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Moulin Noir 5
Editorial Solaris de Uruguay Fundada en enero de 2018
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La columna del editor Estamos ante un nuevo número de nuestra querida Moulin Noir. Ya vamos por el quinto luego de pasar por el recopilatorio Ómnibus donde se volvieron a editar relatos y probamos con inteligencia artificial para las ilustraciones. Aquí tenemos el regreso de muchos antihéroes, siguen las historias de corte pulp cargadas de acción, aparece el steampunk, la ciencia ficción, la magia, el terror, los guerreros samurais poderosos, las niñas con poderes, hechiceras en guerra eterna, todo lo que nos viene enamorando desde mucho tiempo. Se siente extraño haber llegado a este punto en lo que publicará Editorial Solaris de Uruguay. Solo falta el número seis, en un futuro el proyecto del libro y una nouvelle. Vamos navegando hacia buen puerto. Espero que disfruten tanto las historias como yo al editarlas. Agradecerle como siempre a Rigardo Márquez por haber creado esta idea y seleccionar los autores. Comenzamos con la parte plástica, tenemos en la tapa un grabado en madera, estilo expresionista de Pascual Grippoli, homenaje póstumo a mi padre. De nuevo se apostó a un cambio abrupto en estética en comparación con el cuatro y el Ómnibus. Dentro seguiremos con el blanco y negro. Esta vez tenemos abstracciones o pseudo figurativos basados en las vanguardias del siglo XX que jugaron mucho con las propuestas geométricas o con cambiar el paradigma del retrato clásico. Me basé para hacerlas en varios constructivistas, visité de nuevo la querida Bauhaus y seguí investigando en el arte digital para crear estas imágenes. Muchas veces la abstracción viene acompañada de fuertes dosis de color. Aquí no. Siguiendo la línea de la tapa con la xilografía en madera jugué un poco con eso y de esa forma se gestaron las estampas. Lo principal era romper con el concepto de ilustración clásica para una revista. Veremos qué nos espera para el número próximo. Nuevas locuras están por venir. Espero que disfruten estas historias. Que no pierdan los hilos narrativos que venimos manejando. Queremos que estas dos últimas entregas, las que cierran el arco principal de Moulin, no se distancien demasiado en la medida de lo posible. Y quién sabe… Capaz a la vuelta de la esquina tendremos nuevas sorpresas con estos personajes. Ahora los dejo con los verdaderos protagonistas. Que disfruten esta nueva entrega.
Lord Víctor Grippoli
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Piniwini Episodio 3: Venid y comed David Sarabia
El sargento Casimiro Rodríguez iba a la cabeza de la columna, conformada por los tres oficiales que se habían quedado a fuera de la comisaria, para resguardar el inmueble e impedir el paso de los habitantes de Zakamoto, quienes minutos antes habían caído como turba exigiendo explicaciones, para saber de dónde provenía el espantoso hedor que cubría a la comarca como si se tratase de una niebla toxica. Un habitante, con aspecto de campesino, había penetrado el cerco policiaco hecho una furia y entró decidido a encontrar respuestas dentro de las oficinas, donde los oficiales Gutiérrez, López y Juan Godínez hacían su trabajo. Cuando tronaron las primeras detonaciones del arma automática, los tres policías se dispersaron en el acto utilizando las patrullas como escudo protector. Luego, varios disparos, después una ráfaga. La gente corrió despavorida hacia sus hogares en medio de gritos y empujones, dejando totalmente desértica la calle. A lo lejos se escuchaba el ulular de las sirenas de las unidades que salían del rancho de los Morales en dirección a ellos para apoyarlos Y por último, un disparo, uno solo. Solitario, después silencio. Zakamoto parecía un pueblo fantasma. Casimiro Rodríguez, con su pistola reglamentaria empuñada y asomando un poco la cabeza por encima del guardabarros de la patrulla, escuchaba únicamente el leve silbido del aire junto a su corazón que latía estruendoso. —No hubo respuesta
—dijo en un susurro. Se refería a que al parecer no
contratacaron la agresión. Sabía que los compañeros que entraron sólo portaban sus pistolas. E incluso, en dos de las patrullas había una escopeta. Una en su unidad. Se deslizó cauteloso, agachado, abrió la puerta. Enfundó su arma y tomó la escopeta. La amartilló y se asomó de nuevo. Después, lentamente giró su rostro para hacer contacto visual con la pareja y con el otro oficial; les hizo indicaciones que iban a avanzar hacia la puerta con él a la cabeza. —El agresor dio un último disparo, quizá se suicidó —dijo convencido. —¡Es absurdo! —replicó el pareja, gateando y situándose detrás de él—. Sargento, ¿qué le parece si mejor esperamos a los de San Luis? Ya vienen en chinga para acá.
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—¡Me vale una chingada, llegamos y no había nadie! Si hubiera maleantes, estos nos hubieran recibido con una lluvia de plomo. Puede que uno estuviera escondido, pero no, la comisaria es muy chica, lo hubieran visto desde un principio. Aquí huele a algo mucho peor que la peste que se nos mete en las narices. El sargento Casimiro Rodríguez siempre vio con malos ojos al joven Juan Godínez, por considerarlo un perturbado sin remedio, de quien sabia su oscuro historial difícilmente lavable tanto para su expediente y su alma. Algo en el fondo de su ser, le decía que el joven había colapsado mentalmente, quizá por la aberrante situación del caso; las mierdas gigantes, que, por momentos, si se les observaba con atención, o hasta de reojo, se podían apreciar contornos que formaban miembros humanos. Era una verdadera locura, y para terminar tal cuadro dantesco: el cuerpo desnudo de un drogadicto flaco y panzón; con incisiones y costuras post mortem, y lo más enfermo: una cabeza de cerdo cocida a su cuello. Casimiro Rodríguez se levantó y avanzó hacia la entrada con el cañón de la escopeta hacia el frente y con el dedo en el gatillo, dispuesto a accionarlo para resguardar su vida. Nunca había matado a nadie, pero siempre había una primera vez y esta era la ocasión. Los otros dos policías lo siguieron como sombra tomando distancia uno del otro, con sus armas listas para entrar en acción. Casimiro sabía que el protocolo era esperar a los refuerzos que se acercaban a toda velocidad, pero no quería quitarse el gusto de despachar a Juan Godínez; era la oportunidad, y si él era el causante de las ráfagas, la legítima defensa estaba demás justificada. Casimiro se detuvo en seco. Y los otros oficiales también. Del umbral de la comisaria surgió como si fuera un pájaro mecánico de reloj cucú el muñeco que habían subido a la patrulla de Gutiérrez y Juan Godínez. Más que muñeco parecía un demente disfrazado; llevaba puesta una camisa de franela a cuadros manga larga y por encima un overol de granjero. De brazos largos y piernas cortas, con su cabeza de cerdo, quien ya erguido media por arriba del metro sesenta. Dio un par de pasos hacia un lado, y después hacia el otro, como si estuviera danzando la presentación de un gran espectáculo circense. Se detuvo y los miró con sus profundos ojos negros a la vez que alzaba sus brazos al cielo abriendo sus largos dedos con uñas negras y puntiagudas. —¡SOY PINIWINI, SOOOY PINIWINI!
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Casimiro estaba estupefacto, la voz mecánica de juguete antiguo parecía salir de una bocina instalada dentro de la cabeza del cerdo, aunque este moviera el hocico, parecía que era otro mecanismo y no una garganta humana o de animal la que emitía tal voz perturbadora. —¿Qué clase de mierda es esta? —Y apuntó hacia el demente, o lo que fuese—. Mira, Juan, si te pusiste ese ridículo disfraz, ¡bájale a tus huevos! Siempre he sabido que estás mal del cerebro. ¡PONTE, CON LAS MANOS DETRÁS DE LA CABEZA Y AL SUELO! ¡NO TE LO VUELVO A REPETIR, HIJO DE TU CHINGADA MADRE! —¡Oing, Oing, Oing! Casimiro dio un par de pasos, y apuntó a la cabeza. El cerdo sacó su rosada lengua larga y la onduló obscenamente dejando escurrir hilos de saliva, rociando con algunas gotas el cañón de la escopeta y la mano izquierda que sostenía al arma por la corredera. —¡SOOOY PINIWINI! ¡ARRODILLAOS! Y el cerdo humanoide comenzó a bailar, alzando las rodillas y dando brinquitos en el mismo sitio, sin dejar de ver a los oficiales que se aproximaban. Piniwini, en un acto teatral, dio un alto salto sobre el mismo sitio; mientras parecía flotar en el aire, recogió sus rodillas hacia su pecho y cayó sobre el suelo dando un golpe sordo sobre la madera, para después rodar hacia un lado para dar paso a… El fogonazo de una potente ráfaga de la R-15 con la furia de mil leones. Casimiro Rodríguez sintió como la escopeta escapaba de sus manos por los potentes impactos que se la arrebataron, abriendo sus brazos y partiendo su pecho, esparciendo a la vez una ola caliente que abarcó todo su cuerpo. Se desplomó, y antes de caer al suelo, miró como sus compañeros eran rociados con plomo; uno, quien apenas hizo un disparo, dejó caer su arma en el momento que un pedazo de cráneo salió volando dejando una estela de sangre y polvo de hueso. El otro, ni siquiera alcanzó a jalar el gatillo, quedó fulminado en el acto. La mente de Wenceslao Mancera seguía batiéndose enloquecida dentro de la prisión de su cráneo. Lanzaba con desesperación señales eléctricas para conectar las articulaciones de sus miembros, y nada; era como estar bajo los efectos de una potente anestesia. Lo más raro era que no parpadeaba, o eso sentía. Podía verlos, pero ellos con respecto a él parecían ni darse cuenta de su situación. Era algo así tan similar como una parálisis del sueño, fenómeno que nunca había experimentado en carne propia, pero que había escuchado en boca de su tía abuela, ella llamaba a tal fenómeno como: se te subió el muerto. 11
Desde el suelo, miró cómo Lara lo analizaba con un gesto de asco, mientras apuntaba anotaciones en su bitácora. A su lado, un joven perito enfundado en plástico blanco con gorro, guantes y careta se agachaba para rasparlo con una espátula. Wenceslao sintió como el filo cortaba un pedazo de su piel —rasposa y grumosa—, sin sentir nada de dolor, pero dejándole un escalofrió mental cuando vio cuando el joven guardaba la muestra en el interior del frasco: caca. «¿Qué carajos es esto?», pensó. Luego gritó aterrado y nadie lo escuchó. Los peritos y los ministeriales de San Luis seguían con sus labores, mientras Lara miraba hacia otras direcciones cambiando su expresión de repugnancia a asombro y viceversa. Podía leer con claridad sus gestos, ya que Lara era el único que no traía puesto un cubre bocas. El comandante Lara extrajo un cigarrillo, y cuando tomó su encendedor, en el momento de colocar su pulgar sobre el pulsador, uno de los peritos, de forma insolente, tomó su mano evitando la acción. —¡Que no ves, pendejo, que podemos volar en pedazos! Este lugar está lleno de gas —vociferó el perito. Lara se rio y abortó su gusto culposo. Wenceslao, en un esfuerzo sobrehumano, se movió. Lara dejó caer el cigarro y el encendedor. —¿Viste? —¿Ver qué? —Juro que esa mierda se movió —señaló a la boñiga que había tenido como adorno el sombrero del jefe Wens. El perito puso los ojos en blanco y replicó: «Vale más que salgas, todo este olor a drenaje profundo ya te está afectado, estás viendo alucinaciones, eso ya es señal de que estas teniendo un mal viaje. Largo de aquí y deja hacer nuestro trabajo. Y le dio unas palmadas en el hombro». «¡ME
MIRÓ,
ME
MIRÓ!
¡HEY,
LARA,
PENDEJO,
HIJO
DE
TU
RECHINGADISIMA MADRE, ¡AYÚDAME!» En el otro extremo del área de la casa, cerca del altar satánico donde los cirios negros seguían encendidos. Uno de los peritos miró como las flamas aumentaron y disminuyeron en un parpadeo, parecía de gas. Después, algo se movió. Giró su rostro hacia el suelo y miró un leve temblor en la superficie de la mierda humeante que tenían
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a unos pasos. Y como si hubiera sido descubierta, la mierda detuvo su apenas perceptible movimiento, petrificándose.
Juan Godínez, desde la entrada de la comisaria, con las piernas abiertas como si estuviera montado en un caballo invisible, pasó su lengua por entre la comisura de sus labios, saboreándose el acto criminal consumado: el sargento Casimiro y los otros dos oficiales, yacían en el suelo, abatidos, cerca de las patrullas, las cuales mantenían sus estrobos y torretas encendidas. A lo lejos se escuchaba el ulular de las sirenas y miró a la distancia al final de la calle desértica. Los pobladores habían huido a sus hogares en cuanto se hizo oír el rugido de la automática; unos se subieron a sus automóviles y salieron disparados hacia la salida de Zakamoto, llevándose a sus familias, y algunos decidieron refugiarse en sus hogares, atrancando puertas y ventanas. Juan Godínez, con su rostro de loco y facciones porcinas; con orejas puntiagudas, y nariz un poco achatada con la punta hacia arriba. Alzó la AR-15 y también su puño izquierdo en señal de victoria. —Oing, Oing, Oing —dijo en voz alta, sin pensarlo. Era como si su voz hubiera sido usurpada y le hubieran instalado un chip para que dijera lo que dijo. Sacudió su cabeza, y dio un vistazo al final de la calle. La polvareda se acercaba junto con el ulular de las patrullas. Por entre sus piernas abiertas pasó un bulto gateando. Juan Godínez miró hacia abajo esperando ver al señor Piniwini, quien se había puesto la ropa del campesino. Ya no estaba. La voz de muñeco parlante habló dentro de su cabeza. —¡ENTRA Y ADORA A TU DIOS! —Sí, señor Piniwini. —Bajó el arma, se dio la vuelta y entró a la comisaría.
Nico Mancera iba aferrado al volante, con la dentadura apretada y pisando a fondo el acelerador. La pestilencia seguía, aunque lejos del rancho era de menor intensidad. Zakamoto ya se divisaba, y a lo lejos, las luces de las tres patrullas que habían salido primero del rancho de los horrores. Varios autos, camionetas y sedanes repletos de familias, pasaron zumbándoles por el carril contrario, dejando una estela de polvo traes ellos, abandonando el pueblo. ¿Hermano mío, donde carajos están tú y el muchacho, Jerry? Tal pensamiento era repetido como señal que rebotaba, una y otra vez desde que salió de San Luis. Ahora, la 13
pregunta parecía no tener una respuesta lógica. Todo era un maremágnum de hipótesis sin sentido. Nada cuadraba, todo era un verdadero infierno. Tal situación inusualmente espantosa no tenía precedente. Cuando trabajó un tiempo en el estado de Tamaulipas, miró de todo; colgados, decapitados y desmembrados. Esto era diferente, igual de terrible, pero con un fondo mucho más enfermo. Y, aun así, en su corazón sentía que su hermano estaba sano y salvo en algún lugar, lo presentía, hasta por momentos juró escuchar la voz de él, cómo si se tratara de comunicar; era una locura, lo atribuía al estrés que estaba viviendo en esos difíciles momentos. Qué fácil era investigar cuando las víctimas eran de otros, ahora, era su propio hermano. Zakamoto estaba más cerca.
Lara se dijo que ya era suficiente, tenía que salir del interior de aquel vertedero de mierda y pedazos de cuerpos humanos. Necesitaba un poco de aire menos contaminado, aunque afuera hedía, era mucho mejor que seguir respirando todos los microbios de allí dentro. El intenso olor a gas fecal ya le estaba provocando alucinaciones. O eso creía. Salió de la casucha de madera, bajó por el cobertizo pasando a grandes pasos entre dos camionetas y la misteriosa combi Volkswagen blanca 76. Se alejó lo suficiente hasta estar a unos treinta metros del área acordonada. Se agachó apoyando sus manos en sus rodillas y vació el desayuno en un largo chorro marrón. Tuvo un par de arcadas intentando vaciar por completo el estómago hasta que se relajó. Sus dientes quedaron entumecidos. Se irguió y aspiró una larga bocanada de aire fresco, apestosa, pero mucho mejor. Se enderezó y meneo la cabeza despejándose y acomodando sus pensamientos. Ahora sí iba a utilizar un cubre bocas y unos lentes de protección, ya que necesitaba terminar el trabajo dirigiendo a los peritos, sobre todo al más joven, quien era un estudiante de criminalística de nombre Kevin Manríquez, quien prestaba sus prácticas profesionales y quien seguramente no iba a poder dormir esa noche de la impresión por haber presenciado tales horrores escatológicos sanguinolentos. Pero quien con mucha emoción iba a contar su aventura en la universidad al día siguiente en San Luis.
Juan Godínez sintió una fuerte vibración en el interior de su cabeza provocando que su cerebro fuera un collage de multi imágenes, donde extremidades humanas cercenadas embarradas con sangre y heces danzaban moviéndose con vida propia. También miraba
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a un policía quien empuñaba un revolver en busca de venganza en medio de voces que gritaban enmudecidos dentro de prisiones espirituales. Dejó caer el AR-15 para llevarse las palmas a sus sientes y apretarlas, tratando de mitigar el dolor que sentía, tan intenso, que imaginaba a sus globos oculares tan inflados a punto de estallar. Miró a los oficiales muertos y también a la estela de polvo que se aproximaba, estaban los demás elementos a tan sólo una vuelta para llegar al pueblo. —¡VEN POR TU PREMIO, RECIBIRAS EL BAUTIZO DE UN DIOS! La voz de Piniwini retumbó como una explosión, y ya no sabía si había sido en el interior de su cabeza o en el exterior. Daba igual, al señor se le debía obedecer y era un honor tal reconocimiento proveniente de su divino ser. Juan Godínez se dio la media vuelta y entró de nuevo a la comisaria, dispuesto a adorar a su nuevo dios.
Nico Mancera entraba a Zakamoto como si trajera un auto de carreras descontrolado. Las casas pasaban a gran velocidad y quedaban cubiertas de polvo y tierra. Ya divisaba a la pequeña comisaria de viejo oeste, y también las tres unidades sin policía alguno de pie afuera de ellas. Pisó más el acelerador pegándolo en el piso, forzando al motor a lo imposible, aunque ya estuvieran dentro del pueblo, tenían que ganar segundos vitales que parecían una hora conforme transcurrían durante el trayecto.
Kevin Manríquez, con una rodilla sobre el suelo, tomaba muestras tallando su hisopo sobre la superficie de aquellas boñigas de tamaño insólito; con su cubrebocas puesto silbaba una melodía de felicidad: Estaba extasiado. Sí, era su primera experiencia cómo estudiante y ya estaba recogiendo en bolsas de plástico pedazos humanos. Sin que su superior, Lara, o alguno de los peritos se dieran cuenta, tomó un par de fotografías, las cuales envió al grupo de WhatsApp para que la vieran sus amigos del salón. Y tecleó: «Adivinen qué son, cosas feas y apestosas». Y también había tomado otras al sombrero del jefe Wenceslao Mancera, a un zapato ensangrentado, un dedo con anillo de casados y un brazo cercenado. Al terminar de chiflar se rio un poco y cubrió totalmente su boca con su mano. De reojo, al fondo, las llamas de las velas aumentaron y disminuyeron en un parpadeo. Miró hacia el altar donde antes había estado sentado el adefesio; las letras estaban más chorreadas, como si una nueva herida se hubiera abierto en la superficie de la pared. 15
Recibió un mensaje en WhatsApp. Y leyó: «Oye, parece que esa cosa que esta al fondo es una mierda gigante, y ha abierto sus ojos, y te está mirando fijamente XD…» Kevin se carcajeo, no pudo evitarlo. Guardó el teléfono y se puso de pie. Al darse la vuelta, quedó paralizado al instante por tan tremenda visión espeluznante.
Lara escuchó varios gritos, desgarradores, llenos de miedo y asco. Su sangré se heló, pensando lo peor. El sonido de armas de fuego fue inexistente, a lo que quedaba la posibilidad de que el ataque era con arma blanca, o con sus propias manos. Lara abrió la puerta de una camioneta de los Estatales y tomó sin pedir permiso a nadie un MP 40, ajustó con rapidez la culata y le quito el seguro al disparador, cerciorándose de que estaba cargada. Odiaba esa arma porque era de los nazis, pero no tenía otra alternativa. De otra camioneta descendió un agente, con una Beretta en mano y caminó al lado de Lara hacia la entrada. Gritos de horror, dolor y agonía, mezclados con un bramido fangoso, animalesco; acompañados con un singular sonido: el de mascar con la boca abierta. Tal parecía que era una boca enorme. Lara irrumpió con el MP 40 por delante, apuntando y dispuesto a despedazar a los agresores. El agente que iba con él se mantuvo a su espalda, con su arma también, dispuesto a disparar. No había nadie. Los peritos y los agentes se habían esfumado. Y lo que vio lo dejó fuera de sus casillas; los pedazos de mierda gigante estaban erguidos, semejante a monolitos, como si fueran un enorme pedazo de chorizo en forma cilíndrica, los cuales tremolaban como si tuvieran algo en su interior. Uno de los trozos abrió un enorme orificio en forma circular, una burda imitación de boca desprovista de dientes, la cual, emitió un resoplido fuerte cual toro embravecido, mostrando en su interior como los brazos y piernas del joven Kevin se debatían tratando de salir. Este alcanzó a asomarse un poco, y con sus ojos desorbitados hizo un último contacto visual con Lara, implorando que lo rescatara. La cosa cerró sus fauces sin misericordia. Lo mascó y lo devoró por completo. —¡Nooo! Y Lara vació todo el cargador de la MP40, haciendo volar pedazos fecales hacia todas direcciones.
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Nico Mancera sentía cómo una potente electricidad recorría su columna vertebral, provocándole la sensación de tener la piel de gallina. La comisaria estaba a un par de metros. Pisó el freno a fondo y la unidad derrapó provocando fricción y la torsión del volante; la unidad dio un latigazo levantando polvo y golpeó de forma aparatosa a una de las patrullas allí estacionada. En el acto, la frente de Nico arremetió contra el parabrisas, rajándolo. Las otras unidades también derraparon, manteniendo la distancia las unas de las otras para no colisionar entre ellas o contra las patrullas. Uno de los Ministeriales bajó de su unidad, con arma en mano y vio a los tres oficiales de policías tirados cerca de la entrada, y cocidos a balazos. Nico sacudió su cabeza, se despejó y acomodó rápido su plan de ataque; entrar, así de simple y dar de baja a los maleantes. Tomó la pistola 9 mm de su sobaquera, montó tiro y abrió la puerta. Puso un pie afuera e, importándole un pimiento el protocolo, caminó decidido hacia la entrada de la comisaria, la cual, parecía que lo esperaba, con su puerta abierta, dándole la bienvenida. Ni siquiera miró a los oficiales muertos.
Un minuto antes de la llegada de Nico y los ministeriales, Juan Godínez cantaba alabanzas a su nuevo dios; ¿o había tenido otro? Sí, al de la Biblia, pero porque tal creencia había sido impuesta por su severo padre, macho alfa, cinto en mano. Madre abnegada siempre apoyaba lo que papá dijera y ordenara. Juanito siempre fue un rebelde, un sociópata le decía padre, mientras, madre le decía: «Niño malo, Dios te va a castigar». Cuando llegó la adolescencia y las hormonas comenzaron a gobernarlo, se dio cuenta que le gustaban los chicos y no las chicas. Se le notaba, y al tiempo no pudo ocultarlo. Padre enfureció y lo molió a cintarazos. Madre le dijo que, si no recapacitaba, iba a quedar maldito por el Dios de la Biblia, a quien con tanto amor le había enseñado llevándolo a las misas del domingo, al catecismo, a la confirmación y que ahora, con tal revelación; jamás se casaría frente al altar. Juan Godínez, al pasar los años y sin haber tenido novia para agraciarse con sus padres, pero sí novios en lo clandestino, decidió seguir su instinto, sus deseos y también a su corazón. Huyó de casa y abandonó la escuela, y se dedicó a ser un joven de ambiente. Durante un par de años cometió locuras, utilizó drogas, amó y odio y cometió delitos para sobrevivir hasta que tocó fondo. Al entrar la luz dentro de su alma, decidió ingresar a la policía, para enderezar un 17
poco el camino, pero no con la intención de dejarlo recto, no quería la perfección porque eso era imposible, porque nunca iba a dejarle de gustarle los chicos, aunque sus padres y la sociedad lo condenaran, a él no le importaba. Piniwini sabía todo eso, y él no lo juzgaba, al contrario, le dijo, que lo amaba desde el primer momento que lo miró desde el altar. Allí, sentado, imponente; ahora se arrepentía por haberle puesto las esposas, a una deidad no se lo podía hacer eso, era pecado mortal como le habían enseñado en el catecismo. Caminó entre los cuerpos acribillados de Gutiérrez, López, y el granjero, quien yacía boca abajo, desnudo y con los pelos del lomo al aire. —¡VENID Y COMED! La voz de Piniwini, melosa, caricaturesca, gangosa, le hablaba en el interior de su cabeza en medio de un bisbiseo cariñoso. Le decía que era el momento de recibir su bautismo, de convertirse en un hombre nuevo mediante la gracia de su poder. Era hora de que Juanito volviera a nacer para ser acunado en los brazos de un nuevo amor, para ser transformado como la mariposa que sale del capullo para volar hacia la libertad. —Oh, Juanito, híncate, y pega tu frente al suelo. Juan Godínez, como un autómata y con los ojos cerrados hizo lo que se le ordenó. Abrió los ojos, y vio dos pies con veinte uñas negras y largas, y unos tobillos gruesos, rosados y velludos. —Ahora recuéstate y con la cara hacia arriba, y abre la boca. Juan obedeció de nuevo. Y abrió su boca al máximo como si quisiera tragarse al mundo en un bocado. Desde el suelo miró cómo el dios Piniwini inclinaba su rostro de cerdo para acercarlo al suyo, guiñarle un ojo, para después darse la vuelta y ponerse en cuclillas colocando su trasero a un palmo de distancia. El tiro del pantalón del overol se tensó, y la tela cedió dejando al descubierto la línea que dividía a un par de nalgas rosas y a una colita enroscada que tremolaba coqueta. Unas manos de dedos largos con uñas abrieron esos cachetes rosados dejando ver un aro de carne enroscado, del cual, una larga y apestosa flatulencia salió dejando escapar a la par, un largo chorro de lodo verde negruzco, caliente y hediondo. Juan Godínez, al sentir la entrada violenta del torrente de excremento dentro de su boca, sintió como su lengua era carcomida al instante, y fue disuelta por el potente acido que contenía ese chorro que caía y se desbordaba escurriendo por sus mejillas,
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deslizándose y quemando como lava su nariz y sus ojos, levantando ampollas, laceraciones y sangrado. Quiso gritar debido al dolor que lo carcomía, pero no pudo, estaba imposibilitado con su lengua y dientes disueltos. Ahora el lodo fecal se deslizaba desgarrando su esófago e invadiendo su estómago. Y en medio de la peste y la asquerosidad, Piniwini le dijo que se dejara llevar hacia la libertad, porque el amor dolía. Y que sin dolor no hay amor.
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Selene Episodio 5: En las Tinieblas del Infierno David Sarabia
El tremendo impacto recibido sobre la superficie de su frente hizo retumbar como terremoto a todo su sistema neuronal, provocando una coalición dentro del microcosmos de su cabeza; el hueso tronó en el momento exacto cuando el atizador hizo contacto. Imágenes de la infancia: ella lloraba, sentada, sola, en un callejón de la ciudad; hojas de periódicos volaban junto con papeles estraza, los cuales revoloteaban a su alrededor secando sus lágrimas y emitiendo sonidos como si se tratara de aves que le cantaban una canción de esperanza. Las lágrimas seguían escurriéndosele, limpiando trozos de su alma desolada. Haberse escapado del orfanatorio fue una idea compulsiva, y con el paso de los días extrañaba estar entre las niñas, aunque ellas no la quisieran por bruja. Por lo tanto, no existía la posibilidad de dar marcha atrás. Ya estaba en el exterior, en el mundo verdadero, más cruel y despiadado. «¿Quién soy yo, qué soy yo?» «¿Soy la maldición personificada debido a los pecados de mis padres? ¿Quiénes son mis padres, por qué me han abandonado?» «¿Hacia dónde voy y cuál es mi propósito por este pasar de pesadumbre que me carcome el corazón?» Con el tiempo, olvidó el cuestionamiento de su origen; había que sobrevivir en el hoy, quizá, en un mañana encontraría la respuesta de su llegada al mundo. Y por lo tanto, la desesperanza poco a poco se fue diluyendo, conociendo amigos no humanos quienes la acompañaron trayéndole un poco de aventuras, y hasta diversión. La niña creció, sola, defendiéndose, conociéndose a ella misma mediante su imaginación y sus poderes. Tales habilidades increíbles las había aceptado como un regalo de los mismos ángeles, quienes seguramente se los otorgaron para que hiciera uso de ellos, ya sea para defenderse, o en su caso, castigar a las personas malas. Y también, aunque por momentos se avergonzara de ello, hacer malas bromas a personas no tan malas, pero sí de mal corazón, y era con la finalidad de hacerlos reflexionar, o en su caso, provocarles un rato desagradable. Le vino a su mente el chico de la tienda de conveniencia; el pobre. Se le había pasado la mano, al haberle provocado tanto terror. No lo volvería hacer. Hasta Camila, al día siguiente, le dijo a través de su mirada: 21
—Te pasaste, ya no te voy a volver a seguir la cuerda con algo así, he, ok. ¿Entendiste, cabezona pelos rojos? ¿He? Y la razón estaba de parte de su amada gata, su amiga, quien le había hecho entender que no tenía derecho a ser cruel. Por lo tanto, le juró que ya no iba ayudarle a volver a atracar así, de forma desalmada; pero sí con otro tipo de truco mental, hipnótico, que no dejara heridas en la psique. Que solo a los muy malos sí, a ellos con todo el poder. Parpadeó, se tambaleó, manoteó sin soltar el hacha intentando agarrarse de algo. Frente a ella, la sonrisa dibujada grotescamente de oreja a ojera, plasmada con una enorme y siniestra satisfacción, Jack Frost festejaba alzando el atizador al ver como Selene caía de espalda contra los escalones, tal como si se tratase de un pesado saco de papas. Selene sintió como su espalda alta se impactaba contra el filo de un escalón y su cabeza revotaba en otro. La cosa mala, carcasa viviente, interferencia potente, voz, una voz que era el susurro de un pensamiento abstracto rodeado de oscuridad, se jactaba. —Jo, jo, jo, jo, jooooo… —la risa mecánica se escuchaba en la planta alta, a la par con el sonido de la motosierra, la cual seguía cortando el piso. De nuevo, la cosa mala, carcasa viviente; aumentaba su poder dejando esa sensación de presencia etérea, y de que todo lo observaba a la distancia a través de sus golems hechos con ropa y cachivaches, o de muñecos de fábrica. Tal presencia, flotaba en el aire contaminando la atmosfera tal y como lo hiciera una nube cargada de gases tóxicos; pero en vez de envolver con tales venenos, el elemento de Naguel era la oscuridad. Una negrura densa, infinita y llena de maldad. Jack Frost mantenía en alto el atizador. Luego, lo agitó con la intención de descargarlo. De repente, Camila le mordió el pie y se lo jaloneo con la fuerza de un perro enorme. Acto que Selene aprovechó para girarse en el justo momento que el atizador partía en dos la superficie del escalón lanzando esquirlas arrancadas de la loseta. Selene rodó hacia la izquierda, dando tres giros hasta quedar totalmente de espalda al piso. Jack Frost sacudió su pierna quitándose la poderosa dentadura de Camila, quien salió despedida surcando el aire y cayendo sobre la mesa, derrapando atropelladamente como avión sin tren de aterrizaje, tumbando platos y copas que caían al piso estallando en afilados fragmentos.
