Lineas de cambio III Especial fantasĂa
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Copyright Š 2020 Editorial Solaris de Uruguay Todos los derechos reservados.
DEDICATORIA A todos los que aman la fantasĂa.
CONTENIDO
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La columna del Editor
N.º pág. 3
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El cementerio de las bestias — Juan Francisco Negrete Rojas
N.º pág. 7
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El sitio peligroso — Ricardo Giraldez
N.º pág. 43
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Saga del Sueño Rojo — Jorge Eduardo Lacuadra
N.º pág. 69
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La joya de los espíritus — Víctor Grippoli
N.º pág. 106
AGRADECIMIENTOS A todos los lectores que nos han acompañado en nuestros libros fantásticos. Muchas gracias.
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La columna del editor. En el año 2019 tuvimos el honor de hacer la primera convocatoria internacional de fantasía heroica nacida desde Uruguay. No fue un libro sencillo de hacer, tampoco de corregir, la selección de los relatos e ilustraciones incluyó muchas complejidades. Todo eso fue sorteado con éxito, los errores fueron pulidos, se aprendió mucho sobre los procesos y como mejorarlos. Desde ese entonces decidí tomar algunas cosas con más calma ya que las letras y el arte deben reposar en su justa medida para que todo llegue a buen puerto. Pero otra idea seguía rondado en mi cabeza, quería un especial de fantasía para Líneas 3. ¿Llamar a otra convocatoria? No tenía sentido hacerlo cuando había varios relatos de gran impacto que tenía archivados. De todos ellos hice una nueva selección viendo como conjugaban entre sí. La cantidad de hojas del volumen no debía ser tan grande como el anterior, deseaba algo más pequeño y con cuatro cuentos largos. Cuando todo parecía estar encaminado y trabajaba en paralelo con Solar Flare, una antología de ciencia ficción con historias basadas en ilustraciones, comenzaron a surgirme imágenes mientras corregía esta obra que tienen entre manos. Nacieron así las ilustraciones que verán a continuación. Quería usar el banco y negro, acompañado de tinta. Volver a contemplar el purismo del retro pulp. Me decanté por un estilo bastante clásico para las mismas, dejando de lado todo retoque digital, puramente pincel y lápiz. Ya con todo listo, les dejo con las obras que conforman este libro. Estoy orgulloso de su contenido. Comencemos el viaje, el viento ha soplado y las velas están hinchadas. Nuestro barco parte a tierras fantásticas y tal vez no volveremos jamás.
Víctor Grippoli
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El cementerio de las bestias. Juan Francisco Negrete Rojas 1 Taurus, el poderoso galeón de su alteza, el rey Felipe II, salió del puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz —la primera ciudad fundada por europeos en América—, el 28 de abril del año 1560; llevaba consigo mucho oro y bastantes riquezas incuantificables, además de varios archivos y documentos importantes que relataban la historia de todo un imperio ahora derrotado. Era una de las embarcaciones más robustas y monumentales jamás creadas hasta la fecha, utilizada tanto para el comercio y la importación, así como para el arte bélico y otros actos propios de la navegación. Su tripulación fue una de las más inusuales de por aquellos tiempos, pues estaba conformada por hombres del clero, por comerciantes y por miembros de la milicia real, que muy frecuentemente, iban a realizar misiones de reconocimiento con la finalidad de explorar las zonas más inhóspitas y desconocidas de la Nueva España. A pesar de que Cuauhtémoc, el último gran Tlatoani, ahora estaba muerto, seguían existiendo varias civilizaciones místicas en el corazón de la Colonia que jamás habían caído bajo la sumisión del Imperio Mexica; y era el deber de la Iglesia Católica y de los militares del rey tratar de apaciguar y dominar a todas esas personas ya sea, o bien, por medios pacíficos y razonables, o bien, por el acto de la guerra y la quema de los herejes.
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Entre todo el puñado de gente que dependía de los servicios de esa nave colosal se encontraban tres que es preciso conocer. El primero de ellos era Orlando Márquez: un fornido y audaz ex pescador de orígenes humildes que había cambiado el rumbo de su profesión cuando supo que se necesitaba un contramaestre para la tripulación del Taurus. El segundo era Fray Tomás de León: un sacerdote franciscano, que por lo regular, realizaba actos insólitos de dudosa bondad bajo el supuesto nombre de nuestro Señor; él, junto a otros miembros de su numerosa orden, habían ido a difundir la Palabra de Dios a los nuevos pueblos de América, siguiendo un estricto régimen dado por su Santidad, El Papa PIUS Quartus. Y por último, aunque no menos importante, estaba Don Timoteo Navarro: un sargento duro y mezquino que estaba a cargo de un pelotón de infantería que era reconocido por su astucia en batalla y por nunca haber perdido ni una sola pelea; se rumoreaba que él y sus hombres, alguna vez, fueron parte de un grupo de forajidos que solían merodear por las regiones más densas de Sevilla. La tripulación del Taurus regresaba de realizar una expedición que se llevó a cabo en una región centro norte-occidente de la Nueva España, a la cual dieron por nombre Las Profundidades, debido a que se encontraba en un sumidero rodeado de grandes mesetas, llanuras, valles y altiplanicies limitadas por lomeríos y sierras. En el interior de sus bosques y praderas habitaba una civilización de índole y conocimiento arcano, rica en progreso y 8
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dueña de avances memorables; sin embargo, su sociedad separatista —generada en gran parte por diferencias religiosas—, ocasionó su caída ante las fuerzas armadas de Don Timoteo. Los lugareños de Las Profundidades vivían en una ciudad de fantasía llamada Ichnelixliztlitlhaxn, en donde se hablaba una lengua muy distinta del vocablo náhuatl, además de adorar a extraños y aterradores dioses. La mayoría de los templos y residencias tenían un estilo arquitectónico bastante singular, pues a simple vista, parecía que se amalgamaba la expresión de los teotihuacanos, la de los mesopotámicos o inclusive la de los mismos medievales. Otras construcciones, por su parte, eran más aterradoras, dado que estaban recubiertas por una especie de materia volcánica que las deformaba exageradamente. Todo aquello se encontraba regido por dos grandes congregaciones bajo un régimen imperialista y sacerdotal, en donde por un lado, se encontraban los seguidores del Rito de La Sangre; mientras que por el otro, estaban los del Rito de La Primavera (según la traducción del nombre original). Las dos poblaciones provenían de un mismo origen dado que las deidades de ambas compartían una especie de “parentesco divino” que se asemejaba al de otras culturas, y que al mismo tiempo, las distanciaba por ligeras diferencias que a veces eran confusas. Por tal motivo, a continuación haré un breve paréntesis explicando tales preceptos con la intención de que se comprenda un poco mejor el contexto en el que se desarrolla esta historia. 9
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Con respecto a los Dioses Negros —siendo éstos los seres a quienes los del Rito de La Primavera les rendían culto—, solía decirse que se encontraban prisioneros en alguna abominable y apartada región del Cosmos, pagando las consecuencias de un pecado mortal que llevó a casi toda la creación hasta la extinción. Según
las
historias
de
los
alrededores,
el
mundo
que
supuestamente habitamos es el único sobreviviente de tal cataclismo; y nosotros, los últimos hijos del moribundo Dios Primordial, somos el producto de un mestizaje en el que se combinaron La Corrupción de los pérfidos Dioses Negros y los sentimientos santificados que provenían del núcleo superior. Muchas personas rumoreaban que cada cierto tiempo, los Dioses Negros se manifestaban dentro de los sueños de sus fieles para transmitirles instrucciones de fe con el fin de liberarlos de su encarcelamiento eterno; pero por desgracia, ninguno de los durmientes tenía presente el mal titánico y abrasador, que sin duda, se desencadenaría sobre el mundo si tales fuerzas cumplían con su cometido. Por el contrario, los Dioses de La Sangre —santos patronos de la congregación opuesta—, no eran más que entidades bondadosas con
intenciones
enfocadas
hacia
objetivos
completamente
contrarios. Luchaban constantemente por mantener alejados a los seres humanos de la tan infame Corrupción; empero, aquello era una empresa demasiado complicada, debido a que las tentaciones involucradas con el poder y la carne casi siempre terminaban por 10
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envolver a los mortales. Entonces, y retomando así nuestra historia, cuando los primeros cristianos contemplaron las ceremonias paganas que los seguidores del Rito de La Primavera efectuaban para dichos fines, el horror y el desagrado que sintieron no tuvieron precedentes; inclusive los mexicas, quienes también realizaban ofrendas extrañas a sus ídolos, no podían soportar las cosas tan atroces que los habitantes de la región Norte de Ichnelixliztlitlhaxn hacían ante sus ojos. Durante la mayor parte del tiempo se efectuaban prácticas insanas de necromancia, así como también turbadores actos de lujuria entre humanos y bestias que solían ser evocadas desde otros planos de la existencia. Casi siempre los gemidos de placer terminaban por convertirse en una orgía de sangre y órganos mutilados, donde el descomunal grado de sadismo era una señal de alto honor. Para ellos, morir desgarrados mientras se llenaban por el éxtasis era su forma de ir al paraíso. Pese a la presión e insistencia por parte de los fuereños, ninguno de los dos cultos quería cambiar sus respectivas posturas de oración; ya que para ellos, significaba ejecutar el más miserable y humillante de los ultrajes. Al poco tiempo, las consecuencias de esa firme decisión dieron lugar a una cruenta disputa que se suscitó entre los templos y las callejuelas de ensueño de las antiguas Profundidades; y en consecuencia de ello, el caos emergió. En más de una ocasión, los españoles intentaron batallar de 11
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manera individual con ambos bandos; no obstante, se percataron que sus armas de fuego no eran rivales para los hechizos, los ataques marciales, las mazas y las armaduras de los lugareños; por lo tanto, cuando las inmensas tropas de Don Timoteo llegaron, decidieron aguardar pacientemente hasta que las circunstancias fueran más propicias ya que ansiaban asegurar la victoria a como diese lugar. Y es que precisamente, eran las armaduras y las mazas de los campeones de Ichnelixliztlitlhaxn lo que impedía que los europeos triunfasen, ya que las balas no podían traspasar la dura capa de hueso con la que estaban elaboradas dichas cotas, además de que las afiladas cuchillas de obsidiana que reforzaban los toscos garrotes —también de hueso—, terminaban por arrancar de un solo tajo las extremidades o las cabezas de quienes tenían el infortunio de hacerles frente, aún si tal individuo portaba por completo su debida protección. En combate, los del Rito de La Sangre eran más “misericordiosos” con sus enemigos, ya que solamente se concentraban en machacarles ferozmente para luego dejar sus cadáveres pudriéndose bajo el Sol. Por el contrario, los del Rito de La Primavera eran mucho más perversos porque no sólo hacían lo anteriormente descrito, sino que en ocasiones, solían llevarse a los soldados moribundos para emplearlos en sus réprobas comuniones. Por tal motivo, si no actuaban de una forma táctica y diligente, Don Timoteo y sus hombres corrían el riesgo de ser derrotados y humillados.
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Por ende, la emboscada ocurrió durante una noche de luna roja, cuando se suscitó un evento de talla apocalíptica que nadie en ningún momento esperaba que ocurriese. Según los rumores, los del Rito de La Primavera habían secuestrado a la princesa del Rito de La Sangre para fines desconocidos que a los conquistadores no les interesaba saber; sin embargo, lo que sí era de su incumbencia era el lugar en donde se libraba la feroz batalla, pues si no aprovechaban esta oportunidad, jamás volvería a presentárseles otra. El suceso se tradujo en una contienda de lo más sucia y ventajosa, dado que los tres bandos se repartían ataques entre sí a diestra y siniestra: los guerreros del Rito de La Sangre atravesaban con agresividad los pechos de los mercenarios del Rito de La Primavera hasta que éstos quedaban enteramente descuartizados; y a manera de respuesta, los segundos degollaban de una sola tajada a sus rivales bañándose con el sagrado néctar que emergía a chorros. Aquellos que poseían habilidades arcanas y elementales, tales como el arte de manipular el fuego (telephlegma), o el aire helado (telekrýo), luchaban a distancia lanzando intensas llamaradas y estacas de cristal para envolver en un manto de infierno a sus objetivos o para dejarlos clavados en la pared hasta que el frío resquebrajara su piel. Las tropas de Don Timoteo no hacían más que aprovecharse de la confusión y la debilidad de ambos bandos para su propio beneficio, todo mientras daban certeras estocadas en el nombre de Dios. El bullicio de la lucha se 13
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filtraba con facilidad entre la espesura del bosque y la sierra; un aura mortal de humo y lumbre se alzaba por encima de los frondosos árboles, mientras que la presencia de la muerte se ceñía sobre los caídos ahora desfigurados e irreconocibles. El honrado Orlando desaprobaba lo que los franciscanos y los militares habían cometido —de hecho, tenía una fuerte aversión por Don Timoteo ya que hombres como él casi lo asesinaban en un atraco—; no obstante, tenía que permanecer callado si es que quería llevar un poco de pan y dinero a su familia. Tras finalizar la confrontación —cuyos resultados todos conocemos—, los sacerdotes de los dos cultos fueron incinerados, los nobles decapitados y los civiles esclavizados y convertidos al catolicismo (religión que actualmente predomina por ahí). La ciudad que por mucho tiempo fuese altamente esplendorosa ahora estaba en ruinas e identificable; y sobre ella, se construyeron varias villas con tendencias arquitectónicas orientadas al churrigueresco, al gótico y al barroco en general. La deshora y la indignación no dejaban de eclipsar la mente de los pobladores que habían tenido la suerte de sobrevivir; y rápidamente, su odio comenzó a crecer como flamas.
