Moulin Noir 6

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Moulin Noir 6

Editorial Solaris de Uruguay Fundada en enero de 2018

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La columna del editor

Nos encontramos al final de un largo viaje. Cuando se gestó este proyecto creo que nadie pensaba que íbamos a terminar el mismo de esta manera. Aunque el fin de un trayecto es el inicio de otro, pues tenemos el libro de Moulin Noir para 2023. ¡Todavía no van a librarse de nosotros tan fácilmente! Debo agradecerles a todos los escritores que han participado tanto en la etapa de Aeternum y en la de Editorial Solaris de Uruguay. Ya antes he narrado cómo esta idea terminó en nuestras manos para darle una conclusión y proyectarla con nuevas ideas. Tenemos a un gran grupo de narradores en este final apoteósico, todos han sido seleccionados o recomendados por el gestor de esta idea original que es Rigardo Márquez, estamos gustosos por estar aquí y acompañarte en estas aventuras de lo que comenzó como un proyecto de literatura con antihéroes. Espero que disfruten mucho este número 6 tanto como yo. Fue un honor haber estado en la edición y el arte de todo este relanzamiento y resurgimiento. Quiero decir unas palabras sobre qué nos encontraremos en este ejemplar. El interior, como ya habíamos dicho, es en blanco y negro. Aparecen collages Dadá, una de las vanguardias artísticas del siglo XX. Recordemos aquellas palabras del manifiesto que decían así: «Dadá no significa nada». Por ese rumbo vinieron esas obras digitales que fueron realizadas sin pensar, usando los métodos de la vanguardia de automatismo creativo. También veremos fotografías más clásicas en donde el encuadre era lo fundamental, fueron tomadas con analizadores de superficies, por eso veremos cucarachas u objetos ampliados, se buscaba tocar un nuevo campo en lo fotográfico. Los diversos programas de inteligencia artificial, con la que ya hemos estado jugando anteriormente se vuelven a hacer presentes y hasta son modificados sus resultados por medio de los programas de Apple con los que vengo trabajando desde hace un tiempo. El objetivo, rupturista, era y es quebrar con lo visto en otras publicaciones y salir de los estándares. Desde collages Dadá, obras digitales generados con IA, fotos, forman una amalgama de lo visto en entregas anteriores. Ahora es el momento que se luzcan las letras. Ya saben con lo que se van a encontrar. Saludamos a todos nuestros amados lectores. A veces hay que morir para volver a vivir… Y la muerte, con el tiempo, también puede dejar de existir.

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Lord Víctor Grippoli de Bandrum y Blackwood
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Hikox

(Hijo de los hombres)

«

Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para decirles lo que se refiere a las iglesias. Yo soy el Brote y el Descendiente de David, la estrella radiante de la mañana.»

Apocalipsis 22, 16

Epiprólogo

Los dos seres sobrevolaron el firmamento al cántico luminoso del amanecer. La hembra poseía alas doradas y él volaba tan solo con la fuerza de su voluntad. La cópula entre ambos se había dado y llegaba el momento de crear una humanidad nueva. Ella estaba preñada y, junto con él, ahora podría dar vida a millones de seres semejantes a ellos para que poblaran su devastado planeta. Existían ahí animales inferiores y plantas, los cuales estaban presentes porque pudieron resistir el final, la hecatombe de la que ella culpaba a El Inmortal. Empezó a dudar cuando se situaron en el centro del cielo, pudo apreciar con sus ojos puestos en la cima de este un rostro dibujado, parecía un hombre muy viejo y barbudo que estaba dispuesto a derramar lágrimas de desilusión.

«¿Acaso eres sincero, Dios?», pensó el macho. «¿Acaso sientes pena o temor por lo que estamos a punto de hacer? Creí que estabas dormido, pero en realidad estuviste despierto todo el tiempo. ¿Por qué permitiste que la civilización se extinguiera? ¿Qué fue lo que pasó realmente? ¿Por qué no hablas conmigo, que soy tu hijo, y me cuentas la verdad?»

No tuvo tiempo de seguir indagando, la hembra leía su mente, lo abrazó, ambos estaban desnudos en el aire. Ella le susurró:

«Tú debes hacerlo. El hecho de contener tu semilla en mi cuerpo me ha debilitado. No soportaría el siguiente paso, ahora depende de ti»

Lo besó en la boca de forma apasionada y él recibió la semilla, entonces vomitó el contenido por todo el planeta. Sus ojos se desorbitaron, pareció ahogarse en lo alto del

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cielo. Aquel macho poderoso sentía que la vida se le iría ante tan cruel tortura, aunque al final para su tranquilidad no duró mucho. Los espíritus, productos de su semilla y de la de ella, cayeron en el planeta en diferentes puntos del mismo, nacieron enseguida de allí hermosos seres humanos, masculinos y femeninos, quienes se desarrollaban con velocidad y que desprendían llantos de bebé a la luz de un amanecer nítido. Era un milagro, el nacimiento de un millón de seres humanos que empezarían de inmediato a poblar este mundo desolado. Un milagro entre todos los milagros. La labor más grande de todas, la que daría inicio a una nueva civilización e historia humana, estaba cumplida.

«¿Acaso es eso lo que quieres?», escuchó el macho en su cerebro. «¿De verdad piensas que yo acabé con todos tus hermanos, con la preciosa humanidad?»

Sí, lo pensaba. Aunque la duda intentaba penetrar en su cálida mente. Aquel estaba dando a entender la gran equivocación que absorbía el corazón del ser. ¿Acaso sus sentimientos eran injustos? Esa era quizá una pregunta romántica que no venía ya al caso. Además ella decía la verdad, debía ser así porque exhibía bondad y, aunque en su mirada había una extraña fuerza que rompía a ratos la armonía del universo, había demostrado en todo momento cordura y amor.

¿Qué haremos con los bebés que acaban de nacer y lloran con desesperación? preguntó él.

Bajaremos a la tierra y los criaremos a todos, al millón que acaba de brotar en todo el globo. Ahora somos casi dioses, podremos. Mira tus alas.

Al igual que ella, quien poseía alas de un dorado resplandeciente, la espalda de él se tajó en dos orificios verticales, dando paso a dos hermosas alas de ángel, mas no eran blancas, sino doradas como el metal más bello del planeta.

¿Qué es lo que soy ahora? preguntó el macho.

Eres el creador y yo seré tu acompañante. Descendamos a la tierra a proteger y amar el fruto de nuestra unión.

Así él aceptó como cierto aquello de que los hombres, a pesar de que cumplen un ciclo de vida y son imperfectos, son seres muy atractivos para los fines de los dioses. Es más, era cierto aquello de que la raza humana no se extingue, que es inmortal

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Quiero embalsamar ese cielo que es eterno.

Su dulce relucir acaricia mi espíritu en un millón de direcciones distintas. Y yo soy el amo de las direcciones. Aunque no sé quién me creó ni de dónde vengo, tengo la certeza de que este es mi lugar: la gran cúpula celestial, donde mis células de viento habitan desde hace centenares de años. Todo se ve perfecto desde aquí, pero quisiera no sentir esta triste soledad que tanto daño hace a mi alma.

Estoy satisfecho con lo que me rodea, no obstante, el gran problema de mi vida es que no tengo con quién compartir esta curiosa existencia. ¿Acaso existo? ¿O acaso estoy viviendo en un tibio y triste sueño? Soy un hombre. Tengo todas las características físicas de aquel, aunque por dentro debo ser algo más, porque soy capaz de navegar entre los huracanes, jugar con los relámpagos y dormir sobre las nubes. Puedo hacer cosas extraordinarias. Sé que, a pesar de todo, soy mortal y me ando siempre con cuidado para no enfadar a aquel que es inmortal.

Aquel que de seguro me creó en este universo de esperanzas múltiples, en su soledad, a su imagen y semejanza, y me dio la habilidad de ser constante, poseyendo esencia de niño, por el largo tiempo que de vida yo pudiera tener.

Los años se suceden lentos e indolentes, nada nuevo ocurre en este planeta precioso, delicado, como las flores que nacen en los días calurosos o como los insectos que se ocultan cuando, durante mi vuelo de ave divertida, los rozo.

A veces desciendo a tierra firme y no encuentro novedad alguna: unos pocos animales gigantes en los bosques y selvas, ciertas criaturas de ensueño dominando los mares, pero no hay humanoides como yo, con los cuales poder platicar o jugar, intercambiar experiencias u opiniones sobre este mundo tan extraño y magnífico. Me voy dando cuenta de que la razón del hombre es la expresión. Si un ser humano no podía decir lo que sentía, aquello que habitaba en su corazón podría consumirlo hasta darle muerte. No tengo amigos, situación que me pone melancólico. El Ser Inmortal debió hacerme por casualidad y me dejó luego olvidado en el desierto de su propio hogar terrenal. Sé que igual está presente, aunque jamás le he visto por aquí y, seguramente, jamás le veré en lo que me reste de vida.

Ante mi tristeza extrema, fui capaz de sentir y comprender uno de los más grandes sentimientos humanos: la pena. El dolor que te abate a cada instante, pero que enseña a ser resistente, a ser valiente, recio.

Descendí.

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Me situé en unas rocas cerca a la orilla del mar, alrededor de una isla sin nombre donde no había plantas ni animales, ni el más mínimo indicio de vida terrenal. Me eché a llorar como un bebé desconsolado. A pesar de no recordar la época de mi infancia, podría asegurar que era la primera vez que lloraba con tanta amargura. Lloré hasta que las lágrimas crearon otro mar y así inundé la isla por completo. Del centro de aquella isla sumergida, donde hubo un volcán (que al hundirse se extinguió), emergió una sombra grande que luego se difuminó en el aire. Surgió algo novedoso: una voz que me habló:

Hola, hijo. Por favor, dime, ¿qué te aflige?

No es nada. Lo que ocurre es que soy un hombre y sé que, como tal, debo llorar.

No es cierto, no deberías llorar. Las criaturas como tú son grandiosas. El llanto solo crea debilidad. Debes ser fuerte y madurar, ya no eres un niño.

No. Claro que no lo soy, pero, ¿qué dices? ¿Acaso has visto otros como yo?

Pues sí, hace bastante tiempo, muchos como tú, una civilización entera.

¡Es increíble! Yo pensé que era único. He vivido por lo menos dos mil años y nunca he visto a nadie igual a mí. ¿Cómo es posible que hubieran existido tantos antes que yo?

¿De dónde crees que desciendes, hijo?

Pues, creí que El inmortal me había creado. No imaginé que era hijo de los hombres.

Bueno, de alguna manera eso es cierto. El inmortal creó, hace muchísimos milenios, al primer hombre y, ya que tú desciendes de ellos, eres producto también del gran poder del Supremo Creador.

Entonces no perdamos más tiempo, misteriosa y célere voz, llévame con los otros hombres, quiero verlos, hablar con ellos, jugar miles de juegos, amarlos.

Me temo que eso es imposible, hijo mío. Hace mucho tiempo vivieron, pero ya se han extinguido.

Una puñalada atravesó mi corazón. Mi conciencia estuvo a punto desplomarse. Pero... ¿Cómo...? ¿Cómo fue posible? ¿Tú los viste?

Sí, los vi, interactué con ellos, fuimos felices. No obstante, fueron exterminados. ¿Por quién? ¡Por quién! ¿Qué cruel entidad se atrevió a exterminar a tan bella raza, a mis hermanos?

Fueron exterminados por Dios.

¿Quién es Dios?

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El inmortal, hijo mío.

No podía creer en las palabras de aquella voz. La duda azotaba mi mente. Dicha aparición era especial, sonaba tan cálida, tan sincera. Sé que quería ayudarme, por ello me estaba dando un regalo apreciable: conocimiento. Sin embargo, este obsequio me estaba lastimando mucho; mi existencia por mil años había sido una mentira. No podía aceptarlo. Tenía que desconfiar un poco de la veracidad de aquella dulce voz, tenía que indagar más para así poder obtener respuestas claras. Era la única manera de descubrir la verdad acerca de mi origen y sobre la existencia de mis hermanos. Desconfiado, dije: No creo que El inmortal los haya creado para después destruirlos.

Hijo, si tú construyes una casa y esta no te gusta, ¿acaso no la derrumbas? Si elaboras un juguete y este se rompe, ¿no lo echas a un basurero? Si crías un animal de carga y este se enferma, ¿no lo sacrificas? Hay muchas razones poderosas por las cuales El inmortal tomó la decisión de acabar con la civilización, con tus hermanos.

¿Por qué lo hizo? Dime.

Porque se hartó de estos, así de sencillo. Hacían mucho ruido, ensuciaban sus hermosos jardines, herían su delicado planeta, contaminaban el aire y las aguas, peleaban entre ellos. Sus batallas eran crueles, terribles. Por ello los aniquiló, para recuperar la calma y la armonía en este mundo.

¿Y cómo es que aún estás vivo? Dime, armoniosa voz, ¿quién eres? ¿Quién eres tú a todo esto?

Está bien, te mostraré mi verdadero ser para que puedas comprobar la veracidad de mis palabras y puedas confiar en mí de modo pleno, como si fuera tu leal hermano.

Del vacío en el aire, de donde provenía la vocecilla, surgió una sombra negra, informe, que con rapidez cedió lugar a una figura humana. ¡Sí! Era muy hermoso. Y era humanoide, cabellos rubios brotaban de su pequeña cabeza. Era alto, atlético y vestía una túnica blanca. Su piel era clara como la escarcha en el invierno y sus ojos, celestes, como el mar visto de lejos. Era un ángel con toda seguridad, pues de su espalda brotaron dos perfectas y delineadas alas, las cuales no eran blancas, sino doradas. Sus pequeñas manos se abrieron con suavidad como recibiendo al universo en su regazo. Plumas de metal reflejaban el sol en mis ojos pardos. Flechas de oro esparcían un viento tibio que desordenaba mis cabellos y erizaba mi encrudecida piel espumosa.

¡Eres un ángel! ¡No, un ángel no! ¡Eres un arcángel!

Así es, no obstante, hay algo más que debes saber.

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Al decir esto, el arcángel dio la impresión de querer llorar. En efecto, dos gruesas lágrimas bordearon sus mejillas. Sentí una honda tristeza y también derramé una lágrima que cayó caliente sobre mi rostro. Era obvio que no había sido humano, ni siquiera suprahumano, como yo. Con facilidad podía explicarse el hecho de que hubiera sobrevivido al exterminio y se hubiera mantenido incólume durante tantos miles de años. Debió haber vivido junto a los hombres, pero cuando el horror llegó quizá tuvo que volar a la tierra de los ángeles y, desde ese lugar, observó, impotente, todo el proceso de aniquilamiento efectuado por El Inmortal, su indescriptible maldad. Capté de inmediato los pensamientos del ángel de oro, podía comunicarse conmigo nada más con la fuerza de su mente. A partir de las impresiones recibidas construí un monólogo. Con una notable rabia dije para mí mismo:

El inmortal cree que somos juguetes, insectos, nos crea y después nos hace sufrir, ¿por qué? Nos da la vida con el fin de gozar de nuestra destrucción mediante sus propias manos. Es igual a un niño que construye un muñeco de arcilla para después triturarlo, descomponerlo, desfigurarlo y darle fin. Y todo esto con un retorcido sentimiento de placer. ¡Te odio, Inmortal! ¿Por qué no acabas conmigo de una vez?

Me di media vuelta, cerré los ojos llorosos, abrí los brazos, me elevé al cielo, levanté el rostro y grité con todas mis fuerzas:

¡Ahora lo sé todo, Dios! ¿Por qué no me llevas a mí también?

¡No! gritó el arcángel atrás de mí . No debes retar así a El Inmortal. ¿Por qué no? Después de lo que acabo de enterarme ya no quiero vivir, deseo que mi existencia finalice. Así podré reunirme con mis hermanos en la tierra de las almas.

Escucha bien, tú eres la clave para recuperar a la civilización que alguna vez llenó, hasta sus confines, este planeta.

¿Qué? No entiendo. Pensé que solo El Inmortal podía dar vida a los hombres. ¿Cómo podría lograrlo yo, que soy un simple hijo de los humanos?

Ven, hijo mío, sígueme, he de enseñarte algo. El arcángel extendió sus alas y se fue volando hacia el horizonte. Yo tenía también la capacidad de volar, por ello lo seguí sin dificultad. Algunos pájaros nos persiguieron en la inmensidad, sin embargo, pude notar que, a medida que llegábamos a nuestro destino, las aves iban cayendo una a una sobre el mar. Mis dudas se desvanecieron cuando arribamos a una porción de tierra desierta. Vi algo que hacía mucho tiempo ya había contemplado, pero a lo que no di mucha importancia: un gran montículo de piedras que, siempre pensé, eran de creación natural.

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¿Qué se supone que es esto? pregunté, un tanto sobresaltado.

Esto es una pirámide, es una creación humana. Ahora, hijo, te llevaré a los lugares más representativos del planeta. Allí podrás ver los más grandes y hermosos testimonios del paso humano por esta tierra. Vamos.

No dudo de ti para nada, más bien, gracias por todo. Quisiera vislumbrar esas creaciones, aunque solo se traten de ruinas, querido amigo.

El arcángel me cogió de la mano y me llevó en un sideral recorrido a otros lugares de ensueño donde vi ríos rodeados de construcciones humanas denominadas canales. Atisbé esculturas gigantescas de animales escondidas entre los más frondosos bosques. Y contemplé muchas otras cosas de las que nunca me había percatado antes porque estaba acostumbrado a vivir sobre el mar y en los cielos. Encima de inacabables desiertos observé gigantescos dibujos que daban la impresión de alabar a extraños animales como si fueran deidades. Con razón El Inmortal se enojó con ellos. No lo respetaban, prefirieron alabar a otros dioses, por ejemplo, a los fenómenos naturales y/o a ciertas bestias de las selvas, andes y los bosques.

En poco tiempo llegamos a una ciudad ubicada en una selva espesa. Estaba en ruinas, no había nada ahí a simple vista. Al descender, el arcángel quiso llorar otra vez. La honda tristeza que su gesto me produjo debilitó mis huesos durante unos segundos. Decidí hacer a un lado la pena y limitarme a la exploración de aquel nuevo espacio. Era un lugar misterioso, interesante. En el suelo encontré algunos artefactos rudimentarios, de obvia creación humana, como lanzas, hachas y un aparato redondo y angosto llamado rueda. Ante aquellas visiones tan decadentes, mis ojos empezaron a destilar muchas lágrimas. En poco tiempo formé un pequeño lago alrededor de mí. El arcángel me cogió de la mano y me sacó de aquellas tibias aguas. Me llevó volando con él rumbo a la zona más impresionante y extensa del globo: el océano. Tú tienes grandes poderes y, al mismo tiempo, un gran corazón me dijo . Por este motivo lo que vendrá a continuación será chocante para tus capacidades ultrahumanas. Es el penúltimo lugar al que iremos, después arribaremos en la que era mi ciudad favorita. Solo cuando alcancemos dicho destino nuestro viaje habrá terminado. Pero quiero que nos concentremos en el lugar hacia donde nos dirigimos en este momento. Es necesario que sepas que la mayor parte de lo que fue la civilización planetaria reposa hoy bajo el mar. Cuando Dios exterminó a la humanidad, las aguas se elevaron y muchas ciudades quedaron sepultadas para siempre por millones de litros de

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agua. Muy pocas son las que se mantienen aún en el nivel del suelo. Hemos visto alguna de estas ruinas terrestres. Nos falta aún observar la más importante de las ciudades antiguas. Sin embargo, es necesario abarcar este punto. Aunque sea una visión muy triste. Querido hijo, por favor, sé fuerte.

El arcángel me sujetó del brazo y descendió conmigo al fondo del mar. Al principio, sentí una ligera molestia por el agua que parecía introducirse en mis poros, pero poco a poco fui acostumbrándome, hasta que me di cuenta de que, en efecto, yo era un hombre poderoso, más que un simple humano: podía respirar bajo el mar. Me asusté, pues pude ver a gigantescos seres alrededor, horribles, con muchos tentáculos, algunos con aletas y bocas enormes que contenía grandes y amenazadores colmillos. Pero no podían hacernos daño; éramos más veloces que ellos. Al final del recorrido llegamos a una zona denominada: Cabo Unificación, donde había un enorme abismo. Allí pude atisbar los vestigios de otra civilización muy grande. Daba la impresión de ser un continente entero el que estaba sumergido en ese lugar. Las construcciones eran más sorprendentes que las anteriores. Los edificios eran colosales. Si mis hermanos hubieran estado vivos, hubiésemos podido vivir allí dentro decenas, cientos de nosotros. Y no era sólo una construcción, ni dos, ni quinientas, las edificaciones eran incontables. Había algunas estatuas ciclópeas que representaban a un hombre anciano y barbudo. Estaba claro que adoraban a El Inmortal, aunque igual sucumbieron. Quizá no fueron muy sinceros en sus alabanzas. Había otras muchas cosas dignas de atención: artefactos extraños regados por todo el lugar, objetos que los hombres, alguna vez, utilizaron para desplazarse por aire, mar y tierra, gigantescos algunos, medianos otros. La mayoría de cosas se hallaban sepultadas a medias. Eran visibles algunos armatostes pequeños, colocados encima de los primeros. Pude vislumbrar también casas muy hermosas. Edificios donde la gente comía (restaurantes), donde la gente dormía (hoteles), donde los hombres aprendían sobre la vida y adquirían el conocimiento del universo (escuelas), lugares en donde le rendían tributo a Dios (iglesias) y sitios para jugar, bailar, reír, llorar, amarse, competir y dirigir e imponer normas. Fui capaz de contemplar numerosos objetos podridos a causa del agua, llenos de algas o en vías de desmoronamiento. Sin embargo, a pesar de estas claras visiones, no hallé un solo esqueleto humano. Qué extraño. Para mí, era necesaria una pronta respuesta. Leía los pensamientos del arcángel. Asimismo, él podía leer los míos. Era una criatura extraordinaria, tenía una voz que regocijaba. Se anticipaba a todas mis preguntas y me daba soluciones firmes. Siempre con la mente me decía:

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«Los monstruos marinos no vienen por aquí, solo algunos diminutos peces que han devorado los huesos. No tengas miedo a las fascinantes bestias del mar. Antes eran seres muy diferentes. A través del tiempo los animales inferiores han evolucionado. Estos animales no son aquellos que contempló alguna vez la raza humana, la cual reinó sobre este solitario planeta. Es claro que estos monstruos son los actuales dueños del mundo».

Esos eran sus pensamientos, así los leí. El arcángel también atisbaba en mis meditaciones, aunque respetando las emociones bruscas e inmaduras que yo tenía, comprendiendo mi naturaleza, y haciendo conmigo intercambios de energía espiritual con el fin de darme nuevas facultades de entendimiento. De este modo, interactuaba conmigo para abrirme paso a nuevos horizontes; esta constitución esencial así lo requería. Era un ser en extremo fuerte, tanto así que después de casi una hora de buceo pudo sacarme ileso de allí, sólo con la inacabable potencia de su esencia primaria. Estaba fatigado, no obstante, este espíritu aventurero me brindó las energías necesarias para continuar. Ascendimos a la brillantez ambarina de la atmósfera, respiramos aire y nos secamos rápidamente al sol.

Me hubiera gustado estar más tiempo dentro del océano, visionando el legado de mis ancestros, pero de pronto sentí urgencia por dejarlo todo atrás. Era una tristeza inexplicable. Además deseaba partir hacia el lugar siguiente sin perder un solo instante. De alguna manera comprendía que al final del viaje encontraría una puerta hacia el destino que aguardaba. No debía mirar atrás sino adelante. El arcángel conocía mis deseos y me llevó de la mano, velozmente, hacia el último punto, La Ciudad de Litos, donde los artesanos solían elaborar intrincadas construcciones a base de piedra. Mi divino acompañante me contó que ésta había sido la ciudad más próspera del planeta. Al menos en los niveles de preservación de la vida y la consolidación de un espíritu colectivo.

La Ciudad de Litos se ubicaba junto a un gran desierto. El río que alguna vez la rodeó, para poder dar vida a sus huertas y a sus sembríos, se había secado hace mucho. No había muchos animales en esa zona, salvo algunos insectos y pájaros que volaban sobre los pocos árboles que habían nacido alrededor. Pude ver gigantescos ídolos de piedra. Y en ninguno de ellos logré identificar a El que nunca muere. Era obvio que esta gente también le desconocía (o tal vez le odiaba), pero... ¿estará permitido desconocer u odiar a Dios? No puede ser, esta gente se equivocó, debió adorarle a Él y no a esos

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dioses paganos. Pude atisbar a los largo de la ciudad numerosas ruinas, similares a las casas y edificios que había visto antes bajo el agua. Pude notar algo distinto: la presencia de materiales desconocidos y maquinarias fuera de lo común. Sin duda, esta civilización avanzó más que otras en el aspecto tecnológico. También tuvo, por lo visto, un alto un nivel socio-cultural. El arcángel, leyendo mis pensamientos, me dijo: Sé lo que piensas, hijo, pero esta ciudad no fue la cumbre de la modernidad. Aún hubo otras que dieron a la ciencia un lugar muy importante en sus vidas, dejando, en consecuencia, a Dios de lado. Estos ídolos gigantes que ves, fueron hombres; todos sus héroes, todos sus genios.

Dudé un instante, porque algunas figuras no eran por completo humanas.

También esta civilización hizo un mal uso a la ciencia. Dio paso a la existencia de los mutantes, no obstante, este es un tema sin importancia. El caso es que esta civilización, tan poderosa, tan avanzada, se extinguió de un momento a otro.

Me habías dicho que era tu favorita, explícamelo, por favor.

Sí, me reafirmo en ello. Vivía aquí, con ellos, y los ayudaba en lo que podía.

Entonces, dejaste que dieran rienda suelta a sus impulsos científicos sin ningún control.

Intenté detenerlos, mas no comprendieron. Su única meta era llegar a ser dioses y, a pesar de que les explicaba una y otra vez que eso era imposible, ellos continuaron en su empecinamiento por crear seres superiores a los humanos, y casi lograron su objetivo cuando se dio el exterminio.

Entiendo, arcángel, y comprendo tu desánimo. Disculpa mi rudeza, mas no creo que esta fuese la causa del aniquilamiento. Mira, aunque lo que hicieron estuvo muy mal (de eso no cabe duda), ¿por qué Dios, con su infinito poder, no los destruyó sólo a ellos? ¿Por qué tuvo que destruir a todo el planeta? Es obvio que había algunos, quizá muchos, que sí le rendían pleitesía.

Eso es cierto, muchos le reverenciaban, como por ejemplo la ciudad que está bajo el mar. Ellos creían en Él, pero aun así fueron eliminados. Es como te dije antes, se aburrió de todos, solo porque eran humanos, porque lloraban, porque reían, porque respiraban. Dios eliminó a los hombres porque podían conocer algo que él no: el amor.

¿Los sentimientos? Así como los que yo tengo.

Así es, hijo. Dios no los posee porque no es un ser viviente, es una energía ultrapoderosa que crea y destruye, a diestra y siniestra. No hay bondad en su corazón, tampoco maldad, no es un ser perverso, es una entidad mecánica que no tiene ningún

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plan determinado y actúa según impulsos irracionales y, por ende, poco o nada justos. Sé que sus actos tienen gran preponderancia en el universo, aunque desconozco si este inconcebible ser es único. Podría haber otros como Él dentro o más allá del espacio y el tiempo cíclicos. No lo sé. Lo que sí sé es que hay un insondable vacío dentro de El que nunca muere. No es un ser viviente, no es un ni siquiera un ser, es una entidad incomprensible.

Escuché con atención lo que me decía el arcángel; de pronto percibí un ruido cercano, era una especie de criatura reptante que subía por los tejados de una casa llevando un artefacto en el hocico. Dicho objeto brillaba, por lo que llamó mi atención. Fui aproximándome al reptil para observar mejor. No tuve tiempo de ver gran cosa, la vivienda se derrumbó. Tuve miedo, las patas del animal caído se agitaron un rato hasta que, después de un breve tiempo, dejaron de moverse. Los restos de la vivienda eran de un curioso material, más resistente que el cemento, aunque similar a éste en su textura. Lo que brillaba en el centro de los escombros era una pulsera de metal.

Más allá existe una ciudad de metales dijo tristemente el arcángel, bajando el rostro al suelo , ésta se conserva íntegra. No hay muchos restos humanos, empero, las construcciones abundan porque siempre fueron difíciles de ceder o resquebrajarse.

Había algo más entre los restos de la deshecha residencia, era una niña pequeña. Vi su mano extenderse y contraerse tres veces. La saqué de los escombros.

¡Arcángel, una niña, una niña! exclamé.

El ángel dorado lagrimeaba de nuevo y no dijo nada ante mi descubrimiento. Abracé el cadáver de la niña y lo deposité en el suelo, pero tropecé y ella cayó de cabeza, se abrieron sus ojos y pronunció: «Te quiero». Yo estaba maravillado, mi corazón saltó de alegría.

¡Está viva! ¡Muy viva! grité a voz en cuello, mirando al arcángel. Sin embargo, él seguía inmóvil, oteándome con tristeza . ¿Cómo te llamas? ¿Cómo pudiste sobrevivir tanto tiempo? le pregunté a la hermosa niña de piel oscura y cabellos azabache. Sus ojos eran verdes y, aunque sus labios no se movieron, logró decirme algunas palabras:

Soy Dally, ¿y tú?

Ella me había preguntado mi nombre y yo no lo tenía, así que le hice a mi acompañante alado la siguiente petición:

No tengo nombre, por favor, dame uno para decírselo a esta niña moribunda.

El arcángel se acercó a mí, me sujetó por un hombro y me dijo:

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Está bien. Tener un nombre es importante para un ser humano. Y tú eres el último de ellos. Te bautizo entonces, te llamarás Hikox que significa en mi idioma angelical: El hijo de los hijos.

De repente, del cielo surgió una pequeña nube negra, la cual descendió sobre mi cabeza y me llenó del agua más pura y cristalina que yo hubiese visto en mi vida. Estaba bautizado, fue muy gratificador, ahora podía decirle mi nombre a Dally.

Soy Hikox le dije.

Ella se puso de pie, se acercó torpemente y me abrazó una pierna.

Soy Dally.

Y yo Hikox. Tenía un grácil cuerpo, aunque era pequeña. ¿Qué edad tendría? Unos ocho años, tal vez nueve de la edad humana normal. Yo tenía miles, pero me veía joven, ya que no era por completo un ser humano. Amaba a Dally, la primera persona que había rescatado de esas malévolas ruinas del tiempo. Me agaché y sentí que ella me daba un beso en el mentón, le dije que la amaba y me respondió que ella también. La abracé con todas mis fuerzas, los ojos de ella resplandecieron con un fulgor muy intenso. La pequeña se desplomó en el suelo. La levanté en mis brazos, gritando con desesperación:

¡No, Dally, no te mueras! ¡No! ¿Qué hice? ¡Despierta!

Pero no había caso, su corazón no palpitaba, no podía hacerla revivir. Sentía que me hundía en un abismo de pena y tristeza.

¡Arcángel, Dally ha muerto! Ha muerto.

El ángel dorado me respondió, con el rostro compungido: Vámonos de aquí, Hikox, hay sólo una cosa más que quiero mostrarte. Con una ira tremenda ante tanta frialdad, le grité: ¿Pero no entiendes? ¡Dally murió! ¡Por favor, ayúdame a volverla a la vida!

No se puede, hijo, entiende, ella nunca estuvo viva. Es un artefacto, no un ser. Fue creada, como muchos otros entes artificiales, para acompañar a los humanos.

El arcángel se acercó. Desvistió a Dally, quien tenía cuerpo de niña y piel de humana. No obstante, en su espalda había una línea delgada como una cicatriz, que en realidad era una abertura. El ser dorado la abrió y fueron visibles algunos cables viejos y unas baterías que, de algún modo, aún contenían un poco de energía. Entonces lo comprendí todo, la ciencia que aquellas gentes manejaron alguna vez era fabulosa, sus creaciones eran exquisitas. Dally no era real, aun así quise quedarme con ella, la tomé de la mano. Lleno de frustración, le dije al arcángel mientras volábamos que aquella

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pequeña era mi única amiga en el mundo y, aunque no tuviera vida, yo imaginaría desde este momento que ella me quería. Le dije también que hallaría la manera de volver a darle poder a esa desgastada batería para que ella pudiera decirme: «Te quiero» cada vez que yo se lo mencionara para luego brindarnos un abrazo cuando mis sentimientos de tristeza me atenazaran. El ángel de oro me escuchaba, leía mis pensamientos; pero parecía no importarle mucho lo que yo sintiera. Miraba con frialdad de hielo hacia el frente cuando nos deslizábamos por encima de tierras y mares hacia un destino aún desconocido para mí.

Llegamos a una tierra muy fría, donde había tormentas eléctricas y mucho hielo. Era La ciudad de los metales, un lugar que, debido a los constantes fenómenos atmosféricos que se manifestaban en su seno (durante los últimos tiempos), era imposible de habitar por seres vivos. Con mis poderes podía resistirlo, aunque era imposible volar. Podía aturdirme y caer. Tuve que pisar tierra, pero el camino a pie se hacía también dificultoso. De súbito, un aura de calor me cubrió. Era el arcángel. Fui calentado y e hizo lo en su cuerpo con aquellos extraordinarios poderes. Me llevó flotando en una esfera de energía hacia una cueva en lo alto de una montaña. Dijo que soltara a la muñeca porque podía entorpecer mis movimientos, pero no hice caso. La abracé con todas mis fuerzas, yo la aferré a ella como si el sentido de toda mi existencia estuviera escondido allí, en aquel cuerpecillo (que ahora sabía era) de látex y metal. Entramos a la cueva, el ser de oro dijo: Aquí verás a tus hermanos. Espero, hijo, que puedas resistir tamaña impresión.

Y de verdad terminé sorprendido en demasía. Dejé caer a la muñeca. Estaba contemplando a mis hermanos, el perfecto tamaño de sus cuerpos, sus vestimentas armoniosas. Había varones y... mujeres, ¡sí!, como Dally. Aunque éstas eran mujeres de verdad, lucían refulgente su beldad. Estaban congeladas y conservadas por aquella gigantesca montaña de hielo. Sentí una enorme pena y caí de rodillas, atónito, frente a lo que mis ojos vislumbraban. Volteé la mirada hacia el arcángel. Le pregunté: ¿Qué pasó con ellos?

En cada zona de la Tierra hubo aniquilamientos distintos, unos fueron abrasados por las erupciones volcánicas, otros sepultados por derrumbes de montañas, otros ahogados por el desborde de las aguas. Estos habitantes que aquí ves provienen de la ciudad de Litos. Estaban mucho más avanzados que los originales. Quisieron escapar a esta zona del planeta que era casi inalcanzable, pero igual perecieron. El frío aumentó su

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intensidad y el hielo los cubrió. En aquella época la temperatura de esta zona descendió considerablemente, tanto que quizá ni tú ni yo lo hubiéramos soportado de haber estado presentes, sin embargo, has de ver lo imponente que es la capa de hielo. No se ha derretido en dos mil años y no se derretirá en muchos miles más. Así se conservarán estos seres, continuarán por mucho tiempo como el legado de un mundo que quedó atrás. Confirmarás entonces que mis palabras han sido verdaderas y que Dios es terrible. La civilización habitó con armonía este mundo y, cumplido su lapso, fue arrasada por la ira de su propio creador, solo porque quisieron encontrarse a sí mismos, porque vivían y eran felices

Fue cuando me di con la más ingrata sorpresa que hubiera podido tener hasta entonces. Di la media vuelta y, tras un cristal de hielo, observé a un ser más grande de lo normal. Era extraño, un humanoide en definitiva, aunque tenía cierta semejanza con algunos animales. Su piel era verde, sus ojos, grandes y rojos, carecía de nariz, tenía una pequeña boca escamosa y sólo mostraba tres dedos en las manos. Estaba desnudo, su sexo era pequeño y no poseía cabello. Me horroricé, pensé de inmediato en los mutantes a los que el arcángel había restado importancia durante explicaciones anteriores. También aquí hubo mutantes dije.

Así es, estuvieron en casi todo el planeta, pero éstos no fueron la causa de la destrucción global. De hecho, ellos eran parte de la armonía. Los mutantes eran aceptados y apreciados, se les consideraba hijos de los humanos e, incluso, fueron adorados en algunos pocos casos , no obstante siempre fueron temidos. Éste, por ejemplo, fue el líder de este grupo humano, aunque más parece una bestia que un ser a imagen y semejanza de Dios. No está mal que las cosas se hayan dado de esta manera, estos mutantes eran más fuertes e inteligentes que los humanos normales. Los hombres los crearon para poder dar vida a seres similares a Dios, casi lo consiguieron... cuando llegó la hecatombe.

No lo lograron, ¿cierto?

En ese momento, el arcángel salió disparado de la cueva, aleteando entre tormentas eléctricas y brisas congelantes. Cogí a Dally y lo seguí con toda la velocidad que podía abarcar mi apoteósico ser.

¡Respóndeme! le grité a lo lejos y él, que podía leer mis pensamientos, de seguro me escuchó e ignoró. El ser de alas doradas llegó a la cima de una montaña, se detuvo entre unas rocas salientes. Sus alas de oro se encogieron y quedaron escondidas bajo su espalda. Estaba cansado indudablemente, había sido una larga jornada. ¿Cuánto

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había durado ésta? ¿Horas acaso? ¿Días? ¿Meses? ¿Años? Tal vez un poco más, quizá un poco menos, o, a lo mejor, todo había sido producto de un sueño, una fantasía que se mantenía acoplada a un plano cercano al universo real. Ya no podía distinguir qué era verdad y qué una entelequia. El ángel dorado debía guardar sentimientos similares a los míos. Pude notarlo por nuestro fabuloso enlace mental. Además permanecía frente a mí, en total silencio. Yo también procuré no hacer ruido. Después de un buen rato de leve meditación, mi guía me observó con melancolía y me dijo:

Hikox, hijo mío, no te he sido sincero del todo.

¿A qué te refieres? Tú eres un ser poderoso, por favor, regresemos ahí de inmediato, hay que revivir a toda a esa gente, no importa que algunos sean mutantes, son hijos de hombres, tú puedes con tu gran poder crear un calor especial y derretir aquel hielo para poder liberarlos, yo te ayudaré, sé que el clima es duro, mas podré resistirlo, lograremos reanimarlos, podremos empezar así una civilización nueva, recuperando a los últimos supervivientes de la gran raza, ayúdalos tú que tanto los amaste.

Aún los amo, hijo, y es cierto que tú empezarás una nueva civilización, en eso tienes razón, pero en lo otro no… No puedo revivir a esa gente.

Sí que puedes, tú tienes grandiosos dones, espectaculares poderes, yo te he visto, eres un arcángel, un ángel de oro, los arcángeles pueden revivir a los muertos y dar vida por donde vayan, no me preguntes cómo, el caso es que lo sé.

Es que no puedo hacerlo, me es imposible destruir aquella masa de hielo porque fue hecha por El Inmortal, quien es más fuerte que yo y que cualquier otro ser en este universo y, aunque se partiera ese hielo impenetrable y quedaran los cuerpos libres, sería imposible volverlos a la vida después de estos miles de años, sus huesos y carnes ya han quedado fusionados con el hielo, lo más seguro es que al tocarlos se quiebren como cristales o se desintegren como polvo; si es que algún cuerpo lograra resistir milagrosamente la rotura de su gélida prisión, la energía que se necesitaría para reanimarlo sería igual a la del sol y es mucha más de la que mi cuerpo puede crear. Aun dando mi vida y la tuya, no podríamos provocar energía suficiente para reanimar uno solo de esos cuerpos. ¿Entiendes ahora, hijo?

Bajé la mirada con desconsuelo y me puse a llorar, abracé a Dally con ternura. El arcángel continuó con su explicación:

Pero existe otra solución, no estés triste, como te dije antes, juntos podremos volver a formar una civilización como la que gobernó la Tierra hace tanto tiempo, hace

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quizá miles de años no me hubiera atrevido, pero ahora sí, ahora que te veo tan fuerte, tan imponente, tan maravilloso, déjame tocarte la mano hijo, no había visto un hombre vivo desde hace miles de años, no sé cómo no me detuve antes para contemplar tu gran belleza.

Gracias, pero... ¿cómo puedo yo siendo un simple hombre crear una nueva humanidad junto a ti? Vamos, dime.

Te había dicho que no había sido totalmente sincero contigo. He ocultado dos cosas muy importantes, quizá los hechos más importantes que tu existencia haya conocido jamás. La primera es que los habitantes de la ciudad de Litos deseaban crear a una excelsa criatura. En sus sueños más alucinantes buscaban con desespero un ser que fuera como Dios. Y la verdad, cuando llegó el aniquilamiento global, justo en ese momento ya lo habían creado. Esa entidad fascinante estuvo dormida mucho, mucho tiempo, sepultado, inconsciente ante todo lo que ocurría a su alrededor, aunque lo más seguro es que si hubiera estado despierto, no hubiera podido hacer mucho por la humanidad. Era cercano a Dios, pero desde un punto de vista humano, nada puede asemejarse al gran poder del Inmortal. El gran detalle es que, como aquella criatura era súper poderosa, era inmune al daño que Dios le causaba en esa época a la humanidad. En consecuencia aquel ente no pereció. Me pregunto si sus creadores tenían algún conocimiento del verdadero alcance de los fascinantes atributos que aquella entidad poseía. Estoy casi seguro de que no. Quizá en sus sueños frugales visionaron las posibilidades de aquel ser, pero fuera de ellos, en la caótica, y a la vez fructífera realidad, la sorpresa sería inmensa. Accidente, un acto científico avanzado, un milagro, un sacrificio, una ilusión, una improbable realidad, una imposible verdad. Aquel ser nació, se desarrolló, sobrevivió y siguió desarrollándose, y aprendiendo...

Estaba hipnotizado, perplejo, ante tal revelación. ¿Acaso sí había otro sobreviviente? ¿Acaso algún ser magnífico había sobrevivido y estaba durmiendo en esta tierra, bajo nuestros pies? Entonces debíamos apresurarnos a encontrarlo, pensé. El arcángel me miró sonriente y me dijo:

Estuvo dormido, sepultado mucho tiempo hasta que un día despertó.

Despertó entonces, él vive entre nosotros. Y ha mantenido su inocencia intacta, y su energía ha ido creciendo al veloz paso de los siglos...

¿Y qué pasó con él? ¿Dónde está? Cuéntamelo, arcángel.

Cuéntamelo tú, Hikox, tú debes conocer todos los secretos. Hikox... tú eres ese ser.

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«Tú eres ese ser, Hikox».

Esta vez no sentí nada en mi cerebro, porque fue como si todo el peso del mundo cayese sobre mí. Me daba cuenta de lo que yo era y comprendí con esto el significado de mi vida. No dije nada, el arcángel siempre lo supo, ahora comprendía las respuestas a una gran duda: Por qué se había manifestado ante mí, por qué me había dado a conocer tantos secretos, y llevado a tantos lugares. Ahora lo sabía, yo era el último hombre vivo en la Tierra, el único sobreviviente del final de la previa existencia. No era un hombre tal como se conocía, yo era especial, pero tenía bastante esencia de un ser humano, era el último de una estirpe, de una raza. Sin embargo, a pesar de tan asombrosa y revolucionaria revelación yo continuaba solo. Solo y triste, como me he sentido desde hace dos o tres mil años desde que mis ojos se abrieron por primera vez y empecé a contemplar el mundo que me rodeaba.

Comenzaba a anochecer, la claridad de la luna se reflejaba en los espléndidos cabellos del ángel de oro, casi podía afirmar que era un mujer, pues la delicadeza de Adonis se mezclaba con la naturaleza mágica de una entidad excelsa. Podría ser una mujer, pero sus cabellos eran cortos y su cuerpo revelaba una estructura física masculina, aunque podría ser también asexuada, no tenía muchos músculos, su piel era blanca como una nube y limpia de toda mácula. Su rostro se iluminó y pensé que, por un momento, se desdoblaría pero no fue así. Miré al cielo y observé a la luna bondadosa repartir sus rayos a todo el planeta, imaginé que hasta el sol era más afortunado que yo pues tenía cerca de él a su esposa luna y a sus hijos e hijas, cometas y estrellas, mientras yo aquí prácticamente nada tenía, tan sólo una ilusión de amor fraterno en el cuerpo robótico de una muñeca y una amistad de confianza, a la que aún no conocía del todo pero sí respetaba y adoraba más que a Dios: el arcángel.

Soy esa criatura dije con sequedad , lo soy y qué importa. Eso sí, estoy solo y de seguro solo me quedaré, no pude hacer nada para salvar a la humanidad que vivió aquí antes de mí triste existencia, todos murieron y me siento el único responsable de lo ocurrido, a pesar de mis grandes poderes nada hice, estos dones fueron inútiles, son inútiles, ahora todo está perdido, ojalá yo nunca hubiera nacido.

¡Grandes poderes! gritó el arcángel . Asombrosos, divinos poderes, y, gracias a ellos, crearemos una nueva raza igual a la anterior y tú serás su creador, su padre, Hikox.

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¿En verdad puede ser posible? mi ser se iluminó, la melancolía se desvanecía .

Por favor, ángel dorado, no me des falsas esperanzas, no soportaría otra tristeza más en este corazón proveniente de la frustración por volver a fallar. Además dime: ¿qué pensaría Dios sobre todo esto? ¿Qué medidas tomaría? Quizás él no lo permitiría.

Olvídate de él. Está dormido y lo estará por mucho tiempo, no nos interrumpirá y, una vez que todo esté hecho, no podrá destruirlos de nuevo porque cuando se produjo el primer final, El Inmortal actuó en complicidad con los espíritus de esta tierra, aquellos espíritus han lamentado durante todo este tiempo haber actuado en contra del hombre, sin su ayuda Dios no podrá descargar furias y castigos otra vez; además es una entidad muy compleja, le gusta adoptar la posición que más le conviene y no le convendría destruir a la humanidad por segunda ocasión; al fin, cuando creemos nuevos seres humanos para habitar el planeta se dará cuenta de lo que siempre dije, de lo que a capa y espada siempre sostuve, aun cuando me hizo daño para que cambiara de parecer, un precepto que desde hace tiempo llevo impreso en los confines de mi galáctico corazón: El ser humano es inmortal.

El mundo no tiene sentido sin los hombres agregué.

Esta preciosa tierra no tiene razón de existir sin seres humanos que la habiten para que los espíritus del cielo, el mar y la tierra interactúen con ellos, yo no puedo vivir sin los hombres y ellos no pueden vivir sin mí, nos necesitamos de modo mutuo. Todo debe estar en orden y estabilidad, la eufonía debe imperar, todo debe estar en perfecto balance. El ser humano no debió morir, no debe estar muerto, debe volver a la vida...

El ser humano nunca muere redondeé.

Así es, Hikox, y tú eres la prueba viviente de ello, un ser humano con los poderes de un Dios. Volaremos hacia una tierra sagrada en este momento y empezaremos nuestra labor. Tú, sólo tú, serás el rey de todas estas naciones, donde yo fui antes gobernante supremo y donde viví en paz entre los hombres, ahí tú serás el líder, los dirigirás y, de esta forma, verás como en unas decenas de años recobrarán su civilización perdida, y tú vivirás muchos miles de años más para gozar de sus triunfos, y los tuyos junto a ellos, y de su adoración y compañía. Estaré a tu lado, Hikox, en todo momento, y juntos lo lograremos.

Entonces que así sea, pero dime, arcángel, ¿qué daño te hizo hace mucho tiempo Dios?

Bueno, te lo diré. Me expulsó de la tierra de los ángeles y fui sepultado entre tinieblas eternas solo por el hecho de que yo quería ser tan bello y puro como él. Yo...

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Pero eso es horrible, ¿por qué lo haría? Qué malvado.

No fui el único, sino con muchos hermanos que luego me sirvieron con dedicación, mas con el paso de los años se extinguieron debido a que fueron despojados de sus poderes uno por uno. Solo quedé yo, lo que sucede es que en mí la expulsión fue un castigo más allá de toda comprensión, pues yo... soy hijo de Dios.

¿Tú eres hijo de Dios?

Sí, de esencia, es como en los humanos decir que se es hijo de sangre, yo era su hijo de esencia, sigo siendo su hijo y debo confesarte que soy más grandioso de lo que ves, esta no es mi verdadera forma; en realidad cuando Dios me creó, cuando nací, mejor dicho, la esencia ordenadora del universo dio a luz una criatura muy hermosa, más hermosa y perfecta que todos los ángeles del universo, yo era asexuado, por ello no podía tener a nadie a mi lado, ni masculino ni femenino, no podía emparejarme con nadie, por tanto la soledad me consumía y Dios, al ver mi imperfección y mis ilusiones perdidas, ya que leía mi mente (él formaba parte del espíritu de cada uno de sus hijos), al notar mis tribulaciones terminé expulsado de su reino y me convirtió en un millón se seres horribles a la vez, con el tiempo fui recuperando mi verdadera forma, tuve que experimentar todo tipo de metamorfosis y, al final, escapé de mi preternatural calabozo, así pude caminar entre los hombres y gozar de su compañía para no sentirme solo y ser feliz. Por eso te decía hijo, no porque fueras mi hijo, sino porque tú eres hijo de los hombres que fueron creados por Dios, mi padre, eres Hikox; por lo tanto, hay parentesco entre nosotros. Los hombres son hijos de Dios, aunque somos de madres distintas. Ahora Hikox, prepárate, quiero mostrarte mi verdadera forma.

¿Es humana?

Sí, más humana que lo que tus sueños hayan concebido, hijo, hermano, amigo. Los huesos del arcángel se encogieron, se quitó la túnica y pude ver que no tenía sexo, mas luego pude ver dos pechos que crecían súbitamente hasta tomar una redondez radiante, tanto que me pareció ver los montículos de carne más bonitos del mundo. El vientre se redujo, las caderas de ancharon, las piernas adelgazaron, largas, hasta tomar una forma agraciada. Yo, fascinado, observaba el pubis rojizo y el rostro más bello que hubiera podido ver en mi vida si es que hubiera estado llena de la compañía humana . Los cabellos rojos se ensortijaron y crecieron hasta casi rozar el suelo, las primeras alas de arcángel se esfumaron y nacieron nuevas alas de oro más refulgentes que las anteriores, las cuales cambiaron de forma, adoptaron unas puntas hacia arriba terminadas es una especie de lóbulos similares a mechones de plata y en la punta

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inferior de cada ala creció un mechón dorado. Ambas alas poseían piedras preciosas en forma de plumas, también había plumas de plata, pero el oro predominaba, ¡qué extraordinaria creación se estaba formando! Su piel era pálida, casi blanca pero sus mejillas despedían unos rubores como de fuego fatuo. En el centro de su divino rostro se perfiló una perfecta nariz, y arriba de ella sus ojos brillaron azules como aguamarinas. Sus ligeros labios carmín se abrieron y soltaron un deleitoso canto como de pájaro de bosque. Ella (porque era ella, ya no era él) extendió los brazos, se acercó y así, desnuda, me abrazó y acarició el rostro. Los mechones dorados de sus alas se enredaron en mis piernas y me atenazaron en una danza tierna y sensual a la vez. Te digo la verdad replicó con dulzura . Una vez quise ser como Dios, pero cuando conocí a los hombres me enamoré de ellos, los amé más que a mi vida inmortal, y cuando los perdí, esta alma se partió y me perdí en cataclismos cósmicos durante un tiempo inconcebible. Por fortuna, pude hallar el modo de volver, fue cuando percibí tu tierna energía cósmica, cuando empecé a seguir tus pasos, a estudiarte, conocerte, ¿cuántas veces pensé en negarte el conocimiento por evitar lastimarte? Pero al fin un día me decidí, ya no te ocultaría nada, sabía que guardabas la semilla en ti, conocía también los secretos de mi cuerpo y de la novedosa forma última que en mi peregrinaje había adquirido a través de los milenios, una forma que siempre le agradó a la mujer, que siempre le encantó al hombre. He cambiado mucho, ya no soy la misma de antes, no soy más una criatura de ensueño, soy casi humana, quería llegar a ser humana para poder saber lo que es el amor de los humanos, lo supe una vez, vuelvo a saberlo de nuevo, aunque haya sufrido como no puedes imaginar, pero estoy contenta, estoy satisfecha de saber que pude amar a miles de millones y en algún momento fui correspondida, y estoy feliz de saber que podré volver a amar con la misma potencia impresionante de antes. Me muero por amar, amaré en mi forma original, como soy ahora: una dulce humanoide con alas de ángel-dios.