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El atizador descendió por segunda vez, ahora con la potencia de un pistón aplastador, rozando la nariz de Selene, quien también a una velocidad sorprendente esquivó el golpe mortal, girando su cuerpo nuevamente sobre el suelo, y sin soltar el hacha, la cual mantenía aferrada con ambas manos como si se tratase de un amuleto que la protegía de todo mal. Al estar a un par de metros, lo suficientemente lejos del alcance del atizador; Selene, con la espalda en el piso, alzó su cadera juntando sus rodillas hacia su rostro e impulsándose con sus hombros y trapecio para quedar de pie en un solo salto. Aferró el mango del hacha como si fuera un bate de béisbol, dio un par de pasos hacia el muñeco de nieve, quien también levantaba su arma para atacarla. Selene tomó impulso girando su cintura para después dar un salvaje tajo. Jack Frost no tuvo la mínima oportunidad de bloquear el ataque; la hoja del hacha cortó el brazo de madera, provocando que soltara el atizador. La enorme y siniestra sonrisa de satisfacción, se había curvado con las comisuras hacia abajo, mostrando ahora a una luna menguante inversa; muy triste. En seguida la hoja del hacha dio un trazo en diagonal cortando el aire y separando el tronco del cuello de Jack. La cabeza blanca con nariz de zanahoria rodó por el piso como si fuese un balón de futbol que se alejaba a la deriva. Mientras, el cuerpo, con un brazo amputado, se movía de un lado a otro, ciego, y torpe. Selene colocó el contrafilo de la cabeza del hacha en su hombro, y con una mano en su cintura, miró con curiosidad al cuerpo que parecía tener un ataque de ansiedad por haber perdido la cabeza. Se acercó, al estar de frente, le propinó un puntapié en el centro donde supuestamente debería estar el estómago de aquel muñeco, arrojándolo hacia los escalones, donde, ya tirado, siguió removiéndose, y con su única mano, intentando buscar su cabeza. El aparatoso bramido incesante mecánico del motor, seguía tronando al igual que la música navideña junto con el trenecito chucu chuco, quien seguramente era piloteado por un maquinista diabólicamente ebrio. —Jo, jo, jo, jo, jooooo… Selene miró hacia arriba, y por el primer tramo de la escalera, dos piernas regordetas bajaban trastabillando intentando mantener equilibrado un cuerpo gordo repleto de telas, trapos y basura que se iba desbordando como vísceras brotando de la herida; una abertura provocada por los mismos dientes de acero cuando fue empujado por Selene y
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caído encima de su otro compinche, o, se podría decir, de él mismo; una misma mente, repartida en diferentes contenedores. El Santa llegó al nivel intermedio, pisando los miembros cercenados, y después giró su cuerpo para quedar con la vista hacia Selene. Emocionado, casi extasiado; alzó la maquina acelerando el motor. Su cuerpo, antes rechoncho, ahora desinflado como si hubiera fumado kilos de metanfetaminas, se desmoronaba a través del corte que atravesaba su tórax: las antes lonjas, ahora le colgaban en un traje que ya no llenaba, donde largas mangas de camisas sucias le colgaban como tripas, deslizándose por arriba de ellas, pedazos de algodón y esponjas para lavar trastes.
Santa Claus avanzó frenéticamente decidido, y comenzó a bajar los escalones mientras su cuerpo se ladeaba de un lado a otro. Las piernas, ahora flacas, se doblaban tal popote de plástico y a la vez se tensaban como varillas de acero, y después se arqueaban de nuevo aflojándose como piernas de plástico hueco, al compás de una motosierra que bailaba de un lado a otro en el aire, arrancando pedazos de yeso de las paredes. Selene se colocó al pie de la escalera, a un lado, lo suficientemente alejada del ataque de Santa, pero lo bastante cercas para embestirlo. Cuando este, posó su pie tembloroso enfundado en zapatón negro y pantalón rojo sobre el segundo escalón, ya casi para llegar al piso, el filo del hacha se lo cercenó en un solo tajo. El Santa cayó como árbol talado, recto, y con su arma en alto. La motosierra se soltó de sus manos, rebotando sobre la fría superficie sin dejar de rugir; ésta se deslizó como si estuviera sobre una pista de hielo, hasta topar con las dos patas de la mesa rectangular, cortándolas y provocando la caída de ésta junto con algunos cubiertos que quedaron sobre de ella. Con la cara pegada al suelo, Santa seguía carcajeándose, ajeno a que no era una amenaza para la poderosa pelirroja, quien alzaba el hacha y la descargaba separando su cabeza. Santa dejó de reírse. Camila corrió hacia su ama, se replegó en su pierna, restregó su cuerpo con la cola alzada, totalmente electrizada. —Ya lo tengo, mi amada amiga —dijo, sin importarle hacerse escuchar por sobre el maremágnum de ruido provocado por la música, el trenecito y el motor que seguía enfurecido cortando nada con su cadena; al cabo, Naguel, o lo que fuese, parecía que brincaba de alegría por tener ese encuentro con ella. Desde el preciso momento que Selene hizo contacto con el centro de su mente, localizándolo físicamente, a él pareció 24
importarle nada. Tal parecía que Naguel la subestimaba, despreciaba, y concluía que no era rival; pero quería conocerla personalmente, verla con sus propios ojos y no a través de sus golems. —Esta noche terminamos con él, o vemos como lo acabamos —dijo Selene, como si fuera lo último que le prometiera a su gata. «Terminar», pensaba en ello, pero no en el cómo acabar con la amenaza que representaba ese ser, monstruo o humano. Matarlo no era la opción, no era su plan, ya que nunca con sus poderes había atentado con una vida, por muy malo que fuera la persona a la que anteriormente le había dado una fuerte lección. Lo había fantaseado alguna vez, hasta ahí, solo como una mera idea flotante y fugaz, como los sueños, pero sólo eso. Recordó de nueva cuenta al chico de la tienda de conveniencia: ¿le había provocado en las siguientes noches después del ataque, pesadillas? ¿Había dejado en él un trauma o miedo irracional? Quizá nunca lo supiera. Debido a que estaba totalmente desconectada de él. Se agachó y acarició con su mano libre el lomo de Camila, quien, con los ojos cerrados, ronroneaba y arqueaba su columna vertebral hacia arriba, recibiendo con agrado la muestra de cariño. Selene se levantó con audacia, decidida a enfrentar al monstruo, maestro titiritero, cerebro principal y único de las carcasas vivientes. Caminó con paso firme y balanceando sus hombros con la cabeza del hacha sobre uno de ellos. Camila iba a su lado. Tanto el muñeco de nieve decapitado y lo que quedaba del Santa Claus, dejaron de moverse como si un interruptor eléctrico se hubiera apagado quitándoles la energía de súbito. La motosierra quedó en silencio, el trenecito dejó de silbar y la música de fiesta decembrina se detuvo. La casa estaba muda, sumergida en un tenebroso sosiego. Selene salió al exterior. La nieve seguía cayendo con tranquilidad, engrosando el manto blanco que cubría la calle y los techos de las casas. En medio de la avenida estaban tres figuras estáticas, de pie, como estatuas. Cuando miraron a Selene atravesar el umbral y detenerse antes de cruzar la reja, se movieron como gatilleros dispuestos a abrir fuego en cualquier instante y a la menor provocación. Levantaron sus armas y caminaron agitándolas jocosamente. Un Santa Claus con obesidad mórbida y ojos desorbitados, portaba un cuchillo de carnicero en cada mano, quien comenzaba a dar de saltitos moviendo su cuerpo de un 25
lado a otro, todo loco. Le seguía Rodolfo, el reno, mientras meneaba su enorme caramelo, esperando el lanzamiento de una pelota para golpearla y meter un home run. Otro Jack Frost, con una chistera de mago sobre su cabeza, mantenía el mango de su pala sobre su hombro, andando tétricamente en pos de Selene, para terminar en definitiva con ella y cavar su tumba. Los tres seres animados avanzaban en formación, en línea recta. Al fondo, por las calles aledañas, otras figuras comenzaron a dibujarse en la oscuridad. Venían más golems para apoyar a los tres que se acercaban a la pelirroja con una sola intención. De pronto, Selene recibió un mensaje mental de Camila: —El ejército llegó. —¡Eres grandiosa, mi hermosa, te la sacaste de la manga! —Hincó su rodilla, agachó su cabeza y le dio un beso en la nariz a Camila—. ¡Eso es tener iniciativa! ¡Por eso eres mi mejor amiga, mi confidente, mi comandanta suprema! Se irguió y tomó el mango con ambas manos, colocando el filo de la hoja hacia enfrente. Miraron en dirección hacia la larga barda por donde habían entrado. Arriba de ella, pequeñas siluetas agazapadas y decenas de pares de ojos brillaban en la oscuridad. El ejército de mascotas nocturnas estaba preparado para actuar. Los otros seres animados salieron de las penumbras para dejarse ver debajo de la débil luz eléctrica de los postes. Dos maniquís, un espantapájaros, un oso de peluche de metro ochenta de altura; y tres figuras más, hechas de ropa rellenada y con cabezas que parecían hechas con pelotas infladas, donde en sus superficies estaban dibujados con plumón: ojos enormes y bocas abiertas con dientes triangulares. Dichas figuras humanoides avanzaban formando una segunda línea de ataque, detrás de los tres principales. Selene caminó y se detuvo a mitad de la calle, blandiendo su hacha. Las ventanas y puertas abiertas de todas las casas despidieron luz. Después oscuridad, luego luz; on-off, on-off, clic-clic, encendido y apagado, una y otra vez. Después, la secuencia fue escalonada, de la primera a la última de casa de la calle, para brincarse a la otra acera y seguir en sentido inverso, dando una ronda como una ola humana dentro de un estadio. Y se detonó la barahúnda infernal.
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La villa retumbó en su totalidad, las ventanas vibraban al son de música proveniente de cada aparato que estuviera en cada hogar; consola vieja, radio, dispositivo móvil, bocina con puertos USB, televisores sintonizados en estaciones navideñas o en programas donde los villancicos aullaban como lobos descontrolados; todo al unísono, era una algazara escandalosa realizada para desconcentrar y romperle los nervios a cualquiera. Menos a Selene. Quien serena, blandía su arma y movía sus ojos observando rápido y con sagacidad a cada uno de los agresores que se aproximaban. Las luces seguían encendiéndose y apagando, dejando espacios prolongados y de repente parpadeaban intermitentes tal luz navideña de multicolores, haciendo juego rítmico con las que adornaban las palmeras del camellón. Vibración potente, mente única, pensamiento maligno, no carcasa, si ser viviente, humano malvado, corazón podrido, agusanado. Selene pudo aislar las señales neuronales que movían a los golems, maniquíes, oso de peluche. La sentía, era poderosamente fría, era como tocar un fuego congelante, que quemaba y devoraba la piel. Mentalmente tocó ese centro, el área de control de una mente enferma y consciente de lo que hacía sin ningún remordimiento, y sin ninguna compasión. Era el mal en estado puro, irracional, fuera de toda comprensión; abstracto, infernal: era Satanás y no porque tenía un reino, su propio mundo, su reino de tinieblas. —¡TE TENGO! Camila erizó los pelos de su lomo, abrió su hocico mostrando sus colmillos; era la señal de ataque. Toda la banda peluda imitó la actitud de la líder; mostraron sus colmillos, sus ojos brillaron. No era una broma, era un ataque real, como el realizado en la noche de Halloween a la chocante y exótica criatura de negro. Algunos felinos pertenecían a la plantilla de planta, los fieles seguidores, camaradas de batallas pasadas; otros, se habían sumado esa misma noche, con la firme convicción de acabar con el mal. La jauría gatuna saltó hacia la nieve, y como horda de salvajes vikingos, corrieron emitiendo maullidos de batalla. Las criaturas animadas detuvieron su avance, algunas giraron sus cabezas para mirar a los pequeños guerreros felinos que se abalanzaba hacia ellos como violento tsunami. Y, en un abrir y cerrar de ojos fueron rodeados. 27
El muñeco de nieve levantó un poco el ala de su chistera en un ademán de saludo caballeresco, después elevó su pala con ambas manos y la descargó sobre el cuerpo del primer gato que había llegado, aplastándolo con brutalidad; la cuchara de la pala se había hundido en la nieve junto con un manchón de sangre que brotó al instante del impacto. Un gato gris trepó a toda velocidad utilizando el mango de la pala como puente, dio un salto, abrió sus garras y las enterró en el esponjoso rostro blanco que sonreía con rostro carente de expresión humana. Jack Frost despegó la cuchara de la nieve y comenzó a dar volandas al aire intentando quitarse al animal de su rostro, quien mordía y desgarraba arrancando trozos de hule espuma. Los pies del mono de nieve fueron captados por varios felinos, quienes mordían y tiraban jaloneándolo. —Ja. Ja, ja, no siento dolor, malditos gatos callejeros apestosos, los voy a matar a todos. —La sonrisa fija, sin labios, advertía mientras seguía dando palazos al aire sin darle a nada. El Santa mórbido daba volados estirando sus brazos, con un cuchillo en cada mano, intentando tronchar alguno de los felinos que daban grandes saltos y estos caían sobre su ropa. Un gato siamés fue atravesado con uno de los cuchillos y éste chilló como niño aterrado, debido al intenso dolor y también al saberse que iba a morir. Rodolfo el reno giraba el pesado caramelo como una experimentada bastonera. Dio un par de giros y para después dar un golpe en vertical partiéndole el cráneo a un minino que volaba hacia él con sus garras por delante. A otro le hizo estallar la dentadura. Y, en seguida, dio otro porrazo a un tercero que venía también en vuelo, destrozándole la nariz y provocando que sus ojos salieran disparados fuera de sus orbitas. El muñeco de nieve saludó de nuevo haciendo su ademan de caballero, levantando el sombrero para fanfarronear y seguirse burlando del gato que mantenía sus garras enterradas en su rostro. Fue la oportunidad para que le cayera encima una turba furiosa que lo tapizó por completo. Jack Frost comenzó a lanzar tajos de izquierda a derecha intentando partir en dos a todos los gatos. Selene agitó la hoja del hacha y corrió por entre la turba y los muñecos, con Camila, quien la seguía, a su lado como fiel escudera. Los dos maniquíes les cerraron el paso. Selene blandió la hoja y lanzó un tajo en vertical decapitándolos. Los maniquís siguieron moviéndose, intentando atraparla. Selene se detuvo. Puso la palma de su mano a la altura de ellos y sin tocarlos los aventó a varios metros hacia atrás, elevándolos del 28
suelo y provocando que sus extremidades se dislocaran y fueran arrancadas para salir disparadas lejos del torso. Las dos figuras cayeron fulminadas. Y Selene entendió algo: la poderosa mente de Naguel estaba distribuida, y, por lo tanto, su fuerza era menor en algunas de sus abominaciones. Más gatos saltaban la barda, enfurecidos y dispuestos a sacrificarse, quienes corrían y se sumaban a los demás, rodeando y saltando sobre los agresores. Jack Frost dio su último ataque, la pala sólo cortó el aire y el muñeco se desplomó hacia un costado, tapizado de mininos que lo mordían y arrancaban pedazos del material sintético del que estaba hecho. El escándalo de música, ruido demencial, a la par del enloquecido on-off de las luces de las casas, seguían avante en su tremendo alboroto. El espantapájaros dio un altísimo salto de tres metros, dio un par de giros como clavadista olímpico y antes de tocar la nieve con sus pies, la hoja del hacha separó su cabeza. Cuando cayó de pie, dio un par de pasos temblorosos a la deriva, alejándose de Selene y Camila, para después desmoronarse como si en realidad hubiera tenido vida. Por lo tanto, el gigantesco oso de peluche era despedazado; sus bolitas de foam se elevaban como volcán en erupción, en dirección opuesta a los copos de nieve que seguían cayendo en cámara lenta. Selene supo que sus amigos tenían la situación bajo control, aunque hubiera bajas, eso era parte del riesgo, incluso hasta la vida de ella, ya que no era inmortal. Y por ahora, aunque algunos siguieran cayendo ante los cuchillos y pisotones, lo más importante era enfrentar cara cara al demente que provocaba toda esa calamidad revestida de locura y crimen. Todas las luces se apagaron repentinamente, quedó la villa en una oscuridad tenebrosa y acompañada de un inquietante silencio debido a que la música fue cortada de tajo junto con todos los ruidos artificiales que escandalizaban. Sólo se oían los maullidos y chillidos danzando a la par de los sonidos de articulaciones de los golems que agonizaban luchando. Selene zigzagueó corriendo entre los gatos y los monstruos quienes eran despedazados por los colmillos y garras. Miró una casa tipo londinense al cruzar la calle, de dos plantas, con techo de tejas; era en si una densa sombra que dibujaba el contorno de una casa. Una sombra que la esperaba con la entrada de su caverna abierta y mirándola con sus ventanas sin cortinas.
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Brincó los escalones que subían al porche con barandal de madera y piso de piedra. Dio un par de zancadas y cruzó el umbral. Dentro, la oscuridad era densa para un humano normal, pero no para Selene. Sus dos iris verdes fosforescentes brillaban con luz propia, resaltando sus pupilas verticales y elípticas, las cuales, se abrieron convirtiéndose en dos círculos anchos, dejando un delgado anillo verde fulgurante en su circunferencia. La visión de Selene en la oscuridad era monocromática, negros y grises como contornos, formas y figuras se apreciaban perfectamente. Estaba en medio de la sala, donde había una chimenea donde pedazos de carbón morían consumidos por una débil luz roja. A su derecha, la escalera que conectaba con la segunda planta, y a la izquierda un comedor amplio, donde había una mesa redonda, grande y… Camila decidió dar media vuelta y salir al exterior. Caminó por el porche y brincó posándose sobre el barandal. Movió sus bigotes, olisqueo el aire y apuntó con su nariz hacia arriba. Observó con atención la planta alta, en especial una ventana abierta con los postigos hacia afuera. La gata estaba atenta. Mientras tanto, en la mesa estaban sentados cuatro personas. Al parecer, papá y mamá, una adolescente y un niño. Un niño. Selene maldijo en sus adentros. Otro niño que no había podido salvar de ese enfermo, despiadado, monstruo imaginante, Naguel. —Bienvenida al Infierno —dijo una voz masculina—, a las tinieblas del Infierno. Una risita infantil burlona finalizó la frase. Selene se acercó lentamente con la cabeza del hacha sobre su hombro. Fue la curiosidad y no la certeza de que estaba ante Naguel. Sabía que esos cuerpos eran títeres, ya lo había comprobado con la niña de la habitación de la casa anterior. Era innecesariamente inútil luchar contra esa familia que ya estaba muerta, que no eran ellos ya, sino vehículos del imaginante. Pelear y despedazarlos seria como profanarlos. Los observó, atenta, a lo que viniera; verlos en la oscuridad, bajos su visión monocromática donde se resaltaba la palidez cadavérica de ellos, era aterradora. Todos tenían una larga herida en sus cuellos y una mancha negra seca sobre sus pechos. El padre de familia giró su rostro con un movimiento raro, como si dentro de su cuello las articulaciones fueran engranes, deteniéndolo para hacer contacto visual con la chica de los aros verdes brillantes. Al quedar fijos sus ojos muertos en ella, le dijo con una voz ronca y repleta de coágulos: 30
—Pierde toda esperanza, muchacha gata, que aquí, estas en el reino de la muerte, de nuestro señor Naguel el imaginante, Amo de las Tinieblas. La madre, una mujer rubia de pelo largo y lacio, hizo el mismo movimiento; abrió su boca mostrando sus dientes llenos de comida. Levantó su mano deslizándola suavemente sobre la mesa y tomó un tenedor. Y con su otra mano, el cuchillo. —Estás acabada, muchacha, aquí encontrarás tu perdición, en las tinieblas del infierno. Los niños imitaron el movimiento de su madre, tomaron sus cubiertos, dejando los puños sobre la mesa. Padre también los secundó. La niña abrió sus parpados al máximo mostrando el azul hielo de sus ojos, para después mover sus labios como títere y dejar fluir una voz de ultratumba. —Esta noche mueres, Selene… Y el niño secundó: —Linda pelirroja, te vamos a rebanar el cuello, y también a tu gata Camila. Ambos hermanos deslizaron sus lenguas por entre sus labios, moviendo las puntas como serpientes, en una malsana insinuación de gesto sexual. Y después, todos al unisonó rezaron en voz alta, mientras golpeaban con sus puños la superficie de la mesa, haciendo que ésta se sacudiera, provocando que las copas vibraran y el pavo tremolara sobre el plato de porcelana. —¡MUERTE A SELENE, MUERTE A SELENE! En medio de la arenga, una tremebunda carcajada llena de testosterona se mezclaba como música de fondo, potenciando el énfasis a la sentencia. —¡MUERTE A LA CHICA GATA! La señal mental de Naguel era descomunal, una verdadera explosión atómica que arrasaba sin piedad a sus fibras con su onda expansiva. La familia se puso de pie. Selene dio un paso hacia atrás, y después otro, sin bajar el hacha. No pensaba caer en el juego del imaginante. No tocaría ni con el pensamiento a esa familia, muerta, que ahora era profanada, manipulada como si se tratara de figuras de acción, utilizados por un niño malo que jugaba cruelmente con ellos. Imagen. Recibía una imagen, una silueta, una sombra entre las sombras, un ser de oscuridad hecho a imagen y semejanza de un humano sin corazón.
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Selene dio la espalda a la familia, quienes solo la miraban con sus ojos vacíos, quedándose quietos y con sus manos empuñadas. Dio un par de zancadas, salió de la casa, brincó y trepó el barandal, agazapándose para poder divisar la segunda planta. Había un balcón del lado oeste. Camila estaba en el parte aguas de un techo de otra ala de la casa, observando hacia la habitación de ese balcón. Selene se impulsó con sus piernas dando un largo y alto salto, con las manos hacia arriba, sosteniendo el hacha para caer de pie sobre la orilla del techo de tejas. Corrió por el alero inclinado, directo al balcón. Al estar a unos metros, brincó como ágil felino elevándose varios metros, tranzando un largo arco; al descender, las puntas de sus pies rozaron el antepecho de acero. Y aterrizó deslizándose dentro de la habitación como si hubiera surfeado el aire. En cuclillas y con la cabeza gacha, miraba el suelo y también el filo de la hoja que brillaba por la luz mortecina de unas velas. Selene levantó la vista para estar cara a cara con Naguel. Y su sorpresa fue inconmensurable, y también de un horror que hizo que se le erizaran los finos vellos de sus brazos. Una voz jovial, de adolescente le saludó. —¡Hola, pelirroja, hasta que te veo con mis propios ojos! El joven, de tez pálida y cuerpo delgado, humedeció sus labios, y sentenció: —¡Será un placer matarte con mis manos!
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Elia Steampunk Albert Gamundi Sr. 5 - La peste Los ángeles volvían a orinar sobre Dumptech una vez más, resguardada bajo una capucha que cubría su figura de la cabeza a los pies, la que un día fue conocida como la Bestia Roja solo era una sombra de quien fue en su día. La herida sufrida tras su derrota moral en el Muelle de las Cabezas Bajas por fin había cicatrizado después de incontables botas de vino mezclado con sangre humana. Finalmente, había asimilado que el encierro y el intermitente trabajo en una variante de su Pistola Steam no traerían a Krystal de vuelta, por otra parte, probablemente los curiosos y La Orden de Caza ya habrían terminado de hurgar en lo que una vez fue su hogar. Era seguro volver. Ya había pasado un tiempo desde lo sucedido con Demian, el extraño “futuro padre adoptivo” de esa Abril Bailei. Le gustaría conocerla alguna vez. Todo parecía una ensoñación. Algo lejano que se llevaban las brumas de las eras. ¿Lo volvería a ver? Esa pregunta no tenía respuesta ahora. Tenía que encargarse de cosas más importantes en este preciso momento. Tras un paseo entre casas enrunadas y otras en proceso de reconstrucción, comprobó que Dumptech estaba siendo reformada con materiales metálicos, cuya financiación desconocía, llegó a los pies de la imponente catedral, sintiéndose insignificante frente a las nuevas y grotescas gárgolas de ángeles con alas de murciélago. La inventora hizo una mueca de desaprobación ante ellas cuando reparó en que un punto rojo se deslizaba por el suelo para dejar paso a una bala que impactó a esos centímetros de su bota derecha. —La catedral está cerrada, primer y último aviso. Si precisa de asistencia médica, acuda al sanatorio al final del distrito de comerciantes —anunció una voz varonil desconocida. Elia era consciente de que su muerte estaba asegurada enfrentándose a un tirador aventajado por la inclinación del terreno. Tras ajustarse las gafas de visión nocturna reparó de inmediato en que estaba utilizando un modelo de fusil mejorado de uno de los prototipos que escondía en su abandonada herrería. Este gozaba de una pequeña mira roja construida con un rojizo cristal que le transmitía una siniestra tranquilidad. Aun así, 35
quería confirmar sus sospechas, tras fingir que se retiraba pacíficamente en dirección a la ubicación indicada. Valoró todos los posibles escenarios mientras se retiraba la cinta que amarraba su encolada melena. Recogió una piedra del suelo, improvisó una honda con la goma del pelo, decidida a probar la efectividad del ingenio modificado. Haciéndola girar sobre su punto de gravedad, dio un paso adelante para confirmar sus sospechas, antes de que soltara el proyectil contra la escalinata en un gesto de provocación, un perdigón metálico cortó la tela del ornamento limpiamente y se enquistó en la pared. Un hilo de sangre corrió por su mejilla, no le cupo la menor duda al sentir los materiales, aquella arma le pertenecía. —Esto no pinta nada bien —murmuró soltando una bomba de humo al tiempo que cruzaba la cortina enmascarada en la oscuridad. Los disparos continuaron replicándose, como si de granizo se tratase, sin éxito, terminando el último con ellos perforando su capa. Tras doblar en la esquina de un muro medio derrocado, respiró aliviada palpando aquella variante de su característica arma. Se reafirmó en el descubrimiento que ese prototipo era suyo, pero pondría la mano en el fuego que ese pequeño mineral tenía algo que ver con aquella precisión milimétrica con la que fue atacada. Ya había sido testigo del funcionamiento a algunas de esas piedras preciosas, concretamente vio como una de ellas era reducida a polvo tras ser utilizada. Una vez más, revivió la batalla del vertedero en sus propias carnes, notando una momentánea sensación de ahogo. Por otra parte, se preguntaba el motivo de sus indicaciones para recibir asistencia médica. Extrañamente, las calles estaban desiertas, resiguió aquella arquitectura apedazada con nuevos materiales, incluso casas de nueva construcción, el barrio en el que se alzó su negocio se estaba transformando. Dumptech había cambiado, ahora las fachadas de los edificios ya no estaban manchadas de carteles buscando a la Bestia Roja, tampoco se ofrecían recompensas por la captura de otros criminales, todo parecía siniestramente ordenado y, en cierto modo, oprimido. Con un lluvioso cielo que no dejaba de asolarla, se encaminó hacia su antiguo hogar, el que nunca terminó de abandonar por varias circunstancias. Sin saber que esperar de él después de tanto tiempo, se encontró con la estructura reducida a escombros y con la única pared en pie marcada con una pintada en rojo, probablemente con sangre de animal, en la que ponía: «Ingeniero» 36
Fuera quien fuera el responsable de aquel vandalismo, seguramente no sentía ninguna clase de simpatía por aquellos quienes dedicaban sus vidas a la tecnología. Arrastrada por el sentimiento de nostalgia y de pertenencia, inspeccionó el lugar cuidadosamente caminando entre la runa. Por el contrario, la entrada a la herrería ubicada en el subterráneo no lucía hallarse en tan malas condiciones. —Esta madera es nueva, además, yo nunca le puse un revestimiento a los márgenes. No me cabe la menor duda de que alguien se ha apoderado de mi taller —observó tras examinar los materiales detenidamente. Elia intuía que alguien debía estar ocultando algo en su antigua propiedad. Llevada por su curiosidad, dio un par de pasos atrás y se predispuso a abrir fuego con su arma. Dubitativa hizo retroceder el gatillo muy suavemente, algo no iba bien, notaba como los metales de la prótesis de su seno vibraban. —Te has tomado tu tiempo para volver a la ciudad. Odio tener que decir esto, pero la gente de tu calaña nos puede ser útil —inquirió una voz femenina que la estremeció. La visitante se giró lentamente para contemplar a una virgen que parecía recién salida de la corta adolescencia de aquella zona del continente. Sus cabellos eran pálidos como si hubieran perdido la vida, habrían sido deslumbrantes si no fuera por las manchas de sangre y suciedad que se albergaban en ellos, tenía unos ojos oscuros como la noche y una boca fina que la hacía femenina. Gracias a su vestido de un color celeste, rasgado por algunas costuras y maltrecho por las inclemencias, conseguía que la extranjera parecería una belleza en bruto, a pesar del siniestro collar en forma de serpiente con aletas que adornaba su cuello. Elia sintió una profunda energía oscura en cuánto sus ojos se hundieron en aquel rubí rojo que remataba aquella auténtica obra de arte. Su corazón palpitaba dándole profundas punzadas que la desgarraban por dentro. —Lo he alimentado bien antes de venir… ¿Qué diablos le pasa a ese maldito órgano biónico? —murmuró sujetando la piel a la altura del corazón. Ante la presencia de tal extranjera, quien debía tener un par de años menos que ella, sentía zumbar su cuerpo de un modo desagradable al tiempo que un susurro invadía su cabeza, hablaba una lengua extraña que la empujaba a atacarla sin previo aviso. Pero sus músculos no respondían, forcejaba mientras aquellas fuerzas sobrenaturales la 37
impulsaban a avanzar de guisa casi irrefrenable hasta dispararse debajo de la mandíbula. La piedra preciosa del ofidio brillaba de una suerte siniestra irradiando su luz, el fin estaba cerca para ella. —Si voy a morir, quiero saber a manos de quien pereceré. —Pareció rendirse Elia, en cuya cabeza combatían dos voluntades. —Mi nombre es Neferet de las Islas Anacrónicas, ¿Satisfecha? —se mofó la voz cuando la boca del cañón ya acariciaba su piel. De pronto su implante retumbaba en su seno con una fuerza renovada. El pulso aturdió cardíaco la aturdió por un instante antes de recobrar el control de sus facultades. Exhalando aire y sudando, echó una pierna hacia atrás para apoyarse y probar la variante de su invento favorito. —La hora de la verdad ha llegado… No me falles, esta es tu prueba final —retó a su herramienta al retirar uno de los tres mecanismos de seguridad. Tras realizar tres disparos rápidos, sendas pequeñas agujas hechas con un metal que amplificaba la conducción de la electricidad se hundieron en el muslo derecho, el vientre y en el cuello de una sorprendida oponente. Sin darse un segundo para felicitarse, volvió a poner la protección en su sitio para dar paso a la segunda clase de disparo, esta proyectaba pequeños perdigones a tal velocidad que dejaban una carga estática en el cuerpo del oponente. Elia, segura de su victoria, descargó toda la munición contra aquella niña. —¿Eso es todo lo que tienes? Pensaba que los miembros de La Liga de Dumptech erais una verdadera amenaza. Doblegar esta ciudad será más fácil de lo esperado — aseguró nuevamente la voz en su cabeza. Esta vez fue el cráneo de la inventora el que empezó a zumbarle violentamente, obligándola a soltar el arma y llevarse las manos a la cabeza, las encriptadas palabras en su cabeza y el retumbar en su seno parecían estar compitiendo. Aquella situación dejaba paso a un oscuro misterio que no hacía más que engrosar la bola de nieve del origen de la pieza que Josh Steampunk le insertó en el pecho. —Esto no ha terminado… —gruñó la inventora tratando de sobreponerse al dolor.