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2 El Taurus había sido dejado en medio del bosque a orillas del Río Lherxma: un cauce de agua de proporciones extensas y una profundidad tan amplia, que cualquier cosa o ser que transitara sobre él desaparecía de la vista humana con simplicidad. La corriente nacía en el interior de un grupo de volcanes que recibían el nombre de Las Siete Luces, y desembocaba en alguna parte del Atlántico Norte muy lejos de la tierra firme. Cuando la tripulación se disponía para zarpar, los seguidores del Rito de La Sangre ocultaron un misterioso amuleto de oro en el interior de uno de los cofres que guardaban parte del botín, el cual, no tuvo mayores inconvenientes para pasar desapercibido. Ante la ignorancia de los comerciantes y de los navegantes, la importancia de todo el asunto recaía en que el Río Lherxma era un camino sagrado que se originaba en el interior del venerable eje volcánico ya antes referido; porque se creía que, dentro de seis de ellos, estaban contenidos los espíritus de sus queridos y magnos dioses; y que en el séptimo, aquél de donde salía el fluido transparente, había una puerta astral que conectaba el mundo de los humanos con el Supramundo: el Paraíso según las creencias de Ichnelixliztlitlhaxn. Se decía que estos mismos volcanes, por motivos astrales y religiosos, coincidían exactamente con cada una de las estrellas de la Osa Mayor. El hecho era que tras concluir su ciclo de existencia, los seguidores del Rito de La Sangre que habían vivido honradamente 15
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eran arrojados al interior del susodicho volcán para purificarse y reunirse de nuevo con su creador, en un mundo ubicado más allá de los incontables planetas que moran en el Universo y en donde no se conoce el hambre, la maldad, el sufrimiento o la miseria. Sin embargo, si el individuo había sido corrupto, o malvado, o un seguidor del Rito de La Primavera —o inclusive una bestia evocada por éstos últimos—, entonces se lanzaba directamente al río y se le colocaba un amuleto que advertiría a los espíritus marinos de que ese cuerpo, animado o inanimado, debía ser transportado a una dimensión distante, hostil y húmeda, en donde según se cuenta, están los límites de nuestra realidad y la prisión de los Dioses Negros. Obviamente, el amuleto que había sido ocultado en los cofres del Taurus era el mismo que se usaba para tales circunstancias, lo que provocó que el navío se fuese por un rumbo siniestro y aborrecible, conduciendo a todos sus pasajeros hacia un lugar incognoscible y pútrido, lleno de pestilencia y de seres de una idiosincrasia monstruosa; en otros términos, el artefacto los estaba conduciendo, muy secretamente, hasta el innombrable Cementerio de las Bestias. Cuando el barco pasó por el puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz, Orlando y el resto de los tripulantes notaron algo muy inusual en los alrededores; no había gente en el pueblo, el puerto estaba vacío y una niebla pegajosa y húmeda obstruía los rayos del Sol con unos frígidos vapores de color marrón que se levantaban desde la superficie del agua. Rápidamente, el contramaestre intentó 16
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encender unas cuantas antorchas para hacer más visible el borroso panorama; pero al estar todo tan empapado y tan saturado por las nebulosas, su intención fracasó rotundamente al no poder alumbrar ni un insignificante rincón. Cansados de buscar, entre siluetas silenciosas y sin forma, a quienes tenían el deber de apoyarlos en sus preparativos para el largo camino de regreso a la Península Ibérica, los tripulantes del Taurus decidieron emprender su recorrido sin más demora, recogiendo la pesada ancla que los aseguraba e izando las blancas velas que los representaban; el lúgubre paraje que se extendía ante sus ojos no tardó en consumirlos, y sin darse cuenta, un océano maquiavélico ya los había hecho suyos. Dos pisos más abajo, Orlando se encontraba en su despacho ordenando todas las riquezas que se habían recolectado durante la misión; y en ese instante, se topó con un arma muy inusual que consistía, básicamente, en una maza hecha con huesos de un extraño animal, y recubierta con pinchos afilados de negra y crisálida obsidiana que estaban alrededor de toda la superficie lateral. Era muy pesada; y tras recordar el miedo que le causaba a los hombres de Don Timoteo, decidió guardarse el arma para sí mismo como objeto de protección. Las horas pasaron rápidas y sin contratiempos; pero el amanecer jamás llegó. La última transición de los cielos había sido la noche vil y aterradora en un efecto mórbido, donde el decreciente astro daba la impresión de haber sido engullido por un 17
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cuerpo celeste aún mayor. El clima seguía igual que cuando abandonaron la Nueva España, y muchos de los ahí presentes comenzaron a sentir cierta intranquilidad. El vapor ahora era mucho más denso, se sentía un calor bastante terrible y la luminosidad se fue reduciendo hasta quedar en un punto menguantemente intermedio entre las tinieblas y la claridad. Para agravar aún más la situación, el viento había dejado de impulsarlos desde ya hace mucho tiempo; y al ser el Taurus una embarcación sin remos que la propulsara, fue cuestión de instantes para que éste se quedara a la deriva dejando su destino en manos del mar. Todo lo que estaba a su alrededor era un cuerpo muerto y estéril sin ningún tipo de gracia; no había brumas espumosas, no había dorados rayos solares; y sobre todo, no había delicados atardeceres que enternecieran el corazón de los marinos. Tan solamente había agua salada y chisporroteante; agua infértil e inquieta que se aglomeraba bajo la capa cegadora de una penetrante y oscura neblina. La brisa de por esos lares tenía un extraño distintivo que la diferenciaba de otras de su especie, en donde un viento espectral acarreaba las semillas de un mal augurio. Al cabo de una semana y un día, las cosas se habían agravado a niveles imprevistos. Por culpa de las altas temperaturas, la comida comenzó a escasearse por motivos de consumo diario y por culpa de la recurrente e inevitable descomposición; la carne y las verduras ya daban signos de putrefacción, y el agua dulce poseía un asqueroso sabor a cloaca. Graciosamente, las pocas provisiones 18
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que se mantuvieron en buen estado fueron aquellas que se encontraban almacenadas bajo una capa de ramas de ruda: una planta muy poderosa, que según antiguas leyendas, es útil para combatir y rechazar todo tipo de maleficios. Los soldados, los comerciantes y los sacerdotes en oración no tardaron en verse afectados por los serios acontecimientos que se iban suscitando; un posible motín era inminente y las condiciones, aún desfavorables, no ayudaban mucho en la resolución de las adversidades. Y por cierto, recordemos que toda la tripulación estaba conformada por varones, por lo que la falta de sexo intensificaba todavía más el problema. Ese día —si es que se le podía denominar como tal—, había una oscuridad penetrante y un ambiente borroso que lo hacían todo invisible. La tensión y la desesperación emanaban de los cuerpos de los tripulantes como moribundas exhalaciones, y la intervención de un error estúpido podía dar rienda suelta a lúgubres y perversas maquinaciones. El silencio y la calma eran perpetuos y sobreexagerados; y los efímeros susurros de los aqua momentums podían oírse sin mucho esfuerzo. No era de madrugada ni tampoco de noche. Las estrellas estaban ausentes sobre sus malditas cabezas, y las únicas fuentes de luz que se podían apreciar en todo el plano eran las de las lámparas y las de las velas que yacían sobre la plenitud del barco —que habían encendido luego de bastantes esfuerzos, por cierto—. De pronto, los hombres de Don Timoteo —que estaban 19
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siempre alertas—, escucharon un estruendoso aleteo que provenía de “no sé dónde”, y que se hacía cada vez más fuerte conforme caían los granos del reloj de arena. Ninguno de los marineros había visto la más mínima señal de vida durante todo el tiempo que llevaban embarcados, por lo que la presencia de un ave los llenaba de dicha y regodeo; posiblemente había tierra firme en alguna parte y sólo era cuestión de tiempo para que se toparan con ella. El sonido del batido había cesado repentinamente, lo que les hizo pensar que, tal vez, el gran pájaro se hallaba posado sobre el mástil o sobre la cubierta. De pronto, un crujido turbador rompió la tétrica quietud del océano; y un alarido desgarrador, combinado con un nuevo y aún más brusco revuelo, se combinaron en una expresión orate de muerte y fatalidad. La causa del alboroto se debía a que uno de los soldados había sido atravesado, de lado a lado, por las satánicas garras de un fiero adefesio que volaba y gruñía a espaldas del agónico militar. La bestia tenía alrededor de 1.7 metros de largo y poseía una complexión rígida, pero definida. La textura de su piel era de una pigmentación amarillenta y translúcida como la de los alacranes, con una áspera y fea rugosidad parecida a la de un mamífero sin pelo y con diversas ampollas y llagas repugnantes sobre su superficie. Sus garras se asemejaban bastante a los pies del homo sapiens, sin descartar ciertos rasgos de deformación que eran innegables. Al no contar con un par de brazos, sus alas eran gruesas y puntiagudas como las de un demonio común; su cabeza 20
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cadavérica y chorreante, con ojos huecos y rechinantes, se combinaban retorcidamente con las encías de sanguijuela que tenía por boca. Se le conocía entre los practicantes del Rito de La Sangre con el nombre de “Harphixia”, y era muy temida por sus actividades noctámbulas, o en su defecto, por su preferencia por merodear en la oscuridad. El cuerpo del soldado tenía graves lesiones irreparables y su armadura estaba hecha añicos; algunos trozos de carne pendían de sus heridas mientras que su blanca osamenta se asomaba progresivamente. El Harphixia lo tenía muy bien afianzado con sus afiladas y mortíferas uñas, a la vez que le succionaba toda la sangre de una forma en demasía grotesca. El indescriptible suceso hizo palidecer a más de uno de los presentes; y Don Timoteo, intentando demostrar compostura y valentía, descargó toda la munición de su mosquete sobre la temible monstruosidad. Desgraciadamente, el Harphixia ya había absorbido hasta la última gota de humanidad del hombre al que intentaban defender, y todos los esfuerzos del sargento por salvar a su compañero fueron completamente en vano. La criatura no presentaba ni el más mínimo rasguño o señal de contusión, lo que muy pronto significó un inminente peligro para todos los tripulantes del barco. El inmundo engendro volaba de aquí para allá, de un lado a otro, como intentando calcular su siguiente ofensiva. De manera escabrosa, dirigió su mirada sobre cada uno de los humanos que estaban debajo suyo; y cuando su atención captó la presencia de 21
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Fray Tomás, no dudó dos veces en lanzarse sobre él, debido a que lo consideraba como un indefenso organismo fácil de asesinar. Creyendo que su vida había terminado, el fraile cerró sus ojos, cubrió su nuca con sus manos y gritó desesperadamente esperando su trágico e inminente final, cuando de repente, se escuchó un fuerte impacto sobre la cubierta del barco. Tras enfocar mejor sus velas, los comerciantes y los sacerdotes advirtieron que Orlando golpeaba sin pausas al temible Harphixia con la maza que había recolectado anteriormente, desconcertándoles bastante el diseño tan peculiar y mefistofélico que ésta tenía, y extrañándose aún más luego de ver que, tras esos impactos únicos, la bestia por fin se hallaba muerta. Ninguno se atrevió a preguntar sobre la procedencia de la maza, ya que para ellos, era mucho más importante el haber sobrevivido que el de formular prejuicios innecesarios. Dadas las circunstancias, a nadie le molestó si el arma estaba ligada a un factor blasfemo o si estaba relacionada directamente con la herejía; todo lo que importaba era que los restos del monstruo —que se concentraban en un pastiche purulento de pedazos de tejido, entrañas parecidas a lombrices y sangre—, estaban ante ellos. El capitán del Taurus ordenó envolver en un sudario los cuerpos del Harphixia y del soldado para lanzarlos al mar cuanto antes, pues temía que una maldición se propagase por el lugar. Orlando se había convertido en la nueva personalidad del barco, ganándose el respeto del obtuso Don Timoteo y del engreído Fray 22
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Tomás. La incertidumbre de saber con exactitud su ubicación actual se intensificaba cada vez más conforme la niebla se fusionaba con la brumosa lontananza, a la vez que las aguas y la oscuridad proseguían su siniestra marcha sobre los caminos de la nada. Hasta ese momento, todos los malos pensamientos de revuelta que habían instigado a los pasajeros fueron sustituidos por un miedo agresivo y atroz que se filtraba a través de sus caras como abyectas manifestaciones de sus sensaciones. Llegada la hora de dormir, los tripulantes decidieron montar guardia ante la nueva amenaza que los asechaba, reubicando a Orlando en un nuevo dormitorio con la finalidad de acudir a él en caso de ser necesario; y a pesar de haber apelado al capitán para alojar a más hombres en una sola habitación —con el objetivo de poder protegerse entre sí—, éste se negó rotundamente diciendo que era muy peligroso dado el congestionamiento de la ruta de escape. Según la hora estipulada por el reloj, la medianoche había hecho su triunfal aparición y una humedad caliente y terrible se había apoderado del barco. En el camarote del capitán, el fenómeno estaba en un nivel muy por encima de lo que se encontraba en otras áreas, lo que provocó que grandes cantidades de agua se filtraran en forma de molestas goteras; y su desesperante sonido, tan constante así como alertador, dejaba muy clara su presencia ante la quietud total de las olas y de la escasa iluminación. Poco tiempo después, un desconocido olor metálico 23
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aumentó la opresión que ya de por sí se sentía en el ambiente, poniendo a prueba el temperamento del adormilado capitán que reposaba apacible sobre su lecho. En esos momentos, el agua fue adoptando un resplandor carmesí como el de la sangre, que por instantes, se destacaba gracias a la envolvente y etérea escena negra. Burbujeando como lava hirviente, el viscoso líquido se aglomeró en una sola porción de materia horrible, que sin demora, alcanzó un nuevo nivel de malignidad intolerable. El capitán, más que impresionado, se quedó estupefacto ante el espectáculo, puesto que, luego de contemplar las terroríficas hazañas del Harphixia, no necesitó mucha deducción para concluir que algo peligroso estaba a punto de ocurrir. Un brazo pútrido salió de entre el espeso y diabólico caldo, después el otro, luego un torso y así hasta llegar a un cuerpo cadavérico, babeante y ruin; y sin embargo, no era cualquier cuerpo el que salía de la región de las sombras, ¡sino que era el cuerpo del soldado que el Harphixia había desangrado y atravesado con sus garras! El espantajo se dirigía hacia el capitán de una manera ágil y surrealista, gimiendo y lamentándose con una voz entre ronca y cavernosa. Sus facciones eran más vampíricas que humanas, con blancos colmillos pronunciados en forma de gancho que sobresalían de sus labios y con varias ampollas sobre su piel que palpitaban segundo a segundo. En cuestión de instantes, el Mancipium —nombre que siglos más tarde se le asignaría a estas criaturas—, tomó agresivamente al capitán por detrás de la cabeza 24
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y le incrustó sus caninos sobre la piel. Un grito lleno de lamentaciones escapó desde los confines de la habitación en desgracia, llegando hasta los oídos de quienes estaban montando guardia en los pasillos. Luego de forzar y de derribar la puerta que se interponía entre ellos, los vigilantes del barco entraron con suma rapidez al camarote y observaron, invadidos por un horror que les congelaba el alma, que el capitán del Taurus se hallaba bocabajo, muerto y empapado de pies a cabeza con aquel resplandeciente y hediondo fluido carmesí que se esparcía a través del piso de madera. También advirtieron una peculiar figura humanoide que resaltaba de entre las espesas sombras de la decaída habitación, mientras una secuencia de jadeos y gruñidos se escapaban de sus ocultas y deformes fauces. Intuyendo lo que había acontecido con anterioridad, la orden para abrir fuego no se hizo esperar más; y así, una ráfaga de balas cayó sobre el lomo de la vampírica y aterradora aparición, sacudiendo violentamente todas las partes de su cuerpo sin que fuese afectada por alguna clase de daño. Luego de darse media vuelta, Orlando y sus compañeros quedaron anonadados tras enterarse de que el Mancipium no era otro sino el soldado muerto que habían arrojado al agua hace apenas un par de horas; y aprovechándose de esa impresión, aquel no-muerto utilizó una serie de pasos hipnóticos —que eran tan veloces como un proyectil—, para acercarse hasta ellos. Orlando reaccionó instintivamente e intentó darle un fuerte golpe; sin embargo, dada 25
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su rapidez y lucidez sobrehumana, el muy miserable eludió el ataque y tomó por el brazo al contramaestre con la intención de derribarlo y de montarse encima de él para inmovilizarlo. Por fortuna, los militares no se hicieron esperar ante tal calamidad; y sin pensarlo dos veces, se precipitaron sobre el esperpento para poder auxiliar a su camarada. Y mientras todos forcejeaban entre sí, una lluvia de dolor cayó sobre sus débiles y alterados tímpanos; pues sin que nadie lo imaginase, el capitán del Taurus (ahora seducido por La Corrupción), estaba aferrado a la garganta de uno de los mercenarios, succionándole toda la sangre que transitaba por sus venas. En un audaz y temerario movimiento defensivo, Orlando recuperó el arma todopoderosa que le había sido arrebatada durante su proceso de sumisión; y casi al instante, erradicó la amenaza que estaba postrado encima de él. No obstante, en base a la inesperada fatalidad que había provocado el capitán del Taurus, el riesgo de perecer se había agravado todavía más a causa de que ahora eran dos los seres corruptos que andaban por ahí en completa y llana libertad. A partir de ese acto indeseable y amenazador, una ráfaga de caos se desató a bordo de la desesperada nave; y en cuestión de minutos, todos sus dependientes se vieron afectados a causa de la maldición ultra cósmica que se propagaba entre muerte y muerte y entre mordida y mordida. Más de la mitad de la población del Taurus se había convertido en esclavos de los Dioses Negros; y quienes no lo eran, se resguardaban atemorizados bajo la 26
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protección de un círculo mágico dibujado por Fray Tomás en base a un grimorio santo, antiguo y prohibido que databa desde la fundación de la Basileuousa Polis. A esas alturas, al religioso le daba igual el hecho de emplear conjuros y rituales mal vistos por la Sancta Sedes. Confundidos y desorientados, los mancipiums deambulaban cautelosamente de proa a popa intentando encontrar más seres humanos para apaciguar su insaciable apetito. No podían vislumbrar a Orlando ni a sus compañeros, puesto que gracias a las runas del círculo mágico, todos eran invisibles ante sus diabólicos sentidos. De pronto, se detuvieron en mitad de su ruin y despreciable acto; y al poco rato, giraron sus cabezas al unísono para dirigir su mirada hacia los costados de la borda. Algo impresionante y terrible los había alterado, porque sin previo aviso, comenzaron a lanzar agudos gritos de falsete hasta convertirse en un coro infernal y traumático. Una gigantesca ola golpeó de lleno la embarcación, después lo hizo una segunda y así hasta llegar a una prolongada pulsación de varias agitaciones marítimas que actuaban de manera oscilante. Un rugido atemorizante escapó de lo intangible y lo desconocido, alterando aún más a los habitantes de las tinieblas y a los infortunados sobrevivientes que se mantenían en quietud. El bramido era grave, espectral y tembloroso; y no era comparable con el de otros animales conocidos hasta entonces. Aquella colosal e indefinida presencia engalanaba un aura envolventemente 27
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abrumadora; el saber que un ser gigantesco y peligroso, con el poder de destruir todo un mundo, se difuminaba impredecible en el horizonte, llenaba de incertidumbre incluso el alma más noble y el espíritu más perverso. De una forma u otra, ese espantoso y confuso pandemónium por parte de los Mancipium tenía una justificada razón de ser. El nombre del esperpento submarino era Xochitóznahl: uno de los animales sagrados primigenios, que junto a otros de su especie, se había corrompido gracias a la intervención maligna de los Dioses Negros. Sus dominios comprendían desde el Lago Cempa —en el hemisferio oriental del Plano de los Muertos—, hasta el Cementerio de las Bestias —en el hemisferio occidental—. Ambos lugares estaban conectados por el agua sobre la que navegaban nuestros héroes; y también, ambos lugares eran gobernados con desmedida ferocidad por el monstruo. Su tarea en el Lago Cempa consistía en devorar a todas aquellas personas, que por uno u otro motivo, eran consideradas como impuras por Los Perros Sagrados del Supramundo, negándose éstos últimos a asistirlos en la difícil tarea de cruzar las aguas; mientras que en el Cementerio de las Bestias, su propósito no era relevante ni tampoco estaba bien definido; simplemente se dedicaba a pasear por el lugar tal cual Kraken en los mares escandinavos, a la vez que se aprovechaba de cuanto elemento mortal giraba a su alrededor. Se comentaba que su placer se daba, mayoritariamente, a que el agua y la neblina del Plano de los Muertos estaba compuesta por los desaventurados 28
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espíritus que preferían esperar temerosos en las orillas del crepuscular orbe por miedo a ser devorados por él; todos sus recuerdos, toda su personalidad y todo lo que realmente importa en la vida de los seres humanos no tardaba en sufrir los efectos de una trágica y terrible transición, que volcaba todo aquello en un estimulante inerte y depresivo. La apariencia de Xochitóznahl se asemejaba a la de un gigantesco reptil en descomposición —específicamente a la de una iguana—, con prominentes crestas picudas y huesudas que sobresalían como las aletas de un tiburón. Desde el interior de su cuerpo, atravesando las hendiduras que había entre sus huesos y su carne, emergían unos extraños apéndices de morfología indecible, compuestos básicamente por hinchadas esferas de tejido rosado cuya punta terminaba en una muy singular membrana convexa de geometría hexagonal. Toda la extensión de su cuerpo alcanzaba los 12 kilómetros de largo1, exceptuando la longitud de sus apéndices, que por sí solos, eran tan prominentes como él. Era tan colosal, que aún sin la niebla que los cegaba, posiblemente Orlando y sus amigos no podrían haberle visto por completo. Xochitóznahl sabía a la perfección lo que estaba a bordo del insignificante y mortecino barco; y aunque ya había satisfecho su apetito voraz y su naturaleza oscura con miles de almas sufridas, su
1
La medida puede variar dependiendo del plano o el lugar en donde se encuentre.
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Especial fantasía
nivel de crueldad lo incitó a atentar contra nuestros pobres e indefensos colonizadores. Irguiéndose lentamente frente a los ojos expectantes del religioso, el militar y el
contramaestre,
Xochitóznahl lanzó un rugido ensordecedor que hizo todavía más agobiante la escena tumultuosa; y sin que nadie pudiese advertirlo, la destartalada nave salió disparada hacia la nada luego de que el coloso la golpease violentamente. El acto ocurrió tan rápido, que nadie tuvo tiempo para reaccionar.
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3 Después de un tiempo indefinido, Orlando, Don Timoteo y Fray Tomás despertaron aturdidos y desorientados en un nuevo sitio; milagrosamente, todos los que se habían refugiado dentro del círculo mágico no sufrieron daños significativos. De cualquier forma, el lugar donde ahora se encontraban era tan sombrío, lúgubre y extraño como todo lo que habían contemplado con anterioridad. Al parecer, sus pies se apoyaban sobre una superficie irregular y tosca, que en ocasiones, era blanda, suave, afelpada, dura, rígida y estirada. Rápidamente, todos se percataron que estaban parados sobre un gran islote conformado por los cadáveres apilados de cientos de bestias, demonios y seguidores humanos del Rito de La Primavera. No había rastro ni señales de los mancipiums; pero en su lugar, los fragmentos destrozados del Taurus se bañaban con el agua aborrecible de la costa. En el corazón del islote, es decir, del verdadero Cementerio de las Bestias, se levantaba una montaña formada por la misma masa de cuerpos corruptos y en descomposición, además de una cascada fría y fulgurante que arrastraba un líquido abstracto e irreconocible. En torno a la punta más alta, los harphixias hacían su nido agitando sus alas con violencia al más puro estilo de los zopilotes, mientras que en la cúspide, se hallaba una mastodóntica cabeza cornuda que vigilaba con tiranía cuanto suceso relevante sucediera por ahí. La fragancia pesquera que se respiraba era nauseabunda.