Entiendo y te digo la verdad también: nuestro destino y vidas nos fue arrebatado, quisiera ayudarte a recuperarlo, estoy decidido, vayamos a aquella tierra prometida donde podamos iniciar nuestra tarea. Vayamos dentro de poco amanecerá.

Será a La ciudad de las manzanas, ahí será donde podamos saciar nuestra hambre. Es un paraíso terrenal como nunca has visto en tu vida, querido Hikox.

¿En verdad esta es tu verdadera forma? Es lo más sublime que he visto en mi vida.

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Para un hombre solitario, ver una mujer se convierte en una revelación. Sí, esta es mi verdadera forma y sí es verdad que soy lo más bello entre lo bello, así me hizo Dios, el espíritu femenino, inquebrantable, muy lindo y causante de su ira.

¿Cómo te llamas, diosa?

Hubo un tiempo en que me decían Luzbel que significaba Luz del alba.

Es un hermoso nombre, así te diré.

No, ya nadie me llama así, prefiero que me llames Lucero, pues soy como el amanecer que desprende muchas luces multicolor y presagia buenas nuevas para el mundo.

Está bien, Lucero. Quiero ir contigo a aquella ciudad y estar siempre a tu lado.

Así será.

Sonrío. La de ella: la sonrisa más bella de universo.

Tomé a Dally entre mis manos y la besé en la mejilla. Le susurré: «Perdóname, damita, pero debo continuar, he de dejarte aquí. Tengo que ser un hombre de verdad y estar con la gente de carne y hueso. Adiós». Me disponía a volar junto con Lucero hacia la ciudad de las manzanas, donde empezaríamos nuestra labor de creación y reconstrucción, cuando ella me sujetó de ambas manos. Su hermoso cuerpo desnudo y sus grandes pechos despertaban nuevas sensaciones en mí. Miré sus genitales y me di cuenta de que no tenía sexo.

Sé lo que estás pensando respondió ella, leyendo mis pensamientos ; y, con justa razón, te digo que te equivocas. Sí tengo sexo, una vez fui asexuada, pero con el tiempo, al obtener humanidad, obtuve un sexo muy hermoso. Es diferente del tuyo porque tú lo tienes hacia afuera y yo, hacia adentro.

Ella río con suavidad, debía sorprenderle mi ingenuidad aún latente.

Pero yo... mi sexo dije , ¿cómo lo sabes? ¡Ah! Olvidaba que has vivido entre hombres y eres sabia con respecto a sus secretos, a pesar de todo has descubierto lo que hay en mi interior, la inocencia no me permite ver ciertas cosas y mi sexo nunca ha sido de vital importancia para mí que sólo he pensado desde hace milenios en jugar y satisfacer mis placeres espirituales, mas no carnales.

No es eso, mejor será que abras los ojos.

Los ojos de Lucero refulgieron con un azul esplendoroso y mi visión de las cosas y el mundo cambió de modo misterioso, pude autocontemplarme, sentí un poco de pena al verla a ella, todas estas emociones nuevas dentro de mi carne, dentro de mi alma. Ella

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sonrío de nuevo, yo me sonrojé. Se veía linda con su perfecto cuerpo descubierto y yo me sentí un poco tonto al observarla, mis manos no me obedecían, pero luego me toqué, bajé la vista y observé mi propio cuerpo, mi vientre, brazos, piernas. También estaba desnudo. Lo estuve todo el tiempo. Pero no sentí vergüenza.

Nos fuimos volando, tomados de la mano, hacia la tierra de las manzanas, un paraíso terrenal cubierto de hermosos lagos, amplia vegetación y animales curiosos. Ahí podríamos comer antes de iniciar nuestra misión. Nunca había estado allí, sería la primera vez en mi existencia que llegaría a tan dadivoso lugar, me preguntaba si aquel país de ensueño acaso no hubiera podido nacer de pronto de entre la confabulación de los sueños de Lucero y los míos. A estas alturas pensaba que no existían imposibles en el universo y me llené de una fe humana enorme que jamás había sentido. Tenía deseos de crecer y hacer algo por mi planeta; ya no era un niño que imaginaba y jugaba entre nubes, ahora era un hombre de verdad y de mi dependía la raza humana entera.

Volamos por algún tiempo cogidos de la mano.

Llegamos a La tierra de las manzanas.

Ya estamos aquí, ¿tienes hambre? me preguntó Lucero.

Yo no como le respondí con tristeza , mejor dicho, no siento hambre.

Era cierto, uno de mis poderes consistía en absorber energía del universo, de los seres vitales, plantas, animales, incluyendo los insectos, y del sol, de la luna y de alguna lejana estrella. No necesitaba nutrir mi cuerpo.

Pues no estaría mal que comiéramos un poco, es un gran placer, uno de los primeros que sentiremos, es tan dulce como navegar por un mar de esperanza. Anda come

Comí frutas: bananas, manzanas, naranjas, mandarinas. Lucero atrapó un pájaro en el aire y con su calor lo coció, lo comimos y estuvo delicioso. De un espléndido árbol brotaba un sabroso néctar que calmó nuestra sed. Luego me sentí muy bien, como si este cuerpo experimentara sensaciones que lo renovaban de una vejez orgánica. Pero era todo muy extraño, no había tenido estas necesidades antes, ahora sentía hambre y sed, quizá era parte de mi conversión en un ser humano. No me arrepentía de estos cambios, Lucero parecía saberlo todo, me observaba con una ternura mágica, reconfortante; me quería, me entendía.

Luego nos unimos. Lucero me enseñó los placeres de la carne. Eso fue lo mejor de todo. Lo más delicioso de la existencia que abarca el mundo en su inmensidad, a través

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de los años, siglos, milenios, a través de los distintos planetas y galaxias. La raza humana que sabe dar y recibir goce. La raza humana retumbante, soberbia, indestructible. Tan increíble que ni siquiera el inmortal pudo exterminar por completo. Ella, un ser femenino en antonomasia a mi estructura corporal y mental, me enseñó los secretos del amor y el deleite mental y corporal; y el regocijo esencial y espiritual. Era magnífica.

Así estaríamos cinco días.

Y yo pensaba en embalsamar el cielo eterno. De un momento a otro me asaltó la duda: ¿qué tal si el cielo no es eterno? ¿Dónde habitarían los seres humanos que estábamos a punto de crear? Muchas dudas sacudieron mi mente, pero Lucero me cogió del rostro y me besó, de inmediato me brindó mucho placer, me dio de beber deliciosos jugos y néctares; y pude probar además sabrosos alimentos. Comer era gratificante. Era extraordinario estar vivo, ser consciente de que la vida se mantenía con cuidados apropiados y con amor a uno mismo y a su organismo.

Hagámoslo, es nuestro destino decía suave . El ser humano es eterno y tú eres un hijo de los humanos. Yo soy sólo una hija de Dios, por eso tú eres mejor que yo, porque eres hijo de los hombres. Debes estar consciente de eso, sé que lo estarás, querido amor.

Yo dudaba dentro de mí ser, sin embargo, algo (un elemento externo que no pude identificar) hizo que me decidiera a realizar aquella jornada y a enfrentar la enorme responsabilidad de dirigir una civilización entera para enseñarles a reconstruir el mundo. De modo que me abandoné a mis sentimientos, era mejor así, como decía Lucero, ¿por qué dudar de ella? Había sinceridad, poesía en su voz, debía ser como mi consorte manifestaba: abandonarse al destino, si es que es verdad que existía un destino para cada ser, y nosotros éramos seres especiales, teníamos virtudes que muy pocos seres en el universo poseían. Podíamos amar y dar vida a otros seres, eso es lo que haríamos porque para eso estábamos hechos: dar vida, y con nuestros fastuosos poderes les protegeríamos para siempre de la devastación, de cualquier intento de venganza y destrucción que Dios planease en nuestra contra. Él siempre estará al acecho, ya que conozco su secreto: no es un ser sino una entidad maquinal que crea y destruye a una velocidad comparable a la luz y al cataclismo de un millón de sistemas solares. No obstante, ya no siento miedo, ya no hay inseguridad en mi alma. Mi espíritu está dispuesto, entregado en su totalidad.

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Pero ¿qué es esto? ¡No puede ser! Debo bloquear estos pensamientos unos momentos, así Lucero no oirá lo que pienso, así evitaré preocuparla o entristecerla. Escucho voces en mi mente y en mi espíritu, Lucero no parece percibirlas, se aleja aleteando hacia un naranjo cercano, esta voz que oigo en mi cerebro es una muy sabia, muy tranquila, la cual proviene del firmamento, es de alguien que parece estar muy triste y que nos ha estado observando casi todo el tiempo sin que notáramos su presencia. Puedo sentir su energía, mas no la intensidad, la lectura cósmica. Es más que eso, tiene la potencia de un millar de universos puestos uno encima del otro, es un poder intolerable, inconcebible, no se puede medir, ni tan siquiera imaginar. ¿Acaso es El Inmortal? Pero él no es un ser, no lograría, en consecuencia, sentir. ¿Puede acaso una entidad maquinal sin sentimientos sentirse triste y acaso comunicarse mediante emociones emitidas a través de fragmentos de energía más allá del tiempo y el espacio? ¿Por qué no lo hizo todos estos años? ¿Acaso porque yo veía las cosas de manera diferente y no era necesario? La voz retumba en mis sesos con una fuerza terrible pero a la vez con una soltura ágil. Muy amable, muy paciente, me dice: ¿Es esto lo que quieres? ¿En verdad es esto lo que busca tu corazón? ¿Tus sentimientos se manifiestan sinceros dentro de tu alma que acaba de perder su inocencia? El más hermoso regalo que un hombre puede tener, que jamás podrá tener es: no conocer el mal de la humanidad, al final eso acabará consumiéndote, a ti, uno de los más hermosos seres que haya podido parir el infinito.

Las palabras se repetían, sin embargo, la voluptuosidad de Lucero me hizo olvidarlas por completo. De esta manera me abandoné a ella y a nuestros fines, quería que mis hermanos renacieran, que la humanidad volviera a respirar por encima de la tierra. En definitiva, así sería, todo dependía de mí. Por eso amé con mi fuerte y grácil cuerpo a Lucero, la amé con mi alma, con mi mente, con mi esencia toda. Y fue de este modo que dimos paso a nuestro plan de creación, sumiéndonos en los más preciosos e inimaginables torbellinos del deleite.

Así estuvimos cinco días hasta que en el sexto nuestra labor rindió frutos.

Y no hice más que pensar en la eternidad del hombre sobre la tierra, sobre el mar y por encima de la majestuosa y sempiterna bóveda celeste.

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33 Telaraña
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Elia Steampunk

6 - La furia de las Islas Anacrónicas

Elia, tumbada boca arriba en el suelo, jadeaba pues su cuerpo no estaba acostumbrado a la traslación espacio-temporal. Sentía como si cada uno de los poros de su piel estuviera siendo perforado con una aguja afilada. Rendida a su respiración acelerada y a los espasmos musculares era observada por varios individuos con lentes de visión nocturna. Aquella indefensión provocada por la abducción de la columna lumínica le provocaba sentimientos encontrados entre la ira y el arrepentimiento fruto de haber regresado a Dumptech en dichas circunstancias. Phoebe comentó algo a otro personaje de voz cascada, quien lucía como un herrero mal equipado para el oficio. A continuación se dirigió a Elia, la tomó del brazo izquierdo y pasó por encima de ella hacia la derecha, incorporándola.

La corriente estática adherida al cuerpo de la invitada no tardó en abandonarla. Tan pronto como reparó en ello, dio un rápido vistazo a su alrededor para percatarse que estaba en una suerte de almacén de grandes dimensiones en el que destacaba aquella clase de transporte aéreo al que llamaban zepelín. Pero lo que caracterizaba de forma inigualable a aquel recinto era el viciado y persistente olor a carbón quemado. Se trataba de una hulla cuyo aroma no habían catado sus fosas nasales en ninguna ocasión. A través de un sistema de poleas y cintas, los hornos fundían metales y generaban energía calorífica con la que alimentaban todas las maravillas a su alrededor.

Siéntete afortunada, no todos los aspirantes han llegado a ver este hangar. Sabemos que eres buena creando réplicas de reliquias ornamentales y de ingenios pequeños. Veamos qué eres capaz de hacer con la artillería pesada observó la tecnócrata señalando a la oscuridad.

Cooperaré, por ahora, entiendo que la guerra de las Islas Anacrónicas ha abierto un frente de batalla en la ciudad. Pero no estoy de acuerdo con vuestros métodos afiló su réplica después de despojarse de su capa.

Lamento la pérdida de tu sirvienta durante el juego de Puppet, pero si nos das la espalda, no tendrás la más mínima oportunidad de vengarte sentenció adelantándose a ella en aquel largo paseo.

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Las palabras reverberaron en el seno de Elia notándose invadida por un deseo de atrapar por el cuello a su némesis, introducir lentamente el cañón de su Pistola Steam en su cavidad bucal, presionar lentamente el gatillo y liberar tanto el rencor como las ponzoñas que la habían estado enfermando desde hacía semanas. Las últimas palabras de Krystal seguirían viviendo como un eco en su alma, eran los últimos retales de su existencia. La dama se ajustó las lentes y siguió caminando con una expresión de incomodidad y la cabeza agachada.

El hermano Collins llamó a la puerta de la cámara del Sumo Trampero Gabriel desde detrás de la cual se oían los chasquidos de un látigo con tres cuerdas cuyas puntas eran rematadas por cuchillas empapadas por las trazas de piel y sangre pálida. El castigo físico ensombrecía el delicado ruido de la llamada del obispo religioso hasta que los suaves impactos con los nudillos fueron remplazados por dos martilleos con el puño, los cuales detuvieron la tortura. Tras el rebote del artefacto contra el suelo, los pasos de la máxima autoridad de La Orden de Caza se acercaron con paso lento y rugoso. A su paso, la autoridad dejaba atrás un pequeño reguero de sangre que manchaba los suelos de piedra.

Por la gloria de nuestro señor se presentó el hermano con una reverencia al abrirse la puerta.

En la tierra y en los cielos. ¿Qué nuevas me traes? replicó mirándolo con mirada furibunda.

Ha aparecido una estatua metálica con forma similar a un humano en el Barrio de los Artesanos. Hemos hecho un prisionero, no tiene piernas o brazos. Parecía estar enquistado en la máquina confesó con la pierna arrodillada, el puño derecho tocando el suelo y la mirada baja.

Al terminar de escuchar el mensaje, el líder religioso se acomodó la capucha y ató el cinto de la sotana de color caoba para ocultar las hendiduras que se había practicado en la piel.

Bien, ¿habéis apresado al ingeniero? Es necesario extraerle toda la información de la que disponga. Quiero que capturéis esa máquina para estudiarla se interesó soportando el dolor de las heridas.

Sí, mi señor, ahora mismo está inconsciente en los calabozos. No obstante, los sanatorios están llenos y los civiles enfermos por la peste siguen multiplicándose por las calles. Nuestra fe y nuestro culto son fuertes, pero necesitaremos algo más para poder

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mover esa vil construcción aseguró temiendo una respuesta desproporcionada a su atrevimiento.

Hermano, marcha en paz. Seguid investigando la cura a esta peste lo despidió tras darle una bendición con la mano.

Gabriel trataba de sobreponerse a las molestias derivadas del castigo al que se había sometido tras haber jugado su última carta para someter a la sacerdotisa de Tul’tepbra, la diosa del engaño y de las mareas. Al haberse negado heroicamente a desvelar ninguna clase de pesquisa requerida y haber embaucado al líder religioso llegando a colmar su paciencia, llegó a valorar la posibilidad de acometer el acto más barbárico contra las damas, aun a costa de perder su propia virtud. Se rumoreaba en las leyendas nativas que sus señores señalaban a sus sacerdotisas en calidad de concubinas puras a la espera de concederles un gran poder.

Endemoniada sea la hora en la que tu desalmada raza decidió alzar sus perversas artes contra sus mesías. Tras estas paredes, bajo las lágrimas de los arcángeles están muriendo inocentes pronunció la dama los pensamientos de su mente.

¡Silencio! ¡Infiel! bramó Gabriel lleno de rabia tras asestarle una patada en la boca del estómago.

La oficiante rodó sobre el suelo hasta golpearse contra las rejas del lar de fuego de la cámara. El impacto la dejó sin aire, pero fue incapaz de borrar la sonrisa de su rostro. El presbítero tembló de rabia ante la enésima ofensa de aquella mujer con una resistencia sobrenatural a toda clase de torturas físicas y psicológicas, sin un sentimiento cercano al ego que mellara la fuerza de su fe, aquel costoso secuestro en términos de recursos había terminado en nada. Paradójicamente, el control de la ciudad había sido más sencillo de lo que esperaba, mientras que aplacar la furiosa respuesta de las Islas Anacrónicas, tras haber operado en sus territorios, se estaba convirtiendo en un eterno paseo sobre un sendero de brasas y espinosas.

Incapaz de pensar en otra cosa que la derrota sufrida a manos de aquella fémina, se dirigió a la mesa para recoger la campana de mano con la que llamar a la guardia. En cuánto la retirasen de su presencia, podría agachar la cabeza para pedir fuerza al Arcángel Miguel, quien le había inspirado desde que escapó de un intento de filicidio paterno a la tierna edad de cinco años. El ángel lo acompañaba en sus andanzas, buscando reclutar a otros presbíteros y diáconos para esparcir el dogma de La Orden de Caza, Gabriel había aprendido tanto de su gran maestra, la necesidad, como de una

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Biblia hereje, todo lo necesario para sobrevivir: Como doblegar a animales y humanos. No obstante, los líderes religiosos herejes solían presentar más problemas que las fieras.

Tan pronto como dobló el artefacto, este se deshizo entre sus dedos cual puñado de sal en el que se había convertido. La sierva de Tul’tepbra lo miró con una risa pícara, varias réplicas idénticas de la taumaturga se enderezaron para cerrar filas frente a la original, quien se erigía de brazos cruzados con actitud amenazadora. Las miradas de los dos rivales chocaron en un frío duelo espiritual. Los fríos globos oculares de un gris azulado del pastor se deslizaron dentro de sendas cuencas buscando el látigo que se hallaba a los pies de su adversaria. Con un balanceo pedante, una de sus copias le arrojó la herramienta de una patada, encajó perfectamente en su mano.

El líder de La Orden de Caza sacudió las correas mediante un movimiento de muñecas haciendo silbar un recinto diferente. Sobre sus pies corría un suave oleaje con aroma a sal, aunque no solo su olfato se veía afectado, en aquella casi total oscuridad, una neblina blanca cubría muy descuidadamente los ecos físicos que se acercaban a él. Valiéndose de una oración en sus labios, adelantó su pierna derecha pronunciando la embestida de seis cuerdas que se movían como ofidios al ataque en orden de hundirse en las carnes de las agresoras.

Mal rayo deseó que partiera a servidora de aquella mujer procedente de las Islas Anacrónicas cuando las puntas de metal atravesaron sin inconveniente los bellos y serenos rostros de dos damas, rasgando desde las mejillas hasta los labios para perderse en el aire y terminar hundiéndose en el agua. Sin sangre brotando de las heridas abiertas, aquellas esculturas vivientes se deshicieron en una salina columna que se unió a las aguas. Gabriel trataba de mantener la concentración, desarmado, sin ninguna clase de defensa sobrenatural más allá de su fe, esperaba que el siguiente embate fuera lanzado en su contra. El ruido de varias pisadas alteró el agua, avivando la guardia del varón.

Los ataques de su contrincante parecían armonizados como si de una bailarina se tratara, brazos y piernas se extendían firmes y elegantes cortando el aire mediante uña y dedo. Parado frente a una clara desventaja numérica, dejó que los ataques se hundieran en su piel, cortes y perforaciones rebañadas en sal agujerearon su piel haciéndole bufar por las molestias. Como mordeduras de serpiente, índices, falanges y corazones penetraban en aquel torso peludo y castigado por las inclemencias del ambiente y del espíritu. Bañadas en el carmesí de las aguas que le daban vida a su dueño, las puntas se retorcían dentro de las heridas bajo la impasible y desencajada mirada del monje.

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¿Eso es todo lo que puedes hacer? Permíteme que te demuestre porque aspiro a dominar hasta la última mota de suciedad de esta ciudad aseveró sujetando por la muñeca al brazo de su atacante . Primo Purgatorium: Unredemed su voz retumbó por todo el lugar.

La mano dominante del líder de la organización brillaba con una suave luz plateada sujetando lo que parecía el vacío, cuando lo que realmente estaba haciendo era ejercer presión sobre la verdadera forma de la sacerdotisa. La tensión acumulada sobre su cráneo provocó que esta perdiera la concentración en aquella ilusión mágica en la que logró dañar gravemente a un líder. Desvanecida la artimaña, el campo de fuerza en forma de cubo que retenía a los enemigos declarados, se rompió, ambos retrocedieron, quedando a merced de los adeptos que acompañaban a Niegel el tratante, la primera cabeza al mando de Cleora Hope Miller, una tratante de quien se rumoreaba que había sido varón.

¡Padre Gabriel! gritó la potente voz de Niegel.

Es solo una herida superficial. Llevadla a los calabozos, es una presa demasiado valiosa como para ejecutarla ordenó el clérigo cubriéndose las heridas abiertas.

¿Qué diablos ha pasado aquí? añadió la voz de Miller.

Simplemente ha sido una negociación muy intensa. Pero sentémonos a hacer negocios. ¿Tienes mis piedras? se lanzó él sin pudor.

La duda me ofende, pero el precio ha subido. Hemos enfadado a los dioses y eso tiene un sobrecoste remató su respuesta secamente.

Elia no tardó en demostrar el motivo por el que fue reclutada por la organización. Valiéndose únicamente de unos esquemas cuya lengua era incapaz de entender, la ingeniera construyó las diferentes partes para construir el traje anfibio que le habían encargado. Bajo la disimulada mirada de Phoebe, quien la estaba poniendo a prueba, la ingeniera decidió esconder que se percató que la calidad de los materiales no era la óptima para soportar la presión de los desafíos submarinos. La tecnócrata dio un rápido vistazo a los planos y al resultado final, se percató de las pequeñas diferencias entre los esquemas y la réplica.

Parece que no eras tan buena como se hablaba. Tu creación deja bastante que desear, a decir verdad criticó la tecnócrata levantando pesadamente los metales.

¿Qué esperabas? La chatarra que me has dado no soportaría la presión del agua, estas referencias son arcaicas y también podría quejarme de la tibieza de ese fuego. Puedes agradecerme que haya optimizado estas protecciones. Si tú eres lo mejor que

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puede ofrecer La Liga de Dumptech, estamos perdiendo el tiempo aseveró quitándose los guantes con los dientes.

Tenemos a una chica lista, entonces. Parece que sabes hacer algo más aparte de asesinar gente, Bestia Roja de Dumptech le espetó mirándola de pies a cabeza.

¿Quieres que te demuestre mi monstruosidad dándome un baño con tu sangre? amenazó Elia, llevada por un ansia de sangre.

Los iris de la joven se tornaron rojos, su respiración se tornó lenta y pesada. Su interlocutora mantuvo la calma a pesar de sentir como la recluta no estaba en pleno uso de sus facultades. Un escalofrío recorrió su columna vertebral de cabeza a pies, tenía órdenes expresas de no matar a la última integrante del equipo bajo ninguna circunstancia, pero eso no reñía en absoluto con la posibilidad de dejarla noqueada con un movimiento de artes marciales.

Admito que tienes talento para crear ingenios, pero no eres poco más que una niña en el combate cuerpo a cuerpo la retó Phoebe adoptando una extraña guardia.

La Bestia Roja dio un paso adelante para recibir de lleno una patada en diagonal que acertó bajo la barbilla que la rechazó con elegancia. La receptora se deslizó por el suelo durante varios metros hasta quedar debajo de una mesa. La técnica se llevó el dedo pulgar y el índice a los labios para dar un silbido a modo de señal de alarma. Pero el trance en el que se hallaba su contrincante la llevó a no desperdiciar la oportunidad para arrojarle la daga que solía llevar en la bota, pero tendía a olvidar. El filo volador captó la atención de la dama, quien esquivó el objeto sin el menor esfuerzo, incluso llegó a ver la inexperta arremetida que venía contra ella como si fuera a darle un zarpazo.

La sensación que desprendía era la de una suerte de criatura maldita que luchaba por su vida, durante una fracción de segundo le pareció ver como si sus colmillos se desarrollaran suavemente y su piel se tornaba blanca y las venas rojas se marcaban bajo una piel lívida. Presa de la desesperación, se preparó para darle otro impacto, esta vez movió su guardia girando ligeramente su cintura, levantó la extremidad derecha en un ángulo de cuarenta y cinco grados e inclinó finalmente su cuerpo para ejecutar la coz, impactando esta vez en el hombro de la poseída, haciendo crujir el hueso de la zona afectada.

Phoebe volvió a protestar exigiendo apoyo inmediato para caer en la cuenta de que la hermana de Josh Steampunk apuntaba maneras en participar en las camorras con trucos viles. Hallándose sus curvas casi pegadas al suelo, levantó sus brazos ligeramente para balancearse y barrer su tobillo derecho con una patada que la hizo perder el

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equilibrio. Elia se valió de aquella apertura para impulsarse con el pie derecho bruscamente y alzar su codo, buscando encajarlo en el esternón de su oponente. A pesar de hallarse aturdida, se las ingenió para lograr atrapar su cabeza con sus zancas y aplicarle una llave al cuello con el objetivo de neutralizarla.

Fastidiosamente para ella, el resultado no fue el esperado. La suma de los factores no alteró el enlace de la operación. Las voces de Nyom’cyra inspiraban la brutalidad y una innecesaria alimentación de sangre por parte de Elia, por lo que sus colmillos terminaron hundiéndose en la carne y sirvió su líquido de alimento para la más cruenta prótesis creada. El éxtasis vino al brotar por la apertura y manchó su rostro, el cual era un grotesco retrato de la pureza una vez corrompida por un mundo en el que los ángeles eran la cúspide de la humillación del ser humano. La oficial aulló de dolor mientras los dientes se hundían en sus tejidos corporales. Inopinadamente, entonces, brotó un hilo de esperanza, su atacante parecía luchar contra su propio comportamiento.

¡No soy tu títere! ¡Mucho menos miembro de esta liga de chatarreros de tres al cuarto! ¡Yo soy Elia Steampunk! gritó ella estando atrapada en su subconsciente.

Pobre ratón asustado, deja que te devore de una buena vez insistió una voz serpenteante en la niebla roja.

Voy a imponer la justicia que emane de mis ovarios replicó como si buscara darse fuerza en su convencimiento.

¡He ordenado que mates a Phoebe Lotte Gosling! ¡Obedece, esclava! insistió aquel tono serpenteante.

¡Yo soy Elia Steampunk de Dumptech! Te daré caza y pondré fin a tu congoja bramó tanto en el sueño como fuera de él.

Phoebe se sobresaltó fruto del acontecimiento, a pesar de haber logrado hacer crujir los huesos del cuello, se decantó por deshacer la llave y despedirla en dirección al cuchillo extraviado. La ingeniera se puso de pie con los ojos todavía corrompidos por aquella siniestra mirada rojiza, jadeando y llevándose una mano a la altura del corazón, cerró el puño sobre él al compás de morderse el labio inferior con los dientes. Fue en aquellas circunstancias que se percató de lo acontecido en ese estado de éxtasis, sus emociones más primarias habían permitido que fuera controlada durante unos instantes. La herida abierta en su compañera ofrecía una tentadora posibilidad.

La opción razonable, sería la de asistirla y tratar de justificar sus actos frente a Puppet, el miserable que la reclutó de forma forzada y puso fin a la vida de Krystal en un macabro evento. No obstante, después de haber lanzado un desafío a una divinidad

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desde lo más profundo de su alma, se sentía sería capaz de desafiar a La Liga de Dumptech y romper el tan poco entusiasmado vasallaje que había jurado durante la duración del conflicto. El dilema moral no impidió que siguiera a su corazón, no el artificial, sino al verdadero, el que nunca le había fallado en el amargo sendero de su vida.

A partir de ahora nos volveremos a encontrar como lo que nunca debimos dejar de ser… Enemigas. Sé que tarde o temprano, daré con mi lugar en este mundo se despidió de ella tratando de esconder sus emociones.

Pero no hubo respuesta, Phoebe Lotte Gosling tenía sus motivos para aborrecer a Puppet y al resto de asociación en secreto. A partir de ahora, también guardaría rencor a la Bestia Roja hasta el final de sus días. Creía tener lo necesario para triunfar: Inteligencia y un cuerpo que respondiera a sus ideas. Desafortunadamente, la realidad era otra, si el mundo vivía en guerra era porque los recursos eran repartidos de forma desigual y los consensos justos eran una leyenda urbana. El fuerte no siempre vencía al débil, esa fue la lección que Elia le mostró. Incapacitada para perseguirla, todos sus pensamientos se enfocaron en tratar de cerrar la herida.

La inquilina de Villa Rumblewood no se lo pensó dos veces en echar a echar el guante a varios diseños de ingeniería enrollados en cuero durante su fuga. A pesar de que había pasado unas pocas horas en las instalaciones de los nuevamente enemigos, pudo recordar el camino recorrido entre aquella funcional distribución. La suerte le sonrió, desconocía los números de la organización, pero no había nadie para detenerla en su escape. Tras hacer correr las puertas del hangar, un olor a salitre la impactó de lleno. Solo entonces Elia vio que la instalación se encontraba excavada en una roca. No hay salida… Dudo que descubra como poner en marcha ese trasto a tiempo murmuró viendo de reojo aquel globo ovalado con cabina.

Aunque había declarado la guerra informalmente, una parte de ella se arrepentía de las amenazas lanzadas. Ante la inmensidad del mar y de la incapacidad de sortear una enorme altura, cayó en la cuenta de la inutilidad de la pistola que llevaba encima. Había dedicado toda su actividad a crear ingenios capaces de matar y ya había sido testigo del poder de estos con un fragmento de piedra mágica. La situación la angustió, si no hubiera iniciado una bronca con Phoebe, podría haberse valido de la tecnología ajena para crear inventos que superasen sus limitaciones como ser humano, las cuales provocaban su estremecimiento.

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Tras descartar la posibilidad de ir hacia adelante, no le quedó más opción de regresar al interior del hangar. Algo iba mal, reparó en que la sala parecía vaciada, una fina neblina roja recorría el lugar, la voz de Phoebe gritaba órdenes que le llegaban como un eco lejano. Contra ese timbre resonaban vocablos y frases en una lengua que no entendía. Después de dedicar una furtiva mirada a las ideas que mantenía atrapadas dentro de su puño, tomó una decisión, viéndose impulsada por una incómoda presencia que ya había conocido con anterioridad.

Neferet debe estar aquí, aunque no pueda contar ahora mismo con la Pistola Steam. Si no confío en mis vástagos de metal, jamás podré vivir imponiendo mis ideales valoró mientras escondía el botín dentro el pantalón.

Arma en mano, relajó sus articulaciones para agudizar sus sentidos. El encuentro en la ciudad y el incidente acontecido minutos antes la habían llevado a creer entender las utilidades de la magia de aquella indígena. Fue la rabia y el resentimiento que su espíritu albergaba lo que provocó que perdiera la cordura y atacara a su homóloga. Confiando en que ese hecho era real, se adentró en aquella peligrosa cortina que parecía consumir la luz generada por la electricidad. El ambiente parecía lijar suavemente su piel por debajo de la ropa, revelando la evidente naturaleza sobrenatural del fenómeno. Cuando llegó a la mitad de la sala, un relámpago cayó de repente.

Elia cruzó los brazos para cubrir su rostro en un instintivo acto, varios fragmentos de metal sobrevolaron el aire y fueron a hundirse en su piel. Las lenguas bárbaras y londinenses se convirtieron en un susurro lejano. En un gesto de desesperación, trató de disparar su arma, pero comprobó que ya había gastado toda la munición. Tras soltar una maldición verbal, intentó adoptar una improvisada posición de guardia encorvándose suavemente hacia delante con los brazos extendidos y las palmas de las manos cerradas. Recordando las trifulcas en las que había tomado parte, reconoció una tercera fuente de poder que permitía la dominación, las artes marciales.

¿Hermana? se interesó por ella una voz nostálgica desde algún lugar.

¡Elia! ¡Sigues viva! ¡Qué alegría! añadió una voz infantil.

Su cuerpo quedó bloqueado por la sensación que la abrumaba a medio camino entre la sorpresa y el miedo. Pero su mente se mantenía fría y no se dejó llevar por la emoción. Sus ojos se humedecieron escuchando las dulces palabras que le eran dedicadas, a pesar de no dejar de encaminar sus pasos hacia delante. La sangre en sus venas se disparó fruto de la tensión con la que trataba de lidiar, poniendo en marcha una

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cuenta atrás hacia una muerte por anemia. El paseo se tornaba eterno mientras le eran susurradas anécdotas y recuerdos al oído.

Josh, Krystal… lo siento… Las cosas debían haber ocurrido de otra forma murmuró reteniendo el dolor que ahogaba sus vocablos.

Los motes envenenados continuaron repitiéndose, pero ahora procedían de las figuras de su hermano y de su sirvienta frente a ella, ambos franqueaban la entrada a la cámara de la que procedían los cada vez más numerosos gritos.

Por favor, dame un abrazo, hermano, tú me salvaste la vida. Perdóname por ser tan egoísta como para considerarte un monstruo, gracias a ti he aprendido que la ciencia y la tecnología sirven para salvar vidas. Dame un abrazo le pidió sin quitarle el ojo de encima a Krystal.

Fui débil y me dejé capturar. ¿Serás capaz de perdonarme? Únicamente confié en ti mientras estaba viva confesó la niña con un extraño brillo en los ojos.

Los dos hermanos se fundieron en un cálido abrazo durante el cual la mano de Elia se deslizó a la cintura de Josh, su extremidad se encontró con la de su hermano, acontecimiento en el que la dama hundió su pulgar en la muñeca del médico para robar el cuchillo que él acostumbraba a llevar en vida. Cargando su peso hacia delante, lo desequilibró, ganando así el pulso de fuerza. Le siguió una coz directa contra la rodilla, impacto que destrozó la articulación. Remató finalmente a la alucinación hundiendo la hoja en su coronilla. En mitad del impacto, Krystal intentó sacar algo de su cartuchera con sus torpes manos, no obstante, la ingeniera reparó en ello y le arrojó a Josh.

La situación se le hacía cuesta arriba a la dama, mantener la sangre fría le resultó cada vez más complicado. Ambos cuerpos chocaron contra el suelo, quedando envueltos en aquella neblina roja, sin titubear un segundo, se preparó para poner fin a la vida de su compañera hundiendo la hoja en el entrecejo. En mitad del vuelo del metal, Elia volvió a verse perdida en mitad de la sala.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está esa maldita Neferet? se preguntó al hallarse en el recinto vacío.

No había el menor rastro de los zepelines, ni de las materias primas, mucho menos de los ingenios. Inquieta, escupió sangre contra el suelo, allí donde creía que estuvieron Krystal y Josh, había dos jóvenes de cuerpos pálidos y cabellos negros, sendas figuras desnudas vestían túnicas de un color celeste. Bajo sus curvas se extendía un gran charco de sangre con olor a pólvora y metales. En la mano de aquella niña casi adulta, a la que ponía unos diez años, reposaba una réplica destrozada de la Pistola Steam, detalle que la

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dejó sin vida por unos instantes. Tras analizar los cadáveres a conciencia, se agachó para bajar sus párpados en una actitud de respeto.

Una vez regresó a la sala dónde atacó a Phoebe fue testigo del resultado de una masacre. Los cadáveres todavía calientes de las víctimas mortales se hallaban dispersos por el taller. De inmediato, reparó en que había tanto supuestos habitantes de las Islas Anacrónicas, como ciudadanos de la ciudad, reconoció algunas caras que habían desfilado de vez en cuando por su mirada. No obstante, no había el menor rastro de la tecnócrata en mitad de aquel macabro carnaval de cuerpos consumidos por la cólera de la guerra.

«Sistema de autodestrucción del hangar, activado. Dos minutos para la detonación. Por favor, abandonen sus pertenencias y salgan de forma ordenada.» comunicaron el mensaje sobre un barroco hilo musical.

El terror se apoderó de ella haciéndola sentir como una rata a punto de ser engullida por una serpiente, por mucho que le recomiera la conciencia, Elia esprintó con todas sus fuerzas en dirección a la salida que daba al acantilado, sentía como sus músculos le ardían, la sangre empezaba a faltarle en el cuerpo y empezó a sentir pinchazos, fallándole finalmente antes de alcanzar la puerta de salida, una vez allí, sintió como una aguja penetraba en su cuello, provocando su desfallecimiento.

Elia abrió los ojos en su habitación de Villa Rumblewood, se descubrió conectada a varios tubos por los que descendía sangre al tiempo que sus extremidades estaban amarradas, llevándola a tratar de liberarse fútilmente. Una sombra antropomorfa en la esquina estuvo leyendo un libro con la cabeza agachada. Después de cerrarlo de golpe, se incorporó caminando lentamente hacia ella. Los iris de Elia se tornaron rojos ante la confusión y la sensación de indefensión en los que podrían ser sus últimos minutos de vida.

Vaya, por fin has despertado. Empezaba a temer haber vuelto a llegar demasiado tarde. ¿Te acuerdas de mí? la saludó una voz que le resonaba lejana.

Nota del autor:

Gracias por haberme acompañado en este primer arco argumental para Elia Steampunk, la chica de Dumptech a lo largo de estos años y de seis entregas. Para sus fieles seguidores de la Bestia Roja, os deja una promesa de regresar. Y hasta que esto ocurra, os invito a adquirir la novelette Elia Steampunk: El origen, publicada por esta

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misma casa en la que encontraréis una historia original ubicada en una línea temporal alternativa, la cual pretendo ir desarrollando a través de novelas cortas. Hasta pronto. Albert Gamundi Sr.

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Shusaku Ooi

6 – Partidas

Bakhit arrojó su escudo al vacío en un gesto que desconcertó a su contrincante. Entonces sujetó la lanza con ambas manos. Al tiempo que las explosiones y los temblores se reproducían desordenadamente, las arenas que marcaban el tiempo para el letal aterrizaje del zigurat contra el suelo se escurrían con celeridad. Ensordecida y con los músculos tiritando, Beepolite mantenía la flecha sobre la ventana del arco tratando de retener la tensión de la cuerda. Flanqueándola estaba Te’noi, cuya mirada inquisitorial la acusaba de estar saboteando la misión al no cruzar la cabeza de Xirtra con un disparo certero.

Entiendo tu preocupación, pero en mi escala de valores, el honor está por encima de tu misión. Vamos a demostrarles que somos mejores que ellos. Confía en él, seguro tiene un as en la manga se pronunció la amazona con determinación.

El lancero lucía cansado como nunca lo había estado fruto de haber estado ejecutando la técnica definitiva conocida “Remolino de la sabana”. Gracias a ella había podido repeler las multiformes magias de la sacerdotisa. El movimiento de centrifugación derivado de la pericia de sus dedos y una gran concentración daban vida a un vórtice cortante que poco a poco rompía la dura defensa de la sacerdotisa.

Te faltan algunos siglos de vida para reparar en que está fundiendo su energía vital en la vara para potenciar el ataque. Además, ha estado luchando sin descanso desde hace horas, esta vez no contra gladiadores, sino contra la representante de Krasrnya en este plano existencial. ¿Lidiarás con su muerte en tu conciencia? interpeló la fémina.

La reina guerrera sintió un nudo en la garganta. Durante medio segundo sus dedos se aflojaron dubitativos. Una bocanada de ácido golpeó de improviso a una noble quien dio una nueva muestra de su juego sucio. Sin soltar el artefacto, Bakhit trató de limpiarse aquella substancia que le quemaba el rostro. Entonces, la criatura atemporal, quien tuvo suficiente de valores mortales, extendió su mano para detener el tiempo para Xirtra. Ella se detuvo por varios segundos. Pero aquella treta no pudo ser aprovechada por el campeón del continente asado, cuyos gritos fueron oídos en todo el recinto. Con el remolino disipándose, y el cuerpo de la princesa paralizado, el parásito que la habitaba emergió.

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Pero el contendiente de las arenas se había acostumbrado a las trampas del insecto de sangre real hasta el punto de notar su presencia. Debido a ello, en un gesto de desesperación, privado de su vista, trató de empalar al núcleo parasitario en busca de que no usurpara su cuerpo. Trágicamente, el arma de asta se le escapó de los dedos, desviándose completamente por los vientos creados por su propia habilidad. Por su parte, la saeta biológica atravesó el cortante túnel y logró introducirse parcialmente en la cavidad bucal de su presa. Respondiendo a su presentimiento, Beepolite había liberad su flecha alcanzando de lleno a la criatura, quien había empleado sus últimas magias en abrir un agujero de gusano para caer en él junto a Bakhit.

Ante tal espectáculo, los ojos de la reina amazona se quedaron sin vida, tenían una tonalidad vidriosa. Sus manos cayeron inertes sobre sus músculos, liberando el arco que quedó sujeto en el aire por intervención de la viajera del tiempo. Nunca entenderé esa estúpida actitud a la que llamáis honor. Sigo pensando que podrías haber salvado su vida sentenció muy secamente Te’noi. Tenías razón, me he dejado llevar por el orgullo. Maldita sea, me pregunto a dónde lo habrá llevado. Lamentablemente, nuestra prioridad pasa a ser hacer algo con la carcasa de Xirtra. Recuerdo que se había fusionado con el núcleo de la nave señaló la mujer aquea antes de enmudecer.

Una luz cegadora selló sus labios y sus párpados, el contenedor manipulado por la princesa implosionó al hallarse el núcleo central de la nave desestabilizado, liberando una fina llovizna de vísceras verdes y sangre ácida, la cual quedó diluida en una devastadora explosión que dividió toscamente el zigurat en dos mitades de oeste a este. Al vacío cayeron los sectores inferiores en los que se alojaban los prisioneros, se hallaban los laboratorios y descansaba la guardia. A centenas de kilómetros de distancia, desde la supuesta seguridad de las cúpulas MCCCI y MCCCII, se podía apreciar como un punto rojo se abría paso entre las nubes irradiadas, acercándose hacia ellos mientras la rebelión seguía.

Shusaku bajó la guardia a consecuencia del desenlace del enfrentamiento en el núcleo central, lo que provocó que el avatar de Krasrnya pudiera tomarlo como rehén. Lo atrapó tras acomodar su pica bajo la barbilla, entonces empezó a estrangularlo ejerciendo presión, buscaba obstruir sus conductos respiratorios. Una vez más se hallaba a las puertas de la muerte, incapaz de blandir debidamente unas espadas que parecían querer retener la unión de los metales en cada uno de los golpes encajados. Asfixiado, las soltó involuntariamente. Dalla confiaba en él, pero pecaba de optimismo al creerse

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capaz de poder doblegar sola al gigantesco ciempiés, quien trataba de engullirla, y de obligarlo a retirarse definitivamente al plano onírico.

El oriental había perdido casi todas las ventajas que le otorgaba su forma de tengu, lo que lo forzó a hacer un último esfuerzo como metahumano. Pisoteando el pie derecho del contrincante con toda la fuerza bruta que pudo reunir, hundió el codo izquierdo a la altura de su esternón para forcejar con el arma de asta. Tomándola con ambas manos, buscó proyectar a su contrincante con una voltereta. El torpe y vertical ataque provocó un estruendo en el suelo, el cual se resquebró bajo sus pies, liberándose así de la llave. Sin embargo, el luchador también era experto en artes marciales, por lo que rodó sin dificultades y se lanzó directamente a por Dalla, quien se hallaba luchando contra una réplica suya que conocía todas sus técnicas de combate.

«El zigurat va a colapsar de un momento a otro. Tenéis que daros prisa en debilitar la fuerza de Krasrnya», comunicó Te’noi telepáticamente al dúo.

«Esto no es bueno, si esto funciona, únicamente tendré unos segundos para asestar un golpe letal», consideró la skäldmo antes de asestar un cabezazo que hizo temblar ambos cuerpos.

El crítico impacto fue aprovechado por el avatar de Krasrnya, quien pareció demostrar un libre albedrío, más que llevado por un instinto de supervivencia, cargó contra ella por la espalda, rozando su hombro derecho con la punta de la partesana, gesto que hizo saltar los ojos de las cuencas de Dalla. Excitada por la situación, sonrió para terminar de encarar a su contrincante para atraparlo por el cuello con una sola mano, quebrando los huesos del cuello con la presión ejercida. Shusaku contempló la escena jadeando, ahora se sabía un fantasma de lo que llegó a lo largo de su viaje entre cúpulas. Se sentía fatigado fruto del aire viciado, la radioactividad perdida y el hedor de la sangre derramada.

Los ojos de Krasrnya se iluminaron en un siniestro destello, renovando por última vez las fuerzas de su campeón humanoide. Como alma lleva el diablo, el oponente atacó a Dalla, atravesando su hombro en una estocada con todo el peso de su cuerpo contra ella. Soltando un aullido desgarrador, la luchadora cayó sobre el piso, desangrándose mediante la herida abierta y dejando un rastro de sangre que fue a encharcarse contra una pared. Estupefacto ante el espectáculo, algo en su interior pareció removerse, era como si sus memorias se abrieran paso de forma violenta, pero había algo que las bloqueaba.

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Viendo a Dalla en esas condiciones, sintió los ecos de un dolor del pasado, la intensidad de aquel timbre, recordó una melena compuesta de cabellos anaranjados que perdían su vida lentamente.

«¿Qué me está ocurriendo? ¿Qué es lo que me carcome?», consideró para sus adentros antes de sentir como le ardía la sangre.

¡Imbécil! gritó el títere mientras balanceaba su arma una vez más.

¡No! replicó el samurái como si buscara desprenderse de la debilidad.

Dejándose caer hacia atrás con ambas manos, dio una ágil voltereta doble que lo llevó a la altura de su wakizashi, aprovechando que su adversario había hundido la hoja en el suelo fruto del exceso de potencia recibida, el samurái tomó su arma con una mano, girando sobre su cintura liberó el filo cortante en un gesto preciso. Sorprendido durante unos instantes aquel gesto tan aparentemente estúpido, el monje se concentró en la trayectoria de la espada para lograr atraparla con los dedos índice y el corazón de su mano derecha. Empero, la marioneta pecó de arrogancia fruto de la irradiación divina, proviniendo en que no reparó en la sutil persecución del proyectil por parte del espadachín.

Con una mirada inyectada de odio y el corazón bombeando su flema de tal forma que sus venas le ardían, encajó un golpe con el codo en el entrecejo del adversario. Cegado y aturdido por la potencia del impacto, se convirtió en el blanco perfecto para una descarga de impactos con las puntas de los dedos en diferentes puntos de presión. Burlando de esta guisa, la magia con la que aquella manifestación se hallaba imbuida, los puntos de presión afectados y marcados a través de agujeros en sus ropas y carnes, Shusaku volvía a sentir la pasión del combate como un ser humano. Sobreponiéndose al dolor de los fluidos ácidos que quemaban su dermis hundiéndose en el adversario, continuó con la ofensiva.

Hallándose anclada la visión de la escudera destrozada en sus retinas y la reverberación del registro sonoro en su subconsciente, se dispuso a dar el golpe de gracia con un puñetazo directo al entrecejo. Con este, buscaba destrozar los huesos de su cráneo provocando una muerte instantánea. Pero la suerte no estuvo de su parte, el anunciado colapso de la estructura se manifestó, fallando el ataque. La misma fuerza de la gravedad traicionó a los sublevados, quienes recibieron de golpe la llamada de la gravedad. Presa del sobresalto que los impidió reaccionar, no escucharon como una lluvia de saetas se abrió paso con éxito relativo entre los escombros que caían.

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¡En guardia, esto todavía no ha terminado! clamó la voz de Beepolite, desde la oscuridad que invadía el recinto.

Sorprendiendo al ya debilitado ciempiés, la modificada genéticamente reina Hipólita materializó una espada curvilínea que bañó con todo el ácido corrosivo que pudo reunir en su carrera para rematar a tan problemático obstáculo. El impacto no tuvo el efecto esperado a primera vista, Krasrnya parecía resistir y su cuerpo apenas se había retraído. Pero agujero por el que había penetrado en el plano existencial se iba cerrando, drenando las fuerzas del monstruo.

Lo dejo en tus manos, reina Hipólita. Prometo regresar a por ti aseguró Te’noi, quien había detenido el tiempo en el entorno de Shusaku y Dalla.

¡Todavía podemos pelear! ¡Libéranos, maldita lagarta! protestó el samurái mientras contemplaba el espectáculo marcial.

En un ejercicio de acrobacias bajo la lluvia de rocas, la amazona intentaba llenar de flechas los ojos encendidos de la criatura, la cual trataba de redirigir a la marioneta invocada para detener a la reina.

Cállate de una maldita vez ordenó Dalla con un tono autoritario.

La criatura atemporal exhaló aire pesadamente, no parecía desagradarle la posibilidad de usar como señuelo a la gladiadora, pero mientras estaba canalizando su poder, una intención de separarse definitivamente de las reglas que la ataban la estaba incomodando.

Bien, ya he reunido poder suficiente para escapar de aquí. Nos vamos indicó la cronoraptora llevándose a los dos históricos rivales.

No serás capaz intervino Shusaku sin poder evitar que cada una de sus partículas fueran desvanecidas en polvo espacio-temporal.

No tan rápido, mortales trató de detener la teletransportación el dios de los bioniscolopetia.

¡Ja! Has consumido la mayor parte de tu poder. Voy a emplear mis últimas fuerzas en cubrir su retirada al pasado. Esta es la mejor parte del pastel celebró la monarca amazona mientras el destrozado avatar se ponía en pie una última vez.

El siervo reposaba flotando en el aire con las piernas entrecruzadas, Beepolite miraba desconfiada a un contrincante quien parecía molesto debido a los picores derivados de los fluidos que devoraban sus tejidos orgánicos. Agradecida con Te’noi por el honor concedido, se dispuso a librar el combate de su vida. Sus recuerdos de cómo habían profanado su cuerpo con mil experimentos, como sometieron su voluntad mediante

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métodos grotescos y la forma en la que perdió la chance de aplastar a Bursigojo la prepararon para darlo todo en aquella trifulca con el campeón bioniscolopetia definitivo.

Sin compañeras de armas en las que apoyarse, al haber cubierto estas sus espaldas en su carrera hacia el enfrentamiento final con la encarnación de la divinidad bioniscolopetia. Con las cúpulas a la vista, después de haber cruzado las nubes, la amazona sentía que su muerte estaba cerca en cuanto la gravedad terminara de poner fin a esos eternos minutos que pasaban lentos. Bajo los escudos protectores trasparentes de las urbes, las manifestaciones más bajas de los civiles, quienes eran presa del pánico, se reproducían como una peste. En medio de los disturbios, los falsos profetas vendían la salvación en sus últimos minutos de vida.