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—¡Yo no estaría tan segura! Desde tiempos inmemoriales el hombre ha sido capaz de desafiar a cualquier amenaza gracias a la tecnología. Tu patética magia indígena no doblegará esta ciudad de escombros. No mientras yo respire… —desafió una voz que no podían localizar. Los ojos de ambas escudriñaron en todas direcciones sin poder ubicar la procedencia de la interlocutora. Momento en el que Elia aprovechó para tratar de barrer la pierna de su oponente a la altura del tobillo sin éxito. De pronto, un calor insoportable inundó el ambiente mientras una línea corva de fuego las separó, prendiendo en llamas la sucia y mojada capa que escondía a la ingeniera. El limpio movimiento provocó que Elia perdiera el equilibrio y cayera sobre su costado, gesto que empleó para revolcarse y desprenderse de la prenda de ropa. Ya nada era capaz de esconder su condición de amante de los ingenios y quedando desprotegida frente a ojos y voces de alerta. —Esta vez no he venido a por tu cuello, así que hazte a un lado. Tú y yo tenemos diferencias pendientes que solucionar —intervino con descaro. —Yo te conozco. ¿Quién eres? —amenazó Elia con furia en sus palabras. Sin embargo, no hubo respuesta, aquella pálida humana seguía de pie con una mirada ida, el rubí de aquel collar que parecía moverse de forma casi imperceptible, como si tuviera vida propia, volvió a emitir un siniestro destello. Coincidiendo con el momento, las puertas de algunas casas cercanas empezaron a abrirse, emergiendo sus inquilinos con improvisadas armas como objetos punzantes, en sus rostros se podía distinguir un estado de somnolencia. Acto seguido, como si de autómatas se trataran, cerraron filas firmes frente a sus puertas. «Ahora sabréis lo que es luchar contra vuestro propio pueblo. Si sobrevivís a esta noche, tal vez nos volvamos a ver», aseguró hablándoles directamente en su cabeza. «Tal vez esta tipa tenga relación con la famosa peste que azota la ciudad», consideró Elia tras necesitar tres segundos para salir de su sobresalto. Repentinamente, una humareda roja en forma de gigantesca serpiente había atrapado a aquella pálida mujer, tras abrir sus fauces, se la tragó para luego desvanecerse en el aire, el cual terminó lleno de un olor exótico que aturdía sus sentidos. Sus oídos y su vista, aunque adormecidos, les permitieron ver con cierta nitidez a los atacantes, provocando así que las dos inventoras chocaran sus espaldas para cubrirse mutuamente. 39
La ermitaña inquilina de la antigua Villa Rumblewood, no había venido en son de guerra a la urbe, por lo que echó en falta de inmediato un ingenio para cubrir su brazo. Aquella integrante de La Liga de Dumptech fue quien la examinó tiempo atrás y que ahora demostraba tener rencillas contra ella. Replegando la hoja de su guadaña tras pulsar un botón, activó otra función de su invento y lo convirtió en un largo bastón liso con el que golpeaba extremidades de forma estratégica. Elia había oído hablar de un arte marcial practicada por los ricos que se podía practicar a mano desnuda o con un complemento de apoyo, no obstante, nunca lo había sentido a la práctica hasta entonces. La elegante danza que se desarrollaba a su alrededor noqueaba a todos quienes se le acercaban, poniendo de manifiesto que el poder no residía únicamente en la tecnología. Frente a la pericia con la que se defendía la tercera dama, los atacantes que no caían debido a los impactos conectados en sus cuerpos, buscaban enfrentar a Elia, cuyo razonamiento se veía sobrepasado por la confusión de la situación. Negándose a aceptar las condiciones que su contendiente le pretendía imponer, disparó con la mayor precisión que le permitió un cuerpo magullado por los golpes recibidos durante el encuentro con esa criatura, lesionando en el proceso a los civiles en puntos no vitales, pero dejándolos tullidos con cada disparo realizado. —Parece que se han detenido, nos refugiaremos en mi forja, sígueme —indicó señalando a su derruido hogar con el dedo. Tras hacer una mueca de desaprobación, viendo como forcejaban con sus rotas articulaciones para ponerse de pie, su homóloga accedió a continuar hasta las puertas de madera de la fragua. Tiraron con fuerza de las pesadas anillas metálicas, pero estas parecían atrancadas, rápidamente cayeron en la cuenta de que probablemente el peso de la destrucción del recinto hubiera bloqueado su entrada. —Bien, tu plan no ha funcionado. Ahora vamos a probar suerte con el mío. ¡Corre por tu vida, idiota! —ordenó tirándole de la mano. Las damas corrieron a través de los oscuros y desiertos callejones, a su paso, algunas cortinas se corrían, revelando miradas curiosas y temerosas por lo que estaba aconteciendo. Querían asegurarse de que los ciudadanos que las habían atacado no les seguían. Sin tener información de la supuesta peste, Elia se detuvo a la altura de la
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encrucijada que permitía dar con la salida al norte de la ciudad, momento en la que su compañera de combate la reprendió. —Es suficiente, nuestros caminos se separan aquí. Voy a aprovechar la noche para investigar lo que está ocurriendo. Estoy harta de huir de un lado a otro. Sin embargo, antes de que nos separemos… dame tu nombre. Puesto que si vuelves a importunarme en el futuro no vacilaré en hacerte un agujero más en el cráneo —confesó con una voz fría y cortante. —Déjate de bravuconadas vacías, tal vez encontremos pistas en el sanatorio. Si quieres ganar la guerra, sígueme. Los vencedores escriben la historia —replicó con cierto fastidio en sus gestos. La hermana de Josh Steampunk titubeó varios segundos hasta que oyó como las campanas de la guardia nocturna de la hermandad religiosa se manifestaban en las calles. Considerando eso, tomó la decisión de acompañar a esa desconocida a una casa abandonada que se hundía en la zona más sombría de la ciudad, allí donde se ocultaban asesinos y violadores aprovechando las sombras. No obstante, con la llegada de aquella pandemia cuya procedencia todavía era desconocida por la mayoría de la gente, la zona no dejaba de ser un refugio más. Nuevamente, la lluvia volvió a caer de improviso sobre la ciudad, sin respuestas y sin saber si poder confiar en aquella mujer, la inventora se recostó contra una pared. —Se hablan horrores sobre ti, entiendo que con ese humor de perros seas capaz de luchar con esos salvajes cañones. Soy Phoebe Lottie Gosling, tecnócrata de segundo rango de La Liga de Dumptech, es un placer… —escupió con una reverencia y una voz amable. —Primero intentas matarme asegurando que me pones a prueba. Después me salvas en una serendipia mortal contra esa tal Neferet. ¿Y ahora me tiendes la mano como gesto de buena voluntad? Que te parta un rayo —se quejó Elia con desgana. Phoebe escupió sangre contra una de las paredes carcomidas por la mugre y las humedades. Del techo caía agua fruto de las filtraciones, un detalle que la inquietaba, pero al cual ya estaba acostumbrada. Lidiar con una homóloga de tercer rango, es decir, una participante que no había sido reconocida como miembro de pleno derecho de la
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organización que pretendía hacerse con el control de la ciudad, era más molesto que tener un grano en el culo. —Mataste a Jaspert Rumblewood, Mortimer Badger, Josh Steampunk, has atentado contra la policía en numerosas ocasiones, se te relaciona con casos de contrabando de armas con enemigos de la asociación y has sido testigo de los secretos de las piedras mágicas. Esto solo es una pequeña parte del caos que has sembrado en los últimos meses. Tus habilidades con los gadgets son increíbles, considera que nosotros podamos enseñarte a llevarlos al siguiente nivel, además, tu combate cuerpo a cuerpo es lamentable, también podríamos instruirte —valoró mientras la miraba de cabeza a pies. Elia suspiró pesadamente, le dolía la cabeza y el corazón le daba pinchazos, a pesar de haberse alimentado correctamente. Algo extraño había ocurrido durante el encuentro con aquella indígena, tenía que haber alguna explicación detrás de aquel pulso sobrenatural en la que ella no fue más que un punto a conquistar. Quería saber a qué se debía el hecho de no haber caído presa de aquel embrujo que robó la conciencia de los civiles. —¿Qué sabes acerca de las Islas Anacrónicas? —se interesó Elia después de repasar toda la información recopilada en los últimos meses. —Se trata de un archipiélago de islotes preñado de indígenas que rezan a unas extravagantes divinidades. Mantienen la característica en común que tienen rasgos de animales letales como serpientes, lobos o peces con colmillos. La Marquesa, una compañía comercial, aunó fuerzas con mercaderes de otras ciudades para sobornar a algunos caciques para que colaborasen en una conquista. Niegel, uno de sus líderes, tiene el monopolio del comercio de esclavos para Dumptech, aunque raramente asoma por El Muelle de las Cabezas Bajas —aseguró desplegando su bastón en un gesto práctico. La oficial se acercó al centro de la sala y colocó la vara en medio del hueco de dos maderas. Acto seguido giró una pequeña rosca y pulsó un botón que emergió. De pronto, el báculo desprendió una llama roja que iluminó y empezó a calentar la sala. —Lo que hoy conocemos como «Dumptech», un día fue la Nueva Ciudad de Londres, una gran potencia militar construida sobre una explotación excesiva de los recursos y de una filigrana de redes políticas de clientelismo con otros pueblos 42
enfrentados entre ellos. No obstante, la aristocracia londinense no tenía suficiente y trató de expandirse por el continente, un gesto que salió caro a nuestros bisabuelos cuando los enemigos históricos se empezaron a uniformar bajo una misma bandera para rebelarse. Tras su victoria, la ciudad fue arrasada y convertida en este alcantarillado. —¿Entonces debo entender que pretenden usar los recursos de las islas para recuperar el prestigio perdido? —inquirió Elia con una mueca. —El prestigio solo es el vestido del poder, lo que realmente les importa es el dominio y la supremacía. En esas geografías también hay metales con propiedades especiales, también esclavos en masa. Fuerza de sangre… ¿Eres capaz de atar cabos ahora? —se aclaró la garganta antes de ponerse de pie. Antes de la contestación, un estruendo sacudió la estructura, interrumpiendo la sintonía que había entre ambas damas. Al ponerse de pie dirigiendo su atención a la puerta, vieron como esta recorría varios metros antes de que una criatura metálica tratara de ingresar al recinto, resquebrando las paredes y obligando a las ocupantes a salir de la casa. En un acto reflejo, Elia cargó contra los cristales y se impulsó a través de ellos haciendo una cruz con los brazos para protegerse. La estructura cedió completamente y destrozó parte del desgastado suelo de madera. Fuera, los ángeles volvían a orinar sobre una ciudad en silencio. Un calor intenso levantaba una neblina blanca en la zona. Sus ojos parecieron perder la vida ante un hombre mecánico de unos tres metros de altura cuya piel estaba conformada por un revestimiento metálico. De su brazo derecho sobresaltaba un cañón a la altura del bíceps izquierdo, mientras que en su extremidad derecha lucía una cuchilla lisa de acero que emitía destellos eléctricos. En las piernas sobre las que se apoyaba aquel torso mecánico con forma de ser humano, no había indicios de herramientas ocultas. —¡Galenus! ¿Qué rayos estás haciendo? —acusó la tecnócrata contra su atacante. Elia sentía una tensión encima similar a la que había sufrido en el encontronazo con la invasora. Sabiendo el hecho de que Phoebe podía guardaba relación con el tal Galenus, su confianza en ambos no era total. Los ojos dorados que coronaban al atacante destellaban de una forma tan siniestra que la sangre que corría por el cuerpo de Elia empezara a sentir calambres y como su razonamiento empezaba a fallar. Phoebe, 43
quien se movía con gestos acrobáticos, esquivando disparos y apoyándose en el urbanismo, gritaba órdenes a la recién llegada a la organización. —Siento la influencia de Neferet… ¿acaso lo estará controlando? —observó en voz alta, desenfundando su pistola—. Mal me parta un rayo por haber traído este trasto, he subestimado a la ciudad —afirmó al compás que sus ojos centellaban en un tono carmesí. Con la lluvia cayendo sobre sus espaldas, Elia estiró su figura para escudriñar al oscuro cielo por un momento. Su cuerpo suspiró una fina capa de sudor fruto del calor corporal que la recorría. Devolviendo su atención a la batalla entre la guadaña y aquella hoja de espada electrificada, la cual convertía el combate en una intensa danza de impactos entre ingenios, tomó su herramienta y apretó el gatillo repetidamente consiguiendo hundirle varias agujas en la piel. Tras percatarse de unos impactos tan ruidosos como la lluvia que chocaba contra las placas que lo protegían, liberó varios rayos de electricidad contra la tiradora, quien había echado mano de su última bomba de humo. Valiéndose de sus lentes de visión nocturna y de unos sentidos que se veían agudizados por la adrenalina del momento, Elia parecía estar bajo la embriaguez que parecía proceder de aquel artefacto que habitaba en su pecho. La sangre la llamaba de alguna forma, a pesar de tener el cuerpo saciado sin haber malgastado apenas la flema ingerida, sentía la necesidad de poder bañarse en la linfa de su adversario, quien estaba escondido bajo aquella coraza mecánica. La temeridad por el combate la llevó a acercarse a su adversario, quien lanzaba descargas eléctricas con gran precisión, pero estaba tan concentrada en esquivar y disparar casi al unísono, que fue atrapada. El brazo armado con el cañón había extendido su mano de tal guisa que la apresó por el cuello. Elia trató de disparar sin acierto alguno, sacudiendo la cabeza a un lado y a otro, apretando los dientes, era incapaz de ver como Phoebe se movía sigilosamente con su bastón tras haber ganado la espalda de aquella mole. Cualquier duda acerca del poderío de la organización que intentaba reclutarla había quedado desvanecido en aquella situación. Pronto lo quedaría oxígeno en los pulmones, unos que le ardían tanto o más que la flema en sus venas. A las puertas de la muerte, el cerco sobre sus vías respiratorias se detuvo.
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—Estúpido Galenus… ¿Se puede saber que te ha pasado? —protestó la camarada del atacante. —¿Dónde estoy? ¿Qué hago dentro del Iscariote? Este modelo de exoesqueleto sigue en fase de pruebas… —valoró una voz humana en el interior de la máquina. —Devuélveme al suelo, maldito. Tú y yo ajustaremos cuentas entonces. Parece que tenemos compañía —advirtió Elia antes de perder la conciencia. La tecnócrata había detenido a su compañero tullido de piernas y brazos, quien pilotaba la máquina gracias a extremidades biónicas conectadas con el autómata, gracias a que destruyó la fuente de alimentación en forma de cilindro que daba vida a aquella criatura. Esta se movía gracias un sistema de vapor que recogía la humedad del ambiente para tener una autonomía absoluta. —¿Qué es esto? Parece una especie de mancha de polvo de Lapis rust viridis, este material solo puede proceder de las islas. ¿Pero cómo diablos habrá llegado hasta aquí? —preguntó Elia al tiempo que las campanas de alarma sonaban. —No hay tiempo que perder, tenemos que dejar esto atrás. Odio que La Orden de Caza vaya a descubrir nuestro nuevo juguete. Sin embargo, los disturbios acontecidos en las últimas horas ya habrán puesto en alerta a todo el mundo —aseguró Phoebe desistiendo de rescatar a su compañero del vehículo. Elia, quien había empezado a recuperar el aire en los pulmones mientras tosía, tenía los ojos entreabiertos, por lo que vio como una circunferencia metálica se extendía en el suelo. Un campo de energía desconocida para ella forcejaba para arrastrar su cuerpo. La atracción que propiciaba aquel ingenio la hizo pensar en una especie de foso o puerta mientras Phoebe logró hacerla bajar de aquella mano metálica. Elia caminó hacia aquella columna sin saber lo que ocurriría, aunque prefería el riesgo antes que la certeza de lo que podría pasarle si era capturada por La Orden de Caza.
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Shusaku Ooi 5 - Heraldos de guerra Albert Gamundi Sr.
Las paredes del zigurat se estremecían fruto de los diferentes frentes abiertos. Las piedras que caían del techo eran testigos del escalado colapso de la gran estructura. Beepolite aprovechó la polvareda y la confusión que creaban aquellos estruendos salvajes para saltar sobre las rocas abatiendo enemigos con arco y saeta. La princesa Xirtra se hallaba en apariencia indefensa en un trance espiritual fruto de la invocación de la deidad y sus planes de supremacía entre los planos existenciales. Recuperada también por mediación de Te’noi, la amazona confió una pieza clave de la rebelión en sus hermanas, las cuales debían haber tomado el arsenal y habrían capturado las versiones innovadas de sus equipamientos de combate. Fruto de los años de encarcelamiento, la reina amazona había desarrollado y perfeccionado unos instintos naturales para sentir las vidas de los insectos. Forzada a pelear por su vida con regularidad, todas las noches valoraba todas las posibilidades de vengarse de ellos. Una vez liberada debido al motín, empezó a sentir como las vidas de ambos bandos eran segadas por debido al conflicto. Aquella sensación de victoria la motivó para que sus brazos adoptaran la forma de dos enormes aguijones, en un último salto, colocó los pies en posición previamente para impulsarse y empezar a girar sobre sí misma, buscando emplear su técnica más temeraria, el injerto de la reina. Sin embargo, aquella barahúnda alertó a la soberana, quien redobló las capas del escudo protector que había levantado. El choque de poderes levantó una poderosa onda expansiva que resquebró el suelo bajo los pies. La descendiente regia arrugó sus expresiones faciales en un esfuerzo titánico. Mantener la puerta abierta para su amo y sostener un escudo protector energético contra aquella improvisada broca le estaba costando la propia vida. Entonces, Krasrnya desvió su atención del manejo de Dalla Bertghora para imbuir a la canalizadora con más poder, controlando su cuerpo, pero descuidando su guardia en el proceso su protección.
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—¡Por la reina! ¡Disparad, hermanas! —gritó una voz femenina desde algún rincón de la sala. Una salva de flechas acosó la protección mágica provocando que estas quedaran atrapadas en mitad de aquel velo trasparente. En su interior, las muestras de la letal lluvia ácida que amenazaba a las cúpulas se filtraron salpicando a la taumaturga. Xirtra, cuya conciencia seguía despierta en su propio cuerpo, se sobrepuso por cinco segundos al control de la divinidad en los que buscó sacarse de encima aquella substancia, descuidando su defensa. —Recuerdos a tu padre de mi parte… —gruñó la reina amazona una vez que el escudo cedió. En un acto reflejo, la soberana bioniscolopetia liberó una onda energética que repelió los proyectiles y desvió a Beepolite, quien había cargado cuchillo en mano contra ella. El impacto de las sagitas perfeccionadas destrozó el muro ceremonial que contenía la puerta por la que la energía planar fluía. Bursigojo, quien se resistía a abandonar su vida, seguía luchando con torpeza contra un Shusaku desarmado que fortalecía sus patadas y golpes de artes marciales, expulsando la energía radioactiva que le quedaba, debilitando lentamente su última forma tengu. Los espíritus de las hojas se hallaban débiles después de haber resucitado a aquel temerario espadachín por segunda vez. Sin poder suficiente con el que reforjar nuevamente sus espadas, los maestros armeros sacrificaron todo lo que les quedaba para ganarse el descanso eterno, convirtiendo al espadachín en un contrincante capaz de enfrentar a un dios. Contrariamente al esgrimidor, los artesanos, quienes eran prisioneros del acero maldito, recordaban las promesas del poderoso espíritu maligno que habitaba en los lingotes forjados con minerales rarísimos de la isla natal del sol. Con el cuerpo agujereado por los repetidos impactos de la corrosiva energía que abandonaba lentamente la figura de su contrincante, el General Bursigojo incorporó su cabeza haciendo uso de las últimas fuerzas que le quedaban en el cuerpo. Su interlocutor lo miró con una mirada inyectada en sangre mientras desentumecía la pierna derecha preparando el golpe de gracia. «¿Me vas a dar una muerte rápida después de todo lo que te he hecho pasar? Creía que tú y yo no éramos tan diferentes», el enemigo se dirigió telepáticamente a él. 48
Pero el verdugo, quien ya conocía las maneras de aquella especie parasitaria, cargó toda la energía radioactiva que le quedaba a su cuerpo en la pierna derecha mientras pivotaba sobre su pie de apoyo. El impacto fue dibujado en diagonal y cruzó su torso, elevándolo con toda la rabia contenida. Su ascenso fue divisado por las vivas miradas de unas damas, quienes lo estaban dando todo con alabardas contra los insectoides enemigos, al tiempo que Ooi le dedicó una réplica de despedida. —En efecto, tú y yo no éramos tan diferentes. Hay alguien con quien quiero ajustar cuentas y tal vez beber algo. Hasta entonces, espérame en el Yomi —comunicó al tiempo que las escamas bajo la armadura le caían de forma lenta pero inexorable. Mientras esto ocurría, el oriental desarmado contemplaba impotente como su oponente caía en señal de respeto bajo la atenta mirada de aquel ciempiés gigantesco que se trataba de abrir paso con grandes esfuerzos a través de los planos espaciales. Dalla Bertghora, quien había dejado de estar bajo el control del enemigo, extendió sus brazos a ambos lados y abrió dos agujeros de gusano que se abrieron en el espacio. De un plano paralelo recuperó sus legendarias hachas conocidas como Hijas de Surt, dos hachas cuyo mango era tan largo que requerían de dos manos para sostenerlas. El metal se hundió en el suelo con un potente estruendo que creó una fisura en el suelo, revelando un oscuro vacío. —Escúchame bien, gusano, cúbreme el culo mientras desato mi forma definitiva. Como skaldmö no podría tener el mayor honor que el de morir tras matar a un dios — ordenó tras asestar un puñetazo mortal a un asaltante de su envergadura. El oriental reparó de inmediato en que no pudo desplazarse por un segundo. Rápidamente, reparó en que él, juntamente con Dalla y Beepolite, eran los únicos que se podían mover en el campo de batalla. Descendiendo en un relámpago, Te’noi apareció frente a ellos retirándose la capucha para revelar su aspecto de lagarto. —Bakhit está teniendo serios problemas para destruir el núcleo de la nave. La princesa Xirtra había previsto que todo ocurriría y se ha atrincherado en la cámara central. Si la matamos, tal vez debilitemos a Krasrnya y podamos hacerlo retroceder al plano onírico. Este es el plan, Ooi, recoge las zarpas de Bursigojo en lo que tus adminículos terminen de ser reparados y trata de hacer retroceder al enemigo. Beepolite, sus amazonas y yo nos abriremos paso para asistir a Aleia. ¡No muráis! —clamó con voz seca. 49
Una vez dio las instrucciones, el tiempo volvió a su cauce natural y un resplandor emergió de las hojas rotas, las cuales ahora estaban envueltas en una esfera de energía dorada centellante. Figuradamente, el ritual de kintsugi estaba considerablemente avanzado, pero todavía le faltaba para estar completo. Los contendientes repararon que las fuerzas más temibles de los bioniscolopetia que restaban a su alrededor se habían dividido y venían a por ellos. —Gusano, no, Shusaku Ooi ¿recuerdas el motivo por el cual nos reclutaron? — preguntó Dalla desprendiendo un calor insoportable. —Ellos tienen la tecnología, pero nosotros tenemos el poder para desafiar a su imperio, Bertghora —confirmó acercándose a Bursigojo. Con una metamorfosis que se debilitaba de guisa cada vez más perceptible, se puso frente al cadáver de tan odiado adversario. Entonces le hundió la bota derecha en la articulación glenohumeral para tomar el brazo por la muñeca y tirar con tanta fuerza de la articulación hasta arrancarla de la carne. La sangre manchó aquella siniestra máscara sobrenatural, quien bajo esta sonrió satisfecho. No obstante, los ciempiés antropomorfos se abalanzaron sobre él. —¡Malditos insectos!… —gruñó viendo por el rabillo del ojo izquierdo algo inquietante. De la boca del dios ciempiés estaba emergiendo lo que parecía una especie de huevo de color negro envuelto en relámpagos de una tonalidad verdosa, que desprendía un calor de altas temperaturas. Los dos amotinados sabían que algo malo estaba por ocurrir, a pesar de ello, la transformación todavía no terminaba y el excampeón de Xirtra no disponía un segundo para rearmarse. Mientras, en la sala del núcleo central, la cual estaba protegida por siete miembros de un clan de monjes guerreros orientales, Bakhit y su escuadrón, compuesto también por luchadores de épocas y geografías heterogéneas, estaban sudando sangre después de haber visto sus filas mermadas tras brutales enfrentamientos a través del arsenal, los cuarteles y haber tenido que enfrentar a sus propios camaradas poseídos en el criadero. De los cincuenta gladiadores que habían partido con él, entre los que se hallaban algunas amazonas segregadas de sus camaradas por sus habilidades por encima de la media, las cuales habían sido sujetos de prueba para experimentos biológicos. 50
—Habéis llegado muy lejos, campeones de Bursigojo, lamento deciros que vuestro viaje termina aquí. Ahora, descansad en paz, yo me ocuparé del núcleo —anunció la voz del gobernante retumbando entre las paredes. Bakhit acomodó su escudo para cubrir desde su barbilla hasta su rodilla con la vara lista empalar a cualquier adversario que se le acercara. Tras de él, sus camaradas del continente asado, quienes tenían la cara marcada con la sangre ácida de sus enemigos, sacudían al aire sus hachas, martillos y lanzas en señal de batalla, mientras que en última fila se hallaban las amazonas listas para ejecutar a sus ofensores. —Princesa Xirtra, siempre escondiéndote detrás de tus subordinados. Deberías tomar ejemplo de la reina Hipólita, quien murió defendiendo a su pueblo junto a sus hermanas Antíope y Melanipa. No pretendas ser emperatriz si apenas eres una fémina honorable —la acusó apuntándola con la pica. Pero la noble insectoide hizo caso omiso a las provocaciones. Ella se limitó a caminar hacia la columna central que atravesaba toda la sala, posó sus veinte brazos sobre esta. Y tras liberar un impulso mágico, esta se tornó polvo de inmediato. La esfera rápidamente absorbió a aquellos poderosos soldados e intentó hacer lo mismo con la dama, quien la sujetó con sus garras y sumó el poder de esta a la potencia mágica que había entrenado toda su vida. —Es hora de que nos divirtamos un poco. Si muero, esta nave espacial impactará contra el suelo en cinco minutos. No obstante, yo podría sobrevivir a la explosión, pero esto no sería divertido. Además, voy a demostraros que yo no contemplé los espectáculos en las arenas únicamente como divertimento o para la selección de los cuerpos de nuestro ejército. Yo seré la mano ejecutora de los deseos de Krasrnya — afirmó mientras realizaba una danza envuelta en un escudo protector. —Cómo si fuéramos a dejarte que te transformaras... ¡A por ella, hermanos! — bramó Bakhit cargando ferozmente con su herramienta. La barrera protectora que la cubría repelió con un solo gesto todos los ataques en cuánto los metales chocaron con ella. En su interior, Xirtra retraía sus brazos, mientras su tren inferior adquiría una forma serpenteante en la que se desarrollaban cien patas diferentes, estas se montaban a lo largo y ancho de aquella cola de color ocre. La ráfaga que estaba desatando levantó un muro de escudos para tratar de soportar aquella 51
ardiente luz que obligó a los soldados a retroceder sobre un puente de acero que parecía verse afectado por la energía que despedía la dama. El general consideró que la estructura no aguantaría y volver atrás no era una opción, su honor no se lo permitiría. —Como no necesito que sigáis vivos para aprovecharme de vuestros cuerpos, puedo mataros tranquilamente. Krasrnya sabrá recompensarme por mi lealtad y vuestras carcasas servirán a nuestro gran proyecto de invasión. Venid como queráis, heraldos de guerra —proclamó doblando su cola hacia arriba para liberar un ataque de aguijones. Desobedeciendo el grito de orden del soldado del continente asado, sus más temerarios hombres cargaron hacia delante con sendos escudos, bloqueando parcialmente aquella tormenta de filos ácidos que devoraba los materiales. Confiaban en su superioridad numérica frente a un adversario que luchaba de forma deshonrosa y que los espíritus velarían por ellos después de una muerte definitiva, pero el resultado no pudo ser más desastroso. Aquellas agujas tenían una naturaleza mágica, la cual injertó huevos genéticamente modificados en sus cuerpos, dando paso a una nueva generación de soldados, los cuales emergieron gracias a los parásitos criados en su interior. —La reina Hipólita fue profanada por medios similares en los laboratorios. Pero ella logró mantener su cuerpo bajo su voluntad tras un gran esfuerzo —exclamó una de las amazonas apuntando con el arco a uno de sus hasta ahora camaradas. Xirtra dio la orden de ataque a los cinco rebeldes que se lanzaron contra ella antes de alegar que tenía asuntos más importantes que atender. En cuánto se dio la vuelta, una lanza atravesó su pecho con una puntería apolínea. —Tú no vas a ninguna parte, vieja bruja. Pagarás en nombre del imperio. Si con tu muerte puedo poner fin a esto, me iré gustoso al inframundo. Estoy seguro de que Te’noi podrá rescatar a mis hermanos de armas de esta infernal prisión —aseguró Bakhit desprendiendo un aura grisácea. —Permíteme que discrepe de ti… —inquirió la gobernante con voz seca. Sin inmutarse, la bioniscolopetia posó una de sus manos sobre el artefacto astado y esta salió despedida de su cuerpo recorriendo toda la trayectoria que había sobrevolado hasta hundirse en sus carnes. El agresor recogió sus medios, instantes antes de sentir como toda la estructura del zigurat temblaba de forma violenta.