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A raíz de lo sucedido en el Taurus, Orlando y los demás decidieron buscar un refugio para mantenerse alejados lo más posible de los harphixias; y al cabo de unos minutos, encontraron una cueva de siniestra hechura, en cuyo interior, se hallaba una antigua fuente atiborrada con un fluido muy similar al de la cascada y que iba cayendo de las estalactitas y estalagmitas como gotas de sangre. De hecho, resultaría incierto no decir que aquello se trataba de sangre; pues gracias a las penumbras del lugar, era muy difícil estar seguro de su esencia. Utilizando los pocos suministros que quedaban, Don Timoteo encendió una antorcha y trató de iluminar la guarida; y en ese momento, un apéndice deshuesado —salido de un recóndito e inexplorado rincón—, se abalanzó sobre él tratando de alimentarse de su ser. En ese momento, Orlando, quien todavía traía consigo la maza, intentó defender a su amigo en dificultades antes de que se convirtiese en un vampiro —tal y como él los nombraba—; sin embargo, sus esfuerzos habían llegado demasiado tarde, puesto que el militar había tropezado y caído dentro de la fuente durante todo el alboroto. Así, en un momento acelerado de decisión, el marinero eliminó al monstruo tal y como había hecho con otros anteriormente, mientras que Fray Tomás buscaba a tientas a su prójimo en apuros. Luego de varios intentos por localizar a Don Timoteo, el fraile se dio cuenta que algo muy inusual ocurría dentro de la fuente. Aparentemente, el militar daba indicios de haber sido absorbido y 32
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asimilado por ella; y sin ninguna señal de vida de su parte, la sospecha se proliferó de manera vertiginosa. Luego de muchos titubeos e indecisiones, uno de los soldados introdujo sus brazos lentamente en el abismal y escalofriante recipiente, y en cuestión de instantes, se retiró de ahí aterrado y escandalizado. Una vez que se hubo serenado comentó que, tras intentar tocar el fondo, sintió que sus manos estaban afuera… como en la superficie, pero sin la necesidad de haberlas sacado de ahí. El insano argumento era más que verídico. El resto de los presentes no tardó en imitar su acción después de notar una confianza suprema en los ojos del soldado; y sin retrasos, todos se adentraron a lo más profundo de la irreal fuente con el objetivo de conocer el destino de Don Timoteo. Al estar todos reunidos en la parte más baja de la cueva, las sospechas que Fray Tomás y el soldado tenían sobre el líquido que llenaba la fuente fueron confirmadas, pues realmente se mantenía suspendido en un punto intermedio del recinto y desafiando descaradamente todas las leyes de la física. Emergiendo silenciosamente de la oscuridad, Don Timoteo se presentó ante ellos y les ordenó que guardaran silencio; y acto seguido, les susurró para que dirigieran su mirada hacia donde apuntaba su dedo. Ahí, una mujer desnuda, de piel morena y esculpida figura, con un aparente rol de sacerdotisa, y adornada con accesorios exóticos y relucientes, obraba en una ceremonia pagana alrededor de una fogata de luces corrompidas donde otras 33
Especial fantasía
personas de su misma clase danzaban atrozmente. El suelo y las paredes, cubiertos en su totalidad por el fluido que se precipitaba de la cascada, ya no estaban hechos de cadáveres sino de tenaz y porosa roca; y sobre ella, reposaban las ruinas de una civilización de antaño que había vivido durante el crepúsculo de los dioses. El inaguantable olor a bahía descompuesta y el sonido del océano aún seguían presentes. —¡Peregrinos de singular vestidura! ¡Regocíjense y llénense de gozo! —Exclamó la sacerdotisa—. Hoy han sido trasladados hasta las puertas del Palacio del Alba en donde residen nuestros señores. ¡Únanse a esta ceremonia de placer para que sean ungidos y santificados por Tenebrae Mortem, Su Majestad 2! —¡No! —gritó exaltado Fray Tomas—. ¡De ninguna manera! ¡Ya he tenido suficiente de toda esta locura! A lo largo de estos días he visto morir a bastantes cristianos de maneras aborrecibles, he quebrantado las normas de mi iglesia y también he contemplado la cara del mal. ¡No me inclinaré ante como se llame, quien seguramente es el mismísimo Satanás! Tras esas palabras de desprecio, la expresión en la cara de la sacerdotisa pasó de ser a una de entusiasmo y vivacidad, a una de seriedad y enfado. Sus ojos se quedaron clavados en el religioso de forma intimidante, como si intentara adivinar algo o escuchar el atento consejo de alguien. Al cabo de unos segundos, la mujer 2
El Dios Negro más poderoso.
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replicó: —Ahora lo entiendo. Así que ustedes fueron los responsables del caos provocado en el Mundo Humano. Pues bien. ¡Entonces todos deberán pagar por su inescrupuloso acto! ¡Nadie mancilla ninguno de nuestros recintos sin recibir su debido castigo! Entonces, abandonando su danza macabra, los paganos se reagruparon formando un semicírculo; y después, entonaron un sombrío cántico que fue precedido por una serie de temblores que poco a poco iban en aumento. Y justo ahí, frente a ellos, apareció una cosa deforme e inconcebible de entre las ruinas de la civilización, de más de tres metros de alto y con el cuerpo cadavérico —aunque vigoroso—, de un ser demoníaco. Poseía dos pares de brazos con sus respectivas garras, un costillar prominente que sobresalía con facilidad, una gruesa capa de rojizos nervios entrelazados, un ancho hocico perfectamente convexo, algunos pinchos rotos sobre sus hombros y una hilera de afilados cuernos en forma de corona. A finales del Siglo XVI se le conocería bajo el nombre de Oxzitanuhs; y su principal obligación era servir directamente a Tenebrae Mortem y al resto de los Dioses Negros. El Oxzitanuhs rápidamente advirtió la presencia de Orlando y los demás. De manera intimidante, levantó sus enormes y toscas garras hacia delante y comenzó a sustraer una nebulosa de color azul de uno de los soldados de Don Timoteo. Unos segundos más tarde el hombre cayó muerto de rodillas, y una esfera luminosa, del 35
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mismo color de la nebulosa, se suspendía y rotaba cíclicamente sobre su propio eje en medio de las mortales uñas del monstruo. Sin lugar a dudas, el Oxzitanuhs le había robado su alma. Sin dejarse guiar por la impresión del suceso, Orlando actuó rápidamente y golpeó con ferocidad el abdomen del demonio con su arma. Acto seguido, Don Timoteo y los escasos tres hombres que le quedaban intentaron ayudar disparando sus últimas reservas de munición. Fray Tomás y su reducida orden se dispusieron a orar y a efectuar más actos ocultistas para atacar a la amenaza; y los seguidores del Rito de La Primavera, por su parte, seguían llevando a cabo sus cánticos y sus rezos mientras todo lo demás acontecía a su alrededor, quizás con el propósito de emular lo que la Inquisición realizaba durante sus actos de tortura en aquella época. El bombardeo de balas e impactos sobre el Oxzitanuhs duró alrededor de media hora; y al poco rato, el cansancio, el hambre y otros factores similares empezaron a verse reflejados en el rendimiento de los combatientes. La situación se agravó aún más cuando se terminó la munición de Don Timoteo y sus hombres, y justo en ese momento, la bestia se reincorporó y respondió ante todas las agresiones de las que había sido presa. Moviéndose fugazmente a través del recinto, el esclavo del Dios Negro descuartizó a Don Timoteo y al resto de sus soldados arrancándoles —a base de fuerza bruta—, sus brazos, su carne y sus cabezas; y como golpe de gracia, absorbió sus almas bajo una 36
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lluvia escarlata que se escapaba a chorros de los miembros desmembrados. Luego, una vez repuesto, convocó desde las entrañas del subsuelo unos géiseres de energía oscura cuyo fulgor carmesí era similar al de ciertas galaxias muertas. Acto seguido, concentró toda esa energía alrededor de su cuerpo y la dirigió sin compasión hacia Fray Tomás y los otros religiosos para desintegrarlos por completo. Tan solo quedaron esqueletos carbonizados y humeantes de aquellos devotos a la Providencia. Orlando estaba tan aterrado por la repentina muerte de sus compañeros que no podía apartar su vista del Oxzitanuhs —que se aproximaba hacia él—, ni tampoco de los seguidores del Rito de La Primavera que seguían cantando y rezando en la oscuridad de las ruinas. Sin otra resolución a la cual acudir, decidió darse a la fuga para tratar de salvar lo poco o casi nada que le quedaba; no obstante, el Oxzitanuhs, anticipándose a sus planes, se interpuso en su camino gruñendo y mostrándole sus colmillos para demostrarle que sus esfuerzos por escapar eran inútiles y que su insignificancia como individuo solamente servía para divertirle. Y así, como acto final de perversión, el Oxzitanuhs arremetió contra Orlando haciendo que él y su maza saliesen volando fuera de la cueva, aterrizando muy cerca del lugar en donde se precipitaba el siniestro y espeso líquido de la cascada. Ahí, en su aturdida agonía, Orlando bebió de un pequeño riachuelo que estaba no muy lejos de su posición; y resignándose a lo que le depararía el futuro, esperó con ansias el abrazo de la muerte. Empero, gracias a que se había 37
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hidratado con el fluido del riachuelo, sus anhelos jamás se volverían realidad, y la inmortalidad estaría por siempre a su lado. Así concluye esta historia con un Orlando aprisionado en el Cementerio de las Bestias, a orillas de la costa y entre el esqueleto de su barco abandonado. De vez en cuando se le suele ver cazando a algunos harphixias —y otras criaturas que no mencioné—, para alimentarse y apaciguar sus necesidades, lo que deja muy claro que no es completamente inmortal. Si decidiera no comer más carne de demonios, es seguro que sus días estarían contados; pero al estar ya en la dimensión en donde habitan los diablos y los condenados, ¿qué es lo que lo motiva a seguir vivo? ¿Será acaso su desconocimiento sobre los hechos? ¿O será quizás algún otro motivo? Tal vez nunca lo sepamos. Lo que sí sabemos es que ahora, en la bahía, habita un loco guerrero envenenado por la carne y la sangre del Cementerio de las Bestias; y que evita, a toda costa, el mar, la cueva y la fuente que tanto daño le causaron. FIN
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Juan Francisco Negrete Rojas (El Conde de Betancourt). País: México. Publicaciones anteriores: 1.
En compañía de la muerte. Revista “Vuelo de
cuervos” número 7. 2.
Nocturna demacración. “Blog de la revista
Fantastique”, especial “Vampiros”. 3.
Rhythmus Mortis. Gritos Sucios: una antología
Splatterpunk. Ediciones Vernacci. 4.
El
Ntahyual.
Faunimalia
39.
Antología
independiente de Juan A. Pajuelo (Lobo Fantasma). 5.
La Tlanchana, o la sirena en desgracia.
Penumbria 49. Antología digital.
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EL SITIO PELIGROSO Ricardo Giraldez
Era una mala noche, cargada de negros presagios. El viento azotaba los rostros, escardaba la tierra, levantaba remolinos de polvo en el aire y quitaba sollozos de angustia a los árboles ateridos. De tanto en tanto llegaban aullidos dementes, bestiales, escalofriantes, como si una invisible hueste de demonios estuviese atravesando el espacio muerto en una marcha alocada e infatigable. Y en medio de ese escenario irreal: Ellos, dos diminutas siluetas no menos irreales cabalgando por una senda de fantasía; dos manchas negras aplastadas contra el misterio de sus propias sombras. Ellos: —Mala cosa, Castelano. Ni las fauces de un lobo olerían peor que este boscaje enlutado —rezongó Dos-Mulas con el rostro hundido hasta el fondo del capuz. Y como si el viento hubiese querido rubricar sus palabras y reforzar aún más su voluntad de poder, un nuevo y brutal latigazo de polvo se abatió sobre ambos jinetes. —¡Mala cosa, sí! —insistió Dos-Mulas escupiendo tierra. Durante todo el trayecto no había cesado de rezongar, lo cual era habitual en él. Habría seguido hasta el fin del mundo a su señor, aquel a quien apodaban “El Castelano”, hasta el quinto 43
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infierno inclusive, pero no sin lanzar algún bufido de protesta cada tanto. Ello estaba en su esencia. De aquí que las quejas de DosMulas se elevaran sordas a oídos de su señor la mayor parte de las veces: pertenecían a la cadencia de la marcha como el eco de los cascos, las angustias del viento o los agoniosos aullidos de los lobos a sus espaldas —esos lobos, sí, que, como compañeros fieles, nunca les perdían pisada. Varios días con sus noches llevaban cabalgando por inhóspitas tierras de la Sierra de Segura, atravesando senderos tortuosos y desfiladeros traicioneros apretados por firmes hileras de montañas; gélidas montañas en las que se ahogaba un horizonte esquivo e inquietante; cumbres lúgubres desde las cuales el invierno descolgaba sus helados y quebradizos velos. Venían de las guerras, de la derrota y de sus miserias. Sucios, pobres y malditos, venían huyendo de fantasmas vindicativos y sangrientos. Su único botín: una ambición hecha jirones, el espantoso recuerdo de alaridos de mujeres y niños indefensos, de ciudades asoladas, de cadáveres putrefactos diseminados en el barro. ¡Muerte, sí!; traían muerte absurda e innecesaria consigo. Muerte enclavada en el alma, en los huesos, en la carne, y el asco hacia todas las cosas fermentando en el corazón. Pero traían algo más: una misión celeste y un sueño de redención. Dos-Mulas cimbreó bajo un acceso de frío.
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—Hiela, mi señor. Y este sendero endemoniado parece no llevar a ninguna parte. Todo es piedra, viento, polvo y demás vómitos de los elementos… ¿A qué seguir? ¿Por qué no abandonar, de una vez por todas, este extravagante empeño? Sí, sí…, ya sé. “¡Calla de una buena vez, puerco perezoso!”. Y bien, decidme que calle, y callaré; pero opino que de seguir por este mismo sendero terminaremos muy pronto como pasto de los hambrientos lobos, o de algo mucho peor. Mas, como tantas otras veces, los rezongos sonaban huecos en el vacío; ese penetrante vacío que rodeaba y horadaba a ambos jinetes, y que hacía que Dos-Mulas se mostrarse tanto más insistente y reiterativo. Se habría dado por satisfecho de seguro si cuando menos su señor lo hubiese reprendido con alguno de sus clásicos: “¡Calla, apestoso barril de grasa!”. Sí, seguramente, menos que reconvenir a su señor, más bien buscaba despertarlo de su densa cerrazón, de su impenetrable mutismo. Pero nada; por mucho que intentase, quien cabalgaba a su lado marchaba como un poseso: fija la mirada en el horizonte; perdida la mente en sus propios pensamientos. Y esto exasperaba a Dos-Mulas: —Mi señor ha oído voces celestes demandándole seguir una ruta. ¿Y quién es Dos-Mulas para dudar de lo que oye mi señor? ¡Dios me libre de semejante audacia! Sólo que, después de tanta marcha cruel y fatigosa, Dos-Mulas se pregunta: ¿y si esas voces no hubieran tenido otro propósito que engañar a mi señor? ¡Ah!, pues que me coja un rayo si yerro la puntada, más se me hace que, 45
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pese a su buen juicio, el corazón de mi amo es demasiado noble como para sospechar engaño y chanchullo en las voces celestes. Y sin embargo, ¿qué dijo esa voz? “Buscad en lo más escarpado de la Sierra de Segura el monasterio en ruinas sobre el cual la muerte alza su hoz”. Y bien, ¿qué ventura puede aguardarnos en sitio igual como no sea una realísima desventura? ¿Qué podríamos ganar con ello? Nada lindo de seguro. No, nada lindo. ¡Ay!, si por mi fuera, señor mío, ya habría… Pero Dos-Mulas no pudo completar su idea esta vez, si es que la tenía en verdad. Pues como si despertase del silencio que lo tenía recogido en sí mismo desde hacía días, la voz del Castelano, por fin, se hizo oír: firme, áspera y absoluta: —Aquí es —soltó sin asomo de duda. Y con una de sus férreas manos enguantadas, apuntando hacia la brumosa distancia: —He allí el sitio descripto por la voz. El monasterio abandonado al final del sendero y el árbol en forma de guadaña en uno de sus laterales no permiten el error. Aquí ha de ser, lo que ser deba hoy. Dos-Mulas siguió con la vista la línea invisible que trazaba la mano de su amo, aunque consternado. El monasterio era una ruina de afiladas torres sobre las cuales la luna dibujaba sombras extrañas y terribles. Un resto de piedra estéril y muda, como una flor de muerte brotada en un valle de tumbas. 46
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Sobrecogido por el espectáculo, luego de santiguarse, DosMulas volvió a protestar: —Pues buena hemos pasado para contemplar semejante cueva. Ya decía yo que la voz que habló a mi señor no era buena de fiar. Aquí sólo pueden aguardarnos fantasmas, brujos, diablillos y demás heces; y no quisiera ser yo recibido por semejantes anfitriones; ¡no, mi señor! Pero… hablando de dia-bli-llos… brujos… y fan-tas-mas… ¿Qué es esa fosforescencia que… se perfila… allí? La silueta esplendente apareció ante ellos como una visión fantasmal e irreal, emergida de la nada y sin anuncio, justo en medio del camino. Ambos caballos se encabritaron al unísono entre torvos relinchos, con ojos desorbitados, como si hubiesen recibido el furibundo latigazo del espanto, y los dos jinetes tuvieron que hacer grandes esfuerzos para contenerlos y no ir a dar al suelo. Flotaba el espectro envuelto en un sudario luminoso, rutilante, magnífico. ¡Era tal y como se sueñan los ángeles en los sueños! —¿Me recuerdas? —habló con voz diáfana, dirigiéndose al Castelano, la visión. —Y aún sin llegar a reconocerte. —Y sin embargo, ¡sí me conoces! —tornó límpido el poderoso canto—. Yo soy aquel a quien a la vera de un vado, a falta de moneda que dar, desnuda, diste tu mano. Yo soy aquel con 47
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quien, en una noche fiera como ésta, grande en magnanimidad, compartiste el espléndido manto. Yo soy el llagado leproso, mio Cid, que más que como a un igual, una vez trataste como a un hermano, y que como igual y hermano te habla hoy. Soy San Lázaro, el enviado, y mía fue la voz que te ha traído hasta aquí a través de un sendero tortuoso, para hacerte un encargo que ningún otro mortal podría honrar, para encomendarte una empresa hecha sólo a medida de tu espada sin tacha. El silencio fue de nuevo en el valle. Apaciguados habían sido los elementos. Era como una tregua cedida por el infierno. Una tregua conseguida merced a la intervención de un ángel. Castelano desmontó de su cabalgadura con movimiento pausado y lánguido, como ajeno al tiempo que transcurre aprisa. Parecía él mismo ser otro ente fantástico y sobrenatural en esa noche de prodigios. Luego se hincó de rodillas ante la aparición esplendente, y con las riendas del caballo atenazadas en una mano todavía, declaró: —Mucho ha pasado desde entonces, Ángel resplandeciente; mucho se ha roto y descompuesto desde aquella oportunidad que hoy evocas. Tus llagas se han hecho luz divina en dicho lapso, mientras que mi corazón se ha llenado de hiel perversa. No soy yo el hombre que buscas ni mi espada la que invocas, pues su hoja mancillada está. Una y otra vez le he puesto precio como si se tratara de una vil mujerzuela. Y una y otra vez la he visto hartarse 48
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de sangre virtuosa. No merezco tus palabras. No soy digno siquiera de tu visión. No, ni mi espada ni yo somos lo que buscas. El ángel pareció beber un sorbo de luna, y su luz espectral floreció en una irradiación inmensa y aún más potente. —¡Calla! —reconvino entonces al caballero, aunque sin abandonar la dulce mirada—. ¡Calla, mio Cid!, que Vanidad, y no tú, es quien habla. El juicio de tu alma no es a ti a quien conviene; sino al que todo lo contempla desde lo alto. Que hoy y en esta hora principia una nueva edad para los hombres. Que hoy y en esta hora nace un nuevo ciclo. Vienen tiempos oscuros para todo lo terreno, Castelano; tiempos en que la fe será socavada y la vanidad enaltecida. La noche se derramará sobre la tierra como negra ceniza perversa y nada bueno brotará de ella hasta que no torne la luz a devorarla. Pero tardará en llegar ese día. Mucho sufrimiento habrá de parir todavía este mundo. Mientras tanto, y aguardando la restauración, las santas reliquias deben ser preservadas. No pueden quedar a merced del Oscuro. ¡No deben! Y a ti, ¡oh, noble Cid!, a ti se te ha confiado proteger la mayor de todas ellas: El Santo Cáliz: la copa sagrada de la última cena, aquella que ha bendecido Nuestro Señor con su divina sangre y sus divinos labios. La luz se hizo todavía más radiante, floreció formidable en la noche. Luego, el ángel se elevó en el espacio, semejante a una corpórea luminaria recortada contra el manto negro de las estrellas. Un brazo extendido, los cabellos flameantes y el dedo índice apuntando hacia el monasterio en ruinas, y su voz, su poderosa 49
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voz, multiplicada en miríadas de otras voces invisibles… que hablaron de tal guisa: —¡Allí se encuentra el cáliz, caballero, a merced de los malos espíritus! Allí es donde guardada fue la copa en mejores tiempos para mejores días, y de donde tú deberás recuperarla. No es santo ya el sitio que la alberga; está corrompido. La roca pelada donde dormita huele a moho y podredumbre. Ese monasterio edificado otrora por fe peregrina, es hoy cubil de monjes renegados, hechos a prácticas siniestras. Son brujos que conspiran contra Dios, animados por Satán. Comienza una nueva hora, caballero; una hora de lucha cruel que no dará tregua, entre Luz y Tiniebla. Y tú, aquí y en este instante, comenzarás esta lucha. Pues en ti es que se anuncia el inicio de lo que otros continuarán. >>¡Salva, salva el Santo Cáliz, Castelano! ¡Devuélvelo a sitio sacro! Sólo la mano que, desnuda, ha estrechado la del llagado, puede tocarlo; sólo el manto que ha cubierto la plaga infecta de la lepra, puede envolverlo. ¡Tuya es la mano; tuyo es el manto! Entra al monasterio profano; enfrenta a la Oscuridad que allí se mofa de la fe con malas artes, y rescata el divino cáliz que de la cristiandad es emblema. De ti, y sólo de ti, depende lo que comience hoy a revalidar el ayer. Que ese cáliz descanse en sitio mejor o que se pierda para toda la eternidad: eso está en tus manos. >>Ve, Castelano, ve por el principio que ya se te hará saber la continuidad. 50
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Finos remolinos de polvo juguetearon un momento en torno a la divina visión luego de estas palabras, hasta envolverla por completo en una tromba mágica e irreal. Y en menos de un instante fue el vacío, la nada, la noche y el aullido recrudecido del viento y de los lobos. El ángel había desaparecido. Castelano se restregó los ojos como si despertase de un profundo sueño, o más bien de un poderoso hechizo. Tardaba en comprender, le resultaba imposible asimilar o juzgar. Y fue en medio de ese marasmo que recordó a su fiel amigo, al que había olvidado por completo desde que la aparición cobrara forma y se animara ante su perpleja mirada. Lo encontró tendido en el suelo, a un costado del caballo, víctima de un hondo desmayo que parecía no haber alcanzado siquiera su mitad. Demasiadas emociones, sí, demasiada maravilla y prodigio extraordinario para la simpleza del bueno de Dos-Mulas. El caballero no hizo nada por volverlo en sí, quizás por considerar que todo esfuerzo habría resultado vano, o por conocer que allí a donde se dirigía, tenía que ir solo. Se conformó con acomodarlo bajo un árbol de gruesa corteza, al cual ató también ambos caballos, y luego, con la espada desnuda en la diestra, una improvisada antorcha en la siniestra y una férrea resolución en la mirada, se encaminó hacia el monasterio ominoso.