«Es interesante ver cuán repugnantes pueden ser estos humanos en cuanto están exhalando sus últimos momentos de vida. Todavía no es demasiado tarde, depón tus armas, júrame lealtad y reconsideraré devolverte a tus súbditas» le habló Krasrnya mentalmente.

Estoy de acuerdo contigo, si bien es cierto que hay humanos despreciables, también hay otros por los que vale la pena luchar. A ojos de Lísipe y Ares, mi pueblo ha expiado sus faltas y me ha dado una oportunidad para cambiar nuestra historia. Si he de perecer, lo haré empuñando mis armas en su nombre. ¡Por Temiscira! bramó tras preparar arco y flecha.

Con el corazón pugnando por trepar por su garganta, la dama realizó varios disparos contra el avatar, acertando en sus gemelos y muslos. De forma imparable, el religioso se impulsaba entre los escombros de estructuras ejecutando una danza que mejoraba su evasión. Aunque únicamente habían pasado unos minutos desde que la cronoraptora se había llevado a los dos heraldos de guerra, a ella le pareció una eternidad. La aparentemente inagotable energía con la que se movía el villano ponía sus nervios de punta. Tras horas de estar disparando saetas, su carcaj ya acusaba la falta de ellas.

«Tan pronto le haya clavado estas saetas, todo habrá terminado. Lo siento chicos, no puedo ganar más tiempo para vosotros», pensó antes de hundirse en los ecos de su periplo.

Las memorias se reproducían en su cabeza, especialmente las más violentas, como cuando la privaron de su feminidad mediante y como sus células eran reescritas mientras era encerrada en una incubadora. La furia que sintió al sentir nuevamente las emociones en su piel despertó su espíritu de combate adormecido por el miedo. Paralelamente, un estruendo recorrió las nubes, la amenaza fruto del progreso científico

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advirtió lluvia irradiada. Con tal estridente gong de fondo, la amazona reparó en que la marioneta se lanzó en picado contra el vacío en un acto aparentemente sin sentido. Pero nada más lejos de la realidad.

Dalla emergió de un agujero de gusano cayendo en posición vertical con los dedos entrelazados en una bola de nudillos. Cargando toda la fuerza que pudo reunir, y soportando el chispeo de las primeras gotas de la tormenta, liberó toda la tensión acumulada en los músculos para golpear la nuca del títere, chocando este con una parcela del zigurat. Krasrnya retorcía su cuerpo mientras las devoradoras aguas recorrían su dermis. Pero la coreografía de batalla no terminó allí, tan pronto la debilitada criatura, en varias ocasiones remendada, levantó la cabeza para recibir un golpe de la bota derecha de Shusaku, la cual acertó en su garganta de refilón, desequilibrándolo.

¡No hagáis que me arrepienta de esto! bramó la cronoraptora desde la comodidad de una roca cercana.

«Malditos mortales, ¿qué es necesario para venceros de una vez por todas?» les comunicó mentalmente el colosal ciempiés.

No le des un respiro. Atravesar esa roca con su cuerpo alertó Shusaku sujetando sus hojas mientras caía al vacío.

Ante la dificultad, la criatura convocada redirigió su atención hacia la reina amazona, sintiendo que la muerte estaba cerca, acechándole, descendió en picado con lanza en mano, tratando de intentar acertar en el corazón de la tiradora, quien le despidió dos de sus últimas flechas. Bajo la cortina corrosiva, los cuerpos de los contrincantes se iban afinando bajo el dolor que provocaba la situación.

Esta es mi última flecha, que Artemisia inspire este disparo murmuró con los ojos entrecerrados.

La dama apoyó el proyectil restante en la ventana del arco, equilibró su cuerpo suavemente y tensó la cuerda suavemente al tiempo que los latidos de su corazón la paralizaban en pequeños calambres. El blanco descendía en picado, más muerto que vivo, este mismo acercaba peligrosamente su rostro a la de su contrincante, quien estaba siniestramente cerca de la cúpula. A pesar de la ortopédica postura, la amazona liberó el ataque debido a un resbalón, aun así, cortó el cuello del monje y fue a perderse en el rostro de Krasrnya.

El engendro se revolvió fruto de la herida, emponzoñado, debido al líquido con el que se embalsamó el proyectil en su trayectoria, lanzó una bocanada de ácido corrosivo

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con las últimas energías que le restaban, quedando completamente exhausto. Aquel ácido cayó espeso y compacto en dirección a la reina amazona. Dalla, cuya musculatura se hallaba fieramente resentida tras el desarrollo de la contienda desde el inicio de la rebelión, se abalanzó contra el blanco en un acto reflejo. Los ojos de la cronoraptora contemplaron aquella temeridad, lo que la inspiró a intentar detener el tiempo.

¡Sal de ahí! alertó Shusaku, presa de una seria preocupación.

La doncella guerrera chocó su cuerpo contra el de la aquea, arrollándola y recibiendo de lleno aquella maldición líquida. Inmediatamente, las protecciones que cubrían su cuerpo se derritieron como las nieves con los primeros calores previos al verano. Te’noi reaccionó de inmediato a las circunstancias e intentó hacer uso de sus habilidades para colapsar debido al uso excesivo de su habilidad.

Esta bruta no hace más que darme problemas… ¡Dalla! protestó el camorrista.

Abandonando la seguridad de la roca en la que se apoyaba, saltó al vacío con los brazos extendidos. Las gotas del ataque de Krasrnya emanaban de la fiera guerrera, la cual ya dejaba ver su militar anatomía mientras la tormenta que había estado ignorando lo estaba consumiendo.

¡Extiende la mano! añadió mientras la ducha lo empezaba a afectar.

A escasos metros del impacto con una de las protegidas urbes, ella abrió los ojos y dibujó una sonrisa en su rostro. De ellos brotó un susurro que él supo leer en el movimiento de sus labios.

Reúnete con tus compañeros nuevamente, te están esperando. Y entrena… Vuelve a desafiarme en el Valhala le espetó extendiendo los brazos.

Esto no va a terminar de esta forma. ¿Me has oído? replicó percatándose que su mano no encontró contestación.

¡Ahora sí! ¡Nos vamos a escapar de esta infernal prisión! aulló Te’noi expulsando sangre por la boca.

Tras el barrido de una cortina de luz, Beepolite y Shusaku dejaron de vivir por unos segundos mientras cada una de sus partículas existenciales eran abducidas por el hechizo de teletransportación. Como el rocío de las gotas sacudidas de las plantas por el viento, los tres supervivientes de la prisión bioniscolopetia abandonaron el profanado mundo mientras una última cúpula caía hecha añicos fruto del impacto de los escombros del zigurat volador, provocando la extinción de un pequeño porcentaje mal de la humanidad que sobrevivía.

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Tras un turbulento y peligroso viaje entre los planos existenciales, Te’noi y sus dos polizones aterrizaron tras cruzar un agujero de gusano. Pronto fueron sorprendidos por un viento huracanado que sacudió los árboles del monte visitado en su meditación. El espadachín reconoció de inmediato las características de la geografía en la que se hallaban.

¿Esto es el pasado? Luce exactamente igual que en mi trance espiritual. ¿Es aquí donde se refugia el equipo que tanto mencionas? se dirigió Shusaku a Te’noi con el corazón en un puño.

No, este lugar todavía no ha sido convertido en un mausoleo. Hemos alterado la línea temporal y yo he cometido actos por los que tendré que responder replicó la cronoraptora al varón con voz seca . Reina Hipólita, si es tu deseo te devolveré a tu tiempo como pago. Sin tu ayuda esta misión posiblemente habría fracasado. Por otra parte, quiero ofrecerte dar caza a los seguidores de los bioniscolopetia. No olvidéis que únicamente hemos enfrentado una pequeña fracción del poder de Krasrnya, él sigue vivo. Para colmo, la princesa Xirtra sigue viva y se llevó a Bakhit con ella aseguró con un tono decepcionado.

La aquea miró a su camarada y le tendió la mano en señal de respeto. Descolocado por el gesto, trató de corresponderlo encajando la suya con el antebrazo de la reina, acto seguido chocó su cuerpo con el suyo, golpeando la otra mano sobre su espalda.

Creo que es hora de que nos despidamos. Bakhit y Dalla dieron la vida por nosotros, he decidido dar caza a esos malditos ciempiés. Fracasé en el pasado como reina, dejé que mi pueblo fuera sometido, así pues, limpiaré mi honor tomando la cabeza de esa criatura. ¿Tú que vas a hacer a partir de ahora? se interesó por él.

Coordinado con un largo suspiro, mostró las agrietadas vainas vacías, estas se redujeron a polvo en cuanto hizo un gesto brusco. Los materiales no soportaron dos viajes entre planos, por lo que se encogió los hombros presa de la confusión.

Estas hojas me han acompañado desde que fui desterrado al futuro, no tengo recuerdos de mis compañeros de armas, sé que sus fantasmas me recuerdan, pero yo no. Cuando desperté en aquella tierra devastada, lo único que tenía en mente era aniquilar a la humanidad. Mira esa siniestra arboleda, más allá de ella se extienden kilómetros de jardines naturales, incluso hay un lago enorme. Necesitaré dos espadas nuevas para alcanzarlos confesó con desgana.

Siempre he sentido que algo no estaba bien con tus filos. He sido testigo de la manifestación de las almas de los maestros armeros que las crearon. Conoces algunos

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movimientos de combate desarmado, aunque la mayor parte de tus habilidades de ataque dependen de tus bárbaros aceros. No olvides este consejo, sé que llegará el momento en que lo aplicarás advirtió la dama.

Reina Hipólita, es hora de irnos. Shusaku Ooi, creo en ti, sal de esta isla y encuéntrate con el equipo. Puedo garantizarte que el Maestre Peste y Elia Steampunk están vivos, puedo sentir sus energías tenuemente desde aquí. Sin embargo, hemos causado estragos en la línea temporal, por lo que todas las posibilidades están abiertas ordenó salivando con una terrorífica expresión.

¿Quiénes más conforman el maldito equipo? ¿Cómo voy a dar con ellos? Y si los encuentro… ¿Qué hago? ¿Me presento formalmente y les digo que quiero unirme a su grupo de camorristas? replicó nervioso cuando la sauriana ya le había dado la espalda.

Tienes un talento natural para tomar malas decisiones y provocar disturbios. Si no llamas su atención, harás lo propio con algún agente de Los Antiguos. Quién sabe con quién podrás contar esta vez. Por último, quiero pedirte un favor personal. Cuida de la mujer a quien llamarás «chatarrera», pero esta vez no la subestimes se despidió con dichas enigmáticas palabras.

De aquel largo mensaje, en su mente retumbó la mención a aquel colectivo que le pareció familiar. A pesar de que no tenía recuerdos de ellos, sintió como le era inspirado un terror que le inquietó. En ese momento poco le importó aquella petición tan particular, consideró que le estaba requiriendo actuar como una niñera. Tras una mueca de molestia, se acercó a los crisantemos que crecían en la linde del inquietante bosque para recoger dos de ellos. Con la destrozada mano derecha, cargó con las flores hasta dónde se alzaría la entrada al camposanto. De forma improvisada formó dos montículos de tierra y posó sendas ofrendas en señal de respeto a Dalla y Bakhit. Compañeros, no olvidaré vuestros sacrificios. Espero que los dioses os acompañen en vuestros caminos. Ahora, con vuestro permiso, debo encontrar mi propio sendero con estas palabras dio el último adiós a sus compañeros de la arena.

Con un pesado suspiro, el espadachín miró a unos cielos despejados, los vientos continuaron resoplando, eran testigos del retorno de Shusaku Ooi, la parca oriental. Haciendo crujir las ramas caídas bajo sus pies, abandonó la zona del aterrizaje para adentrarse en aquel laberinto natural que los nativos de la isla trataban de habitar debido a las leyendas malditas que corrían acerca de él.

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Nota del autor: El arco de la prisión bioniscolopetia ha llegado a su fin, pero las aventuras de Shusaku Ooi únicamente acaban de empezar. ¡Nos vemos en los próximos productos de Moulin Noir!

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Abril Bailei: El origen de Demian

El pasado

El plano 23 era un lugar de dolor, los esclavistas habían logrado sus objetivos y dominaban ahora todo el sur. Un niño de cabello negro, sucio y desprolijo giraba la rueda para moler grano ante la atenta mirada de los guardias armados. Ese sería un día que nunca olvidaría. El día del inicio del dolor y del renacimiento.

¡Qué pedazos de escoria! ¿No hay nada que haga bien esta pareja? dijo un soldado antes de arrojar a los desnudos padres del niño al suelo barroso.

¡No la violen más a ella! ¡Háganmelo solo a mí! gritó desesperado el padre.

Si así lo deseas… contestó el militar con una asquerosa sonrisa en el rostro sacando su gran miembro, el mismo que había estado en el recto del padre de Demian hace unos minutos.

¡Papá! ¡Mamá! el infante detuvo la rueda al contemplar el espantoso espectáculo.

¿Pero qué haces, maldito? El guardia lo sacó de la rueda abriendo los grilletes . Azmir, mátalos. No voy a tolerar que nadie detenga la producción. Mira lo que has causado, niño. ¡Mira bien!

El violador no dudó un segundo, guardó su pene dentro del pantalón, retiró su espada y la clavó en el pecho del padre dándole muerte al instante. La madre comenzó a correr, era inútil aquella carrera. El sádico tomó su ballesta y disparó varias flechas que la atravesaron por la espalda. Los ojos muertos y vidriosos parecieron observar al pequeñajo por unos momentos.

Demian lloraba desconsolado. A los guardias no les importó nada. Le arrancaron la ropa del torso y lo ataron a un tronco de un árbol quemado. Y pensar que aquel pueblo había sido antes un paraíso. Los bosques, las pequeñas casas de dos aguas. La infancia feliz. Parecía que cada recuerdo se desgarraba con los golpes del látigo. La sangre le llenó la espalda y el líquido vital cayó como una lluvia roja sobre el barrial generado por la tormenta anterior.

Ahí lo dejaron, sin atención médica, para que muriera y fuera carne de los buitres. No contaban que con la caída de la noche vendría uno de los últimos patriarcas. Estaba envuelto en negros ropaje y llevaba un gorro cónico de paja. Se camuflajeaba con las

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sombras de la noche sin lunas. Demian solo lo percibió cuando su katana brilló al ser desenvainada. Ne notaba la factura exquisita del filo de aquella espada legendaria. La hoja del cubo de tres lados.

Con veloces movimientos cortó en dos al primer soldado, los otros dos ni siquiera percibieron el deceso. Con un nuevo corte ambas cabezas salieron expulsadas de sus cuerpos, la sangre brotó de las arterias de los cuellos con gran presión.

Demian ya no podía ver lo que sucedía desde donde se encontraba pero sí escuchó cada grito de muerte de aquellos malnacidos. Muchos de estos, sabiendo que iban a morir en instantes, asesinaron al mayor número posible de niños y adultos antes que el vengador samurái los exterminara.

Ahora son libres. ¡Váyanse ya mismo hacia las montañas! le escuchó decir con su poderosa voz a los asustados sobrevivientes. Muchos agradecieron entre lágrimas y partieron velozmente pues no tenían más pertenencias que su ropa andrajosa.

Enseguida sintió el cortar de sus cadenas. ¡Estaba libre de nuevo!

¿Q-quién eres? pronunciaron sus agrietados labios.

Un gracias no vendría mal. Yo soy Eiji Daiki, he venido a buscarte porque sentí la magia que habita en tu ser.

El niño despertó varios días después en una choza de paja, estaba envuelto en vendajes, el hombre lo había curado de sus cruentas heridas.

Te has levantado. Ya era hora dijo mientras bebía un café el caballero de nombre japonés pero de cabello rubio y barba gris.

Gracias. Gracias por haberme salvado y por curarme. No pareces muy nipón que digamos. ¿Es un nombre de guerra? ¿Qué es eso de la magia?

¡Ni un desayuno y ya quiere todas las respuestas! Ven aquí, come algo de queso y bebe algo. Te lo contaré todo. El jovencito se puso de pie con dificultad y se dirigió a la mesa, enseguida comenzó a devorarlo todo.

¡Es lo mejor que he comido en meses! ¡Delicioso!

Queso de cabra común. Esos esclavistas merecen la muerte. Mira… el samurái dudó al percatarse que no conocía su nombre.

Demian. Me nombre es Demian le aclaró con una sonrisa.

Yo soy el líder de un grupo llamado El Gremio. Y luchamos contra seres malignos que vienen de otros planos. De lugares que son esta tierra y otras. Eso es el Multiverso.

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Peleamos contra Los Antiguos y sus sirvientes. Te sorprendería saber cuántas fuerzas malignas no saben quiénes son sus verdaderos amos.

¿Hay otros planos de existencia? Creía que eran cuentos de viejas. Todavía no estoy seguro de que no me mientes.

Ven, salgamos. Hace una mañana preciosa. Le tendió la mano para ayudarlo a caminar. Salieron de la choza y se hallaron en una verde extensión hermosa con grupos de árboles frondosos y frutales desperdigados.

Antes del nacimiento de nuestra realidad hubo otra, Los Antiguos vienen de un plano en donde habían matado a su Dios. Observaron el Plano Primario y crearon un portal para viajar y conquistarlo. Surgió un héroe acompañado con sus amigos. Darisel y los Siete Eternos. Pero ni los puros de corazón pueden ser inmunes a las sombras. Darisel fue corrompido, al igual que sus queridos amigos. A pesar de ello desterró al enemigo a sus palacios de carne y árboles palpitantes de su No-realidad. Uno de los Siete se volvió el portador de la máscara dorada y quiso liberar a Los Antiguos dominando la Atlántida. Escaparon muchos rivales antes que se hundiera el continente. Nosotros no estamos en el plano de los tres héroes montevideanos ni iremos hacia él. Solo El Poeta, el Vichaug y aquel que es la representación del dragón negro, Martin Long son los elegidos para terminar con el legado del mal.

»Nosotros lucharemos con el poder de la magia. Yo seré tu nuevo padre y conocerás el poder que habita en tu interior. Le que me guio hasta donde estabas prisionero. Solo algunos elegidos pueden entrar en el camino de la Alta Magia y algún día será tuya la katana de la espada draconiana del cubo de tres lados. Con ella liderarás a mis tropas desenvainó la hoja fulgurante por un momento.

¿Y en otros mundos otros pelean como nosotros? Parecía que el niño intuía la verdad con el poder de su mente.

Conocí a otros guerreros y demonios… Jack Ledger, Elia Steampunk, Shusaku Ooi, Selene, una bruja que puede comunicarse con los animales. Ellos luchan sin saberlo contra agentes de las sombras que habitan más allá del velo de nuestro plano. Fui testigo de las atrocidades de Piniwini en diversos mundos y de varios imaginantes, seres que pueden darle vida a objetos con el poder de sus mentes. Siempre son villanos. Quiero que me lleves contigo. ¡Voy a ganarme el derecho de esa espada!

¡Y con ella vengarás a tus padres! Vas a matar a todos los esclavistas. Los vas a aniquilar totalmente. A cada sirviente de nuestros enemigos, los directos y los indirectos.

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Los ojos de Demian relampaguearon. En ese instante Daiki se levantó y abrió un portal de salto circular hacia la Tierra. Instantes después se encontraban en un clima frío. Un templo de estilo oriental hermoso envuelto por las altas montañas de Asia fue lo que vieron los ojos del niño. La nieve caía copiosamente pero eso no evitaba que cientos de ninjas se entrenaran en el patio central, repetían una y otra vez secuencias de movimientos con sus armas. Sus maestros les explicaban los movimientos o rezongaban si fallaban.

Demian, bienvenido a El Gremio. Bienvenido a casa. Le colocó una mano en el hombro.

A casa pronunció mientras se escapaba una nube blanca de vapor por su boca.

Aquel cuerpo infantil fue creciendo con los años así como las poderosas habilidades de combate. Demian dominaba ahora las 47 formas de artes marciales básicas de los diversos planos, adoptó la vestimenta completamente negra de El Gremio y su cuerpo, ya de veinte años, se había transformado en una masa musculada capaz de matar con un movimiento de un solo dedo.

Daiki había envejecido. La barba estaba todavía más blanca. El orgullo era evidente pues su hijo adoptivo era ya un gran maestro en la Alta Magia.

La Unidad se une con la Dualidad, esa es la filosofía draconiana, la serpiente se une con el águila, de ellas surge el dragón. Shiva se une con Shakti, no se desintegra ningún principio, se crea un tercero. Lleva tu mente por ese camino y el poder de la Alta Magia te será revelado repitió el Gran Maestro una vez más el mantra de la orden.

Yo domino el arte olvidado y oculto de la cábala pagana, la Cábala Gótica. Yo veo las runas del cubo de tres lados. Toda la geometría metafísica platónica es mi aliada y ella fortaleció cada célula de este cuerpo contestó él mientras meditaba en posición de loto.

Bien. Y me han informado que has cumplido tus trabajos en las otras dimensiones. No podemos dejar vivo a un solo sirviente de Los Antiguos. El joven se levantó y tomó su katana . ¿Tienes un encargo?

Hay algo muy poderoso en un plano de existencia cercano. Me estoy volviendo un anciano, han decrecido mis poderes. Esta vez vendrás conmigo.

Será un honor, maestro saludó con una reverencia al estilo oriental.

Nuestras vidas correrán peligro. Es una entidad maligna que tiene bajo la tiranía a una ciudad completa. Estate preparado para todo.

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Al otro día ya estaban en otra Tierra paralela del Multiverso. Parecía que nunca había sucedido el período industrial. Aquel lugar se asemejaba a un feudo medieval, con castillo incluido. Banderas negras con el rostro de un ser reptiloide ondeaban sobre las altísimas torres.

Dos figuras en negro, de las que solo eran visibles sus ojos fieros, corrían por los techos sin siquiera hacer ruido.

El reptiloide transformista mató a todos los reyes zonales y explota con altos impuestos y castigos a todo el planeta. Entraremos a su cámara y lo mataremos. Te repito que tengas cuidado. Es un comandante de la rebelión atlante traído directamente del no-plano donde habitan los árboles de sangre y los castillos de sangre.

Demian hizo un gesto afirmativo con su cabeza y cortó el cristal de la ventana para acceder al dormitorio. Lo que antes parecía un lugar oscuro cobró luz con mil velas que se encendieron al instante. Sobre lujosos almohadones coloridos descansaba una mujer de tez blanca de extrema belleza, solo vestida con lujosas joyas que colgaban de su cuello.

¿No desean pasa una noche de pasión conmigo? ¿Prefieren que disfrutemos con algunos niños? Chasqueó los dedos y un grupo de varones de siete años entraron como Dios los trajo al mundo a la orgiástica sala.

Pederasta. Tus feromonas no engañan a un soldado de El Gremio. Y ni siquiera eres una mujer. Tu verdadero ser es un reptiloide que merece la muerte escupió el maestro desenvainando la katana del cuadrado de tres lados.

¡Malditos! He sido hallado… Su efigie mutó en la repugnante forma escamosa con larga cola. Inmediatamente mató a los infantes a coletazos por pura diversión, los pedazos de los cuerpos quedaron esparcidos entre los almohadones, a ver si eso enfurecía a sus enemigos.

Daiki atacó violentamente con la hoja mientras Demian arrojó bolas de fuego y hielo hacia la bestia pero esta detuvo cada embestida con sus garras negras. Con ellas absorbía magia y hasta era capaz de detener la espada bendita.

¿Eso es todo? Gritó y devolvió la andanada de proyectiles acumulados. El muchacho fue impactado en diversos lugares del cuerpo, voló contra una pared de piedra y comenzó a sangrar por varios lugares.

Daiki, al observar esto, activó la magia draconiana mientras saltaba haciendo grandes fintas que eran repelidas. ¡Pero la magia no estaba haciendo efecto!

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Entonces el alumno vio que las alfombras coloridas estaban ocultando un sello de protección que solo pocos iniciados conocían. Uno que era capaz hasta de evitar casi completamente el poder de ambos. Trató de levantarse, las heridas lo evitaban, entonces, gracias a estar fuera de la influencia del circular sello, comenzó a curarse con magia.

El hombro de Daiki fue atravesado por una de las garras negras. El hombre barbado gritó de dolor.

¿Ya estás listos? ¿No funcionan tus poderes? ¡Durante años investigué cómo evitar los mismos! Todavía le quedan unos minutos más al sello de poder. ¡Pienso aprovecharlos!

Hundió otra garra en el estómago del hombre, la sangre salió como un tsunami rojo y mortal. Los amarillentos ojos de las pupilas reptilianas pertenecientes al monstruo relampaguearon de placer. Con su lengua bífida chupó el líquido vital como si fuera un manjar.

Demian… Abre un portal y escapa… Te quiero, hijo mío.

Ya el joven estaba recuperado y disparó una andanada letal de fuego que incendió la habitación. El reptil repulsivo resultó con las piernas y un brazo quemado. No perdió tiempo y abrió un portal dimensional. Acto seguido había abandonado su ciudad.

Daiki ahora yacía en los brazos de su hijo adoptivo. Ninguna magia podía salvarlo. Escasos segundos de vida le quedaban. Las lágrimas afloraron violentamente al rostro del muchacho.

Ahora es tuya la espada del cubo de tres lados. Eres el líder de El Gremio. Sabes lo que tienes que hacer. Enseguida sus ojos se cerraron para siempre.

Voy a vengarte. ¡Mi ira será eterna! Pienso perseguir a ese reptil por todos los planos posibles. No tiene idea de lo que es mi determinación. Apretó los puños hasta que las uñas hicieron sangrar sus manos copiosamente.

Cuando salió del portal circular, con su padre muerto en brazos, lo esperaban cientos de ninjas que se arrodillaron al verlo. Ahora todos eran sus soldados, ahora él era líder de la única resistencia contra la oscuridad. La tropa quedó en silencio y en la misma posición mientras caía la nevada. Preparó la pira funeraria para quemar al hombre que lo había salvado de la esclavitud.

Ya las lágrimas estaban secas. Las flamas crecían y carbonizaron el cuerpo. Algunos dicen que esa fue la última vez que Demian lloró.

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El presente

Abril Bailei, la mujer de metro ochenta y vestida de negro, recordaba las muertes a los inocentes que había perpetuado. Con una escopeta le había reventado la cabeza a un mercader del plano 38. Los sesos habían quedado salpicados por la pared de la oficina. Había torturado a una adolescente durante horas para tener la información de un lord demonio que se ocultaba en las alcantarillas junto a un ejército de ratoides, al parecer, aquellos seres abominables habían sido creados por un infame científico Nazi como arma final. Sabía que el demonio y los nazis eran sirvientes de las sombras pero el único pecado de esa niña, que resultó muerta por su hoja, era el de venderle mercancías para generar más ratoides en las plantas de producción del demonio. Y podría seguir… Podía seguir con muchas muertes más.

Demian entró a la habitación con su espada en mano. Debía haber leído su mente desde la pagoda central.

Hija mía. No eran inocentes. Nadie vinculado a Los Antiguos lo es sentenció con voz dura.

Muchos fueron muertos por motivos económicos y nos aprovechamos de su dinero… ¿Es que acaso robar y asesinar a un ladrón nos exime? cuestionó la mujer de blanco cabello y piel.

Sin saberlo, parte de ese dinero era usado en las redes de tratas de blancas de las prostitutas vuduistas que sirven a nuestros enemigos. No mataste inocentes. Confía en mí. ¡Hiciste justicia! ¡Eres la espada de la ley!

Desde mi punto de vista lo eran. Sí, criminales… Pérfidos pero no los objetivos de nuestra misión principal. Padre, he decidido irme. Voy a dejar El Gremio. Ignoro si de forma permanente. Yo no puedo vivir con esto. ¡Me consume por dentro! Una lágrima recorrió el rostro de Abril.

Lo entiendo. Y tal vez ese puro corazón sea la clave de nuestra salvación. Hay dos caminos. Si me vences en combate dejaremos de asesinar a tus supuestos inocentes. Si pierdes te dejaré ir en paz. Aunque recuerda siempre que yo te entrené para que las fuerzas de El Gremio fueran tuyas. Como cada padre a hijo que sería líder, así sucedió durante milenios. Tarde o temprano volverás porque así está escrito en las estrellas imperecederas.

Abril desenfundó con velocidad su espada y Demian la katana del cubo de tres lados. Comenzaron a intercambiaran golpes de una precisión absoluta. Ninguno llegaba a destino pues alumna y maestro conocían las técnicas de cada uno a la perfección.

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Salieron de las habitaciones privadas de la mujer para luchar en el patio central de la academia situada en el corazón de Asia. Inmediatamente salieron los miles de ninjas a observar el combate.

Padre, puedes cambiar. No es el único camino. Hay que terminar con las venganzas.

No seas tan ilusa, Abril. Todavía no has luchado nunca contras las fuerzas de Los Antiguos. No has perdido nada por ellos. Entiendo tu blandura. Aprovechó que el diálogo bajó la guardia de la hechicera para realizarle un corte en el muslo, uno muy medido que la debilitara sin provocarle una herida de gravedad.

¡La primera sangre es tuya! ¡Ahora veremos si te superé en el uso de la magia draconiana! Ambo extendieron sus manos y fuerzas invisibles chocaron en el aire, se repelieron, estaban igualados aunque eso no duró más que unos instantes. Una gigantesca masa violeta comenzó a crecer entre ellos y golpeó con gran fuerza a Bailei en el cuerpo. Esta salió disparada y cayó a varios cientos de metros.

No, mi niña, no estamos igualados. Yo sigo siendo el maestro. El viento arremolinó su bello cabello negro en el cual caía la nieve eterna.

He perdido… Aunque esto no es el fin. Seguiré estudiando, voy a encontrar la forma de derrotarte en batalla. Tal vez el camino draconiano no es el único pronunció mientras se levantaba.

¿Hay otro? ¿Con qué magia de pacotilla piensas derrotar a la oscuridad? Vete a vivir. Renuncia al Gremio. Ya llegará el día en donde tengas que reclamar la espada que te pertenece. Todo padre debe dejar ir a sus hijos. Vete ahora, Abril. De seguro nos volveremos a encontrar pronunció con el rostro convertido en roca por el dolor.

Eso haré. Mira mis manos. Están manchadas con la sangre de inocentes. ¡No me dijiste toda la verdad! Siempre confié en ti… Me fallaste gritó mientras rodaban las lágrimas por sus blancas mejillas casi albinas.

¿Inocentes? Mi dulce amor. No te culpes de eliminar la basura del mundo. ¿Acaso la gente llora luego de barrer y trapear la casa? Aprende y vuelve. ¡Yo estaré esperando y peleando! La katana brilló con magnificente poder y el cubo escrito con runas refulgió con luz naranja.

Ella abrió un portal a su plano original y miró por un momento a los que por tantos años habían sido su querida familia. Ahora sentía que no le quedaba nada…

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El pasado cercano

Qué ciudad tan sorprendente y al mismo tiempo decadente. Parecía que todo en ella estaba movido por máquinas de vapor. La niebla blanquecina lo envolvía todo por momentos. Los edificios de entreveradas formas se alzaban magnificentes y Demian los observó extasiado. ¡Qué vasto era el Multiverso! Cada Tierra era tan diferente. Dumptech, antaño conocida como Nuevo Londres, ahora un lugar infestado de ratas humanoides, de seguro creadas con los productos que vendía aquel demonio aliado de los nazis.

Ahora… ¿Dónde estaba Dazegul? El asesino de su padre, el transformista… El hombre de negro buscó una taberna, a veces era mejor sentarse a tomar algo y escuchar. La gran chimenea era un lugar bullicioso en donde se juntaba todo tipo de personas. El caballero pidió una bebida y se sentó pacientemente, luego otra y a la tercera ya tenía lo que buscaba.

Dicen que se transformó en una mujer hermosa que hizo el amor con todos los marineros, el pago era unirse a su ejército pronunció un hombre que era prácticamente un indigente.

También dicen que se transforma en hombre para los que gozan siendo pasivos. ¿Será acaso alguien venido de las Islas Anacrónicas? preguntó su amigo desdentado. Es posible. Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad. ¡Piensa dar un golpe de estado y terminar con la maldición de esta ciudad! Vamos ahora al muelle de las Cabezas Bajas, ahí está su base operaciones enfatizó sus palabras golpeando la jarra de cerveza espumosa.

Demian pagó y no perdió tiempo. Tomó un taxi a vapor y puso rumbo a los muelles. Al llegar, luego que se marchara el coche, abrió su maleta y retiró su katana especial. Todo estaba cubierto por las sombras de la noche menos un edificio con varias ventanas iluminadas, de allí provenían los orgásmicos sonidos. ¡Ahí estaba!

En ese instante una bala disparada por una Pistola Steam casi lo impacta si sus agudizados sentidos no lo hubieran hecho saltar instintivamente. Allí se hallaba una mujer totalmente vestida con ropa de cuero negro, botas largas de igual color y una impactante cabellera roja, sus ojos, de una belleza incomparable, eran prácticamente hipnóticos y se encontraban bajo un juego de gafas redondeadas.

Ella siguió disparando y Demian desvió las balas con la hoja ultrarresistente imbuida en los poderes góticos.

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¡He venido a acabar con el transformista! Detente ahora, maldito sirviente del mal escupió la fémina.

Te equivocan conmigo, Elia Steampunk. Ese maldito mató a mi padre. Vengo a cobrar venganza. No soy su aliado contestó el de negra cabellera.

¿Cómo sabes mi nombre? cuestionó ella aunque no obtuvo respuesta pues los guardias ratoides si hicieron presentes al escuchar los disparos. Saltaron sobre ellos mostrando sus rostros peludos y deformes. Demian rebanó al medio a dos de ellos y quedó salpicada su vestimenta por los torrentes de sangre. El tercero recibió un tajo en cabeza que hizo volar su masa encefálica por el agujero creado.

Elia desenfundó otra pistola Steam y disparó hacia la horda, una bala en la frente para cada enemigo. Cambió los cartuchos con la precisión de una combatiente experimentada. Ahora, casi sin darse cuenta, estaba espalda con espalda con el atractivo extraño.

¡Cuidado! Ahí viene otro por la retaguardia avisó el hombre con un grito.

La mujer no le disparó, usó la prótesis dental de su boca para succionar la sangre del ratoide Nazi y volver a energizarse. No había elegido ser vampírica pero eso mantenía viva a la herrera.

Ya has visto que no soy humana desde que mi hermano ha colocado este corazón artificial que se halla en este pecho. Los cabellos rojos fueron mecidos por el viento de la playa y ocultaron la tristeza de su rostro.

Ya lo sabía. Mi padre adoptivo, al que vengo a vengar, me ha enseñado de ustedes, los otros guerreros que luchan contra el mal, los he visto incluso antes que nacieran. El tiempo no es una línea. Menos el que atraviesa los multiversos y yo provengo de uno muy lejano. Por eso conocía tu nombre y la historia que lo precede.

Ella quedó congelada por unos meros instantes, rodeada por las dos docenas de cadáveres ratoides. Aunque su pragmatismo fue mayor que la desconfianza y en la mirada de aquel extraño parecía hallarse la verdad.

¿Cómo puedo llamarte? Te ayudaré con el transformista. Tal vez, de paso, podamos terminar con esta repugnante plaga.

Llámame simplemente Demian pronunció con un esbozo de algo que parecía una sonrisa.

Los dos valientes siguieron corriendo hacia la estructura. En ese instante se encendieron los focos de seguridad y ratoides armados les dispararon una infernal lluvia de balas. El integrante de El Gremio creó un escudo de protección que envolvió a ambos

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y los proyectiles rebotaron como si fueran piedritas contra un vidrio. Inmediatamente generó un torrente de fuego de sus manos y lo disparó hacia la azotea del complejo. Los focos reventaron y las decenas de ratas humanas que quedaban comenzaron a arder entre horripilantes gritos, algunas se arrojaron tratando de llegar al agua para apagarse.

Ninguna lo logró. Las abominaciones habían sido vencidas.

¿Magia? ¿Es la misma que usan los nativos de las islas?

No puedo decirlo con precisión. Debe haber una unión común entre todos los dotados. Luego podremos investigarlo… Presiento que aquí hay un pozo de gran poder. Por eso ese maldito eligió el puerto. Ya lo verás.

Vamos a matarlo ya. ¡Vuela la pared! ordenó ella.

Será un placer, señorita Elia. Demian hizo un gesto con su mano derecha y una sección entera de muro estalló por los aires. Entraron y comenzaron a subir por las escaleras del lujoso edificio. Las prostitutas y los menores de edad que prestaban servicios eróticos en la decadente urbe comenzaron a huir junto a sus clientes cuando vieron a las dos negras figuras.

Era imposible contar la cantidad de gente que estaba en ese lugar, aunque sin duda superaba la centena.

Siguieron hasta la parte superior, en donde arañas iluminadas por bombillas a gas le daban un brillo surrealista al glamour de la sala, toda enmoquetada de rojo y con paneles pintados con sugerentes actos amatorios en donde no importaba el sexo.

Elia le disparó a la puerta doble de madera una andanada de balas y la deshizo. Dentro se hallaba una escena familiar para el hombre, sobre su montaña de almohadones estaba la bella mujer aunque esta vez no mantuvo ese aspecto, enseguida cambió al de un hombre desnudo y musculoso con una cimitarra en cada mano. Sus ojos, de serpiente, lo delataban como algo no humano.

Miren quién volvió, el niño huérfano… Ahora acompañado por una putilla. ¡Será un placer terminar con la vida de ambos!

Ya no soy un infante y mi compañera no está exenta de recursos. No te has dado cuenta que ha estás muerto. Es solo eso.

Maldito idiota creído. ¡Así son todos los de El Gremio! ¡Vas a probar el terror de mis cimitarras mágicas! escupió el transformista mientras caminaba y se bamboleaba su gigantesco miembro.

La criatura saltó y de las hojas surgieron relámpagos mortales violáceos, Elia esquivó tres con piruetas coordinadas. Recuerdos de la guerra en las islas. Demian hizo rebotar

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varias con el filo de su katana, partes enteras de la habitación se redujeron a cenizas con cada impacto.

¡Prueba el poder de la Cábala Gótica! El caballero lanzó una andanada de hielo que impactó en la hoja izquierda del transformista y la hizo estallar en pedazos. Como contrataque saltó y disparó hacia Elia Steampunk y la joven no pudo evitar el relámpago. Terminó inconsciente impactando contra una columna.

¡Maldito seas! ¿Qué le has hecho? escupió furioso con los ojos enrojecidos.

Otro más de tus seres querido para asesinar. ¿Y si antes la violo? Se me hace apetecible la pelirroja pronunció relamiéndose lleno de gozo autoerótico.

Demian corrió hacia él y antes que pudiera cortarlo al medio surgieron desde el techo varias decenas de ratoides armados. Dispararon con las pistolas a vapor y el guerrero volvió a generar su campo protector. Sabían que iban a morir pero su lealtad era absoluta y eso daría tiempo para el vejamiento.

El sirviente de Los Antiguos lamió el rostro de muchacha desmayada mientras se le producía una gigantesca erección. Las venas azules se le marcaron en su monstruosidad fálica.

¡Debía apurarse! Los primeros ratoides fueron cortados en dos. Luego ya no usó la katana y directamente los incendió con un rayo de fuego púrpura. Al último grupo los liquidó generando astillas de hielo que volaron alrededor de Demian antes de salir disparadas en todas direcciones. Las bestias terminaron empaladas y con los órganos dispersos por el lugar.

Ahora sí. Tenía terreno libre. Cargó de poder la espada y esta fue detenida por una motosierra. Aquello parecía una mezcla brotada del mismísimo averno. Una mujer con partes cibernéticas a vapor que eran operadas por magia oscura. La pobre ya no estaba viva, aquel cadáver móvil se estaba descomponiendo y su fetidez no tenía límite. Ya hasta caían gusanos por algunas partes de su entrepierna. Magia nigromante, otro motivo más para terminar con el ser.

La maldita movió con agilidad la motosierra y logró herir la pierna de Demian, por suerte fue una herida superficial. Inmediatamente tiró otro corte al hombro con igual resultado preciso. ¡Los escudos de protección no funcionaban con un resucitado!

Sabía que si seguía recibiendo heridas estaba perdido. Tranquilizó su mente a pesar que el transformista ya tocaba las partes de la fémina. Entrando en un estado meditativo, el cual le fue enseñado por su maestro, cortó con un preciso golpe el brazo-motosierra y

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aprovechando la sorpresa causada en el no-vivo la decapitó con un rápido movimiento practicado en las cuevas de lava bajo la base de El Gremio.

Demian cargó la energía violeta en la hoja del cubo de tres lados y se aproximó por la espalda del futuro violador. Elia no dormía… Era una trampa. Clavó sus vampirescos colmillos en el cuello del enemigo y comenzó a succionar la sangre y cargarse de poder.

El transformista no podía liberarse del mortal abrazo… Sí. Cada demonio tiene sus debilidades.

Ahora… murmuró ella con la boca llena y de forma apenas entendible.

El hombre vestido de negro clavó la katana hasta que brotó del otro lado del vientre de la criatura. Esta gritó de forma brutal, se reventaron todos y cada uno de los vidrios del edificio e inmediatamente quedó reducido a un montón de cenizas que fueron esparcidas por el viento.

Padre. Has sido vengado… Elia casi pudo percibir una pizca de descanso y alivio en esa mirada penetrante y llena de triunfo.

Ya las gafas Steam no ocultaban aquel par de ojos tan inigualables. Ahora se hallaban junto al montón de ropa que ambos se habían sacado rápidamente.

Demian acarició el cuerpo desnudo de la hermosa Elia. Tocó con amor el preciso lugar donde estaba la incisión que llevaba al corazón implantado, aquel que se alimentaba con sangre, luego besó sus pechos de erectos pezones mientras ella gemía de placer.

Muérdeme. Quiero que sientas mi ser dentro del tuyo.

¿No piensas que soy algo horrible? A veces siento miedo de lo que soy. Estos ojos… Mis cambios físicos. Soy diferente a todas.

No hay que rechazar al verdadero ser. Jamás. Ella acercó los colmillos a su cuello y dejó que la mujer bebiera a placer. Esto le causó una excitación jamás vista e hicieron el amor como salvajes en el apartamento apenas iluminado de Elia. Demian se percató que la fémina, a pesar de tener veinticinco años, jamás lo había hecho. Un pequeño hilo de sangre corrió sobre uno de sus torneados muslos. Ambos cuerpos se estremecieron cuando llegaron al primer orgasmo.

Acto seguido, sus labios se unieron con algo que casi bordeaba el amor. Sus sexos se sentían palpitantes y dadores de placeres que se habían negado mucho tiempo ambos.

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Fue una noche exquisita y llena de promesas aunque sabiendo que los primeros rayos del astro rey marcarían la partida definitiva. Esta llegó como todo en la vida, silenciosa y durante el sueño de ambos amantes.

Demian ya se estaba vistiendo cuando Elia despertó totalmente desnuda. El hombre se sentó junto a ella y acarició su cuerpo, tocando por última vez sus pechos de aureolas rosadas y besando aquellos labios carmesí.

¿Te volveré a ver? cuestionó ella.

Nunca se sabe. Ahora debo volver a repetir el ciclo. Hay una niña huérfana en una de las dimensiones. En un lugar llamado Montevideo. En ese mundo ni siquiera existe el futuro prometido. Es algo decadente… Yo debo adoptarla y criarla. Como hicieron conmigo. Ella acarició su rostro curtido y anguloso, como si estuviera tallado en piedra.

Háblame de ese Multiverso tuyo. Me cuesta imaginarme esos miles de mundos, miles de elias y de montevideos.

En el de mi futura hija ya todo seguirá la línea normal de un país tercermundista, en otro mundo surgirán los tres héroes que serán los únicos capaces de hacerle frente de verdad a Los Antiguos. En otros intentarán matar a Dios con una esfera de plomo y un hombre… Un Conector de Dios luchará para evitarlo. En otros universos será la ciudad de las blancas columnas y guiará a la humanidad por las estrellas. Por suerte en esas realidades no existe este terrible mal que nos asola. Sus ojos se enturbiaron por un momento.

Ahora debes retirarte, ¿verdad? le dijo mientras se levantaba de la cama.

Sí, mi dulce amada. Debo irme. Nunca digas nunca. Nadie sabe qué nos tiene preparado el destino. Sigue luchando. ¡Lucha siempre! ¡Hasta la muerte misma!

Abrazó su cuerpo desnudo y se besaron de nuevo. Instantes después él abrió un portal hacia la Tierra y se perdió de vista. Elia pudo ver una ciudad de celeste cielo que parecía más avanzada que la suya.

Sería esta la última vez con él en muchos años…

La joven Abril dobló por un callejón y se topó con aquel sujeto envuelto en una marrón gabardina. Su cabello era alto y negro, un opuesto al de Abril. Los músculos de sus poderosos brazos parecían querer salir de la tela, esa sensación de poder también la otorgaban sus ojos celestes, profundos y enigmáticos. Parecía un ser de otro mundo.

Abril, te he buscado por toda Montevideo. Se podría decir que fue fruto del azar el hallarte. Acto seguido arrojó lejos la colilla de su cigarro.

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¿Hallarme? ¿Quién eres? No te conozco pronuncio ella con voz temblorosa.

Yo también soy un mago natural. Mis amos quieren que yo te entrene en las artes de El Gremio. Te demostraré mis poderes. En su mano generó una esfera de llamas que voló hasta incendiar un grupo de papeles y hojas secas de un rincón.

Es maravilloso, no soy la única… Sus ojos estaban grandes como platos.

En El Gremio no estarás más sola. Nos encargamos de la gente mala que solo sucumbe ante la magia. Abril, ven conmigo. Ya no hay nada que temer.

Él extendió la mano y la niña dudó un instante, pero aquella propuesta del hombre misterioso parecía más seductora que volver a un convento en donde la miraban con desprecio la mayoría de las personas. Ya no dudó más y tomó aquella mano. Ambos se introdujeron en un portal de salto y llegaron a nevadas montañas en las entrañas de Asia. Había gran cantidad de sujetos vestidos como ninjas, entrenaban en las afueras de templos con techos de dos aguas y marcado estilo oriental. A lo lejos, un grupo de infantes practicaban arrojar bolas de fuego mágico.

Ven, te mostraré las habitaciones, mañana comienza tu nueva vida en los caminos de la Alta Magia.

El hombre tomó la mano de blanca piel perteneciente a la niña y ambos quedarían unidos por toda la eternidad…

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Abril Bailei – La guerra en San Patricio Víctor Grippoli

La llamada llegó sin previo aviso. La situación en el cercano departamento de San José estaba fuera de control. Varias muertes misteriosas y una secta que estaba operando en secreto, la primera investigación resultó en par de casos que vincularon el fenómeno OVNI y otro en donde Los Antiguos quisieron actuar desde las sombras un ritual de resurrección. Ambos terminaron en fracasos. Una supuesta secta satánica también terminó siendo un engaño aunque esa farsa hizo que los planes entre los planes de los seguidores de la oscuridad terminaran en derrotas. Parecía que el tiempo se dilataba y nada de relevancia mayúscula sucedería en aquel lugar pero Abril investigó sucesos del pasado que involucraban actos de canibalismo indígena y llegó a la terrible conclusión que era cuestión de tiempo, la situación tomara un rumbo turbio. Leer las crónicas de aquella zona, cosa que hicieron en los archivos de la Biblioteca Nacional, solo llevaba a una simple conclusión. El estallido de un plan maléfico. ¿Acaso eran ciertas las crónicas sobre las brujas con forma de estrella de mar? ¿Habían llegado del lejano norte con fines oscuros? ¿Eran viejos pobladores de la Atlántida maldita, cuando se abrieron los sellos que permitieron volver a los seres provenientes de la dimensión de los árboles de sangre? A cada instante parecía que eso era real pues ahora tenían nuevos cuerpos mutilados y los informes eran similares a cuando una secta operó en aquel pueblo con el objetivo impío de revivir al mal que dormía en otros planos.

Abril viajaba en el asiento del acompañante, en su piel nívea caían los rayos solares y le otorgaban a la mujer de gran estatura y ropajes negros un aura sobrenatural. Aquel cabello blanquecino fue mecido por el viento de la ruta y su amante, Carlos, no pudo más que sentir un profundo amor por la hechicera plagada de colgantes y amuletos.

San José no quedaba lejos de la populosa Montevideo, tampoco era la primera vez que viajaban a ese lugar que manaba perversidad. Solo sus habitantes no la percibían. ¿Es que acaso estaban bajo algún hechizo pagano? Ya eran recuerdos del pasado los fenómenos de la guerra mágica, en donde habían triunfado y evitado el resurgir oscuro pero los sucesos del cuerpo múltiple, recientemente acontecidos, demostraban que sus enemigos no iban a cejar en sus intentos.

*Lea las aventuras mencionadas en Solar Flare - OVNI y Viajantes en la oscuridad. Ambos de Editorial Solaris de Uruguay.

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El cartel verde al lateral del camino invitaba a pasar un ameno tiempo en la ciudad. Ambos se miraron por un instante, sabiendo que tal leyenda sería imposible de cumplir.

Estacionaron el auto de Carlos en un pequeño hotel discreto que serviría como base de operaciones. Tenía buena vista tanto frontal como lateral. La ideal para detectar un ataque.

¿Te han dicho algo más de la muerte misteriosa? pronunció Abril mientras desempacaba una maleta sobre la cama matrimonial.

Ahora iremos a la zona del crimen. No hay una sola gota de sangre en el cuerpo. ¿Alguna clase de vampiro? No sería la primera vez en este asqueante lugar. Carlos se terminó de colocar el chaleco antibalas y la pistola de alto calibre en el lateral del pantalón.

Siento algo más. No un simple caso de vampirismo. Percibo que nos han engañado estos meses. Lo que de verdad está por suceder en San Patricio se está gestando ahora mismo y no es nada bueno.

Nunca es nada bueno, mi amor. Pero aquí estamos los dos juntos y nos haremos cargo de ello como siempre. Se abrazaron por un instante para besarse apasionadamente. Deseaban unir sus cuerpos aunque el tiempo no sería suficiente. Una escena del crimen los esperaba. Antes de abrir la puerta le acarició el rostro y observó aquel par de enigmáticos ojos perfectos.

El cuerpo mutilado y desnudo del hombre estaba casi en las afueras de la ciudad, donde comenzaba la zona de granjas y corrido las aventuras con el nacimiento del niño híbrido. La víctima no llegaba a los treinta y cinco años, toda la sección de su vientre estaba dispersa por el pasto. Por aquí un trozo de intestino, por allá el hígado. Y ni una sola gota de sangre. Nada. Estaba totalmente seco, con un aspecto de momificación.

Los forenses revoloteaban de aquí para allá con sus trajes blancos y sus cámaras de fotos mientras ellos dos observaban con otros ojos conocedores de la verdad.

¿Otro asesino en esta ciudad? Todo se está yendo al carajo le dijo a Carlos el jefe de Policía local antes de marcharse indignado a tomarse un café. Ni siquiera pudo responderle al pobre hombre, ampliamente superado por la situación.

Abril… expelió en un suspiro el hombre de la gabardina marrón y avejentada por el uso.

¿Recuerdas al muchacho que descubrió a su esposa queriendo sacrificar al infante? Había un par de mujeres hiperobesas capaces de transformase en murciélagos gigantes. Alguna de esas bestias del mal ha logrado entrar a nuestro plano. Vamos a ver más

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muertes pero si algo aprendí en El Gremio es que no actúan sin un líder. Un hombre de preferencia. Y puede ser un vampiro de alta alcurnia con capacidades elevadas de transformación.