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—Krasrnya ha entrado en nuestro plano existencial. Tenemos que terminar rápido con esta trifulca y escapar al pasado. Que Laeyeen, el espíritu leonino, inspire nuestros combates —rezó mientras valoraba las posibilidades que le ofrecían los venenos. Pero la sirvienta de la eminencia no estaba dispuesta a dar tregua a aquellos desconcertados y ligeramente desanimados rebeldes. En la distracción empleada para untar la hoja con el último frasco de ponzoña paralizante del que disponía, la hechicera lanzó un hechizo de regeneración sobre sus lacayos derrotados, devolviéndoles la vitalidad e insuflando en ellos un ánimo redoblado para el combate. El renovado embate provocó el retroceso de sus camaradas y lo llevó a ponerse inconscientemente en primera línea de combate, a pesar de que su cuerpo ya hubiera sido corrompido por toda clase de magia e ingeniería genética, todavía le quedaba una parte de humanidad a la que aferrarse. Entonces, en mitad del choque de escudos, Bakhit descubrió el punto débil de su opositora. Ella no era una guerrera por naturaleza, se podría beneficiar de su inexperiencia militar y, con ella, encontrar una apertura en lo que parecía una hermética defensa. A pesar de que aparentemente parecía invencible, y que eventualmente serían derrotados tanto por el fuego enemigo como por el agotamiento, se forzaba a confiar ciegamente en su escuadrón y en él mismo, al tener asimilado que los espíritus únicamente ayudan a quien merece su apoyo. Una presión aplastante arrodilló a Dalla y a Shusaku en la cámara de Xirtra, el huevo que había vomitado la criatura empezó a eclosionar. La doncella teóricamente había culminado su transformación, su cuerpo dobló su tamaño; Ahora era capaz de sostener cada una de sus pesadas hachas con una mano, mientras que sus facciones faciales se habían deformado de una forma siniestra, pero lo que más le llamó la atención fue que sus ropajes compuestos de pieles y malla ahora ardían bajo un manto de fuego que no consumía los materiales. Confiada y sin esfuerzo alguno, lanzó al aire ambas hachas al mismo tiempo y recogiéndolas por el mango sin el menor esfuerzo. La mujer miró a su alrededor, su compañero de armas seguía repeliendo a sus adversarios valiéndose de toda clase de habilidades y artimañas, pero despojado de sus espadas, las cuales todavía flotaban en el aire. Seguían inmersas en aquel ritual que debería devolverlas a su esplendor para un último combate.
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«Reconozco vuestro valor y vuestras tradiciones, así que acabaré con vosotros a
vuestra manera, de igual a igual. Una vez haya consumido vuestras vidas, aplastaré esta fútil rebelión y daré rienda suelta a mi cólera. ¡Dalla Bertghora! ¡Shusaku Ooi! ¡Enfrentad mi poder!», los desafió telepáticamente la voz de la divinidad. El espadachín asestó un cabezazo al último contendiente en un acto de desesperación. Tanto tiempo había pasado combatiendo con sus dos hojas sedientas de sangre que se sentía extraño sin ellas. Era una sensación propia de haber visto ambos brazos amputados. Acorralado en aquella situación de vida o muerte, su cuerpo se movía acorde a los movimientos de combate ejecutados durante los tiempos pertenecientes a aquellas memorias perdidas anteriores a aquel futuro salvaje devastado por la ciencia. —Respira, campeón de Xirtra, te dejaré recoger las cuchillas de Bursigojo si así lo deseas. Quiero que esta sea una pelea justa, pero os advierto que no tenéis la más mínima posibilidad contra mí —retumbó ahora una voz procedente del cascarón. Sin titubear un segundo, se colocó las garras de tipo Tekagi-Shuko de color ébano que arrebató a Bursigojo sin apartar la mirada un solo segundo de aquel fétido y oscuro óvulo del que emergía aquella terrible gravedad. A cada paso que el avatar de la divinidad daba, el suelo temblaba bajo sus pies. Su figura antropomorfa iba ataviada con un peto que cubría la parte superior de los brazos y descendía en tres tiras protectoras sobre las piernas y el centro de gravedad. La cara de su contrincante quedaba oculta bajo un pañuelo que únicamente mostraba los negros y brillantes ojos de insectoide y parte de la nariz, revelando aquella tez de color terroso oscuro que acorde con el tono de su creador. Para hacer frente a un samurái imbuido por espíritus malignos, su oponente había decidido volcar la mayor parte de su poder disponible en manifestarse como un monje sōhei. La guerrera se mordió el labio en señal de frustración, a pesar de que se había acostumbrado a su estilo de combate, únicamente tenía el testimonio en sus carnes de haber combatido contra sus homólogos poseídos por aquellas criaturas. «Muj… no, Dalla. Si peleamos contra él por separado nos matará a los dos. Así que
te lo diré sin rodeos, unamos nuestras fuerzas para acabar con él. Tengo un plan en mente que puede funcionar», le comunicó telepáticamente.
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«Más te vale que funcione…», replicó con una mirada amenazante.
—¿Habéis terminado de encomendaros a vuestros inferiores dioses? Si es así, venid a por mí —exclamó su contrincante adoptando una posición de guardia con su herramienta. Bertghora cargó frontalmente contra él utilizando ambas hachas para cubrir su rostro de un ataque directo. Fingiría realizar un embate con ambas en el último instante para volver a cerrar su guardia con los instrumentos y de esta manera aplacarlo en un impacto directo de toma de contacto. Sin embargo, el dios ciempiés permaneció quieto en la retaguardia, observando la carga. De la misma forma en la que Shusaku esperaba el momento exacto para entrar en acción sin arriesgarse a dejar su plan en evidencia. En cuanto los dos rivales estuvieron a escasos metros, el defensor clavó su filo en el suelo, saltó lateralmente poniendo su figura en posición horizontal y atrapó la cabeza de Dalla, quien no pudo corregir su movimiento. Con un elegante giro de piernas, aprovechó su inercia y aplicó maña para que la presión la hiciera ascender. A continuación, los ojos del monje brillaron de forma escalofriante. Habría triunfado en su intención de darle un golpe de gracia si no fuera porque las hojas de una de las TekaiShuko se hundió en su hombro, penetrando piel, carne y hueso, asomando al otro extremo del cuerpo. Descaradamente, Shusaku se deshizo de la otra garra con gesto amenazador. —Admito que he estado embriagado por mi sed de sangre desde que soy capaz de recordar. He despreciado a todos aquellos que no he considerado mis iguales y he perdido la confianza de mis hojas, la extensión de mis brazos. Quién sabe cuánto aguantaré en este estado, pero de una cosa estoy seguro, si quieres matarla a ella, lo harás por encima de mi cadáver —amenazó con unas palabras salidas de su interior. Repentinamente, una luz cegó a todos los presentes en la sala. Una tormenta de relámpagos tomó forma de la nada y se manifestó como una especie de tengu con alas que llamó al batallador, quien vio como delante de sus ojos se hundían en el suelo tanto su catana como su wakizashi totalmente reforjadas y con una pátina dorada en las zonas en las que los metales habían sido ensamblados nuevamente. —¡Ja! Tus hojas únicamente lucen un poco más ornamentadas. El resultado va a ser el mismo —bravuconeó el avatar de la Krasrnya. 55
Mientras el soldado recogía ambos aceros y los blandía, acomodando rápidamente su mano a aquellas empuñaduras todavía calientes, sentía como los espíritus de los herreros se consumían poco a poco, junto a su forma de portador de guerra. El tiempo apremiaba, por lo que le apresaba ver si su plan funcionaría correctamente o, de lo contrario, todo terminaría en un estrepitoso fracaso. Con la atención de los dos insectoides centrada en el samurái, quien se preparaba para ser atacado por la letal velocidad del avatar de Krasrnya, la metamorfoseada mujer descargó su peso muerto con las dos hachas en alto para golpear la parte superior del Gran Ciempiés, revelando su punto débil. A lo largo de su enfrentamiento, el japonés había notado que aquella criatura únicamente podía manifestar su influencia en un recipiente a la vez, dejando a un lado su esfuerzo por abandonar el plano onírico. Supuso que engendrar a un vástago al que concedió una parte de su estremecedor poder, su cuerpo tangible se tornaría vulnerable a sus ataques, por consiguiente, necesitaría valerse de su magia para regenerarse, desgastando todavía más su energía. Separado de la princesa Xirtra, quien a su vez también se había llevado una parte importante de su poder, si sus hojas fueran capaces de aguantar una intensa trifulca a la máxima potencia, tal vez podrían expulsarlo del plano existencial, logrando así que Te’noi pudiera emplear la puerta de los bioniscolopetia para regresar al pasado. En cuanto el acero en llamas de Dalla Bertghora penetró en la robusta espalda de aquella criatura, esta chirrió de dolor. A pesar de que en el último momento logró desplazar su figura, había tenido problemas para enfocarse en los dos contrincantes a la vez, puesto que su dominio de aquella marioneta no era perfecto. Por su parte, el guerrero del sol naciente chocaba el acero en su infructuoso intento de cortar a su rival. En él veía a Bakhit, cuyas habilidades y hoja emponzoñada tantos problemas le dieron, siendo esta una motivación más para dar rienda suelta a sus designios de ganar. El guerrero del continente se había quedado solo en la lucha contra una desgastada Xirtra, quien parecía perder el control de su magia. El veneno paralizante había afectado directamente a sus músculos y estaba afectando a su psique, aquello provocaba que el núcleo de energía de la nave, el cual amplificaba sus poderes, empezara a causar estragos en su interior. En contra de lo que estaba planeado, aquel veneno cuyas propiedades habían sido manipuladas en el arsenal, no circulaba por el riego sanguíneo 56
de los enemigos de los bioniscolopetia. El aura espiritual que recubría su cuerpo se desvanecía por segundos, su cuerpo estaba magullado y sangraba por diferentes partes. La sacerdotisa también estaba en su límite, su contrincante se mantenía de pie gracias a su débil vínculo con los espíritus, a pesar del espacio y el tiempo. Sin un escudo con el que protegerse, el cual había perdido despachando a la desesperada a unos camaradas que no hacían más que ponerse de pie una y otra vez, se vio únicamente con la lanza en mano como último recurso. Ante aquella situación desesperada, su cuerpo le evocó las emociones de su primer enfrentamiento con una bestia alienígena en su tierra natal, sintiendo nuevamente las sensaciones de un combate ritual en el que debía vencer. —Voy a poner fin a tu vida con un último movimiento. Sé que probablemente me va a costar la vida, pero si esta es la que debo dar para salvar a millones de ellas, moriré para siempre con una sonrisa en los labios —amenazó adoptando una postura original. Beepolite y Te’noi finalmente llegaron al puente que conectaba con la extensa plataforma en la que los dos contrincantes se preparaban para darse el golpe final mutuamente. La cronoraptora era consciente de que el resultado del combate sería crucial para el éxito final de su fuga, por lo que habló telepáticamente a la reina de las amazonas, a quien pertenecía el derecho de vengarse en nombre de todas, para darle unas arriesgadas instrucciones finales. —No estoy de acuerdo contigo, pero todo sea para poner fin a esta pesadilla — sentenció la líder en voz alta acomodando una flecha en el arco.
Nota del autor: ¡El arco de la prisión bioniscolopetia finalizará en Moulin Noir VI!
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Abril Bailei Capítulo cinco - Máscaras. Siempre oculto, siempre tuyo. Víctor Grippoli Carlos se colocó su gabardina marrón y observó a su mujer. Abril ya estaba lista para salir, llevaba su traje de cuero negro ajustado, varias cruces de plata colgaban de su cuello, al costado pendía un bolso del mismo material en el cual había colocado hechizos seleccionados. El blanco cabello pareció brillar cuando lo alumbró la luz que manaba la piedra que le había dado Demian. —Querida, ¿es hora? —cuestionó el gallardo detective. —Ya siento el lugar a donde vamos, comienzo a entender la magia de esta piedra. ¡Sí, el cuerpo múltiple ya está atacando! Vamos a realizar una teleportación peligrosa. ¡Abrázame! Mientras, en el hogar maldito, Juan se desnudó y se acostó en el centro del living. Ya no era un lugar seguro ningún lugar de la casa. Cientos de velas estaban encendidas y ahora comprendía que el demonio estaba en su interior. La fuente del mal estaba ahí. ¡Debía ser extirpada! Sus hijas también se retiraron la ropa y Gabriela comenzó a hacer gestos con el cuchillo de grandes proporciones. —¡Voy a rescatar a mi padre! Comenzaré a cortar. ¡Ya es hora! —dijo. Empezó haciendo un círculo con un triángulo dentro. La punta laceraba la piel pero el hombre aguantó el dolor. Necesitaban ese símbolo de protección. Al instante pareció que el demonio se iba hacia la oreja izquierda, entonces la rebanaron entre un terrible alarido. ¡No! Se había movido de nuevo. Parecía estar debajo de la piel de la cara, comenzó a pelarlo minuciosamente. ¡La sangre no dejaba de teñir todo el piso! Juan se dejaba aunque el dolor era espantoso. Debía hacerlo por sus hijas. Ya estaba sin buenas secciones de su piel. Su oreja cortada yacía al costado del cuerpo, que comenzó a convulsionarse por el shock, la espuma llegó a la boca y después de una sucesión de violentos espasmos, el hombre cayó muerto. Las dos hijas se miraron, al parecer lo habían logrado. Gabriela miró a su hermana, había algo en sus ojos, se veían nublados, oscuros. ¡El demonio había ido a su cuerpo luego de morir el progenitor! 61
—Ahora está en ti. ¡Lo veo! —pronunció con los ojos inyectados en sangre. —¿Qué dices? Papá no se mueve, lo mataste… ¡Ibas a salvarlo y lo asesinaste! ¡Tú eres el demonio! ¡Eres tú! En ese instante se hizo presente un fuerte estallido de luz, tomó forma el portal de viaje y del mismo surgieron Abril y Carlos. Ellos podían ver lo que las muchachas no, sobre ellas estaba la forma espectral del multicuerpo. Decenas de bocas babeantes y lubricadas se alimentaban del pecado que las dos muchachas acababan de cometer. No había ningún demonio dentro del padre o de ellas. ¡Habían sido víctimas de los oscuros designios de un ser que se alimentaba del dolor! Las dos muchachas gritaron desesperadas al verlos llegar, pensaban que era otra jugada de los seres del averno. Abril le arrojó a Carlos un frasco lleno de agua bendita y este bañó con él a las dos mujeres. Inmediatamente salieron de la prisión enfermiza en la que estaban sumidas hace semanas. Apenas recordaban lo que habían vivido. ¡Ahora el cadáver de su padre yacía bañado en sangre! —¡Vengan conmigo! ¡Tomaremos algo de ropa y nos iremos de aquí! ¡Solo ella puede vencer a ese engendro! —Carlos les tendió la mano y los tres salieron a toda velocidad del living. El cuerpo múltiple seguía cambiando de forma; era presenciar la unión enfermiza y aleatoria de decenas de segmentos humanos que se configuraban una y otra vez. ¡Fijar la vista en algo tan abyecto podía volver loco a cualquiera! —¡Maldita bruja! ¡No te entrometas en mis asuntos, esos tres me pertenecían! ¡Con su energía podía abrir el portal para que Los Antiguos regresaran! —¡Tú no vas a invocar a nadie! ¡Voy a matarte y luego iré por Gustav! ¡Ya no hay escapatoria! —Mira quién nos juzga, la que mataba niños y mujeres bajo las órdenes de Demian. La perra que hacía el trabajo sucio de esa secta. ¡Tú también estás llena de pecado! ¡Tal vez si te mato pueda unir la suficiente energía! Sí, estás llena de magia y me será muy útil.
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Abril sintió como decenas de brazos la tomaban por todas partes. La criatura estaba buscando la forma de violar sus protecciones y aniquilarla. ¡Y parecía que lo estaba logrando! Carlos salió de la vivienda con las dos muchachas semidesnudas. Ambas no dejaban de llorar al entender que su padre estaba muerto. —¿Qué sucederá ahora? ¿Quiénes son ustedes? —le preguntó Silvina, con claras muestras de desesperación. —Nosotros somos los únicos que en realidad podemos salvarlas. Ella puede usar la Alta Magia. ¡Ahora tiene que detener a esa basura! En ese instante sintieron una pavorosa explosión dentro del PH, los vidrios de las ventanas salieron volando en mil pedazos y dentro todo parecía un maremágnum de fuego infernal. La piedra de Demian volaba entre ellos y manaba una luz blanca e imperecedera. Las llamas parecían no afectar a la hechicera y el cuerpo múltiple se reconstruyó en una figura masculina con sotana negra y ojos penetrantes. ¡Era el cura que había ayudado a las muchachitas! —¡Has tomando la forma de un hombre de Dios! ¿Acaso no tiene fin tu perversión? —Lo dice la chica que se llevaba muy bien con las monjas. ¡Qué ironía! ¡Yo puedo leer dentro de tu mente! El pasado me es revelado. Y entiendo cosas que te has negado a ver. ¡Es más importante que nunca matar a Demian! —¡Que no te importe eso! ¡Ahora es entre tú y yo! —le escupió la mujer del blanco cabello. El cura demonio levantó su mano derecha y se hicieron presentes varias calaveras gigantes, estaba invocando a la muerte con su gesto. Varios de los cercanos habitantes de la vivienda cayeron víctimas de infartos y con esa energía oscura, la provocada por el temor y la angustia de los familiares, se generaron poderosas espadas que comenzaron a volar por el aire. —¡Es hora, Abril Bailei! ¡Sufre mi furia! —Las espadas tomaron vuelo y la mujer comenzó a esquivarlas con ágiles piruetas, desenfundó sus pistolas y quebró varias con las balas bendecidas. —¡Vas a necesitar más que eso para detenerme! 63
A pesar de la gran puntería que hizo gala, varias de las hojas lograron hacer cortes en su figura. La sangre salió despedida en varias direcciones y le salpicó el rostro níveo. Inmediatamente realizó un hechizo de bolas de fuego con seguimiento que tomaron altura y destruyeron con una serie de explosiones a las espadas restantes. Pero con un nuevo pestañeo ya no estaba en la Tierra. Estaba claro que era uno de los múltiples planos, se hallaba en una iglesia con grandes ventanales. La noche había soltado su negro manto y las constelaciones que se contemplaban no eran las de siempre. Recordó los estudios con El Gremio, aquella forma estelar era propia del Plano 23. ¡Los demonios ganaban poder en algunos planetas de aquella dimensión! El cura salió de la nada llevando un cuchillo en su mano y se arrojó contra ella, la hizo perder sus pistolas con un tajo certero. Ese corte había dolido de verdad. Un poco más arriba y podía haberle cortado una mano. —Tu poder puede crecer aquí, pero no he venido sin nada. ¡Tengo los altos amuletos de la Cábala Draconiana! ¡Te vas a retorcer de dolor! —¡Pruébame! ¡Yo soy el elegido de Los Antiguos! ¡Eso es mera mierda pagana! Abril arrojó el amuleto al suelo. El mismo parecía un destartalado atrapasueños, algo inofensivo y propio de la superchería. Este no era el caso, aquella cosa comenzó a generar inmensos rayos de poder blanquecinos que atacaron violentamente al cura. Comenzó a gritar y quemarse, la sotana ardió en un mar de llamas e inmediatamente el demonio comenzó a aullar. La máscara humana que era su rostro se deshizo, debajo mostraba la efigie perfecta y femenina que era su verdadera forma. El cuerpo múltiple perdió definitivamente el envase humano y de nuevo se convirtió en un asqueroso amasijo caótico de miembros, bocas y ojos de los más diversos tamaños. Aquella masa se agitaba nerviosa y trataba de invocar una nueva oleada de poder para salir del influjo del que era víctima. Abril no iba a permitir eso, invocó el cubo de tres lados con sus runas rojas, era como si la misma lava las hubiera escrito. Aquella figura se cargó de energía y la emanó hacia la mujer de negra vestimenta. Las llamas llenaron sus manos y las clavó en las profundidades cárnicas que le hacían frente. Lo último que se escuchó del cuerpo múltiple fue un alarido que era capaz de hacerse sonar entre las dimensiones. La masa de miembros se desintegró en una vorágine de 64
sangre y vísceras que quedaron diseminadas por una amplia extensión. Ella había vencido, pero la preocupación la invadía, ¿Carlos y las chicas habrían sobrevivido cuando la masa reclamó la energía vital de tantas personas? Inmediatamente abrió un portal de viaje entre los planos y se introdujo con premura por él. Gustav ya estaba enterado de la muerte del cuerpo múltiple. Ni un demonio con tanto poder había sido capaz de vencer a Bailei. Eran muy malas noticias… La Dominicaine se movía por la habitación de la mansión, su rostro seguía desfigurado y el cuerpo se contorsionaba de forma monstruosa. No era la primera vez que recibía lesiones capaces de matar a un ser humano normal. —¡Yo voy a terminar con ella! Nadie me sacará ese placer, después voy a traerte sus restos para que te diviertas con ellos. Te lo prometo, querido mío. —No irás sola la próxima vez. Eso te lo aseguro. ¡Tenemos que terminar con esta amenaza! En ese momento se hizo presente una figura misteriosa, llevaba un gran manto largo que llegaba hasta el suelo, un collar de calaveras y un báculo con extraños símbolos paganos. Su rostro estaba marcado por pliegues de arrugas, debía ser extremadamente anciano aunque se moviera con la agilidad de una gacela. —Los Antiguos han hablado desde el exilio, todo salió como estaba planeado, la muerte del cuerpo múltiple había sido buscada. Es una de las claves que necesitábamos. Gustav, no podíamos permitir que lo supieras, debes ser menos impulsivo. Tú hubieras evitado que muriera y cumpliera con sus designios. Ahora debemos iniciar la nueva fase de nuestro plan. Hay un pequeño pueblo en el interior del país con mucha energía oscura, debemos acudir al mismo y comenzar a mover los hilos. Tenemos que generar tragedia y dolor. La sangre debe fluir y llenar las calles. ¡Ustedes serán los encargados de esa noble tarea! —Entiendo… Planes dentro de los planes, conspiraciones dentro de las conspiraciones. No se podía esperar menos de nuestros señores. ¡Ya mismo iremos a cumplir con lo ordenado!
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El señor de las sombras sonrió y fue acompañado en el sentimiento por sus subordinados que le regalaron una reverencia. Las fuerzas de la oscuridad iban adelantando sus designios. Abril se materializó al lado del destruido PH. La policía ya estaba llegando junto con los bomberos. Todo el mundo estaba aterrorizado por las repentinas muertes tan misteriosas. —¡Carlos! ¡Están vivos! —pronunció con los ojos en lágrimas. —Por poco, gracias a los amuletos que me diste. Muchos cayeron muertos como moscas. ¿Pudiste con él? ¿Lo mataste? —Sí, está bien muerto. Los hemos derrotado. Por ahora… ¿Cómo están las muchachas? —Asustadas. Necesitan atención médica. Voy a hacer que una ambulancia se las lleve al hospital. Se culpan por lo sucedido. —Pobres víctimas. Ellas no querían matar a su padre. Fue ese maldito demonio que se apoderó de sus mentes haciéndose pasar por un cura local. Quería alimentarse de su dolor. Es angustiante. Las fuerzas del orden se hicieron presentes y se llevaron a ambas para que recibieran atención psicológica. No dejaban de temblar y llorar cuando las subieron a la ambulancia. —¿Crees que estarán bien? Voy a tener que llenar los informes y no va a ser tarea fácil. Hay muchas cosas que explicar. —Imagino que un detective experimentado será capaz de hallar todas las respuestas necesarias. Tal vez alguna especie de demencia temporal… —Ya me las ingeniaré. Ahora vamos a casa, estoy harto de todo esto. Se fundieron en un abrazo que remataron con un pasional beso. Era bueno tener cerca al ser querido. Pasaron las semanas y no hubo novedad de los enemigos. La ciudad estaba tranquila, hasta demasiado. Caía la noche y la pareja disfrutaba un café. Abril hojeaba un par de conjuros mientras conversaban. En ese instante sonó el teléfono. Carlos lo atendió, 66
escuchó unos segundos con mucha atención lo que le decían. Inmediatamente, Abril dejó de mirar los papeles. Algo estaba pasando. —¿Quién llamó? ¿Qué ha pasado? —cuestionó la fémina y ambos se miraron sabiendo que no vendría algo sencillo. —Vamos a tener que ir a un pueblito no muy lejano. Están sucediendo cosas, de esas que suelen interesarnos a nosotros. El lugar se llama San Patricio.
Continuará en una nueva aventura.