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A cada paso, el viento parecía soplar con mayor furia y traer voces enemigas, confundidas en su frenético ulular. Eran voces amenazantes que lo amonestaban, lo reconvenían, lo instaban a desistir de su osado empeño. Y de todas esas siniestras voces, era garganta el tétrico monasterio. A medida que el caballero se acercaba, el aspecto tenebroso de la ruina se hacía más evidente y su dañino influjo más opresivo. Un aura maligna la envolvía, como una atmósfera viciada y funesta. Sobre las piedras mohosas, se apreciaban manchas de sangre coagulada, rastros inequívocos de que allí mismo se había sacrificado vida a capricho del mal. Y entonces, una incontenible náusea retorció el estómago del Castelano, y sintió que el corazón le golpeaba el pecho como queriendo huir de su prisión de carne y huesos, asqueado acaso de esa celda llamada “humanidad”. Sabía ahora que el templo infame tenía que ser exorcizado; que menos que un deber, era ello un imperativo. Que ninguna luz podría ser plena o posible en el mundo en tanto existiese ese antro de oscuridad. Nada debía quedar en pie, tan siquiera su oprobioso recuerdo. Fue bajo la mirada atenta de los lobos que traspuso la entrada. Un acre aliento, que hedía a cadáver, lo recibió al instante. ¡Era el aliento de la muerte! Sin embargo, no todo estaba muerto allí. A través de los penumbrosos corredores se oían alaridos de furia, alaridos espeluznantes que inspiraban pavor y que con agudas uñas invisibles desgarraban los oídos. Venían impulsados por corrientes de viento favorecidas por los viejos techos apuñalados de luna. La 52
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llama de la antorcha cimbreaba en la mano del caballero, bailaba una danza de muerte, y, a su paso audaz, las tinieblas se estremecían enloquecidas, aunque sin poder despegarse de los muros. Parecían querer arrojarse sobre él, hacer sombra de él, hundirlo en la oscuridad absoluta; parecían querer, sí, hacerlo suyo, fundirlo para siempre en la negra noche de la cual provenían. ¡La noche del caos! Muchos otros caballeros habían corrido pareja suerte. No tardó Castelano en constatar esto con viva desazón. Pues entre los restos de piedra dislocada en el suelo a resultas de los sucesivos derrumbes, un rimero de calaveras arrojaba miríadas de espeluznantes gritos mudos, eternos de repulsa y alarma. ¡Era el horror revelado bajo el silencio de las inconmovibles estrellas! Un horror del cual más de un campeón había sido testigo fatal, según atestiguaban los numerosos escudos, lanzas, yelmos, espadas y demás restos de acero que, maltrechos, se hallaban diseminados por doquier. Castelano abarcó con una rápida mirada todos esos despojos; se hizo eco de sus gritos mudos; padeció cada una de sus agonías y la sangre se le convulsionó en las venas como un río revuelto. Sintió ira, masticó rabia y tragó miedo. ¡Miedo, sí! No ya de lo que la aventura pudiera depararle; sino de fracasar en su propósito, de malograr el encargo que había recibido, de que su misión resultase fallida. Pues advertía ahora que la responsabilidad que le cabía era enorme, crucial, lindante con lo divino. 53
Especial fantasía
Y él, no ignoraba, era solo un hombre. De pronto, una puerta se abre con agónico y escalofriante chirrido. Castelano queda suspenso un instante, mientras las sombras arracimadas a su alrededor se ponen en fuga perseguidas por la luz que emana del recinto. Sólo unos segundos más y esas sombras son ya jirones de una noche despedazada. Adentro, sentados en torno a una gran mesa, doce monjes encapuchados lo reciben. Sólo un sitio está vacante. Sólo una silla vacía, y en su cabecera puede leerse un nombre: ¡su propio nombre! El caballero no tiene tiempo de formular preguntas, tanto menos de aventurar respuestas, pues bajo las cogullas negras, apenas visibles, los doce rostros lívidos que lo contemplan con sonrisas mal dibujadas, repiten todos a una voz. —¡Salud, mio Cid, te esperábamos! Es el desconcierto. Las miradas son intimidantes y poderosas, y colgadas de ellas unos ojos luminosos, semejantes a arañas fosforescentes entrelazando ardides. Intimidado y confundido con la situación, Castelano sólo atina a apretar con mayor fuerza el pomo del acero que lleva en la diestra. Lo que menos esperaba era un recibimiento semejante. Lo que menos esperaba era resultar el objeto de la espera.
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—Nada debes temer de nosotros, Campeador —hablan nuevamente las voces todas a una—. Por el contrario, aquí eres bienvenido. Hace tiempo ya que te aguardábamos, impacientes por completar nuestro círculo. Tú eres el eslabón que falta en el encadenamiento mágico, aquel que cerrará lo que sin ti quedaría inconcluso e imperfecto, a saber: el círculo del Grial. Tú eres, sí, el último en llegar hasta nosotros, el número trece: el elegido. A ti te está reservado, pues, el Sitio Peligroso. Sin entendimiento, como bajo embrujo, Castelano no puede apartar la mirada de esos ojos arácnidos en acecho de los suyos. Se siente atravesado hasta los recovecos más íntimos de su humanidad, como si esos ojos removiesen de sus entrañas sueños malditos. —¿Qué? ¿Te sorprendes? —tornan a insistir las voces al unísono—. Pues ello es normal. Largo es el camino del entendimiento verdadero; y sin embargo, tú ya has andado la mayor parte, pues aquí estás finalmente. Las palabras se acumulan en la mente del caballero aturdiéndolo; todo su cuerpo parece vibrar como una campana sacudida por el horror. Los monjes encapuchados son los responsables de esos tañidos. Pero, <<¿quiénes son ellos?>>, es la pregunta que Castelano se hace una y otra vez sin vislumbrar respuesta: ¿qué suerte de misterio está a punto de revelársele?, ¿y qué lugar ocupa él en 55
Especial fantasía
dicho misterio? Y como si sus movimientos interiores fueran susceptibles de ser auscultados, todas a una, las voces replican: —¿Nosotros? Nosotros somos tu complemento, Castelano, aquello que has echado en falta en todas las cosas desde siempre, aquello sin lo cual tú no eres más que soplo vago, luz efímera e insignificante polvo. A nuestro lado, en cambio, tomando lugar en el círculo de privilegio, todo lo podrás ser y a todo podrás aspirar, pues ya no habrá límites para tu ser ni tu deseo. No, no existe límite alguno para los miembros del círculo del Grial: nada nos está prohibido, nada se nos figura más allá de lo posible, nada escapa a nuestro entendimiento. >>¡Siéntate, Cid! Y todas tus preguntas hallarán respuesta. Ocupa tu lugar en la mesa, completa el círculo de la Copa y el mundo será una gema diminuta en tus manos, una hermosa gema con la cual te divertirás a capricho. >>¡Ven, hermano! Hazte uno con nosotros; escrito está que así ha de ser. Nadie puede entrar vivo en el santuario sin previa elección del hado. Tú eres el elegido; es a ti, y sólo a ti, que se revelará el Grial en toda su magnificencia y poderío. Está escrito en runas, en las estrellas y en este sitial que te aguarda. ¡Selah!” Sin comprender nada de lo que oye; sin poder asimilar nada de lo que está ocurriendo:
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—Pero el Grial —objeta titubeante Castelano, como intentando resurgir de su marasmo—, es símbolo de pureza, que no de poder. Doce carcajadas estallan al punto en el recinto como el cloqueo de mil brujas. Es el infierno el que parece reír en esas gargantas. —¿Te burlas, acaso? Sólo una forma de elevación existe, sólo una forma de pureza es dada, y es el poder. Todo existe en él y nada es fuera de él. ¡Nada! El poder es santo, único e indiscutible; y lo demás es simulacro, vacío, angustia y desesperanza. >>¿Prefieres esto último, Campeador? ¿Es que sólo has batallado y sufrido en pos de un vacío de insatisfacción? ¿Te alzaste una mañana sobre todos los hombres para acostarte por la noche más pobre que ninguno? ¿Era esa la recompensa a tamaño esfuerzo y tamañas dotes guerreras? Dudo de que así lo creas; dudo que ello te conforme. >>Mírate, examínate y comprobarás esta única verdad. Que el poder es el único absoluto y que sólo su voluntad nos anima. Y el poder está aquí, oculto en este templo. El poder es el Grial, y precisamos de ti para que se nos revele. Trece son indispensables para la revelación; trece es el rey y tú eres el trece. Tú, sí, eres la revelación, Cid. Y tú amas el poder.
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Especial fantasía
>>¡Compruébalo, compruébalo en ti mismo! ¡Mira!, ¡mira muy dentro de ti! ¡Examínate, Campeador; abisma los ojos hasta el fondo de tu deseo!” Doce brazos se extienden con imposición de manos hacia el rostro del Castelano; las palmas semejan arrojar ondas en el aire que golpean con fuerte impacto al caballero. Ya no sostiene ni su espada ni su antorcha; ya no se sostiene siquiera a sí mismo. Una luz de aquelarre lo ilumina todo; una luz maldita que en nada semeja la luz del día. Las siluetas de los monjes cobran tamaño colosal dentro del recinto; sus rostros se alargan y estiran. Luego son los gritos bestiales, el golpeteo de puertas y postigos, y la tierra que parece conmoverse bajo los pies. Creía el caballero haber conocido lo atroz bajo todos y cada uno de sus rostros, y ahora presentía no haber dado hasta allí sino con simples máscaras de comedia. Que lo verdaderamente atroz estaba a punto de revelarse por vez primera ante él, que finalmente conocería la faz desnuda del mal. De pronto, buscando hacer pie en semejante caos, Castelano ve su propia imagen multiplicada en mil superficies cristalinas. Se ve a sí propio atravesando cientos de miles de circunstancias; el hechizo adquiere mil caras, aunque todas vergonzantes y aborrecibles. Se ve sembrando muerte en la batalla cruel, muerte innecesaria y gratuita; se ve devastando ciudades, cabalgando frenéticamente sobre el llanto de niños y mujeres; se ve pisoteando y mutilando cuerpos, abusando del indefenso, despojando al caído. 58
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Se ve, sí, como nunca jamás hubiera deseado contemplarse o asumirse: maldito entre todos. Y no se trata de farsas urdidas por el demonio. Se trata de él en verdad, de su pasado efectivo, de su ominoso pasado que, merced al hechizo de los brujos, remonta el tiempo como un lodazal de escoria para anegarlo en el asco de sí propio. Su cabeza arde, late ensordecedoramente y no puede controlar ya el temblor del cuerpo. Y sin darse cuenta, sin poder sostenerse ya sobre las piernas, Castelano se desploma, casi sin consciencia, precisamente sobre la silla vacante, aquella que llamaran los monjes “El Sitio Peligroso”. Todo es entonces tal y como estaba escrito que fuera. De inmediato, el cáliz se hace visible en el recinto. Emerge de la nada y en el silencio del asombro para mantenerse flotando mágicamente en el aire, sobre las cabezas de los allí reunidos. Su luz es clara y poderosa, mana de él y se extiende sobre las cosas todas. Sólo que, mientras para los monjes esa luz resulta cegadora; para Castelano, en cambio, significa una suerte de restauración sensorial. Sí, el influjo es bienhechor, su mirada se hace más nítida y abarcadora, y, por grados, comienza a recuperar el perdido dominio de sí. Ve claro, ve muy lejos y muy profundo. Ve de una vez y para siempre y con presciencia divina comienza a comprender. Y así, mientras todo es confusión entre los monjes, despejado es el ánimo del caballero, e imbuido de ese mismo fulgor, con voz firme, fuerte y rabiosa: 59
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—¡Es cierto, víboras! —truena Castelano—. ¡Tan maldito estoy como vosotros! Mi conciencia es un pozo negro y nauseabundo en el cual a punto he estado de caer mil veces. No voy libre de culpa alguna, y mi ambición me ha hecho equivocar la senda en más de una encrucijada de la vida. Pero aún no estoy tan ciego como para no comprender que, detrás de todas mis audacias y arrebatos, hubo siempre algo más que burda ganancia, algo que mi lengua no podría expresar, que mi mente no puede discernir siquiera hoy, pero que mi corazón sabe. Hay una luz al final de todas mis noches que no ha cesado nunca de alumbrarme. Una ilusión que no me abandona. Un sueño que, a pesar de tantos despertares y desencantos, no muere. Hay algo en mí que reclama un ideal de pureza, un principio de redención. Y es ésta una luz que vosotros jamás percibiréis, pues estáis ciegos, ciegos de vanidad y ambición. ¡Ciegos! ¡Perdidamente ciegos! Castelano, que se había hecho ya de una de las antorchas que iluminaban el recinto, la agitó furiosamente en el aire para comenzar, acto seguido, a prender fuego a los cortinajes que caían sobre los extremos de las paredes. Una llama inmensa no tardó en viborear cual una sierpe rojiza, y, al punto, el apetito de la llama se hizo devorador. —¡He ahí el poder del cual blasonáis! —clamó Castelano furibundo, a la luz de los chispeantes destellos— ¡He ahí el poder que todo devora hasta agotarse en sí mismo! ¡He ahí la llama de la ambición impiadosa, y he aquí su voluntad! La destrucción de 60
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todas las cosas. ¡Bebed, condenados! ¡Oh, sí!, bebed de vuestro propio poder. ¡Bebed de vuestro propio veneno! Los monjes corrían alborotados de un lado a otro seguidos por inmensas lenguas de fuego, tropezaban entre ellos como demonios perdidos en el infierno de su ceguera; víctimas de las llamas que comenzaban ya a prender en sus ropas, caían al suelo, se acurrucaban en los rincones, aullaban como viejas. Hubo incluso quienes se arañaban las carnes, se mesaban los cabellos y los que vociferaban conjuros en medio de súplicas bastardas. Pero el fuego no oyó sus amonestaciones ni sus ruegos. El fuego no conocería piedad. Trepó por las paredes; se adhirió a todos los objetos; incontenible, avanzó sobre cada centímetro de piedra y madera en el templo infecto. Los restos de techumbre, que todavía quedaban firmes, comenzaron a desmoronarse con estrépito. Y el derrumbe se hizo sentir inminente. Castelano, que ya había dejado atrás el recinto y a los monjes entregados a toda suerte de aullidos agoniosos y terribles, buscó desesperadamente una salida en medio del caos centelleante; pero todo era confusión y desorden. En un momento dado, un fragmento de viga, desprendido del techo, lo alcanzó en el espinazo haciéndole perder el conocimiento. Instantes después, el templo se desmoronaba con estrépito ensordecedor.