Y yo voy a tener que decir en el informe oficial que no es más que un simple loco que le sacó la sangre para alguna clase de rito satánico o alguna mierda por el estilo. Lo típico. A veces me pregunto qué diría la gente si supiera la verdad. ¿Se espantarían a morir? ¿O lo aceptarían sin más? Como lo hacen con la guerra, la manipulación genética de patógenos, con la proliferación de armas nucleares… Acto seguido encendió un cigarrillo y ensimismado recorrió la zona buscando algún detalle oculto.

Abril sabía que era mejor dejarlo solo en esos momentos. Comprender la verdad del Multiverso y sus peligros no era algo sencillo. Observó cómo varias miradas se clavaban en su gótica figura. Todos sabían que ella ayudaba a Carlos aunque eso no quería decir que todos lo aceptaban.

En otro lugar, a muchos kilómetros de allí, descansaba la Dominicaine. Su cuerpo había sufrido tremendas lesiones en el último enfrentamiento con Abril. Aquel rostro, otrora hermoso, se estaba regenerando pero ahora mostraba signos de horror y deformidad.

La mujer ya podía ponerse de pie y recorrió la lujosa estancia en la cual estaba prácticamente recluida desde su regreso de San Patricio. Les habían ordenado generar dolor y muerte. Ahora todo estaba listo para que la hechicera cayera en la trampa.

Recordó a sus nuevas aliadas. No tenían nada de glamour aquellas mujeres blancas del norte. A decir verdad le produjo bastante asco observar su verdadera forma estrellada.

Estaba claro que ya no se encontraba en la Tierra, desde el ventanal se asomaba un mundo yermo, montañas carentes de vida y todo con un silencio sepulcral. Quería volver a sus orgías y acariciar el negro cuerpo de Gustav.

Como si hubiera sido invocado, el hombre entró haciendo gala de un estupendo traje y un bastón que resonaba en el marmóreo suelo a cada paso.

Amada mía, ¿cómo estás hoy? A él no le importaba su actual aspecto físico.

Con odio. ¡Yo quería matar con mis propias manos a esa puta! Ya no tengo ese privilegio, no es justo. ¡Gustav, debes hacer algo! Tenemos que volver a la ciudad gritó cargada de ira mientras se derramaba una lágrima por su ojo sano.

No podemos, ya he resucitado a Isaac. Es un vampiro de primer orden. Y no menosprecies el poder de la bruja del norte. Juntos, van a poder con esa odiosa pareja.

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Los Antiguos nos han reservado una misión mucho más importante. Prométeme que no harás nada impulsivo. Permanece aquí hasta curar totalmente tus heridas. Ya falta poco…

Ella lo abrazó y comenzó a besarlo aunque no dijo nada, la promesa no estaba hecha. Gustav entendió con los cariños que ella lo decía a través del afecto y el amor que se profesaban. Se equivocaba. Eso no evitaría las ansias de venganza de la prostituta vuduista. Él le arrancó los escasos velos transparentes que cubrían su voluptuoso cuerpo e hicieron el amor con locura, expeliendo gemidos que llenaron la habitación. Luego, el hombre se vistió y le dio un beso en la frente.

Ahora debo marchar, querida mía. He sido solicitado para una conferencia privada con Los Antiguos. Deben revelarme su plan. ¡Quédate aquí! ¡Pídete esclavos si deseas calmar tus ansias! Oculta tu rostro tras una máscara y ellos te desearán fogosamente.

Lo entiendo, Gustav. Vete tranquilo, no me iré dijo ella con voz serena mientras se servía vino en una copa de plata.

El caballero asintió con la cabeza y se marchó de la estancia. La Dominicaine sonrió. Ella tenía otros planes y nada ni nadie, por más que fueran entidades provenientes de más allá del tiempo, iban a truncar sus deseos de sangre. Si ya no confiaba en las brujas menos lo iba a hacer en ese estirado vampiro llamado Isaac. Se terminó el vino de un trago para luego servirse un par de copas más.

Una sonrisa llenó aquel rostro en vías de recuperación. Ya se estaba gestando un plan. ¡Esta vez no iba a haber fallos! ***

Es hora de que salgas dijo la bruja envuelta en las tinieblas. Isaac observaba aquel ícono pétreo que parecía vivo. Descansaba en el centro de la habitación.

Así lo haré, amor. Tomó la cabeza de la rubia fémina, vestida con una túnica blanca que transparentaba sus rosados pezones erectos y le besó aquellos labios rubí. Hay que comenzar a sembrar el caos. Mis hermanas deben volver. ¡Y juntos reinaremos sobre toda esta tierra! ¡Volverán a caminar Los Antiguos y nacerán los árboles de sangre! respondió con una maléfica sonrisa.

La noche era oscura y la luna se remarcaba en lo alto, las calles de la ciudad estaban prácticamente vacías. El mundo moderno era muy diferente a la antigüedad vivida por Isaac. Su gabardina se meció por el viento frío y cortante. Aquellos ojos amarillos

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rodeados de piel olivácea que habían habitado Egipto hace milenios centellaron de placer al ver aquel muchacho skater de pantalones anchos, venía fumando marihuana y parecía que nada le importaba, total, tenía toda la vida por delante. Estaba muy equivocado. La sombra estaba hambrienta y salió desde detrás de un auto. Apenas sintió cómo se clavaban los largos colmillos en su cuello virgen. Comenzó a beber la sangre mientras que con una mano enguantada en cuero llamó a sus esclavas, las hiperobesas deformes se acercaron, carecían de ropa y bamboleaban sus pechos de forma repugnante, cambiaron a su forma de murciélago humanoide y comenzaron arrancándole los miembros al cadáver, luego siguieron con los órganos internos. Aquello fue un festín inigualable. Él no comía carne, solo sangre y algún vino tinto de exquisita factura aunque no se le podía pedir a los súbditos que tuvieran la misma clase. Comenzó a caminar y dejar atrás el lugar mientras seguía escuchando cómo mordían y chupaban los huesos. Por lo menos, era una dulce música.

La mañana era grisácea y Carlos miraba el cadáver mutilado del muchacho. Se le estaban acabando las mentiras a la prensa. Sabía la realidad. De nuevo la división forense estaba haciendo todo lo posible aunque todo era en vano, no hallarían ni una huella ni cabello humano. Pero claro. Eso no podía decírselo. El detective arrojó la colilla de su cigarro, todavía encendido, al suelo y la abandonó sin pisarla. Abril estaba un poco más lejos, estaba usando un hechizo de rastreo y rayos violetas manaban de sus manos fuera de las miradas indiscretas. Su pareja se aproximó a ella esperando la confirmación.

Mujeres murciélago y un vampiro de alto rango. Sin duda uno resucitado por los lacayos de Los Antiguos. Alguien fuera de El Gremio debe haber intentado matarlo pero falló con el método, eso lo debe haber dejado en un estado de letargo que pudo haber durado milenios sentenció con mirada dura la mujer.

Antes parecía sencilla la cosa, le clavabas una estaca en el corazón y listo. ¿Por lo menos sabes de qué tipo específico es? cuestionó él mientras encendía otro cigarrillo. No, es muy pronto para ello. Voy a seguir buscando rastros por la ciudad. Es mejor que nos separemos y busquemos información por los diferentes barrios.

En ese instante un muchachito se aproximó a ellos y les ofreció un volante con una propaganda.

¡El fin de la humanidad se aproxima! ¡Tienen que hallar la salvación de sus almas! Solo la estrella de Varde puede dárselas y ella ha vuelto a la ciudad.

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Carlos tomó la propaganda y cuando estaba a punto de arrugar el papel barato Abril se lo arrancó de las manos.

No lo tires… Varde… La estrella… Esto me suena de algo. Si tan solo pudiera recordar. Voy a volver al hotel. Hay algo más en todo esto que vampirismo.

¿No será solo otra secta protestante? El interior del país está llena de estas. La iglesia católica ha perdido mucho terreno. Eso sin contar las religiones provenientes de África que han entrado por Brasil.

No. Te aseguro que esto no es algo fortuito. Ese muchacho pobre vino directo a nosotros. Mejor me voy. Aquí no hallo ninguna pista.

Yo debo terminar el papeleo y evitar que toda la ciudad entre en pánico. Nos vemos en unas horas. ¡Cómo odio venir a este lugar! ¡Sin dudas es una ciudad maldita!

Carlos y Abril se separaron sin percatarse que desde las alturas de un edificio de tres plantas los observaba una figura de color negro con traje de ninja. La funda de una trabajada katana de forja japonesa brillaba bajo los rayos del sol. Al instante desapareció sin dejar rastros. Sus pies se movían silenciosos mientras corría y saltaba por las azoteas.

¿Quién era esa extraña figura? ¿Amigo o enemigo?

Abril llegó a la habitación alquilada y comenzó a buscar en Internet aquellos nombres que le sonaban en la cabeza. Varde… mujeres condenadas por brujería en una isla lejana…

Por el 1600, un grupo de mujeres fue acusado de pactar con el demonio pues sobrevivieron durante meses luego de que sus maridos se perdieran en las peligrosas aguas nórdicas. Su supuesto crimen… Pactar con el demonio. Ser brujas leyó en voz alta la información de la Web . Ya recuerdo aquellas conversaciones en El Gremio. ¡Se transformaban en estrellas de mar del tamaño humano! ¡Eran sirvientes de Los Antiguos y las hermanas de su líder fueron exiliadas a otro plano! ¿Qué rayos hacen en San Patricio?

Siguió buscando información en los diarios locales viejos. Por suerte, había buenos archivos de todo, lo que no era halagüeño era lo encontrado. Hace un par de años se había propagado un culto entre muchos habitantes de la ciudad. Abril supo leer entre líneas. Esa organización estaba liderada por Aneka. Ahora sí recordaba el nombre de aquella tirana. Pero todo indicaba que la bruja había muerto asesinada por el único sobreviviente antes que el incendio provocado terminara con todo. Lo que Aneka

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buscaba, según lo relatado, era sacrificar a todos los miembros del grupo para abrir el portal y traer a sus hermanas estrellas de mar.

«Estamos jodidos», pensó la hechicera. Aquel ser era mucho más poderoso y maléfico que la mayoría de los enemigos que había enfrentado antes. Ahora había que sumarle un vampiro antiguo y dos mujeres hiperobsesas capaces de comer carne humana y transformase en murciélagos humanoides. ¡Carlos iba a estar muy feliz!

Cuando este llegó cansado a la habitación y se sirvió un vaso de whisky ya esperaba, al ver el rostro de su amante, que esta lo hubiera descubierto todo.

Vamos, dilo ya. ¿En qué lío gigante estamos metidos? Se terminó el vaso con un fondo blanco.

En 1617 llegó un barco a la lejana isla de Varde. Todos los hombres perecieron en la gran tormenta ese mismo año. Algo raro hasta para el peligroso oficio de pescador. Las mujeres hicieron un pacto con una deidad conocida como el Ángel Cornamentado y les dio el poder marítimo de convertirse en brujas estrellas de mar. Todas fueron juzgadas, muchas quemadas vivas pero no su líder, Aneka, a la cual El Gremio daba por muerta hace siglos se aposentó en estas tierras y nuestro querido amigo Marcelus y sus súbditos trataron de hacer que trajera del plano de los no-muertos a sus hermanas. Hubo un testigo que escapó causando un incendio. Ahora Aneka ha vuelto, otro nombre y un cuerpo apenas diferente para la misma secta. Yo no puedo ir allí. Sería descubierta al instante, olerían mi magia… Voy a transmitirte lo que pude ver luego de meditar para contemplar el pasado. Le colocó la mano en la frente a su amado y fue transmitida toda la tétrica información.

El mar embravecido cercano al círculo ártico hizo que la embarcación se deshiciera, Ulrik, trató con todas sus fuerzas de mantenerse abrazado a un pedazo de madera. Le rezó a Dios para sobrevivir aquella noche de 1617, no podía ver a sus amigos. Solo escuchaba gritos cortando la oscuridad impenetrable.

Llegó la mañana y el joven rubio despertó en una playa rocosa, sentía un frío que le calaba hasta el alma, pero agradecía estar vivo. Se levantó como pudo y observó el madero que lo había salvado, a su lado estaban varios cadáveres de estrellas de mar con múltiples brazos. ¿Su deceso era fruto de la tempestad? Las analizó con bastante desagrado, aquellas cosas parecían no ser obra del Señor.

Caminó con paso quebrado hasta las profundidades de la isla. Este sitio era un desierto rocoso con escasos árboles y arbustos. Pudo hallar en ellos algunas bayas para satisfacer los rugidos que expelía su estómago… Allí hizo su primer hallazgo. Un

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esqueleto, con los huesos tan blancos como las arenas, descansaba entre un grupo de piedras que formaban un círculo de color negro. ¡No era un buen presagio y significaba que alguien más estaba en ese ignoto lugar! Decidió no tocar aquel cadáver. Magia negra. Pobre hombre, morir desnudo en el medio de la nada.

El sol le secó un poco las vestimentas y divisó el humo de una chimenea. ¡Había una choza de piedra y paja a un centenar de metros! Corrió hacia ella y tocó la puerta de madera algo desvencijada. Enseguida abrió aquella muchacha de hermosura prístina. Sus ojos celestes, el cabello dorado y trenzado penetraron como saetas de guerra en el corazón masculino. Vestía enteramente de blanco y sus encantos femeninos no pasaban en nada desapercibidos.

¿Quién eres? dijo ella algo asustada.

Soy Ulrik, mi nave se hundió con la tormenta de ayer. Creo que soy el único que ha sobrevivido… El muchacho casi cayó desmayado por el cansancio y ella lo entró para colocarlo en el camastro.

Despertó al otro día y lo esperaba un desayuno que devoró al instante, la mujer miraba silenciosa y encantadora.

¿Eres la única en esta isla? ¿En dónde estoy? ¿Y los hombres? ¿Estás sola? salieron apuradas las preguntas de la boca todavía llena de comida.

Estás en la isla de Varde, al norte de Noruega. Los hombres corrieron un destino similar al tuyo. Muertos en la tormenta anterior. Éramos cuarenta mujeres, ahora ya quedamos menos de diez.

Murieron… No tienen forma de escapar… Yo haré un barco y nos iremos de aquí. Te protegeré siempre. ¿Cuál es tu nombre? le dijo con mirada enamorada.

Aneka… Me llamo Aneka.

La joven le dio nueva ropa, perteneciente probablemente al marido muerto, él no dijo nada. Se vistió y salió a explorar. A lo lejos estaban las otras cabañas, el reducido grupo de mujeres seguía con las tareas habituales. Decidió volver y seguir hablando con la bella que quería desposar.

Caída la noche, fue despertado por extraños gritos. Aneka debía seguir durmiendo en la habitación, él lo hacía entre pieles junto al fuego del hogar. Salió a buscar el origen de aquello… Esa voz era tan familiar. ¿Era la de Klaus? ¿Debería haber levantado a su amada?

Se movió en las sombras como una gacela y observó una fogata gigantesca, varias mujeres desnudas con pechos grandes y caídos se movían siguiendo un compás rítmico

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de baile. Dos tocaban extraños tambores, nunca había visto nada similar en sus innumerables viajes. ¿Qué eran esas estrellas invertidas pintadas en ellos?

De pronto apareció Klaus sin ropa, tapaba su miembro con ambas manos, estaba golpeado y sangraba… Lo siguiente fue la pesadilla encarnada. Una estrella de mar gigante caminaba sobre dos de sus brazos, moviéndose como lo haría un ser humano. Aquella cosa se abrió al medio y el estómago brotó de su interior, vomitó a Klaus con el líquido corrosivo para poderlo abrazar y comenzar así la digestión.

Quedaron, fusionados como dos amantes, mientras la carne se desprendía del hueso. ¡Era una visión inenarrable! Algún narcótico poseía la estrella asesina ya que su amigo dejó de quejarse a los escasos segundos, la vida se iba de sus ojos brunos mientras era comido poco a poco… Las mujeres seguían danzando y ahora tocaban sus partes en frenética masturbación. Llevaban atado a un gigantesco macho cabrío negro que parecía tener inteligencia superior, lo escrutaba todo con gozo y satisfacción.

Ulrik sabía que debía escapar, por suerte no lo habían descubierto. Volvió sobre sus pasos y entró al domicilio de la joven. Se envolvió en las pieles luego de robar un cuchillo de la cocina. Se mantuvo despierto hasta el amanecer, esperando que la puerta se abriese y vinieran a buscarlo como un nuevo sacrificio. Ya imaginaba el destino de los hombres, entregados al dantesco dios estrella de mar. ¡Era cosa del Diablo! A la mañana escaparía con Aneka.

Llegó el alba, él ya estaba vestido y con el cuchillo escondido entre los ropajes. La muchacha salió con un escueto camisón y le dio los buenos días.

Aneka… Anoche presencié algo brutal. ¡Eran brujas que adoraban a un dios estrella! Le dieron de comer a mi amigo… Había un macho cabrío, símbolo de Satán. Huyamos ahora. ¡Te han engañado con lo del desastre marítimo!

Ulrik… No sabía cómo decírtelo. Luego del naufragio estábamos condenadas, íbamos a morir. Se nos apareció el gran ángel Cornamentado y nos dio la vida a cambio de ser sus esposas. Y yo… Yo me convertí en la reina-estrella de las brujas. Su piel humana cayó y se desplegaron los brazos del gigantesco ser acuático.

El marino pensó como un guerrero y desenvainó el cuchillo, lo clavó en donde brotaba aquel estómago lleno de líquido corrosivo. Se dio vuelta y puso pies en polvorosa hacia la playa. Llegó a ella y vio un barco en la lejanía pero la estrella venía detrás chorreando sangre negra. ¿Llegaría nadando velozmente o sería alimento de la bruja? Era cuestión de suerte.

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Maldita sea… Fue espantoso… dijo tomándose la cabeza con dolor . En pocas palabras quieres que yo me infiltre. Imagino que no podremos acceder a comunicación telepática. Voy a comprar varios móviles y baterías de emergencia para ellos. Puedo enterrarlos en una caja en las afueras del lugar sectario y dar un reporte cada tanto. Así engañaría a los jefazos diciendo que ahí se oculta el asesino. Abril. ¿Te das cuenta que te quedarás sola aquí? Pueden atacarte le dijo mientras acariciaba su mejilla blanca.

No hay otra forma. Creo que puedo encargarme del vampiro y sus secuaces pero para esto voy a necesitarte. Las brujas no pueden regresar a este plano. Al perder al cuerpo múltiple, Los Antiguos fueron a buscar a algo mucho peor. Todo esto puede salirse de control.

Bien. Nos iremos a dormir. Mañana iré al lugar del panfleto. De todas formas sabes que esto tiene toda la pinta de ser una trampa. Sabes tan bien como yo que nuestra presencia en este lugar puede ser algo adrede.

Lo sé. Te pongo en peligro. Tal vez de forma innecesaria. Se denotó tristeza en su mirada.

Vamos a derrotarlos juntos. Me va a hacer bien estar con un montón con hippies asesinos en un lugar verde. Ahí es donde está el mejor aire para respirar. Siempre y cuando no estén con sus pipas de agua apestándolo todo.

Gracias, Carlos, tu humor me da fuerzas. A veces pienso que no te merezco. Soy un peligro andante. Ella se acurrucó sobre su pecho.

La vida sin ti no tendría gracia, mi amor. Y no voy a permitir que esas cosas destruyan a la gente que amo. Descansa ahora. Ha sido un día muy largo. Estrellas de mar asesinas. Brujas. Confías que esas cosas solo aparecen en la televisión o en los libros. Mierda de mundo…

Te haré un tatuaje de protección que lo cubriremos con maquillaje. Es solo para un caso de extrema emergencia…

¿Lo has probado antes? cuestionó el hombre.

Jamás. Es uno de los hechizos más antiguos y poderosos de El Gremio. Solo tienes que frotarte la capa de maquillaje mágico para descascararlo y se activará.

Voy a ser todo un modelo. ¡Trae tu máquina especial y hazme ese dibujo! le dijo sirviéndose un whisky.

Aquí vamos. Abril retiró de su estuche la maquinilla y la tinta especial, forjada con hechizos de diversas dimensiones paralelas. Sobre el muslo izquierdo de Carlos fue haciendo los extraños dibujos plagados de letras en alfabetos desconocidos.

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¿Ya está listo? comentó mientras observaba con gusto la obra . Eres muy talentosa.

¡Listo! Recuerda, solo en caso de extrema emergencia, yo voy a estar antes para terminar con las amenazas.

Un portal de salto se abrió a las afueras de la ciudad, una mujer envuelta con negro manto y capucha para esconder las deformidades de su rostro se hizo presente. Los ojos de la Dominicaine brillaron con un fulgor amarillento. Ahora estaba en la ciudad de San Patricio. Sí, había escapado y violado las órdenes de sus amos. Un riesgo menor ante el premio mayor de matar a la maldita que había osado vencerla. Si pensaban que se iba a quedar de brazos cruzados mientras su amado recorría el Multiverso estaban muy equivocados los señores oscuros. Ahora debía buscar un escondite y evaluar la situación antes del ataque fulminante.

Carlos aparcó el auto en la entrada de la estancia donde su ubicaba la secta, el portón de madera de doble hoja permanecía siempre abierto. Apenas entró ya se encontró con un grupo de New age vestidos de blanco y con cristales colgando del cuello que plantaban flores en un cantero. A lo lejos, un muchacho de cabellos largos y rubios tocaba una guitarra acústica a un grupo de hermosísimas muchachas. Sintió que se le revolvió el estómago del asco.

Abril. ¿En dónde carajos me metiste? Ni una de estas escorias conoce Judas Priest. ¡Quiero matarme! susurró de forma apenas perceptible.

¡Hermano! ¿Qué te trae por aquí? le cuestionó una joven con una hermosa sonrisa.

Tomé uno de sus panfletos en la ciudad. Soy de Montevideo pero estoy de paso por San Patricio. Pensé en sacar todo este mal que siento dentro. Por eso vine a verlos contestó actuando y mostrando cavilaciones.

¡Estás en el lugar indicado! Ven conmigo. Te voy a presentar a Aneka. Ella es nuestra sacerdotisa y tiene que aceptar a los nuevos.

Se acercaron a la exuberante mujer rubia de rostro pecoso. Su túnica blanca llegaba hasta la hierba y contenía dibujos de extraños símbolos bordados con hilos de colores. Era hasta casi impensable que podía transformase en un ser que comía seres humanos. No debía dejarse engañar por las apariencias.

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Por lo que veo tenemos un nuevo alumno. Tiene todos los rasgos de la gran ciudad. ¿Te gustaría pasar un tiempo con nosotros en comunión con la naturaleza? le dijo ella en seductor tono.

Será un placer. He venido en busca de la paz interior que he perdido.

Aquí no se permite el contacto con el exterior. Dame tu teléfono móvil. Desde ahora no lo necesitarás más. Carlos no dudó y le dio un teléfono preparado con falsos contactos e historiales que los de informática habían preparado para tal fin.

Aquí tienes. Es todo tuyo. Me había vuelto dependiente de esos aparatos.

En ese instante, Carlos supo que estaba entrando a una pesadilla y tal vez no podría despertar jamás.

Cayó la noche y Abril decidió comprar algo para cenar. Estaba cansada de investigar sobre la secta, necesitaba por lo menos una cerveza. Salió de la habitación y pudo oler una fragancia nauseabunda que estaba cerca… Creían que estaban escondidas pero no era así.

Las dos mujeres se hicieron presentes. Aquellos cuerpos deformados por las acumulaciones de grasa eran absolutamente repelentes. Y sus ojos… En ellos no había rastro de humanidad.

Las estaba esperando pronunció ella con tono despectivo.

La putita flaca se hizo presente. ¡Este es nuestro pueblo! No te queremos aquí. Isaac nos ha mandado a matarte escupió una de ellas mientras comenzaban la metamorfosis.

Ahora sabía el nombre del vampiro antiguo. Isaac. ¡Luego de terminar con ellas iría por él! Una de las mujeres murciélago trató de morderla en el brazo pero la hechicera de negro ya había generado un escudo de energía mágica para protegerse de tales menesteres. Cargó ambas pistolas con balas rellenas de agua bendita y disparó las automáticas. Una de las rivales alzó vuelo y se escondió sobre el techo del hotel, la otra recibió un tiro en una pierna y su alarido llenó el silencio de la noche. ¡No era bueno hacerse notar, podía poner el peligro a Carlos!

Ambas mujeres vampíricas hicieron algo imprevisto, algo que no entraba dentro de sus habilidades. Lanzaron rayos dorados que destrozaron el escudo de protección que llevaba Abril con un doble impacto.

¡Isaac les ha transmitido parte de sus poderes! ¡Es un problema! se dijo a sí misma.

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La que estaba en el techo saltó para atacarla por detrás, Abril pudo verla por el rabillo del ojo. Retiró de entre sus ropas una cruz de metal afilada, capaz de cortar la carne como mantequilla, la arrojó y le cortó el brazo membranoso derecho. El chorro sangriento cayó sobre los lugares vacíos del estacionamiento. Estaba herida pero no muerta. La otra aprovechó el momento para atacar con todo. Disparó otro rayo de poder pero la blanca fémina lo esquivó con un salto a la derecha mientras disparaba ambas armas y los casquillos salían disparados en todas direcciones.

La cabeza de la mujer vampiro fue destrozada con los impactos múltiples y cuando cayó al suelo no era más que una desnuda masa hiperobesa.

La otra gritó al ver a su amiga muerta y comenzó a generar un nuevo brazo pero con seis dedos y de un largo que no correspondía con el tamaño original. Otro poder otorgado por su amo. Aquella cosa se estiró hasta tomar del cuello a la del cabello blanco y comenzó a ahorcarla. ¡Ella no tenía la fuerza para retirar aquella mano! El aire se le estaba escapando con rapidez. Probó decir un hechizo pero las palabras no salían de su boca.

¡Muere! Es hora que dejes de darnos tantos problemas. la vampira se fue acercando y mostró sus colmillos, estos crecieron en tamaño, listos para tomar toda su sangre.

Las pistolas ahora estaban a unos metros de distancia. El impacto con la mano las había expulsado lejos. No necesitaba el habla. Debía tranquilizarse a pesar de estar al borde de la muerte. Un solo pensamiento y podría manejarlas con el poder de su propia mente. ¡Era solo concentrarse y recordar! Iba a gastar una impresionante cantidad de poder y pasarían días para recuperarse aunque no había otra opción.

Las dos pistolas se elevaron en el aire sin ser vistas por la vampira. Ahora esta le estaba dando la espalda a ambas. Abril pestañeó dando la orden que los gatillos se apretaran una y otra vez. Las balas atravesaron el cuerpo con violencia, los trozos de órganos y cerebro salieron despedidos en todas direcciones y aquel brazo maligno la soltó cuando la muerte le llegó al engendro al servicio de Los Antiguos.

Ahora el aire entró como un viento tormentoso a sus pulmones. Todavía estaba de rodillas y trataba de recuperarse. Así estuvo varios minutos. Tomó las armas y las guardó en sus fundas. Ahora debía eliminar rápidamente esos cuerpos que pesaban una tonelada. ¿Cómo iba a explicar la balacera? Usó un hechizo para quemar la sangre y otro para reducirlos a cenizas. Ya se estaban despertando los otros inquilinos pero cuando salieron, luego de estar seguros de haber escuchado disparos, no vieron nada en

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el estacionamiento. Ni siquiera un solo casquillo o algo que marcara la presencia de un combate. Solo un olor a quemado y un poco de ceniza. Debía ser algún campista que estaba haciendo un fuego.

A lo lejos, detrás de un árbol y con una máscara color marfil que imitaba las formas femeninas de un rostro hermoso, se encontraba la Dominicaine. Una sonrisa de gozo se marcó en su rostro deformado. ¡Abril estaba sola e iba a atacarla muy pronto!

Una hora más tarde, Isaac seguía esperando a sus vampiras. Ya no quedaban dudas, ambas estaban muertas. Había subestimado a Abril Bailei y admitió haberse sentido superior a sus anteriores rivales. No iba a cometer de nuevo ese error. Aneka se hizo presente con su transparente vestido blanco.

¿Han vuelto? preguntó mientras se sentaba sobre él y comenzaba a excitarlo tocándole su miembro.

No, están muertas. Sus energías han desaparecido de este mundo respondió él, mostrando los colmillos afilados.

Recuerda que ahora tenemos a su novio “infiltrado” en nuestra secta. La victoria ya es nuestra. El dios astado he ha hablado del porvenir. Disfrutemos… Ella se retiró la vestimenta mostrando sus erectos y rozados pezones duros. Los dos seres antiguos hicieron el amor sobre las tablas de madera como dos adolescentes.

Una puerta dimensional se abrió de nuevo en las colinas lejanas de San Patricio, surgió de ella un hombre ataviado con ropa negra de la cabeza a la cintura, apenas se veían sus ojos en la pequeña franja que enseñaba su capucha. Aquellos ojos antiguos y bellos observaron el paisaje nocturno y la ciudad que estaba debajo de las colinas. San Patricio. Serás el lugar donde triunfe El Gremio murmulló sin ser escuchado por nadie . ¡Todos van a morir! ***

En la comuna hippie comenzaban a suceder hechos inenarrables. Los niños raptados acababan de llegar y ser drogados para el sacrificio. Eso todavía no lo sabía Carlos. Este se encontraba descansando en la cabaña central de madera, hojeando un par de libros de Julio Verne.

Carlos, es la hora que te presentes en el santuario central. La hora de la ascensión ha llegado dijo la dulce Aneka con sus rasgos arios perfectos, pensaba que Abril sentiría la llamada y acudiría a salvar su amado y caería en la trampa.

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¿La ascensión? ¡Estoy ansiosos por participar en los ritos sagrados! Mis compañeros han contado las maravillas que suceden allí, un paso más hacia la iluminación fingió interés con su mejor cara de actor.

Ven conmigo pronunció la mujer de túnica blanca . No hay tiempo que perder.

Salieron de la cabaña y llegaron hasta la entrada de una casa de paredes blancas. Entraron en ella, no había nada extraño salvo la puerta secreta en el suelo que conducía a una escalera de piedra serpenteante y peligrosa, débilmente alumbrada por antorchas.

Entraron en una habitación hexagonal completamente iluminada con lámparas de gas, sus compañeros lo esperaban envueltos en túnicas marrones de burda factura. Aneka desnudó a Carlos, el cual resistió estoico el miedo, y le colocó una prenda de igual color.

Los presentes cantaban en una lengua extraña, antigua, que provenía de los tiempos de la rebelión atlante.

Carlos, escucha el canto, debes unirte al coro. Tu interior guiará a la boca y muy pronto podrás ser tan bueno como ellos. ¡Vamos, ve ahora! aquellas palabras tan bellas parecían provenir de alguien de buen corazón, el hombre sabía la verdad. A su lado habitaba un monstruo.

Isaac, el vampiro, lo miraba todo desde un lugar oscuro de la pieza. Era mejor no presentarse hasta que ella llegara. En ese instante las luces se encendieron sobre la estatua del dios cornamentado. Su belleza pagana era increíble, realizada con una exquisitez única. Aquellos ojitos parecían vivos. ¿O lo estaban? El detective sabía muy bien a qué atenerse. Para lo que no pudo estar listo fue para la entrada de los preadolescentes desnudos, estaba claro que las drogas corrían por sus venas. No se iban a sacrificar por voluntad propia.

Aneka los acarició, Carlos se unió al canto como ella predijo aunque sin perder la cordura, se aferraba al recuerdo de Abril, de sus compañeros ya no podía decir lo mismo, los inundaba un trance espantoso del que no había regreso, solo un pasaje eterno a la locura. ¡Él debía resistir si quería estar de nuevo al lado de su amada!

¡Es el momento de la gran invocación! ¡El momento de la sangre! gritó la bruja mientras cortaba la primera garganta. El cuerpo cayó al suelo pétreo soltando líquido rojo a raudales. Carlos trató de moverse, ¡no podía! Su boca seguía cantando la canción y ella seguía matando y matando. ¡Tenía que aferrarse al recuerdo de Abril! Esa era su única esperanza.

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Los niños terminaron de morir y la luz del portal se abrió. Las hermanas de Aneka comenzaban a salir por el mismo y la estatua horripilante del dios cornamentado se transformó en un ser luminoso con astas parecidas a las de un gran alce. ¡Ahora sí sus ojos estaban vivos y gritaban una maldad profunda e inenarrable!

La piel de Aneka se partió en dos, mostrando su forma de estrella de mar gigante, retiró su estómago asesino y con él comenzó a succionar la vida de un sectario encapuchado. El pobre hombre seguía cantando mientras su carne era arrancada en vida de sus huesos. La estrella manaba un sonido espantoso y su piel anaranjada brillaba por la luz de las antorchas con un color imposible de hallar en esta tierra.

¡Si todo seguía así Carlos sería de los próximos! ¡Debía llevar su mano al maquillaje y arrancarlo pero algo se lo evitaba, no tenía dominio de su cuerpo! Abril, ¿dónde estás? Todo era desesperación, el sudor perló su frente mientras percibía a la muerte cada vez más cerca.

Abril estaba cansada de la batalla, acabar con vampiros no era una cosa sencilla. Fue en ese momento cuando sintió dentro de su mente que Carlos corría peligro. Algo estaba sucediendo de forma anticipada en la comuna. ¿Acaso sabían que él era un detective?

¿Me extrañaste mucho? No eres más que una maldita perra blanca pronunció con desprecio la Dominicaine mientras caminaba hacia ella lentamente.

¡Estás aquí! gritó Abril tratando de apuntarle con sus pistolas, no pudo, un rayo de energía le impactó en el pecho y la hizo estrellarse contra la pared del hotel. Todo su cuerpo quedó dolorido, parecía que la vuduista tenía más poder que nunca.

¡Esta vez será entre tú y yo! ¡Nadie podrá interrumpirnos! le escupió la mujer de piel oscura desde detrás de su máscara de bellas facciones.

Abril la vio venir y apuntó con sus pistolas bendecidas, las balas salieron con estrépito sonoro, la mujer las desvió con un ademán de sus manos. ¡Era inútil dispararle! Probó entonces con un movimiento de sus manos para generar un hechizo de flama solar, algo tan poderoso como cuando la había derrotado.

Sus manos ardieron con violenta intensidad pero sin quemarla, disparó la primera andanada de esferas flamígeras, la Dominicaine saltó semejante a una pantera hambrienta y las esquivó, lo mismo hizo con la segunda oleada.

Ahora estaba al lado de la hechicera que no lograba ponerse de pie, la bruja le atravesó el hombro con un estilete que hizo aparecer con un hechizo.

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¿Sangras? Ya veo que sí. ¡No hay escape posible! Te debilitaste luchando con las vampiresas y aproveché eso a mi favor. ¡No me importan los planes de los hombres, no me importan los designios de Los Antiguos! Solo deseo tu deceso de una vez y para siempre.

Clavó de nuevo el estilete en el otro brazo y la mujer gritó de dolor, multiplicado mil veces por los poderes oscuros que contenía la hoja.

Parecía que no había escapatoria… Por un instante pensó en Carlos. ¡Sentía que ahora estaba en mayor peligro que hace unos minutos!

Gustav, llevando traje de un blanco impoluto y jugueteando con su bastón entró en los aposentos de su amada. No pensaba volver, había varios asuntos para terminar, pero algo lo llamó… No había un alma en las bellas estancias. Las mucamas yacían con el cuello cortado y los ojos blancos. Los almohadones donde hacían el amor eran depositarios de anchos regueros de sangre, las copas de vino y las botellas yacían desparramadas y se mezclaban con cristales rotos y líquido vital. ¡Ella había escapado para buscar a la montevideana! Eso trastocaba todos los planes de Los Antiguos, Abril solo debía morir bajo un número determinado de condiciones específicas, de otra forma podía evitarse el regreso de los señores del caos. Ahora esa verdad se le había revelado y él la había entendido. ¿Qué podía importarle eso a la apasionada mujer que solo deseaba venganza? Le nublaba la mente haber perdido, aunque momentáneamente, su belleza.

Maldita seas, Dominicaine. ¡Vas a tirar por la borda todo lo que hemos logrado aunque tampoco voy a perderte! Gustav abrió un portal de salto entre los planos y se zambulló en el círculo colorido que lo llevaría a San Patricio.

Mientras, en el pueblo periférico a la capital departamental, el combate entre las dos féminas se veía zanjado. La energía del odio hacía a la vuduista una fuerza imparable.

¡No te detengas, mátame si ese es el destino! le escupió Abril mirándola a los ojos.

¡Eso mismo voy a hacer! No lo dudes le contestó desde detrás de la máscara.

Alzó el estilete para dar el golpe mortal y atravesarle el cráneo.

En ese instante voló una figura de negro con una katana en mano y la hizo impactar en el estilete haciéndolo volar lejos. Inmediatamente, con la mano izquierda hizo un hechizo de captura de extremo poder. La Dominicaine sintió que le fallaban las piernas pero no quedó presa por tal magia.

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¡No puedes sujetarme más tiempo, maldito! cortó la magia con un gesto de su mano y disparó otra onda de poder hacia el ninja, este la desvió con un rápido movimiento de su katana con el adorno de un cubo de tres lados.

¡Ríndete, Dominicaine! Ha terminado el tiempo que tenías con los vivos dijo el hombre con voz grave y que Bailei reconoció al instante.

¡Padre! ¿Eres tú? Me has salvado… se puso de pie mientras decía esto y cargó una de las pistolas con unas balas muy especiales.

Sí, soy yo. Retiró su máscara negra dejando al aire libre el bello y curtido rostro de Demian . Es hora de que tomes tu lugar.

¡Demian! gritó la vuduista y se abalanzó sobre el caballero arrancándose la máscara, su rostro deforme era ahora visible, también los nuevos dientes asesinos que se le habían alargado horrendamente.

Mordió la carne del brazo que sujetaba la hoja japonesa, entonces, Abril descargó todo el cargador de su arma en la carne de la mujer, las balas le arrancaron inmensos trozos de carne y gritó con desesperación cuando la sangre comenzó a salir disparada de la quincena de agujeros.

¡Abril! ¡Te odio! Soltó la mordedura y se abalanzó sobre ella generando una onda con todo su poder. ¡Iba a inmolarse y llevárselos a la tumba! En ese instante le importaba más el triunfo que permanecer con su amor.

Bailei sacó el cuchillo de su bota de cuero negro y lo arrojó hacia el corazón de la fémina. Se clavó en el lugar preciso. La explosión iba a ser menor pero lo suficientemente fuerte como para hacerla volar nuevamente hacia un grupo de coches estacionados que destrozó con el impacto.

El resto de las personas del hotel salieron a ver qué pasaba. Demian extendió su mano y los durmió en el acto. Los humanos no podían ver lo que sucedía. Corrió hacia Abril, que seguía desmayada y la tomó entre sus brazos

¡Hija! Vuelve conmigo… Le abrió los labios y la obligó a beber una asquerosa pócima curativa hecha por monjes budistas de diez dimensiones . Esto te curará las heridas.

¿Dónde estoy? ¿Y la vuduista? apenas salió un murmullo por sus labios.

Estoy orgulloso, la mataste de una cuchillada perfecta. Se marcó una sonrisa en los labios del guerrero.

Y yo estoy feliz de verte de nuevo…

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¡Van a pagar lo que han hecho! ¡Lo van a pagar muy caro! ¡Han matado a mi amor incondicional! Ahí, entre los árboles que rodeaban al hotel alejado del centro se hallaba de traje blanco y bastón el poderoso Gustav.

Gustav. Maldito seas entre todos los seres. ¿Quieres condenarnos a todos?

No, Demian. Es que simplemente ya ha pasado el tiempo de esta humanidad. Todo resucitará cuando caminen de nuevo entre nosotros los árboles de sangre del caos y Andiril, el oculto, mate a Dios. ¡Ahora es el momento que se crucen de nuevo nuestras espadas! furioso, desenvainó la hoja que llevaba oculta en el bastón, la misma estaba plagada de runas cargadas de magia poderosa.

Cruzaron las espadas y la estructura de la tierra se rajó, los árboles circundantes se prendieron fuego y quedaron reducidos a cenizas, el hotel se derrumbó como un castillo de naipes, siguieron haciendo fintas y saltando a alturas sobrehumanas mientras se perlaban sus frentes en tal glorioso combate épico.

Debajo de sus pies se abrió el cemento de la carretera como una herida supurante que llevaba hasta las entrañas mismas de la Tierra. El fuego y la lava se hicieron presentes entre vapores que cruzaban los planos del Multiverso. Ya eran visibles las figuras negras de las almas en pena que alzaban sus brazos esperando que uno de los muriera para llevarlos al inferno mismo.

Gustav logró penetrar la defensa del líder de El Gremio, le realizó un corte profundo en el hombro y otro debajo del ombligo que hizo saltar la sangre con potencia.

¡Demian! Ya no funciona tu escudo mágico. ¡No puedes conmigo! Ríndete ahora y tendrás una muerte digna. El rostro del sirviente del caos brillaba de alegría maligna.

El ninja observó a su hija adoptiva, la cual apenas lograba ponerse de pie y verlos suspendidos en el aire intercambiando técnicas de combate imposibles para casi todas las especies humanas y no humanas. Él debía protegerla, aunque fuera a coste de su vida

¡No voy a rendirme, Gustav! He venido a este mundo con una misión.

¿Cuál? ¿Piensas que un viejo puede acabar con alguien que ha vivido siglos? ¡Con tu sangre voy a resucitar a la Dominicaine! Atacó de nuevo y clavó su hoja en la pierna de su contendiente.

Demian cayó desde el cielo e hizo un cráter en la tierra cenicienta donde antes estuvo un grupo de altivos árboles. Abril corrió hacia él mientras que Gustav descendía con su hoja ahora en vuelta en llamas.

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¡Padre! ¿Estás bien? lo sacudió mientras las lágrimas acudían a sus ojos, Demian tardó el volver al mundo de los vivos. Cientos de heridas menores llenaban su cuerpo y la ropa que llevaba estaba hecha jirones.

No estoy vencido… ¿Recuerdas la técnica 34? Creo que es hora de ponerla en práctica y reclamar lo que es tuyo. Por eso estoy aquí… A pesar de las diferencias y los problemas que tuvimos no amo a nadie más que a ti, hija mía.

¡No! Hacer eso es una sentencia de muerte. ¡Me niego a perderte de nuevo! Lo tomó con fuerza entre sus brazos para impedirle volver al combate.

Demian… Te espero retó Gustav con el traje blanco teñido de cientos de rojos y naranjas provenientes de las llamas del pozo infernal, luego lo señaló con su espada como gesto desafiante.

Yo juré acabar con todos los de tu tipo. ¡34, Abril! ¡Es ahora o nunca! Con un rápido movimiento se soltó del agarre de su hija y se elevó para continuar la lucha aérea sobre el pozo sin fondo.

De nuevo cruzaron las hojas y de nuevo fue herido Demian con un corte que fue desde su tetilla hasta la ingle.

¡Has perdido! Ya no tienes defensa contra mí. ¡Es momento de decir adiós!

Te equivocas, Gustav. Eres tú el que está muerto y ha fracasado, yo he cumplido con mi deber.

Demian soltó la katana con el cubo de tres lados, Abril venía volando y tomó la hoja con ambas manos.

La Unidad se une con la Dualidad, esa es la filosofía draconiana, la serpiente se une con el águila, de ellas surge el dragón. Shiva se une con Shakti, no se desintegra ningún principio, se crea un tercero. Lleva tu mente por ese camino y el poder de la Alta Magia te será revelado. Yo domino el arte olvidado y oculto de la cábala pagana, la Cábala Gótica. Yo veo las runas del cubo de tres lados. Toda la geometría metafísica platónica es mi aliada y ella fortaleció cada célula de este cuerpo dijo mientras hundía la katana, ahora luminiscente, en el estómago de Gustav y este vomitaba un rio de sangre roja y negra por la maldad que anidaba en su ser pervertido por el caos.

El mago cayó hacia las entrañas de la tierra y fue tragado por las llamas, los espíritus hambrientos se abalanzaron sobre su cuerpo mientras aullaban. Parecía que había hallado el fin de su vida.

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Demian cayó también hacia el abismo aunque pudo sujetarse con una mano del filoso borde, Abril aterrizó levantando una polvareda y lo tomó de la misma pero parecía que su padre pesaba cientos de kilogramos y no podía subirlo.

No podrás, hija, ahora me llaman los pecados que he cometido en vida. Estuve ciego ante muchas cosas. Tenías razón en muchas otras… Ojalá no te hubieras ido aquel nefasto día…

¡Ahora no puedes dejarme! ¡Padre! ¡No puedo perderte! Lo que sucedió ya ha quedado en el pasado las lágrimas cayeron desde sus ojos y con su mano libre conjuró hechizos de levitación, fueron inútiles.

Esa hoja pertenece a los maestros de El Gremio, reconstrúyelo para que sea uno mejor. Podemos haber terminado con Gustav pero no es fin… Carlos debe ser salvado y yo soy un impedimento para eso. ¡Debes darle tu poder! soltó la mano de su hija y se perdió en el mar de llamas y espíritus.

¡No! ¡Padre! Abril estiró los brazos para sujetarlo, ya era demasiado tarde. Las llamas se alzaron hasta el cielo mismo y la grieta infernal se cerró en un mero segundo, como si nunca hubiera existido, el gran combate de los poderosos maestros había terminado . ¡No dejaré que Carlos muera!

Se secó el llanto con la manga de su negra vestimenta y colocó su mano derecha en la sien, Aneka ya había liberado al terror mismo. La esperaban, no sabían que Gustav y la Dominicaine estaban emboscándola, la muerte del detective a manos de la estrella sería inevitable a no ser que le enviara toda la energía restante para liberar su cuerpo y que pudiera rascar el tatuaje. ¡Era ahora o nunca!

Otro hombre fue aspirado por el estómago de la estrella de mar, Carlos ya se había entregado, ¿es que acaso él podía hacer algo contra eso? Entonces sintió que su mano derecha estaba libre. ¡Por lo menos tenía control sobre una parte de su cuerpo! ¡Sabía que ello era gracias a Abril! Hacía bien en no dirigirse hacia la trampa mortal. Enseguida la usó para rascar el maquillaje que tapaba el tatuaje en su muslo… Y rezó para que fuera suficiente lo que estaba invocando desde lo desconocido.

Un portal violeta se formó de la nada, el demonio cornamentado se retiró velozmente de escena subiendo por la escalera pétrea, entonces el vampiro se dejó ver, preso del horror. Al parecer, él sabía lo que se avecinaba.

¡Aneka! ¡Debemos irnos, el dios nos ha abandonado y ya viene el portador de las Líneas! gritó a viva voz pero su mujer estaba como posesa junto a sus hermanas con

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el delicioso banquete y no prestó atención al mensaje. Las ansias de sangre quitaban el razonamiento.

Isaac trató de ganar las escaleras cuando varios tentáculos salieron del portal, un ser parecido a un pulpo volante se hizo presente y lo sujetó fuertemente, el vampiro egipcio trató de zafarse del abrazo mortal, el pulpo siguió apretando hasta que al ser maléfico le saltaron los ojos y estos se perdieron en la lejanía de la habitación. Todo su cuerpo se redujo a una pulpa amorfa de carne, en ese instante la criatura cambió de forma a la de una bellísima mujer rubia con un mono para cruzar el cosmos y una pistola en la mano derecha. Con ella encendió a los restos del vampiro y los redujo a cenizas.

Bien hecho, amada Zabira dijo un hombre con el cabello rubio hasta los hombros y un traje anaranjado con mecanismos por su superficie, estaba claro que también era otro traje espacial. Lucía botas negras y una barba dorada aunque ya con algunas canas. De su brazo derecho surgió una hoja verdosa que brilló con espectral intensidad y magnificente poder. ¡Eran las Líneas de Cambio! Arón Andesbán, el hijo del segundo héroe montevideano y perseguidor de los sobrevivientes de la Atlántida se había hecho presente.

¡El portador de las Líneas! ¡El Aniquilador! gritó una de las brujas transformadas en estrellas de mar. Las otras dejaron a sus víctimas y Aneka escupió los restos óseos que estaba devorando.

¡Maldito seas! ¿E Isaac? ¿Dónde estás, amado mío?

Lo he matado y con mucho gusto le respondió la mujer extraterrestre sonriente. Las brujas se arrojaron sobre ella, esa provocación era lo que esperaba el viajero entre los planos. Arón cortó al medio a una de las hermanas con su hoja viva, la segunda trató de escapar y fue cercenada en tres partes. Las otras murieron en un estallido de llamas carmesí que brotaron de la hoja esmeralda. Parecía que las estrellas de mar fueran niños gritando mientras se asaban, no lo eran, no se podía tener compasión con los sirvientes del caos.

Aneka volvió a tomar forma humana, la mujer, desnuda ahora, empuñaba una daga mágica y antigua, quiso cortar al viajero con ella… No pudo.

¡Vete de aquí! ¡La muerte de Abril iba a liberar a Los Antiguos! gritó con el rostro lleno de furia.

Nada le pasará a ella. Es tu tiempo el que se ha acabado. Ya bastantes siglos has existido, abominación. Arón le cortó el brazo izquierdo, la daga salió despedida, luego el derecho, siguió con la pierna izquierda y luego la derecha, el torso quedó

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revolviéndose en el suelo, Zabira le propinó un disparo en el corazón, no fue suficiente. Arón la tomó de sus rubios cabellos y con la hoja verde le cortó la cabeza.

Fue el fin de las estrellas de Varde… Para siempre. Gracias, muchas gracias… dijo Carlos que ya tenía el control de su cuerpo y se retiró la capucha que le cubría la cabeza. ¿Quiénes son ustedes? ¿Puedo saberlo?

Somos viajantes entre los planos. Almas que han luchado desde hace milenios contra Los Antiguos y los árboles de sangre del caos. Hoy nos han traído desde el futuro… No viajábamos hace mucho en el tiempo. Gracias a ello pudimos terminar con esta amenaza. Felicita a Abril, sin ella hubiera sido imposible este triunfo. Díganselo ustedes mismos. Estará feliz de conocerlos.

No, ya debemos irnos. Nuestra presencia fuera de la línea temporal correcta puede cambiar muchas cosas. Tú serás el único que nos verá hoy y viva para contarlo.

Espero que me crea contestó el con una sonrisa.

Toma esto, puede ser de ayuda en algún momento. Arón le arrojó una moneda anaranjada y Carlos la tomó mientras giraba en el aire. Segundos después el dúo ya se había introducido por el portal. ¿Y dónde estaba el dios cornamentado? Si los viajeros no se habían preocupado sería porque Abril y él deberían de hacerse cargo en los tiempos a venir.

Toda la comuna hippie ardía, Carlos tuvo tiempo suficiente para salir de la misma y encenderse un cigarrillo. En ese instante llegó Abril manejando el auto de la pareja, el mismo estaba completamente destartalado y apenas funcionaba.

¡Carlos! ¡Estás vivo! Ella salió del vehículo y lo besó. No sabes lo que sucedió… trajiste a dos seres del futuro que me salvaron la vida y te regalan una moneda. ¡Menuda maga estás hecha! Le dio el objeto del futuro y sonrió.

Es un regalo un tanto extraño… Hubiera sido lindo darles las gracias. ¿Y el dios astado?

Escapó… Deberemos buscarlo y matarlo. Ahora tienes que explicarme por qué está así el auto. No creo que lo cubra nuestro seguro. ¿Y esa katana? ¡Es la hoja del cubo de tres lados!

Sí… La Dominicaine me emboscó luego apareció Gustav y por último Demian dio la vida para salvarme. Ya no quiero hablar de eso. Ya nada importa… Solo que estás vivo.