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Abril Bailei El caso de la lengua perfecta Víctor Grippoli
El muchacho no tenía más de veintinueve años, esbelto, dorado cabello con mechones rebeldes, labios gruesos y sensuales en un rostro perfecto. Aston es su nombre. Caminaba por una calle oscura, envuelto en un sacón largo, típico de esos días fríos en Montevideo. Las sombras de la noche lo protegían con anonimato. Él la sentía, en aquel barrio periférico se hallaba la portadora de la lengua. ¡Debía ser suya! La muchacha cruzó de vereda. Estaba sujetándose la escueta campera de jean con ambas manos, el viento soplaba ahora muy fuerte y Aston sonrió antes de usar su poder. Extendió la mano derecha y la realidad cambió a instante, todo parecía envuelto en un aura dorada e imperecedera. La joven se detuvo, se observó sin ropa, con sus pezones rosáceos erectos, apuntando al cielo. Enfrente estaba ese hombre hermoso que la llamaba con la segunda voz. También carecía de vestimenta, sus músculos brillaban como si se hubiera aceitado para hacer una demostración de fisiculturismo. Se abrazaron y ella sintió su miembro de generosas proporciones en la puerta su humedecido sexo. Comenzaron a besarse. Ambas lenguas comenzaron a danzar, tocándose mutuamente. Nunca se había sentido tan feliz en la vida. No importaba si era esto real o un mero sueño. ¿O acaso esto era lo que llamaban amor? Estaban en plena calle pero no le importó, no había nadie. Dejó que la tomara. Sentía sus embestidas pasionales hasta que llegó al orgasmo con un nuevo beso. *** Era de mañana. A pesar de ser un hermoso día, aquel el espectáculo dantesco le revolvió el estómago a Carlos. Ser detective no era algo que alegrara la vida. Y ahí estaba. Esta chica no debía llegar a los diecinueve años. Su cadáver estaba semidesnudo en la mitad de la calle, sin lengua, con los ojos completamente blancos. Se arrodilló y percibió como si le hubieran bebido la propia existencia a la pobre. Y no era la primera. Cuatro mujeres más deslenguadas y con la vista de un paciente que sufriera de cataratas avanzadas estaban en la morgue. Tenía a un asesino múltiple en las calles.
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—¡No voy a dejarte libre! Vas a ser mío… —susurró sin que los oficiales de azul lo escucharan, pero alguien sí lo hizo. Estaba oculta en la azotea de un edificio cercano. Una mujer con el cabello y la piel tan blanca como la misma luna y la ropa tan negra como el más oscuro ébano. La guarida de Aston estaba con las ventanas cubiertas de periódicos pegados para evitar las miradas indiscretas. Sobre la mesa yacía la lengua. Una mala lengua… ¡No era la indicada! Cuando parecía que iba a hallarla, que la chica era perfecta para llevar a cabo el plan, hacían el amor y todo terminaba igual. Luego de arrancársela con los dientes, ya transformados en afilados colmillos, comenzaba el rito y resultaba que estaba cerca. Aunque no lo suficiente. Cinco intentos, cinco fracasos. ¡No podía volver a suceder! Cerró el puño derecho con ira y se dispuso a cocinar el trozo de cadáver. Los de su plano solo podían alimentarse de carne humana. Era mejor no desperdiciar un trozo de tan alta categoría, no era lo que buscaba pero le daría el suficiente poder para subsistir durante semanas. *** Carlos estaba desesperado, las investigaciones estaban en un punto muerto, tenía desplegado a todo el equipo de detectives por la ciudad y nada. El asesino era una sombra. Desde la pared, donde estaban colgadas todas las fotos de las escenas del crimen, le miraron las féminas muertas. Ellas reclamaban justicia. —Vamos al Raxx Bar. Escuchemos un poco de heavy metal. Te ayudará a despejar la mente —le dijo Estela, otra policía que se quedaba hasta tarde en la central de investigaciones especiales. —Dios. Vamos, ya no puedo con esto. Las huellas digitales no conducen a nada, sin testigos. ¡Es un puto infierno! —contestó mientras terminaba de un solo trago la inmensa taza de café negro, feo y sin azúcar. Los dos eran fans de la música pesada, disfrutaron de los maravillosos sonidos de las guitarras eléctricas, Marcel no paraba de despachar cerveza helada y Estela desplumaba metaleros en las mesas de Pool, había propuesto jugar por dinero. La subestimaron y perdieron. Carlos perdió rápidamente la alegría, el caso seguía en su cabeza, bajó a fumar en la vereda a ver si le quitaba los nervios el tabaco. De nuevo sentía esa sensación en la nuca, como si la maldad se aproximara… 70
Mientras encendía el pequeño cilindro blanco pudo ver que una muchacha con campera de cuero se retiraba del lugar. Murmuraba algo sobre sus malas amigas, la habían dejado abandonada y que se habían marchado con un grupito de chicos. Claro, ella era el número impar. La furibunda no llamó un taxi ni a una de esas tontas aplicaciones modernas. Se fue por la soledad montevideana del duro invierno nocturno. El detective se cerró la chaqueta de motoquero, siempre iba armado, una vieja costumbre adquirida por antiguas experiencias, también había aprendido a no ignorar los presentimientos. Ahora tenía uno. De los malos. Aston estaba apoyado contra un árbol, su sombra lo ocultaba por completo. Ahí venía ella, pantalón negro ajustado, chaqueta oscura, sombra debajo de los ojos y las pestañas larguísimas. Era toda una belleza, y sentía que al fin podía encontrar la lengua perfecta. ¡Ya no más de las malas! Ella llegó a escasos metros de donde se hallaba y usó su poder. Fueron transportados de nuevo al mundo onírico. A ella le gustaba duro, había juegos de cadenas para atarla. La desnudó para contemplar el tatuado y perfecto cuerpo curvilíneo. Ella rogó ser nalgeada. Lo hizo mientras al hombre se le ponía erecto el miembro, acarició con él su espalda inferior. ¡Sí, debía ser ella! ¡Era la lengua! La besó para sentir el hermoso gusto mágico de esa boca, ella le pidió que usara una máscara de cuero con cierre en la boca. ¡Esto sería una noche inolvidable! Se colocó aquello y parecía un peleador de lucha libre, aunque le daba erotismo al asunto. La mujer arañó su espalda y brotó la sangre en un acto que mezclaba exquisitamente el placer con el dolor. Carlos no podía creer lo que veía, la chica estaba siendo penetrada por un hombre de extrema belleza que de golpe transformó sus dientes en espantosos colmillos. ¡Ya no había dudas, era el asesino de las lenguas! Solo con esa dentadura perversa podía arrancarlas de cuajo. Su instinto no había fallado. Y la casualidad había ayudado mucho. —¡Policía! ¡Detente! Estás bajo arresto por homicidio —pronunció ya con su arma desenfundada. La bestia rompió el hechizo erótico y la joven comenzó a llorar ante darse cuenta que había sido violada atrozmente. Aston se olvidó de ella por un instante. Saltó hacia la copa del árbol para comenzar el escape. Carlos no dudó y disparó tres veces. ¡Podía estar seguro que las balas habían impactado en el cuerpo aunque la cosa siguió saltando!
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El contrataque fue pavoroso. La bestia arrojó tres bolas de fuego desde las palmas de sus manos. Parecía que había llegado la hora del fin. Era imposible esquivarlas a tiempo. En ese instante surgió de la nada una sombra oscura de cabello blanco. La mujer arrojó un escudo mágico violáceo que detuvo las esferas flamígeras y empujó lejos al detective. Tomó a la víctima semidesnuda y se la colocó al hombro. La mujer debía medir un metro ochenta y era extremadamente hermosa. De su mano derecha brotaron esferas flamígeras que atacaron al asesino despiadado pero este saltó hacia un portal de viaje no sin antes arrojar una daga embebida en magia que cortó el hombro de la hechicera. Carlos se levantó rápidamente, no podía creer de lo que había sido testigo. Lo sobrenatural existía. —¡El maldito ha escapado! ¿Quién eres? Estás herida… Sangras —escapó por su boca como una catarata incontrolable de emociones. —Soy Abril Bailei… Debemos protegerla del Gelafio, es un tipo de demonio que se alimenta de carne humana y determinados tipos de lenguas pueden darle el poder de la invocación superior. ¡Quiere desatar una invasión a Montevideo! —Conozco el lugar donde ocultarla y tú vendrás conmigo. Tienes mucho que explicar y debo curarte esa herida —su voz era dura, no permitiría que se escapara la del blanco cabello antes de saber toda la verdad. —Soy capaz de curarme sola, Carlos. Iré contigo porque necesito sanarla a ella de los vejámenes sexuales de este monstruo y solo una preparación de alta alquimia la puede traer de nuevo a este plano. —¿Cómo sabes mi nombre? —cuestionó mientras enfundaba el arma debajo de la chaqueta de cuero. —He seguido atentamente tus pasos en este caso. Has sido de los pocos que se preocupó por ellas. Para los demás policías fueron pedazos de carne, víctimas de la prostitución o de la trata de blancas. —Me espiaste… Bien, dejemos esto atrás. Vayámonos antes que ese maldito aparezca por un puto agujero con sus amigos. ¡En marcha!
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Carlos se sirvió un vaso de whisky hasta el tope, parecía que ni eso le iba a devolver la calma. Tenía a una muchacha casi desnuda y a una hechicera que usaba su cocina para crear una poción. Cuando aquella cosa maloliente estuvo lista, la introdujo en un pequeño frasquito con corcho y la agitó. Unos minutos después la colocó en la boca de la víctima. Ahora ya estaba consciente y con las heridas sanadas. La violación había sido revertida, aunque no su memoria. —Gracias por salvarme. Soy Rose… No debí haberme ido sola, estaba enojada con mis amigas. Y eso… Eso era un vampiro… —Comenzó a llorar desconsolada y Carlos la abrazó. —Aquí estás a salvo. Pasarás unos días en casa. Soy detective y ella te salvó la vida, su nombre es Abril Bailei y nos va a contar algunas cosas. Puedes empezar ahora —le exigió. —Existen multitud de planos aparte de este, dimensiones paralelas y planetas habitados. Yo pertenecía a El Gremio, mi maestro, Demian, me entrenó y maté muchos inocentes pensando que hacía el bien. Siempre estuve dotada de la alta magia. Aunque hay algo en lo que mi mentor no mintió. Hay un poder oculto desde el alba del tiempo… Son Los Antiguos. Quieren volver de su destierro y una guerra mágica está a punto de estallar en Montevideo. »Ese ser que vimos solo ha encontrado malas lenguas. Tú, Rose, tienes una perfecta. Es un explorador, luego vendrán otros. ¡Debemos matarlo y sé cómo! Tenía mis sospechas antes de saber qué clase de demonio era. Hay varios que devoran labios o lenguas humanas o animales. Ahora debo partir y tenderle una trampa. Antes que sea demasiado tarde, Carlos te cuidará. —Estás equivocada, Abril. No vas a ir sola a ninguna parte. Rose quedará aquí, tiene todo lo que necesita y mi compañera vendrá a cuidarla como un “testigo especial”. ¿Quién creería esta locura? Yo no lo haría, pero vi a ese ser. Y ahora estás aquí. A todas luces eres alguien entrenado para matar. Esta vez nos cuidaremos mutuamente. ¿Te parece? —era lo mejor que podía decir para tratar de convencerla. No podía dejar de sentir que debía estar cerca de ella. Se sentía atraído como una mosca hacia la luz intensa. Aquellos ojos profundos y la piel que parecía antinatural con su blancura, no hacían más que cautivarlo tremendamente.
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—Bien. Vendrás conmigo. Esta clase de seres son propensos a rondar por los cementerios. Tengo una idea, un cebo, que no va a poder resistir.
A la otra noche se encontraban en el Cementerio Central de Montevideo. Carlo no se sentía a gusto entre las sombras provocadas por los panteones y los ángeles que adornaban las tumbas. Estaba con su pistola en mano. Ahora tenía cada bala rociada con agua bendita. Abril le había enseñado su par de armas y decía que la plata y el agua eran imprescindibles en estos casos. «Mejor prevenir que curar», pensó el detective mientras escrutaba el extraño panorama. —Voy a hacer un aro de sal lo más grande posible para que no pueda salir del mismo. Es una trampa muy antigua. —Echó los varios paquetes que llevaba consigo de forma cuidadosa—. ¡Ahora viene lo bueno! Realizó varios pases mágicos con las manos y una versión falsa de Rose se materializó a su lado. Carlos casi se desmaya de la impresión. ¡Parecía tan real! —Dios, es idéntica… —fue lo único que pudo decir. —Y huele como ella. Eso es lo importante. Estoy segura que debe dormir aquí. Ya lo busqué antes pero de forma infructuosa. Ahora con este cebo es otro cantar. Él la sentirá, vendrá por su lengua y también con muchas ganas de fornicar. Esperaron una hora y nada. Pasada la segunda, Carlos ya pensaba que todo iba a ser un fracaso. ¿En realidad seguía los delirios místicos de esta casi albina de manto negro? Fue ahí cuando Aston se hizo presente, ya con los colmillos saliendo de su boca. Los ojos ahora le brillaban con un fulgor rojo, no se había percatado que había entrado en el círculo de sal colocado entre las tumbas. Ahora estaba preso sin saberlo. —¡Dame a la chica! ¡Ahora! Ella me pertenece, sal del medio, sirvienta de El Gremio —le escupió el demonio mientras jugaba con varias dagas mágicas. —¡La chica se queda con nosotros! Ven a buscarla si tanto deseas su lengua. ¡No eres más que un pedazo de basura inservible!
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La provocación tuvo éxito y Aston volvió a arrojar bolas de fuego que hicieron saltar en pedazos a varias tumbas y panteones. Ahora la noche estaba alumbrada por las llamas. Abril desenfundó su par de pistolas y las balas bendecidas volaron veloces. El demonio saltó y las esquivó con una pirueta fantástica. Cayó sobre otra lápida y esta vez fue Carlos quien logró herirlo en una pierna. —¡No esperabas mi tiro, basura! —le gritó el humano. —Ah… Es agua bendita. ¡Cómo duele! ¡Ahora van todos a morir y me la comeré entera! ¡No quedará un trozo de esa perra! —escupió rabioso. Abril casqueó los dedos e hizo desaparecer a la doble para enloquecer al enemigo. —¡Era un engaño! ¿Dónde tienes a mi lengua perfecta? —Disparó nuevas esferas y una de ellas impactó a Carlos en pleno pecho. Este cayó al borde de la inconsciencia. El dolor lo inundó enteramente. Uno como nunca había sentido. Abril saltó hacia Aston, esquivando las dagas mágicas con extrema pericia, hacían fruto los años de entrenamiento ninja en El Gremio. Antes de tocar el suelo hizo sonar en simultáneo las pistolas, los casquillos volaron y rebotaron entre las macetas con flores. La sangre negra se derramó hacia el exterior como un chorro a presión. Aston estaba herido de muerte. ¡Pero no pensaba rendirse! Generó una espada de pura oscuridad y atacó a la hechicera, esta hizo lo propio con una katana de estilo japonés que sin duda estaba plagada de hechizos. Cruzaron estocadas y combatieron por varios minutos. El rostro de la mujer parecía una mueca inexpresiva. La concentración era total y nada podía hacer aquella criatura. Aston trató de huir al verse superado en el duelo personal y fue como si se estrellara con un muro invisible al tratar de pasar la línea de sal. —¡Estás atrapado desde que entraste aquí! Mal hiciste en querer luchar con espadas con un ex miembro de El Gremio. ¡No voy a dejar que conviertan esta ciudad en campo de batalla! —¡Ten piedad, no voy a volver a matar! Lo juro —gritó el demonio ante la inminencia de su deceso. —Eso díselo a un héroe. Yo no lo soy. —De un solo tajo lo cortó al medio y las dos mitades cayeron envueltas en un baño de sangre oscura. 75
Abril hizo desaparecer la katana y ayudó a Carlos con un hechizo de curación. —¿Hacemos buen equipo, no? —le dijo con una mirada un tanto seductora. —Es cierto. Fue un magnífico tiro en la pierna. ¿Todavía te queda de ese whisky en casa? me apetece una copa. —Claro. Siempre tengo otra botella para las visitas —contestó con una sonrisa. Puedes leer más aventuras de Abril Bailei en Solar Flare – OVNI y en Viajantes en la oscuridad. Compralo por www.lektu.com Búscanos por Editorial Solaris. Consigue los libros en papel por Amazon o digital por www.editorialsolarisdeuruguay.com ¡No te lo pierdas!
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Stars Temporada 1 Episodio 4 La misión Poldark Mego
—Maldita sea —renegó la voz tormentosa al ver que un poderoso rayo de energía aniquilaba al instante la masa zombificada que se dirigía contra el ejército de Banser. — Un Dinastía. Los Balanza enviaron a un rojo ¿cómo es posible? Esto viola el tratado de no intervención del tercer poder. Lord Magner pasó por alto los detalles que el agente del Kata le estaba suministrando, lo importante era el duelo, el cual parecía haber dado un vuelco innecesario en los acontecimientos. Al percibir el poder del neutro Magner, comprendió de inmediato que su nivel de Ken era ínfimo en contra de monstruos galácticos. —¿Qué hacemos ahora? —atinó a decir, guardando para sí la ira, frustración y miedo que se acumulaban en sus intestinos. —Encuentra al portador de la Stars. Mátalo antes de que el Balanza termine con las tropas invocadas. —¿Cómo? El elegido permanece oculto. —Ingéniatelas. Es el duelo sagrado, él te debe estar buscando de la misma manera que tú a él. —Y se esfumó haciéndose uno con la nada. Magner, entonces, descendió de su posición y cruzó a una velocidad inhumana, bordeando el ejército de sombras; trataba de ser indiferente al horrido espectáculo que ofrecía el soldado neutro, pero era imposible. Toda la creación maligna de Magner era consumida en el acto por las técnicas ofensivas del Dinastía Roja. Como militar que era, Lord Magner asumió, por los movimientos del neutro, que se trataba de una unidad de ofensiva, de primera fila, infantería. No quiso imaginar el nivel de Ken que usaría un general o lo que sea que domine al tercer poder, o a cualquier otro poder. Sus deducciones fueron acertadas, su presencia, aunque mínimamente detectada, fue ignorada por el caballero rojo que casi finalizaba con su labor de purga. Magner activó 79
su poder de sombra, seguro que de su objetivo lo vería y lo buscaría. Antes de llegar a la muralla de la ciudad un golpe de poder luminoso lo impactó desde la base provisional del ejército. Lo esquivó con cierta soltura. El aura asesina que iba tras él no se contenía. —Stars —dijo entre dientes, con una sonrisa perversa dibujada bajo su máscara real. El Lord del imperio Banser se detuvo en el cielo, quería mostrar su superioridad elevándose gracias a sus habilidades como usuario de Ken, quería dejarle en claro a su oponente que sus poderes no radicaban en ningún artefacto o favor dado por fuerzas místicas. Lord Magner era un usuario de Ken, por él atravesaba el poder inicial, aquello que dio vida a la vida del universo, aquello que palpitaba en el alma y que solo aquellos que han cultivado mente y cuerpo más allá de los limites mortales pueden desarrollar, él no era un portador, era un usuario. Nada de esto pudo importarle menos al guerrero Stars, que, con la armadura activada, voló hasta la posición de su contrincante. —Aquí se acaba. Antes de empezar —sentenció el señor oscuro. El guerrero de blanco no respondió. La diferencia de tamaño se notaba, el Lord de por sí era alto, su oponente rebasaba la estatura y musculatura humana, el propio traje divino parecía que se rasgaría de un momento a otro al no poder contener la masa cárnica furiosa. El soldado de la luz atrapó su puño derecho en la palma izquierda, el dispositivo Stars activó una función, destellos aparecieron por todos lados; cuando el guerrero retiró el puño una espada pareció salir de la palma contraria. La hoja se materializó reluciendo como el fulgor de cien soles. Magner no se impresionó, era difícil sorprenderse cuando aún estaba bajo los efectos del aura de poder del Dinastía, que continuaba con su exterminio. El señor de la sombra concentró su respiración para elevar su nivel de Ken, era mejor hacerlo ahora que ambos —deducía— estaban bajo los efectos incómodos de soportar el aura del rojo. Así el Stars no notaría el incremento de Magner, la sorpresa sería inevitable. Desde la Seckta varias cámaras inteligentes grababan y transmitían en tiempo real todos los hechos dados en Kaprall. Todo era enviado a las pantallas privadas del 80
emperador de Banser, quien observaba atento el desempeño de aquel ser foráneo, como de su súbdito y su inoportuno enemigo de blanco. —Todo listo —dijo una voz desde la parte inferior del trono. —A mi orden —respondió el monarca apoyando su puño en su mejilla, concentrado. Luz y sombra chocaron. Los golpes se intercambiaron con una rabia cada vez mayor. Se alejaron para cambiar de estrategia ya que el nivel estaba muy parejo. Desde una distancia prudencial Magner bombardeó al Stars con una suerte de esferas de Ken lanzadas a gran velocidad, estas no impactaron con el guerrero, al dar contra la superficie del planeta crearon cráteres humeantes; el poder emanado de las manos del Lord era capaz de derretir piedra, muros, armas, lo que tocase. El Stars apuró su desplazamiento, del cinto extrajo una de las gemas y la reemplazó por la que tenía en su dispositivo sagrado, el símbolo de este cambió e hizo el ademán de sostener un arco, de inmediato uno de energía apareció y se solidificó, dotándolo de flechas de poder ilimitadas. La lluvia de disparos arrinconó por un momento a Lord Magner que esquivaba con pericia las saetas cada vez más rápidas. Una lo rozó y sintió el calor de una energía purificadora ingresando a su torrente sanguíneo. Él, después de todo, era un elegido del Kata, el poder del Agta le causaría severos daños y viceversa, esto se trataba de quién pegaba primero y más fuerte. Nuevamente fueron a los puños, los golpes iban y venían, salvajes, desatados; Magner sentía cada puñetazo pasar su armadura hasta sus órganos blandos; el Stars lo mismo. Igualados. Un enfrentamiento que quedaría en empate, a menos que usen el cerebro. El Lord desvió un golpe que fue rápidamente esquivado, el Stars aprovechó la apertura para conectar en las costillas. Pero esto era lo que Magner buscaba, resistió y sacó un cuchillo oculto en su otra mano, lo imbuyó de su Ken y penetró la armadura ligera del Stars justo en el hígado. El guerrero del Agta retrocedió de un reflejo, se llevó la mano a la herida, esta sangraba, ensuciaba su inmaculado traje. La rabia lo invadía. La trampa, había caído en una estúpida trampa. Usando el calor proporcionado por su Stars cauterizó su herida y traje. Esto era algo superficial porque por dentro el daño estaba hecho y el desangro interno proseguía. El tiempo se agotaba. Nuevas medidas debían ser tomadas. 81
El Stars sacó todas las gemas de su cinto y las unió al dispositivo, no sabía a ciencia cierta cuáles serían los efectos. Cuando fue convocado se le dio la instrucción: cada gema para un portador, deben ser cinco Stars para enfrentarse al señor oscuro designado. Era el primer convocado por lo que le correspondía el rol del líder y guía del grupo, por lo tanto, se le otorgó la Stars de espada, sin embargo, mientras no haya nuevos despertados podía intercambiar las gemas de su transformador. Listo, eso fue lo principal. Ahora descubriría qué pasaba si las cinco gemas se combinaban en un solo brazalete. El cardumen de sombras nunca llegó a chocar contra el ejército de Banser, solo una neblina insalubre los envolvió, haciéndoles toser y activando el protocolo de guerra química. El mar de cadáveres posesos y mutados por la sombra pavimentaban un nuevo escenario corrupto, solo que esta vez su composición era extraña, formaba un manto calcinado de varios kilómetros cuadrados, ahí no quedaba nada que la Sombra pudiera aprovechar. Los vapores tóxicos se mezclaban con los destellos del Ken del Dinastía Roja, este soldado había finalizado su trabajo sin mayores percances. Era momento de la segunda parte de la misión. Eones en el tiempo, hace tanto pero tanto que la filigrana de la misma dimensión no tenía consistencia y poderes, formas y rabias transitaban entre los planos, se creó la primera gran barrera. El universo concreto debía formarse, los poderes dividirse y el sempiterno enfrentamiento empezar. Así fue decido incluso en el tiempo antes del tiempo, en las eras anteriores, en los planos pasados, en los universos primarios. Pues está escrito, en las tablas de AnuKatan, en el corazón del cosmos que el Agta y el Kata deben enfrentarse hasta destruirse mutuamente, nunca, jamás, ningún bando debe ganar, debe ser un empate permanente que traiga el fin al ciclo y lo reinicie, dando pase a un nuevo universo y un nuevo y repetitivo duelo. Todo esto siempre contemplado por los Balanza, un poder que funciona únicamente como observador. La Maestra de Espinas, de alguna manera, supo de esto y por eso decidió atacar al Planeta de Oro y cielos de Esmeralda antes de tiempo, el hogar de los dioses de más alto rango del Agta fue defendido con uñas y sangre, pero el prematuro ataque tomó a todos por sorpresa y pese a que la resistencia puso freno a la vanguardia más poderosa del Kata, acabando con la vida de la propia maestra, el precio fue alto, dioses y demonios superiores perdieron su inmortalidad, ambos bandos quedaron sin regentes y el desorden del ciclo se desató. 82
Esta es la parte de la historia que todos los seres involucrados en La Gran Guerra conocen. Lo que ignoran es el papel pasivo de los observadores, puesto que las tablas no mencionan que un desbalance pueda ocurrir, pero sí está tallado que para que el ciclo sobrevivía y, por ende, la continuidad de la realidad se mantenga, el equilibrio debe ser restaurado. El regreso del Kata con sus nuevos generales, dotados de extraños poderes, una clase de Ken que nunca se ha visto en el universo conocido, encendió las alertas de todos los frentes neutros. Algo había ocurrido, los observadores eran los únicos que mantenían registro del Ken vital y su historia, existía un Ken Agta, un Ken Kata, un Ken Balanza, un Ken Maka (que regía a los seres usuarios de magia o espirituales) y un Ken Dinastía. Este sexto era diferente, provisto de una corrupción preocupante, no era la rabia que destilaban las energías oscuras del Kata, era algo que deseaba erradicar la existencia misma, inundar el cosmos con vacío. El Stars estaba poseído, portaba una compleja armadura sobre su traje básico, provisto de las cinco armas combinadas, peto, propulsores y demás artilugios, la consecuencia de usar todas las gemas era poseer un battlizers con un poder descomunal. Ahora era el propio Magner quien sentía la necesidad de escapar de ahí, no era el Ken abrumador del neutro, pero en definitiva su nivel superaba con creces al lord. El Stars se lanzó contra su rival, éste intentó escapar, pero fue súbitamente impactado. Chocó con el duro suelo terraformado de Saturno. El Stars fue contra él una vez más propiciándole una paliza que arrancó partes de su armadura y comenzó a abrirle la carne, pulverizar sus huesos y dañar sus órganos, Magner quiso defenderse con su Ken, lo lanzaba como podía, algunas esferas de poder daban en el blanco, pero el daño era mínimo, el Stars continuaba con el castigo, estaba por asesinar su rival, el duelo sería ganado por el Agta. El Dinastía aterrizó a unos metros del enfrentamiento, contempló por un instante el suceso. El Stars terminaría la pelea en cualquier momento. Pero fue rápidamente decapitado. Magner, cubierto en su propia sangre y dolor veía atónito cómo rodaba a cabeza de su rival, desprendida de cuajo de su cuerpo por un corte limpio por parte de la espada del soldado Balanza. —El duelo ha finalizado antes de empezar —dijo el Balanza envainando su hoja.
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—¿Por…? ¿Por qué? —atinó a preguntar el señor de la sombra con el rostro deforme. El silencio por parte del Dinastía Roja le dio un indicio a Lord Magner, comprendió que él debía ganar y si esto ameritaba que un miembro del cuerpo de la Dinastía Roja, ejército privado del poder Balanza, debía intervenir era porque más allá de las necesidades del Agta o el Kata, los Balanza tenían sus planes y, al parecer, Lord Magner formaba parte de ellos.