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Amanece, y el sol despliega ya sus velos dorados en el horizonte. Todo es amarillo en el valle solitario, aunque no todo se ve alegre. Arrodillado en torno a una colosal pira de escombros humeantes, alguien gime desconsolado. Y es su llanto como un afligido falsete que contrasta con la algarabía que embarga a los pájaros. Llora el hombretón sobre un cuerpo inerte; llora sobre aquel que llamaran el Cid. Llora como un niño grande bajo un sol que, como cada día, despierta sin memoria. De pronto, una voz musical se deja oír a sus espaldas. —¿Por qué lloras, Dos-Mulas? Y tal es la desesperación del hombre, que, sin reparar en lo extraño de tal voz sonando en medio de aquellas soledades, contesta como en un desahogo: —Lloro porque mi señor ha muerto; lloro porque he faltado a mi señor. Juré servirle fielmente, acompañarle en todas sus empresas, y he aquí que le he dejado solo en la mayor de todas. Lloro como niño lo que no supe proteger como hombre. Y la voz: —Pues enjuga tus lágrimas entonces, Dos-Mulas, y guárdalas para ocasión más propicia. Que no es muerto tu señor, que muchas aventuras ha de correr todavía; aventuras en las cuales tu brazo y auxilio vitales resultarán. Y no será la menor de todas llevar el Santo Cáliz a sitio seguro, donde protegido estará hasta el arribo de tiempos mejores. Acompáñalo, Dos-Mulas, que muchos enemigos 62
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han de salirle al paso durante la travesía, muchas sombras surgirán de las sombras para espantarlo y detenerlo; tu colaboración le será crucial para atravesar las noches, tu compañía para confortar los días. >>Deja de llorar, Dos-Mulas, que larga vida e inmortal memoria aguarda a quien ha contemplado el Grial. Deja de llorar lo que perdido todavía no es. El rudo hombretón giró el rostro, como si de pronto reparase en la voz que le hablaba, como si bruscamente cayera en la realidad extraña; pero sólo vio tras él finos remolinos de polvo desvaneciéndose en un vacío bañado de sol. <<Qué extraño>>, se dijo Dos-Mulas rascándose la cabeza, <<juraría haber oído…>> Pero no pudo completar la frase. Un gemido lo hizo volverse de nuevo, y allí fue lo impensable: con los ojos bien vivos y abiertos, cual sumidos en éxtasis, su señor lo contemplaba emocionado. Contra el pecho, envuelta en su manto, apretaba la sagrada copa. Y entonces, asiendo el brazo de Dos-Mulas con su guantelete, Castelano exclamó: —¡Lo he logrado, fiel amigo! ¡He salvado mi alma! Los lobos los vieron alejarse: dos jinetes extraños en un dorado ascenso hacia el cielo. Eran dos diminutas siluetas cuasi 63
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irreales cabalgando por una senda de fantasía; dos manchas luminosas que semejaban haber dejado bien atrás sus oscuras sombras. Y los lobos gimotearon sordamente en el silencio de oro y polvo, en un gesto de fatalidad y adivinación, como si en aquella radiante y maravillosa magia del amanecer ellos masticaran ya una profética ventura.
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Ricardo Giraldez País: Argentina Publicaciones: Ricardo Giraldez nació en 1970 en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Sus relatos han sido seleccionados para integrar diversas antologías, tanto en el ámbito local como en España, Italia, Colombia, México y Estados Unidos. Ha colaborado con diferentes revistas literarias de prestigio. Tiene varios cuentos premiados y una novela de ficción histórica publicada por la editorial española E-ditarx.
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Saga del Sueño Rojo Jorge Eduardo Lacuadra
I - El sueño del Joven Guerrero, la primera batalla.
Hubo un día un hombre caminado contra el sol, un fugitivo de las sombras, una línea más en el horizonte en rojo, lágrima parda sobre el mundo. Hubo solo un contorno, una silueta, desmayando su cansancio, configurando su propia imagen. Lejos del ruido del orbe estremecido, no hay tiempos en esta singularidad de caminar solitario, escapando poco a poco, dejando muy atrás los sonidos azules. Empieza ahora, con un solo hombre, un nuevo significado para el tinte de sus palabras o la oquedad de interpretar sus pasos. Simplemente música, surgiendo desde el cielo, cayendo sobre las praderas en llamas, con grito de lluvia púrpura. Mes de Caletiam, comienzo de primavera, Elac XX del Profeta. Camina el Joven Guerrero en la orilla del desierto, la arena parda conserva sus huellas, solo por un instante y vuelve a presentar su rostro desgranado al vuelo repetido de los pájaros rapaces. Camina y enfunda sus cuchillos sedientos, tiene en sus 69
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miembros sopor de combates y temblores que la doctrina de su cuerpo ya no gobierna. Aparta sus cabellos de la frente, y el movimiento le recuerda el sueño, la fatiga de eternas marchas a través del desierto y de su historia. Lejos en la llanura ha quedado la muchedumbre, más atrás aún, descansa su ejército vencedor, el ondear enérgico de los estandartes ganados, arrancados de manos cercenadas en el campo de batalla y hay por todo esto carcajadas de hombres terribles frente a las hogueras encendidas en la bruma. El Joven Guerrero quiere estar solo, desea llorar; se ha apartado de los demás. Comprende ahora que su victoria solo es para otros ojos, su soledad es un único refugio ante el bullicio y la hecatombe. Ya casi no quedan enemigos, es día de celebración, pero él se pregunta por la irrealidad de sus observaciones, por el viento de grandeza que sopló sobre su espada o si el todo conforma una leyenda de ancianos dioses borrachos de sangre y ciegos de emociones. Lo tiene todo, lo puede tomar todo, el botín de guerra es imponente y está a sus pies, el oro le pertenece y puede ser rey. Trata en vano de comprender el vacío que presiente, el vibrar de sus músculos cansados bajo la brisa. El Joven Guerrero quiere mostrar a alguien su ilusión, quiere explicar porque brillan sus lágrimas. La historia forja el carácter de sus marionetas de carne y no permite que muestren el color verdadero de su sangre. Sopesa en su mano el grito dormido, de la espada todavía sin nombre que danzara en la batalla. Pero una espada no puede conquistar la calidez del sol, porque no hay 70
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sortilegios que engañen la piedra, ni desgranen su corazón. Sueña con fragmentos de música triste, compuesta entre las nervaduras de las hojas de los árboles, madera engendrada por la propia carne de sus guerreros, carne caída en el campo de batalla, sumergida en esa arena que es extranjera a sus ojos. El Joven Guerrero, sueña con la victoria de la luna azul sobre la razón, sus deseos derriten el hierro saturado de carbón de sus hombres, doblegan el cobre y el estaño, forjando un sendero para la penetrabilidad de las palabras fáciles. Les quiere gritar que ellos también pueden ser reyes de ciudades encalladas en la hermosura del desierto. El Joven Guerrero sueña sobre la arena de ese desierto. Un rostro hermoso y moreno lo besa lentamente, la mujer-niña que representa su deseo de amar con más fuerza que cualquier dios de barro, la simpleza de las caricias otorgadas a un cuerpo de mujer y la mirada dulce a unos ojos del color de la diosa luna. Un escudo y una espada, sobre la arena, un fulgor heroico que acecha una carencia de humedades. La distancia al sol es demasiado palpable para el Joven Guerrero dormido en la lentitud de la arena. Las dunas le regalan murmullos de ejércitos, mareas cristalinas de conquista para su nuevo reino. El viento le acerca lágrimas de tambores, que avanzaron hace horas al ritmo de cielos en llamas. Una pregunta y una respuesta, sobre la arena, una inconstancia para perdurar un misterio. La magnitud de las distancias estelares, no afecta al Joven Guerrero dormido sobre el 71
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salitre y las caracolas le traen sobre el silbido del viento, el clamor de la multitud, vítores que aseguran la continuidad del sueño. La calidez que lo rodea le recuerda el grito de las hogueras o la piel de la morena mujer-niña enamorada de sus noches. Pero de que le sirven: un escudo de ramas y una espada de pedernal, un escudo de cuero y una espada de obsidiana, un escudo de madera y una espada de bronce, un escudo de bronce y una espada de acero, sobre la arena. Si un Joven Guerrero se duerme sobre su armadura de ilusiones y el sol se derrumba sobre el desierto y no lo despierta. El Joven Guerrero imagina que ha muerto, inútil desatino, que fue sacrificado por error y es mártir ahora, sabio de una herida que no comprende. Pero no quiere que idolatren su imagen, no quiere convertir su carne en un deseo de mármol sobre un pedestal de la Ciudad de Oro. Solo quiere ser olvidado y estar solo, consumir quedamente distancias hacia el alma de sus soldados de gargantas cercenadas y escudos astillados. Es difícil conquistar un puñado de silencio sobre la faz de un desierto arrasado ahora, por la sed de conquistar recuerdos de los cuerpos caídos: espadas, rodelas, petos dorados y bolsas de monedas y tal vez, algún anillo, deambulando de dedo en dedo por falta de dueño que lo nombre. El Joven Guerrero sueña con una tumba de sal, en lo profundo del mar desecado en el desierto, un océano interior; sabe que se durmió un día de victoria frente a las puertas de la ciudad de la corrupción. Cubrirán su cuerpo falto de aliento con caparazones de antiquísimos animales marinos y bloques de blanquísima salitre, y 72
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sus parpados sentirán el peso de los restos circulares de caracolas. Reposa el Joven Guerrero en la orilla del desierto, la arena parda conserva sus huellas, solo por un instante y vuelve a presentar su rostro desgranado al vuelo repetido de los pájaros rapaces.
II – La arenga después de la primera batalla.
Hoy simplemente hablaremos: de caballos azules corriendo suavemente, sobre campos estelares
que
se
van
ocultando,
caballos
razonables por supuesto, y dialogaremos sobre gotas mercuriales cayendo sobre ellos, cuales guijarros sollozantes rodando hacia el sol.
Mes de Caletiam, comienzo de primavera, Elac XX del Profeta. “Nos han olvidado, pequeños hombres. Nos han dividido en pequeñas islas. Nos han olvidado, pequeños hombres. Desparramaron nuestra sangre sobre distintos soles y nuestros cuerpos vacíos arrojaron al azar. Nos han matado, pequeños hombres. Nos corrompieron con falsas imágenes.
Nos
han
matado,
pequeños
hombres.
Prolongaron nuestro dolor haciéndolo inmortal y cambiaron el sonido de nuestra voz.
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Hemos recorrido los campos de batalla, sonriéndole a los monstruos de piedra. No poseemos las llaves de esta vida. No conocemos a la Señora de los Gusanos; pero hemos caminado por páramos vacíos y conocemos historias de un solo día y nos percatamos de soledades eternas... a los ojos de un extraño. Caminamos bajo las lágrimas, acallando nuestro nombre sin retorno. No encontramos a nuestro Caronte. ¿Alguien ha visto nuestro barquero infernal? Escuchamos la música en los caminos vacíos y recordamos el grito viejo y murmuramos una triste canción... para los ojos de un extraño. Acariciamos la primera ola, mojando nuestras manos en la sal húmeda. ¿Sonreír, es quebrar en pequeños cristales el blanco jade de la ilusión olvidada? y el agua que torna a escapar de nuestras manos y el misterio que vuela... hacia los ojos de un extraño. El hombre es una lluvia inmortal, de preguntas sin respuestas. 74
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El hombre escribe la poesía única y el mismo es su propio poema. El hombre es un dios, que perdió su cielo por inventar el tiempo y rompió sus alas de cristal, al caer de la montaña y desgarro sus ojos una noche... para que el extraño fuera ciego.
Nos han obligado a la batalla, pequeños míos. Nos arengaron bajo tambores y clarines de bronce. Nos han obligado a dispersarnos, pequeños míos. Nos persiguieron por falsos senderos de lanzas aserradas, cortando nuestros tendones y nuestra piel oscura. Nos quebraron las espadas, pequeños míos. Nos despellejaron demasiado rápido tiñendo los campos colosales de flores carmesí. Nos quebraron las espadas y los escudos, pequeños míos. Sus corceles blancos pisotearon nuestros estandartes con el símbolo de fuego. ¿Quiénes? ¿Quiénes? ¿Pueden responderme, pequeños hombres? ¿Qué dioses o demonios? ¿Qué príncipes vengadores o mendigos olvidados? ¿O tal vez no hay quienes, no hay dioses ni demonios? ¡O tal vez no nos han olvidado, pequeños hombres! ¡Simplemente para ellos no existimos y seguimos muriendo!” 75
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III - El Desierto en la noche.
Así como el agua del arroyo, no se detiene aunque lo quiera, en la orilla que vislumbra, empujada por otras olas o una mano delicada que le otorga, el envión pasajero, la caricia necesaria para continuar, hacia la muerte de la desembocadura. Así como la historia de unos pocos se repite día a día, o como la noche opuesta y enigmática aguarda en su lóbrego escondite la puesta de un sol lejano, para adueñarse luego del planeta. Así se hallan los hombres innombrables, envueltos en su propia bruma, continuando su carrera de soledad vana de recuerdos. Conquistando ellos solos el puñado de tierra hosca, capturando para sí el pequeño charco, barro y agua precipitada de otras nubes; gotas de materia, de olvido. Y continúan los hombres, pero ya sin el objeto de su pregunta, ese átomo de idea indestructible, el débil aleteo de pensamiento derramado desde las grises celdas de la desesperanza. Mientras tanto, alguien sueña, pájaro sin alas que recorre el mundo, en la inexplicable búsqueda de la inmortalidad. 76
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Mes de Yetiach, mitad del verano, Elac XXIII del Profeta.
Los hombres han caminado toda la noche, sumergiendo sus pupilas en las sombras. El Padre Viento ha acompañado a esos hombres y ha gritado, deformando las dunas eternas, confundiendo su camino o tiñendo de olvido su historia. Mi rostro demudado, es como un mar negro que busca, que atrae, barcos de dioses tristes y los sepulta en su mortaja de sal amarga. Miro a los hombres bajo la luna azul, y no comprendo su crimen perfecto, de amor simple y solitario, de fuego que convierte la arena salvaje en dócil pájaro de vidrio. Observo silencioso, como sus huellas mancillan el grito de las piedras, el santuario de mi reino, mis recintos circulares de océano desecado en tiempo inmemorial. Los hombres partieron un día equívoco, en el que la montaña les ocultó mi existencia. Los hombres atravesaron valles de desesperanza a medida que el peso de las piedras comenzaba a ser todavía más pequeño, más volátil. Los hombres saben que morirán. El sol no tardará en acortar sus
distancias
equinocciales
y
correrán
porque
están
completamente locos, o porque han hallado a su cordura sentada en el borde del camino, detrás de sus huellas. Mi culto solo es religión de uno solo: el que sobrevive, el que mata al buitre para beber la sangre, que fuera de él apenas algunas horas atrás.
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Especial fantasía
Miro el cielo sobre los hombres y pregunto: —¿La muerte convierte al individuo en profeta de la ignorancia, o en mago de lo que antes era y ahora no? Los hombres han caminado toda la noche y han sumergido sus manos en la arena simple. Me han llamado y acariciado, musitando palabras en silencio. Sus lágrimas cayeron sobre mi reino y jugaron en los recovecos oscuros de los hijos de la piedra curva, que es mi dulce hermana, pétrea forma, símbolos de la anciana roca. Entonces les grité: —¡Esculpí mi número en sus frentes, y me llamaron Sed! Los sepulté a todos y solo quedo un sutil epitafio impronunciable, y por nombre escrito: ¡Desierto!
En nuestro día anterior... fuimos pluma o tal vez escama, sin recuerdos; fuimos aquello que aún queda, osamentas, sobre los lechos de los ríos que ya fueron.
Eso que es prehistórico en sí, porque no alcanza a comprender, eso que tamizó viejas gredas calcinadas es esencia que se hinca en nuestra piel, 78
Líneas de cambio 3
para satisfacer el día posterior, la ignorancia, de todo un mundo suspendido en el cielo sustentado por estáticos elefantes de marfil, compuestos por estadios sucesivos de locura.
En nuestro día anterior... tal vez vacilamos entre un sonido mortal y la cadencia de los ropajes del silencio, pero, ¿Quién fuera péndulo o palanca?
Para obtener la sabiduría del desierto: solo aquello que convive con lo negado puede otorgar testimonio de su riesgo, no del carácter terrible de su olvido. El sexo despierta fantasías increíbles, es el poder legado por la pezuña hendida, cuando nuestra pelambre era espesa y nuestros aromas fuertes en el viento.
En nuestro día anterior... fuimos punto denso de materia en el espacio y en el instante siguiente, nosotros mismos, como hoy, exactos en laberínticos detalles.
Pero sin la memoria, sin los recuerdos, caminamos hacia atrás y desandamos, 79
Especial fantasía
arrancando por desintegración los secretos que las flores blancas y amarillas esconden en sus santuarios carboníferos, y entonces diremos: que fuimos pluma o tal vez escama, sin recuerdos; fuimos aquello que aún queda, osamentas, sobre los lechos de los ríos que ya fueron.
IV - En rojo
Vaciamos
nuestros
interiores
de
sus
amantes caricias; nos complicamos sobremanera con el mohín de sus sonrisas a través del cristal de una ventana. Y no se nos derrumbará nuestra tarde, ni la luna naciente, ni nuestro cielo precipitado. Solo resultara que, en el instante quieto de nuestros quehaceres cotidianos, una sola palabra nos recordará la delicia de estar enamorados.
Mes de Moriam, final del otoño, Elac XXV del Profeta.
Un suicidio de pájaros contra el sol, en la tarde que tiene nombre de mujer. Un grito que parte desde muy adentro, hacia caminos rojos y perfectos. Sostener en la palma de la mano, el sonido bajo de un cristal hueco, mirar el horizonte a través de él y 80
Líneas de cambio 3
tratar de no verter en lo posterior del día esa oquedad de despedidas. Pero rojo también, rojo que siempre, el de cabellos que se agitan en la brisa, cubriendo un rostro amado y ajeno, que navega en nuestras miradas y en nuestros deseos. Porque te he visto, duende bello y extraño, reflejado en la arena salada; tu tristeza ondeando suavemente, tus pies quietos antes de la caricia final de la marea. Te he visto, mujer bella, solitaria y con frío de mar; lejos tu rostro de las hogueras encendidas por los hombres, delirios de calor que se consumirán al amanecer dejando circulares huellas negras sobre la playa. Te he visto, observado, tus transparencias de brisas y horizontes, sonidos de cristales vacíos, en el génesis sin pausa de la arena. Una canción triste emigra desde aquí, desde donde solo elfos viejos la comprenden, huye por senderos de cobre y penetra en las raíces de las hierbas. No hablemos de imposibles, ni de la danza complicada por el Padre Viento. Mencionemos mejor la caída del sol, por no doblegarse ante la gota de rocío. No hablemos de las desdichas del hombre, ni de sus ilusiones desterradas en la arena; nombremos mejor el vaivén del fulgor del fuego, bajo lágrimas de insectos rojos. Ha descendido de repente, la melancolía sobre mí, como el rocío en una noche de otoño 81
Especial fantasía
o como fantasmas en una copa de vino. Me ha cubierto la oscuridad con sus muchos dedos de cristal frío; ha arrojado desde su seno una lluvia de tristeza hacia mí. He detenido mis pasos un momento; me he sentado a su lado, quise descubrir en su rostro esa respuesta esquiva que llenaría mis horas; cual reloj sumergido en un sueño; sujeto a cambios repentinos de cordura, donde anida el aliento de su nombre o el sonido frágil de su corazón. Ha descendido de repente, la melancolía sobre mí, como el rocío en una noche de otoño o como fantasmas en una copa de vino.