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Ella comenzó a llorar de nuevo. Todavía no podía aceptar la muerte del hombre con el que no se había reconciliado. Carlos imaginó que el interior de su amada debía ser una montaña rusa en ese momento. Luego tendrían tiempo para hablarlo detenidamente, la abrazó para besarla en los labios, de forma cálida y amorosa.

Ninguno de los dos se percató que mientras tanto amanecía bellamente con amarillos y naranjas sobre los bosques de San Patricio.

FIN

La historia de las brujas de estrella está basada en hechos reales acaecidos en el siglo XVII, en aguas nórdicas desaparecieron todos los hombres de Varde, las mujeres sobrevivientes fueron acusadas de hechicería y condenadas a muerte. La sección de los recuerdos sobre el origen de Aneka fue publicada bajo el título Un mar de estrellas en El Narratorio, número 73. Puedes conocer más sobre los héroes montevideanos en la Saga de las sombras. Compuesta por El Poeta, tomos I y II, La Alianza Sudamericana, Los Conectores de Dios y Sombras – Volumen I. Puedes adquirirlos en: www.editorialsolarisdeuruguay.com

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Piniwini

Episodio 6: Entre el Horror y la Muerte David Sarabia

El comandante Lara gritaba con furia junto con su dedo en el gatillo a fondo, mientras la ráfaga la MP40 tronaba ensordecedoramente. A la par, pedazos escatológicos eran arrancados de los cuerpos amorfos de bocas enormes, deformes, con ojos humanos espantosos, los cuales volaban por los aires embarrándolo todo.

La cosa apestosa, o mierda gigante que estaba de pie frente a él, aunque no tuviera pies, lo seguía mirando indiferente con sus ojos inexpresivos, muertos; el ser abrió lo que, al parecer, era su boca, hocico, agujero sin dientes, o lo que fuera, para mostrarle los brazos del joven estudiante aprendiz de forense, los cuales, colgando y ya sin fuerza, no se movían intentando salir de esa tumba de drenaje. Ya ni siquiera el rostro del muchacho se asomaba pidiendo auxilio. La cosa, cerró su agujero y lo engulló para digerirlo por completo en quien sabe qué lugar o área de su escatológica anatomía.

El arma seguía lanzando balas en coro junto al grito semejante a “Rambo” de Lara, quien movía el cañón en abanico para rociar tanto al monstruo que tenía en frente y a las otras cosas que estaban levantadas, tremolando, y avanzando hacia él como momias revividas.

Era inútil, su razonamiento en ese momento apenas discernía que no les provocaba daño alguno.

La cámara del arma hizo un clic metálico, anunciando que el cargador ya había sido vaciado. Una tenue y apenas visible columna de humo se elevaba desapareciendo como fantasma. El enorme ser de mierda abrió sus fauces dejando escapar un sonido gutural junto con una fuerte exhalación que barrió el rostro de Lara, quien lo recibió y aspiró hondo sintiendo el picor y asco de la hediondez golpear el interior de sus pulmones, provocándole un fuerte dolor de cabeza. Aturdido y al borde del vómito, retrocedió bajando el cañón del MP-40. Un repentino fulgor anaranjado relució por su rabillo del ojo, evitando distraerse volteo rápido sin dejar de ver a la vez a las cosas que se movían hacia él; las llamas de las velas negras del altar se alargaron cómo queriendo querer tocar el techo, como si el candelabro estuviera conectado a una fuente de gas y alguien hubiera girado la llave abriendo el suministro en su totalidad. Ahora, el interior de la casa era alumbrada tal caverna con antorchas. Lara pudo ver como las letras que

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formaban la palabra PINIWINI, escurrían largos hilos de sangre, como si cada trazo sobre la pared fuera una cortada reciente sobre una piel humana.

Lara soltó una carcajada demencial, sacudió su cabeza y se dio un golpecito en la sien con la culata de la ametralladora. Siguió retrocediendo, ahora mirando fijamente al enorme pedazo de boñiga erguida. Moviendo sus fauces, una palabra salió de ella como si fuera un gas intestinal.

Lara dijo con claridad.

Y él reventó en risa.

Recordó que, en la guantera de su unidad, dos granadas de fragmentación estaban allí, debido a que se las habían incautado a un par de narcomenudistas que había detenido dos días atrás. Tuvo una buena idea. Señaló con su dedo al monstruo y le dijo:

Maldito cerote asesino, ahorita vas a ver, hijo de tu pinche madre…

El oficial González, quien lo había acompañado, interrumpió sacándolo de su ensimismamiento.

Comandante, aquí lo cubro, haga lo que tenga qué hacer González llevaba un rifle de asalto. Montó tiro y comenzó a rociar con balas a los monstruos quienes recibieron los impactos abriendo sus bocas deformes y hediondas de las cuales salían moscas revoloteando frenéticamente y volando a hacia los dos policías como si se tratase de helicópteros en busca de fugitivos.

Lara volvió a sacudir la cabeza para ordenar un poco su masa encefálica, tratando de acomodar su cordura. Por unos segundos, creyó haberse desmayado por respirar tanta fetidez. Su cerebro había colapsado por el alto nivel de intoxicación y ahora estaba teniendo un sueño rocambolesco, fétido y de mal gusto. Y todo por hacerse el macho por no querer ponerse el cubre bocas. Quizá el joven Kevin Manríquez se encontraba en ese instante en las aulas de la universidad contando su experiencia como perito forense, dejando embelesados a sus compañeros y amigos, y aumentándole de su cosecha con la intensión de asombrar a las chicas consiguiendo tal propósito.

La mierda gigante y de enormes ojos de pescado abrió su hocico del ancho de un socavón vial para dejar escapar un poderoso bramido. Lara y González recibieron el viento huracanado acompañado con toda la podredumbre del mundo.

Lara recapacitó, recordó que Gonzales iba tras él, pero al entrar de nuevo a esa casa de la locura, se había desconectado del mundo real para entrar a esa pesadilla surrealista digna de la imaginación de un adicto a los ácidos. Miró como González dejaba de

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disparar, se arqueaba agachando su cabeza para vaciar dos litros de caldo de pollo marinado con ácido gástrico. No la pesó más y salió de la casa.

Corrió por el cobertizo sobre la madera que crujía bajo sus zancadas, y después se dirigió a su unidad. La puerta estaba abierta y esculcó por debajo del asiento. Bingo, había dado con lo que requería: las dos granadas de fragmentación.

Mientras tanto, González iba hacia atrás con torpeza con el cañón del arma apuntando de nuevo a los seres. Jaló el gatillo y no obtuvo respuesta. Maldijo y retrocedió con rapidez hacia la salida sin dejar de ver a los bultos de excremento, que, por momentos, le dieron la impresión que eran cuerpos humanos embarrados de tal materia, aunque no tuvieran brazos, tal parecía que estos estaban pegados al cuerpo debido al fuerte y pastoso recubrimiento, Y en otros no, simplemente eran mierda humana gigante, con vida propia.

«Estupideces», se recriminó y maldijo. La puerta estaba a tan solo unos pasos y quizá su comandante Lara regresaba. Todo sucedía en cámara lenta, cada movimiento muscular parecía un minuto. La puerta a un paso, y movía su mano hacia su cintura donde colgaba el segundo cargador. ¿Para qué abastecer el arma, si, tal parece, a esas cosas no les hacían daño las balas? ¿Quién los podría ayudar en ese momento tan difícil y terrible?

«Blue Demon llamando a Santo, Blue Demon llamando a Santo», escuchó González dentro de su cabeza, mientas, la imagen del luchador con mascara azul hablaba acercando su muñeca, donde el reloj hacía la función de teléfono celular ultra avanzado en la década de los sesenta.

González se carcajeó mientras un par de lágrimas corrían por sus mejillas.

La cosa bramó emitiendo un sonido espeluznante que hizo que se le pusiera la piel de gallina. Después, las otras cosas corearon acompañando al que parecía el líder de la manada.

González dio un paso atrás, sin dar la espalda, sin dejar de ver aquel par de ojos inexpresivos, vidriosos, que le sostenían la mirada de tú a tú como si fueran iguales, de la misma especie; una de mierda, similar, porque él era un policía corrupto, y no estaba tan lejos de ser el símil de aquel ser.

El talón de González pisó una tabla suelta del piso, se dobló provocándole perder el equilibrio hacia atrás. Manoteo el aire intentando aferrarse de alguna baranda de acero imaginaria, soltando el arma por inercia. Sin poder evitarlo, se fue con la espalda directo al suelo. Antes de dar el golpazo, vio con horror como el ser enloquecía abriendo más

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sus ojos y su boca, de la cual salían ríos de sonidos ininteligibles, que no decían nada, pero sí transmitían una enloquecida euforia malsana como si se tratara de un perro callejero que perdía el control ante un filete recién asado, que aparecía como por arte de magia tirado en la acera.

González gritó de asco y miedo mientras el gigantesco ser de excremento le caía encima como si fuera una aplanadora, sin plancharlo, más bien absorbiéndolo dentro de aquella masa asquerosa. El monstruo había abierto el hocico bajando lo que parecía ser su mandíbula sin hueso hasta el nivel del suelo, dejó la entrada de una caverna que le daba la bienvenida al mismísimo infierno fecal. Las piernas de González fueron engullidas, quedó medio cuerpo afuera. El monstruo salió por completo al cobertizo, y allí sacudió su cuerpo de izquierda a derecha de forma violenta tal carnívoro con su presa. González sentía como su columna vertebral era partida, a la vez que sus brazos dejaban de moverse a voluntad, y estos seguían agitándose debido a las sacudidas.

A varios metros estaba de pie, observando atónito y con granada en mano el comandante Lara.

«¿Es una pesadilla? ¡Carajo, es un muy mal viaje! ¡Por una chigadisima madre, ya quiero despertar! ¿O esto es el infierno?», pensó.

Miró al detalle como González era devorado. La cosa mascaba sin degustar, sin encajarle diente alguno, sólo su masa café y de diversos colores marrones. Gonzales ya era un muñeco que se movía por las fauces frenéticas del monstruo que lo comía apresurado. Al final, la cabeza desapareció, y después los brazos con una mano que se agitó espasmódica como diciéndole: «Bye-bye comandante»

Nico Mancera dio un par de pasos cautelosos al percatarse de los tres cuerpos de los oficiales abatidos, los cuales yacían sobre el piso; uno en posición fetal a un lado del neumático delantero de una de las patrullas, con la mitad del cráneo pulverizado. El otro estaba boca abajo sobre su propio charco de sangre, con los ojos cerrados y un rictus tranquilo como si estuviera disfrutando su eterna siesta. Y, el tercero, el sargento Casimiro Rodríguez, boca arriba al pie de la entrada de la comandancia con los brazos extendidos, los ojos abiertos casi saliéndoles de las orbitas y el tórax hecho una coladera.

De los tres, con el que tenía un trato directo era con el sargento, y al verlo ahí tirado hecho un guiñapo inerte, sintió una gran pena al recordar a su esposa e hijos, quienes, dentro de unas horas o si no es que antes, recibirían la fatal noticia de su deceso.

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Nico Mancera alzó su puño izquierdo en señal para que los oficiales que iban bajando de sus unidades tras él, se detuvieran. Alzó sus dedos, índice y anular, los giró indicando que se resguardaran detrás de sus vehículos. Mientras, él seguía avanzando y con ambas manos de nuevo sobre la pistola 9 mm y con el cañón apuntando hacia enfrente.

Desde aquí lo cubrimos, Mancera dijo el oficial Ramos, alzando el cañón de su automática y resguardándose detrás de una de las patrullas de los oficiales caídos. Los demás oficiales, que eran tres más, hicieron lo mismo.

Nico asintió con la cabeza sin dejar de tener su vista fija en la entrada de la comisaria, moviendo sus ojos de vez en cuando hacia las ventanas conforme avanzaba sigiloso. De repente, dio una zancada y luego otra, hasta pasar por encima de los escalones del cobertizo y subir. Rápidamente se apeó a la pared entre la ventana y la puerta, recargó su hombro y con su arma a la altura de su rostro con el cañón apuntando al techo.

Sacó de su mente a su hermano y al sargento Casimiro, no era momento de estar pensando en tristezas, ya llegaría el momento, de abrazar a su hermano vivo o de despedirse de él en el cementerio. Aguzó sus sentidos, en especial su oído izquierdo el cual estaba pegado a la pared.

Silencio.

Un silencio inusual, muy extraño. Todo el pueblo, aunque, al parecer, varios de sus habitantes se habían quedado, parecía que estaban hibernando. Ni siquiera el aleteo de un ave, o el leve silbido del aire acompañado del crujir de alguna rama en la lejanía pisada por algún animal.

Tal parecía que el interior de la comisaria estaba totalmente muerto.

Nico giró su cuerpo sin previo aviso poniendo su arma por enfrente y apuntando al interior del lugar.

¡Vergas! dijo, sin saber él mismo si había maldecido o estaba sorprendido.

Sin dejar de apuntar, dio un par de pasos hacia el interior mirando al suelo, sin poder evitarlo.

Un campesino desnudo boca se hallaba boca abajo y dos oficiales; Gutiérrez y López. Todos abatidos.

Al mismo tiempo de haber descubierto el segundo grupo de oficiales caídos, un olor punzante y tan apestoso como el de rancho, lo recibió como duro golpe en el rostro. Tan intenso como si alguien acabara de vaciar su colon.

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Giró lentamente su rostro hacia las patrullas. Hizo contacto visual con Ramos y le indicó que siguieran en sus posiciones. Después, regresó su atención hacia los cadáveres.

Dio un paso adentro. Tétricamente se escuchó el sonido de su suela al hacer contacto con el piso. Aguzó aún más sus oídos. Nada. La comandancia seguía siendo una tumba. Lo único que sentía y escuchaba en ese momento era el sonido de su corazón, el cual bombeaba nervioso, listo para disparar la adrenalina necesaria para entrar en acción.

Y el hedor, ese olor a mierda y vomito mezclado, le llegó de nuevo como brisa marina podrida picándole el interior de sus fosas nasales. Quiso toser, pero se contuvo, no quería tener la mínima distracción, aunque las apariencias le indicaran la ausencia de él o los agresores.

Dio otro par de pasos largos, esquivando al campesino desnudo, y después pasó por entre los otros dos oficiales, evitando también pisar la sangre aún fresca.

Se pegó a la pared y llegó a la puerta que daba al pasillo de la armería y las celdas preventivas. Estaba abierta. Giró adentrándose al pasillo y vio hacia el fondo, mantuvo su punto de mira horizontal. Nada. Sólo el banquillo vacío y las puertas doble de acero de la armería abiertos.

Llegó hasta esa área y dio vuelta hacia otra puerta abierta. Una especie de habitación sin muebles, donde únicamente había una silla y una enorme lámpara de piso, utilizada para realizar interrogatorios de rutina. Algo muy inusual en una comandancia de pueblo, pero la había. De pronto, desde su ángulo de visión vio un par de piernas, al parecer, otro cadáver, y por lo visto, por el calzado y el pantalón, era otro oficial, y quién era sino el joven Juan Godínez.

Cauteloso y al quedar parado en el umbral, lo que vio lo dejó estupefacto. Rápidamente se llevó su mano izquierda a la boca y nariz para impedir la entrada de aquel olor intenso. En efecto, Juan Godínez, o lo que quedaba de él, yacía en el piso, fue reconocido por la placa de policía que se mantenía fija en su camisa, la cual llevaba su nombre debajo de la estrella y las siglas de la corporación.

Nunca pensó ver algo así de abominable y asqueroso.

Cuando venía en camino a Zakamoto en su unidad, había recordado ver todo tipo de crímenes, en especial en una región conflictiva del país. Los restos del oficial que yacían sobre el suelo sobrepasaban el archivo de los horrores guardados en su memoria.

El oficial Juan Godínez estaba decapitado, aunque la cabeza no estaba por ningún lado, como si se la hubieran llevado como trofeo, y en su lugar dejaron una enorme

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plasta de excremento, sangre y, tal parece, carne molina mezclada con que sabe qué liquido de tonalidad lechosa que se esparcía como charco.

Se llevó la palma de la mano de nuevo a su boca, intentando sofocar una potente arcada de asco. Algo lo hizo voltear hacia el costado; un soplo de aire como si fuera una lengua invisible, había lamido el dorso de su rostro como si se tratara de un perro agradecido. La única ventana, abierta y con la cortina corrida, apenas se agitaba indicándole que ese había sido el punto de escape del agresor.

La repugnante masa, que ocupaba el lugar de la cabeza de Godínez, vibró como si de un nervio electrificado se tratara. Nico dio un brinco alejándose de aquel vómito fecal y pegó su espalda a la pared al lado de la ventana. La cortina se volvió a agitar con fuerza, ahora por una inusual ráfaga de viento.

Nico presintió algo, y rápidamente asomó medio cuerpo para ver hacia el patio de la comandancia, que era en realidad un amplio pasillo con una barda alta. Hacia la derecha vio a un hombre, ni muy alto y ni muy bajo, alejándose hacia el otro extremo mientras daba brincos como si fuera un enano de circo marchando en pleno 20 de noviembre. Era de espalda amplia, piernas cortas, llevando puesta, al parecer, la ropa del granjero muerto; un overol. Lo que en realidad hizo que fijara su atención fue su cabeza, grande para el cuerpo y con extrañas orejas puntiagudas. ¡Oiga, deténgase allí, hijo de su pinche madre o le vuelo los sesos!

El sospechoso dio vuelta en la esquina perdiéndose. Oing, oing, oing fue la respuesta a la orden.

Ramos se mantenía atrincherado con la patrulla como escudo, apuntando con su arma hacia la entrada de la comisaria, usando el capacete de la unidad donde apoyaba sus brazos. Los demás oficiales estaban en las otras unidades en la misma posición, esperando alguna indicación de Ramos, y éste de Mancera quien seguía adentro.

Los estrobos de todas las unidades parpadearon un brillo intenso, como el de las viejas cámaras de flash al igual que las torretas. Las luces rojas y azules eran más intensas y giraban con mayor rapidez como si se estuvieran desbocando. Ramos lo notó, y los oficiales también. Se miraron los unos a los otros.

¡Imbéciles, su mirada hacia la comisaria! vociferó Ramos, indignado, sin ocultar su nerviosismo.

El silencio fue interrumpido por la fuerte orden y la mentada de madre emitida por un Nico Mancera desde el interior.

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Ramos hizo una seña a los oficiales indicándoles que mantuvieran sus posiciones.

Hey, tú. Sí, tú, fisgón, el que se masturba viendo perfiles de nenas adolescentes en las redes sociales en la madrugada mientras su esposa duerme… Oing, oing, oing. ¡El cochinón eres tú!

Ramos sintió como se erizaban los vellos de su cuerpo. Esa voz de muñeco de feria le había hablado al oído. Y lo peor, se sentía descubierto en algo tan perversamente íntimo, algo, un gusto del cual a su juicio no provocaba daño a nadie. No acosaba, y ni hacia las cosas como algunos criminales enfermos. El, sólo miraba desde la red.

Se dio la media vuelta y frente a él, a unos treinta pasos, de pie en la retaguardia de ellos, en medio de la calle, estaba el muñeco que se había llevado esposado el raro de Juan Godínez. Parpadeó nervioso un par de veces, tratando de asimilar aquella broma, o lo que fuera. Lo habían puesto allí, lo más seguro.

SOOOY PINIWINI! dijo la cosa alzando sus brazos como político en campaña.

Ramos gritó del susto.

Los demás oficiales se giraron y miraron a la cosa.

Lara guardó las dos granadas metiéndolas una en cada bolsillo del pantalón al ver como el gigantesco excremento había eructado al pasarse por completo al oficial. El monstruo, visión o quimera, bajó por el cobertizo, rápido, como si tuviera pies, pero no tenía. Y después, los otros seres lo siguieron en fila india, mirando a Lara con sus ojos de pescado muerto.

Lara se carcajeo de nuevo, sin poder evitarlo; era como llorar sin sentir pena de nada, pero con un enorme tajo de cebolla cerco de los ojos.

¡MALDITOS CEROTES ASESINOS! y después remató VAYAN Y CHINGUEN A TODA SU MADRE, PUTOS . Y siguió carcajeándose.

«Cerotes asesinos; que buena puntada, pues eso es lo que son, ja», pensaba mientras las lágrimas seguían escurriéndole por las mejillas y el estómago le temblaba por el esfuerzo que le provocaba la risa nerviosa que no podía controlar.

Wenceslao Mancera miraba a Lara y todo era como un sueño acido. Primero, un oficial era derribado por él mismo sobre el cobertizo, a quien le pidió disculpas por tal acto sin mal alguno. Después, sintió como el oficial era absorbido por él mismo. No sabía explicarlo, no sabía qué era todo aquello. El oficial, de alguna manera, se debatía

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dentro de su boca. Lo estaba mascando, no podía evitarlo. El oficial era chiquito, como un dulce o un panecito que se disolvía en su paladar sin sabor.

Su mandíbula trituraba y el oficial intentaba salir, pero no podía. Al parecer, gritaba, alcanzó o creyó escuchar la palabra mamá y Diosito mío. Siguió mascando, sin dientes, era como si tuviera solo encías. Unas encías raras, como de plastilina. Él mismo sentía que su cuerpo era una plastilina, una especie de muñeco amorfo, una masa, hecha por las manos de un niño de kínder. Y en ocasiones, un olor, ese olor a excremento que por momentos le llegaba.

Se pasó el bocado y eructó.

Fue delicioso.

Se deslizo hacia la entrada, y allá, afuera estaba Lara con una cara como si hubiera visto al mismísimo diablo. Sin embargo, en realidad lo miraba a él.

HEY, IDIOTA, deja esas malditas granadas que vamos a volar en pedazos, wey, seguro ni has de saber usarlas. HEY, IMBECIL, ven y ayúdame que me siento raro, me siento mal, me siento… genial… oye, que bien hueles, he…

Wenceslao se debatía entre la cordura y la irrealidad; le gritaba a un Lara que lo miraba estupefacto como si no entendiera nada. Camino hacia él.

DEJA DE ESTAR PARADO COMO IMBÉCIL, y llama a mi brother, a Nico, dile que estoy bien a pesar de que…

Wenceslao recordó que el cerdo humanoide le había arrancado el pie. «Que va, fue una alucinación, estoy de pie. No estuviera de pie. Siento ambos, tengo ambos. Estoy bien, y tengo hambre y tu Lara, no me había fijado, que rico te ves», pensó.

Bajó por el cobertizo y extendió sus brazos… Unos brazos que no tenía.

Hey, Lara, cabrón, deja de verme así, pareces pendejo. Oh, dime, ¿te metiste una buena raya de coca, he y no convidaste? Pinche goloso.

Nico Mancera dio vuelta en la esquina trasera de la comisaria y enfiló rumbo hacia la entrada principal. Al dar vuelta, se detuvo en seco. Ramos y sus hombres estaban apuntando hacia a la calle, dando la espalda a la comisaria.

Sooooy Piniwiiiniii decía el sujeto que había perseguido. Mirándolo ya de frente, Nico se quedó estupefacto. Era el adefesio, ataviado con la ropa del campesino. Estaba de pie, con los brazos largos y extendidos hacia arriba, con sus dedos separados y moviéndolos impaciente, rasgando el aire con sus uñas negras y puntiagudas.

Ramos, sin dejar de apuntarle, dijo:

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¡Manos por detrás de la nuca, imbécil, y te arrodillas, de ya!

¡SOOY PINIWINI, ARRODILLAOS Y ADORADME!

Nico se acercó a grandes pasos, con cautela, sin dejar de tener en la mira al demente que parecía no tener ni idea de la situación en la que estaba. Cualquier criminal, hasta el sicario más brutal y sanguinario, al verse acorralado y sobre todo desarmado, acataba las instrucciones. En cambio, el sujeto que estaba dentro de la botarga, sin arma alguna, parecía seguir viviendo plácidamente su fantasía retorcida, totalmente perdido en el laberinto de su mente.

Los tres oficiales, detrás de Ramos y quienes nuevamente utilizaron las patrillas como barreras, mantenían sus armas largas en posición, con el punto de mira en la cabeza del blanco, quien, sin mostrar temor de nada, seguía con sus brazos en alto, y no porque le apuntaran, sino para darle énfasis a sus palabras.

¡ADORADME!

¡AL SUELO! ordenó Ramos meneando el cañón, indicándole que se tirara en el acto.

El campesino con cabeza de cerdo se mofó agitando su cráneo, gesticulando frenético. Bajó sus brazos y se llevó los puños en donde debía estar la cintura, tomando una pose desafiante de superhéroe sin capa.

Nico se detuvo a lado de Ramos, e intervino.

¡OBEDECE,

MALDITO TARADO!… DE OTRA FORMA…

El cerdo meneó un poco la cabeza hacia un lado y apenas mostró una sonrisa torcida con su largo hocico. Después la enderezó y con sus ojos negros miró directamente al igualado que lo había desafiado, y dijo con una voz aflautada, burlona.

¿Y si no qué?

Nico dio un par de pasos hacia enfrente separándose de Ramos y encaró al sujeto.

¡VAS

A VALER VERGA, CABRON! ¡AQUÍ MISMO!

El demente disfrazado meneo su cabeza hacia enfrente y hacia atrás como si estuviera escuchando música con unos audífonos imaginarios, ignorando la sentencia de un Nico Mancera quien lo amenazaba tan serio como su potencial juez y verdugo en el acto.

El cerdo comenzó a temblar, y no de miedo.

Todos alzaron aún más sus armas. Con los dedos en los gatillos, sudando de nervios sin dejar de ver a la cosa que comenzaba a bailar.

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El hombre disfrazado de cerdo humanoide, quien se hacía llamar así mismo en su locura como Piniwini, bajó los brazos, dio un paso redoblado como si se encontrara en pleno acto cívico escolar y giró el cuerpo sobre sus talones para darles el flanco izquierdo a los oficiales que no dejaban de apuntarle. Comenzó a mover sus hombros, al ritmo de una música que solamente él escuchaba. Después, los levantó dejándolos al nivel de sus hombros, abiertos como si fuera una cruz cristiana. Los dedos de la mano derecha se flexionaron de forma quebradiza hasta cerrar el puño llevando el rito a través del antebrazo y hombro, pasando por la espalda alta hasta el siguiente hombro y llevar la energía hasta el otro extremo, terminado en la punta de los dedos, para después regresar el recorrido rítmicamente.

¡Manos a la cabeza y rodillas sobre el suelo!

Piniwini siguió bailando con sus brazos.

¡Uno!

Piniwini bajó los brazos y se quedó quieto.

¡DOS!

Piniwini comenzó a deslizar sus pies uno tras otro hacia atrás sin despegarlos del suelo, de tal manera que producía el efecto óptico que se deslizaba hacia adelante cuando en realidad iba hacia atrás.

Uno de los oficiales dejó escapar una risa ahogada, había reconocido el paso de baile y no pudo evitarlo.

¡TRES!

Piniwini detuvo súbitamente su coreografía para quedar de nuevo frente a ellos. Sus ojos blancos lechosos se intensificaron. Levantó sus brazos hacia el frente y abrió sus largos dedos mostrando esas garras filosas. Caminó hacia ellos como momia egipcia de película de terror clásica.

Ramos y Nico Mancera abrieron fuego con sus pistolas.

Piniwini recibió en su pecho los impactos, retrocedió y cayó de espaldas. En el suelo y con los brazos extendidos hacia los costados, una potente ventosa apestosa sopló como el último suspiro de un condenado que se despedía del mundo.

Los tres oficiales que cubrían las espaldas de Nico y Ramos bajaron sus armas para cubrir su nariz con la palma de sus manos, ya que el olor comenzaba a atormentarles las fosas nasales junto con algunos espasmos de asco dentro de sus estómagos.

Piniwini yacía abatido.

Ramos y Nico avanzaron hacia él, cautelosos y con sus armas apuntando.

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Nico sentía como un hilo de sudor frío descendía de su sien por su mejilla. A lo lejos, el encendido del motor de un auto rompía el silencio para salir disparado huyendo del pueblo, seguramente era otra familia que emprendía el escape de toda esa locura de muerte y peste.

Como si fuera una mala broma, Piniwini levantó su torso quedando sentado.

¡Sooooy Piniwini!

Ramos y Nico, por acto reflejo debido al entrenamiento, hincaron su rodilla en el suelo, encorvando la espalda y agachando la cabeza sin dejar de apuntarle, para que los agentes a sus espaldas tuvieran al blanco despejado.

Piniwini se levantó, con los ojos encendidos y la lengua rosada que escurría largos hilos de saliva rabiosa.

Ramos hizo la señal con su puño.

Los agentes abrieron fuego junto con Ramos y Nico.

Piniwini retrocedía debido a la metralla que lo bombardeaba en medio del sonido atronador de las automáticas.

Nico no podía creer lo que sus ojos observaban atónitos, cualquier agresor ya hubiera caído al suelo, aunque portara un chaleco antibalas. La cosa, ya no podía decir hombre, retrocedía por los impactos que abrían agujeros en su piel, y de tales heridas no salía sangre o líquido que le proporcionara la vida. Era como si le estuvieran disparando a un costal de box.

Uno de los oficiales, de apellido Sánchez, entró a la patrulla, dejó su arma y tomó un AR-15, le quitó el seguro y caminó por enfrente de la patrulla abandonando el parapeto. Jaló el gatillo y una ráfaga destructora escupió 10 balas haciendo tremolar violentamente al demente, quien fue lanzado de nuevo hacia atrás dando un par de vueltas sobre el suelo levantando polvo.

Nico tuvo un presentimiento y también corrió hacia una de las patrullas. No miró nada, después dio un vistazo a los oficiales muertos en la entrada. Guardo su pistola en su funda sobaquera. Levantó una de escopeta y reviso la cámara. La amartilló. ¡No se le acerquen! Aunque no fueran sus hombres, Nico ordenó como si lo fueran. Ramos asintió sin quitarle la vista al loco quien estaba hecho un guiñapo y lleno de polvo, recostado de lado, con la cabeza ladeada y pegada al suelo y con la lengua colgando de un lado como corbata mal amarrada.

Nico entró a la comisaria, paso esquivando a los cuerpos acribillados, le dio un vistazo a ese cuarto donde estaba el decapitado con la insignia de Juan Godínez. Se paró

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frente a la armería abierta. Allí estaban, dos AR-15, fríos, listos para ser cargados y calentados. Tomó uno y varios cargadores. Los cuales uno lo metió dentro del pestillo del cargador, metió la culata retráctil, montó tiro.

Sánchez caminó cauteloso con el cañón por delante y con la mira en dirección al sospechoso abatido.

Ten cuidado dijo Ramos desde atrás.

No se preocupe, chef. Nadie sobrevive a una ráfaga de esta madre, y menos a la distancia que la recibió este imbécil.

El cuerpo estaba a un par de metros. Sánchez daba un par de pasos largos y cautelosos, cada pisada sobre el suelo provocaba el crujir de cientos de diminutos granos terrosos, y tal sonido se amplificaba como tambores para los oídos de los demás agentes que incluso hasta temblaban involuntariamente sin dejar de estar alertas.

Sánchez entornó sus ojos, fijando su vista, en un charquito que comenzaba a expandirse como una mancha de humedad debajo de la cadera del hombre cerdo.

Un largo chorro amarillo salió disparado de la entrepierna, encontrando salida debido a que el tiro del pantalón estaba roto. El líquido roció por completo el rostro de Sánchez, quien dejó caer su arma automática al momento debido a que aquel fluido le picaba los ojos como si le hubieran arrojado sal y pimienta molida. Cuando el líquido escurrió a sus labios y entró a su paladar, supo que era orina. Eran los meados de un hombre muy anciano, enfermo y medicado con cientos de pastillas.

¡Mierda, QUÉ PUTO ASCO! Sánchez cayó de rodillas mientras que el arco de chorro seguía bañando su humanidad cuando este se cortó como si hubieran cerrado súbitamente el grifo. Un ardor cruel comenzó a escocerle la piel del rostro y el interior de su boca.

Los otros agentes no sabían cómo proceder. Si disparaban, acribillarían a Sánchez, quien seguía hincado, tallándose la cara y también gritando de dolor y espanto como si hubiera recibido un baño de ácido.

Nico Mancera salió corriendo de la comisaria para unirse a Ramos y sus oficiales; segundos antes, por su mente se había cruzado la idea de su loco actuar, había rompido fila y abandonado al grupo por el espacio de un minuto eterno, en el cual, cualquier cosa pudo haber pasado, y pasaba:

El oficial Sánchez estaba de rodillas como si estuviera adorando a aquella cosa, la cual se mofaba por algo que le había hecho. Sánchez se retorcía moviendo su espalda como si su columna vertebral fuera una serpiente y esta ondulara parada. De súbito, se

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levantó como impulsado por una fuerza interior potentísima, se dio la vuelta y tanto él como los demás, quedaron petrificados.

Sánchez se llevaba las manos al rostro, tallándoselo e intentando limpiarse el líquido amarillo, pero lo que se quitaba eran tiras de piel y músculo que se desprendían como si fuera chocolate que se derretía bajo el intenso sol. Los ojos este estaban cocidos, los iris negros estaban desaparecidos y ahora eran como dos claras de huevos fritos sumergidos en aceite hirviendo. Sánchez, ya ciego, caminaba como zombi en medio de intensos estertores tratando de buscar a su equipo, buscando ayuda y salvación en medio de aquel enloquecedor dolor que le carcomía el rostro hasta el tuétano.

Uno de los oficiales, el más joven, temblaba incontrolablemente al ver tan espantosa escena, peor que los cuerpos amorfos escatológicos que yacían en el racho de la pesadilla. Miraba atónito como su pareja caminaba hacia ellos como muerto en vida ahogándose en su sangre y gritos. Y miró al hombre cerdo, quien, en el acto, como si se tratara de una mano invisible, lo había tomado por el cuello y había entrado en lo profundo de su alma: Oing, oing, oing, Piniwini, el dios, te saluda a ti, bendecido cochino, que de ustedes será el reino de los cielos. Quién te quiere he, quién te quiere. Nadie, solo yo, tu dios.

El joven dejó la patrulla de escudo, y caminó hacia Ramos, quien, al sentir algo extraño que miraba su espalda se giró y, al ver al joven oficial con su mirada asesina dispuesto a todo, se tiró al suelo en el momento en que él accionaba el disparador. La automática tronó escupiendo fuego y las balas pasaron silbando casi por encima de un Ramos que giraba su cuerpo alejándose mientras que Sánchez bailaba recibiendo las detonaciones como si se tratase de un muñeco puesto para darle en el blanco.

El joven, quien ahora tenía las orejas puntiagudas y la nariz chata en forma porcina, se carcajeaba en medio de un oing, oing, mientras vaciaba su cargador sobre un Sánchez que caía con su cuerpo hecho trizas.

El joven se giró hacia sus compañeros los cuales miraban atónitos y en el acto se cubrieron aún más detrás de las patrullas. Nico se tiró al suelo y el joven comenzó a disparar a diestra y siniestra.

¿Qué te pasa, idiota? ¡Detente! vociferó enfurecido Ramos, quien se arrastraba hacia una de las patrullas para resguardarse. Dos disparos, uno cerca de su pierna y el otro le silbó casi al oído . ¡Baja la maldita arma!

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Ramos no entendía qué demonios le había sucedido, pero daba igual, el chico había enloquecido, y estaba dispuesto a volarles los sesos a todos.

El joven disparó hacia Nico un par de detonaciones, falló, después otra andanada hacia las patrullas; en ese preciso espacio, Nico jaló el gatillo y el joven recibió un balazo en medio de la frente, cayó fulminado como un fardo desecho.

Nico cerró los ojos, arrepentido y enfurecido. Y se levantó, la culpa la tenía aquel loco disfrazado, o lo que fuera; ya no sabía qué estaba sucediendo en realidad.

Piniwini se llevó sus enormes manos a la boca, encogió sus hombros y comenzó a reírse sin emitir sonido alguno.

¡Tú! explotó Nico señalándolo con el dedo mientras amartillaba la escopeta y caminaba en pos de él con el AR-15 colgado en el hombro . ¡MALDITO ENGENDRO, hoy te mueres!

Piniwini asintió varias veces y siguió riéndose en modo mudo, actuar que provocó la cólera de Nico, quien jamás había visto tal actitud en un criminal. Sintió el deseo enfermizo de esposarlo y llevarlo a los separos para encerrarlo en un cuarto maloliente, de poca luz, y allí, golpearlo hasta reventarle los huesos al malnacido, aunque se quebraran sus propios nudillos.

Piniwini abrió sus brazos con la intención de recibir a un Nico hecho una furia, y darle consolación.

Nico disparó la escopeta.

Piniwini recibió el potente golpe de los perdigones y fue aventado hacia atrás como si un camión de pasajeros lo hubiera arrollado.

Nico volvió a amartillar el arma. Planeó en el momento acercarse lo suficiente, para ponerle el cañón en el hocico y volarle los sesos de una vez por todas.

Sorpresivamente, el demente porcino se levantó. Se sacudió el polvo y comenzó el mismo paso de baile para festejar la embestida y seguir provocando la ira de un Nico que en su mente se dibujaba la muerte y la venganza.

Sooooy tu dios, tu dios Piniwini, no me dispares, insensato escuchó con claridad Nico dentro de su cabeza. A lo que él le respondió de la misma forma, con su mente:

ERES MI DIOS, PURA VERGA, PENDEJO.

Nico avanzó hacia su enemigo, quien lo miraba sin expresión alguna, con sus ojos blancos de leche rancia y su lengua colgada de lado mientras olisqueaba el aire con su nariz chata, intentando descifrar y el oler un miedo inexistente.

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Piniwini marchó un par de pasos hacia enfrente y de repente corrió por un costado rumbo a las patrullas. Nico giró su cuerpo manteniendo la misma posición, siguió al agresor con el cañón de la escopeta. Igual hicieron lo mismo con sus armas Ramos y los dos agentes que seguían en pie de lucha.

El dios, a pesar de ser bajo de estatura y con el bulto que era su vientre, se marcaba en la tela del overol y parecía removerse elásticamente conforme sus cortas y gruesas piernas daban lo que apenas eran unas zancas, cortas pero rápidas y agiles para su masa corporal. Alzando sus largos brazos conforme arañaba el aire con sus uñas, llegó hasta el frente de la primera patrulla, y, en vez de ser un obstáculo, dio un brinco y siguió corriendo pasando sobre el cofre y el parabrisas. Hasta estar de pie sobre el techo de la cabina donde las torretas seguían arrojando sus luces rojas junto con los relámpagos de los estrobos.

El oficial que estaba en el costado de esa patrulla, la cual había dejado de ser una barricada, ya que el enemigo tenía la posición alta, quien, con súbita rapidez, se dio la vuelta dándole la espalda, se ponía en cuclillas abriendo el tiro roto del overol mostrándole dos cachetes rosados partidos por una larga raya vertical.

El policía apenas iba a accionar el disparador para meterle un par de tiros de su automática en el trasero de aquel loco asesino cuando…

Un largo chorro de lodo marrón salió a presión por el orificio de en medio de los cachetes, acompañado de una abominable peste. El oficial sintió el impacto del líquido en su cara, soltó el arma al instante al sentir como tal agua de cloaca tuviera brasas ardientes que le quemaron la piel y los ojos. En el momento que cayó de espaldas para después revolcarse del dolor y la desesperación, los demás abrieron fuego.

Piniwini corrió por encima del techo mientras las torretas y estrobos volaban en pedazos al son de las detonaciones. Siguió su carrera por encima del maletero donde se detuvo para dar un brinco y caer encima del capo de la siguiente patrulla. Se desplazó por encima de ella, e igual que la otra: parabrisas, techo, luces, estallaban por los impactos.

Ramos se acercó al oficial que yacía boca arriba con el rostro deshecho. No había tiempo para la ayuda y compasión. Cada segundo podía significar el fin. Sintió pena por él al ver como su pecho subía y bajaba frenéticamente debido a la falta de oxígeno. La nariz estaba derretida como mermelada desparramada. Los ojos ya no existan, eran dos cuencas llenas de lodo café, y la boca, con sus labios carcomidos mostraban los dientes y encías en la cuales un líquido de chocolate hedionda se escurría como riachuelo.

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Ramos le voló los sesos al oficial.

Piniwini se detuvo en la última patrulla alzando sus brazos

¡Sooooy Piniwini! dijo victorioso . Oing, oing, oing…

La escopeta de Nico estalló una descarga de perdigones arrojando a Piniwini hacia el otro extremo, lejos de la patrulla, cayó éste como un costal de papas emitiendo un sonido sordo y pesado a la vez que levantaba una nube de polvo.

Ramos se agachó y miró al oficial muerto, con la bala en la frente, la cual apenas era visible en aquel amasijo de mierda que ahora era lo que antes era un rostro jovial.

Nico cerró sus ojos un par de segundos, implorando al cielo que aquella locura terminara, mientras el oficial que seguía en pie, seguía en pie, paralizado y temblando.

Nico dio un par de pasos con cautela y se detuvo entre las dos patrullas. Accionó el cargador de corredera, se dio cuenta que la cámara estaba vacía. Al percatase de su inutilidad, en realidad parecía que todo ataque era inútil, se libró de la escopeta dejándola caer. Se descolgó del hombro el AR-15, montó tiro y quitó el seguro del disparador. Con el corazón latiéndole con un bombeo nunca antes sentido, Nico Mancera pasó entre las dos patrullas con los vidrios destrozados, con el cañón por delante, hasta cruzar al otro lado de la barrera para ver que el agresor porcino había desaparecido.

¡Vergas! dijo mientras miraba hacia todas direcciones, en especial, la entrada de la comandancia y a los cuerpos de los tres oficiales abatidos.

El oficial seguía temblando de miedo, cubriendo, al parecer, las espaldas de Ramos y Mancera, ya que no se sentía seguro de lo que estaba haciendo, debido a que algo, “algo”, entraba invisiblemente, como extraña energía invasora, como señal de radio proveniente desde algún lugar oscuro, manipulando las palancas y botones, moviendo insondables engranajes de su mente:

Soy tu dios, Piniwini, master lord Piniwini de la muerte, adoradme…

Ramos rodeó una de las patrullas por el lado contrario de Nico, para encontrarse frente a él y verificar que el demente se había esfumado como mago de teatro.

¡Qué carajos, a dónde diablos fue!

Nico lo miró y encogió sus hombros.

¿Por qué resiste tantos putazos? No lo entiendo.

Nico volvió a encoger sus hombros, moviendo las comisuras de sus labios hacia abajo.

¡Puta madre! Nos lleva…

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La verga terminó Nico con ironía.

Dos autos, una vagoneta y una camioneta, con toda la familia a bordo, salieron derrapando por la calle contraria dejando tras de sí el lamento de sus motores y polvo. Nico alcanzó a ver, en la ventana de la puerta trasera de la vagoneta, el rostro de una niña de ojos grandes, asustados, quien, con la manita pegada al vidrio, le decía adiós. Un tierno adiós que se perdió para siempre en la lejanía del camino rural.

Nico sonrió, a la vez pensó en aquellas personas tan imprudentes; quienes deberían de estar resguardos en sus casas, y no exponiéndose a la balacera. ¿Balacera? ¿Cuál balacera? Ellos disparaban hacia una dirección, y nadie les contestaba, solo un idiota perverso con máscara de cerdo recibía las balas como si fueran roces de pétalos de rosa.

Oing, oing, oing.

Giró en redondo junto con Ramos con sus armas lista para entrar en acción.

Era el oficial, de apellido Sánchez, quien tenía apenas un año en la corporación policiaca. Tenía la mirada perdida, viéndolos a ellos, pero perdida en algún lugar vacío.

Oing, oing, oing repitió, sabedor de haber llamado la atención . Tanto Nico y Ramos se percataron de sus orejas puntiagudas y la nariz muy respigada hacia arriba, achatada, también el tono de la piel había cambiado, era rosado.

El oficial Sánchez soltó su automática. Desenfundó su pistola nueve milímetros, metió el cañón hasta el fondo de su boca, y balbuceo ahogándose.

¡Hijos de su chingada madre, se los va cargar el payaso, nos vemos en el infierno, viva el dios Piniwini!

Y jaló el gatillo.

Nico Mancera cerraba los ojos en señal de pesar. Respiró profundamente un par de veces y después los abrió intentando tener la mente despejada. No lo consiguió. La locura seguía en el ambiente y el olor a muerte era aún más intenso. El rostro del oficial, el cual había sido literalmente cagado a mansalva, se descomponía a paso acelerado, fue coronado por un grupo de moscas que revoloteaban a su alrededor.

Cuando justamente Nico iba a proponer a Ramos buscar al agresor, unos gritos desbocados se escucharon al final del camino principal del pueblo de Zakamoto; más gritos aterradores, los de un hombre fuera de sus facultades mentales, como el de esos andrajosos que caminaban sin rumbo fijo por las calles, con el cerebro fundido, retando o huyendo de espectros que los perseguían atormentándolos.

Nico y Ramos caminaron hacia la calle desierta, y al final, miraron la silueta que se acercaba vociferando y agitando sus brazos: era el comandante Lara.

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Ramos arqueó la ceja y miró a un Nico quien también compartía un gesto de incertidumbre. Ya nada era extraño. Todo era posible.

Desde que Lara había visionado la entrada de Zakamoto mientras corría huyendo como caballo sin jinete, sus esperanzas aumentaban conforme las casas se aproximaban, y más cuando divisó la comandancia y las patrullas. Minutos atrás, varios autos le pasaron en sentido contrario ignorándolo tal fantasma sin importancia, a lo que él alcanzó a ver a través de las ventanas, el rostro de alguno de los pueblerinos, donde el terror estaba plasmado como segunda piel. Ellos huían como él. ¿Qué estaba sucediendo en el pueblo? ¿Acaso otros monstruos similares a los del rancho también hacían sus desmanes en Zakamoto?

Las cosas que iban en pos de él, hicieron un sonido gutural que salía de sus fauces fétidas como si se tratara del rugido de una manada de depredadores, quienes en un santiamén brincarían sobre su presa.

Lara, con los pulmones a punto de reventar debido a la nula condición física por la falta de ejercicio, pero quien no dejaba de correr debido a la adrenalina disparada por el pánico, miró con desesperanza a las patrullas con las torretas y vidrios destrozados. Algunos estrobos relampagueaban y una torreta seguía girando su luz azul. Varios cuerpos tirados, compañeros tal parecía abatidos, y un Lara y Mancera, quienes lo recibían con sus armas listas para entrar en acción. Ambos, con los ojos casi saliéndose de sus cuencas y las bocas abiertas, no lo miraban a él, miraban a lo que venía detrás de él…

Deja de correr, idiota, que te ves bien sabroso, te voy a comer Lara, o no, no me hagas caso, la verdad no sé por qué estoy diciendo estas estupideces. Gruaaaaarrr, gruuuuaaaar, je, je. Oh… gracias a Dios que estás aquí, hermanito, dile a ese pendejete que deje de correr y gritar como vieja.

»Hey…

»Cabrón, te dije que le dijeras a ese pendejo que deje de correr. Oye, no me mires así, ni que fuera una mierda asquerosa, si soy tu hermano mayor, el mero mero Wenceslao Macera, quien te defendía de los niños mayores. Recuerdas que yo les partía en su madre y después ellos te respetaban por temor a mí… Vamos, ven y dale un abrazo a tu hermano, que, si te contara, tuve un sueño bien loco; Jerry Aparicio y yo fuimos al rancho de los Morales, y si te contara lo que vimos allí, pensarás que estoy usando drogas. Hey, ¿qué chingados le estas quitando al imbécil de Lara? ¿Qué es

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eso? ¿No me digas que es una granada? ¡De cuándo acá andan de soldados eh, par de idiotas! Deja esa chingadera que te puede tronar en la mano. Recuerdas a Pepito, cuando encendió un cohetón y lo tiro a la calle, y este se apagó, y el muy tarado fue a agarrarlo y en cuanto lo tuvo en la mano: PUM. Pues te puede pasar lo mismo, deja eso… Hey, deja de mirarme así, estoy feo, pero no pa tanto… Oye, Nicolás Mancera, qué rico te ves, perdón, no sé ni le que digo, tengo hambre, y te ves, te ves muy, muy…

»¿Por qué LE QUITASTE EL SEGURO?

»¡NO ME AVIENTES ESA CHINGADERA, CABRÓN!

»Aaaah, qué rica está, miam, miam…

Nico agarró a Lara por los hombros y con el resto de su cuerpo lo tacleó para derribarlo y cayó encima de él. Ramos se tiró pecho a tierra en el momento en que este había quitado el seguro a la granada, cubriéndose la cabeza mientras ésta volaba hacia aquella cosa amorfa. El monstruo la recibía abriendo una grotesca grieta que simulaba una boca humana desdentada. La cosa cerró sus fauces y la engulló.

La granada explotó y el espantoso ser reventó desde su interior, desapareció su boca y toda su grotesca figura sin forma. La masa café con tonalidades de colores sucios voló por los aires.

Nico Mancera, Ramos y Lara fueron bañados por esa lluvia de pedazos de lodo hediondo lleno de bacterias y granos chocolatosos.

Nico ya no sentía asco, sus pulmones se habían acostumbrado a la fetidez. GRUUUUARRRR, GRUUUUAAAAAR…

Se escuchaba un coro catingoso e inhumano.

Nico se levantó y, antes de alzar la vista, un pensamiento cruzó por su mente: «Sentía que esa cagada quería comunicarse conmigo. Maldición, estoy perdiendo el juicio.»

Lara y Ramos se levantaron. Y Lara, lleno de terror, señaló hacia enfrente y dijo: ¡SON LOS CEROTES ASESINOS!

Nico alejo sus pensamientos y miró. En efecto, no había otro modo de describir a aquellos seis seres, con cuerpos en forma de nieve de chorro, pero de mierda, con boca y ojos fijos sin vida como de pescado fuera del agua.

¡Vergas! maldijo y abrió fuego hacia aquellas cosas. La AR-15 bramaba escupiendo su mansalva de balas despedazando parte de los cuerpos sin forma.

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Ramos y Lara se acercaron a los cuerpos de los tres oficiales muertos, alejándose de los otros dos que ya eran unos guiñapos fecales apestosos. Levantaron sus armas. Se aseguraron de que estaban cargadas y comenzaron a disparar apostándose cada uno a un lado de Mancera y separados un par de metros formando una línea de fuego.

GRUUUUARRRR, GRUUUUAAAAAR…

Los cerotes asesinos gruñían furiosos y con mucha hambre mientras avanzaban sin pies, deslizando sus masas granulosas y aguadas sobre el suelo, recibiendo los impactos potentes mientras pedazos de su materia eran arrancadas violentamente.

GRUUUUARRRR, GRUUUUAAAAAR.

Las automáticas seguían recibiéndolos sin hacerlos retroceder.

Nico vació el cargador de la ametralladora con una larga ráfaga. Lo quitó y le abasteció otro que sacó de su bolsa.

Nico, Ramos y Lara comenzaron a retroceder al ver el avance de los monstruos que les hacían llegar primero su aliento de drenaje. Las cosas o cerotes, se agruparon para avanzar uno por uno cruzando la abertura que había en el muro de patrullas.

Nico retrocedió aún más rompiendo fila para comenzar a adentrarse a la comisaría. Subió los peldaños de madera sin dar la espalda y cuando estuvo en el cobertizo, la punta de una uña gruesa y puntiaguda tocó tres veces su hombro llamando su atención.

Se giró pensando lo peor, y allí estaba: Piniwini.

Teniéndolo tan cerca, a tan solo un palmo, pudo apreciar la superficie de su rostro y pudo jurar que era piel. El cerdo esbozó una larga sonrisa de media luna, mostrándole sus dientes salivosos. No era una máscara, no era una botarga, era otro maldito monstruo como los que avanzaban hacia la comisaria. También apreció en una rápida mirada, cómo el overol que llevaba puesto, estaba casi roto por los balazos recibidos, sin que la mezclilla estuviera empapada de sangre. Aquella cosa no sangraba, y eso era una muy mala señal.