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Stars Temporada 1 Episodio 5 La Nada Poldark Mego
Las cámaras lo registraban todo. El emperador veía con apremio cómo uno de sus más leales generales, Lord Magner, era abducido por el torbellino de energía que era el enviado de las fuerzas superiores. Nada se podía hacer, ni toda la artillería nuclear de la fuerza/nación Banser podría hacerle un rasguño a ese ser. Esto estaba fuera de sus límites. —Luche, mi señor. Luche y lo seguiremos —alentó el guardia imperial Seluz. —Luche, maestro. Somos la fuerza Banser, la más poderosa del sistema —secundó Bortik el otro agregado de la guardia personal del rey Reimor. —Luche, luche, luche —coreaba la corte. Todos los presentes sabían que, al igual que Magner y otros pocos privilegiados, el rey también era un usuario de Ken, el más fuerte de Banser, sin duda, probablemente tan formidable como Sor Oces, el emperador de Ultra. Aquel enviado no sería problemas para el amo de Saturno. —Silencio, imbéciles —cortó de inmediato el rey—. Ustedes, mugrosas cucarachas, no tienen idea de la diferencia de poderes que aquí se dan. Creen que porque puedo pulverizar una montaña con mi máximo poder puedo asesinarlo. Si ese guerrero lo deseara podría convertir en polvo cósmico el planeta entero, probablemente el sistema por completo. Tomó algo de aire acomodándose en su trono antes de proseguir. »Existen monstruos en territorios más allá de las estrellas de nuestro cuadrante que son la representación de las supernovas; capaces de dominar niveles de Ken imposibles de describir. Lo que ocurre en nuestros dominios no tiene nada que ver con La Gran Guerra. Y después de esto espero que nunca más tengamos contacto con lo que ocurre en el gran cosmos. 85
—¿Nuestro rey es un cobarde? —preguntó Atina, la mujer espía, experimento secreto, capaz de atravesar ciertas superficies reconfigurando sus atamos. —Soy prudente, serpiente maldita —El rey dejaba pasar los improperios de su maestra de secretos por ser su guerrera más fiel y su amante de turno—. ¿Qué averiguaste? La misteriosa mujer se acercó al emperador, parecía una gata trepando por el cuerpo de su dueño hasta su cuello, hasta sus oídos. —Tuve que tirar de muchos hilos, mi señor. La información de Ultra no fue sencilla de conseguir, pero le puedo asegurar que Oces y los suyos no tuvieron que ver con el ataque en Kaprall. Al parecer nuestro Lord Magner tuvo una ayudita extra por parte de su bando seleccionador. —Entonces no tenemos guerra con Ultra. Es un inicio. ¿Qué dice la embajada? —Acusan a las tropas que nos invadieron de sedición, traidores que buscaban fama enfrentándose a la segunda potencia del Sistema Solar. —Sonrió picara. —¿Segunda? —dijo el rey entre dientes—. Lo dejaremos así. —¿Realmente vamos a ocultarnos, mi rey? —preguntó Saxis, el miembro más joven de la guardia imperial, pero el monarca solo le contestó con una fulminante mirada que zanjaba el cuento y terminaba la velada. El rey se retiró y los presentes rompieron filas, la propia Atina desapareció entre las penumbras de la sala del trono. Reimor, tercer rey de Banser, heredero de Rudimul y este de Melgort, ingresó a sus aposentos privados, habiéndose en total soledad reveló un tatuaje en el antebrazo izquierdo, una extraña cruz, en cada extremo de su largo tenía unos círculos con inscripciones desconocidas, un legado de sangre que él aprendió a apreciar, respetar y temer. —¿Mi señor está preocupado? —dijo una voz que parecía venir de todas las esquinas de la habitación. Un susurro inhumano, como la voz de la muerte sin descanso. —¿Esta es la señal? —preguntó el rey con un tono de voz que ocultaba cualquier emoción. 86
—¿Y si lo fuera? —Responde —exigió mostrando el tatuaje a la obscuridad. —No es ni el principio —susurró la parca. —¿Qué más sabes? —habló el rey con autoridad. El silencio le contestó como una triste burla. Eso era algo que el señor de Banser no iba a permitir. Hincó sus uñas en el tatuaje y la malignidad oculta se quejó como maldiciendo el dolor y disfrutándolo a la vez. —Soy el rey de Banser, el monarca elegido y tú una sombra que mis antepasados atraparon desde el Vacío. Yo soy un rey, tú un miserable soldado. Ahora contesta mi pregunta, esclavo ¿Qué más sabes? La negrura de la habitación reverberó como si la propia materia destilara cólera contenida. —El poder neutro no quiere recuperar el equilibrio. Los Balanza estuvieron esperando por eones a que el ciclo se interrumpiera. —¿Por qué? —Solo así nosotros podemos pasar a este plano… Somos el origen de la Balanza, somos… El silencio volvió a reinar. —¡Qué son! —demandó el rey desaforado. El silencio prosiguió. El rey atacó nuevamente su brazo, pero las sombras no le contestaron, la penumbra de la habitación permaneció estática. Un golpe, que pareció venir de todos lados, envió al monarca contra la pared más cercana causándole un mareo y un fuerte dolor en varias partes del cuerpo. —El poder de ese sello se está debilitando. Signo del cambio de los tiempos. Rey… cuando ese sello ya no sirva te mataré a ti primero. El silencio regresó a la habitación. Solo quedo el silencio y el miedo.
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Los observadores de los poderes del Agta y el Kata estaban totalmente desconcertados. Había un silencio sepulcral por parte del tercer poder, con sus agentes ausentes en las bases donde solían encontrarlos. Daba la impresión de que la Balanza había desaparecido, del universo conocido, ni bien el duelo de los poderes tirantes se definió por la intervención sádica de un soldado común del cuerpo rojo. Algunas partes del Agta lamentaban la sexta derrota consecutiva. Algunas partes del Kata comenzaban a celebrar que la remontada se estaba dando, imparable, desde mínimos subterfugios las fuerzas malignas retomaban territorio, nuevos adeptos, nuevos aliados, nuevos ejércitos, nuevos mundos; poco a poco; la guerra se estaba ganando batalla a batalla. El nuevo Ken que traían los demonios, esbirros y generales, ese Ken indescifrable capaz de desintegrar la materia, lo etéreo y cualquier elemento del universo conocido, estaba volteando el tablero. Ante esto el Agta envió contingentes enormes de tropas a los focos de rebelión, se perdían diez guerreros por cada enemigo, pero la diferencia numérica seguía a favor del poder de la luz por lo que los altos mandos decidieron que era una guerra de desgaste y se podían sacrificar las tropas necesarias. Esto creó fisuras en las líneas del Agta, no era admisible enviar al matadero a los soldados por el simple hecho de ser más. El coste de vida era imperdonable. Esto propició rebeliones, desafiliaciones, golpes de estado en los reinos más turbulentos del Agta. La inestabilidad rasgaba la facción, hecho que el Kata aprovechaba descaradamente.
Magner despertó en un paraje imposible de describir. Había oxígeno, por lo que podía respirar tranquilamente sin la máscara, pero eso parecía ser lo único lógico del entorno, un ambiente provisto de colores diluyéndose en la tela de la realidad, donde todas las superficies parecían tener una vida bizarra y anormal, cada cosa palpitaba a un ritmo propio y no parecía ser vida realmente. Era como la proyección de una locura que involucraba todos los sentidos, los desconfiguraba, los aturdía. —¿Qué hago aquí? —preguntó y su propia voz se sintió ajena, como si hablara desde fuera de su cuerpo, como si un reflejo suyo, oculto en la anomalía, dijera las frases que lo invadían. El plano en el que se encontraba comenzó a rasgarse, de las aberturas unas entidades ingresaron. Verlas era como contemplar los males reunidos, la demencia, la vesania, no 88
eran formas corpóreas, pero destilaban energía pura. Magner estaba ante seres sin carne que eran puro poder. Entes que mantenían una silueta gracias a doblar leyes universales, que podían exudar cosmos a través de sus auras. No se trataban de los poderes tirantes, lo que el lord contemplaba era el caos. Detrás de Magner alguien más se hizo presente. Un Maka se postró ante los seres incorpóreos y el poder que sintió Magner lo tiró al suelo. El brujo se puso de pie al recibir el permiso del caos presente y se dirigió al capturado: —No eres una pieza imprescindible, eres un peón más, pero hoy, hoy puedes ser algo mucho más grande. Hoy puedes ser un recipiente. Magner levantó la cabeza, todo su cuerpo seguía en el suelo como si una fuerza imposible lo mantuviera, siendo una cucaracha apretada contra el asfalto, tal vez lo era, pero no dejaría de obtener respuestas. Intuía que moriría, necesitaba, por el tema del honor, saber la razón. —¿Qué puedo ofrecer yo? —preguntó esforzando la voz desde su presionada garganta. —Todo —contestó el Maka. —¿Por qué yo? —Nuestros señores necesitan envases para poder atravesar al universo concreto. De donde son no necesitan límites, pero aquí, en su futura conquista, las leyes son un tanto distintas. Al parecer tú, al igual que otros peones, tienen una constitución que permite servir de albergue, al menos por un tiempo, hasta que la carne se pudra. Magner viendo que su muerte se cernía hizo la pregunta que resolvería su destino: — ¿Qué son? —señalando con ojos iracundos a las formaciones de energía. El Maka, con un movimiento de su mano, puso de pie a Magner, este flotaba a escasos centímetros del suelo y vio directamente a las entidades que, desde sus rostros sin rasgos, parecían devolverle la mirada. El caos lo observaba, el abismo lo observaba. Magner tuvo una especie de iluminación, probablemente un atisbo de sabiduría cósmica que le dijo que aquellos seres que tenía en frente pertenecían a un territorio “más allá de universo conocido”. En su cerebro se dibujó un huevo, dentro de este la yema que representaba al universo, pero entre la yema y el cascarón, ese espacio, esa nada, estaba 89
habitada por lo que tenía a pocos metros. Esa nada deseaba consumir la yema, lo deseaba todo. La epifanía fue gloriosa. Magner contempló la sabiduría de la demencia y el desorden, de la locura y el éxtasis de la rabia. Energías desatadas era lo que vivía en el territorio “más allá del universo conocido”. Aquel descubrimiento fue glorioso y abrumador. Deseó más, quería más, si era necesario arrancarse la piel por un poco más de ese conocimiento lo haría en el acto, comenzó a arañarse la piel y las tiras epiteliales las ofrendaba como prueba de su deseo, lloraba sangre y sonría satisfecho de poder contemplar los misterios de un universo mayor, uno que ocultaba poderes imposibles, formadores del destino y del ciclo sempiterno, donde la muerte no existe y solo se haya el frenesí del placer y del dolor. El hambre de esa nada era grande y expectante. Durante cientos de reinicios universales esperó, esperó babeante a que alguien hiciera algo diferente, a que algún agente del Agta o Kata no repitiera los mismos actos programados. La Maestra de Espinas, ella rompió la secuencia. Ella murió y su esencia viajó de alguna manera hasta los confines de ese espacio abisal. Ahí fue ungida con los poderes retorcidos, con ese extraño Ken que no está en armonía con la naturaleza concreta, sino que la desintegra hasta sus partículas subatómicas acabando con cualquier indicio del ciclo. Magner ya había perdido los ojos, se los arrancó y los ofreció igual como tributo, siguió con su lengua y sus uñas. Quería más saber, más pasado. Supo que este universo es una prisión, que el ciclo sirve para mantener que esa nada, cuyo nombre no puede ser pronunciado en este plano u otro, no pasase al universo concreto, porque esa nada no debe devorar la vida del cosmos, de hacerlo algo más despertará de su letargo y quienes impusieron el ciclo como llave vendrán. —Más… —imploró el otrora Lord Magner, pero su tiempo había finalizado. Una de las numerosas energías presentes en aquel ambiente especial, diseñado para contenerlas por un breve tiempo, se apoderó del guerrero, consumiendo su alma en el acto y deformando su cuerpo hasta convertirlo en la representación de la cólera. El ser abisal tendría el envase de Magner por un tiempo limitado, sin embargo, no necesitaba más para desatar la furia por los dominios de los insignificantes Agta y Kata. El ciclo había llegado a su fin. Nos vemos en: Alpharis, la última confrontación 90
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Maestre Peste IV Oopart Rigardo Márquez
Los gritos ahogados de las victimas colmaban el lugar, los huesos crujían de forma macabra ante la presión de las botas industriales de los perpetradores. Los jóvenes arios no tenían piedad alguna; ignoraban la edad, el género, la salud, siempre y cuando se tratase de afroamericanos. Aquella vetusta rencilla racial se había hecho presente en la abandonada parroquia de la sexta avenida, allí la banda de supremacistas tenían varios rehenes, a los cuales les provocaban terribles torturas sólo por ser de piel oscura. No satisfechos por dicha atrocidad, se vanagloriaron al transmitir el evento en directo. De súbito pudo escucharse un atronador golpe que destrozó la puerta; la cual fue atravesada por un cuerpo inerte que terminó en el centro del lugar. —¿Quién diablos es? ¿Acaso la policía se atrevió a entrar al barrio bajo? —cuestionó uno de los neonazis. —No, ellos nunca vendrían a un lugar como éste. Debe ser uno de esos aspirantes a héroes. ¿No recuerdan a los otros que han venido? Como esa estúpida “negra” que sólo sabía correr rápido, dijo algo de ser una campeona de atletismo. Al final fue machacada por su propia realidad —vociferó uno de los arios que tomó un sorbo de cerveza antes de lanzar una risa cínica. Algo surcó desde la entrada hasta los pies del hombre que acababa de hablar. Luego de un segundo éste se tocó el cuello, ya que sintió el leve piquete de un mosquito. Sin embargo, al palpar su piel, notó que un diminuto dispositivo similar a un dardo se había clavado en él. Aunque intentó gritar, sus cuerdas vocales estaban siendo derretidas por la rápida corrosión del ácido que fluía a través de la herida previa, lo siguiente fue una escena mórbida; ya que su piel comenzó a derretirse, no, toda la parte inoculada empezó a desprenderse hasta que la cabeza cayó vencida por la desaparición de todo el material óseo.
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—Eso fue por ella. Hay que ser muy hijo de puta para vitorear una acción tan ruin como destrozarse las piernas a una chica —respondió Maestre Peste ingresando al lugar. Uno de los nazis intentó atacarlo con un martillo, pero el recién llegado se anticipó rompiéndole la muñeca y dándole un golpe en la tráquea que le dejo convulsionando en el suelo. Acto seguido lanzó el martillo contra otro joven que salió a enfrentarle, clavándoselo en el cráneo. Una chica se abalanzó contra él lanzándole varios golpes con un bate metálico, el galeno oscuro detuvo el catorrazo para luego hundir su puño en el rostro de la mujer rompiéndole la nariz y un par de dientes. Uno a uno fue cayendo la guardia de jóvenes neonazis, hasta que únicamente quedó su líder llamado “Hätler”. —Ya veo por qué eres el premio mayor. No pensé que también te importaban esta manada de simios, quizás sea porque eres uno de ellos, o un traidor a tu raza, eso lo descubriré al arrancarte esa estúpida máscara —amenazó Hätler. El enorme guerrero ario se levantó de su trono, media cerca de dos metros, imbuido en una gran musculatura que era resguarda por varios tatuajes nazis, su prominente calva le coronaba rememorando a los antiguos reyes nórdicos de antaño. Ante el inminente choque de adversarios, en vez de huir despavoridos, los rehenes se mantuvieron expectantes con rabia de venganza en sus ojos. —¡Perros! Apenas ven un resquicio de esperanza, y muestran sus colmillos, ustedes son basura, simples esclavos de nuestra raza superior. Una vez que acabe con este les mostraré su lugar —gritó él. Justo cuando finalizó la frase un derechazo se clavó en su rostro por parte de Maestre Peste que no se resistió a dejarle terminar su discurso de odio. El guerrero oscuro intentó darle un rodillazo, pero Hätler le detuvo con facilidad, lo vapuleó de un lado a otro como si fuese un muñeco de trapo, hasta que de un sólo golpe lo arrojó contra un viejo altar de la iglesia. —No eres la gran cosa —musitó el ario. —Así que éste es el resultado de la terapia supremacista de la realidad; un cóctel de anabólicos y drogas de mejoramiento físico —indicó Maestre Peste. Hätler se lanzó contra su enemigo tratando de asestarle otro golpe, pero esta vez Maestre Peste lo esquivó de manera magistral, y tomándolo del cuello igual que a un 94
toro lo empotró contra un poste. El ario visiblemente molesto trató de hacerse con las piernas de su adversario, no obstante, fue recibido por un codazo que le dio de lleno en la nuca. —Maldito bastardo, no te creas tanto por ser un insecto veloz. Voy a romperte la espina —gritó encolerizado el ario. —Yo no soy una niña indefensa como las que te gusta atormentar —replicó Maestre Peste. Hätler se envolvió en su odio atacando de lleno con varios golpes al galeno nocturno quien no se rehusó a entrar en la reyerta. Ambos combatientes intercambiaron golpes llenos de furia irreverente. A pesar de todas las sustancias para mejorar su físico el supremacista no logró obtener la ventaja, e incluso comenzó a perder terreno ante la ira desmedida de Maestre Peste. —¡Vamos, Hätler! ¿Acaso como no soy una pequeña no puedes romperme las piernas maldito? —gritó Maestre. El poderoso guerrero arremetió con furia, sin embargo, Maestre Peste subió la guardia para contener cada uno de sus golpes, acto seguido usó el enojo de su enemigo para atraerlo; con una increíble velocidad se posicionó frente a él para asestarle un par de golpes en diversos puntos específicos del cuerpo, terminando con un puñetazo que estremeció sus costillas. Hätler babeó dando tumbos hacía atrás retorciéndose de dolor. El supremacista quiso reponerse de inmediato, y tragando aire se dispuso a cargar de nuevo, no obstante, su cuerpo no le respondió como quería; parecía que sus músculos se habían enconchado, ya que no podía moverse con libertad. —¿Qué se siente estar vulnerable? —cuestionó Maestre Peste. —¿Qué me hiciste bastardo? —gritó Hätler. —Existen varios puntos anatómicos que regulan funciones vitales del cuerpo, si uno de ellos es bloqueado, las consecuencias pueden ser sumamente dolorosas, o fatales — explicó su interlocutor. —Eres un hombre de justicia, supongo que vas a entregarme a las autoridades. ¿Qué piensas hacer? —preguntó sonriendo Hätler. —Voy a divertirme mucho —sentenció él. 95
Maestre Peste apretó los puños en señal de satisfacción por lo que iba a ocurrir. El oscuro guerrero asestó varios golpes en la humanidad del ario, seguido de eso, le propinó un par de derechazos que cortaron la ceja de su enemigo comenzando a brotar sangre. Los ojos de Hätler ardían por la impotencia de no poder moverse. No obstante, el orgulloso beligerante no emitió ni un sólo chillido de dolor. El galeno lo derribó, y se le fue a los golpes sin parar. —¿Se siente bien, verdad? Ahora vas a probar la agonía que le provocaste a esa chica indefensa, por estos minutos tú serás ella, y no volverás a tener el control jamás —amenazó Maestre Peste mientras pateaba el cuerpo rendido del supremacista. —¡Acaba con él! ¡Mata al bastardo! —vitoreaban los rehenes. Luego de unos minutos las sirenas chillaron a plenitud, y una docena de policías abarrotaron el lugar. —Últimamente se ha ablandado mucho, ¿no es verdad? —murmuró la oficial Claudette. —Le hubiese asesinado, lo que le hizo a esa niña fue demasiado cruel, merecía que su cerebro quedase esparcido por el pavimento. No sabes la rabia que me provoca dejarlo en manos de los tuyos —respondió el encapuchado. —¿Entonces por qué lo dejaste con vida? —cuestionó ella. —Cuando se trata de crímenes de odio todo se vuelve mediático, para el organismo en el poder la justicia se torna expedita, ya que no pueden quedar como inútiles ante los ojos de los demás. Esa es una bestia que aún no puedo despertar, a veces toca tragarse un poco los ideales con el fin de preservar algo más grande —explicó Maestre Peste. «Debe referirse al triunvirato, ya veo, no importa como lo perciba la opinión pública, para el estado él es un forajido que no pertenece al cuerpo celestial de héroes legales. Así que no quiere llamar la atención de los altos mandos quitándoles la presa política, pero eso significa que ya tiene pensado ir contra ellos, eso quiere decir que…», pensó Claudette, antes de ser interrumpida por Maestre Peste. —¿Cómo sigue ella? —preguntó él. —El diagnóstico no es alentador, me temo que ella perderá las piernas —sentenció la oficial. 96
—Comprendo —murmuró el vigilante quien se dispuso a perderse entre la oscuridad de la noche. Una vez en el viejo hotel donde Maestre Peste tenía su guarida, éste se despojó de su traje, y de la máscara. Sus costillas estaban seriamente lastimadas, los moretones en su cuerpo daban testimonio de su fatídica cruzada. —Falta poco para que la larga noche termine, sin embargo, ante su lento recorrido me pregunto ¿De qué color se teñirá mi alma en el proceso de esta encomienda? —se cuestionó él para luego tomarse varias pastillas con un poco de vino quedándose adormecido en un viejo sillón. Al otro día en el hospital general la joven oficial Claudette quien se encontraba en su tiempo libre visitó a la joven “Xóchitl” que seguía convaleciente después de la operación donde sus piernas le habían sido amputadas. Cuando la agente llegó a la sala de rehabilitación se topó con una escena extraída de una horrida pesadilla; pues ante ella se extendía un corredor de cadáveres que iban desde doctores, enfermeras hasta pacientes que tenían un marcado rictus de dolor en el rostro. Instintivamente se llevó la mano a su costado, pero recordó con temor que no traía su arma al no estar de servicio, así que buscó en su pantorrilla su otra pistola de emergencia. Justo en ese instante una vaporosa emanación se presentó a su espalda, aquella sombra infernal pareció emitir una risa malévola que resonó por el pasillo. Claudette, impulsada por el terror, percutió su arma contra aquella cosa que no se inmutó. La criatura lanzó un zarpazo que la chica apenas pudo evadir gracias a la oportuna aparición de Maestre Peste quien cargó con ella evitando así su muerte. —¿Qué diablos era eso? —preguntó Claudette. —No lo sé, pero no deberías quedarte a averiguarlo, tienes que irte, ayúdame coordinando a la policía en lo que descubro con lo que estamos lidiando —ordenó el enmascarado. —Entiendo, lo dejo todo en tus manos, mantendré el canal uno abierto para recibir tus indicaciones, por favor, no mueras —respondió ella descendiendo por las escaleras. —Y ahora veamos qué cosa eres tú —dijo Maestre Peste ante la criatura que portaba dos cuernos prominentes de cabra sobre su casco el cual dejaba ver un rostro diabólico
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tallado en un jade de tono ébano, su cuerpo estaba ataviado por un ropaje que le hacía ver como un vikingo antiguo. El monstruo atacó con un arañazo que el vigilante oscuro evitó con facilidad, éste se repuso y aprovechó para contraatacar con varios golpes al costado, sin embargo, se encontró con una dureza irreal provista por la armadura nórdica. De súbito lo que pareció ser una enorme hacha de batalla adherida al brazo de la criatura se abatió contra él. Maestre Peste apenas pudo esquivar el hachazo solo para encontrarse con una patada circular de su enemigo que lo mando a volar lejos. Cuando el héroe se reincorporó extrajo de su traje un par de balines de cristal que balanceó entre sus dedos por detrás de su espalda. El normando avanzó ondeando su hacha de batalla, por lo que Maestre Peste respondió de la misma forma saliendo a su encuentro; acto seguido disparó sus diminutas armas que dieron de lleno en la cara del agresor, dichas capsulas estaban cargadas con un potente acido que comenzaron su efecto de corroer el rostro de su presa, aunque por un momento pareció funcionar la realidad fue otra. La función corrosiva fue neutralizada por lo que la máscara del enemigo se reparó a si misma con suma facilidad. —Así que no eres un organismo biológico sino mecanoide, esto complica mucho las cosas —mencionó Maestre. El adversario replicó con una velocidad increíble conectando dos golpes contra el señor de las plagas que lo cimbraron, sin embargo, el contrincante no se detuvo, prosiguió conectado una sucesiva cadena de ataques que dieron de lleno hasta que firmó su última estocada atravesando el costado de Maestre Peste con sus garras retractiles. Sin piedad le estrujó la herida hasta hacerle sangrar visiblemente, y con violencia descontrolada le dio varios cabezazos hasta casi destrozarle la máscara al héroe caído. —Ya que has quedado destrozado creo que debería mostrarte el rostro de quien te mandará al infierno. Haré que tu muerte sea limpia, ya que sin ti nunca hubiese puesto mis manos sobre tan poderoso tesoro —dijo una voz humana conocida, dando paso a la reconfiguración de la placa negruzca que cubría el rostro de su enemigo, y al abrirse pudo verse a Hätler. —¿Cómo es posible? —murmuró con trabajo Maestre.
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—Lo sé, parece un chiste. Bueno, como dije antes, ya que estás a punto de morir, no veo mal en contarte lo que sucedió. La verdad, luego de la paliza que me diste la policía me traslado a la procuraduría de justicia, sin embargo, ya sabes que la burocracia y la meritocracia tienen sus mecanismos obsoletos dejándome a la deriva en el hospital, y luego en las vías jurisdiccionales hasta que decidieron enviarme la capital. Aquello no me puso tan contento, el triunvirato no valora las guerras raciales aunque ellos mismos las fomentan al entronizar a sus “doce reyes celestiales” quienes poseen poderes fuera de la imaginación humana. Cuando el convoy que me llevaba atravesó una carretera abandonada sucedió un extraño fenómeno, al principio pensé que era una explosión o un ataque, pero aquella fuente de energía que resplandeció por unos segundos dejo a todos fuera de combate excepto a mí. Cuando me acerqué al punto de choque pude ver que allí se hallaba algo que nunca había visto. Quizás el cielo había respondido mis plegarias otorgándome el poder divino para purgar este mundo de aquellas razas inferiores o un arma extraterrestre había caído en mis manos, sea cual fuese la causa, pude ver algo similar a un centípedo mecanoide que se debatía en la tierra, hasta que se unió a mi dándome un poder inigualable con el cual voy a terminar contigo, y luego con los reyes celestiales para imponer mis preceptos supremacistas en el nuevo orden mundial —aseveró Hätler llevando a Maestre Peste hasta un enorme ventanal que destruyó para que todos abajo pudiesen ver cómo derrotaba al héroe de los afligidos. —Entonces ahora solo eres una marioneta de algo que ni siquiera entiendes, que pena me das, Hätler —se burló Maestre Peste. Hätler intentó decapitar a su enemigo, pero fue abruptamente interrumpido por un helicóptero de la policía que abrió fuego con cartuchos expansivos en su contra teniendo que soltar a su presa por el impacto de la explosión. Maestre Peste cayó hasta toparse con las escaleras de emergencia que lo hicieron trompicar depositándolo sobre un viejo contenedor de basura. —Vaya, amigo, esa debió ser una consulta rápida. ¿Qué paso? ¿No tenías seguro, verdad? Suelen hacer eso con todos, esos bastardos capitalistas —arguyó un vagabundo. —No tienes ni idea —dijo Maestre Peste, quien apenas podía moverse cayendo cerca del viejo.
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—Este mundo es una mierda, he visto a muchos caer, parece que entre mejor persona seas, más dura es la caída. ¿Quieres un trago? —invitó el vagabundo. —Gracias, pero deberías irte. Pronto vendrá un tipo caradura y puede causar problemas, no tendrías que inmiscuirte —advirtió el galeno oscuro. —Ya te he visto, eres el doctor plaga, muchos hablan de ti amigo. ¡Joder! Deberías tomar un trago, créeme no hay algo que el alcohol no mejore —sugirió el indigente, no obstante, segundos después pudo escucharse un golpe atronador, algo había caído frente a ellos. —Ya está aquí —indicó Maestre Peste. —Me deshice de esas molestias, ya podemos seguir con lo nuestro —dijo Hätler. Maestre Peste se colocó en posición de defensa para recibir el ataque de su contrincante. Antes de eso pudo escucharse el crujido del vidrio al romperse sobre el casco de Hätler. —Así que eres tú el que está causando problemas a mi amigo —gritó el viejo quien le había lanzado su botella. —¿Estás loco? Debes irte. Él no tendrá piedad —replicó Maestre Peste reprendiéndole. Sin embargo, pese al intercambio de palabras entre los dos el enemigo no prosiguió su embate, al contrario; Hätler parecía desorientado, se llevó las manos al rostro como si algo le quemase la cara. —¿Qué demonios era eso? —preguntó Maestre Peste. —Alcohol, obvio, aunque debo admitir que no es del mejor, de hecho se trata de alcohol etílico, la verdad es que no tenía dinero para algo más —respondió él. —¡Genio, Eres un maldito genio! —gritó el señor de las plagas y acto seguido le susurró algo al viejo quien se apresuró hasta desaparecer por el callejón. Maestre Peste empujó él contenedor de basura contra su enemigo quien recibió el golpe directamente, luego tomó una cadena la cual uso para atrapar a Hätler del cuello guiándolo hacía un socavón donde de una patada logró hundir al ario.
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—No tengo mucho tiempo, espero que los preparativos estén completos —se dijo Maestre Peste poniendo rumbo hacía el hospital. En lo profundo de las aguas negras Hätler revoloteó por unos segundos hasta que emergió revitalizado por alguna fuerza ignota uniéndose pronto a la persecución de su presa. Maestre Peste ya esperaba al supremacista en un ala especial del hospital, había vuelto allí para dar fin al combate. —Lamento la tardanza, es hora de que mueras —sentenció. —Ya veremos —respondió Maestre Peste preparando una botella con gasolina a la cual le prendió fuego. —¿En serio? ¿Vas a atacarme con fuego? eres demasiado idiota para no comprender que soy invulnerable —vitoreo el guerrero. Maestre Peste lanzó la botella contra su enemigo, sin embargo ésta paso muy lejos de él cayendo en un lugar con material inflamable; las rosas ígneas se elevaron alrededor ante la risa de Hätler por ver el fallo del héroe. El avance del fuego propició la activación del sistema anti-incendios. Los aspersores comenzaron a actuar llenando la habitación del vital líquido. Hätler saco su garra retráctil lista para cercenar al malherido héroe, pero su cuerpo vaciló, comenzó a dar tumbos hasta que volvió a retorcerse de dolor, sin embargo, a diferencia de la vez anterior su armadura crujía con intensidad, y por momentos parecía fragmentarse en múltiples partes similares a gusanos mecánicos. Los diminutos organismos metálicos vibraban al unísono queriendo escapar de sí mismos. Maestre Peste entonces mostró su otra contramedida, deduciendo que el origen de aquella debilidad se debía al factor desinfectante, dispuso la orden de hacer una mezcolanza de líquidos abrasantes con el fin de comprobar su teoría, así que previamente Claudette junto al personal del hospital siguieron esas instrucciones llenando un extinguidor con amoniaco, alcohol, cloro entre otras sustancias. Maestre apuntó hacía Hätler quien no podía tomar el control de sus movimientos ya que su armadura estaba hundida en un frenesí caótico, acto seguido disparó el chorro desinfectante dando de lleno en su enemigo. La armadura comenzó a despintarse, pasó de color negro a un tono grisáceo mostrando grietas por doquier, hasta que los pequeños gusanos fueron cayendo uno a uno disolviéndose. Al final Hätler quedo vulnerable de 101
nuevo, de su espalda emergió un ciempiés mecánico que estaba adherido a su columna vertebral. Aquel artefacto quedó inerte al abandonar a su huésped. Maestre Peste atacó al ahora debilitado enemigo, con una combinación de puñetazos; derecha e izquierda danzaron contra la humanidad del derrotado supremacista. Esta vez el señor de las plagas no iba a detenerse hasta destruir por completo a su enemigo. Sin embargo, una voz le detuvo. —Su vida no te pertenece. ¿Acaso te crees con el poder de juzgar a uno de nuestros sentenciados a muerte? —amenazó una recién llegada enfundada en un traje formal de color gris; su piel parecía ser de porcelana, sin embargo, su rostro carecía de alguna emoción humana. —Un agente del triunvirato, esto no podía ir peor —murmuró el galeno oscuro. —He venido con solo dos objetivos; el primero es hacerme de ese artefacto desconocido, y el segundo es regresar con el criminal Hätler —indicó la mujer. «Si el triunvirato se hace de esa tecnología extraterrestre podrían volverse invencibles», pensó Maestre Peste. En un instante la mujer se posicionó por detrás de Maestre Peste, éste intentó atacar, pero la agente le bloqueó con facilidad y le asestó un golpe en el estómago que le dejó en el suelo. —Por el momento no eres un objetivo del estado, te sugiero que no te levantes para seguir así —mencionó la mujer. El entorno comenzó a distorsionarse entrando en un vórtice de irrealidad hasta que se situaron en un lugar diferente al hospital. —¿Qué hiciste? —preguntó ella, y prosiguió—. No. No fuiste tú. Maestre Peste fue testigo de algo increíble, pues un aro luminiscente rodeó a la agente obstruyendo su movimiento. —¡Extracción! —gritó ella, pero la comunicación había sido cortada. Entonces un tornado plasmático absorbió a la mujer destruyéndola por completo. —Odio a esas estúpidas marionetas sin vida —aseveró una sombra.
