El Neo estuvo tranquilo y no continuó la expansión espacial como en este plano. Eso nos permitió llegar a este mundo y poder llevarnos la tecnología de la ciudad. Encontramos diferencias, la urbe estaba mucho más destruida que en esta dimensión. Por suerte los motores seguían intactos, y hallé el túnel subterráneo para poder ingresar y sortear los dispositivos que esos hijos de puta pusieron allí dentro. Se preguntarán, y es obvio, cómo nosotros sabíamos de la existencia de los planos si al parecer el viaje al propio pasado era imposible. Visualizamos las otras líneas de tiempo con los ordenadores de cesio, causaban un efecto en la luz que permitía ver fugazmente lo que sucedía en el otro lado. Al sistema se lo solía llamar The looking glass. A eso hay que sumarle que existen objetos y situaciones puerta que se han manifestado con la generación de sucesivas paradojas. Por eso fui enviado aquí, para que ustedes puedan entrar en esa fortaleza y no mueran en el intento. Son la esperanza de la humanidad y no podemos darnos el lujo de perderlos. Si ustedes caen, todos caen. Mi “doble” parecía convencido; y estaba al tanto de muchas de las cosas que yo narraba. Es un teniente. Lucía era la que me preocupaba. Debía pensar que ella, al ser una simple mecánica no estaba en los engranajes principales de este complot universal. ¡Qué equivocada estaba! Creo que fue por eso que ella no preguntó sobre su existencia en los otros planos. Debía creer que estaba aquí por puro azar. La sobreviviente de un choque en un plantea de mierda. Me pregunto qué es mejor: saber o no saber. También es cierto que estuvieron de acuerdo desde el principio. Y ahí el mérito. A veces la esperanza es lo único que nos queda. Me levanté y comencé a dirigirlos hacia donde estaba la entrada secreta a la ciudad. Todavía teníamos un trayecto que sortear.
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La resistencia Siempre supimos que el ingreso a la cueva sería la parte fácil de la misión. En su interior el túnel era nuestro objetivo, y todavía estaba en buenas condiciones. Es una construcción milenaria que va a perdurar en el tiempo; suceda lo que suceda. Solo los antiguos ciudadanos de Axaca supieron de su existencia. Y según ellos, quedó en el olvido. Nos costó llegar a esa información: en principio fue desalentador porque nunca habíamos forzado tanto las computadoras; los sistemas son únicos. Perdimos a dos de los nuestros en el proceso. Pero también fue una misión exitosa a pesar de los infiltrados y de las gestiones de decepción y contradecepión que sufrimos por parte del Neo Profeta. En el transcurso, en el interior del túnel, sufrieron una emboscada. Nuestro enviado les informó que nosotros observábamos cada movimiento de la misión. Cada decisión, cada paso que dieron fue motivo de estudio. Finalizaron el último tramo de túnel y lograron llegar a los motores. En ese momento el Neo Profeta los atacó y dio su golpe maestro. Nuestro enviado alcanzó a esconder a Juan Gripollicano; lo obligó a ocultarse bajo las vías energéticas que alimentaban los motores. Luego, es abatido al recibir una andanada laser que cayó desde la profundidad del túnel. Pero el enemigo desconocía nuestra misión de infiltración. Y creyó que por fin le habían dado caza al teniente humano de aquella nave derribada. El primer Juan vio confundida a Lucía, ella no sabía que su compañero la observaba. Ella intenta resucitarlo, y le presionó el pecho una y otra vez hasta romper en llanto. Una imagen cualquiera, perdida en el tiempo. Lucía, arrodillada al lado de un cadáver mientras observa, con la mirada nublada por las lágrimas, cómo la tropa verde tomaba posición y rodeaba los motores y el recinto. Entonces soltó su fusil táctico y se miró las manos ensangrentadas. Supo que es el final, el triste y revelador capítulo que creyó siempre tan lejos. Los motores iluminaban el recinto y un zumbido eléctrico no cesaba. Hasta que se cruzó con algo que no esperaba ver en lo absoluto: lentes de visión nocturna. Las gafas del desconocido. Arrodillada se inclinó todavía y apoyó la frente en el suelo. Limpió sus ojos. Secó sus lágrimas. Y de la bruma apareció la imagen de Juan, 33