Nico le dio un fuerte empujón con la suela de su zapato, lo hundió en la boca del estómago. Piniwini retrocedió mientras emitía un oing, oing, Nico, accionó la AR-15 quemando la tela del overol con la ráfaga mientras que Piniwini era arrojando varios metros al fondo de la comisaría, cayendo encima del campesino desnudo, a quien había despojado su vestimenta de trabajo.

Afuera, Ramos y Lara retrocedían subiendo al cobertizo sin dejar de disparar a aquellos seres con relieves amorfos que simulaban rostros desdibujados, los cuales,

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seguían acercándose como autómatas desprovistos de miedo y dolor, deslizando la superficie de sus cuerpos cónicos con laderas abultadas.

Al final del camino, una polvareda se levantaba.

Al parecer, un convoy se acercaba.

Ramos miró por encima de los monstruos aquella señal con expectativa; seguramente era la caballería. Más refuerzos se aproximaban en su apoyo, aunque, no recordaba haberlos llamado, ya que, en su soberbia, él quería dar de baja a Juan Godínez, decisión con la que pagó un precio bastante alto.

Nico escuchó por arriba de los bramidos de aquellas bestias, el rugido de varios motores de autos, los cuales se estacionaron y derraparon a unos metros frente a ellos.

Retrocedió hasta llegar al umbral y, al estar por debajo del marco de la puerta, sin dejar de ver a Piniwini, quien yacía inmóvil casi abrazando al campesino como si fuera su oso de peluche, decidió dar un leve vistazo para ver de reojo a los recién llegados; rogaba a los cielos de que se tratara de los Federales o la Guardia Nacional.

Eran tres combis Volkswagen, color blanco, de modelo de los años setenta, en perfecto estado y con pintura, tal parecía, recién salida de la agencia. Los tres vehículos se colocaron en serie haciendo una segunda barrera detrás de las patrullas. Nico no supo interpretar aquello, si se trataba de un parapeto para los recién llegados o un muro que los encerraba a ellos por completo, dejándolos a merced de los monstruos.

La puerta corrediza de la Volkswagen de en medio se abrió de golpe. Una figura enfundada en ropa negra y lentes del mismo color bajó de forma abrupta llevando un rifle. Lo alzó y apuntó, y con una agilidad experta disparó dos veces sin emitir fuego alguno, emitiendo dos silbidos que cortaban el aire como punta de navaja.

Ramos y Lara cayeron al suelo desconectados.

Nico intentó apuntarle con la AR-15, y de repente, sintió una fuerte punzada en el cuello. Al instante soltó la automática para tomar el dardo incrustado, lo extrajo y miró su punta de aguja. Algo le habían inoculado, lo sentía. Un líquido caliente comenzaba a correr por su yugular. Sus fuerzas se perdían, sus ojos se cerraban. Sintió un fuete mareo y se desplomó.

Oscuridad profunda.

Canticos en medio de las tinieblas, a voz de coro: ALABADO SEAS, MASTER LORD PINIWINI DE LA MUERTE. Nico parpadeó. Una imagen borrosa, penumbra, era de noche, de nuevo oscuridad profunda y después los coros se alzaron aún más con fuerza: GRAN PINIWININI, TUS SUBDITOS TE ADORAMOS. Otro parpadeo,

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intermitente, dolor de cabeza tal espantosa resaca etílica. Cabeceó, su cuello estaba tenso, dolor, había tenido su cabeza colgada, ahora la levantaba e intentaba abrir los ojos, muy apenas; sus parpados se sentían pesados cuales losas de concreto. Incomodidad en sus muñecas, algo las aprisionaba, algo metálico. Intentó moverse y se dio cuenta de que estaba hincado, con la espalda pegada a un poste y los brazos hacia atrás; los hombros le dolían y sus manos estaban juntas, aprisionadas con unas esposas.

ALABADO SEAS, MASTER LORD PINIWINI DE LA MUERTE seguía vociferando el coro infernal. Mantuvo su espalda tensa y su barbilla levantada y comenzó a abrir sus parpados con menos esfuerzo, la pesadez de ambos se debilitaba y él cobraba fuerzas. El dolor de cabeza se diluía rápidamente, era como si algo quisiera que él ya despertara.

Gritos, de desesperación y terror de un victima mientras el coro seguía en su frenética alabanza.

Nico abrió los ojos y con visión borrosa, era de noche y frente a él, el torso de Ramos estaba con la espalda contra el suelo, y la mitad de su cuerpo dentro de las fauces de un Piniwini que estaba en cuatro patas, con la quijada desencajada e insólitamente abierta mientras su nariz resoplaba por encima del vientre de un Ramos que manoteaba asestándole golpes en el hocico en tanto gritaba en medio del horror. Las alabazas se mantenían de forma inexorable e indiferente ante la angustia de un Ramos que era devorado sin mascar. Piniwini ni se inmutaba al atragantarse, moviendo apenas su quijada, metiendo el cuerpo del policía, quien, con los ojos desbordados de terror, seguía golpeando tratando de salvar su vida con las pocas fuerzas que le quedaban. Ramos sentía que sus pies tocaban el interior del estómago, y que había una especie de gelatina densa lo envolvía y lo apretaba encajándole miles de diminutos dientes puntiagudos. En realidad, se dio cuenta que no sentía dolor. Era más el pavor de sentirse succionado a las entrañas de aquella cosa, era lo que lo hacía gritar.

Tal dantesca escena era iluminada por la mortecina luz de las antorchas y la luna llena ahora sin eclipse. Las bolas de fuego reposaban sobre barrotes enterrados en la tierra formando un gran círculo y en su perímetro estaban de pie hombres con túnicas y capuchas negras. Nico comenzó a ver con claridad. El espeluznante cerdo humanoide estaba en medio del círculo y él, de frente, a un par de pasos, comprendiendo que estaba prisionero, amarrado al poste y en espera de su fatal turno. Piniwini se había despojado de la ropa de campesino, mostraba su rosado cuerpo, sus grueso torso y abultada panza, la cual crecía conforme el cuerpo de Ramos era engullido, éste seguía luchando

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inútilmente; ahora sólo quedaba la cabeza y una mano que sin fuerzas intentaba levantar la quijada superior del cerdo, hasta que desapareció por completo y Piniwini cerro su hocico, no sin antes dejar escapar un largo eructo de satisfacción.

¡ALABADO

SEA EL DIOS PINIWINI, MASTER LORD DE LA MUERTE!

Algo comenzó a salir por la parte trasera del cerdo. Tal parecía que Piniwini percibió la curiosidad de Nico, y se colocó de costado para que pudiera ver bien el bendecido acontecimiento de un nuevo nacimiento: una boñiga enorme salía de su recto deslizándose como tobogán, impulsado se arrastraba por el suelo ese grueso cuerpo cilíndrico color marrón, entre otras apestosas tonalidades. Al salir la parte final, Piniwini lanzó una ventosa triunfal y fétida. Los encapuchados alzaron sus brazos agitando sus manos enloquecidas, mientras seguían con su mantra diabólico:

¡ALABADO, DIOS PINIWINI!

La enorme mierda, larga como un pepino mutante, se dobló como si quisiera tomar la posición fetal. En su grumoso relieve se apreciaban los contornos de un cuerpo humano. En una de las paredes fecales se dibujó una mano, y esta se elevó sin salir, ya que dicha mano era de excremento, quedó adherida a la forma amorfa. Nico juró ver el rostro de Ramos, el cual se dispersó entre la superficie y hubo por completo un enorme tumor.

¡Malditos hijos de puta, los voy a matar a todos! gritó Nico con ira, mirando a todos los encapuchados y al abominable ser.

Piniwini se irguió en sus patas traseras, caminó hacia un grupo de encapuchados que le abrieron el paso para dejar al descubierto un trono de madera negra con asiento y respaldo de terciopelo rojo. Piniwini se sentó como un rey, y Nico pudo apreciar con asco la enorme herida en Y, al igual que las costuras que, al parecer, mantenían unidas las extremidades del cerdo humanoide. Piniwini hizo una seña con el dedo, agitando su larga uña. Dos encapuchados entraron al círculo, acercando a Lara tomado por los hombros, quien llevaba las manos hacia atrás y esposadas. Le dieron un fuerte empellón y éste cayó sobre sus rodillas frente al trono. Lara levantó su rostro, estoico, esperando su inminente desenlace. Afuera del círculo de antorchas, formados en línea, a un costado de la casa y junto a los Volkswagen, los siete monolitos de mierda bramaron como segundo coro con sus ojos cerrados y abiertas al máximo sus bocas desdentadas repletas de moscas que revoloteaban zumbando.

Piniwini hundió las diez uñas de sus manos en la parte vertical de la herida en «Y», rompió sus costuras, y la abrió como si la piel de su vientre fueran dos cortinas, dejó al descubierto un enigmático abanico de cuchillas estáticas que mostraban su filo brilloso

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de acero inoxidable. Lara, al verlas, perdió la compostura. Los dos encapuchados lo volvieron a tomar por los hombros y lo arrastraron acercándolo al trono. Las aspas se activaron con el sonido de un motor interno y giraron a una velocidad que ya no se podían apreciar, sino sólo un disco que brillaba bajo la luz de la luna y las antorchas. Forcejeó intentando ponerse de pie. Un encapuchado le dio un puñetazo en el costado impidiendo que se levantara. Piniwini alzó su hocico hacia la luna y cerró sus lechosos ojos. Lara, al quedar con su rostro frente al mortal disco, sintió como la poderosa mano del monstruo abarcaba la parte parietal de su cráneo y, en menos de un segundo, empujó su cara dentro de las cuchillas despedazándola. Piniwini rebanó por completo hasta dejar solo el tronco de la columna, desapareció la cabeza. Piniwini, bajó su hocico y se relamió las salpicaduras de sangre. El par de encapuchados retiraron los despojos de Lara tomándolo por las piernas y arrastrándolo como bulto fuera del círculo sagrado y llevándolos a lo profundo de la oscuridad del campo para desecharlo.

Un hombre, demasiado alto, rompió la formación del círculo y entró. Al quedar de pie, entre Piniwini y Nico, hizo su capucha hacia atrás mostrando su rostro. Era alguien maduro, rubio y de ojos azul intenso. Junto con él, tomada de la mano, una niña de unos diez años, vestida con uniforme escolar, zapatos negros y calcetas blancas. Con peinado a dos coletas. Llevaba una enorme paleta en forma de luna llena, la cual lamía. Miró a Nico con lastima y le ofreció, Nico negó con la cabeza y con la mirada le dijo que se fuera a la mierda. La niña hizo un gesto de tristeza, soltó la mano del hombre y se acercó a Piniwini, le ofreció la paleta y el monstruo la tomó y comenzó a lamerla con su obscena lengua.

Piniwini bueno, tú malo le dijo la niña con un tono de sentencia. Y se retiró saliendo del círculo, caminando hacia más allá de las antorchas y volkswagens mientras canturreaba alabanzas al dios como melodía infantil, hasta que llegó al cobertizo de la casa y al entrar dejó de cantar.

El hombre rubio miró a Nico y dijo: Él vio algo en ti, y te quiere. Dice que eres digno de la transformación. Eso es un honor. Nosotros, los Adoradores de la Luna, no pasamos de ser convertidos en su excremento viviente. Pero a ti te ha escogido.

Los seis monolitos de mierda alzaron su pastosa voz en coro alabando en su idioma fecal confirmando lo dicho por el líder.

El hombre miró su reloj deslizando la manga de la túnica y dijo:

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Ya es la medianoche. La medianoche de transformación bajo la luna y nuestro dios, ahora tu dios, master lord Piniwini de la muerte, te dará vida eterna. Quedarás en ese puente, entre el horror y la muerte.

¡VÁYANSE A LA VERGA Y CHINGUEN A SU MADRE TODOS! respondió Nico Mancera enfurecido.

El líder mostró una sonrisa entre burlona y de satisfacción. Hizo un par de señas, los mismos encapuchados que arrastraron a la Lara hasta su muerte, fueron por Nico. Abrieron las esposas, no sin antes darle un par de puñetazos en el estómago y torso para ablandarlo. E igual, lo llevaron a rastras ante el dios.

Nico Mancera intentó reunir fuerzas en donde no le quedaban. Estas seguían adormecidas todavía con el efecto del narcótico. Por segunda vez quiso forcejar para librarse de sus captores y huir, huir corriendo a través de aquel campo que olía a muerte y a excremento. Correr por la carretera, aunque se le fuera la vida en el intento, y llegar a San Luis, entrar a su casa, cerrar puertas y ventanas y abrazar a Marina y a su hijo Nico, Niquito. Abrazarlos con todo su ser para protegerlos de aquel mal abominable. Y también para decirles cuánto los amaba.

La horrenda herida en «Y» abrió nuevamente sus cortinas de piel, la desplegó con una lentitud teatral, de suspenso. Nico trató de enterrar sus rodillas para anclarse y evitar lo inevitable. Fue en vano, cada vez miraba más cerca ese vientre y ahora esa herida abierta como puerta que lo invitaba al inframundo.

Las aspas de metal habían desaparecido. Ahora, el interior mostraba una masa de carne sanguinolenta, en una parte parecía un hígado gris y en otra un páncreas surcado por venas gruesas y palpitantes; era como ver un gran plato de desperdicios que se le ofrecía para ser degustado.

Su rostro se acercaba en contra de su voluntad y podía oler, oler aquella inmundicia. Tensó su cuello con tal fuerza que sus tendones y venas sobresalieron por la piel como cables de acero. Mientras, los Adoradores de la Luna elevaron sus canticos siniestros de alabanza al Mal en la tierra.

Su nariz se hundió en los órganos. Cerró los ojos y su boca con todas sus fuerzas para no aspirar ni probar nada de esa cosa asquerosa. Las manos de los encapuchados se retiraron. Rápidamente, Nico sintió cómo uno tubo flexible se enredó alrededor su cuello como si se tratase de un tentáculo. Después, otro, más delgado, entraba por su nariz izquierda y otro por la derecha. Otro brazo flexible de metal entró a su boca, se

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deslizó con brusquedad hasta la tráquea. Después, dos manos grandes con uñas lo tomaron del cráneo y empujaron su cara al interior del estómago de Piniwini.

Era el final, y había fracasado. Su hermano y Jerry Aparicio habían muerto bajo las garras de ese monstruo, no tenían ninguna duda de ello. No pudo salvarlos. Había llegado demasiado tarde. Y ahora lo que lo mortificaba era su familia.

En medio de las tinieblas, antes de perder la conciencia, escuchó y sintió como un enorme torrente de aguas negras entraba por sus orificios e invadía lo que quedaba de su humanidad. Y ante él, en el espíritu, Nico Mancera miró una enorme luz al final del túnel y ese lugar, como había dicho el rubio alto, era como estar de pie en un siniestro puente bajo aguas oscuras, entre el horror y la muerte.

Epilogo

Marina despertó en medio de un fuerte sobresalto. Y en la penumbra miró el despertador sobre la cómoda; los números fosforescentes color verde indicaban las 3:30 de la madrugada.

Un dolor profundo en el pecho le anunciaba un presentimiento nefasto. Encendió la luz de la lámpara de lectura. Hizo a un lado la cobija y se sentó en la orilla de la cama. Se llevó ambas manos a su pecho y lo apretó, y con congoja dijo: Nico.

Y salió de la cama en ropa interior. Fue al closet y descolgó una bata de satín, la cual se puso. Encendió la luz de la habitación presintiendo lo peor, su corazón se lo decía. Era una sensación nunca antes tenida, de pérdida, de duelo. Abrió la puerta y caminó sin hacer ruido hacia la habitación de Niquito. Entró con sigilo y lo miró. Niquito dormida plácidamente tapado con su cobija de los Avengers. Decidió retroceder y cerrar la puerta despacio. Había sido un día muy largo, durante el cual el niño había preguntado mucho por su papá, porque era su día libre, y le había prometido, aparte de ver el eclipse en la madrugada, ir al cine y de allí a comer al Carl’s Jr. Durante el transcurso del día, hizo todo lo posible para que él no viera nada por internet, salvo las caricaturas. Videos extraños era subidos a las redes sociales; algo gordo estaba pasando en Zakamoto, parecía que el crimen organizado había sitiado tal poblado; era lo que se decía, en noticias oficiales. Pero, la gente decía otra cosa, algo peor…

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La puerta de la casa fue abierta.

Marina escuchó el clic metálico del pestillo y cómo la puerta se recargaba sobre la pared, junto con un par de pasos que entraban sin prisa, los cuales conocía muy bien.

Era Nico, su esposo. No le cabía la menor duda. Gracias a Dios.

Lo único raro era que no había escuchado al auto. Ni el portazo, que más daba. Pero, aun así, la sensación de desasosiego seguía en su pecho. Necesitaba ver a Nico, abrazarlo y besarlo y acariciar la parte trasera de su cabeza, revolotear su cabello y decirle que era un tonto y que lo amaba.

Camino por el pasillo a oscuras, al final de este, dio vuelta a la izquierda y allí estaba, de pie en el umbral de la casa, la puerta abierta y la luz mercurial de la calle dibujaba la oscura silueta de Nico Mancera.

Nico dio un par de pasos hacia ella, unos pasos lentos y temblorosos, como si estuviera bien borracho.

Marina enarcó una ceja, dudó. Y estiró su brazo hacia la pared buscando con sus dedos el interruptor eléctrico.

Una voz pastosa, profunda, de un Nico raro, emergió de la silueta.

Mi amor, ya llegué… Perdón por llegar tan tarde.

Nico avanzó un par de pasos más, y se detuvo al estar ante ella, frente a frente. Marina respiró un olor denso que le recordaba a una vieja cloaca.

Encendió la luz.

La piel de la cara de Nico Mancera era de color rosado, las orejas puntiagudas, la nariz chata, y sus ojos eran blancos lechosos.

¡Nico! Marina se llevó las manos a la boca para no dejar escapar un grito de espanto ante tal pesadilla. Nico llevaba la camisa abierta, mostrando su tórax donde una horrible y larga herida en forma de Y, comenzaban a abrirse como si fueran los pliegues o pétalos de una flor.

Un interruptor mecánico se accionó, y, tal parecía, un motor eléctrico comenzaba a rugir con furia dentro de las entrañas de Nico, quien como un verdadero desquiciado vociferaba.

¡SOY NICOWINI, SOOOOY NICOWINI!

Marina grita y retrocede.

Sonidos de engranes, disco de corte, locura.

Marina se desmaya.

¡SOOOY NICOWINI! OING, OING, OING…

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Oscuridad.

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F
I N
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Selene

Episodio 6: El infierno de Naguel

Agazapada en una esquina del patio, con las rodillas pegadas al pecho y las manos entrelazadas por enfrente de los tobillos, Selene cerraba los ojos para escapar del mundo. Imaginaba el rostro jovial de una madre desconocida, y los brazos fuertes llenos de vello de un padre que las abarcaba en un protector abrazo lleno de amor. Con los ojos cerrados y lejos del orfanatorio, en su imaginación, estaba en una reunión agradable en familia, donde solo ella tenía la poderosa llave para estar allí.

Mathilde y su grupo se acercaron, como siempre, observándola y burlándose. Aunque igual que ella, no tenían padres, y por eso compartían el mismo pabellón de dormitorio de las niñas, ya que las señoritas estaban en otro. La única diferencia estribaba en que tal grupo era también como una familia, donde Selene estaba excluida por rara y también por bruja, como le decían algunas con temor.

Mathilde, una niña robusta, alta y muy fuerte, gustaba de abusar utilizando su corpulencia, sometiendo a las demás a sus caprichos y tomando así el liderazgo, ya que algunas se sentían protegidas bajo su sombra. Mathilde nunca simpatizó con Selene, y aunque muchas le atribuían los fenómenos paranormales, ella no le tenía miedo argumentando que las brujas no existían, y que, si Selene fuera una, en caso de que lo fuera, la enfrentaría para quitarle sus supuestos poderes a manotazos y jalones de pelo. Y en ese mediodía, en la hora del descanso dentro del horario de clases, miró a la bruja en la esquina más lejana del patio bajo una sombra. Le dijo a su grupo que les iba demostrar que no lo era, que los fenómenos supuestamente paranormales tenían alguna explicación científica y no eran producto de los poderes de una niña escuálida, pelirroja, de baja estatura y cara de tonta.

La pelirroja sintió como se desvanecían los fuertes brazos de su padre junto con el corazón de su madre que latía amoroso acariciándole su espalda junto con su mentón que reposaba sobre su cabeza. Desaparecieron. Nuevamente se encontraba en el vacío. También sentía como varios pares de ojillos la observaban y la presencia de Mathilde, quien estaba de pie frente a ella con los puños en la cintura y con una actitud de desafío.

Abandonó su cálido hogar imaginario, para abrir los parpados lentamente y ver cómo la imagen de Mathilde se ampliaba hasta verla por completo.

A ver, bruja, ¡embrújame! ¡O lánzame un hechizo!

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Selene hizo un ademan con las manos de no saber lo que le preguntaba obteniendo como respuesta una patada en los tobillos.

¡Conviérteme en rana!

Selene sintió un fuerte manotazo en su cabeza que le cimbró el cerebro, haciéndolo tremolar como gelatina agitada.

¡Abracadabra!

Una patada en la cadera que la hizo caer de costado levantando polvo.

El grupo de niñas se miraban entre sí, esperando con ansias junto con temor la respuesta de Selene, quien, con la cara pegada en el piso, no lloraba ni pedía compasión. Mathilde se llevó de nuevo los puños a su cintura y dijo:

Ya ven, que les dije: no es una bruja, lo que pasa es que las cosas que suceden en el internado han de tener otra explicación. Si lo fuera, algo ya hubiera pasado, o en este momento estuviera convertida en una rana.

Todas rieron, festejando lo dicho por la líder, quien, feliz, sonreía de oreja a oreja.

Fue tanta la algarabía que Mathilde le dio la espalda a Selene para estar de frente a su pandilla y recibir de lleno el vitoreo cargado de elogios que le daban la razón. Selene era una niña ridícula, una pobre diabla, rara, a quien nadie quería estar cerca de ella. La ignoraron al grado de no darse cuenta de que estaba de pie, con los puños apretados y la vista fija en Mathilde, con los ojos entornados como felino dispuesto a atacar al primer movimiento. Las niñas dejaron de reír y de hacer alboroto, acto que para Mathilde fue información de lo que sucedía a su espalda. Se dio la vuelta. ¿Sabes qué? Me caes gorda. Te voy a desgreñar, por bruja.

La enorme niña se fue encima de Selene quien la recibió intentando sujetarla por los antebrazos. No pudo. Mathilde tenía mucha fuerza y pudo doblegar las manos de Selene para tomarla de los cabellos hundiendo sus dedos y enredándolos. Mathilde la alzó como muñeca y la azotó de costado sobre el suelo cayendo encima de ella.

Desde todos los rincones del patio se corrió la voz de «Pleito, pleito, pleito», hasta llegar hasta la otra ala del internado, así como sus pasillos y otros patios. Las niñas junto con las adolescentes corrieron en tropel dándose de empujones recorriendo los pisos empedrados. Algunas atravesaron los jardines atravesando los rosales y otras brincaron la fuente para acortar el camino para llegar a ver la pelea. Casi nadie peleaba, no era de todos los días. Un poco de adrenalina las sacaría de la rutina.

En el rincón, se había formado la bola, dejando un pequeño espacio para las contendientes de proporciones desiguales; la pequeña pelirroja de huesos frágiles se

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debatía bajo el tonelaje de una Mathilde que tenía la genética para la lucha libre en el futuro. «Dale, dale, dale», gritaban todas sin saber a quién le iban en realidad; entre las niñas, aunque le temieran a Selene, algunas sentían simpatía por ella, debido a que Mathilde abusaba a sus anchas, sin recibir ninguna represalia. Las más grandes, las señoritas, solamente querían ver acción para en la noche, en los dormitorios, platicar sobre a quién le dejaron el ojo morado junto con la quínela de los supuestos castigos que iban a recibir las revoltosas. Una que otra dijo: «Que le peguen a la bruja, porque me da miedo. Y a la gorda también, porque nos cae gorda».

La tierra crujió.

Todas dejaron de gritar.

Fue como si un inmenso gigante hubiera dejado caer todo el peso de su cuerpo en un pisotón. Todas comenzaron a verse unas a otras, esperando una respuesta de la compañera de al lado o de enfrente. Mahilde seguían encima de Selene jalándole los cabellos mientras su víctima tenía sus manos aferradas a sus muñecas sin poder quitársela de encima.

El piso del patio volvió a crujir con un pavoroso temblor. Todas corrieron abriendo paso a una larga fisura que se había dibujado con el segundo pisotón. La grieta corrió hasta llegar a la cabeza de Selene. No era honda, apenas un palmo de profundidad. De nuevo, Mathilde seguía absorta en su ataque sin darse cuenta de la súbita desaparición de la arenga del pleito, pleito–dale, dale como si se tratara de darle a la piñata. Le soltó los cabellos para apretar sus puños. No quería darle una bofetada, no, eso era muy poco, merecía un mayor castigo, y qué mejor que un puñetazo, aunque dijeran tras sus espaldas que parecía un hombre peleando, qué importaba. Le caía mal, era el momento de desquitarse.

En el instante que Matilde aflojó las tenazas de sus dedos liberando los mechones rojos, Selene alzó sus brazos alcanzando con las palmas de sus manos las sienes de Mathilde, haciendo presión sobre de ellas como si la cabeza fuera un balón el cual no pensaba soltar.

Mathilde, al sentir tal presión, aferró con fuerza las delgadas muñecas de la pelirroja, e intentó abrir sus brazos en sentido contrario para liberar sus sienes. Para su sorpresa, no pudo mover ni un centímetro. La fuerza que ella aplicaba tenía el doble para contrarrestar el intento de liberarse de aquellas dos pequeñas manos que la tenían aprisionada. Quiso gritar para pedir auxilio a alguna de sus amigas, para que le ayudasen tomándola de los cabellos y se los jalaran hasta arrancárselos si fuera

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necesario para que la soltara. No pudo, abrió su boca sin dejar escapara sonido alguno. Era, como si Selene le estuviera introduciendo algo en su cabeza. Era esa sensación de cuando se acostaba en su cama en el pabellón, a veces a solas y con los audífonos puestos para desconectarse del mundo escuchando en la radio su estación favorita que transmitía las canciones juveniles de moda. Pero sin placer. La presión de las palmas apretando era tal que sentía dolor en sus ojos, un dolor no físico, sino que venía de un lugar muy profundo.

Selene cerró sus ojos, sin saber cómo y por qué estaba haciendo tal acción. Era ella quien movía objetos con la mente o rompía los vidrios de las ventanas en el internado cuando algo o alguien la molestaba, y era ella quien atraía a los gatos por las noches, los cuales la buscaban mirando a través de las ventanas. Al principio era espontaneo, sin control. Ahora, tales habilidades las tenían nominadas, no del todo; lo de la larga fisura sobre el piso fue algo nuevo, algo peligroso, al igual que lo que estaba haciendo en ese momento. Nunca se le había ocurrido. Sin saber, estaba entrando en la mente de Mathilde y también no tenía ni idea hacia dónde la llevaría tal camino a punto de recorrer; era como entrar al sueño de otra persona, o soñar dentro de ella.

Selene y Mathilde vibraron juntas como si una energía prominente desde algún sitio inhóspito las recorriera sacudiéndolas en cuerpo y mente.

Todo lo que las rodeaba estaba paralizado, o parecía; las niñas no se movían, o apenas, en una secuencia lenta, tan lenta que daba la impresión de no parpadear.

La bruja sintió como esta energía recorría sus manos entrando a través del cráneo de Mathilde, quien inútilmente seguía forcejeando para soltarse. Cerró sus parpados y se dejó llevar por esa corriente eléctrica, placentera para ella, porque era como dejarse arrastrar por la corriente de un río, y de aguas tormentosas para Mathilde, quien recibía el caudal entrar en su mente inundándolo todo.

Parpadeo… Imagen… borrosa

Parpadeo… Imagen... apenas visible.

Imagen.

Habitación miserable. Paredes de ladrillo desprovistas de emplaste. Techo con vigas de madera y cubierta de lámina, se miraban los cables eléctricos y en medio un foco que colgaba como un condenado en la horca.

Una cama matrimonial con sábanas y almohadas sucias, impregnadas por los sudores de sexo mezclado con resacas añejas. En la esquina, una mesa de lámina, de las que proporcionaban las cervecerías a las fiestas por la venta de su producto en gran

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cantidad. Sentados, papá y mamá bebían de una botella; ambos sucios, desaliñados, con sus ropas de mendigos. Todo allí era suciedad. Junto a la botella, un plato plano, donde sobre su superficie descansaba una jeringa, la cual había sido usada hasta la saciedad, tanto que el filo de la aguja ya había perdido su aguda punta.

En la esquina contraria, sentada en el rincón y poniendo su atención a un monitor de una televisión apagada; imaginaba su programa favorito, porque le era prohibido tenerla encendida cuando ellos realizaban sus extraños rituales de drogadicción. La niña regordeta lo sabía, no la hacían tonta, iba en tercer año de primaria y todo eso lo había visto en la televisión, en pláticas en la escuela, incluso hasta en los celulares de algunos de sus compañeros más avispados.

¡Ora, pinche gordinflona fea, ven pa’ca! ordenó papá . Deja de estar viendo esa pantalla y acércate. Mathilde, temblando, se levantó y obedeció. Al estar cerca de papá, este estiró su mano tomándola de los cabellos y le sacudió la cabeza en varios jalones. Ella sintió cómo estos se tensaban tanto que creyó que iban a ser arrancados de su cráneo. Después de la zarandeada, el padre le dio un manotazo en la frente dejándosela roja.

¡Ora, gordinflona horrenda, váyase a la calle a pedir lana, que papi y mami necesitan mierda para alivianarse! ¡PERO DE YA!

Con lágrimas en los ojos, Mathilde salía de esa cueva de miserable desdicha.

Había vagado por las calles, sin tener sentido del tiempo, donde éste transcurría lento como en un mal sueño. Caminaba con la palma de la mano en petición de limosna donde algún que otro transeúnte le dejaba alguna moneda, y de vez en cuando un billete de baja denominación. Con los ojos secos de tanto llorar, llegó la noche sin darse cuenta. Al recordar la orden tajante de su progenitor, se dio la media vuelta enfilando para su casa, no sin antes palpar la bolsa de su pantalón para sentir el dinero recabado, intentando calcular la cantidad para tener la certeza de que papá y mamá iban a poder comprar lo que les proporcionaba felicidad.

Recorrió calles oscuras y lóbregas de barrios donde la pobreza transpiraba como un ser que se alimentaba de ella. Al final, al dar vuelta en una esquina, miró su casita, la cual estaba en medio de un lote baldío tapiado de llantas usadas, fierros viejos y basura que había llevado el viento. Afuera, frente a la casita, una camioneta enorme y negra estaba aparcada. Nunca la había visto. Iba a acelerar el paso, cuando un par de gritos la paralizaron al instante.

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Conque te quisiste pasarte de vivo, he, ahora sí, y te lo advertimos maldito drogo;

TE VA A CARGAR LA CHINGADA, junto con esta vieja mugrosa.

Una, dos, tres, cuatro poderosos balazos le cimbraron los tímpanos. Mathilde se llevó las manos a su boca para ahogar un grito de terror.

Dos hombres, de quienes sólo se dibujaba sus siluetas, salían de la casa fajándose sus pistolas a la vez que hacían comentarios groseros sobre lo que acaban de hacer. Rieron en complicidad como si se tratara de una travesura bien ejecutada. Y sin darse cuenta, de que una niña los miraba desde el otro lado de la calle, se subieron a la camioneta, salieron disparados, dejaron una estela de polvo.

Mathilde estaba paralizada, sin saber qué hacer, sin saber también por qué no la vieron. ¿Acaso fue invisible para ellos? ¿O quizá si existía el ángel de la guardia? Solo recuerda, que de repente comenzó a avanzar hacia su casa. Y, al entrar en ella, volvió a quedar paralizada por lo que vio. Vio y negó ver, y recordar. La única imagen que vino después a su mente fue que un par de policías la tomaron por los hombros sacándola de aquel sepulcro con delicadeza. Luces azules y rojas bailaban por todas partes, todo el barrio estaba allí en el patio rodeando su casa, queriendo ver, queriendo saber.

Había llorado tanto sin darse cuenta que sus lágrimas se vaciaron secándose para irse al cielo. Aun como eran, los quería. Ahora, qué iba a ser de ella.

Selene abrió sus palmas liberando las sienes de Mathilde, quien caía sobre ella desmayada. En el alboroto, las monjas se abrieron paso entre las jovencitas dando cinturonazos sin ton ni son. Dos de ellas tomaron a Mathilde por las axilas y la levantaron con dificultad para después recostarla boca arriba para reanimarla. Otra monja cogió a Selene de los cabellos, la arrastró y la levantó. Selene no hizo ningún intento de librarse de ella, lo merecía, lo sentía. Ya de pie, fue tomada por la oreja y así caminó junto con la monja rumbo con la madre superiora.

Cruzaron el patio, entraron al edificio. Conforme siguieron caminando por el solitario pasillo donde solamente se escuchaba el eco de sus pasos, Selene lloraba en silencio, creyendo la monja que era por el dolor que le causaba tenerle la oreja sujetada con la intención tal, sin saber que el daño venía desde dentro de su corazón. Selene entendió que nadie nacía malo, sino que eran las circunstancias, la familia, la tragedia o la mala fortuna las que obraban mal. La niña no había nacida mala, se hizo. Y quizá podría ser curada, algún día, con amor.

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Y, aun así, queriendo comprender, con el tiempo, ya siendo una adolescente, escapó del internado para explorar el mundo y buscar el origen del mal.

Tal recuerdo le vino como un relámpago que duró un par de segundos en el preciso instante que había entrado saltando por el balcón de aquella habitación del segundo piso en penumbras. Cuando el recuerdo finalizó como película, el anfitrión dijo la frase:

Hasta que te veo con mis propios ojos. Será un placer matarte.

Selene se deslizaba sobre el piso con la cabeza agachada e hincando lentamente la rodilla metiendo freno. Al detenerse. Los vellos de su cuerpo se erizaron al sentir aquella presencia “humana” que era en realidad era la carcasa vacía, el hombre calabaza, el secuestrador de Romina y de otros niños, el amo y verdugo de las víctimas de la villa, el mismísimo demonio de esa navidad de pesadilla.

Hasta que te veo con mis propios ojos. Será un placer matarte dijo una voz joven desde el fondo de la habitación, la cual, estaba iluminada por veladoras negras que formaban un círculo, donde dentro de éste, un muchacho delgado, de tez pálida y ataviado con un pijama de seda color negro, estaba sentado en posición de flor de loto.

Selene apretó sus puños asegurando el mango del hacha.

Comenzó a levantar su rostro para ver a la abominación en persona.

Y, para su sorpresa, no parecía un monstruo.

Interferencia.

Carcasa viviente, cosa abominable, oscuridad absoluta…

La señal que su mente había captado la noche de brujas tras el rapto de Romina, ahora era de una intensidad nunca antes sentida, y, si tuviera alguna descripción, imaginó que sería como estar cerca de una explosión nuclear de proporciones monstruosamente apocalípticas.

Lo que estaba frente a ella no era una carcasa.

Era simplemente un muchacho.

Un adolescente que cometía crímenes monstruosos a través de sus pavorosas creaciones.

Wow dijo el chico , veo que no puedes creerlo. ¿Cómo me imaginabas? ¿Con la piel roja, cuernos, los ojos amarillos y con una lengua larga y bifurcada?

El muchacho soltó una carcajada glacial.

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Selene comenzó a incorporarse, sin dejar de ver cada detalle del muchacho mientras sus vellos corporales seguían erizados, porque, aunque no tuviera tal descripción, era el mismísimo demonio en persona.

Su rostro era de facciones finas: barbilla triangular, nariz recta, labios delgados y ojos grandes, color avellana. Muy felinos; sí, tenía esa mirada de depredador. Cabello lacio, negro, estaba peinado de lado con un fleco que le cubría la frente al estilo de un Justin Bieber adolescente o como los chicos de esos grupos de pop coreanos. Rondaba los diecisiete años, como ella, a diferencia de su alma parecía ser milenaria y cruel.

Selene, de pie, seguía sosteniendo el mango del hacha a la altura de su cintura en posición horizontal, sin hacer ningún ápice de moverla, sin saber qué hacer; si convencer al chico de que se entregara a las autoridades, o tasajearle allí mismo en trozos para acabar con su maldad que emanaba desde su interior como los vapores furiosos de un volcán. Los segundos ni pensarlo, ella, castigaba, no mataba, aunque sentía el deseo por las atrocidades que él había cometido.

Desde que escapó del orfanatorio, había castigado a una docena de hombres de muy mala actitud. Después del incidente con Mathilde, aprendió que podía entrar en la mente de las personas y explorar sus recuerdos para saber por qué actuaban de tal manera ante la vida y los seres que las rodeaban. Con el tiempo, lo perfeccionó. Después, aprendió a entrar en sus mentes sin tocarlas, con sólo mirarlas directo para entrar por esas dos ventanas. Era divertido, saber sin que nada dijeran. Selene, después ideó una forma de castigar a los malos: provocándoles pesadillas. Cosa, que ahora pensaba sin hacerlo de nuevo o no como en la noche de principios de otoño; el chico de la tienda de conveniencia era un idiota, un patán en ciernes, pero un muchacho al fin y al cabo que podía tener redención. Se le había pasado la mano. Buscaría otra forma de castigar a Naguel, a él no lo asustaría con sus visiones tele proyectadas. Naguel.

El chico bonito que estaba sentado con las piernas cruzadas, el galán de secundaria y preparatoria por las que seguramente las niñas suspirarían y le dedicarían poemas, sueños románticos y hasta eróticos por las noches; él miraba con sus ojos penetrantes, avellanas, pero de hielo, un hielo de las profundidades del mismísimo abismo.

Ella seguía de pie.

Sin saber qué hacer.

El chico sonrió. Con una sonrisa que derretiría a cualquier chica. Incluso a Selene se le hizo bonita, hasta sensual.

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Creo que no escuchaste bien lo primero que dije pronunció en tono burlón . Solamente lo segundo.

El muchacho puso sus manos sobre sus rodillas. Miró levantando su rostro hacia el cielo raso e hizo un gesto de enfado, a la par que ponía sus ojos en blanco mientras dejaba escapar un suspiro. En cada movimiento que él hacía, Selene apretaba sus puños y movía apenas la hoja del hacha unos centímetros, a la vez que flexionaba un poco sus rodillas posicionado sus pies, lista para embestir o defenderse, dependiendo la situación repentina. Naguel sonrió de nuevo con su vista pegada al techo. Movió su mentón hacia abajo situando su cara frente a Selene y sus ojos avellana se fijaron en ella.

El varón se puso de pie con una veloz flexibilidad, manteniéndose dentro del círculo de velas que titilaban con un brillo antinatural.

Selene retrocedió un paso y levantó la hoja a la altura de su pecho en posición defensiva.

Era un chico de talla casi alta, más que ella obvio con su metro cincuenta y cinco, pero un gigante a comparación de ella.

Naguel, sin moverse, con los brazos a los costados, relajado, con la chaqueta abierta del pijama, mostraba un tórax marcado, donde las líneas de los músculos de los pectorales y el abdomen parecían cinceladas por un escultor del Renacimiento, dándole a ese cuerpo de adolescente una tonificación de atleta de alto rendimiento.

Naguel dijo con una voz que era la de un chico popular, triunfador, seguro de sí mismo, quien se dirigía una chica tímida que no sabía cómo proceder con su hacha en mano.

Primero enfoquémonos en lo segundo. En mi apariencia. ¿Creías que ibas a ver a una especie de cosa deforme? ¿Un Cuasimodo o algo parecido? Pues, ya ves que no. Ted Bundy y Jeffrey Dahmer eran guapos, ¿los conoces?

Selene entornó sus ojos, ese par de nombres no le decían nada. Naguel leyó su gesto, sonrió y prosiguió.

¿A caso no ves televisión, o navegas por internet, o no usas cable? Ellos son famosos, son mis ídolos. Ellos son unos super stars. Naguel hizo un gesto cómico, como cualquier adolescente que está ante una persona mayor tan cerca de ser un aborigen ajeno al mundo y la moda . ¡Vagabunda! ¿En qué universo estás? Ya sé, no me respondas, vives en callejones, casas abandonadas, toda mugrosa y acompañada por esa bola de peludos que en este momento están siendo convertidos en papilla por mis soldados.

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El muchacho comenzó a levantar su mano derecha estirando su brazo hacia ella, elevándolo lentamente. Ella se puso tensa, y apretó sus dedos aferrando el mango del hacha. Al tener él su mano a la altura de la fémina, mostró su palma y al instante una fuerza invisible arrebató el hacha de una Selene sorprendida, quien miraba sin poder creer cómo su arma era arrojada con violencia y ésta salía disparada por la ventana por donde ella había entrado.

No le era de extrañarse, él podía hacer golems y manipularlos desde la distancia utilizando el poder de su imaginación, como él mismo se hizo llamar: el imaginante. Lo que la desconcertó fue la sorprendente velocidad en que lo hizo: desarmándola en un parpadeo.

En el preciso instante que le fue quitada la herramienta de leñador, ella puso su pie derecho hacia atrás para apoyarse y sus brazos hacia enfrente con ambas palmas abiertas como antenas parabólicas apuntando hacia el poderoso muchacho. Era el momento de utilizar el poder oscuro. Naguel lo tenía, y lo usaba a la perfección, debía de contrarrestar el ataque. Pero antes de que Selene reuniera en minisegundos la energía para lanzar el golpe, Naguel hizo el mismo movimiento como si él fuera un espejo frente a ella.

Un poderoso golpe invisible, tal como si fuera un tren, impactó a Selene, quien fue levantada del suelo y arrojada hacia la pared de la habitación, la cual atravesó dejando un enorme hueco con pedazos de tabla roca, polvo, una línea de cableado y astillas puntiagudas. El aterrizaje fue brutal, cayó de espaldas y su cuerpo siguió deslizándose por el suelo hasta que su cabeza topó con la pared de la habitación contigua dándose un considerable golpe.

Ella meneo la cabeza, seguía sorprendida y ahora un poco asustada. Era la primera vez que enfrentaba a una fuerza al parecer superior a la de ella. Cuando estuvo en el internado siempre pensó que ella era la única en el mundo, pero al recorrerlo y vagabundear por él, su percepción cambio al conocer a diverso tipo de personas, buenas y malas; siempre tuvo la certeza de que otro raro como ella andaba por allí, quizá con un ejército de perros, o enclaustrado en una cabaña como ermitaño en un lugar inhóspito.

Nunca imaginó a un adolescente como ella; un chico al parecer gente bien.

Era lo que la estaba asustando realmente.

¿Por qué era así? No por lo poderoso, sino por lo malvado y cruel.

¿Por qué mataba y, en especial, por qué se ensañaba con los niños?

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Selene levantó su cabeza y miró hacia el agujero hecho por su cuerpo como proyectil. La habitación o cuarto donde ella había descendido, estaba a oscuras, y, desde su posición, podía ver el fulgor mortecino de las velas que proyectaba la silueta de una sombra que se acercaba al agujero, y al estar lo suficientemente cerca, esta le asestaba una patada que rompió totalmente la parte de abajo que quedaba como barrera, dejando espacio para que el muchacho pudiera pasar sin agacharse.

La lámpara que colgaba del techo comenzó a parpadear.

Después, la luz fue total.

Naguel abrió sus brazos como un Cristo Redentor al ser iluminado por la lámpara. Su acto teatral era: mírame, contémplame, aquí estoy.

Afuera, en la calle principal de la villa, las luces navideñas se activaron de nuevo parpadeando al compás de la música que salía de varias casas; en varias eran villancicos, en otra el cantante Luis Miguel cantaba llegó la Navidad, y en la siguiente casa de dos pisos, el grupo Pandora conformado por tres mujeres coreaban: «Pero mira como beben los peces en el río, pero miran como beben por ver a Dios nacido…vuelven y vuelven, y vuelven a beber…»

Afuera, sobre el porche de una casa con vistas de madera, una bocina escupía la canción de Bill Crosby and The Andrews Sister, ladraban Jingle Bells a todo volumen.

La música y sus cantantes se mezclaban en un coro enrevesado como si fueran dirigidos por un director de orquesta totalmente ebrio y drogado, quien movía su batuta intentando realizar la gran orquesta incognoscible, en tanto las luces seguían apagándose y encendiéndose al ritmo de la locura, entre veloz, lenta y después incontrolable con la intención de tal director de provocar un corto circuito.

En medio de tal escándalo, el ejército de gatos, amigos de Selene, seguían trepando sobre los golems; ya habían destruido a varios, en especial a los peluches, juguetes enormes que yacían con los vientres abiertos y con las bolitas de espuma de polietileno esparcidas, las cuales se mezclaban mimetizándose con la alfombra de nieve y los copos que comenzaban a caer con más volumen y fuerza.

Camila, la gata de angora, vigilaba sobre una cornisa con la pelvis reposando sobre ella, con la cola en alto moviéndola nerviosamente, y las patas delanteras rectas. Alzaba el pecho a la vez que movía su cabeza oteando la batalla que se libraba abajo, y la otra, donde su ama se había quedado frente a la cosa asesina.

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De repente, sus agudos sentidos felinos sintieron una fuerza en el ambiente mucho mayor a la que movía a los papás noeles repletos de ropa sucia y hombres de nieve creados con diferentes partes, algunos revestidos con la misma nieve de la calle, los cuales, poco a poco perdían ante los felinos; sus brazos, narices, ojos, entre otras piezas, las cuales les eran arrancadas una a una.

Aunque no todo era fácil como se miraba: las cosas atacaban con brutalidad. Camila miró cómo varios de sus camaradas cayeron atravesados por cuchillos. Otros fueron aplastados por palas y algunos con los cráneos reventados por caramelos que parecían hechos de hierro. Sobre la nieve, los manchones de piel peluda con sangre adornaban, enturbiando la blancura de una inmaculada naturaleza.

La fuerza aumentaba.

Y no era la de su ama.

Dejó de vigilar el zafarrancho de gatos y golems que luchaban a muerte como si fuera el choque de dos pandillas enemigas, como la de los humanos. Peleas campales donde en varias ocasiones observó junto a su ama, donde ambas, escondidas en la oscuridad, apostaban a cuál iban a ganar.

La fuerza hizo un estallido. Era la fuerza oscura como la nombraba su ama Selene, quien la recibía siendo lanzada con inmensa violencia. Camila sintió como era arrojada y cómo atravesaba una pared. No miraba, sin embargo, sus agudos oídos escuchaban todo al detalle y sabía qué era lo que sucedía.

Miró hacia la casa de dos pisos con techo de dos aguas. Del balcón por donde había entrado su ama, el hacha salía despedida dando giros como un reguilete. Ésta volaba horizontalmente y pasó por enfrente de ella. La hoja giraba a una velocidad imposible de ver su filo. El hacha descendió y reptó por la nieve girando a la vez que destrozaba las piernas y patas de algunos golems y gatos. Después, se detuvo.

En medio del campo de batalla, descansaba a la vista.

Y, sorprendentemente, la nieve que caía no la cubría.

El muchacho atravesó el hueco caminando lentamente, donde cada paso que daba, era calculado para darle suspenso a su acto. Se detuvo, a una distancia de un par de metros de su nueva víctima, colocando sus manos en sus caderas mientras movía su pie derecho impaciente, tecleando, como si estuviera escuchando y tratando de seguir el alboroto de la música que reventaba afuera.

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Ahora, voy a repetir lo primero dijo . Será un placer matarte con estas manos. Y esto me emociona, porque va a ser mi primera vez.

Selene frunció el entrecejo en cuanto escuchó tal revelación: el asesino proclamaba que era su primera vez. ¿Y todos los muertos que estaban en la villa?

YO, EL SEÑOR NAGUEL, el poderoso imaginante, voy a tomar tu vida para hacerme más poderoso dijo, en tanto las uñas de los dedos de sus manos se alargaban transformándose en garras felinas . ¿Creíste que eras la única en tu especie? Tú, también pelirroja eres una más, eres una imaginante. No eres una chica gato, simple y sencillamente lo imaginas y listo.

En cuanto terminó su mensaje, de las sienes de Naguel emergieron dos cuernos negros de medio palmo de largo y punta afilada. El iris de sus ojos se transmutó, de avellana a rojo carmesí intenso a la vez que se alargaron elípticamente.

Naguel sonrió despegando un poco sus labios para mostrar un par de colmillos felinos y dijo con una voz profunda.

Yo soy Satanás. Después, emitió su característica carcajada de muñeco averiado, la misma que había realizado en el rapo de Romina:

Jo, jo, jo, joooo. Selene, desde su posición, tirada y con la cabeza recostada sobre la pared le contradijo remarcando sus palabras en un tono pincelado con coraje.

Tú te llamas Brayan… ¡Brayan Martino Santos de Jesús!

El muchacho borró su sonrisa.

Brayan. Así como se escucha, se escribe en tu acta de nacimiento.

Selene se levantó apoyándose en su espalda alta e impulsándose con sus piernas dando un largo pateo. Al estar frente a él, lo tomó de las solapas de la chaqueta del pijama. Aprovechando su desconcierto, dio un par de pasos jalándolo con ella, repentinamente giró su cintura y lo aventó contra una puerta que estaba cerrada cerca de la esquina de la habitación. El cuerpo del muchacho la partió en dos y éste entró derribando la cortina de plástico, tubo, repisa y todo lo que sobre ella estaba.

Tú no eres Satanás. Lo imaginas.

La carcasa viviente, cosa oscura, vibración maligna, comenzaba a palpitar tremola por todas partes; era como la electricidad, invisible, pero que se sentía en el ambiente. Era tal su energía, que aumentaba. Al parecer, a Satanás nadie lo desafiaba, y menos le debían poner una mano encima.

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Selene entró al pequeño baño, tomó nuevamente de las solapas a Brayan, quien bufaba furioso como un toro, sacando humo por las narices, a diferencia de la bestia, era un humo del averno, o eso imaginaba, y lo reproducía en el mundo tridimensional. Y con una violencia, que ni la misma Selene comprendía, lo arrojó estrellando su frente contra el vidrio del lavamanos reduciéndolo a añicos. Del impacto, el poderoso Naguel retrocedió cayendo sentado sobre la taza del retrete. Y ahí, sobre el trono, recibió un súbito derechazo, y después un segundo, para seguir un tercero. La cabeza de él se ladeaba de un lado a otro por los impactos. Cuando la enderezó, Selene lo tomó del cuello con ambas manos.

Naguel se carcajeaba mentalmente.

Y Selene podía escucharlo.

«Así es que te metiste a mi mente, pelirroja gata.» Carcajada de loco , eres hábil, eres hábil, ahora sabes mi nombre.» Carcajada de loco violento «¡Aprieta duro, muy duro, entierra tus garras, córtame la yugular y desángrame! Carcajada de loco asesino «No tienes las agallas, mugrosa»

Del cuerpo de Naguel salía la energía palpitante desde su centro de masa; era una esfera oscura que creció en menos de un segundo para después estallar en diminutos fragmentos de luz violeta. Con dicha fuerza el cuerpo de Selene fue lanzado contra la pared, la cual fue derribada por completo levantando una densa nube de blanca de polvo de tiza de la tabla roca. Selene cayó de costado, con los brazos cruzados sobre su rostro, tratando de protegerse de los fragmentos de la esfera y de esa luz cegadora que le había picado las retinas como si fueran millares de diminutas agujas.