Te he visto, mujer, como al agua ganando la playa, desgranando la roca y enterrando en su seno estrellas pardas de caminos. Te resucito desde mis versos. Bello duende mío, te nazco figura de mujer una vez más; no abandones tu extraña sombra, a la orilla del mar. No concibo tu ausencia, tu oquedad de lunas frías, sobre la palma de mi mano o mis amantes lágrimas de sal.
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Líneas de cambio 3
El que de pie, sueña, o el que indefenso espera el amanecer, deja huir de sí ese sofisma callado compuesto por sus dudas y palabras verdaderas. Se escapa de sus labios, un dibujo de adiós a pájaros suicidas, un garabato de su risa o el latir cansado de su corazón. El bufón negro que anida en cada vida, calla y se aleja, dejando su dueño vacío, aun amando, el perfume de una mujer. Porque... Un suicidio de pájaros contra el sol, en la tarde que tiene nombre de mujer; es un grito que parte desde muy adentro, hacia caminos rojos y perfectos.
V - La Leyenda, esperando la segunda batalla.
Un planeta azul no nos basta, como tampoco un solo sol o una luna, y hay veces que ese cielo desprovisto de otros guijarros estelares, no nos colma, en nuestra desesperanza de pasiones. Habrá un naufragio de hombres en la playa, maderos de ilusiones entre frías caracolas. Hombres semihundidos en la claridad de la mañana, varados aquí y allá, después de la marea.
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Especial fantasía
Mes de Moriam, comienzo del otoño, Elac XXVII del Profeta.
Noche de luna increíble, noche de espera y de batalla. Paisaje de guerreros y espadas afiladas, entrechocar de bronce y cuero. Senderos de hogueras rojas en la Casa del Dragón. Cada movimiento realizado conforma la historia, tendones en tensión escriben la leyenda. Hay vapor de furiosos corceles negros, sobre el viejo puente de piedra que se interna hacia el mar. Hay esporádicos destellos de acero entre las brumas de los hombres, como fugaces estrellas cayendo entre sus pectorales de cuero y manoplas protectoras. Lanzas de doble punta, doble muerte; yelmos erizados de mortíferas púas. El fuego ilumina los rostros bárbaros y danza sobre escudos gigantescos. El lenguaje de la sangre es venerado en los viejos altares, manos expertas en muerte trazan un floreo de cuchillos afilados. Hipogrifos de piedra gritan su agua enlodada desde los almenares, agua sucia como el cielo, que solo atina a adormecerse en el tronar de la tormenta. Ojos rojos en la opacidad de las escaleras de las casas en la Vieja Ciudad. Se aguarda el sonido de clarines, que anuncien el combate más fabuloso, la lucha de los máximos gladiadores, en nombre de un pequeño dios de carne, o un 84
Líneas de cambio 3
pequeño Profeta de
vanidades.
Hachas
de
batalla
descansando sobre grandes músculos; gemas dispersas dentro de pupilas alertas. Todos dirigen sus miradas hacia el Mar Oscuro, sobre armados bajeles de oscura madera el enemigo ha de venir, iracundas serpientes marinas acompañaran el impulso final de las largas filas de remeros. Niebla en jirones entre botas puntiagudas y espuelas de oro puro y alabastro. Catapultas
preparadas
por
ancianos
de
ébano,
dispuestos en círculo detrás de la caballería, aceite encendido esperando en vasijas resquebrajadas de arcilla. Hay pulidas rocas formando triángulos sobre la parda tierra y trozos de sílex en las alforjas de los principales nobles de la Casa. En el horizonte palpita el corazón de una Madre Tormenta, huracanados vientos elevan olas oscuras y la espuma conquista la playa, lamiendo las pezuñas de caballos y las cadenas extendidas a lo largo de la costa. No existe el miedo, ese fantasma, se manipula solo lo mejor de la noche, la sangre encendida, los puños de acero y la valentía de todos los guerreros para enfrentar a los hombres provenientes del mar, los hijos de la ciudad del grito. Noche de luna increíble, noche de espera y de batalla. Paisaje de guerreros y espadas afiladas, entrechocar de bronce y cuero. Senderos de hogueras rojas en la Casa del Dragón. 85
Especial fantasía
VI - Nuevos Vientos, oración a la Madre Tormenta.
El oráculo nos dijo: que prometimos alguna vez ser siempre los mismos, peregrinar entre risas y fragmentos de alegrías. Pero nos equivocamos, creímos que todavía éramos niños, cuando nuestras manos nacieron viejas de acuñar recuerdos. El oráculo nos dijo: que aseguramos que nuestra piel no envejecería, alguna vez, que seguiría aceptando la humedad de otros cuerpos. Que nos adormeceríamos en regazos de mujeres plenas y eternas, ilusionando su calor y una pasión enorme junto a ellas. El oráculo nos dijo: que aún, no pudimos prenderle fuego al sol. Que nuestra sonrisa brilla aún en diversos corazones. Que todavía somos profetas que aman con demasiada fuerza. Que aún nuestros caminos, están llenos de voces y palabras.
Mes de Notiam, final del otoño, Elac XXVII del Profeta. Dime, Madre Tormenta... ¿Qué nuevos vientos traes para mí? En la electricidad artística de tu hermosura, 86
Líneas de cambio 3
solo puedo atisbar ramificaciones de viejos truenos. En el umbral de tu furia oscura y antigua, apenas vislumbro un grito de tierra sedienta.
Dime, Madre Tormenta... ¿Qué nuevos vientos traes para mí? En el emblema de tus nubes gigantescas, observo una huida de pájaros hacia otros cielos. En el despliegue escénico de tu holocausto, se acechan entre sí, destinos de hombres y de follajes.
Dime, Madre Tormenta... ¿En verdad son nuevos esos vientos tuyos? Es que solo me ofreces espadas quebradas y abandono para la soledad de los corazones. Es que solo me otorgas para la posteridad, el olvido del grito y la lluvia. ¿O es que para ti mi vida ya solo es, otra tormenta?
Encontraré un camino, y tal vez un sonido para el nombre de la rosa, un recipiente para el frío tempestuoso de la noche. Y en ese instante de saberme último, soñaré: que el cielo puede teñirse uniformemente de gris y llorar sobre las ciudades desnudas del desierto, alcanzando el grado óptimo de tristeza para soportar la 87
Especial fantasía
lejanía de los seres. Y todo será así, como en el comienzo de las cosas donde todavía son frágiles las reglas, y nadie reclama los sonidos para sí. Y todo será así, por cosmovisión propia, por adormecimiento de los sentidos, que cada individuo separa de sí. Y todo será así, en el regazo de la tormenta, por supuesto. ¿O es que solo concibo ser, una flor blanca y amarilla? Desencanto por ser hijas de la arcilla. Enunciado de frase simples, como el destierro de la roca lejos de la playa vacía. Desmentir el poder de lo absoluto, para darle nombre a la casualidad. Frío sobre silencios, matemática pura, de conceptos equivocados. Triunfar en el camino erróneo y no conseguir ser solo ellas mismas y contentarse con ser algo mediocre como flores blancas y amarillas. 88
Líneas de cambio 3
Materialización de ideas preconcebidas bajo otras manos, otros soles. Fin de la originalidad y lo único, fin de la luz como grito. Construir a partir de un esquema ingenuo para morir desapercibidas, sin aromas ni señales, en una tormenta de solo dos colores. Hay un momento quieto, en la vida de toda flor, en que cree ser una figura blanca y amarilla paria en las sombras del jardín. Hay un momento de soledad, al descubrir por un instante, que nadie parece apreciar la sencillez de su razonamiento. Es que darse cuenta entonces, que se es una flor blanca y amarilla. 89
Especial fantasía
conlleva a la tristeza y al olvido de la brisa.
VII - Restos de naufragios, de la segunda batalla.
Nos preguntamos siempre, que sucederá después, cuando nuestros colores cálidos tiendan hacia el gris, cuando nuestra piel imite las nervaduras sin soles de los árboles del otoño o cuando esas voces se alejen de nuestra sangre. Nos preguntamos entonces, que sucederá, cuando ya solo haya oscuridad en nuestros rincones, nuestras poesías sean papeles en el viento o cuando el amor escape por última vez de nuestras manos. Nos preguntamos ahora, que sucederá, si, que pasará, cuando perdamos la música de despertar cada mañana, cuando se aleje de nosotros lo que anoche al amparo de la luna o cuando la lluvia ya no moje nuestros cabellos.
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Líneas de cambio 3
Mes de Notiam, final del otoño, Elac XXVII del Profeta.
El viento tiene olor a algas saladas, a caparazones de crustáceos en descomposición, tiene el perfume mineral de caracolas rotas y esparcidas sobre maderos enterrados en la proximidad de la superficie de la arena. El viento acaricia las pequeñas dunas, es la tranquilidad y la quietud posterior al naufragio, es el descanso de los elementos desatados hace unas horas atrás. Un sol débil y rojo desciende hacia una comunión de península y mar hacia la izquierda, su toque no detiene, no conmueve, el avance del cercano frío nocturno. El enorme barco ha cortado la arena de la orilla y las olas lamen esa herida dejando su espuma sobre la cuña gigantesca que es el casco destrozado. En las cercanías otro despojo señala el lugar en que el segundo de los bajeles depositó el largo de su eslora contra la playa. ___ Mañana comienza la odisea… Han desatado las amarras de los barcos que se mecen en la orilla y la arena ha perdido su vieja forma conspirando con el viento. Los caminos atestados por el gentío permiten el paso de uno solo, yo, que de mí mismo 91
Especial fantasía
se despide y me veo ir y consigo finalmente alejarme; pues mañana empieza el mismo viaje y el agua salada sacude con fuerza el peso de otras olas, ya lejanas. Un marinero ríe a carcajadas y me río en el reflejo de su risa de bronce que es la mía. El cielo es dolor sobre navíos que solo atinan a crujir, y los hombres abrazan a mujeres de ojos tristes. Seguramente mañana se termina este sufrir; el niño de la isla azul corre entre las algas y recoge fragmentos de caracolas, los pies pequeños se acercan al último barco que se aleja y lo saludan, saludan a los últimos mensajeros, me saludan a mí. Mis dedos ancianos tropiezan en el bolsillo con un puñado de caracolas rotas. Seguramente mañana la espera atraerá al sueño, pues la pesadilla en esos ojos no se borrará, no se quebrará. Las oscuras noches han pasado mirándolos a ellos, sobre la orilla siempre; de que sueño es origen este miedo o de que horror es génesis este sueño. Inmóvil ahora, percibo el sueño que se aleja mientras voy con él al lado mío. La roca mañana será la nueva arena y el viento que se desliza entre los rostros que ondulan en la arena ahora, ondulará sobre mí, que me aferro a esta costa que no existe y se diluye en este mar formado por mi agua, bajo el vaivén de los barcos que me nombran mientras parto. Esta playa debajo del nuevo sol estará vacía y para esos rostros el faro será solo un recuerdo extraño, como esa niebla que me 92
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envuelve aquí sobre la roca. El anciano observa los barcos que cabecean y arroja su sombrero al aire frío. Levanto la cabeza y mi luz se pierde en esa búsqueda sin objeto. Mañana. Ella dará a conocer las viejas respuestas; está entre ellos, entre los más ancianos, protegiéndolos del viento. Los jóvenes la miran y sueñan por esa cabellera con temor, como sueño yo en la cubierta arrasada por las olas mientras estrujo este puñado de papales mojados por la lluvia. Mañana es el último minuto de este día. La llovizna gris es el ramo de flores arrojado, sobre cuerpos extraños pertenecientes a otro sol, a otra piedra desgarrada y única. He descendido sobre mí mientras contemplo, el presagio de muerte que cae sobre los barcos en el horizonte. ___ Yo, que de los pensamientos de los hombres los he tenido todos, que no me he guardado ninguno bajo mi sombra errática ni he robado esa sustancia que se eleva desde el fango original, contemplo el devenir de los días sobre el mundo quieto, observo la pereza de este sol en su elíptica carrera en pos de otorgar esa dádiva pequeña y cálida que no nos pertenece. Yo, que de las acciones humanas he carecido de la mayoría, solo he proyectado sueños sobre papeles efímeros, sin comprobantes de 93
Especial fantasía
autenticidad, atisbo que sobre la superficie irregular de los días se depositan valores y detalles de peso, pequeños puentes que conducen al bosquejo de un todo, que otorgan decisiones a los senderos transitados.
Yo, que de serenidades no hablo, contemplo los navíos encallados en la playa. ___ Ayer han arribado los barcos cansados al puerto, un delirio de maderamen pardo y velas enmohecidas, corrosión de hierro sobre proas cabeceantes, mascarones enunciando la inmensidad del océano y el sabor amargo del sargazo milenario. Había en el aire recuerdos de sal y gaviotas encadenadas. Un grito dio principio a la leyenda; desde la aparición callada de los primeros mástiles, sollozando desde un horizonte de sangre vieja, hubo fijación de miradas en los silencios y hombres arrodillados cumpliendo los designios de una profecía. Ayer, al amanecer, ojos de navegantes tristes descubrieron la silueta tenue de la costa y los navíos se deslizaron lentamente en aguas quietas, acariciando los corales rojos cercanos a la playa, maniobra ensayada miles de veces por esas manos humedecidas, desgarradas sobre cadenas de anclas pétreas, aferradas a la aspereza del 94
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cáñamo entumecido. Había arena desgranada en el sueño de los hombres, arena adoptada por los marinos ciegos, hijos dilectos del océano inmortal, cuya voz imitaron con sonido de viento y su dolor con molinos de olas oscuras. El ayer nunca será mañana si no es hoy primero; los barcos surcaron el agua cristalina entre los rostros extranjeros. Extraños en tierra extraña, eran pasajeros huérfanos de banderas, eran ancianos de barbas ciclónicas y espuma de nieblas. Nadie supo explicar la melancolía yacente sobre los maderos del puerto, había un cierto entendimiento entre los hombres vestidos de color negro. El muelle era un teatro en penumbras de ilusiones y de sueños gastados; se representaba la escena repetida del arribo y el ruido del mar era su música mejor, su pausa verdadera. Ayer los marinos errantes pronunciaron un nombre de mujer, profanación de cabellos libres en el cielo, oro de sol que contornea la estatua del recuerdo, pero ya no había calidez de labios suaves en la brisa, no había quién enunciara esas palabras que anidan en los corazones de los hombres. Ayer se pudieron haber encontrado todas las respuestas, pero los extranjeros en la orilla cubierta de líquenes permanecieron callados. La sal había endurecido sus cicatrices, sus imperfecciones de piel que no es valiente y contrasta con el callo moreno del puño aferrado al remo o 95
Especial fantasía
la espalda oscura, henchida de velas y doblegada de soles. Ayer murieron todos los tripulantes de los barcos y nadie recuerda cuando cruzó el aire la primera piedra ni el color de los tempranos jirones de sangre. Fueron asesinados todos en nombre de la envidia, celos de sus soledades perfectas y ajenas a la tierra. Hundieron sus barcos cansados frente al puerto, permaneciendo mudos ante ese sofisma de transparencias, sentados luego sobre la superficie pulida de la roca, sus pies sangrantes sobre las aristas filosas y culpables. Pues eran estibadores de la tierra pero también eran hombres, eran campesinos humedecidos por una mano de traición, niebla que recorre el puerto bajo la cercanía de la luna.
Ayer, antes de morir, los hijos de océano miraron en la profundidad de mis ojos. No fui acusado de ningún crimen, pues mi silencio fue espejo, mujeres amadas, de caricias en rincones solitarios. Sabía que los barcos serían algún día un puñado de letras olvidadas, solo deteniendo el tiempo forjaría el color de esta leyenda. Ayer comencé a ser el que antes ya era, bajo otras olas. El grito de las gaviotas encadenadas me saluda, queda estático en las páginas de mi historia; ya nadie recordará mi nombre pero todos tendrán presente el cabecear de los primeros mástiles.
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Líneas de cambio 3
Ayer, el olvido de los rasgos de mi rostro consiguió crear el inicio de un misterio… Ayer, la marea depositó sobre la playa los restos de mi naufragio... VIII - Noche de fiesta frente al mar. Adormeciéndose, sintiendo nostalgias, un ciclo de hombres culmina su odisea de otras islas, de viejos pedestales, de gastadas piedras, y atesora en sus barcas redes colmadas de recuerdos. Desembarcan los hombres sin sus sueños, desgastados por las brisas y las sales marinas. Cansados, abandonándose en la playa, bajo un reflejo de sonrisas y el cosquilleo de la arena.
Mes de Senoch, primeros días del invierno, Elac XXVII del Profeta.
La Odisea ha concluido, las naves han arribado hoy a puerto. El Mar Oscuro ha quedado muy atrás y la risa ahora es una murmuración de viejas cadenas corroídas por la sal, es centinela de pequeñas brisas diseminadas en la playa. Es noche de fiesta para estos hijos del océano, es noche de antiguos juramentos y enunciados vigorosos que se hacen realidad. Es noche de caos inducido por el tiempo, y yo soy el primogénito señalado por las antiguas escrituras. 97
Especial fantasía
Fui sabio de materias que no comprendía, fui joven-anciano de dudas eternas y sueños deslizados por otras manos, me rebelé ante los dioses un día, quebré sus delgadas cadenas, y comencé a dibujar con otros colores bajo sus barbas y su voz. Fui profeta de palabras tristes y ciertas, fui marino en océanos de barcos solitarios; encontré mi fuerza en las lágrimas que nadie apreciaba y escuche atentamente los gritos perfectos de mi cuerpo. Sin alas, fui la única gaviota errante en este cielo, la única gaviota que no tenía dueños. Me deslice en los atardeceres de un sol callado y rojo, contemplando el nacimiento y el parpadear primero de mis estrellas cotidianas. Comprendí la pena más íntima del hombre, su ambigüedad y sus desvelos por la resolución de un enigma; les dije a esos hombres, en pecado, que la sangre es marea de la vida, y como ella lleva consigo el sofisma femenino de la luna. ___ Los rostros de las piedras vueltos hacia la luna, contribuyendo en parte a la confusión de sombras que se atisban sobre la espumante orilla. Hay un reino, una corona y una espada. La corona la tomé con la espada, sangre derramada en principio solo por venganza, luego por delirio de multitudes que reverenciaron mi sangre, y obtuve la piel de un reino, me senté en su trono de piedra tallada; fui Señor de Señores por un brevísimo espacio de tiempo, entre los tapices de animales fabulosos similares a los que vieron mi noble origen en un atardecer de profecías y cábalas en el amanecer de mi osadía de revelar misterios. Pero después de la 98
Líneas de cambio 3
batalla. ¿Dónde descansara mi espada ya sin sangre? ¡Esperen! ¡No me digan nada! Creo deducirlo por sus feroces miradas. El filo de la asesina compañera descansará en el fondo del mar, junto a los restos de mi barco naufragado. Los hombres de blancas barbas han destruido el maderamen del navío más hermoso y lo han precipitado al fondo del océano. Los hombres han mancillado mi nombre aún antes de que fuera rey y solo esperaron a que mi espada reposara para arrojarla lejos de mí, apartándola de mi sombra y de mi aliento. El reino más antiguo de la Oscuridad, acéfalo de duendes al llegar de pronto las naves a puerto. La mayor pasión de un hombre quebrada como un pequeño cántaro de arcilla defectuosa. Muelles erizados de proas, de mascarones; remeros y marinos sin poder beber de la vieja espuma de las últimas olas. ___ Llevé en mis manos la soledad de todo un mundo, y en mi origen hubo esquirlas de cristales puros e incienso misterioso. Me oculté de del ruido de los dioses para no olvidar y le otorgue mis estrofas al más hermoso templo que es el silencio. Ofrendé mi corazón para amar aún más fuerte y entregué mi piel a pesar de la risa del orgullo en lo profundo de las ciudades del desierto. Les hablé a mis amadas mujeres con infinita ternura y les pedí para mí solamente, un instante de desnuda quietud entre los ropajes de mi lecho. Conquisté para ellas el estandarte de los besos profanos, y fui maestro y amante al mismo tiempo; quisiera poder decirles que 99
Especial fantasía
el cielo no es azul, es negro, el día es una ilusión y la noche es realidad y es viento. Un día lejano dije: la mujer es el mayor misterio, desmiento mis palabras hoy y las oculto en mi pecho. La belleza no tiene secretos ni símbolos extraños como mi cicatriz de fuego, solo mirar a los ojos de la amada conlleva a la comprensión del sentimiento. Yo, que fui niño y viejo, predicador y guerrero. Que fui duende y fauno, profeta y discípulo de los bufones negros, desciendo a la realidad de un mundo en génesis manifiesto y enuncio a todos aquellos que tropiecen mi sueño. ¡Ni sí, ni no, ni más ni menos, siempre algo distinto, algo nuevo.