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—Ya lo sospechaba, se trataba de un androide. Aunque tú no te ves muy humana tampoco —dijo Maestre Peste. Aquella persona se dejó ver; era una fémina la cual portaba un traje metalizado que se ceñía a su cuerpo, y por encima una bata blanca de laboratorio, lo que llamaba la atención era que portaba el cráneo de un lagarto sobre su cabeza, y sus ojos eran similares a los de una serpiente, también sus patas correspondían con las de un animal, pues poseía cuatro dedos; un espolón que apuntaba hacia atrás, así como una gran garra que le servía como una hoz afilada, terminando con dos dedos para apoyarse en el suelo. —¿Quién eres? O… ¿qué eres? —preguntó Maestre Peste. —Soy la “Chrono-raptora” y pertenezco a la guardia acrónica, soy lo que tu primitiva especie consideraría como una sauriana evolucionada —respondió ella. —¿Entonces la teoría de los reptilianos es cierta? —cuestionó el señor de las plagas. —Yo no soy extraterrestre, bueno, no en el sentido simple del término, soy una viajera que salta entre distintas burbujas temporales —replicó ella. —¿Viajes en el tiempo? Entonces ese objeto tan poderoso es del futuro —aseveró él. —De uno muy probable, aunque eso depende de que lo regrese a su tiempo antes de que su ausencia altere el “Continuum” —aclaró la Chrono-raptora. —¿Podrías explicarte? —pidió el malherido guerrero. —El Continuum lo es todo, es el orden natural del tiempo en el universo, en todos los universos, y realidades. La fluidez de la materia dorada es inmutable, o al menos, casi siempre lo es, salvo en casos donde los nodos existenciales que sirven como direccionales son alterados; esto debido a la modificación del tiempo en cualquiera de sus zonas omniversales. Yo pertenezco a la guardia acrónica, la cual se encarga de impedir que existan estas modificaciones que son provocadas por viajeros en el tiempo quienes extraen o introducen objetos fuera de su tiempo local, dichas piezas son llamadas “Ooparts” —explicó la viajera del tiempo. —Vaya, con razón esa armadura es tan poderosa, no puedo ni imaginar a que tiempo podría pertenecer, supongo que los soldados del mañana son muy difíciles de tratar — mencionó Maestre Peste tosiendo sangre por sus heridas.
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La chrono-raptora se acercó al héroe caído y estiro uno de sus dedos de donde sobresalió un aguijón que clavó en el pecho del herido y añadió: —Me has prestado un gran servicio encargándote de este objeto, ahora descansa, he insertado dentro de tu cuerpo unos parabots; con eso tus heridas serán sanadas con prontitud, además ese no es un traje de batalla. Muchos años en el futuro, después de las guerras mundiales, el planeta quedó convertido en un páramo putrefacto lleno de aguas contaminadas, basura, nubes radioactivas, cadáveres en descomposición, el amiente se degrado a tal punto que fue necesario portar trajes especiales para supervivir, la última generación de ropa industrial era muy intuitiva, estaba compuesta por nocloths, que se encargaban de mantener al usuario protegido herméticamente, sin embargo, la contaminación evolucionó al grado de provocar un “Grey goo”. —¿Una plaga de replicantes? —interrumpió él. —Sí, los nocloths fueron modificados debido a la tecno-infección provocando múltiples formas que se nutrieron del ambiente degradado ignorando su función original la de proteger al usuario, al obtener su poder de la suciedad y la contaminación su único punto débil son las sustancias purificantes que no existen en el futuro, para ellos son agentes externos desconocidos que distorsionan su composición física —explicó ella. —¿Cómo llego eso aquí? —cuestionó Maestre Peste. —Eso no te lo puedo decir, no es algo que debas saber, confórmate con saber que no volverá a pasar —dijo ella dándose vuelta para irse. —¡Espera! Tú vienes del futuro, así que debes tener una forma de ayudar a una persona que ha perdido las piernas —indicó él. —Ya te he pago mi deuda, no puedo interferir en los puntos temporales por mucho tiempo sin causar la misma reacción que los Ooparts —dictaminó ella. —Entonces quítame estas cosas, y dáselas a ella, es una joven con un futuro por delante, si no fuese por ese maldito de Hätler seguiría una vida normal, debes ayudarla, por favor —rogó Maestre Peste. —Eres demasiado fastidioso, pero supongo que puedo hacer algo mínimo por ella — aseguró la Crono-raptora quien usó una fuerza extraña para atraer al ciempiés
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mecanoide hacia ella poniéndolo en resguardo y ambos héroes desaparecieron en una esfera de luz. No obstante, un pequeño gusano metálico se arrastró por el rio de sustancias desinfectantes hasta llegar al oído de lo que alguna vez fue la cabeza del agente destruido del triunvirato.
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La Felipilla
Carlos Enrique Saldívar
A Lorena Gutiérrez Chiok
Voy a narrar un hecho que aconteció cuando era niño y que, a pesar de haber tenido lugar hace dieciocho años, todavía me atormenta. Todo esto por ser el infeliz protagonista del mismo. Aun hoy puedo sentir en esta trastornada mente los efectos de lo ocurrido aquella triste fecha de julio, el día de aquel cumpleaños número doce. El esfuerzo mental que hago para poder traer al presente aquellos hechos es atronador, aunque eficaz. Me han dicho aquí, en esta institución —en la que ocupo un espacio desde hace mucho— que ya he contado dicho relato hasta el hartazgo, que ya suena maquinal e insanamente aburrido. Pese a ello, no soy creído por nadie. No obstante, empezaré una vez más la narración e intentaré darla a conocer tal y como reposa en mi memoria. Todo con el fin de demostrar que no es solo el engaño de un cerebro desgastado por los infinitos medicamentos, sino un conjunto de hechos fehacientes que han arruinado la existencia que poseo y, en este momento, siguen retumbando con sonidos de dolor y profundo desamor.
Vivíamos en Lima, pero durante aquella época nos mudamos a la Lunahuaná, en el sur. Exactamente a Catapalla, pasando el puente del mismo nombre. A menos de una hora de la ciudad. Era una zona cubierta de verdor, invadida de haciendas. Una amplia casona nos cobijaba. Mi padre tenía una situación económica acomodada, porque era comerciante de artículos para la playa, de ropa de invierno, de juguetes y se las arreglaba (no sé de dónde sacaba las fuerzas) para vender grandes cantidades de adornos 109
navideños a algunas tiendas importantes. No solo eso, en Fiestas Patrias vendía banderas y escarapelas, la cuales por ser de mejor hechura que las de otras empresas tenían gran aceptación en las escuelas de la localidad. Mi madre trabajaba con él. Era muy buena diseñando los abalorios. Se suponía que algún día sería yo quien heredara el negocio de la familia. Al menos papá me lo sugería siempre. Y la idea, en realidad, me agradaba. Vivíamos con mis dos abuelos, los padres de mamá. Yo tenía dos hermanas mayores y un hermano menor. Es decir, yo era el tercer hijo de la familia. Nuestra existencia se desenvolvía armónica en aquel lugar alejado de los ecos de una ciudad que en el año 1988 ya se mostraba ruidosa en demasía. Una criada cañetana nos acompañaba, era muy buena y hacendosa, sabía hacer de todo, la casa para ella parecía un patio de juegos, pues siempre se le veía ágil y elocuente. Realmente éramos un hogar feliz. No podría hoy mencionar razón alguna para quejarme. Recuerdo las Fiestas Patrias de aquel año. Pasamos la celebración en nuestra casona, a puertas de mi cumpleaños. Me sentía muy contento en aquella época, la última de alegría que mi mente es capaz de rememorar. ¿Cómo hubiera podido imaginarme lo que vendría después? Nunca había creído en fantasmas, no me interesaban los libros o las películas sobre presencias extrañas, muertos andantes o destripadores del más allá, como aquellos que aparecían en esas revistas baratas que a menudo llegaban del extranjero y se vendían en la librería de la zona industrial, a pocos kilómetros de aquí. Dichas historias y personajes oscuros les fascinaban a mis hermanas, por ello sus novios adolescentes solían llevarlas al único cine de la localidad donde pasaban horas contemplando escenas tétricas, las cuales luego comentaban a mi madre, quien escuchaba siempre entusiasmada. Estaba harto de oírlas. Contrario al comportamiento que toda señorita de buena familia debía tener, ellas disfrutaban de lo sórdido, lo morboso. No entendía esa parte de ellas. Yo trataba de ignorar dichas actitudes, no obstante, esas chiquillas se encargaban siempre de embadurnarme la cara con historias de espantos. Y, ciertamente, me asustaban. No podía soportarlo. Esperaba a que llegara el siguiente año para retornar a la capital, rogaba porque todo cambiara una vez volviésemos ahí. Al mismo tiempo, un enorme temor se asentaba en mi mente. Siempre he sido un niño nervioso, por ello sentía cierta excitación debido al lugar que habitábamos en ese momento; se llamaba: «La higuera
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roja». No sabía a qué se debía mi súbito interés, ni siquiera tenía conocimiento sobre qué era una higuera. Mis hermanas me dijeron: «La higuera es una planta que mata otras plantas. A menudo se equivoca mientras busca extender su cizaña por los jardines y bosques. Se confunde y acaba con la gente en vez de asesinar vegetales. Por eso le dicen La higuera roja, porque ha absorbido la sangre de personas inocentes, las cuales accidentalmente se toparon en su camino. Le ha gustado probar sangre y ahora quiere más. Sobre todo, la de los niños pequeños...» Luego mi madre me diría que una higuera es el árbol en donde crecen los higos. Vegetal que abundaba en nuestra propiedad. De ahí el nombre. Este dato no evitó que la historia contada por mi hermana calara a profundidad en el núcleo de mis miedos.
Mi hermana Sofía era una adolescente en vías de ser mujer. Mi hermana Francisca tenía aún quince años y celebraba cualquier travesura de Sofía. En especial, aquellas en las que estaba implicado como víctima. Cabe decir, a punto de cumplir yo doce años, ya tenía conciencia de mi fuerza y altura, es decir, de la superioridad física que tenía ante las niñas. A menudo las golpeaba moderadamente entre juegos. Ellas forcejeaban, mas no podían contraatacar. Era mi defensa cuando jugaban bromas de mal gusto. Intentaba no temer, como dije, no me gustaba lo sobrenatural. Mi mentalidad no se había formado así, me parecía a mi padre, quien poseía un espíritu conservador y práctico. Mamá sí adoraba escuchar relatos fantásticos, tenía un alma ingenua, complaciente ante el engaño y la persuasión. Mis hermanas lograban que dudara de la postura ideológica que promulgaba. Por ello cedía. Las pesadillas me hacían despertarme a menudo en la oscuridad, cubierto de un sudor fétido. Atosigado con temblores que lastimaban esta epidermis. Desorientado y triste. Muy triste.
Por aquellos días, tras el cuento de la higuera, aquellas hermanas se dedicaron a molestar a mi pequeño hermano, Tadeo, de nueve años. No lo defendí. Yo aprendí solo a mantener a raya a esas dos fieras de lazo y vestido. Que encontrara él por sí mismo el modo de protegerse. Me hallaba muy ocupado soñando y divirtiéndome en mi nuevo hogar. Tenía dos semanas de vacaciones en la escuela, además pronto iba a ser mi cumpleaños; tan solo pensaba en ello. No obstante la alegría en la que estaba imbuido, el nombre de la zona: La higuera roja, seguía inquietándome La curiosidad siempre 111
poderosa en mi cuerpo. Causándome problemas desde que era un niño pequeño. Una vez me pregunté a qué sabrían ciertos hongos rosa ubicados en el jardín de nuestra antigua casa. Me los comí y resultaron ser venenosos. Nunca pregunté por ellos a nadie, jamás investigué antes de consumirlos, simplemente me los metí a la boca, los mastiqué y me los tragué. Estuve en cama durante nueve días, hinchado como un balón de basquetbol. Eso era raro en mí, la formación cultural que recibí había sido óptima. Un muchacho bien educado como yo no podía cometer esa clase de errores. No obstante, estaba seguro de que algún día esa curiosidad me perdería. ¿Sería así? Desde que llegamos a la localidad me interesé por la parte desconocida del lugar y comencé a merodear. Nuestras tierras abordaban una parte del bosque, el cual era el límite con una zona alejada que era propiedad estatal. Hasta ahí llegué en la segunda tarde de estadía, tiempo en el cual recorrí cuanto pude, por más de una hora. Por cierto, dicho terreno, denominado «prohibido» por los lugareños, era más amplio de lo que imaginé en un principio. Se extendía hasta el inicio de unas colinas. No quise alejarme tanto, por ello desistí en mi intento de recorrerlo todo. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que realizara mi travesía. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Así no hubiera encontrado aquello que arruinó mi vida.
Nuestra casona era enorme, amarilla, con tejados rojos. Por dentro, el ambiente era apacible. Antes de mudarnos mi padre la había remodelado, colocando algunos muebles importados de Europa. Dijo que dentro de una semana haría un alto en el trabajo y pasaría diez días con nosotros, pues a inicios de agosto debería viajar constantemente a Lima por asuntos de trabajo. A partir de esa fecha hasta diciembre estaría yendo y viniendo, por lo tanto no podría vernos seguido. Nos pusimos tristes todos, la más afectada fue mi madre quien permaneció pensativa. Empero, teníamos seis días y medio con papá y no pensábamos desaprovechar ese lapso. Mamá preparó una rica cena consistente en carne con vegetales y nos sentamos a celebrar que estábamos juntos. Hoy me doy cuenta de que éramos algo raro, una familia feliz en un mundo infeliz. Papá era serio pero comprensivo. Mi madre era callada, aunque dulce y conversadora. Era físicamente muy delgada como mis hermanas y, a veces, ocurrente como ellas. Mi hermano menor se estaba convirtiendo en mi mejor amigo. Iba creciendo a la velocidad del sonido y ya podía hablar con él de diversos temas. Estaba dichoso. ¿Por cuánto tiempo estaría así? En ese momento no lo sabía. No hubiese querido saberlo. 112
Aquella noche no fue distinta de las demás. Escuché que el grupo de hermanas le narraban una lóbrega historia a Tadeito. Oí como se aterró con las primeras frases. Yo no quería prestar atención al cuento, estaba leyendo un libro, era Ben quiere a Anna de Peter Härtling. Con la lectura estaba atrapado por completo, no obstante, percibí aquellas voces con tonalidades tétricas y mi extraordinaria curiosidad pudo más que mi sentido común. Y lo que escuché realmente me hizo temblar.
Todas las tardes caminaba por un estrecho sendero que me conducía a través del bosque vecino hasta los límites de mi propiedad. Desde la ventana más alta de mi casa podía ver una amplia extensión de tierra a lo largo de los cuatro puntos cardinales. Por la parte trasera de mi vivienda atisbaba multitudes de árboles frutales que terminaban en un campo abierto. Muchos de ellos nos pertenecían. Esa era la ruta hacia la ciudad. Al este había una zona con sembríos que también eran nuestros. Al oeste se hallaba una zona preciosa, por lo verde y mística, el bosque. Frente a la residencia se hallaba un amplio campo que conectaba con zonas aledañas, cuyos dueños eran amigos de nuestra familia. La parte que me interesaba recorrer era la del este. Un espacio misterioso que me llamaba como la luz a una polilla. Al iniciar el recorrido me topé con flores de colores intensos y algunos arbustos extraños. Cuanto más avanzaba, menos flores contemplaba. Llegué al límite del sendero y me interné en el corazón del bosque a través de un trecho por el cual no había pasado antes. Anduve por aquel improvisado camino hasta que calor del sol se extinguió. Serían las cinco de la tarde, yo había aprendido que después de esa hora el frío se tornaba fuerte, por ende me había abrigado adecuadamente. Surgió una ligera neblina, seguí por un borde de rocas que parecían estar extrañamente dispuestas sobre la tierra. Por esa ruta anduve un par de horas sin encontrar el final del trecho. El terreno ya me parecía demasiado extenso. Muy, muy extenso. Decidí no continuar, di la media vuelta y retorné a mi casa. Llegué de noche. Mi madre me preguntó algo enojada en dónde estuve. Dijo que hacía más de media hora la familia había cenado. Papá había ido temprano a la ciudad para poder comprar unos útiles escolares a mi hermano menor, y aún no volvía. Las clases se iniciarían en agosto. Yo le respondí a mi mamá que solo estaba paseando, que me sentía fascinado por los alrededores, que dicho exabrupto mío no se repetiría en el futuro. Mi progenitora me 113
besó en la frente y ordenó a la criada que me sirviera la comida. Cuando la sirvienta dejó en la mesa el plato de lentejas, me comentó que no volviera a recorrer la parte alejada del bosque, que era peligroso. Le brindé una mirada de aprensión. Mas no hice caso. A pesar de que cuando me lo dijo, ella estaba temblando.
Desde el día siguiente hasta el de mi cumpleaños, es decir, durante diez días, el pasatiempo fue: buscar la vieja casa de la señora Felipa, La dama de oscuro corazón, como la llamaban mis hermanas. Su casa, había sido derruida seis años atrás, sin embargo, los habitantes del lugar juraban que veían la residencia intacta ciertas noches cuando se desorientaban durante una cacería en el bosque que, según investigué, pertenecía a la Municipalidad de Cañete. Algunos aseguraban que veían incluso a la noble mujer, hija de un soldado portugués y de una monja brasileña. Ella había vivido ahí con su esposo y sus hijos. La veían con un amplio vestido rojo, caminar entre los árboles, sonriente. Un borracho de la zona contó que observó la casa como nueva, llena de luces y risas como si hubiese una fiesta; el sujeto en cuestión huyó aterrado cuando vio el umbral abrirse. Una garra negra, como la de una fiera, sostenía la puerta. Como es de suponer, nadie le creyó. El ebrio apareció tres días después con el cuello cortado. Se rumoreó la posibilidad de un suicidio debido a un ataque de esquizofrenia. Yo creía que se trataba de un caso de histeria colectiva. Había documentos que certificaban que aquella residencia de dos pisos, de ladrillo rojo y techo naranja había sido incendiada. Nada habitaba ahí en definitiva. Papá conocía la historia, pero, siendo un hombre de mentalidad racional, no prestó atención al asunto cuando adquirió la propiedad. Además aquellos fantasmas nunca habían llegado hasta nuestra casa. A lo mejor no era su jurisdicción. O tal vez a los aparecidos les costaba recorrer casi una hora de trecho cada noche. No, en nuestro hogar nunca ocurrió ningún fenómeno extraño. Si algo malo había en Catapalla estaba en esa parte alejada rumbo al este, a cincuenta minutos a pie entre la densidad del bosque. El único camino. Mi madre se enteró de la leyenda y, al ser el más impresionable de todos mis seres queridos, me prohibió salir solo o internarme en esos lares. La fiesta de cumpleaños se hallaba cercana. Mi progenitora se desvivía, invitando a familiares y amigos, organizándolo todo, comprando ropa y todo lo necesario para dicha ocasión. Solo quedaban dos días. Esto hizo que los temores de mi mamá se diluyeran con rapidez. 114
Un día antes del cumpleaños me pareció dar con la casa encantada. Caminé por un sendero que nunca antes había visto. Me guiaba por la ubicación del sol, como papá me había enseñado. Al atardecer, comprendí que me había perdido. Desanduve el camino, pero el trecho por el cual había ingresado no estaba a la vista. Solo contemplaba unas curiosas plantas rojo oscuro y unos árboles que dibujaban formas extrañas. Fui presa del miedo. El atenazador miedo que es capaz de marcar la mente de los niños. Aunque yo estaba entrando a la pubertad, fui víctima de ese tipo de turbación. Estaba tan nervioso que imaginaba terminar con los pantalones mojados. Oriné junto a un árbol. Me sentí un poco mejor. De pronto vi una luz a unos metros. Era la casa. Me pareció ver una faz en la ventana del primer piso, un rostro hermoso. El de una niña de cabello castaño claro, delgada, alta, con un vestido azul de encaje. Su faz era muy blanca y limpia. Estaba llorando, me miraba con gran pena. La observé por espacio de cinco minutos hasta que decidí acercarme... entonces tropecé. Cuando volví a mirar, todo se había desvanecido. Cerré los ojos, los froté, abrí los mismos y volví a visionar aquel rostro bello, que lucía sonriente. Fui atisbado con unos ojos cargados de simpatía, lagrimeó de nuevo, aunque yo sabía que era por la alegría de haberme encontrado. Todo el miedo se desvaneció. Me dije a mí mismo que era un tonto por creer en estúpidas leyendas. Tonto por sentir temor. Veía las cosas con más claridad. Sí, la casa estaba más nítida que antes. Hecha de ladrillos, dos pisos, tejado naranja como el fuego, cubierta con enredaderas. Y en la ventana aquel ángel me seguía sonriendo. Intentó abrir la ventana, mas no pudo. Me acerqué, estaba unos seis metros delante de ella, le pregunté cuál era su nombre y si vivía ahí. Le dije mi nombre, que al día siguiente sería mi cumpleaños, que vivía en la casona de La higuera roja. Puedes ir cuando gustes, pídeles permiso a tus padres. ¿Cuántos años tienes? Mi papá es el comerciante más famoso de la zona. Yo... La niña hizo un gesto afable y bajó la mirada. Luego hizo una mueca de negación con la cabeza. Eso me entristeció. Ella apareció por detrás de mi interlocutora, era una mujer bonita, aunque tenía una expresión diabólica. Sé que lucirá raro, pero parecía la versión adulta y maligna de aquella encantadora niña. La mujer me dirigió un gesto de odio, cogió a la muchacha por los cabellos y le plantó dos bofetones. De inmediato cerró la cortina. Me llené de ira, corrí hacia la puerta y golpeé muchas veces. A temprana edad había descubierto lo impulsivo del carácter que poseo. Quería ayudar a esa linda chiquilla. Toqué por mucho 115
tiempo sin respuesta. Decidí oír por la cerradura. Percibí unos suspiros, se oían como ruidos lejanos, como de a mil kilómetros de distancia. Eran como explosiones lejanas. No eran suspiros. Eran el llanto y los gritos de aquella niña. Pateé la puerta, una misteriosa niebla surgió y me inundó por completo. Varios minutos después se difuminó y pude ver que estaba golpeando la corteza de un árbol. Mis manos estaban heridas. No comprendí nada. Supuse que había alucinado tras aquel extravío en el bosque. A mi espalda se hallaba el sendero por el cual había venido. Era de noche por lo que decidí retornar a mi hogar con la promesa de volver a aquella zona fantasmal para ver de nuevo a esa chiquilla fascinante. Debía salvarla de las garras de aquella infernal mujer. Regresé a casa con el corazón lleno de tristeza. Mi madre no protestó ante mi llegada tardía, cené en silencio, decidí acostarme temprano. Pensaba en lo sucedido. ¿Y si le contara a mi madre o a mi padre? No, estaban como hipnotizados, me recalcaban que el siguiente día iba a ser inolvidable, que iríamos temprano a comprar víveres para un estupendo almuerzo. En la tarde vendrían los invitados, la fiesta sería monumental. Antes de ir a mi cama, intenté sonsacarles algunas respuestas a mis hermanas. Ambas se hallaban saltando sobre sus colchones, peleando con las almohadas. Cuando me vieron se quedaron calladas, luego rieron y me lanzaron los cojines. Eso me molestó, pero opté por no renegar. Nada más les dije: —Quiero que me cuenten la leyenda de La higuera roja. —Ah, miren, pues, el pequeñuelo quiere conocer la leyenda —dijo Francisca—. Te la puedo contar, pero, ¿y si mañana amaneces con los pantalones mojados? —No seas así con el hombrecito, mira que mañana es su cumpleaños —mencionó Sofía—. Yo seré quien te cuente. Siéntate en aquella silla. Es una historia cortita y nada interesante. —Sí, de hecho es aburrida. Cuando nos la contó su novio ella decía: «No, no, no, noo, nooo, ay, no, ay, noo, ay, nooo, no me cuentes más» —dijo Francisca. —Y tú te tapaste los oídos y cerraste los ojos en ese momento, marrana. —Sofía abrió mucho los ojos y empezó: —Mi querido novio Horacio, con el que tengo recién dos semanas, me ha narrado esta historia. Él ha vivido siempre aquí y cuando nosotros volvamos a la capital, él seguirá viviendo aquí, entonces yo me buscaré un limeño... Perdón, no me iré por las ramas. Va el relato... Más allá de los límites del siniestro bosque vivía una mujer de actitudes muy extrañas llamada Doña Felipa Ofeliano, tenía 116
origen extranjero, su padre era un comerciante portugués y su madre una monja brasileña. Sí, es cierto, las monjas también pueden… de hecho, son más sensuales de lo que uno podría imaginar, pero no, no me iré por las ramas... Felipa vivió con su mamá varios años hasta que esta segunda apareció colgada de un árbol cierta noche. Nunca se pudo comprobar si fue suicidio o asesinato. Felipa quedó sola a los dieciocho años. Era una dama muy respetada, dueña de una gran fortuna. Se casó a los veintiún años con un comerciante de muebles. No recuerdo su nombre, pero lo que sí recuerdo es que el tipo la engañaba con otras mujeres. A los ocho años de matrimonio, se descubrió que era amante de una joven mestiza. Doña Felipa no se quedaba atrás, ser madre de dos hijos no le impedía mantener amores con un funcionario público de Cañete. Un día el marido infiel apareció muerto junto a su enamorada de turno. Estaban colgados y daban señales de haber sido torturados. Aprehendieron al funcionario por el delito, quien murió luego en la cárcel, apuñalado por unos delincuentes, a los cuales él mismo había hecho arrestar meses antes. Esta es la parte de la historia para niños. Lo horroroso viene a continuación... Se comentaba que Doña Felipa tenía un lado oscuro. Los lugareños la habían visto hacer cosas terribles. Encendía fogatas y bailaba, invocando a espíritus malignos. La gente del pueblo no hizo nada al respecto. Tenían miedo. Algunas personas de Catapalla desaparecieron, sobre todo adolescentes y niños. —No, no es así —interrumpió Francisca. —¿Cómo que no? Déjame contarlo. Tú no llegaste a escuchar nada. Tenías los oídos tapados —respondió Sofía con enojo. —Claro que escuché, estaba muy atenta. Estás contando la historia con errores. Escucha, Tomás. No fueron algunas personas las que desaparecieron, fueron muchas. Alguien llegó a ver a esa gente bailando después de desaparecida junto a la fogata de La señora Felipa. Claro, eso nunca se pudo comprobar. Muchos niños, niñas y adolescentes como tú o como nosotras se perdían sin que volviera a saberse más de ellos. Creo que dos padres hallaron una vez el cadáver de su hijo. Ambos vomitaron porque el cuerpo estaba... estaba... Todos sabían quién era la responsable de los crímenes. Un día el hermano mayor de una niña desaparecida entró a la casa de Felipa junto a cinco amigos, roció todo con gasolina y prendió fuego. La horrible mujer no pudo salir y ardió hasta la muerte. Se dijo que el incendio fue visible a lo largo de varios kilómetros. 117
—Entonces ella murió —dije, impresionado. —Sí, tuvo lo que merecía. No obstante, ese no fue el fin. Cuando las autoridades buscaron en los alrededores, encontraron en el sótano de la casa restos humanos enterrados. Se comprobó que eran de los muchachos desaparecidos. Felipa los había raptado y asesinado. Se dice que lo hizo con el fin de beber su sangre para así obtener el favor de ciertos dioses oscuros. Asegurarse la vida eterna, por ejemplo. Lo que te cuento lo saben muy pocos, pero es lo que pasó. Ni más ni menos. —¿Y la niña? —pregunté con el rostro hinchado. —¿Cuál niña? —me respondió Francisca, sobresaltada. —Dijiste que tenía dos hijos, un niño y una niña. ¿Qué pasó con los niños? —Ah, es cierto. No lo sé. Pues... ¿era una niña? ¿Mencioné a una niña? —preguntó mi hermana con un gesto de desconcierto. —La parte de la niña no la sabe ella —dijo Sofía, con un gesto macabro—. Verás, Francis, cuando llegó tu pusilánime noviecito te olvidaste de todo y te marchaste. En el auto, Horacio me contó el resto de la historia. Es más terrorífico que lo anterior. No sé, Tomasín, si podrás seguir siendo el mismo después de escuchar el relato. —Cuenta, cuenta. Si Tomás no preguntaba no lo contabas, babosa —exclamó Francisca. —Está bien, pero solo es una leyenda. No deben tomársela tan en serio. Horacio pudo mentir, él sabe que a mí me gustan esas historias, me conoce tan bien... —¡Cuéntalo! —le grite. Estaba harto de que mis hermanas siempre divagaran. —¡Tranquilo! Está bien, no sé por qué tanto interés. Bueno, se descubrió que la mujer había asesinado a los chiquillos y había bebido su sangre. El caso no tuvo la resonancia debida en los medios de comunicación. A pesar de que los crímenes tuvieron lugar en un lapso de cinco años. Oh, un detalle, se supo que Felipa también había sido amante del coronel de la policía, el cual al día siguiente de la quema apareció electrocutado en su habitación. ¿Qué pasó? Nadie sabe. Se sospecha que el policía amparaba los crímenes de la mujer. Fueron días sangrientos. —¿Y la niña? —pregunté. 118
—Sí, a ver. Se llamaba Felipa, como su madre. Una niña agraciada. Era la hija mayor. Sobrevivió porque estaba en el bosque cuando todo ocurrió. Por cierto, fue ella quien acusó a la asesina. Un amigo suyo, que le profesaba amores, fue quien acudió a destruir a la bruja. Como ven, la propia hija fue la causante de la muerte de la horrible mujer. —¿Y su hermano menor? —indagué. —Ya estaba muerto. Un mes antes había sufrido una intoxicación. Su cadáver fue hallado en el río. Tenía diez años. Antes de morir escribió con mala letra los dolores previos a su deceso. El papel fue hallado junto a su cuerpo descompuesto. Su hermana entre sollozos contó lo ocurrido. Al parecer, su madre les daba a ambos de beber la sangre de las víctimas, lo cual puede resultar dañino para la salud. El pequeño tenía una constitución débil y no aguantó. Felipa hija sí resistió, aunque después del incendio se volvió demente. Dicen que se cortaba los brazos y succionaba la sanguinolencia. Fue recluida en un centro para enfermos mentales hace seis años. —¿Ella vive todavía? —No lo sé. Le preguntaré a Horacio mañana. Él vendrá a tu fiesta. Dime, tontín, ¿qué pasa? ¿Estás interesado en esa pobre muchacha? No creo que la encuentres. Solo es una leyenda. Puede que ni siquiera haya existido. —Fue un horrible cuento, ¿no? —dijo Francisca con una sonrisa. De pronto se puso seria—. Es una historia cierta. Lo sé porque Horacio es una persona alegre y cuando narraba el hecho no sonreía para nada. De hecho, se le veía muy asustado. A mi papá se lo advirtieron los vecinos el primer día que estuvimos aquí. —¿Le advirtieron? Él no dijo nada sobre eso. —¿Tú crees que nos lo iba a decir? Es nuestro padre. Yo escuché accidentalmente cuando un lugareño le dijo que debíamos irnos de aquí... Ya es hora de que te duermas. Cualquier duda será resuelta mañana. Ahora a reposar. —Sofía se mostró cansada. —Hasta mañana, Sofía. Hasta mañana, Francisca. —Espero que esta noche no tengas pesadillas —dijo Francisca. —No, lo creo. Mañana será un gran día —mencioné.