Víctor Grippoli y Cristian Cano que se escondía bajo una maraña de vías luminosas, que negaba con pequeños movimientos de su cabeza: No lo hagas, —insinuaba—. Ríndete, no sigas luchando. Te van a matar. En primera instancia Lucía sonrió, y Juan pudo ver aquella sonrisa. A esa altura tenían ya sentimientos compartidos. Estaban unidos. Mientras ella permaneció en el suelo, los soldados avanzaron metro a metro. Se dio cuenta de que aquella misteriosa salida, aquél túnel había sido intervenido. Hace tiempo que sabían de ella. Sabían todo. Los estaban esperando. Más soldados se formaron frente al túnel. “Es el final” —pensó. Y sabemos que esa fue su señal intensa. Vimos todo lo que ellos pudieron ver. Y sabemos todo lo que tenían en la mente. Sus pensamientos formaron las directrices de nuestras computadoras de cesio pero también de la misión. La esperanza del humano pendía de un hilo muy delgado. De pronto recibimos la imagen de Lucía, el recuerdo de una niña; la breve aparición de una niña sonriente que jugaba con unos lápices mientras dibuja sobre papel. Lucía lloró desconsolada mientras que en su recuerdo la niña le sonreía. Entonces su llanto terminó y ella levantó su fúsil sin ningún miramiento. El sistema de la Chemtrail se activó con el típico espeluznante sonido que trepó, que retumbó en el techo del recinto. Lucía fusiló todo lo que tuvo delante mientras se ponía en pie. El teniente la observó avanzar sin siquiera agacharse. Los rayos fluorescentes le zumbaban cerca de la cabeza. Pero la metralla química del Chemtrail se metió y se abrió paso hasta el centro de la formación enemiga. Algunos corrieron del miedo. Hasta que un francotirador la asesinó con un disparo en el cuello. Luchó hasta el último momento. Y Gripollicano vio la secuencia en silencio. Él siguió oculto durante unos minutos. Supo que si lo hallaban lo torturarían. Lo tenían identificado. Los estaban esperando y también sabían quién era. Su rango le jugó en contra. El Neo Profeta es despiadado. Siempre quieren información. Y lo iban a torturar antes de ejecutarlo. De pronto, lo tomaron por los pies, lo arrastraron y expusieron ante el batallón. Todo el mundo le apuntaba a la cabeza. Le patearon las costillas y él se dobló debido al dolor. Un jefe salió de las filas enemigas
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Destino helado y caminó hacia él. Juan vio sus botas, sus armas. “Todo se ha acabado” —pensó. Logró liberarse un tiempo del soldado que colocaba su bota sobre su pecho. Lo hizo a un lado. —¡No disparen! —gritó el Neo Profeta con el brazo en alto—. No se atrevan a disparar. Juan Gripollicano se paró con tamaño dolor sin quejarse. Un ramalazo de frío le trepó por la espalda y lo inundó. Levantó la mirada, desenfundó su Phaser y se disparó en la sien. En el exterior, el Neo Profeta festejó el triunfo en el helado planeta. Encendieron hogueras en el perímetro como señal de dominio. Conocían la misión, y desde que habían derribado la astronave supieron tener el control. La destruyeron colocando explosivos y cargas magnéticas como parte de la victoria. Desde este otro lugar todo parecía perdido. El desamparo era carne viva. Los mensajes de la última colonia humana se diluían en la distancia estelar. En los majestuosos jardines de la Martin-Tucker, en sus últimos muelles, se preparaban para escapar hacia la profundidad del cosmos. Era eso o morir. Los jefes de los ejércitos verdes y hasta la misma guardia del propio Neo Profeta transportaron los motores ancestrales; llevárselos a otro planeta era su orden principal. Y tras esto, nuevos mundos serían gobernados desde la caída de los objetos oscuros en la Tierra. El proceso se inició. La puesta en marcha del traslado y la escolta era clave para ellos. Las naves de carga militar pasaron la noche sobre la vertical de la ciudad. El Neo aún mantuvo sospechas. Encontrar dos cadáveres de una misma persona sigue siendo extraño a pesar de saber la verdad. Pero todo estaba listo, y esperaron su carga. Una brisa. El horizonte helado. Los tres cadáveres fueron arrojados a una fosa común en donde también había otros humanos. Con ellos hicieron una hoguera. Sus cabezas clavadas en lanzas como advertencia.