Mis amantes, mi amor y mi poesía, fueron reproches pequeños, livianos como insectos nocturnos y volátiles. Uno, rencoroso, se escondió entre unos rojos cabellos en la tarde que quizás ya olvidada, me impidió la osadía de otro beso. Otro, sencillamente me ignoró y se apartó de mis brazos para no aceptar el pecado de permitir acariciar su rostro e iluminar el brillo de mis nuevas miradas. El último reproche, cayó vacío e inerte a un costado de mi lecho; mi vaso de caliente vino aguardo humeante a que su transitorio dueño se alejara para saborearse a sí mismo, y en silencio, otorgar su sabor amargo y su calma verdadera. Cabeceo de naves naufragadas, adormecidas casi, llegadas desde tierras lejanas y extranjeras. Es noche de fiesta para los hijos del océano. El guerrero que no debía ser rey ya no es rey; y los 100
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hombres no serán nuevos hombres por matar a un hombre. Es noche de fiesta, en la playa y en el puerto; se alzan copas llenas de vino negro y fuego, iluminando rostros siempre extraños, como pulcros amuletos con insectos lustrosos incrustados. Mientras tanto, oprimido en su último silencio, un rey muerto solloza quedamente desde su barco quebrado en el fondo del mar.
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Especial fantasĂa
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Jorge Eduardo Lacuadra nació en Santa Fe (Argentina) en 1971. Estudió en la Escuela Industrial Superior recibiéndose de Técnico Mecánico-Eléctrico. Comienza a escribir a una edad temprana poemas y prosa. A partir de 2002 reside en Córdoba (Argentina) A publicado tres poemarios: “Distancias oceánicas” Editorial Luna de marzo, “El olvido de la luna” - Editorial MRV – Editor Independiente y “El silencio de la rosa” - Editorial MRV, en cuyo Certamen Internacional El Molino, obtuvo el 2° premio. Participa en la Antología “Cuentos y poemas - Lo mejor de Rumbos” de Editorial Rumbos libros. Participa en la Antología de cuentos “WhiteStar”, en la “Antología Poética de PostVanguardia” Desde el año 2015 integra La Conspiración de los Fuleros, grupo de producción literaria de la ciudad de Santa Fe, editando tres libros de cuentos “Conspiración Año Cero” (2017), “Puertas Adentro – Historias de una Santa Fe Extraña” (2017) y el Especial de Ciencia Ficción “Fabulosos Relatos de Otros Mundos” (2018). Blog Personal: http://algunashistoriasbreves.blogspot.com/ Facebook: https://www.facebook.com/jorge.lacuadra.7
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Especial fantasĂa
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La joya de los espíritus Víctor Grippoli Andor subió la colina con una mueca de triunfo que enseñaba sus blanquísimos dientes. Los mismos contrastaban con el tono de su piel olivácea y las negrísimas rastas atadas a la altura de su nuca. Se ajustó el manto rojo que cubría su armadura liviana de trabajadas formas, desenvainó su espada rúnica al ver la torre negra, espigada y desafiante que se alzaba enfrente. Ahí estaba, el hogar de un “dios”. Uno de los tantos de Salidia, el gigantesco mundo extraño que habitaba. La construcción se encontraba en el centro de un páramo carente de vegetación, sólo las rocas grises y los huesos de pretéritos animales la poblaban. A medida que caminaba hacia ella, las nubes se oscurecieron para protegerlo y presagiar una poderosa tormenta. Ya cuando estaba llegando a la base de bloques negros de la torre, las gotas impactaron su efigie, dándole un nuevo vigor. Esta no era la hora del perdón, era la hora de la sangre. Y esta fluiría, fuera dios o no. Era imperioso encontrar la joya, costase lo que costase. Andor entró por la puerta, esta no estaba vigilada, claro, los pocos guardias que debían quedarle a aquella cosa estarían a su lado. ¿O no? ¿O ya lo habían detectado y le estaban tendiendo una emboscada? Sea cual fuere la respuesta, mataría al dios.
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Siguió avanzando por el sucio lugar en tinieblas. Cada tanto uno de los rayos enviaba luz al interior, en esos instantes podían verse los cadáveres de otros que antes habían osado internarse en los laberínticos y ascendentes corredores. Al ver tan horrenda imagen, muchos otros se hubieran retirado. Pero él era un humano. Tal vez el último en aquel mundo, los humanos eran temidos y amados al mismo tiempo por sus excesos en todos los ámbitos. La fuerza primigenia y animal que bullía semejante a un fuego pagano en su interior, creció ordenándole que avanzara. La hoja de reflejos argentinos ansiaba el líquido rojo que corría por las venas mustias y decrépitas de su enemigo. Sí, siguió subiendo por una escalera que se antojaba infinita y mohosa. El hedor era repugnante, debían de estar cerca. Aquellas cosas tenían un sentido muy particular del olfato y al parecer nada les asqueaba. A cada pisada de sus negras botas de cuero se extendía un eco que se propagaba inexorablemente. En ese momento encontró a un Fastil anciano que se recostaba contra la marmórea y gastada puerta de entrada a la cámara central. Aquella era la especie más populosa de Salidia. Era una raza de piel azul y rasgos humanoides, eran espigados debido a la gravedad menor de aquel orbe. Sus pasiones eran moderadas y no tendían a la violencia, dicho sea de paso, en muchos casos tampoco al amor. Aquel ya era un viejo y su barba blanca caía sobre su pecho teñido de sangre. La armadura era un despojo y esperaba la muerte sin remedio.
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Especial fantasía
—Andor, nos has seguido. Nada puede detenerte. A veces me pregunto si tú no eres un hijo de las Líneas, tanto poder, tanta fuerza. Ningún Fastil ha sido ni tan bondadoso ni tan sádico. Tu ataque nos costó tanto, el castillo de las flores, quemaste todas las hojas, los pétalos. Todo lo que nuestro dios construyó lleno de amor, era una obra de arte magnífica e irrepetible en toda la galaxia. Ahora no son más que cenizas. —Cállate, maldito viejo. Me importa poco tu arte, tu raza y tu dios. Quiero la joya. No me la otorgaron por las buenas, la tomaré por las malas. Así de sencillo. Mi misión es mucho más importante que todo lo tuyo. —Las misiones de los humanos siempre son más importantes. Lo vi de niño cuando otros de tu especie destruyeron mi aldea, pero ahora quedan pocos de ustedes. O hasta tal vez solo tú, no sospechaban de los cazadores de humanos. Pensaron que los tagules no era capaces de matar… —Y hablando de matar, me tienes harto con tu discurso. No tendré respeto por el sirviente de una abominación. —Acto seguido introdujo la espada en la herida abierta y este expiró. De una patada abrió las dos hojas y enseñó su sonrisa. Ahí estaba el dios de las flores. De más de diez metros de largo y blanco. Carecía de piernas ya que toda la parte inferior de su cuerpo era semejante al de una babosa y se movía dejando un repugnante rastro pegajoso. En su torso se encontraban cuatro 108
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brazos finos y varios pares de pechos femeninos que con su gran tamaño caían sin gracia. Aunque aquel ser no era una hembra, su naturaleza era andrógina como se observaba en su rostro mixto e inteligente con reminiscencias humanas. —Andor, llegaste, traje la joya conmigo. Tu obsesión por ella es enfermiza. Ya has destruido tanto, nada queda de mi reino. La sangre, el fuego, los cadáveres mutilados pudriéndose al sol. —Tuviste opción. Te pedí que la entregaras voluntariamente y te negaste. —De la misma forma que tú no te rindes, yo no puedo hacer lo que pides —dijo con una voz que demostraba que su procedencia era de algún lugar lejano del cosmos u otra dimensión. —Ya casi no tienes hombres. ¿Cuántos veo ahí? Unos pocos dimules peludos. Su semejanza a los monos violetas de las lunas es remarcable, una lástima que tan hermosos seres vayan a ser víctimas de mi hoja. Los dimules saltaron de sus escondrijos, que ante la aguda visión del hombre no pasaban desapercibidos, portaban largas lanzas y rústicas espadas pétreas. Los soldados rodearon a la imponente figura envuelta en su manto rojo y atacaron con velocidad pasmosa. La hoja decorada con runas se movió rápidamente y cercenó por la mitad a uno de ellos. Andor saltó evitando las lanzas y con fintas estudiadas por décadas, terminó en un santiamén con sus existencias. La sangre arterial salió 109
Especial fantasía
despedida hacia su manto y se confundió con la tintura del mismo. Los restantes monos trataron de seguir atacando a pesar que sabían que era una causa perdida. Ellos lo harían todo por su dios. De todas formas fue inútil. En escasos minutos todos los dimules yacían muertos sobre el mugroso suelo de piedra. Por las ventanas de la torre entró la luz y el sonido de los rayos. Ahora el dios se aproximaba al humano. Este, con sonrisa burlona y espada en mano, esperaba. —Ven, ha llegado el momento. El dios movió sus cuatro brazos para aplastarlo con sus puños. Algo que no tuvo ningún éxito. Al momento del impacto, Andor ya estaba lejos y preparando un contraataque. Fue simplemente saltar sobre el lomo de la criatura blancuzca y recorrerlo con rápidas zancadas. Luego, un salto certero e introducir la espada brillante en el cráneo recubierto por suave carne. El alarido del dios al morir llenó la sala de grandes proporciones. Uno de los últimos rayos de aquella tormenta lo iluminó todo de nuevo. Ya no quedaban enemigos. Es más, no quedaba nada vivo, solo el humano que se acercó al altar sin mirar atrás. Sobre una pequeña columna estaba una piedra gris que emanaba luz, su forma era esférica, aunque a veces su configuración cambiaba y perdía un poco esa esfericidad. Aquel
objeto
mágico
era
lo
que
Andor
necesitaba
desesperadamente, sus poderes podían ser la clave de la búsqueda.
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No se detuvo a admirar su supuesta belleza ni su luz, ahora estaba en sus manos. Lo introdujo inmediatamente en su bolsa de cuero. Era mejor era que nadie viera qué era. Cuando salió de la torre ya era un nuevo día. El cielo celeste se abría espacio entre las nubes grises. Ahora, con el poder de la joya, podría emprender el viaje al norte. Por un instante sintió el cansancio en su cuerpo por tanta guerra y destrucción pero lo que estaba en juego era demasiado importante como para siquiera pensar en rendirse y poco podía importar la ética, las diferencias entre el bien y el mal o lo que fuera correcto o incorrecto. Estaba acostumbrado a caminar grandes distancias, la suela de sus botas resistentes lo atestiguaba, de alguna forma era feliz recorriendo esas inmensidades bañadas por el viento fuerte y la luz de las estrellas al caer la noche. Los árboles de aquella región tenían hojas violáceas y se extendían sobre la inmensidad de pasto verde formado un bello espectáculo. Andor se sentó y formó el campamento para pasar la noche. Ya con la fogata encendida, armó su larga pipa con tabaco de los urimes, con su olor dulzón tan particular. Mientras el tabaco formaba sinuosas formas en el aire, se hizo presente con su cuerpo teñido de tonos de grises y una cierta transparencia el primer espíritu. El anciano poseía lujosas ropas, el manto le llegaba hasta el suelo y estaba adornado con bordados de una exquisita factura, la barba larga estaba cuidada y su cabello de igual color blanco se 111
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hallaba trenzado. La corona que llevaba en la cabeza no era rimbombante sino severa y con muy pocas joyas. —Veo que no pierdes tiempo y aquí estás fumando al atardecer. Es bello ver como cae devorado el astro. —Rey, un placer verte. No creí que tú serías el primero. —¿Acaso esperabas a otra de tus víctimas? Por lo menos en esta forma no tengo las marcas de cuando me introdujiste la espada reiteradas veces… —Te negabas a dar información. Yo quería saber dónde estaba la joya… —Sabes que su magia es poderosa. Imagínate si debe serlo, en ella habitan los espíritus de los humanos. Antes éramos más y nos temían tanto como nos amaban. Imagino que ahora estos malditos bastardos están aprendiendo a pelear sus propias guerras y es mejor negocio matarnos. Lamento infórmate que los has ayudado mucho ya. Segaste la vida de varios de nosotros. Un dios de mierda no es de mi incumbencia, pero los miembros de tu propia raza, eso ya es otro tema. —No quiero tus reproches, si vas a seguir molestando, siéntate y fuma un poco ya que bastante sólido pareces. —el fantasma hizo lo ordenado y saboreó el tabaco. —Los sacerdotes decían que esa joya convenía que siguiera perdida. En poder de los nuestros puede llevar a cabo acciones 112
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fatales. Van a tratar de detenerte. Es probable que ya te estén rastreando. —Estoy al tanto de eso. No tenía otra opción, yo no lo elegí, no es algo que me llene de placer hacerlo. —¿No vas a contarme lo que sucede? ¿Por lo menos una pista? —Le devolvió la pipa al hombre vivo. —No puedo, fue muy específico con eso. —Tal vez dentro de la joya encuentre otro espectro que sepa más del asunto. Es una lástima que en vida perdieras la confianza en mí, tantos años de servicio… —En estos meses he tenido que hacer cosas horrendas, a los últimos que maté eran inocentes de todo mal. Solo adoraban a su dios en su castillo de flores, no tuve más opción que dejar salir la ira y pasarlos a todos por la espada. —Ya debo irme, te dejaré pensar, cae la noche. Ojalá puedas hallar lo que buscas con tanta desesperación, ahora es nuestro destino ayudarte. Lo queramos o no. Nuestros poderes están a tus órdenes. El fantasma se desvaneció, él siguió fumando la pipa hasta que el tabaco terminó convertido en cenizas. En el cielo ya brillaban poderosas las parpadeantes estrellas. ¿Acaso en algún punto remoto entre ellas se encontraba vestida de azul la Tierra?
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Especial fantasía
Despuntó el alba y Andor retiró el manto rojo que usaba como manta y se lo colocó en la espalda. Cuando ya todo estuvo guardado, emprendió de nuevo el camino. Una ciudad de los azules fastiles se hizo presente en el horizonte. Tenían la costumbre de hacer sus bellos edificios de forma esférica, a algunos los trabajaban con mármoles exteriores facetados. Otros, en cambio, brillaban con colores fuertes. En la parte superior de las esferas solían colocar bellas esculturas de formas antropomórficas. Era una hermosa arquitectura que difería sobremanera con las angulosas formas humanas y la majestuosidad del tamaño. El Castillo de la Niebla, el hogar que Andor recordó por unos instantes, se alzaba sobre un alto monte de piedra caliza, las torres se alzaban desafiantes, bañadas en metales grises que brillaban con luz
cegadora
para
el
despistado
observador.