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—Será tu día —dijo Sofía. Esa noche me fui a dormir sin una pizca de miedo. Es más, aquella vez soñé con Felipa, la dulce niña de la ventana que pedía ayuda con un grito que no pudo salir de sus labios, pero que taladraba mi mente con fuerza. Tenía la esperanza de que estuviera viva, aunque de ser así tendría dieciocho años y no doce como me pareció ver. Cuando desperté, aún mantenía su imagen pegada a mis entrañas. Mis cristalinos la tenían grabada con precisión. Tal era el sentimiento que me envolvía. Quería verla, jugar con ella, hablarle, pero estaba muy lejos, perdida en el lado oscuro de una leyenda.
El día se desenvolvió sin ningún contratiempo. Solo me molestaba el hecho de que mis oídos a ratos eran atenazados por una especie de llanto que parecía llamarme. Atribuí el malestar a las visiones de día anterior. No podía dejar de pensar en la dulce Felipa, delicada, bonita, con sus cabellos castaños y su piel de hielo que parecía estar a punto de derretirse. El día fue agradable, me compraron ropa y me obsequiaron un enorme tren de juguete para armar. Por unos instantes me sentí dichoso y olvidé aquella imagen perdida en la neblina del bosque. A medida que los invitados fueron llegando, mi nerviosismo se acentuaba. Las cosas no marchaban bien en definitiva. Francisca se me acercó cuando yo estaba bailando con una niña y me dijo: —Ahora que lo recuerdo no te mencioné nunca que la bruja Felipa tuviese una hija. Yo dije hijos. ¿Cómo pudiste saber que una de ellos era una niña? Dime, Tomás. No le respondí y ella no preguntó nada más. Avanzada la tarde, la casa estaba repleta de gente. Mis primos y mis amigos de la escuela correteaban por todo el lugar. Yo estaba desganado. Una chica muy simpática animaba la fiesta con juegos, decidí participar en ellos. Olvidé mis penas una vez más hasta que vi a Horacio junto a Sofía. Mi padre lo había aceptado como novio de ella. Estaban ambos contentos en un extremo de la sala. Luego intentaron salir al jardín. Los detuve. —Sofía, ¿qué hay de lo que ibas a preguntar? Horacio era un joven regordete y algo desaliñado. Miró con turbación a su pareja, luego a mí. Mi hermana reaccionó y le dijo: —Sobre la niña de la cual me contaste, Hora. La hija de la bruja Felipa, La Felipilla, la chiquilla que se volvió loca cuando... 120
—¿Se lo has contado a tu hermanito? —dijo el joven con tono molesto—. Te pedí que no se lo dijeras a nadie, a nadie Sofía porque... —No te pongas especial. Solo se lo conté a él, me escuchó cuando lo platicaba con mi hermana. Hizo preguntas, ahora está medio obsesionado con el asunto. Quiere saber qué le ocurrió finalmente a la hija de la asesina del bosque. —No debiste contárselo. Si tu papá descubriera que la historia vino de mí, no querría que yo saliese más contigo. —No se enterará. Además él no presta atención a tonterías. Anda, chiquito, solo una pregunta. La respondes y nos vamos al río tú y yo, como te prometí. —¿Irán al río? —les pregunté. —Sí, pero solo a la orilla. Es un río bastante movido. Guarda el secreto, Tomasín. —De acuerdo, pero... —No le contaré nada. Vámonos. —Horacio me miró con ojos abatidos—. Lo siento, niño, hay cosas que a tu edad no deben saberse. —Le diré a mi papá que irán al río. ¿Tienen traje de baño? Me parece que no... —Tenemos traje de baño debajo de nuestras ropas. —Sofía se rio. Mencionó: —Ya te dije que solo estaremos en la orilla, tonto. —Está bien —dijo Horacio—. ¿Qué quieres saber? —El pobre quiere saber cuál fue el destino de La Felipilla, la hija de la bruja Felipa. —Le agradecí a mi hermana que me ahorrara la pregunta. —Muy bien —Horacio se mostró serio—, te lo contaré, y nadie más debe saberlo. Mejor vamos afuera. Salimos, y en la puerta, a la luz de la luna, el novio de mi hermana me contó todo: —Se llama Ofelia. Se llamaba Ofelia y le decían La Felipilla. Ofelia Felipa Casares. Su madre la bautizó así porque descendía de una familia importante, Los Ofeliano, eran portugueses. La mujer se llamaba Felipa Ofeliano y la niña, Ofelia Felipa Casares Ofeliano, redundante, ¿no? Su padre fue expulsado de Portugal. Radicó un tiempo en Brasil donde murió. Su madre trajo con ella a Felipa Ofeliano a nuestras tierras. Ese fue 121
el inicio de la depravación. La sangre inocente que se ha derramado aún sigue aullando desde las tumbas. —Anda al grano y deja de asustar a Tomasín. El chico se ha enamorado de la pequeña Felipilla. Seguro ya soñaste con ella, hombrón. —Mi hermana rompió en risa. —¡Cállate, déjalo hablar! —grité, sorprendiéndolos a ambos. No me importó inquietarlos—. ¿Qué pasó con ella? En mi cabeza repetía: «Ofelia, entonces es Ofelia». —Tu hermana te contó lo del desastre. Bueno, La Felipilla se hizo conocida después de ello. Fue internada en un manicomio. Pero durante su estancia ahí cosas horribles sucedieron. Mató a un enfermero y a una enfermera, les cortó el cuello y bebió su sangre. El psiquiatra señaló que ella no tenía plena conciencia de sus actos. Alguien comentó en el pueblo que el espíritu de su madre habitaba dentro de ella. El caso es que Ofelia se escapó del sanatorio y nunca más fue encontrada. Alguien comentó que la vio autoinflingirse cortes severos en el cuerpo y que cayó al río desmayada. Debió ahogarse. Otro comentó que la vio transformarse en una fiera indescriptible, la cual se devoró a sí misma, claro, esto es mentira. Alguien más contó hace un par de años que el espíritu de la niña vagaba por el bosque. La gente decía que la casa de la bruja aparecía de cuando en cuando cubierta de fuego. Quien se perdiera por esos rincones era absorbido por la maldad que ahí aguardaba. Así se formó la leyenda. Gracias a los chismorreos de las personas. Esa es toda la historia. No hay más que contar. —Así que ella está muerta —respondí, bajando la mirada. —No te sientas mal, pequeño. No hubieras querido tener una novia con gustos alimenticios poco ortodoxos. —No te creo nada de lo que has contado, suena demasiado tétrico para ser cierto — dijo mi hermana. Jaló del brazo a su novio, añadiendo: —Ya vámonos. Tomás, no le digas a mi papá a dónde estamos yendo. Volveremos en treinta minutos para cantarte happy birthday, te lo prometo. —Uhm... ¿irán al mismo río donde se ahogó Ofelia Casares? —preguntó Horacio. —¿Hay algún otro río por aquí? —respondió mi hermana, bastante risueña.
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Desaparecieron en la oscuridad. Cuando entré, mis padres se acercaron a mí y me felicitaron. No descubrieron mi pena. Tenía varias razones para sentirme dichoso, sin embargo, me sentía ubicado en un mundo aparte, muy lejos de todo lo que me rodeaba. Ojalá nunca hubiese escuchado aquello. Ojalá nunca hubiera penetrado en el bosque. Creo que ya estaba condenado. ¿Acaso era ese mi destino? La historia resultaba triste, empero, mis sentimientos hacia Ofelia eran fuertes. Hubiese querido que ella fuera mi novia, hubiera hecho de todo para tenerla en la fiesta y bailar con ella. Pero no podía. Había muerto. Sólo quedaba su espíritu errante. A lo mejor aún podía salvarla. Ella sufría, estaba convencido de que sufría. Lo noté cuando la vislumbré en su ventana. Tenía serios problemas. Lloraba. Yo quería llorar junto a ella. Me sentía culpable por tener tanta alegría alrededor de mí en tanto la chiquilla que amaba sufría lo indecible en el bosque. Su madre debía estar lastimándola. Su madre estaba con ella. No podía permitirlo, debía separarlas. Así que tracé un plan. Mis padres se acercaron y me rodearon con sus brazos. Fui invitado a integrarme a la festividad y lo hice. Al transcurrir una hora, todos cantaron feliz cumpleaños y me felicitaron. Dijeron que pidiera un deseo y así fue. Pedí que ella estuviera ahí conmigo, celebrando entre dulces de castaña, regalos alucinantes, vestidos resplandecientes, globos, payasos, chicha morada y una piñata. Cogí un encendedor sin que nadie se diera cuenta. Luego de comer la tajada respectiva de pastel le mencioné a mi madre que deseaba ir al baño. Me escabullí por la puerta trasera de casa y corrí. Avancé a través de la maleza. Logré ver a un par de primos por ese lado; no me descubrieron. Una pareja se estaba besando afuera del jardín, si me vieron no hicieron caso de mi presencia. Pude adentrarme en el sendero sin dificultad y fui encaminándome al bosque, corriendo a gran velocidad por la misma trocha que había seguido un día antes. Una noche antes. Llegué a la casa de La Felipilla. La niebla surgió, no obstante, pude avizorar la vieja y magnánima residencia de ladrillo rojo y tejado naranja. De súbito apareció una luz desde su interior. La cortina del primer piso fue descorrida y vi a Ofelia. Mi corazón latió a mil por minuto. La linda muchacha me sonrió y me saludó con la mano. Presentí que no corría peligro alguno. Pensé que si lograba sacarla de allí ella no manifestaría aquella locura de la cual tanto se ha hablado. Estas son las cosas que piensa un niño. Sobre todo uno inocente como yo. No tenía miedo alguno en ese momento, estaba fuera de mí. 123
Entonces la vi... La sujetó de las trenzas y me miró con ojos inyectados de odio. En la otra mano llevaba un cuchillo. Cerró las cortinas de golpe. Fue cuando me di cuenta de que todo acabaría muy pronto. No importaba que mis seres queridos se preocuparan. Ya habían transcurrido cincuenta minutos desde que hube llegado a ese lugar. De seguro estaban buscándome. Mi hermana confesaría que contó la historia, papá se adentraría en el bosque a buscarme. Con ayuda de los lugareños daría rápido conmigo. Todo eso no tenía la más mínima importancia. Yo ya no estaba en el mismo plano de realidad de mis familiares, me había adentrado en una dimensión distinta. Empero, imaginaba que mi pureza de espíritu lograría salvarme. Me paré frente a la puerta de la siniestra casa y escuché quejas provenientes de la voz de Ofelia. Luego, gritos de dolor. Golpeé, mas nadie me abrió. Tampoco esperaba tumbar el pórtico, yo era un púber bajo y enclenque. Hice uso de la única arma que tenía a la mano, el encendedor. Prendí fuego por los bordes de la residencia y algo fantástico sucedió. El fuego, animado por el viento, se extendió con rapidez. Me alejé de allí, esperando que ambas mujeres salieran. Que al menos escapara Ofelia. No esperaba que eso se presentara afuera. No quería ver su verdadera forma. En lo más hondo de mi ser deseé que la niña de mis sueños sobreviviera. La casa desapareció. Volvió a aparecer. Desapareció una vez más. La puerta en llamas se abrió y escuché un rugido, como el de un león, una garra como la de una rata gigante sostenía el borde de la puerta. Cerré los ojos y no hice ningún movimiento. Aquello se acercó, reptando, pero se movía lento, el fuego había alcanzado gran parte de su cuerpo. De inmediato se encendió como una antorcha, y se extinguió. Aún hoy intento rememorar su forma, mas no puedo. Solo sé que era negro, peludo y asqueroso. Y que en ello no había nada de humano. Era la verdadera doña Felipa. Entré a la casa a pesar del fuego. El aire se hacía irrespirable. Había un rincón que no había sido alcanzado por las llamas. Era como si una áurea divina la protegiera. Ofelia estaba allí, desmayada. La tomé en mis brazos y, a pesar de la flaqueza de este cuerpo, la saqué de ahí. Casi no podía respirar. Sentí un calor lacerando mi rostro. Creo que se terminé con los zapatos quemados. Logré salir casi ileso. El dedo gordo del pie 124
izquierdo me dolía mucho. Pero conseguí sacar a la jovencita intacta. La tendí en el suelo. —Ofelia, flor de mis sueños —le dije. En ese momento surgió el poeta que descansaba en mí. Me puse a decir mil tonterías. Ella no despertaba. ¡No respiraba! Puse mi boca sobre la de ella, como me enseñó papá para reanimar a los ahogados. Ofelia abrió los ojos. Le sangraba un poco el brazo derecho. Arranqué una tira de mi camisa de seda y le vendé la herida. No era profunda. Sonrió y me besó en los labios con todas sus fuerzas. —Gracias... —dijo. Yo volví a besarla. Era dulce estar junto a ella y abrazarla. Sus ojos llenos de inocencia no mantenían el recuerdo de los horrores a que habían sido sometidos. La había salvado. Lloré de alegría. Escuché ruidos a lo lejos. Eran mis parientes. Estaban buscándome, como había imaginado. No importaba, como dije, ellos estaban en otro plano de existencia. No deseaba además que la ilusión se terminara. —Corramos —le dije a Ofelia—, corramos para que no nos alcance ningún grito. —Ella, ella... está muerta. Lo hiciste. La mandaste al infierno. Tú solo acabaste con esa criatura. Gracias, Tomás. Y nos fuimos. Mientras nos alejábamos de ahí, le dije que la llevaría a vivir a mi casa. Mis padres la adoptarían. Ella nunca se separaría de mi lado. Cuando nos hallaran, narraría toda la historia. No la creerían. No interesa. Igual aceptarían a Ofelia. Nos encontrarían y seríamos todos felices, nos besarían, nos abrazarían y la amarían a ella al igual que yo. La Felipilla no cesaba de agradecerme. Le dije que la amaba. —Eres un chico muy bueno, Tomás. Yo también te amo. —Te amo, Felipilla, siempre te amaré, siempre estaré contigo. Pediste eso. Tu deseo fue ese y se ha cumplido. Eres la niña más hermosa del mundo, desde este momento las cosas serán diferentes. Conocerás el lado bueno de la vida. No todos son malos, hay gente bondadosa. 125
Le dije infinitas cosas en tanto nos deslizábamos por un sendero sin fin hasta que la niebla volvió a aparecer. No obstante, pude ver las luces de las antorchas de mis familiares en la lejanía. Quise decir algo más. Pero no pude hacerlo. Ella se desplomó. —Perdóname —dijo entre susurros—, perdóname, no puedo. No lo lograré... Todavía escucho sus palabras. Cuando suenan hoy en día los ojos se me llenan de lágrimas. —Sé que existen personas buenas en este mundo, Tomás. Mi Tomás. Tú eres un ejemplo de ello. Pero yo perdí la oportunidad de ser buena. Yo... maté a mi madre... Yo... la odiaba. Mató a mi hermano. No sabes lo que le hice a esa mujer aquella noche. —Lo hiciste... Pues te perdono. No quisiste cometer ese acto. Por favor... —Sí quise hacerlo. Lo haría mil veces. Pero te mentí, no soy una víctima. Antes de que yo escapase del incendio ella se cortó las muñecas y me hizo beber su sangre. Yo tenía la opción de no hacerlo, pero me atreví. Por miedo a la muerte. En el fondo yo deseaba adquirir sus poderes... El rito se llevó a cabo. Ella cortó mi brazo y bebió mi sangre. Ella está aquí. —Ofelia señaló su vientre. —No, no es cierto. Tú no quisiste hacer cosas malas. —Yo siempre supe de sus crímenes y se lo permití. —No podías hacer nada. —Sí pude hacer algo, cien veces. ¡Entiende, he bebido su sangre! ¡Está dentro de mí! —Felipilla, ¡No! —¡Perdóname! Ella cambió. Cerré los ojos para no verla. Pero percibí las garras que le nacieron en las extremidades. A pesar de ello, la abracé. No tuve miedo. Pensé que quizá mi amor haría que ella dejara de transformarse. Sin embargo, sabía que eso no sería posible. Seguiría cambiando, sus ojos se pondrían rojos y las enredaderas rojas de su cuerpo alcanzarían mi yugular en busca de sangre. Se movían alrededor de mi cuerpo como 126
serpientes. Ella acabaría pronto conmigo. No lo hizo. Prefirió morir. Las enredaderas saltaron de su cuerpo, sus entrañas estallaron, su enorme boca expulsó hierbas. No la solté en ningún momento, mis brazos la rodeaban. Abrí los ojos, observé lo que había quedado de ella y grité. Mis chillidos sonaron a través del bosque. Después dirían que el sonido era como el de un perro en plena tortura. Aullé sin detenerme, a pesar de que me cargaron en brazos y me llevaron al médico. Desperté un mes después, me dijeron que había estado en shock porque había sido víctima de una especie de alucinación patológica. No me curé. Veía cosas extrañas en la oscuridad, gritaba como loco todas las noches. Tenían que sedarme continuamente. Nunca volví a casa. Había golpeado con salvajismo a un enfermero una vez. Casi le arranqué un dedo a mi padre cuando fue a visitarme en cierto momento. Ataqué a otros enfermos, por lo tanto me aislaron, no volví a ver a mis hermanos más que un par de veces. El doctor dice que la última vez que vinieron a verme les solté una sarta de insultos imposibles de repetir. No recuerdo nada de eso, aunque si el doctor lo dice ha de ser cierto.
No, aún no me he recuperado. Ya han pasado dieciocho años desde el incidente. A menudo mientras hablaba con el médico he intentado hacerle entender lo ocurrido. —Su madre nunca estuvo ahí. Ya había muerto en el incendio. Solo estaba ella, Ofelia, siempre fue ella... las garras... los colmillos... la niebla... la luminosidad... No sé si he logrado salvarla, debo volver. ¡Comprenda! Pero el psiquiatra tomaba apuntes y me calmaba, diciéndome lo mismo de siempre: —No se preocupe. Lo superará.
Mañana será mi cumpleaños. Es decir, hoy, a las doce. Ella volverá, cumplirá su palabra. Estará conmigo, como todos los años. La locura volverá, la perturbación, aquella que hizo que toda la familia, incluso mi dulce madre, terminara abandonándome. Mamá vino sola hace seis meses. A través de una reja me miró, yo alucinaba cosas extrañas. Se alejó llorando.
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El doctor lo contó. Me dijo que ella ya no vive con papá. Ahora está sola. Muy sola. Mi familia se trasladó a Lima un año después del trágico hecho. Mis hermanas están casadas con buenos partidos. Mi hermano es comerciante en la capital y no sé qué más. No me interesa, sólo pienso en deshacerme de este médico, quizá le muerda el cuello y beba su sangre, no lo soporto, habla demasiado, me irrita. Parece que sólo se burla de mí.
Soy llevado a dormir. Muy pronto el reloj dará las doce de la medianoche. Ellos lo saben y me amarran a la cama como todos los años en la fecha del cumpleaños. Pero esta vez será diferente, hallaré la forma de escapar. Son unos ineptos, sus métodos no son eficaces conmigo. Eso es porque tienen mentes muy pequeñas. No me escuchan. No entienden. Muy pronto será la hora. Escaparé de aquí. ¿Mente perturbada? ¿Esquizofrénica? Así me califican, ¿acaso una mentalidad esquizofrénica puede armar un plan con tanta lucidez? Qué equivocados. Esto es un infierno del cual pronto huiré, un infierno vestido de blanco, un blanco puro, níveo, como el precioso rostro de ella, la que me visita siempre. Ofelia... esta noche me ayudarás... Ofelia... ¿por qué esta necesidad? ¿Por qué esta fuerte opresión en mi pecho? Aunque no recuerdo algunas cosas, los médicos me han dicho que les he narrado mi historia innumerables veces, por ello han dictaminado que estoy completamente loco, que nunca podré recuperarme del trauma que me provocó aquella fatal experiencia. Sin embargo, ellos no son lo suficientemente eficaces como para explicar ciertos hechos insólitos que rodearon mi caso, el cual es conocido como «El asunto de La Felipilla». Por ejemplo, no han sabido hasta ahora responder porque tengo estas extrañas manchas violáceas en mis brazos, en mi boca, en mis labios y en mi lengua. Parecen ser producto de unas mordeduras pequeñas, efectuadas quizá por algún animal del bosque. ¿Una serpiente? ¿Algún roedor? ¿Un insecto gigantesco? A pesar de ello me he mantenido con vida. ¿Por qué los dermatólogos no han podido descubrir la naturaleza de esto? Tampoco son capaces de responder por qué aparecieron aquella vez los remanentes de una casa quemada, la cual despedía un terrible olor a cadáveres. También se hallaron 128
antiguos restos calcinados de una criatura similar a una rata, aunque mucho más grande, con varias patas y cabezas, la cual hasta ahora no ha sido identificada. Este asunto no tuvo nunca resonancia en los periódicos y de seguro quedará destinada al olvido eterno como la mayoría de los casos que se cuentan tras las paredes de este hospital. Creo tener la razón, pues ellos no saben explicar nada, para todo recurren al facilismo, lo llaman coincidencia, broma, incluso lo encuadran dentro de la superchería, la superstición o el folklore. Yo conozco las respuestas, sin embargo, ellos me desoyen. Lo más importante de todo, no pueden explicar por qué aquella noche hace dieciocho años, cuando mis padres y mis familiares me encontraron gritando como poseído en el bosque, yo, con los ojos abiertos de par en par, sujetaba en mis brazos un esqueleto de huesos verdes descompuestos, que —como se descubrió después— era un cadáver perdido, perteneciente a una adolescente muerta hacía seis años: Ofelia Casares. La Felipilla, le decían. Yo te llamo: mi Felipilla. Has venido esta noche por mí. No sabes cuánto ansío acompañarte.
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Biodatas: David Sarabia Nació en Culiacán en 1976 y actualmente vive en San Luis Río Colorado, Sonora, México. Es Administrador de Empresas con Maestría en Dirección de Negocios por UNIDEP. Es empresario de la construcción, Docente en Centro Universitario de Sonora y miembro de la Asociación de Escritores de San Luis A.C. Sus cuentos han sido publicados en revistas como La Gata Roja y en digitales como Letras y Demonios, Incomunidade, de la Tripa, The Wax, Moulin Noir, y en el Blog Buenos Relatos. En papel fue publicado por Mini Libros de Sonora: Noctámbulos. Colabora en con una columna mensual en la revista digital: delatripa, de Matamoros Tamaulipas dirigida por el escritor Adán Echeverría. Actualmente está terminando una novela de ciencia ficción y horror con pinceladas Lovecraftianas: TITANIS, próxima a publicarse en Amazon para este 2022.
Poldark Mego (Lima, Perú, 1985) Psicólogo, actor y director de teatro. Como autor, publicó los libros Pandemia Z: Supervivientes (Torre de papel, 2019). El Domo, historias distópicas (Torre de papel, 2020). Grietas del abismo (Pez del Abismo 2021). Pandemia Z: Cuarentena (Torre de papel, 2021) Como gestor cultural, ha organizado la miniferia de libro Outlet 2020 y la convención internacional de literatura fantástica Uróboros 2020. Miembro fundador de la asociación de literatura de ciencia ficción, fantasía y terror Perú CFFT, que se especializa en la difusión de la literatura de género. Ganador del primer puesto en el concurso internacional de ciencia Ficción Tierra en el año 3000 de Trazos editores. Antologador de Pulp primitivo y Cyberterror (2020) con la editorial Speedwagon Media Works. Y director ejecutivo y editorial del sello de literatura fantástica Pez del Abismo.
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Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Dirigió la revista Argonautas y el fanzine El Horla; fue miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro. Dirige las revistas Minúsculo al Cubo y El Muqui. Administra la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).
Víctor Grippoli (Montevideo, Uruguay, 1983). Artista plástico con variadas exposiciones nacionales, docente en primaria, exdocente universitario, especialista en grabado en metal, madera y monotipo. Escritor de ciencia ficción, terror y fantasía. Ha publicado en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Espejo Humeante, Letras y demonios, Letras entre sábanas, el club de la labia, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium entre otras. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay en donde ejerce como editor, ilustrador, diseñador y seleccionador de relatos para las colecciones de Solar Flare y Líneas de Cambio. Ha publicado internacionalmente en España, Estados Unidos, México, Perú Argentina y Bolivia. Tiene un canal de YouTube llamado Editorial Solaris de Uruguay con análisis de libros, series, cine, anime del fansub www.key-anime.com (del cual es parte) y cómics. Participa representando a Editorial Solaris de Uruguay junto a Andrea Arismendi en el primer festival de horror en Virginia (USA) en el 2021.
Albert Gamundi Sr. (1991) es escritor e historiador de nacionalidad española. Con una narrativa inspirada en los autores grecorromanos, el autor practica habitualmente la escritura de novelas, relatos cortos y microrrelatos. A pesar de que el autor tiene facilidad para escribir la mayoría de géneros, su especialidad son las obras de drama, terror y thriller. El Sr. Gamundi es conocido por su participación en el evento literario internacional Nanowrimo (2016–2020) para el cual ha presentado títulos como ¡Por el Sake de Kano! 132
(Drama) y La Corona Usurpada (Thriller). Sin embargo, también ha colaborado activamente en antologías literarias como el Codex Maledictus (2019, la revista pulp Moulin Noir (2019 – en curso) o la iniciativa solidaria Visibiliz-Arte (2021). Actualmente el autor está trabajando en varios proyectos literarios individuales y colectivos, además de reseñar libros a tiempo parcial.
Rigardo Márquez Luis (1985), nacido en Coatzacoalcos, Veracruz, México, ha sido publicado bajo el sello de Editorial Cthulhu, Editorial Solaris de Uruguay y Pandemonium, y ha participado en varias revistas antológicas como: The wax, Letras y Demonios, Necroscriptum, El Narratorio, entre otros.
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Editorial Solaris de Uruguay Staff: Selección de autores: Rigardo Márquez Luis. Edición, maquetación, corrección, diseño de portada y contracubierta: Víctor Grippoli. Corrección: Carlos Enrique Saldívar.
Grabado en madera de portada: Pascual Grippoli Ilustraciones internas digitales realizadas con Procreate: Víctor Grippoli Puedes bajar nuestro material gratuito y libros digitales de pago por www.lektu.com Puedes seguirnos en nuestro canal de YouTube: Editorial Solaris de Uruguay. Todo el catálogo de la editorial en papel con distribución por Amazon en: https://victorgrippoli.wixsite.com/editorialsolaris Sitio web con nuestro catálogo: www.editorialsolarisdeuruguay.com
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