Naguel se levantó del retrete, empuñó sus manos e hizo la pose de doble bíceps al frente mientras lanzaba un grito de guerra, siendo éste, el aullido de un animal herido sediento de venganza y muerte. Entró por el enrome agujero, vio a Selene y dio salto felino alzando sus rodillas en el aire, así como las garras de sus manos, las cuales se abrieron como trampas mortales listas para desgarrar carne y huesos.

Ella rodó hacia un costado y levantándose justo en el momento que Naguel aterrizaba clavando sus diez garras sobre el piso de madera. Selene aprovechó, miró un perchero de sombreros y sacos, justo colocado a un lado de ella y casi recargado sobre un largo libero de piso a pared. Lo tomó, sacudiéndolo, arrojando lo que colgaba de él. Lo levantó sobre su cabeza como si se tratara de una gran espada y lo descargó con furia sobre la espalda de Naguel. El perchero reventó en decenas de partes, volando sus ganchos y brazos hacia todas direcciones.

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Camila percibió desde la cornisa cómo la energía comenzaba a disminuir conforme su ama y el monstruo luchaban. La frecuencia que llegaba desde el cerebro del asesino, se debilitaba, y no porque estuviese perdiendo sus propias fuerzas.

Abajo, sobre la calle, los golems atacaban con menor furia; sus golpes comenzaron a carecer de potencia mortal. Si uno de ellos atrapaba a alguno de los gatos que saltaban para desgarrar sus rostros, al instante aflojaba sus dedos soltándolo debido a que ya no podía ejercer esa presión brutal de la fuerza que los movía. Otros comenzaron a dar pasos en falso, tambaleándose.

El ejército embravecido aprovechó la oportunidad. El enemigo flaqueaba, estaba siendo despojado del poder que se desvanecía desde donde provenía. El diabólico titiritero estaba cortando los hilos con la tijera de su mente, desapareciéndolo, dejando de mover las articulaciones creadas por tubos de PVC, ropa prensada dentro de ropa grande creando botargas de personajes navideños necesitados de sangre, por el gusto propio por derramarla sin algún propósito aparente.

Un Rodolfo el reno levantaba con dificultad el atizador tomado de una chimenea, descargándolo con lentitud sobre la mancha de gatos que corría alrededor de sus pies; cuando la punta del atizador se enterró en la nieve sin herir a nada, los gatos treparon por el largo de su brazo, clavaron sus garras y desgarraron espalda, cuello y rostro. El ser animado solamente intentó manotear y se desplomó de costado siendo cubierto por completo por el manto peludo.

En una banca, al lado del porche de una casa de madera con una extraña mezcla de modernidad, estaba sentado el muñeco de un Grinch, quien curiosamente no participaba en la batalla, pero disfrutaba del espectáculo. Solamente miraba, o aparentaba que miraba. Llevaba en su mano tiesa, colocado perfectamente entre sus dedos, un cigarrillo encendido que levantaba lentamente hacia sus labios de plástico sellados, donde aparentaba darle una honda calada. Al retirar el cigarro, una fumarola de humo salió por un agujero que tenía en el ojo.

Uno de los Santa Claus que había combatido Selene en la habitación de la inocente niña muerta, bajaba por los escalones de un cobertizo, con dificultad, con el estómago abierto del cual le colgaban los intestinos hechos de calcetines sucios, bufandas largas como serpientes y pantimedias de todos colores. El Santa, con su cara de plástico y petrificada con una mueca marcada, avanzó, igual tambaleando como los otros seres,

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llevando consigo una motosierra que seguía encendida, la cual apenas sostenía. Se abrió paso entre los gatos que corrían hacia todas direcciones y entre sus otros colegas títeres del mal, quienes ya al parecer estaban siendo abandonas a su suerte por el cerebro maestro. Santa llegó a la mitad de la calle, en medio del estruendo de la música navideña; Luis Miguel seguía cantando, los peces seguían bebiendo en el río y Jingle Bells se repetía y repetía encerrada en un bucle infinito en el tiempo. En un último aliento de fuerza, alzó la motosierra por encima de su cabeza con ambas manos; la cadena giraba impulsada por la rabia del motor acelerado al máximo. Y, repentinamente, las fuerzas del ser desaparecieron convirtiéndolo en lo que realmente era: un muñeco hecho por la creatividad de un niño enfermo de maldad. La cadena descendió y cortó a Santa por la mitad, desparramando toda la ropa de la que estaba relleno.

Selene lo sentía; la oscuridad infinita, vibración poderosa, el mal, la presencia del mal, la carcasa viviente. La imaginación de Brayan, alias Naguel, flotaba fantasmagóricamente, y era visible, se podía palpar en cada rincón de la casa, de la calle, en el aire. La oscuridad abandonaba a los golems y regresaba a la fuente de origen.

En la calle, los golems se quedaron quietos, congelados. Volvieron a ser lo que eran; objetos sin vida. Unos quedaron tirados, otros de pie, algunos desmembrados. Los que permanecieron erguidos fueron derribamos por el ejército, para asegurarse de que no fueran a levantarse nuevamente, y de preferencia, jamás.

La música dejó de sonar. Silencio. Sólo las luces navideñas seguían ambientando con sus colores intermitentes a la tenebrosa noche.

Y Selene pudo verla.

El verde de sus ojos se intensificó y sus pupilas se alargaron, quedaron en una fina línea vertical con puntas elípticas. Apretó sus puños y se asomaron un poco el filo de sus garras. Los vellos de su espalda se erizaron. Su corazón comenzaba a latir con fuerza, provocándole una emoción de miedo y asombro a la vez que la mantenía en alerta máxima.

Después de haber sentido a la oscuridad con sus poderes agudos, y cómo esta se deslizaba por la calle abandonando el campo de batalla para reptar por la pared de la

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casa y escurrirse como una exhalación gélida por el balcón. Estaba lista para lo que viniera.

Giró su rostro hacia el enorme hueco para mirar más allá del baño, en la habitación donde seguía el círculo de velas, y vio cómo la luz mortecina alumbraba una neblina negra que se arrastraba serpenteando, escurriéndose, avanzando por el piso, reptando por el hueco de la pared del baño, atravesándolo y entrando a la biblioteca metiendo sus largos brazos amorfos y etéreos para comenzar a introducirse por todos los poros del cuerpo de Naguel, quien seguía hincado con las uñas clavadas en el piso y con la cabeza gacha recibiendo de regreso su propio poder que había repartido de forma remota para dar vida a sus creaciones.

Selene tocó, sin querer a aquella oscuridad, a la carcasa viviente; fue como tomar un cable de alta tensión y haber vivido para contarlo. Retrocedió y pegó su espalda sobre el librero alejándose del chico, quien era el receptor, el centro gravitacional, motor, eje, furia, ejecutor de la energía oscura que se incorporaba a su ser.

Naguel lanzó un rugido intenso y prolongado mientras la neblina lo penetraba. Su espalda se arqueaba. Sus cuernos de diablo crecieron un poco más, al igual que sus colmillos. Sus ojos rojos se incendiaron de odio. Sacó su lengua larga y bifurcada a la vez que terminaba el rugido con un potente resoplido de toro embravecido.

Selene quería ver hasta dónde llegaba ese poder. Si todo eso era producto de la imaginación, una imaginación pavorosa que era utilizada para asesinar; por lo tanto, aquel espectáculo ya le estaba provocando nervios de todo tipo. Ya sabía en verdad qué estaba sintiendo. Si quería describirlo en una sola palabra, lo aceptaba, era miedo.

«¿Y si en realidad el muchacho de nombre Brayan era una encarnación de Satanás?», pensó.

Y una frase llegaba a su mente.

«Soñar despierta usando la imaginación al límite; los poderes de la mente son insondables como el mismo cosmos, donde la negrura y la luz de las estrellas son el techo de una casa sin paredes… No hay distancias, todo es relativo, incluso la muerte…»

Era el párrafo de un libro que leyó alguna vez dentro de una casa abandonada. Un libro que fue tirado y desechado como basura por algún insensato. Hubo una vez, tiempo muy atrás, donde leyó en alguna parte: que quemar un libro era como quemar a un ser humano. Tan igual como abandonarlo, así como la abandonaron ella en el

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orfanatorio. Tal libro lo había hojeado, el cual también abandonó al percatarse que le faltaban paginas al final. Sólo recuerda esa frase que había tocado su corazón porque al leerla era como si el autor estuviera desnudando su alma con la magia de aquellas palabras. No recordaba al autor, pero sí esa frase, que estaba al principio del libro.

¡Al diablo el autor! ¿Quién era realmente Brayan? Eso era lo que realmente quería saber. Él se hacía llamar un imaginante, revelándole que ella también lo era. Ahora, estaba confundida, siempre había creído que era una especie de bruja como la señalaban las niñas de su antiguo hogar colectivo, o hechicera como la había maldecido un predicador en la calle; uno de esos locos que hablaban solos mientras caminaban sin rumbo fijo y con la mente poblada de visiones. Por lo tanto, ese muchacho perturbado no podría ser el diablo, o Satanás como él mismo gustaba proclamarse. Era un muchacho, cruel, perverso y asesino, y, sobre todo: poderoso.

Sentía miedo.

Mucho miedo. No se recuperaba de la sorpresa de verlo cuando entró por el balcón y apreciar su rostro de ángel. Recordó que cuando se estaba bañando en aquel baño público solitario, el agua fría reconfortaba a su mente enfriando la ira que la dominaba; su propósito era matarlo, acabar con la bestia, la carcasa viviente, oscuridad abominable; creyendo que era una especie de monstruo mitológico o infrahumano. Ahora, dudaba. ¿Cómo lo mataría? ¿Le clavaria sus garras en su garganta provocándole un largo corte de cuatro filas para desangrarlo ahogándolo con su propia sangre? ¿O utilizaría su poder oscuro dándole un golpe de poder tremendo que le devastaría todos los órganos? Recordó que Naguel también lo tenía, ya le había dado una muestra de tal. Un poder que aumentaba a su voluntad.

La neblina espectral seguía entrado al cuerpo de él.

¿Quién es en realidad?

¿Quién es él? ¿O qué es?

O más bien, ¿quién soy yo? ¿Qué soy yo?

¿Soy la maldición personificada debido a los pecados de mis padres? ¿Quiénes son mis padres, por qué me han abandonado? ¿Hacia dónde voy y cuál es mi propósito por este pasar de pesadumbre que me carcome el corazón? Tales preguntas que siempre giraban como huracán, regresaban cuando se sentía deprimida, solitaria, y ahora, que tenía miedo, no quería morir sin saber su origen.

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Naguel emitió el rugido de un león de dimensiones colosales. Arqueó su espalda como si se tratase de un puente a punto de colapsar. Sus garras se desencajaron del piso liberándose de su propia trampa. Se levantó teatralmente alzando sus brazos y abriendo sus dedos con sus garras listas para dar zarpazos mortales. Los ojos rojos estaban encendidos, ahora de cólera.

Selene seguía de espalda contra el librero, y, de reojo, miró los lomos de los libros; detectó uno, grueso, tan grueso como una biblia. Alcanzó a leer en el lomo: Stephen King - IT.

Naguel alzó su rostro hacia el cielo raso sin mirar nada en específico mientras seguía lanzando rugidos; su cuerpo temblaba, era como si la neblina estuviera acomodándose en su interior, reorganizando órganos, huesos y hasta su propia alma negra.

Selene imaginó que estaba a punto de transformarse en el algo mucho más pavoroso, era como ver el preludio de un hombre que miraba a la luna llena en una película de licántropos, tal y como la había visto hace mucho tiempo en el televisor de la sala del orfanatorio cuando la programación siguió de corrido, terminando el programa permitido para dar paso a una función de permanencia voluntaria.

Naguel bajó sus manos y sujetó las solapas del pijama. Abrió sus brazos de golpe hacia los lados destrozando la camisa, soltándola y ésta cayó suavemente rozando su cuerpo dejando su torso desnudo; el torso, cual David de Miguel Ángel, era exhibido quizá para un público imaginario que pudiera admirarlo antes de la pelea. Sin embargo, la palidez de la piel comenzó a oscurecerse debido a un vello negro que salía a la velocidad insólitamente mayor a un hombre que se rasuraba y en la tarde ya tenía crecida la barba. El pelo grueso creció cubriendo el torso y brazos. El rostro del muchacho se tornó gris oscuro, resaltando el rojo de sus iris y el odio de sus pupilas remarcado con una barba con mechones blancos que le llegaba hasta el pecho. Ya nada quedaba de aquel rostro jovial, bonito, de niño artista galán de cine.

De repente Selene sintió un latigazo en la cara.

Su cuerpo giró estrellando su rostro en el librero. Fue como recibir un cinturonazo, la piel le ardió en el acto, algo tan similar experimentado en el orfanatorio cuando las monjas castigaban con severidad.

Con rapidez, tomó el lomo del grueso libro y lo arrojó violentamente sobre la cara de aquel demonio. Miró como la portada que mostraba la cara de un payaso se partida en varias partes, junto con la contraportada, así como sus páginas, éstas estallaron volando cómo si se tratase de la explosión de un cohete. Naguel retrocedió, momento que ella

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aprovechó para abalanzarse sobre él dándole un empellón y a la vez lanzarle un marrazo de energía de la fuerza oscura.

Selene sintió que algo, una especie de serpiente se enroscaba en su tobillo, y junto con Naguel ambos rodaron por el piso. Ella gritó al sentir como la cosa que la tenía sujetada, apretaba con la fuerza de un boa constrictor, a la vez que sentía el aguijonazo de un gigantesco alacrán. ***

Romina despertó con un sobresalto. Su corazón latía furioso. Miró hacia la ventana de su habitación y pudo ver cómo la luz de la calle se filtraba por las delgadas cortinas de su ventana. Esperaba ver algo allí de pie por la parte de afuera, espiando con su rostro pegado al vidrio tratando de mirar hacia el interior. Nada.

Salió de la cama haciendo a un lado la gruesa colcha cubierta por un cobertor, aventando al suelo a su muñeca con la que dormía abrazada. Su muñeca tenía nombre: Selene.

Caminó de puntillas hacia la ventana y abrió un poco uno de sus pliegues dejando tan solo un resquicio para poder ver hacia el exterior. Penumbra y nieve, pequeños copos que pegaban en el vidrio donde se deslizaban con lentitud.

El hombre calabaza.

Tal imagen apareció en su mente provocándole un escalofrío. Algo le decía que su amiga estaba en grave peligro. Aunque ella lo había vencido, tenía el presentimiento que ahora era diferente. Pensó en Selene; le vino su imagen con cabellera roja y sus ojos de gato, vestida de negro y un poco sucia, desaliñada pero hermosa.

Era noche de paz, y había recibido muchos regalos, los cuales había abierto con inmensa emoción. Era la noche del niño Dios, porque hoy había nacido hace más de dos mil años en un pesebre en Belén. Y, por lo tanto, nada malo le tenía que suceder a ella.

Regreso y se detuvo frente a su cama. Levantó a su muñeca y la abrazó. Encendió la lamparita de noche que estaba sobre el buró. La débil luz de la lámpara alumbró un retrato arriba sobre la cabecera de la cama: donde dos hermanitos: una niña y un niño cruzaban un riachuelo sobre un pequeño puente de madera, mientras el ángel de la guarda cuidaba sus pasos.

Romina caminó hacia el somier y allí se hincó. Con su muñeca pegada su pecho, colocó sus codos sobre el colchón juntando las palmas de sus manos.

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Cerró sus ojos y comenzó una oración.

Selene dio un puñetazo en el rostro de Naguel, provocó que su cabeza chocara contra el piso. Y después otro en el esternón. Al alejarse un par de palmos de él, quien manoteaba el aire intentando clavarle sus garras con ferocidad, giró su cuerpo para rodar hacia un costado y alejarse un más. Quedó sentada y con ambas manos tomó lo que le aprisionaba su tobillo: era una larga cola carmesí, que estaba enroscada en dos lazadas, sujetándose por completo enterrando el final de su extremidad que era una especie de punta de flecha. Era la cola del diablo.

Desenterró tal punta a la vez que ella hundía sus garras en el primer lazo dando un corte veloz rasgando los otros dos. La cola se tensó y los lazos se aflojaron. La punta de la cola se alejó de Selene para después Naguel dar otro latigazo que cortó el aire debido a que ella rápidamente hizo a un lado su cara rodando de nuevo su cuerpo, para después levantarse dando un salto, quedando frente a él y mostrándole que ella también tenía garras mismas armas, sus largas uñas afiladas. Naguel vio el intenso color verde fosforescente de los ojos de ella. Emocionado, pasó su lengua humedeciendo su labio superior y también se irguió dando un salto.

La velocidad de él fue asombrosa, tal que Selene no vio venir cómo se lanzaba abrazándola y arrollándola, ambos derribaron otra pared de madera y tabla roca para caer al suelo de un pasillo amplio y largo.

Naguel se incorporó de inmediato latigueando su cola, golpeando las paredes con ella y rasgándolas con la punta dejando largos cortes, de los cuales polvo blanco y aserrín caían como neblina. Selene se levantó alejándose, dejando un amplio espacio entre ellos en ese pasillo que era alumbrado por focos puestos justo en los esquineros entre el piso y la pared por ambos lados, trazando un sendero del camino de las estrellas.

A distancia, casi de un extremo a otro, se miraron fijamente como pistoleros dispuestos a desenfundar en cualquier instante. Del hermoso joven de nombre Brayan ya no había nada; solo cuernos, colmillos y un pelaje negro, y esos perturbadores ojos rojos de felino. Naguel jadeaba, no cansado, sino excitado.

Pelirroja, prepárate para morir dijo con su voz jovial, para después dar paso a un tono profundo, grave, cavernoso . ¡Serás bienvenida en el infierno! ¡En mi infierno!

Selene se puso en guardia colocando su pie izquierdo hacia enfrente y el derecho hacia atrás en posición de apoyo. Con las palmas hacia enfrente, reunió como nunca lo había hecho al poder oscuro, a su poder, el que los ángeles le habían otorgado para protegerse de las hostilidades del mundo.

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Naguel la imitó.

Y ambos lanzaron el poder oscuro, ese viento furioso que todo lo barría y destruía.

A distancia, pulsaban; ella lanzaba, Naguel contenía para después contratacar empujándola, lentamente. Selene apretó los dientes y contrarrestó. La energía invisible se tensaba entre ambos como un puente recto sin torres y cables, donde la estructura vibraba con violencia resquebrajando el pavimento y el asfalto. Se movía hacia ella, después hacia Naguel, en un vaivén de poder supremo.

Las paredes de la casa comenzaron a tremolar; primero apenas perceptiblemente, después, comenzaron a estremecerse junto con el piso y el techo, a tal punto que parecía la sacudida de un terremoto. En el techo del pasillo, una larga fisura se dibujó abriéndose dejando caer pedazos de madera de los tijerales seguidos por una lluvia de polvo viejo color gris.

El puente invisible osciló de un lado a otro. Selene movía sus palmas apoyada con sus piernas, sacando fuerzas desde lo más recóndito de sus propias células. Naguel lanzó un largo grito gutural, abriendo sus fauces al máximo y sacando su larga lengua bifurcada, tensando con mayor potencia la energía que de él emanaba como si fuera el propulsor de un cohete espacial que huía de las cadenas de la gravedad de la tierra Selene comenzó a gritar también. Naguel a la par lanzaba un segundo rugido de guerra.

El vaivén de poder. Tensión al máximo. Agitación. Temblor, el puente invisible comenzaba a colapsar. La pulsación llegaba al límite, las venas de los músculos se asomaban por encima de la piel, tratando de reventarla para escapar disparadas como cuerdas de guitarras tensas apunto de tronar.

Una tremenda explosión invisible destrozó las paredes y parte del techo, el cual salió despedido como si fuera roca volcánica.

El cuerpo de Selene fue impulsado hacia atrás con los pies despegados del piso, recorriendo todo el pasillo en medio de aquella metralla de esquirlas hasta estamparse de espalda a la pared ubicada al final del pasillo, a la cual, curiosamente no atravesó. Para después caer de nalgas sobre el piso, para ladear su cuerpo y precipitarse por una larga y empinada escalera. Selene rodó golpeándose la cabeza, brazos, codos, piernas; escalón por escalón hasta dar giros completos, destrozando en su caída a tanto balaustre de madera que tocaban algunos de sus miembros.

Selene llegó al pie de la escalera, al primer piso, deslizándose a varios metros quedó tendida boca arriba con los brazos abiertos.

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Pelirroja mugrosa dijo Naguel con su tremebunda voz . Chica gata, imagínate, sin saberlo, ha llegado tu hora.

La infernal figura se detuvo antes de bajar los escalones. Colocó sus dedos de la mano derecha sobre el pasamano y dio un par de golpes con sus garras en señal de ansiedad.

Estoy pensando en cómo matarte. Hizo una breve pausa, simulando suspenso . Por ser mi primera vez. Digo, la primera vez que yo mismo lo haga, y no con mis golems.

Comenzó a descender. Lentamente. Enterró la punta de sus garras en la superficie del pasamano y conforme bajaba los escalones, rasgaba emitiendo un lastimero chirrido.

Selene levantó su torso, quedó sentada. Sacudió su cabeza. Naguel proseguía.

Tiene que ser algo genial. ¿Qué herramienta te gusta? ¿Un cuchillo? ¿Un taladro? ¿Machete? Me di cuenta que ninguno de mis golems te atacó con un machete, malditos riquillos, parece que no les gustan. ¿O qué tal una motosierra?

Selene abrió sus intensos ojos verdes.

Naguel ya la había sujetado por el cuello y la levantaba en vilo. Selene aferró ambas manos en las muñecas de él, apretando, intentando liberarse de aquellos dedos de acero. Las puntas de las garras de Naguel se hundieron en la piel blanca. Selene emitió un gritó ahogado. No quería demostrarle dolor. Eso jamás.

Naguel recibió una patada en la boca del estómago y otra en la entrepierna. La segunda hizo que aflojara la presión de sus dedos, momento que Selene aprovechó para liberarse, caer de pie sobre el suelo, retroceder, tomar por el respaldo una silla vintage de madera fina y estrellársela a Naguel en el rostro haciendo volar patas y asiento.

Selene, todavía aturdida por el poderoso pulso en el cual fue vencida en la planta alta, caminó tambaleándose hacia la cocina, donde debería estar la cocina. Allí abajo todo estaba oscuro, cosa que no era impedimento, su visión monocromática le mostraba todo, y, en especial, a los muertos allí abajo.

El comedor estaba vacío, sólo una mesa circular para seis personas. Los platos estaban sucios, con pequeñas porciones de pavo, sopa seca y alguna mancha de frijoles rancheros. Al otro extremo del comedor, en un área a desnivel, el sofá en forma de «L» y dos sillones estaban ocupados por los integrantes de la familia y algunos amigos, al parecer. Todos muertos; degollados, sentados y recargados en los respaldos sentados uno al lado de otro, con los ojos y las bocas abiertas. Tal parecía que el ataque fue

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repentino, en pleno momento de algarabía, de brindis, de buenos deseos. Había copas de cristal, algunas rotas en el suelo, vino desparramado junto con dulces y refresco de cola. En realidad, no quería verlos. No quería apreciar a cada uno; ver si había niños, eso la distraería. Le lastimaría el alma. Su enemigo estaba encima de ella, no había tiempo.

Y estaba con ella, frente a ella. Selene aspiró su gélido aliento de muerte.

***

Romina rezaba, con voz tranquila, aunque su corazón latiera de miedo.

Ángel de la Guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, Porque sin ti, yo me perdería ***

Camila había bajado por la pared, para después dirigirse hacia el centro de la calle, en el momento de la explosión en la segunda planta. Vio como parte del techo salía despedida lanzando decenas de fragmentos de madera y teja, pedazos que cayeron golpeando a varios de los miembros del ejército, quienes corrieron dispersándose huyendo de los proyectiles.

Después, cuando los demás gatos miraron a su líder, quieta, sentada, con las patas delanteras rectas manteniendo el pecho y cabeza en alto, meneando la cola de forma nerviosa y mirando fijamente la casa donde se libraba la batalla, se unieron a ella; colocándose a sus costados, imitando su misma pose, hasta formar una larga línea. No obstante, como eran muchos, se formó una segunda y después una tercera línea.

La nieve había dejada de caer. Y arriba, en el cielo, tupido de nubes de frío, parecía que un hueco se estaba abriendo.

El ejército, con sus ojos vidriosos, quietos e inquietos, no perdía ningún detalle de los movimientos violentos que se suscitaban dentro de la casa.

Selene llegó hasta la cocina, y en medio de la oscuridad, abrió un par de cajones arrojándolos al suelo esparciendo su contenido. Una larga hoja metálica brilló con la poca luz que se filtraba del exterior. Era un largo cuchillo. Lo tomó y se giró dándole a

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Naguel un largo tajo en diagonal en el tórax. En el corte sólo enterró la punta, siendo lo suficiente para arrancarle a su adversario un alarido de sorpresa y dolor.

Naguel se hizo a un lado, evitando una segunda herida y asestó con rapidez un arañazo que surcó el rostro de Selene, quien también dio un chillido de dolor al ver cómo dos de las garras pasaron cerca de sus ojos.

Camila y el ejército escucharon atentos como los movimientos de combate eran rápidos y certeros. Después, silencio. Una quietud de panteón se expandió por toda la Villa, por tan solo unos segundos.

Las ventanas de la planta baja reventaron y salieron disparados: vidrios, marcos, cortinas. Algunos pedazos de muebles fueron expulsados hacia la calle debido a una explosión de energía inmaterial; era la fuerza oscura, y no la de su ama. La puerta se reventó por la mitad escupiendo brutalmente a Selene, quien, inerte su cuerpo daba un largo arco surcando el aire helado, volando hasta caer casi a los pies de la primera hilera de gatos; quienes, se quedaron quietos. Atónitos.

Camila miró a su ama, tirada boca arriba, con el cuerpo flojo y la boca abierta. Sus ojos estaban cerrados y rostro mostraba un rictus de derrota. Estaba débil, demasiado; el combate con los golems había sido desgastante junto con los golpes y heridas recibidas. Quiso acercarse y emitir una orden para atacar al monstruo. No obstante, una débil señal llegó a ella; Selene le ordenaba que se quedaran quietos. Que no intervinieran. Era un duelo entre dos. Y también no quería que fueran masacrados.

Camila estaba asustada. Su ama, apenas emitía energía, sus latidos eran débiles y sus fuerzas parecían que se escurrían de sus poros para fusionarse con la nieve.

El ejército puso atención a la silueta que salía por la entrada de la casa. El demonio de cuerpo cubierto con pelaje negro, pantalón negro de pijama, cuernos y ojos rojos. Abría la su boca mostrando sus colmillos felinos, por donde pasaba su lengua, saboreaba su inminente victoria.

Naguel, de porte gallardo, caminaba elegante hacia su adversaria. Los gatos se inquietaron y algunos temblaron de miedo al darse cuenta que él era la cosa que movía a las creaturas. Ellas habían regresado a él. Ahora, todo ese poder estaba concentrado en ese ser demoniaco con aspecto de…

El espeso y largo vello negro se encogía con celeridad, regresaba al interior de los poros, desapareció para dar paso a esa tez pálida. Igual el rostro había dejado de ser oscuro. Los cuernos se encogieron de sus sienes, esfumándose. Apareciendo el

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abundante cabello del chico, peinado de lado con su fleco de moda. Solo quedaron sus ojos rojos con sus pupilas elípticas y los colmillos. Sólo la cola demoniaca seguía agitándose inquieta, ondeando, golpeando suavemente los copos.

El muchacho se detuvo a los pies de Selene. Cruzó sus brazos a la altura de su pecho. Y la observó con desprecio mientras esbozaba en su rostro una sonrisa torcida.

Esos terribles ojos rojos hicieron contacto visual con Camila. Después de que acabe con ella dijo, sentenciando , seguirán ustedes. Bola de pelos. Los desollaré vivos, y me los comeré lentamente.

Camila mostró sus colmillos y erizó los pelos de su lomo. Los demás gatos la imitaron, estaban dispuestos, a pelear y morir, como el ejército de Selene que eran.

De pronto, algo hizo que todo el ejército se quedara paralizado.

Algo había surgido de los omoplatos del muchacho. Al parecer, dos sombras negras emergieron en un santiamén. Y ambas sombras se desplegaron con majestuosidad.

Eran unas enormes alas de murciélago. ***

Romina rezaba, mientras, el miedo que sentía iba disminuyendo conforme sus palabras avanzaban con la inspiración de su corazón. Al igual, su mente se elevaba. No sabía que era lo que en realidad experimentaba. Pero algo salía de ella. No obstante, no había tiempo de poner atención o de tratar de averiguar aquella sensación, que era maravillosa.

Selene peligraba. El presentimiento era poderoso, y tan real.

«Ángel de mi Guarda, mi dulce compañía, ve hacia dónde está mi amiga, que aquí yo estoy bien. Ve y cuídala de todo mal. Cúbrela con la protección de tus alitas.» ***

Selene sintió cómo las poderosas manos de Naguel la tomaban por las axilas y la alzaban despegándola de la nieve cual muñeca de trapo despojada de peso. También, cómo sus pies se elevaban del suelo como si estuviera ascendiendo hacia los cielos.

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Meneó la cabeza entreabriendo sus ojos. Seguía aturdida, adolorida. Intentó mover su hombro, sin embargo, fue inútil debido a que la mano de Naguel ejerció presión en el acto. Quiso mover sus manos. Sin embargo, sus dedos estaban tiesos, y su cuerpo entero casi inerte. Lo sentía, pero sin poder moverlo a voluntad. El poder oscuro de Naguel fue tan potente que la disminuyó como si le hubieran dado un knock out contundente.

Mientras, sentía que volaba, junto con Naguel.

Abrió sus ojos por completo y miró cómo esa cara de angelito la miraba con una sonrisa de niño diabólico que tramaba una perversa travesura.

Pelirroja gata, exmugrosa le dijo . Creo, que tú no puedes hacer esto. ¿O sí?

Naguel volteó a Selene pegando su espalda contra su pecho para que ella pudiera tener una visión amplia del panorama.

Selene alzó sus cejas abriendo sus ojos por completo con una mezcla de consternación y asombro. Era como estar parados en un elevador moderno con piso y paredes de cristal, que se elevaba: Podía ver el manto de nieve que cubría las calles y techos de la Villa, al ejército en posición formando tres hileras, y a las luces aledañas de las otras colonias circunvecinas.

Ascendían, metro tras metro. Allá abajo, los gatos comenzaron a convertirse en puntos negros sobre la nieve, y las luces en estrellas lejanas. Después, todo el manto de la ciudad se apreciaba tal constelación como si fuera una galaxia, que igual, se hacía diminuta hasta formar un manchón de lucecitas.

Atravesaron las nubes para seguir al ascenso al infierno celestial.

La voz jovial de Brayan dijo:

Tengo planeado descuartizarte, tal y como lo hicieron mis héroes: los asesinos seriales. Pero, quería demostrarte esto, para que te enteraras antes de morir, todo lo que hubieras podido hacer con el poder de tu imaginación. Pero no, ya no podrás hacerlo. Primero quiero que veas algo y después…

Soltó una risita malévola.

Veremos si puedes volar como pajarillo, o quedar suspendida en el aire. Creo que no. Tú puedes saltar y caer sin provocarte daño alguno. Lo has notado siempre, y en especial esta noche. Cualquier humano normal, ya tuviera los huesos rotos con los ataques que ambos hemos recibido.

Una voz dulce de niña llegaba como bálsamo al oído de Selene, eran como las suaves notas del tañer de una campanita de fino cristal; suave como la pluma, pero con la esencia y filo de una espada de acero:

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Ángel de mi guarda, cubre con tus alitas a mi amiguita, protégela del hombre calabaza, y guía su camino como a los hermanitos de la pintura.

Veras, pelirroja, gata, bruja proseguía Naguel en su soliloquio . Allá abajo, y lo tengo bien calculado. Si no flotas, te estrellaras contra una de las casas de la Villa.

Una muy especial. Casi todas tienen techo de madera, pero una es de concreto. Si no flotas, te vas a dar un porrazo, tan brutal que ya no podrás recomponer tu cuerpo. Necesitarías un par de días. Cosa que no tendrás. En cambio, te voy a llevar a un sótano, donde tengo muuuchos juguetes que voy usar.

«Amiguita y salvadora Selene, brujita buena, Mi Ángel de la Guarda y todos los demás angelitos, junto con Diosito, están contigo.»

Naguel volteo de nuevo a Selene para que ella pudiera mirarlo de frente, y pudiera contemplar su majestuosidad demoniaca.

¡Soy el gran Naguel! decretó a los cuatro puntos cardinales con una fuerza que resonó a decenas de kilómetros a la redonda.

Selene miró que él se había colocado de espaldas a la luna llena, donde su circunferencia lo enmarcaba perfectamente. Y, en ese preciso momento, desplegó sus enormes alas de murciélago dejándolas estáticas y abiertas como si fuera el escudo satánico de un águila imperial.

Selene pudo mover su mano. Sus fuerzas regresaban, recargadas por la energía espiritual de aquella voz infantil que llegaba al centro de su cerebro. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Revivía, regresaba.

Amén…

Romina soltó a su muñeca y se desmayó cayendo al pie de la cama.

¿Qué fue esa voz? dijo desconcertado Naguel, con su voz juvenil de Brayan, la real.

Selene aprovechó el titubeo. Como rayo, alzó sus brazos y tomó a Naguel por el cuello para después trepar un poco más para quedar a horcajadas sobre su vientre y amarrarse a su cuerpo cruzando sus piernas detrás de la espalda baja de él, apretándolas, haciendo un candado, tal, imposible de abrir.

Las alas de murciélago comenzaron a batir frenéticas y la cola a latiguear cortando el aire con su punta.

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Antes de que pudiera tomarlas por los antebrazos, las manos de ella se dirigieron como tenazas hacia la altura de su rostro, abriendo sus palmas, y a una velocidad sorpresiva, aprisionó sus sienes apretándolas con tal fuerza que Naguel sentía como su calavera estuviera siendo presionada por dos pistones que se accionaban en ambos sentidos.

La cola dio un par de latigazos hacia el cuerpo se Selene, errando dos golpes, y asestando uno en la espalda de ella, abriendo la tela de su blusa y dejándole una larga herida. Al contrario, en vez de soltar sus manos, ella ejerció aún más presión.

Naguel batía enloquecidamente sus alas mientras sacudía su cuerpo con una vehemencia desesperada para quitarse el cuerpo de ella, y, sobre todo, sus manos, que ardían como brazas, de las cuales, le introducían una extraña energía que entraba quemándolo a la vez que invadía el interior de su cabeza, recorriendo sus laberintos y circuitos destrozando candados y abría cajones que contenían el material clasificado, tanto el que ocultaba, como el que quería en el fondo de su alma que quedara en el olvido.

En el momento que Selene entraba a esos lugares oscuros, los dedos de Naguel se aflojaron y soltaron los antebrazos de la adolescente. Las alas dejaron de batir, hasta quedar inmovibles como si fueran dos piezas enormes de taxidermia pegadas en los omoplatos del muchacho. Los brazos cayeron por los costados, y la cola dejó de atacar, quedó totalmente flácida y recta hacia abajo.

Arriba, la luna llena los miraba, y al parecer, se despedía de ellos. Comenzaba el descenso.

Hola, Selene, mi nombre es Brayan Martino Santos de Jesús, se presentaba un niño de siete años, vestido con uniforme de colegio privado y de pie en medio de la oscuridad, donde él brillaba como faro en medio de ese mar de tinieblas.

»Qué bueno que vienes a visitarme, en este lugar, donde me escondo. Me escondo de mi padrastro, ya que él me hace cosas que a mí no me gustan. ¡Díselo a tu mamá! ¡Claro que nooo, lo tengo prohibido, él dice que, si le digo, nos va a matar a ambos! Y lo que él me hace, también dice que se lo va hacer a mi mamá y peor… tengo miedo, Selene, mucho miedo, protégeme, plis. Mira, que le he rezado tanto a mi Ángel de la guarda, y éste… nunca ha venido.

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Los cuerpos de ambos se inclinaron, hasta quedar cabeza abajo cortando el aire como un avión sin motores que se dirigía vertiginosamente hacia un inminente destino fatal.

Oscuridad.

Una voz llena de testosterona. Lasciva y cruel.

Hola, Brayan, ya está aquí papi para darte caramelo en la boquita. Oscuridad. Jadeo, lagrimas, impotencia, pánico. Dolor. Terror.

La caída aumentaba su velocidad, mayday, mayday, próximo desastre mortal.

Otra imagen. Otro tiempo después.

Brayan Martino Santos de Jesús, era el comienzo de su adolescencia, y estaba acurrucado en una esquina de la escuela secundaria técnica, escondido de sus acosadores en un lugar apartado y oculto, atrás de los talleres, pegado a la barda y a la arboleda que cubría unos cuartos de lámina que eran las bodegas para los cachivaches y herramientas. Un día, la pandilla lo encontró, y, aprovechando el momento y el lugar, le propinaron una paliza mientras le cantaban a coro: «Maricón, maricón, raro, raro…»

Lagrimas que descendían, lágrimas de dolor, impotencia, lágrimas de odio, lágrimas de venganza.

Iban en picada, la velocidad aumentaba abriendo un túnel en el aire, el avión caía sin paracaídas para aterrizar sin alas y sin tren de aterrizaje directo a boca de la muerte.

El cuerpo de Naguel emitió un estertor, leve, y después violento; Selene seguía aferrada a él, con sus piernas en candado y sus palmas pegadas; viviendo a través de él, recibiendo un enorme miembro fálico que le destrozaba su recto en medio de las tinieblas. Sentía sus lágrimas escurrir por sus mejillas, moría en el llanto del silencio dentro de la tumba de su secreto. Vivía el miedo de ser adolescente, de no pertenecer, de ser excluido, rechazado, perseguido y violentado.

En una noche, frente al televisor, un programa de asesinos seriales despertó a la bestia que germinaba en su interior. La imaginación se disparaba al tope al ver las imágenes de asesinato, de poder y locura. Es noche, al irse a la cama, las pesadillas se convirtieron en dulces sueños.

El cuadro de la ciudad aumentaba, recibiéndola dentro de su centro. Seguían cayendo, mientras ambos seguían fusionados viviendo la misma tragedia que se repetía desde un pasado que negaba a borrarse.

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Y el poder oscuro se formó dentro de él y comenzó a dominarlo, para después él tomar las riendas experimentando en ese sótano, moviendo objetos de un lugar a otro; accionando interruptores, cortando energía, volviendo locos a los vecinos. Una noche, mami salió de fiesta, y esa noche padrastro bajó al sótano… el muy estúpido había mordido el anzuelo. Brayan estaba en su habitación, sentado sobre la cama en posición de flor de loto y con los ojos cerrados y con su mente desdoblada. El padrastro solo encontró en el sótano un muñeco de tamaño natural hecho con ropa del mismo Brayan, sentado, despatarrado en una esquina en el suelo, quien portaba una máscara de hockey. Lo que perturbó a su padrastro fue que el muñeco llevaba un machete en la mano. Y lo que lo aterró, fue que éste, repentinamente se había puesto de pie con la herramienta de corte en alto.

Cuando llegó mami, su destino fue el mismo.

La ciudad crecía, y las luces aumentaban. En especial la villa. ¡Mayday, mayday!

El ejército tenía sus rostros felinos vueltos al cielo, y miraban consternados como su ama Selene se dirigía hacia ellos cayendo abrazada con el monstruo asesino. El desastre llegaría a tan sólo un par de segundos. Y el final.

Camila bajó la cabeza y cerró los ojos con resignación. Fue hermoso mientras duró.

El crimen había sido resuelto: un ladrón había entrado a la casa, y ocultado dentro del sótano, el cual, al ser sorprendido mató al dueño para después seguir eligiendo las cosas de valor. Al regresar la esposa, fue victimada también. El muchacho, milagrosamente se había encerrado en su habitación y después avisó a la policía. Fue investigado como presunto sospechoso, pero las pruebas periciales nunca lo incriminaron. Como era menor de edad, quedó bajo la custodia de una tía que se hizo cargo de él, yéndose a vivir a la misma casa.

Brayan Martino Santos de Jesús, al darse cuenta de su poder, y de que no dejaba ninguna evidencia como sus héroes , siguió perfeccionado su técnica. Primero se puso el nombre de Naguel, porque le había gustado y segundo, decidió eliminar a todos los niños felices; si él no lo era, otros tampoco. Así también mataba a uno que otro

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pervertido que representaba a la encarnación de su padre, y además a una que otra pervertida que era la misma presencia de su mami alcahueta. Los odiaba a todos. Y en especial, a la pandilla de la secundaria, a la cual, asesinó uno a uno utilizando a sus creaturas hechas de ropa vieja. Había disfrutado mucho de sus chillidos de terror y dolor desde la comodidad de su habitación, a distancia. Era como jugar un videojuego.

El impacto fue brutal.

Segundos antes, Selene abrió los ojos. Soltó sus palmas y colocó a Naguel de espaldas contra el techo de concreto que los esperaba con ansia asesina.

El mundo se cimbró tal y como si hubiera sido impactado por una gigantesca bala de cañón. Eran los huesos que reventaron dislocándose y fisurándose en el momento de la coalición. Selene, al estar encima de él, recibió en menor medida la brutalidad del encontronazo.

Y, abrazados, ambos rodaron por la pendiente del parte aguas de ese techo diseñado por un arquitecto y un ingeniero para ser a prueba de misiles. Era como si fueran expulsados por la fuerza centrífuga de un tobogán, tanto Selene y Naguel se deslizaron salvajemente por la orilla para ser lanzados a la calle, donde, estrellándose contra la nieve, rodaron un par de metros hasta quedar tirados como fardos en medio de esta.

Camila abrió los ojos, rompió filas y corrió hasta su ama. El ejército hizo lo mismo y la siguieron. Y, al llegar, formaron un gran círculo alrededor de los dos cuerpos maltrechos.

Ambos estaban boca arriba, con los ojos cerrados, al parecer, dormían con placidez, perdidos en el mundo de los sueños, y curiosamente, agarrados de la mano como si estuvieran emprendiendo un largo viaje.

La nieve había dejado de caer, y el cielo comenzaba a despejarse. Entre las nubes de frio, comenzaba a asomarse esplendorosa la gran luna llena que comenzaba a bañar a la nieve con su luz de plata.

Camila acercó la punta de su nariz, tímidamente, al rostro de su ama. Olisqueo, y olio su apenas perceptible respiración. Con su áspera lengua, comenzó a lamer las lágrimas congeladas que estaban pegadas en sus mejillas.

Los parpados de Selene se movieron.

La mano de ella apretó la de Brayan Martino Santos de Jesús, para transmitirle su calor, un calor de compresión, de bondad, a ese chico que no había nacido malo.

Transcurrió una hora, y la luna se movía en el firmamento rumbo al poniente.

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Camila seguía lamiendo las mejillas de su ama, después, prosiguió con la mano que estaba libre. No se animó con la otra, debido a que ésta tenía tomada la mano del monstruo.

Un minúsculo movimiento. Era Selene.

Camila dio un brinco y cayó encima del pecho de ella. La miró, atenta, y vio cómo sus parpados temblaban. La mano libre abrió sus dedos, y la otra soltó aquella que pertenecía a la abominación. La nariz de ella aspiró hondo, tan hondo, que reclamaba ese soplo de la vida. Después, abrió su boca para dejar escapar una larga exhalación acompañada de un gemido cargado con la toda la tristeza del mundo.

De súbito, levantó la parte superior de su cuerpo y quedó sentada.

Camila se enroscó en su regazo, moviendo la cola de alegría.

Selene miró a su alrededor. El ejército la observaba, atónito. La nieve ya no caía, y al poniente la luna parecía saludarle en un espacio despejado de nubes. Sin embargo, sabían quién estaba a su lado. Brayan había recibo el impacto de lleno, por lo tanto, probablemente estaba muerto. Sintió un fuerte dolor en su pecho, no un dolor físico, sino del alma. Comenzó a incorporarse con dificultad. Sus huesos se acomodaban lentamente, y sus heridas sanaban con la misma parsimonia ceremoniosa.

Al estar de pie, el ejército abrió más el cirulo. Y, al hacer aquello, un grupo de gatos dejaron al descubierto el hacha que le había sido arrancada al principio de la lucha. Extrañamente, no estaba cubierta de nieve. Era como si ésta fuera un estuche, y el hacha seguía allí, aguardando.

Selene hizo contacto visual con Camila, y con la mirada le comunicó que toda había terminado. Pero algo cambio, algo comenzaba a revivir. Selene miró ahora a su adversario.

Las uñas de las manos de Naguel crecieron, formando nuevamente sus garras. Abrió sus ojos de golpe. El rojo era débil, pero profundo, y sus pupilas circulares, negras y amplias como si estuviera drogado. De repente, ladeo su cuerpo, quedó su hombro izquierdo enterrado en la nieve, y comenzó a levantar su mano derecha hacia Selene quien retrocedió, sin dejar de verlo, aproximándose al hacha.

Naguel, con esfuerzo, como si le doliera cualquier movimiento, esbozó una larga sonrisa permeada de maldad.

Selene dijo una voz de niño detrás de ella.

Ella giró en redondo. Al ver a quien le había hablado, quedó paralizada. Atrás, Naguel trataba de levantarse, reuniendo poco a poco sus fuerzas mermadas. Frente a

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ella, el niño Brayan Martino Santos de Jesús, enfundado en su uniforme de colegio escolar, se agachaba y tomaba el mango del hacha. Al levantarla, Selene quiso ponerse en guardia, pero no pudo hacer tal movimiento, el dolor era insoportable.

El niño sólo mantuvo el hacha en forma horizontal, a la altura de su pecho y con el filo hacia ella. Estaba quieto. No iba a atacarla. En realidad, se la estaba ofreciendo.

¡Mátame! ordenó el niño con un tono triste, pero decidido. Selene negó con la cabeza tres veces. El cuello le dolió.

¡Mátame! No haría tal cosa gritó Selene, y miró a Naguel, era Naguel, no Brayan. Brayan era el niño, y Naguel la parte que había mutado a monstruo sin corazón.

Naguel marcó más su sonrisa, victorioso.

El niño prosiguió desesperado.

Así lo internes en un manicomio o lo encierres en una prisión y lo tengas en lo profundo de un calabozo… Él seguirá matando, lo hará, y será por siempre mientras respire. No necesita ir al lugar donde va a cometer el crimen… Tú lo sabes, Selene… piensa en Romina, quien es su siguiente objetivo en cuanto se recupere, después, acabará contigo.

Brayan niño estiró sus brazos. Dio un par de pasos para quedar casi frente a ella.

Selene miró el filo de la curvatura de la hoja.

Romina dijo Naguel en un grave murmullo . Quien rezaba era ella… maldita…

¿Quién soy yo? ¿Quién soy realmente, o qué soy? Dentro de un poco, una homicida. No…

Naguel se carcajeo, sus fuerzas regresaban; estaba con las rodillas encajadas en la nieve y las palmas de sus manos también, formando una posición felina. El rojo de sus ojos se intensificaba y sus pupilas comenzaron a alargarse. Estiró su cuello levantando su rostro como si fuera un lobo a punto de lanzar un aullido a la luna.

Selene tomó el mango largo del hacha. Giró su cintura dando la media vuelta alzándola y dejando caer el filo de la hoja a la par que cerraba sus ojos.

Naguel sonrió, y también los cerró.

La hoja cortó limpiamente el cuello y la cabeza salió tronchada rodando, dejando tras de sí un chorro de sangre que escapaba a presión.

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El resto del cuerpo de Naguel tremoló. Sus brazos se aflojaron para quedar tendido sobre la nieve en medio de estertores. Después, quedó quieto.

Selene soltó el hacha y caminó sin poder creerlo debido al shock al que había entrado, acercándose hacia la cabeza del chico. Al estar de pie frente a ella, giró su cara para ver al niño Brayan. Este le decía adiós agitando su mano, con una sonrisa mientras se desvanecía. Era la sonrisa de un niño que era amado. Y desapareció, no sin antes decir al final un apenas audible: Gracias.

Selene agarró la cabeza alzándola de los cabellos.

Naguel se había ido, para siempre, sólo quedaban los restos de Brayan, y un rostro de facciones tranquilas como si estuviera dormido, disfrutando de una paz que se le había negado.

Selene la dejó caer y gritó como nunca lo había hecho, tanto, que Camila y el ejército erizaron sus pelos.

Selene comenzó a caminar, con dificultad. Un ala del círculo abrió paso para que ella saliera de él.

A lo lejos, las sirenas de una hilera de patrullas se escuchaban en la lejanía. Iban a toda velocidad hacia la villa.

Algunos gatos quisieron seguirla, pero Camila no se los permitió; les dijo en su idioma, que ella necesitaba estar sola, y quizá, por el resto del invierno.

La silueta de ella siguió caminando, en ocasiones arrastraba un pie, y en otras tosía escupiendo sangre. Siguió avanzando hasta el final de la calle, para internarse en la oscuridad y perderse, por encima de las montañas, una línea dorada apenas se asomaba en el horizonte.

Epílogo

Como viento en primavera

Harvey despertó en el justo instante cuando una parvada de pajarillos se posó sobre las ramas del árbol que estaba afuera de su casa. Los animalitos cantaron primorosos

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dándole la bienvenida a un nuevo amanecer. Era lunes 21 de marzo, exactamente las siete de la mañana. Era hora de levantarse para alistarse e irse a trabajar.

Bostezó, estiro sus brazos, aventó lejos la colcha y corrió a ducharse. Bajo la regadera tarareaba una melodía de reguetón, una canción de Bud Bunny. Estaba muy motivado, debido a que por fin ya tenía trabajo, dejando atrás el inverno; quedó desempleado desde aquella noche de otoño, antes del Halloween; sí, aquella noche tenebrosa donde tuvo la peor experiencia de su vida.

El gerente y su asistente llegaron diez minutos después de haberse ido la pequeña muchacha, esa maldita bruja que lo había atacado con su manada de pequeñas fieras, las cuales lo mordieron y arañaron sin piedad. Cuando el gerente le dio un par de sacudidas debido a que estaba en un estado de shock diciendo incoherencias y atrincherado detrás del mostrador. Fue peor, se puso violento e intentó estrangular al gerente. El asistente rápidamente llamó a la policía, y ésta llegó al instante. Harvey recibió un par de dardos y una descarga eléctrica que le había sacudido todo el esqueleto. Ya sometido, fue esposado y llevado a los separos de la comandancia.

Ya dentro, en una celda que era una especie de pabellón donde se encontraban confinados alrededor de quince rijosos; entre borrachos, rateros y drogos, Harvey cayó rendido en el suelo donde durmió un par de horas entre dos tipos de edad mayor que estaban inconscientes desde que él llegó. En la madrugada. Un largo y apestoso chorro amarillo caliente le bañó el rostro, provocándole que despertara de un salto y vomitara al instante por el asco. Cuando salió de la comandancia gracias a la multa pagada por su madre y por los cargos que el gerente había retirado, se dio cuenta que le habían robado la cartera en el pabellón. Ya lo que quería era irse a casa.