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Víctor Grippoli y Cristian Cano Pero entonces los soldados del Neo Profeta se alarmaron. Lo extraño sucedió. Sonaron las alarmas en Axaca. Las tropas verdes se parapetaron en sus puestos. Los batallones se enlistaron y dejaron de lado los motores. Formaron un inmenso cordón en todos los flancos. Y observaron hacia lo alto. No lo pueden creer. Algo aparece allá en el cielo. Es un brillo. Dos. Otro. Y otro más. Son naves, gritó alguien. Y sucedió así: las mujeres, sentadas en aquellas carlingas de combate, operaron la punta de lanza. Sin miedo al ingreso atmosférico, sin miedo a la caída libre hicieron descender en picada a sus cazas. A los cien metros de altura, una madre que extraña a sus hijos, enderezó el morro de su caza reactor 357 y apuntó hacia el horizonte. Desde la radio de una cabina de combate nació aquella mítica primera transmisión; y fue la voz astillada de una fémina que no estaba dispuesta a permitir la injusticia. Fue el mandato de una madre que entre ruinas alimentó y crio a sus hijos con lo que tuvo a mano. En ese momento, y debido a aquella transmisión desesperada, nos dimos cuenta de que estábamos presenciando el nacimiento de la resistencia. Emocionados, con lágrimas en los ojos, los escuadrones la siguieron y la apoyaron. Una madre pobre, que es la que encabeza el asalto, es la que corta el viento como una espada. Por aquí se rumorea que le dicen “La venganza de los pueblos”. Nosotros solo la seguimos. En vuelo rasante, a veinte metros de altura, ella enderezó el caza de combate y la postcombustión de la primera oleada de reactores levanta una crin de hielo y piedra que era avasallante. —¡Defiendan la ciudad!
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…fin de la transmisión.
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Destino helado Víctor Grippoli, (Montevideo, Uruguay, 1983).
Artista plástico, docente y escritor de ciencia ficción, terror, fantasía y erotismo. Ha publicado internacionalmente en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Revista letras y demonios, Revista Letras entre sábanas, Espejo Humeante, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium, por citar algunas. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay, bajo ese sello selecciona y publica las colecciones de Líneas de cambio y Solar Flare. También ha publicado con Solaris diversas novelas y antologías de sus obras.
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Víctor Grippoli y Cristian Cano Cristian Cano, (Buenos Aires, Argentina, 1975)
Escritor y editor. Forma parte de la mítica saga de ciencia ficción 2099, de la editorial española Ediciones irreverentes. Finalista del XV premio Sexto continente 2014 de ciencia ficción. Publica parte de lo que escribe en su blog Microficcionería. Sus textos están en las revistas Axxón, Planetas Prohibidos, Mordedor, The Wax, Qu literatura, Delirium tremens, Literatura Virtual, Monolito, Mimeógrafo y otras. Es antólogo del libro Primeros exiliados, de Tahiel ediciones. Su último libro de relatos titula Los paranoicos, de Textos intrusos. Editó su última novela corta El ruído mecánico, con editorial Llorar solo. En la actualidad trabaja en tres textos: El Sol blanco, La biología negra y Atronautas de la desgracia. Fecebook Www.facebook.com/cristian.cano.71 Instagram Cristiancarloscano Twitter @Cristianaverno Mail Cristiancarloscano@gmail.com Blog Www.microficcioneria.blogspot.com
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