Harvey fue despedido por agredir al jefe. Y desde ese día, siguió maldiciendo su suerte, culpando al gobierno maldito represor neoliberal, a la vida, a Dios, y hasta la Virgen. Lo único que lo hacía feliz era escuchar música, e ir a bailar en las fiestas del barrio, ya que a los conciertos no podía debido a que carecía de dinero. También, sus noches eran tormentosas; soñaba con gatos negros que lo acechaban, que lo perseguían por tenebrosos callejones llenos de humo y con olor a podredumbre. En ocasiones, soñaba a esa joven de baja estatura, vestida de negro, pero negro de mugre y pelo sucio donde apenas se apreciaban mechones rojos. Sueños donde miraban a ese par de ojos pavorosos, verdes intensos con esas rayas de gato…

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Transcurrió el invierno, llegó la navidad, sin dinero, y también sin amigos. Claro, cuando el dinero se va, los amigos lo acompañan dejando solo al perdedor. Y lo peor de todo, ni novia tenía.

Harvey pensaba que a temprana edad estaba llegando a su ocaso, a una vejez anticipada. No había sueños, ni esperanza, y esa sensación se incrementaba cada vez que iba a pedir trabajo, donde al final de la entrevista le decían la misma frase una y otra vez: «Nosotros te hablamos, que tenga un buen día…», nunca hablaban.

Pero ahora todo cambiaba. Le hablaron.

Y era para trabajar en una tienda de conveniencia, con la de la competencia.

El reclutador, un tal Moisés, quien antes de empezar la entrevista de trabajo le había dicho:

Muchacho, en confianza, llámame Mois Al terminar, le dijo : Muchacho, qué crees, el trabajo es tuyo, y voy a ser honesto contigo, y te voy a decir algo, no has conseguido trabajo porque los muy mendigos de la otra empresa te quemaron y regacho. Pero nosotros no somos así, te vamos a dar la oportunidad de trabajar y te voy a confesar y le guiñó un ojo , si ahorcas al gerente, espero que ahora no falles, eh, y que también no termines cagada y meado y soltó una carcajada sarcástica. Harvey rio festejando, y ambos estrecharon sus manos cerrado el contrato implícito. El tal Mois lo había investigado, hasta había visto el video donde una chica de negro entraba a la tienda llevándose artículos mientras que Harvey gritaba enloquecido siendo atacado por entes que estaban dentro de su cabeza. ¿Sería un esquizofrénico el muchacho? En realidad, a Mois le valía madre, él solamente quería cumplir su cuota de reclutamiento y su bono.

Era su primer día de trabajo, y su turno era el de la mañana, de ocho a cinco de la tarde, con media hora de descanso para los alimentos. El sueldo, era una basura, como la que ofrecía toda empresa capitalista voraz y abusiva. De no tener ni un centavo en los bolsillos, valía mejor tener algo, aunque sea de baja denominación en la billetera. Salió de su casa, fue recibido por unos gratos vientos frescos que le anunciaban la buena fortuna. Tomó un bus pagando con unas monedas que le había dado su madre, y se dirigió a su trabajo con toda la actitud de empezar de nuevo. Tenía que enfrentar a sus miedos.

Durante el trayecto se perdió en la pantalla de su móvil, y, sin poder evitarlo, de soslayo leía los encabezados en algunas noticias: riña entre pandilleros deja un muerto, restaurantero fue asaltado al salir de su negocio, hombre degüella a prostituta en medio

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de una calurosa discusión dentro de un cuarto de hotel… otro asalto, otro muerto…

Harvey cerró la pantalla y alejo todo eso de su vista. No quería ponerse nervioso.

La ciudad estaba enloquecida desde hacía un par de años.

Pero nada que ver con lo que había sucedido en navidad en Villa de las Flores, una colonia exclusiva ubicada en los suburbios de la ciudad de San Louis. Todo lo que se contaba de allí, eran misterios y leyendas. Hubo muchos muertos, y la verdad no salía a la luz, era, como si el gobierno estuviera encubriendo algo muy grueso.

Sintió un escalofrío. Mejor dejó de pensar en eso.

Llegó al lugar. Descendió del bus y miró al establecimiento que estaba allí esperándolo, ubicado en la gran esquina, con sus letreros y ofertas, con sus paredes de vidrio y puertas en vaivén. La diferencia de esta franquicia era que contaba con drive. Harvey entró y fue recibido por un joven un poco mayor que él. Era el encargado, de ojos saltones, quien se presentó como Emilius y le dio un curso rápido debido a que Harvey ya tenía experiencia en el manejo de caja y atención al cliente. Pero antes, le había entregado su nueva casaca, el uniforme y gafete que debería portar con orgullo. Ya cuando Emilius miró que Harvey se desenvolvió muy con los dos clientes que llegaron a comprar, le dijo que lo dejaba un rato, ya que no había desayunado: me voy a chingar unos tacos. Harvey le contestó que okay, que todo bien. Y Emilius se retiró.

Los clientes se fueron.

Y, ahora, Harvey estaba solo, como aquella noche. ¿Qué podría pasar? ¡Nada animal, es de día, y los monstruos vienen de noche!

Afuera, el viento soplaba en todas direcciones, sin fuerza. Eran los últimos alientos del inverno que anunciaban la retirada en forma de caricias de despedida. Curiosamente, lo demás era silencio. Harvey se sintió flotar en una especie de atmosfera, era como estar en otro mundo, en el mundo de los sueños.

Repentinamente giró su rostro hacia la entrada.

Una muchacha ingresaba a la tienda.

Y era muy hermosa.

Tenía una larga cabellera roja que le caía por debajo de los hombres, con raya en medio. Su saco de terciopelo negro y falda que le llegaba dos dedos arriba de la rodilla del mismo color al igual que sus zapatos industriales, resaltaban la pálida piel de sus piernas, brazos y rostro. ¡Y lo portentosamente que realzaba su belleza, eran sus ojos verdes claro; «Dios! Que chica, está bien mamacita», pensó Harvey, y en el instante que ella hizo contacto visual con él, Harvey se sintió totalmente desarmado, creyendo

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que había escuchado lo que había pensado. Ipso facto, retiró tal pensamiento. La muchacha le dijo buenos días con una voz fina, angelical.

Harvey la miró desde tras del mostrador como caminaba hacia los pasillos, donde con curiosidad ella miraba las fritangas. Tomó una bolsa de cacahuates, después, caminó hacia el stand donde estaba la comida para perros y gatos. Agarró unas latas de Whiskas. Después fue al fondo, donde tomo una coca cola de medio litro y un galón de leche.

Desde su posición, Harvey miraba las piernas: blancas, torneadas casi musculosas. La chica se giró y volvió hacer contacto visual, descubriéndolo. Harvey sintió que su cara se incendiaba de la vergüenza. ¿Vergüenza él? ¿Con ella? Harvey sabía que ella era otro tipo de chica, de esas, inalcanzables, de ensueño, una princesa para un príncipe. Y él, no era un príncipe, sino un pobre diablo que trataba de sobrevivir.

La pelirroja, de talla bajita, se detuvo frente al mostrador. Harvey se puso nervioso, como cuando era adolescente, como cuando le llevó un dulce a la reina de la escuela mostrándoselo con su mano temblorosa.

Hola le dijo, y Harvey sintió como sus piernas temblaron . ¿Cuánto es?

Harvey estiró su mano para tomar el galón de leche y pasar el código de barras por el láser y capturar el precio. Tembló. Ella miró su mano.

¡Recorcholis! Esa haciendo frío dijo él excusándose.

Selene sonrió llevándose el índice y el anular a sus labios. Después pasó los otros productos y, al ver el total, Harvey le dijo la cantidad que tenía que pagar. Ella, aceptó asintiendo con la cabeza.

Harvey dijo Selene. La cara de Harvey se iluminó de felicidad. Era como estarse enamorando.

¡Sabes mi nombre!

Bueno. Está en tu gafete.

Diablos, soy un… Selene le guiñó un ojo indicándole que no terminara la palabra. Extrajo un billete de la bolsa de su saco de terciopelo y se lo extendió. Harvey lo revisó a contraluz cerciorándose de que era legítimo. Abrió la caja registradora, y en el momento justo en que iba tomar el cambio, la chica le habló.

Harvey. Y él tuvo su atención, quedando paralizado, de la emoción, y con el cambio en la mano . Tú y yo nos conocemos y la verdad prosiguió ella con un dulce

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tono de sinceridad en su voz , me gustaría pedirte perdón por lo de la otra noche. Fui cruel, y sé, en el fondo, que tuviste problemas por mi culpa.

Harvey estaba anonadado. La miraba, a los ojos, a su rostro, a sus pecas y a su cabellera roja; y de nuevo a sus ojos, bellos como dos esmeraldas donde la primavera brillaba. Y a pesar de la luz que transmitían, Harvey intuyó que dentro de su corazón una tristeza la atormentaba.

Harvey balbuceó. Sin saber qué decir. Creía recordarla, o no, o quizá ella estaba loca y lo confundía con alguien. Pero, algo, dentro de él, le susurraba al oído que sí la conocía. Su corazón comenzó a latir, nervioso, era ese miedo tan similar como el que se siente al estar ante esa chica especial.

¡MANOS ARRIBA O SE LOS VA A CARGAR SU CHINGADA MADRE!

Selene y Harvey voltearon a ver como un hombre corpulento y alto entraba abriendo la puerta de vaivén de golpe. Llevaba puesto un pasamontaña, una gabardina café y una escopeta con la que los encañonaba. El hombre cortó cartucho y el fino oído de Selene escuchó como la cámara del arma había sido abastecida.

Ambos obedecieron levantando sus brazos.

¡Manos arriba y no intenten alguna pendejada porque se los lleva la dientona! ¡Espero que me hayan entendido par de pendejos!

El asaltante alzó el cañón y apuntó a la cara de Harvey, la cual se tornó pálida al ver el agujero por donde iba a salir el disparo a tan solo unos palmos de distancia.

Con la culata apoyada en el hombro y dominando el escenario debido a su corpulencia, altura y arma, el hombre ordenó con voz grave.

Mira, morro puñetas, ve bajando lentamente tus manitas y las quiero sobre la caja registradora, después ve sacando los billetes. Orita te voy a poner sobre el mostrador un morralito y allí los metes, cabrón, y con cuidadito que hagas algo raro como accionar un botón con el pie porque te vuelo los putos dientes de un plomazo.

Harvey tembló y comenzó a mojar el pantalón.

El asaltante giro el cañón dejándolo a escasos centímetros de la punta de la nariz de Selene, quien hizo los ojos viscos para ver la boca del arma.

¡IGUAL PARA TI, PINCHE ENANA CABEZA DE ZANAHORIA!

A la velocidad de la luz, Selene agarró la escopeta por el cañón y la corredera arrebatándosela al corpulento hombre que no daba crédito a lo que vio. Y quien, atónito, antes de hacer el primer movimiento para intentar recuperarla, miró cómo la culata se estrellaba en su rostro aflojándole las piernas y desconectándolo al instante.

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Harvey vio un par de dientes volar surcando el aire por encima de los estantes hasta chocar contra los vidrios de los refrigeradores donde estaban las cervezas. Miró también y con emoción como el tipejo caía desplomándose como un edificio dinamitado, sin meter las manos y dándose un tremendo porrazo en el suelo, donde quedó tendido e inconsciente.

La pelirroja baja el arma y la deja con cuidado sobre el suelo.

¡Wooow! Harvey estaba turulato, y lo que le seguía. Estaba totalmente orinado, y eso no le importaba.

Selene se acercó al mostrador, ¿Me perdonas?

Harvey sacudió la cabeza. ¡Eres una súper chica, y a un héroe, perdón, digo, a una súper heroína, todo se le perdona!

¿Amigos?

Selene puso su codo sobre el mostrador, empuñó su mano y alzó su dedo meñique. Harvey hizo lo mismo, y ambos meñiques se entrelazaron.

Amigos dijo.

Selene alzó la punta de sus pies y le dio un beso en la mejilla. La cara de Harvey se incendió de vergüenza. Ella soltó el meñique y retrocedió. Le dijo que se quedara con el cambio que no había tiempo porque tenía que ir a buscar a su amiguita, y que también, tenía que encontrarse consigo misma para sanar su alama. Después, ella misma alcanzó una bolsa de plástico donde metió sus compras. Y, antes de salir, miró al asaltante quien roncaba plácidamente mientras la sangre le salía por la boca en cada resoplido. Antes de abrir la puerta de vaivén, Harvey le preguntó su nombre: Me llamo Selene Selene, repitió él.

Cuando ella abrió la puerta de vidrio, Harvey notó que afuera, sobre la acera, una enorme gata de angora la esperaba.

¡Eres tú!

Selene cerró sus ojos y afirmó. La puerta se cerró, y Harvey vio que ambas comenzaban a caminar una al lado de la otra, por la acera. Emocionado, salió del mostrador y pasó por encima del asaltante. Abrió la puerta y se detuvo para ver a la pelirroja y a su mascota alejarse hasta el final de la calle.

La cabellera de ella era agitada por los vientos locos de marzo, y, conforme más se alejaba, era como ver una antorcha que brillaba bajo el sol de primavera.

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Harvey alzó su mano y la agitó haciendo el movimiento de adiós. Y también un hasta luego, a su nueva amiga, la súper heroína. ¿FIN?

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Maestre Peste

Aún no puedo creer que nos hayan asignado a este lugar. ¿Al menos escuchaste lo que paso aquí? susurró el oficial Araujo.

Fue una masacre, mínimo diez cuerpos, bueno, eso según la recolección de los restos óseos, ya que el incendio consumió la mayoría del cuarto. Oí que se trataba de una familia, quienes estaban reunidos celebrando algo respondió su compañero mientras daban un rondín por el lúgubre lugar.

No lo sé, quizás el padre se volvió loco y mató a su familia, o algún psicópata entró mientras dormían para acabar con ellos, no obstante, me parece demasiada coincidencia que esto ocurriese en vísperas de Halloween. Me desagrada tanto este sitio, está lleno de sombras extrañas, además la neblina que se ha esparcido a nuestro alrededor cala los huesos. No quiero pasar más tiempo aquí mencionó Araujo.

Sabes, podría tratarse de una secta, ya hemos visto cosas así antes. En esta temporada de brujas comienzan a aparecer gatos negros, gallos y otros animales mutilados en rituales satánicos, he leído que hay gente que aprovecha estas fechas para hacer sus pactos demoniacos. Inclusive es posible que tenga que ver con lo sucedido en aquella comisaria, creo que fue en Zakamoto, no quisieron decir mucho, ya sabes cómo son los jefes puntualizó su pareja encendiendo un cigarrillo.

Ahora que lo mencionas puede ser cierto, en las noticias vi algo sobre personas encontradas sin vida, lo terrorífico del asunto es que los hallaron sin una sola gota de sangre, creo que a ese incidente le han llamado “el vampiro de Dumptech” contó Araujo.

De súbito un remolino oscuro tomó forma humanoide ante ambos oficiales, quienes sin poder controlarse por el miedo percutieron sus armas.

¿Dónde está Claudette? cuestionó el enmascarado que desembarazándose de las tinieblas apareció detrás de ellos.

Tú eres Maestre Peste indicó Araujo.

Ustedes dos. ¿Cómo diablos se atreven a disparar de forma tan temeraria? vociferó la inspectora recién llegada.

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Lo sentimos, pensamos que era un monstruo dijeron en su defensa.

Será mejor que regresen a sus puestos, yo me encargaré desde aquí mencionó ella.

Claudette lo guio hasta la escena del crimen, la cual yacía en una terrible oscuridad.

¿Por qué no están prendidas las luces? preguntó él.

Eso es debido a que algo extraño sucedió, los focos, y lámparas se fundían sin razón, no importa cuántas veces se cambiasen terminaban en la misma situación, al final se decidió trabajar de día, y por la noche se utilizó este método. mostró ella al encender varios candelabros que iluminaron la instancia.

Así que solo las velas funcionan. Por lo poco que he escuchado lo que sucedió aquí fue terrible dijo Maestre Peste.

El olor a carne quemada aún persistía, a su alrededor se hallaban unos diminutos montículos negruzcos coronados por unas banderitas enumeradas que indicaban su embalaje como pruebas periciales. Cada uno representaba los restos de las víctimas.

No fue un incendio, eso es evidente. ¿Cómo pudieron consumirse hasta ese estado sin alterar las paredes del cuarto? El cuerpo humano está conformado por grasas, huesos y otros elementos que lo hacen difícil de consumirse por algún fuego común, se necesitarían temperaturas altísimas para conseguirlo, así como un horno industrial. Me parece muy extraño, a menos que… dedujo Maestre Peste antes de ser interrumpido.

Algo sobrenatural concluyó la oración una voz femenina.

La recién llegada era una mujer de finas facciones con una piel blanquecina que contrastaba con sus pupilas aceitunadas, su ojo izquierdo estaba custodiado por un monóculo, su lacia cabellera grisácea le daba un cierto aire exótico sumado a que portaba una bata de laboratorio.

¿Quién eres tú? cuestionó el enmascarado.

Ella es una consultora externa, vino a mí con información muy interesante, lo que descubrió luego de analizar los restos fue asombroso indicó Claudette.

Tienes razón, un incendio no sería capaz de producir tales resultados, a menos que se tratase de un fuego sobrenatural; uno manifestado desde el infierno mismo. Me atrevo a decir que dicha llama se abrió paso desde dentro del cuerpo. ¿Notas algo más? preguntó ella.

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¿Combustión interna quizás? murmuró él y prosiguió . La disposición de los restos indica que se encontraban alrededor de una persona, lo que podría sugerir una actividad grupal específica.

Un exorcismo acotó la mujer.

Maestre Peste se dirigió hacia la inspectora y musitó:

Tienen todo resuelto. Entonces, ¿por qué estamos aquí?

Cuando quise presentar los resultados de los análisis me encontré con que el caso se había cerrado bajo la resolución de un siniestro. No sé qué sucedió aquí, pero no quiero que vuelva a pasar, según leí en el informe, esta finca pertenece a una familia muy devota, si lo que dicen es cierto, quizás el ritual no terminó bien, y en definitiva debe existir un culpable sentenció Claudette.

¿La teocracia? cuestionó Maestre Peste.

Solo ellos podrían ir a tales extremos como para dejar morir a sus seguidores, inclusive tienen el poder de callar a la policía. No sé si fue negligencia o fanatismo, pero debemos llegar al fondo del misterio decretó la desconocida.

A todo esto, no has dicho tu nombre acusó él.

Tu tampoco, ni siquiera conocemos tu rostro replicó ella y continuo , pero la base de la cooperación es la confianza, así que me presento, soy Lautrec, de investigaciones Poe & Lautrec, somos un pequeño negocio que se encarga de casos paranormales, nuestra operación de momento es pequeña; tratamos con casos donde el procedimiento judicial no puede ser aplicado debido a la naturaleza poco comprobable de los fenómenos exteriorizados de lo desconocido se presentó ella.

He escuchado sobre ellos, si no mal recuerdo hubo un caso de secuestro, o al menos, así fue catalogado; ya que los padres hablaban sobre las brujas como culpables, supe que su firma se inmiscuyó en la investigación logrando recuperar no solo al niño, también a otros infantes, lo dicho sobre las perpetradoras no pudo ser verificado, pero algo me dice que ellos se hicieron cargo relató Claudette.

Entonces iremos a la sucursal más cercana de la teocracia para conseguir información sobre sus actividades en esta parte de la ciudad sugirió el galeno oscuro.

Es la Abadía de San Cipriano, por desgracia, mis habilidades de hacker no son útiles, ya que esa clase de lugar opera de forma antigua, con registros tangibles se disculpó Lautrec.

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No importa, yo me infiltraré y haré que esos bastardos escupan todo sentenció Maestre Peste.

La Abadía de san Cipriano era una construcción antigua que se alzaba por la ribera nocturna a las afueras de la ciudad.

Es digno de ser parte de las leyendas urbanas de la ciudad murmuró Lautrec.

¿A qué te refieres? cuestionó él.

Analizando superficialmente el lugar, puedo decir que es un sitio cargado de energía extraña; así le llamamos en el rubro para diferenciarla de la materia oscura y la exótica, se podría decir que es materia grisácea o transparente debido a lo etéreo, sin embargo, en este caso lo que supura de ese lugar es “necroplasma”, dicha sustancia es propia de los cadáveres, o de lugares donde mucha gente ha muerto respondió la extravagante investigadora.

No es de sorprenderse. Ahora, quédate aquí, yo me encargare de lo que sigue dijo Maestre Peste.

El antihéroe se inmiscuyó en el recinto cobijado por las tinieblas, se movió por los desolados corredores de la vetusta edificación hasta llegar a lo que parecía ser una oficina improvisada. A través de la puertezuela se podía ver una débil llamarada que iluminaba el cuarto marcando una sutil figura humana. Fijando su objetivo Maestre Peste se precipitó en contra del habitante de dicho lugar empujándolo contra la pared. Aquel hombre era un monje visiblemente asustado ante la fantasmagórica aparición del galeno nocturno.

¿Quiero saber el nombre del sacerdote que realizó un exorcismo en la zona sur recientemente? interrogó él.

No sé a qué te refieres, este es un lugar sagrado, no tienes el derecho de estar aquí. dijo el religioso.

Ustedes son una mierda, pregonan el amor al prójimo y la solidaridad, pero no son capaces de aceptar sus propios errores, no me importa si fue una negligencia o algo premeditado, pero quien haya realizado dicho ritual será castigado por mis puños sentenció el señor de las plagas amenazando con fiereza al monje.

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De pronto, un espasmo cadavérico se apoderó del prisionero, la marea cambió sucediendo algo inaudito, pues poco a poco el agarre de Maestre Peste fue siendo amortiguado hasta el punto de ser superado. La fuerza del religioso se había multiplicado consiguiendo doblegar a su captor, el enmascarado optó por golpear el rostro del enemigo quien le devolvió una risa burlona; no obstante, ya no quedaba nada del rostro del monje, al contrario se veía un incontenible desdén, de sus ojos y boca supuraba un líquido negruzco. El extraño ser tomó del cuello a Maestre Peste levantándole del suelo sin problema alguno, el antihéroe uso ambas manos como martillo para romper el candado y sin perder tiempo lo arrojo contra un vitral que se despedazo al instante, el monje terminó cayendo al vacío quedando empotrado en el patio externo.

¡Qué mala suerte! susurró él, para luego ver como varias personas se reunieron alrededor del cuerpo inerte.

De golpe, el bullicio se hizo notable, y un cantico comenzó a escucharse, se trataba de los monjes restantes quienes lanzaron una plegaria, o al menos eso parecía, ya que conforme avanzaban sus voces empezaron a distorsionarse de forma gutural, el ritmo se volvió demencial hasta que solo fueron gritos inaudibles. Uno de los clérigos corrió hacia la pared saltando sobre ella, y, poniéndose en posición arácnida, avanzó sobre la superficie desafiando las leyes de la física.

Da igual dijo Maestre Peste lanzándose en picada desde las alturas llevándose al enemigo hasta caer sobre el amortiguando su descenso.

El antihéroe se preparó para el combate, sabía que sería complicado enfrentarse a tantos enemigos que podían incrementar su fuerza debido a razones paranormales. No podía retroceder, debía encarar la confrontación, así que optó por utilizar una técnica agresiva que consiste en atacar los puntos articulares del enemigo incapacitándolo. Maestre Peste esquivó el agarre del primer agresor para luego golpear los distintos puntos de presión dejándolo fuera de combate, ante el siguiente se barrió derribándolo con rapidez y ya en el suelo lo remató de una patada en la cabeza. Al tercero le aplicó una carga seguida de una maniobra que logró depositarlo en el suelo rompiéndole el cuello. Sin embargo, los monjes restantes le rodearon en un segundo.

«¡Maldición, si me atacan al mismo tiempo me despedazaran!», pensó él.

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Justo en aquel momento fatídico pudieron escucharse varios disparos que surcaron la noche, un par de balas humeantes dispersaron una neblina profunda que rompió la atmósfera opresiva. Una silueta emergió de las tinieblas; aquella persona llevaba un lanzagranadas MM-1, con capacidad para siete cartuchos de gas.

¿Quién eres tú? preguntó Maestre Peste.

El hombre quien portaba un traje sastre negro con gabardina sacó de su cintura otra arma más pequeña se trataba de una M-79, sin mediar palabras dirigió la escopeta disparando en la dirección del antihéroe, quien no se inmuto. Entonces el monje que había atacado furtivamente cayó a espaldas del enmascarado.

No hay tiempo para presentaciones, solo los he debilitado, aun tendremos que limpiar el lugar respondió el recién llegado.

¿Son armas adaptadas verdad? preguntó el antihéroe.

Claro, solo así se pueden contener éste tipo de amenazas contestó él.

Uno de los presbíteros atacó por el flanco izquierdo al enmascarado quien bloqueo el golpe, sin embargo, a diferencia de la vez anterior no sintió el mismo poder avasallador por lo cual después de esquivar contraatacó derribando a su enemigo. Por su parte, el desconocido usaba su arma disparando contra las piernas de sus contrincantes dejándoles fuera de combate. Maestre Peste logro reducir a dos sacerdotes haciendo que sus cabezas chocasen entre sí, acto seguido su acompañante terminó con facilidad a los dos restantes. Los dos guerreros mostraron gran habilidad ante sus adversarios.

No lo haces mal dijo el enmascarado.

Es un honor viniendo del gran héroe local agradeció él.

Vaya, veo que ustedes no saben limitarse musitó Lautrec, la cual se unió a ellos. Esto solo ha empezado. Aun debo corroborar algo indicó el hombre de gabardina.

El desconocido tiene razón. He mapeado la zona por completo, a simple vista la superficie parece ser una edificación religiosa, pero ahondando en la arquitectura esotérica he podido constatar que se trata de una construcción enfocada en la canalización de energía oscura. He utilizado un escáner de alta gama para desentrañar los secretos de los cimientos, así pude hallar un conjunto de túneles que desembocan en una red cavernosa oculta en las profundidades de la tierra contó ella. Debemos descender e investigar a fondo dijo Maestre Peste y prosiguió : Pero primero…

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Lo sé, lamento la tardanza. Mi nombre es Oliver Frost, soy, bueno, era un oficial de policía, eso fue antes de conocer a Ledger, e involucrarme en una vorágine de monstruos y cosas sobrenaturales.

¿Conoces a Jack Ledger? cuestionó Maestre Peste.

¿Jack? No, a quien conocí fue a Johnny Ledger; un parapsicólogo que ha salvado al mundo un par de veces, con la oportuna asistencia de algunos compañeros, claro está respondió Oliver con orgullo renovado.

¿Johnny? Vaya, debe tratarse de su hermano mayor, había escuchado sobre él en algunos medios, sin embargo, el propio Jack solo se remitía a llamarlo un prestidigitador de pacotilla refirió el galeno oscuro.

No tengo idea sobre eso, pero desde que lo conocí todo lo que creía sobre la supuesta normalidad se fue al infierno. Poco a poco me fui inmiscuyendo en la otra cara desconocida de la existencia; vi cosas que desafiaron mi cordura, hasta el punto de encontrarme en el centro de una guerra paranormal que definiría el destino de la humanidad relató Oliver.

Bienvenido al club murmuró Lautrec.

Después de varios sucesos hemos logrado un equilibrio entre los diversos poderes, sin embargo, el costo ha sido alto, pues perdimos a muchos amigos en el proceso, entre ellos a Johnny, así que luego de la caída de la “Alta cámara de Lores parapsicólogos” los pocos extraordinarios que han quedado se han reunido bajo el liderazgo de la discípula de Johnny; ella ha organizado un frente común que mantiene a raya a la oscuridad relató Oliver.

Eso es una gran historia. Al considerarla siento que los que hacemos en la firma es una mota de polvo respondió la chica.

Entonces creo que estamos en el mismo negocio refirió él.

A decir verdad, no tenía planeado inmiscuirme en la jurisdicción de un antihéroe, mi cometido era rastrear al “Vampiro de Dumptech”. Quería sorprender a mi compañero al hacerme cargo de un caso con cobertura tan mediática. indicó ella antes de ser interrumpida por el sonido de un grupo de pasos.

Una peregrinación espectral se hizo presente, la compañía de sacerdotes iba cantando en un idioma desconocido, pero aquellos sonidos estremecían la piel de cualquier oyente. Maestre Peste les hizo una señal a Oliver y Lautrec para que siguieran a la procesión maldita. Los tres siguieron a las vetustas sombras de los monjes hasta que llegaron a una enorme pared custodiada por glifos de bestias antropoides, sin embargo,

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lo que les produjo aversión fue ver que aquel muro estaba hecho de huesos humanos; se trataba de un osario.

¡Es increíble! Está formando por huesos y cráneos, todo el relieve de la muralla esta finamente tallada sobre restos óseos. La manufactura de dicho mural debió ser una locura mencionó ella.

Eso es en múltiples maneras demasiado macabro. Parece que hasta aquí llegamos dijo Oliver.

No creo que haya error, esos monjes bajaron hasta aquí, no pudieron simplemente desaparecer recalcó el enmascarado oscuro.

Tengo un poco de dinamita, con dos cartuchos bastará para derribar aquella muralla cadavérica indicó el antiguo oficial.

No se preocupen, tengo algo para un caso como este respondió Lautrec sacando del bolsillo de su bata un extraño artefacto.

La mujer desenvolvió un pequeño aparato similar a un probador de voltaje; el cual manipuló por toda la pared hasta que comenzó a vibrar, acto seguido sacó de su mochila un par de gafas de estilo steampunk, se las colocó y procedió a enfocarse en cada centímetro del muro. Maestre Peste y Oliver le siguieron de cerca, ya que Lautrec parecía absorta en la observación minuciosa de la pared. De pronto la mujer se detuvo en un bajo relieve perteneciente a un par de caballos bicéfalos que atizaban a hombres primitivos. La investigadora acarició la escultura que al contacto emitió una especie de balido seguido de chirridos fóbicos que desenmarañaban un antiguo mecanismo secreto. Ante el trío apareció un ánulo con forma de macho cabrío. La chica lo giró hacia arriba logrando así que el muro chisporroteara hasta abrirse ante los tres.

No puedo creerlo, siempre quise ser una arqueóloga quien diría que siendo una investigadora de fenómenos exóticos tuviese la oportunidad de ejercer dicha profesión. Parece que hemos encontrado la entrada secreta dijo Lautrec prendiendo una linterna. No hay tiempo que perder, no sabemos cuáles sean las intenciones de los infectados, por eso debemos apresurarnos. Además, creo que deberías quedarte aquí Lautrec, lo que viene será peligroso, es mejor ponerte en resguardo aconsejó Oliver.

Voy a ir con ustedes, sé que piensan en mí como alguien débil, y es verdad, pero vengo preparada. Oliver no es el único que trae juguetitos mencionó ella mostrándoles unos guanteletes que irradiaron un par de chispas.

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Oliver sonrió de forma sardónica para luego desembalar sus armas que cargaba en una mochila. Saco una escopeta la cual cargó preparándose para la escaramuza, luego se dirigió hacia Maestre Peste diciéndole:

Tengo un par de automáticas, o quizás quieras algo más acorde con la ocasión como estas hachas dobles.

Maestre Peste declinó las armas de fuego, pero tomó las hachas blandiéndolas de un lado a otro con el fin de probarlas.

Bueno, si ya terminaron de irradiar testosterona debemos comenzar con la exploración indicó Lautrec.

Los tres ingresaron en la cavidad terrenal ajustando sus linternas para no perderse entre las tinieblas. El agujero infernal se ensanchaba a cada paso provocando que tropezaran con el filo óseo de la valla del estrecho camino. Conforme el grupo avanzaba comenzaron a escucharse voces guturales que seguían un ritmo ensordecedor.

¿Qué es eso? preguntó Maestre Peste.

Una invocación dictaminó Oliver.

Ahora lo entiendo. Es lógico que se haya elegido este monasterio, en especial dada la para-arquitectura con que fue diseñada, así como los cimientos hechos de cientos de cadáveres, ya que estamos ante una necrópolis explicó Lautrec.

Es acorde con la noche de brujas replicó el enmascarado.

No se trata solo de eso. Debido a lo antes mencionado, este lugar es un punto energético en su máxima cúspide. Las lecturas salen de la escala, no sé lo que está por ocurrir, pero tendrá consecuencias a un nivel otrora indescriptible hizo notar Lautrec acomodándose sus gafas.

El equipo pudo hallar el final del túnel situándose sobre una calzada que daba hacia una caverna subterránea. En la parte inferior del lugar se podía ver a un grupo de hombres con túnicas oscuras que danzaban y cantaban al unísono frente a una enorme llamarada.

¿Y ahora? se cuestionó Lautrec.

Usa tus cartuchos mágicos para debilitarlos, luego haremos un ataque frontal; Oliver y yo atacaremos, usted señorita Lautrec deberá cubrirnos sugirió de manera autoritaria Maestre Peste.

Oliver preparó su lanzagranadas percutiendo su arma a diestra y siniestra montando una gran neblina hecha de diversas hierbas que contrarrestan los poderes negativos.

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Maestre Peste dio un gran salto posicionándose en el centro de la parvada de sombras negruzcas y dijo:

Vengan, malditos.

El rostro de los monjes comenzó a distorsionarse blindándose de un odio iracundo, sus ojos y labios supuraban una sustancia negruzca que les daba una apariencia similar a una jauría de perros rabiosos. Varios se dejaron ir en contra del enmascarado quien no dudo en confrontarlos abalanzándose hacía los primeros derribándolos con facilidad. Una vez en el suelo le rompió el cuello a uno con sus manos y a otro de una patada. No tardó mucho en ponerse de pie lanzando un cabezazo a otro adversario y derrotando a otros dos, sin embargo, otro enemigo ataco su flanco vulnerable tratando de acabar con él, por lo que Oliver lo intercepto de un disparo de su Beretta modificada terminando con el agresor. El antiguo oficial manipuló de forma magistral su arma la cual era de disparo automático finiquitando a varios oponentes. Lautrec hizo caso omiso de la pelea concentrándose en su artefacto detector de energías exóticas soltando un suspiro:

Ya viene. De pronto la llama en la hoguera se violentó formando remolinos ígneos que tomaron gran altura.

Así que como él no puede salir ha enviado a sus pequeños mensajeros. No importa quién venga no podrán evitar mi sublevación dijo el viejo sacerdote quien todavía usaba su hábito.

¿Quién eres tú? preguntó Oliver.

Eres el sacerdote que realizó el ritual que salió mal en la finca, ¿no es así? dijo Maestre Peste.

¿Salir mal? Te equivocas, por el contrario aquel fue el mejor momento. He seguido de cerca la carrera del gran exorcista Ichabod Magnus durante años su leyenda se extendió por doquier, varios de mis compatriotas fueron deportados por este bastardo dijo el sacerdote con voz gutural.

¿Ichabod Magnus? He escuchado sobre él. Ha sido el mejor exorcista de la teocracia. Si no mal recuerdo ha realizado al menos cien exorcismos de forma increíble comentó Oliver Frost.

Sí, él es un exorcista ¿Por qué está haciendo eso? cuestionó Lautrec.

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Eso es simple, mi querida niña. Él solo se rindió. Supongo que se dio cuenta de que sus actos han sido una gota de agua en medio del océano de la inmundicia humana respondió el ente, no obstante, fue interrumpido por Maestre Peste quien musitó: No importa la razón, ahora es el enemigo.

El galeno oscuro se lanzó en busca de su nueva presa. Hizo contacto con un gancho izquierdo sobre el rostro del religioso, acto seguido lanzó un par de puñetazos que dieron de lleno en su adversario. Pero todo aquello había sido una treta, ya que Ichabod lo atrapó entre sus brazos presionándolo con fuerza sobrenatural.

Este cuerpo ha cumplido su cometido. Su vena astral fue consumida por completo, por ello es mejor cambiarlo por uno nuevo y mejorado. Al parecer tú cumples perfectamente con los requerimientos al ser un guerrero tan fuerte. No me culpes por tu mala suerte amenazó Ichabod abriendo de manera grotesca su boca intentando poseer al antihéroe.

Una energía oscura tomó la forma de un gran remolino que intentó atravesar el pecho del enmascarado. Justo cuando casi lo lograba fue repelido por una fuerza desconocida por lo cual gritó:

¡Tú estás maldito!

Maestre Peste uso ambas manos para asestarle un golpe fatal en la cabeza a su enemigo, para luego lanzarlo contra una pared cadavérica; la caída le provocó que su cuello se partiese, terminando con su vida.

Por fin se acabó dijo Lautrec.

Lo dudo, por el contrario, apenas comenzará la verdadera batalla replicó Oliver.

Un temblor sacudió la caverna, la energía espiritual llegó a su apogeo desembocando en el cuerpo de Ichabod quien se puso de pie con el cuello roto y simplemente se lo acomodó sin inmutarse.

Eres una caja de sorpresas, ya veo que no debí subestimarte. Es hora de mostrarles el poder que su maldad ha recolectado para mí. Oh, hermanos míos, levántense una vez más para ejecutar su venganza recitó Ichabod.

Instantes después la tierra se abrió dando paso a la reincorporación de varios cadáveres que colmaron el horizonte.

¡Vayan! ordenó él.

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Los reanimados se dispusieron a atacar al trio quienes se prepararon a combatir. Oliver percutió sus armas destruyendo a varios reanimados. Maestre Peste manipuló sus hachas dobles abriéndose paso entre los muertos cortándolos con violencia. Lautrec tomó una posición similar a la de un atleta de lanzamiento de bala, aquella pose le hizo ver graciosa, acto seguido arrojó la pequeña bola de acero con terrible dificultad. Sin embargo, al contrario de lo que se podría pensar no cayó a escasos metros, al contrario, aquel objeto incremento su velocidad dirigiéndose hacia la cabeza de uno de los reanimados destrozándosela. La chica esbozó con sus manos un camino invisible logrando que el proyectil prosiguiera por otro rumbo atacando así a otros muertos vivientes ante la incredulidad de sus dos compañeros.

Debo conseguirme uno de esos mencionó Oliver.

¡Cuidado! gritó Maestre Peste apenas llegando a tiempo para bloquear una espada fantasmagórica blandida por un espectro con armadura oxidada y huesos roídos.

Los nuevos reanimados parecían ser caballeros macabros de tiempos antiguos que volvieron a ondear sus espadas rotas. La caballería pútrida se volcó uniformemente contra los tres arrinconándolos. Oliver agotó su munición rápidamente quedándose solo con una escopeta corta, por su parte el antihéroe desviaba los mandobles de los muertos con su hacha y les devolvía el ataque con furia bélica.

No podemos seguir así indicó Lautrec.

Resistan, los detendré musitó Oliver sacando un largo cinturón con cartuchos de dinamita.

¿Estás loco? si detonas eso en esta cueva vamos a terminar sepultados replicó Lautrec.

Hazlo puntualizó Maestre Peste sin dudar.

Oliver encendió el artefacto explosivo, pero en vez de arremeter contra el ejército de reanimados lo arrojó hacia donde estaba Ichabod detonando al unísono, derribando parte de la caverna.

¿Lo mataste? dijo Lautrec.

No tenía sentido mantenerlo con vida en este punto respondió Oliver.

Él tiene razón agregó el enmascarado.

Cuando los compañeros se disponían a salir de la cueva fueron sorprendidos por la reaparición de Ichabod, no obstante, ya no poseía rasgos humanos, su cuerpo se deformó aún más mostrando un par de cuernos y varios brazos adicionales además de

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crecer varios metros, era como si se hubiese fusionado con los pedazos restantes de los cadáveres que sobraron en la explosión. De improviso, su enorme puño arremetió contra Maestre Peste atrapándolo entre sus dedos que parecían brazos podridos estrellándolo en el suelo.

Terra avento fortenzo gritó Oliver dirigiendo su mano en la dirección del antihéroe dotándole de fuerza y mayor resistencia logrando así escapar del golpe.

¿Eso fue magia? cuestionó Lautrec.

Tengo unos pequeños trucos bajo la manga respondió Oliver.

¿Qué hiciste? ¿Acaso también eres un mago? Me siento revitalizado; es como si el cansancio se hubiese esfumado de repente, además mi fuerza se ha multiplicado puntualizó Maestre Peste.

Justo eso, usé un hechizo de fortificación. Sin embargo, no durará mucho en comparación con la magia real, a diferencia de los hechiceros antiguos el cuerpo humano actual no es capaz de soportar los estragos de la energía esotérica, por eso el poder místico en el mundo moderno es casi nulo, a menos que se usen intermediarios como seres divinos, demonios o en este peculiar caso algún instrumento que contenga el poder mágico, yo poseo un anillo cargado con magia explicó Oliver.

El monstruo que alguna vez fue Ichabod gruñó para luego volver a atacar con sus brazos grotescos. Oliver se adelantó sacando de su espalda una botella y sorbió un trago, acto seguido escupió el líquido sobre una pequeña flama producida por su encendedor que se convirtió en una profusa llamarada erradicando así la extensión pútrida fue consumida por la fuerza ígnea alcanzando a dar en la criatura haciéndole retroceder, esto fue aprovechado por Lautrec quien descargó su poder eléctrico dando de lleno en su enemigo arrojándolo lejos. Maestre Peste utilizó un par de cartuchos de dinamita para provocar un derrumbe sobre el monstruo.

Hemos ganados algo de tiempo dijo Oliver.

¿Cómo vamos a detenerlo? preguntó Lautrec.

Oliver ¿Por qué no realizas un exorcismo? indicó Maestre Peste.

Eso no es viable, no soy un sacerdote, debes tener en cuenta que uno de los pilares centrales del exorcismo es la fe, por ende es imposible que alguno de nosotros fuese capaz de realizarlo ya que simplemente somos un peleador callejero, una científica y un exagente de policía, además algo me dice que la posesión de Ichabod está más allá de una normal respondió Oliver.

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Bueno, eso no es del todo cierto exclamó Lautrec.

¿Cuál parte? acotó el exoficial.

Creo que podríamos realizar un exorcismo, siempre y cuando nos remitamos al acto de separar dos componentes de una mezcla, la única diferencia sería que un elemento es tangible y el otro no, ya lo sé, puede que suene imposible, pero no olvidemos que algunos investigadores trabajaron con “suposiciones” antes de obtener resultados fidedignos, un ejemplo de eso sería calcular cuerpos celestes que no son visibles simplemente basándose en los movimientos gravitacionales de los cuerpos presentes en el sistema solar, otro caso sería el de los elementos de la tabla periódica que fueron predichos antes de ser descubiertos. He estado trabajando en un sistema de separación de materia que pueda funcionar con estados de alteración extraordinaria. No estamos en un ambiente controlado para realizar el experimento, pero supongo eso es irrelevante, solo necesito tiempo para calibrar mis guanteletes, así serán capaces de producir al menos medio gigavatio declaró la joven investigadora colocándose con ferviente devoción sus gafas, y sacando varias herramientas de su mochila, empezando con las modificaciones pertinentes.

El monstruo se levantó de entre los escombros ya con una figura similar a un Hecatónquiros, únicamente producía alaridos guturales lanzándose contra el equipo. Oliver descargó todas sus municiones de la escopeta solo rasgando la armadura necrótica del humanoide, luego desenvainó una espada que portaba en la cintura y atacó, no obstante, el enemigo también blandió varias espadas con sus incontables brazos, por lo que Maestre Peste se interpuso arrojándole varias esferas que al romperse soltaron un poderoso ácido que derritió la carne podrida de sus brazos, sin perder tiempo el enmascarado usó las hachas tratando de cortar a la criatura, con bélica estrategia lanzó una de ellas tratando de alcanzar el pecho del enemigo que se protegió con los cadáveres. El engendro soltó un gruñido que irradió una onda de energía ígnea que dejó en el suelo a los dos hombres, repitió el ataque con mayor poder casi terminando con ellos, y así hubiese sido, pero Lautrec se puso en medio usando un campo de energía plasmático que neutralizó el ataque.

Lo he terminado, pero debido a lo complicado de la situación, y la carencia de herramientas adecuadas, la interacción cinética debe ser muy próxima al paciente. Necesito que lo inmovilicen para que con mis guanteletes descargue los gigavatios catódicos en su cabeza anunció Lautrec.

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Eso será imposible. No veo que esa cosa se quede quieta para hacer eso, además no podemos ponerte en tal peligro dijo Oliver.

Yo lo haré. Dame los guantes, solo piensen en cómo neutralizar sus movimientos indicó Maestre Peste.

Bien, ya tenemos un plan. Tengo un último truco, funcionará por poco tiempo, aprovéchalo héroe mencionó Oliver levantando el pulgar, para luego comenzar a murmurar un encantamiento.

El ente fusionado con cadáveres reanimados se lanzó contra ellos, sin embargo, de un momento a otro quedó suspendido en el aire por unos segundos antes de caer al suelo estrellándose como si su peso se hubiese multiplicado. Oliver había usado un encantamiento gravitatorio que empotró al monstruo inmovilizándolo en el piso. Lautrec se dispuso a calibrar un par de instrumentos dando el visto bueno al enmascarado quien se impulsó para dar un gran salto y descender sobre la espalda del monstruo. Maestre Peste rozó sus manos probando la carga, igual que un enfermero lo haría con un desfibrilador, para luego sujetar las sienes de la criatura que se contorsionó de dolor al percibir la descarga. Los guantes apenas podían resistir el voltaje, el antihéroe también sentía que sus manos se entumecían por la poderosa corriente.

Me lo temía murmuró la chica.

¿Qué sucede? preguntó Oliver.

Fui muy austera con la energía, pensé que sería suficiente para dejar al anfitrión con daños mínimos. No solo eso, si aumentase el poder de los guanteletes la vida del enmascarado correría peligro dijo ella.

Piensa en algo. Ya no me queda mucha fuerza, de todos modos moriremos si no logramos separar al demonio del humano advirtió Oliver.

Lautrec se giró rápidamente para conectar un par de cables a la batería catódica en su mochila, el pequeño núcleo se iluminó de forma inestable, pero la chica sabía que no necesitaba controlarlo, lo único que debía hacer era dejarlo ser. Acto seguido aumento el poder al máximo, el aparato emitió una leve vibración antes de ser lanzado hacía los pies del demonio.

Sal de allí gritó ella, por lo que Maestre Peste dio un giro retrocediendo, la pequeña fuente de energía resplandeció detonando una ola de energía catódica que oscilaba de forma intermitente.

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Los tres observaron como la figura del monstruo fue distorsionándose de forma caleidoscópica. Lautrec se colocó sus gafas viendo cómo el proceso de separación de materias se llevaba a cabo. Una proyección astral se hizo presente mostrando a un ser abominable el cual lanzó un mirada de odio hacía el equipo antes de opacarse reduciéndose a la nada, por su parte el cuerpo de Ichabod fue perdiendo altura conforme las partes necrosadas de los muertos se volvían polvo hasta que el cuerpo decrépito del antiguo exorcista yació en el piso.

Lo siento murmuró él antes de emitir su último aliento.

Oliver se derrumbó de cansancio. Lautrec hizo algunos ademanes de victoria dándose ánimos al conseguir que su experimento fuese un éxito. Maestre peste se acercó al sacerdote caído diciendo:

Un guerrero que ha salvado a tantos no debería terminar así.

Una vez afuera los tres miraron hacía la abadía antes de despedirse.

¿Seguirás buscando problemas? cuestionó el galeno oscuro.

Al igual que tú me he inmiscuido en este asunto sin quererlo, pues mi verdadera misión era investigar un extraño fenómeno tectónico. De la noche a la mañana han estado apareciendo laberintos o mazmorras en diversas partes del mundo, pero en fin, debía asegurarme que lo acontecido con el sacerdote no tuviese que ver antes de reportarlo a Lune respondió Oliver.

La exploración de calabozos suena divertida, aunque tendría que ir por repuestos e instrumental para medir la energía mágica, también armas adecuadas, quizás podría invitar a una amiga que es amante de los críptidos, la flora y fauna de un lugar así será fascinante para ella dijo Lautrec.

Si encuentras algo y necesitas ayuda, solo mencionó el enmascarado antes de ser interrumpido.

Llamo a tu oficina respondió Lautrec riéndose.

Hay batallas en diversos frentes de naturalezas infinitas, no podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos prepararnos para afrontar lo que venga musitó Maestre Peste.

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Biodatas:

David Sarabia. Nació en Culiacán en 1976 y actualmente vive en San Luis Río Colorado, Sonora, México. Es Administrador de Empresas con Maestría en Dirección de Negocios por UNIDEP. Es empresario de la construcción, Docente en Centro Universitario de Sonora y miembro de la Asociación de Escritores de San Luis A.C.

Sus cuentos han sido publicados en revistas como La Gata Roja y en digitales como Letras y Demonios, Incomunidade, de la Tripa, The Wax, Moulin Noir, y en el Blog Buenos Relatos. En papel fue publicado por Mini Libros de Sonora: Noctámbulos. Colabora en con una columna mensual en la revista digital: delatripa, de Matamoros Tamaulipas dirigida por el escritor Adán Echeverría.

Actualmente está terminando una novela de ciencia ficción y horror con pinceladas Lovecraftianas: TITANIS, próxima a publicarse en Amazon para este 2022.

Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Dirigió la revista Argonautas y el fanzine El Horla; fue miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro. Dirige las revistas Minúsculo al Cubo y El Muqui. Administra la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (en colaboración con Benjamín Román Abram, 2022). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).

Víctor Grippoli (Montevideo, Uruguay, 1983). Artista plástico con variadas exposiciones nacionales, docente en primaria, exdocente universitario, especialista en grabado en metal, madera y monotipo. Escritor de ciencia ficción, terror y fantasía. Ha

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publicado en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Espejo Humeante, Letras y demonios, Letras entre sábanas, el club de la labia, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium entre otras. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay en donde ejerce como editor, ilustrador, diseñador y seleccionador de relatos para las colecciones de Solar Flare y Líneas de Cambio. Ha publicado internacionalmente en España, Estados Unidos, México, Perú Argentina y Bolivia. Tiene un canal de YouTube llamado Editorial Solaris de Uruguay con análisis de libros, series, cine, anime del fansub www.key-anime.com (del cual es parte) y cómics. Participa representando a Editorial Solaris de Uruguay junto a Andrea Arismendi en el primer festival de horror en Virginia (USA) en el 2021.

Albert Gamundi Sr. (1991) es escritor e historiador de nacionalidad española.

Con una narrativa inspirada en los autores grecorromanos, el autor practica habitualmente la escritura de novelas, relatos cortos y microrrelatos. A pesar de que el autor tiene facilidad para escribir la mayoría de géneros, su especialidad son las obras de drama, terror y thriller.

El Sr. Gamundi es conocido por su participación en el evento literario internacional Nanowrimo (2016–2020) para el cual ha presentado títulos como ¡Por el Sake de Kano! (Drama) y La Corona Usurpada (Thriller). Sin embargo, también ha colaborado activamente en antologías literarias como el Codex Maledictus (2019, la revista pulp Moulin Noir (2019–en curso) o la iniciativa solidaria Visibiliz-Arte (2021).

Actualmente el autor está trabajando en varios proyectos literarios individuales y colectivos, además de reseñar libros a tiempo parcial.

Rigardo Márquez Luis, 1985, nacido en Coatzacoalcos, Veracruz, México, ha sido publicado bajo el sello de Editorial Cthulhu,, Editorial Solaris de Uruguay y Pandemonium, y ha participado en varias revistas antológicas como: The wax, Letras y Demonios, Necroscriptum, El Narratorio, entre otros.

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Editorial Solaris de Uruguay

Staff: Selección de autores: Rigardo Márquez Luis.

Edición, maquetación, corrección: Víctor Grippoli.

Corrección: Carlos Enrique Saldívar.

Ilustración y diseño de portada: Víctor Grippoli

Ilustraciones internas y fotografías: Víctor Grippoli

Puedes bajar nuestro material gratuito y libros digitales de pago por www.lektu.com

Puedes seguirnos en nuestro canal de YouTube: Editorial Solaris de Uruguay. Todo el catálogo de la editorial en papel con distribución por Amazon en: https://victorgrippoli.wixsite.com/editorialsolaris

Sitio web con nuestro catálogo: www.editorialsolarisdeuruguay.com

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