La
masa
tremendamente poderosa, difería diametralmente al concepto orgánico de los fastiles. A medida que caminaba por la avenida principal, sin observar hacia sus costados, los habitantes lo miraban asustados desde las ventanas y decidían cerrar las persianas de madera o los postigones. ¡Un hombre estaba presente, y estos siempre traían a la muerte con ellos, como una visita invisible a los ojos descuidados! Algunos niños valientes y de aspecto sucio se acercaron a pedirle monedas, debían ser pordioseros y eso les otorgaba una prima de pequeña heroicidad. Decidió demostrarse magnánimo y retiró algunas monedas de oro de su bolso y las arrojó. Aquellas 114
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criaturas se desesperaron y llenos de felicidad se abalanzaron para tomarlas del arenoso suelo. No había una razón de peso para que tomara el camino por la urbe, simplemente deseaba una cerveza helada que le hiciera olvidar por unos instantes la cadena de asesinatos en las que estaba inmerso desde los últimos meses. Localizó el bar y entró al mismo. El establecimiento no era de lujo, en realidad era bastante mediocre y no se hallaba muy aseado. Bueno, tal vez eso permitiera un poco de privacidad. Apenas
estuvo
sentado
en
barra,
comenzaron
las
murmuraciones en el exterior. El rumor no le dejaba saborear el dorado líquido especiado. Aquella era una buena cerveza, ya hacía mucho que no tomaba una. El cantinero de azulada piel se encontraba sudoroso como si supiera que algo sucedería. Eso molestó mucho al humano. —¿Pasa algo? Quiero un poco de paz. —Caballero, yo respeto a los humanos. Es más, mi pueblo fue salvado de tribus rivales en el pasado gracias a ellos. Recuerdo las banderas de pieles que tejieron con sus víctimas y eso me llenó de placer. Fue algo que no había sentido ni al hacer el amor. Sabe que hace un tiempo los han perseguido y matado… —Dicen que muchos han caído últimamente, es cierto, pero no puedo asegurarlo. —Los cazadores de humanos ya están aquí. Esperaban que llegara usted por la mañana. Retírese. Se lo ruego. 115
Especial fantasía
—No hay necesidad de eso. Si están aquí, será una pérdida de tiempo escapar para irlos a matar luego. —La luz de la estancia alumbró su piel color oliva y las facciones del hombre se marcaron como si estuviera esculpido en mármol. Era una efigie severa y valiente la suya. —Hazle caso al cantinero, huye como la rata que eres — pronunció una voz proveniente de la puerta. Un Fastil, envuelto en un manto pardo, lo observó con mirada amenazante. Era un cazador de humanos. —Y pensar que antes uno era alabado en esta ciudad. El servicio ha descendido mucho. ¿Qué se podía esperar de un conjunto de cobardes? Se levantó desenvainando la espada con runas y el Fastil se perdió camino a la plaza. Minutos después se encontró con cuatro de sus secuaces vestidos de igual manera. A paso lento se aproximó Andor, el viento meció su manto rojo y sus ojos buscaron a la máquina gigante que debía poseer este grupo. De otra forma no se atreverían a cazar a un terrestre. Algunos hombres hasta decían que esos eran “robots” y que en otros tiempos fueron creados por los humanos. Los fastiles parecían todos iguales debido a sus ropajes y alguno de ellos tomó la palabra. —Déjate morir, te daremos un fin pacífico si lo deseas. Es tu última opción. 116
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—Vete a la mierda. No pienso seguir perdiendo el tiempo. En ese momento cayó del cielo una gigantesca maquinaria de cuatro patas, el color del metal que la cubría era blanco y azul, estaba desgastado y arañado por los siglos, su rostro era una masa de cámaras de ojos rojos y sensores que se desplegaban en todas direcciones. De su pecho brotaban un conjunto de múltiples brazos cambiantes, algunos eran como látigos de acero, otros estaban rematados en sierras o púas. Una perfecta y monstruosa máquina asesina sin inteligencia pero ideal para acabar con las masas. La cosa se movió con la velocidad de un rayo pero Andor no fue por ella, el primer objetivo eran sus amos, uno de los fastiles se encontraba cerca y lo rajó al medio, provocando que sus entrañas se esparcieran en todas direcciones. El segundo disparó un trabuco que llevaba escondido en su manto. La bala rozó la armadura del humano y no causó efecto. El hombre corrió y esquivó uno de los brazos de púas del robot que buscaba con ansiedad su cabeza. El ser azul trató de recargar su arma, hecho que nunca consiguió, ya que instantes después, su cráneo no era más que una mancha roja en el arenoso suelo de la plaza de la ciudad. El tercero del grupo lo atacó con dos pistolas de perdigones mientras el cuarto se subía a lomos de la máquina asesina. Esquivar el disparo fue imposible pero la armadura no era cualquiera y lo absorbió por completo. Andor decidió usar una esfera roja con poder mágico, la retiró de su bolso y la arrojó hacia las alturas. Las llamas de fuego brotaron al partirse y el Fastil quedó envuelto en el calor, murió aullando 117
Especial fantasía
terriblemente. El “piloto” estaba herido, sin duda, su rostro parecía quemado, aunque eso no significaba vencido. El robot activó sus ojos y disparó sendos láseres continuos de mortal poder. Andor de nuevo se elevó en el aire para evitarlos. Así tuvo que hacerlo dos veces más. Se perló su frente por el esfuerzo y decidió contraatacar. Dejó que la máquina se acercara y tratara de pisarlo. Luego, cuando esta levantó una de las patas para dar el golpe final, clavó la espada en la misma, las chispas volaron y haciendo gala del poder genético de la humanidad, arrancó de cuajo la extremidad que voló decenas de metros. Era el momento para saltar en vertical y terminar con el Fastil herido. Así lo hizo, este abrió los ojos hasta el extremo, presa del terror antes de dejar de existir al sentir el acero cortando desde su clavícula hasta la cintura. Andor pensó que sería fácil usar el poder de los espectros para destrozar a aquella cosa infernal. Introdujo la mano en su bolso y sintió la superficie de la piedra. Iba a invocar al rey, todavía no había tenido tiempo para liberar a más fantasmas… de todas formas el plan iba a ser inútil. El humano se había confiado con una máquina que había matado guerreros casi tan poderosos como él. Haber activado la joya desde el principio hubiera sido un plan más sabio. Cuando el hombre tuvo la roca en la mano derecha y estaba a punto de terminar la invocación, un tentáculo lo tomó del cuello y comenzó a ahorcarlo, la piedra se escapó de sus manos y se fue rodando entre la arena. 118
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La espada también cayó y quedó fuera de alcance. El aire también se iba, trató de alcanzar otra esfera de fuego o alguno de los hechizos que estaban diseminados en la armadura para situaciones límite. Usó un explosivo de baja intensidad para tratar de romper el brazo de acero pero aquella extremidad era de una dureza pocas veces vista. La vida comenzaba a escaparse, tal vez la muerte no era una mala opción, sería el fin de una sucesión violenta de batallas y asesinatos. Pero también sería el fin de la misión. No, eso no era admisible. Se le nubló la vista y todo se convirtió en negro… Luego sintió el chasquido de una espada humana cortando el acero, algo gemía con voz robótica, se sintió caer al piso y rodar mientras tosía y trataba de hacer que el oxígeno entrara en su cuerpo. La vista le volvió aunque no completa. Una mujer pelirroja con labios anchos y pecas, portaba una espada curva de descomunales proporciones, a pesar de ello la hoja debía ser de una aleación muy liviana ya que la movía con una agilidad sorprendente. Todo en ella estaba diseñado para la velocidad, su armadura era liviana, acompañada con un manto marrón y corto. Varios brazos del robot cayeron al piso, cortados y expeliendo fluido negro. Ella debía tener experiencia enfrentando a esas bestialidades por la seguridad con la que se plantaba y así lo demostró. La máquina disparó una andanada de láseres capaces de 119
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destruir una buena parte de la ciudad, y así lo hizo. Varios edificios esféricos se desplomaron y si sus habitantes no hubieran escapado con anterioridad las bajas hubieran sido de miles de personas. Todo se llenó de polvo y humo. Se sucedieron las explosiones de combustibles que se encontraban en las construcciones. Ella simplemente ejecutó una danza entre los haces de luz y los evitó uno por uno. Saltó y con un nuevo y preciso movimiento de la espada, sesgó el resto de los brazos que quedaban. Cayó sobre el lomo de acero e introdujo la hoja bañada en negro aceite pestilente en el lomo de la bestia. De esa forma llegó hasta las entrañas vitales que se alojaban en su interior y las cortó provocando un cortocircuito general. El último sistema de emergencia se activó y varios drones brotaron por una escotilla dispuestos a darle el golpe de gracia. Ella volvió a saltar para poner en práctica una estudiada técnica de decapitación… Andor ya había pasado antes por situaciones cercanas a la muerte, se había sentido demasiado seguro, casi le cuesta caro, ahora era el momento de ayudar. Con la velocidad de un rayo, tomó la joya e invocó al rey. El viejo se materializó entre un estallido de luces y con su báculo dorado generó un rayo rojo que salió despedido a la velocidad de la luz.
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Atravesó aquel destello mortal al corazón mecánico, justo al instante en el que la fémina cortaba la cabeza plagada de ojos y antenas. La mujer cayó a su lado con una elegante pirueta que la dejó con la rodilla derecha sobre la tierra. Con un gesto de la mano del hombre, el rey desapareció a las profundidades de la piedra mágica. —Uno menos de estos malditos. Con este ya van cuatro. Una vez que les tomas el truquillo no son tan guapos. Andor, es un placer conocerte. Yo soy Yamila. —Es un gusto. Muchas gracias. Por lo que veo sabes mi nombre, nunca nos habíamos visto antes. —Ella se levantó y le tendió la mano, el caballero se la estrechó gustoso. —Soy de la casta de los sacerdotes. Hace unos años hiciste trabajos de protección para nosotros. Tal vez lo recuerdes. No te conocí en persona pero te describieron muy bien. —Es cierto, llevé a unos colegas tuyos más allá de los bosques encantados. Las criaturas resultaron ser muy mortales. Fue una batalla épica la que libramos en aquellas latitudes. ¿Cómo están ahora mis camaradas? —Andor, están muertos. Todos ellos. Los clanes, las diversas razas, los cazadores de humanos, todos han complotado en nuestra eliminación sumaria. Nos dividieron y luego comenzaron a perseguirnos, de uno en uno. Creo que tal vez seamos los últimos humanos sobrevivientes, sin contar a tu familia. 121
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—Dios, no creí que la situación fuera tan severa. Pensé que estaba mitificada. Es imposible. Debe haber otros. Este planeta es demasiado grande. —Puede ser, o no — le comunicó con una pesadumbre en su mirada—. Ahora vámonos de aquí, dejé aquí cerca un par de caballos. Hablaremos tranquilamente cuando más millas pongamos entre esta ciudad y nosotros. Un par de horas después de un galope pronunciado, dejaron atrás la urbe y atravesaron un espeso bosque en donde sería difícil que los cazadores de humanos los encontraran. Se sentaron a descansar un poco al abrigo de los gigantescos árboles verdosos. La vida era voluptuosa en aquel lugar y los insectos abundantes provocaban sonidos agudos, las pequeñas comadrejas corrían por aquí y allá esperando un poco de comida. La pareja tomó asiento y compartió la pipa sin intercambiar diálogo. Luego, ella tomó la palabra después de darle un trago al odre de vino. —He visto que encontraste la joya. Trataste de ayudarme con ella, te lo agradezco. Conozco las leyendas y se lo peligroso de su uso, también se cómo acelerar el proceso de retirar los fantasmas de su interior, pero no tengo práctica. Estudié los libros antiguos de las torres de las bibliotecas. Con ellos pude hacerme una visión muy particular de este mundo. Una que muchos no tienen. ¿Me contarás para qué la necesitas? 122
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—Imposible, eso es algo que todavía no puedo decirte… —Debe haber sucedido algo realmente grave, recuerdo cuando atacaron la abadía de los montes rojos, los humanos no solemos vivir de a muchos pero aquel era un centro educativo y llegaba gente de varias casas a aprender. Se habían unido más de diez clanes y traían bestias de caza. Al parecer les enseñamos demasiado bien durante estos cuatro siglos. Con ellos llegaron los cazadores y los robots resucitados. ¿Sabes? descubrí que perdimos la ciencia para despertarlos. Fuimos nosotros sus creadores. Los científicos de estos hijos de puta deben haber puesto mucho esmero en hallar la técnica, cosa que sin duda nosotros no hicimos. Cegados por nuestro poder y autocomplacencia, eso ya nos ha llevado a la ruina y de nuevo sucedió aquí, dicen que sienten menos que nosotros. No se notaba mientras quemaban y destrozaban mi hogar. —¿Dieron batalla los monjes? Quiero saberlo… —Oh, fue una de las más grandes peleas de nuestra raza, debo decirte que solo yo escapé pero de ellos, no habrá quedado más de una docena vivos. No solo atacaron con estos robots cazadores, se hicieron presentes con modelos de más de veinte metros de altura. Nuestros guerreros lucharon entre marañas de misiles y rayos. Respondían con hechizos de hielo y fuego, les congelaban o incendiaban las extremidades y con sus espadas les daban muerte.
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>>Para matar a cada uno de los humanos experimentados se necesitaron más de tres mil guerreros. Fue una orgía de sangre y destrucción. Yo misma maté en ese día a alrededor de cuatrocientos. Luego, todo comenzó a derrumbarse, decidí activar la auto destrucción de nuestra fortaleza para que no descubrieran nuestros secretos. En mi huida, hallé a mi padre rodeado de cadáveres y con cientos de heridas en su cuerpo. Antes de morir, mientras lo tomaba en mis brazos, me dijo que te hallara a como diera lugar. Y aquí estoy, he recorrido medio mundo y matado a un montón de gente. —Y yo caí de lleno en el juego de los cazadores. He peleados con dioses capaces de destrozar continentes enteros y un simple robot con cuatro jinetes casi me derrota, al parecer no he aprendido nada en tantas batallas. —Esa es la idea. Saben que nos hemos enfrentado a mayores enemigos. Tú nunca antes habías peleado con ellos, pensaste que no era nada del otro mundo. Así murieron muchos de los nuestros, recuerda que esas máquinas fueron creadas por nosotros. En sus entrañas de acero conocen nuestros protocolos de combate. —Es cierto, les otorga una ventaja momentánea en una primera instancia. Luego, cuando ya observas sus patrones, el tamaño y su armamento son las únicas que les quedan. Sobre tu padre.
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—Él, sin duda, conocía muchos detalles de tu misión secreta. Los humanos poseemos la segunda visión, su telepatía estaba muy desarrollada y era común que entrara a los mundos cuánticos en busca de conocimiento, en ellos debe haber visto tu historia. Debido a eso estoy lista a ayudarte si ese es su deseo. Mi deber está con la humanidad y debo salvar a nuestra raza. —Las visiones, en nuestra familia nunca las tuvimos avanzadas, si tu padre sabía la verdad y trataba de ayudarte, tal vez mi enemigo lo envió a matarlo. Eso une nuestros caminos. Te prometo que tendrás tu venganza. Yo te ayudaré en ello. En los días siguientes atravesaron las llanuras de los árboles violetas, llegaron a la extensión de los tres ríos y buscaron los pasos más seguros para los caballos. Trataban de evitar todas las poblaciones que pudieran. Apenas veían una construcción esférica tomaban un camino secundario que los alejara de los fastiles. Las horas dieron paso a los días, estos a las semanas. Llegaron a las montañas de Arivas y siguieron los tortuosos caminos de piedra. Luego siguieron los puentes colgantes donde observar hacia abajo era una hazaña tan grande como una batalla. Al caer la noche montaban el campamento y comenzaban a girar las luces que emitía la joya de los espíritus. De esa forma podrían acceder a los otros humanos guerreros en su interior. —¿Cómo sabías la forma de invocarlos? —le preguntó Yamila. 125
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—Cuando supe lo que tenía que hacer, interrogué a algunos sobre la joya. Resulta que un humano ermitaño se había cansado de la batalla y vivía en los confines de una alta montaña. Era de tal envergadura que mi montura murió cerca del comienzo, atrapado entre las tormentas de nieve, tuve que seguir subiendo hasta que llegué a la cima. Parecía otro mundo allí arriba, el clima era tan perfecto. Ahí estaba él. A torso desnudo, sentado en posición de loto. Una máscara blanca coronada con varias letras v consecutivas y un pantaloncillo marrón eran su única vestimenta. >>Me dijo que era el último al que esperaba ver ahí, que me había conocido hace mucho tiempo pero que ya su rostro no importaba, había elegido otro camino y en él, las individualidades no pesaban. Yo le respondí que me agobiaba un problema, que debía solucionar con la joya. Entonces él me contó que estas cositas grises que tenemos en la sien derecha trasmiten una copia de nuestra existencia a la piedra y que esta utiliza tecnología de los antiguos para invocar a los humanos que han fallecido. —Los humanos han usado la magia desde que descubrieron las limitaciones de la tecnología. En el pasado buscamos la forma de plegar el espacio. No hallábamos una respuesta lógica. Entonces surgieron las grandes escuelas mágicas, descubrimos lo hechizos de fuego, hielo, viento y tierra. Así como generar puertas para atravesar las inmensidades en segundos. Eso nos permitió desarrollar poderes mentales que pocas razas tienen en el universo. También nos puso en la mira de nuestros enemigos. 126
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—Ya no importa… este debe ser el objeto más poderoso del mundo. Claro, si cae en manos equivocadas podrían haber conquistado todo. Mira, encontré a Ludvacia. Voy a llamarla… —¡Ludvacia es tu esposa! ¡Mi padre me lo dijo! Si está allí… —Podemos llamarlo también si tú quieres. Voy a traer a todos… —El rostro de Yamila se volvió sombrío. Al parecer ese hombre no sentía dolor y su esposa había fallecido. Ya el cielo estaba teñido del azul de la noche y al lado del fuego surgió una mujer de pasmosa hermosura, vestida totalmente de blanco. Su negro cabello caía sobre su hombro derecho y sus ojos verdes alumbraban como farolas. En ese instante, el guerrero se permitió derramar una lágrima y ambos se abrazaron por minutos que parecieron horas. —Ludvacia, te he extrañado, tanto… —Amado mío, es tan hermoso verte. Pero hacerlo de esta forma significa que estoy muerta. Escúchame, deja esta locura de misión. No le lleves la joya. ¡Destrúyela! ¡Destrúyenos! Es un poder demasiado grande. No sigas en este camino. Esta joven tiene razón. Únanse y salven al mundo, llevando la destrucción de nuestro rival. —No, no puedo hacer eso, entiéndelo. Entiende lo que está en juego.
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—No le has dicho todavía. Entonces casi todo está perdido. Sigues siendo tan obstinado como antes, hazme caso. Destruye los transmisores cuánticos que tienen en la frente. Eso los retirará de la red y no sabrá donde están. Luego, tomen el camino más difícil. No sean obvios. Y prométeme que le dirás todo, confía en ella. Su padre se ha vuelto un buen amigo. —Lo prometo. No te vayas ahora, necesito tu fuerza. ¿Cuándo moriste te llevaste a muchos contigo? —Oh, sí. Invadieron nuestro castillo. No iba a dejar que esos malditos monstruos de acero con forma humana se lo llevaran todo sin pelear. Fue una carnicería pocas veces vista. Usaron drones y planeadores que debían ser de los tiempos antiguos. Con la espada batallé hasta que mis brazos se entumecieron y apenas sentía las piernas. Luego entraron a la cámara principal, eran decenas y me llevé conmigo a una buena parte. Una gran batalla, una gran muerte. Hubieras estado orgulloso. —Lo estoy, siempre lo estaré. Protegiste con honor todo lo que significaba nuestra casa y nuestra familia. Fue una buena muerte, así fue. Una buena muerte… Ambos se abrazaron y se besaron por última vez. Si en el futuro invocaba a su espectro no sería para hablar de amor. Cuando ella se esfumó y él terminó de secarse las lágrimas, ambos tomaron sus cuchillos de campaña y se retiraron el implante de su sien derecha. Fue algo bastante doloroso aunque necesario. De ahora en 128
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más, sus almas, por llamarlo de alguna forma, no habitarían luego de muertos en la joya. Era algo bueno que así fuera, ya que al parecer el enemigo podía seguirlos por ese enlace. Pero Yamila no era tonta, había sido criada por los monjes más astutos y ella misma había leído los textos más secretos del mundo. Comenzó a atar cabos. Comenzó a entender lo que le había narrado su padre. Seres de acero con forma humana, eso solo podía significar una cosa. Y no era buena en lo absoluto. —Quiero saber qué ha sucedido. ¿Localizaste nuestra nave estelar? —Sí. Fue un gran error el que cae sobre mi alma. Encontramos un viejo caldero mágico que usaban los miembros de mi familia. Con Ludvacia comenzamos a investigar el paradero de nuestra nave cósmica, la que se estrelló aquí hace cuatrocientos años. Luego de dos años de investigación, la hallamos, clavada en la tierra como una lanza ladeada. Entramos en las inmensas cámaras del navío. Todo estaba oscuro pero usamos hechizos de poder. Encontramos el generador central y lo activamos, luego llegamos a la inteligencia artificial central. Una de las tantas Earth Defense Force. Yo le di vida de nuevo, en ese instante recibí poderosas visiones, fruto del reino cuántico. Grandes flotas de inteligencias artificiales pervertidas por la magia oscura de los Cuatro Nigromantes atacaron a la humanidad, es posible que nuestra raza se haya extinto, no lo sé, hasta tal vez pudimos ganar 129
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la guerra. Escapa eso a mi condición. Lo que sí vi con certeza es que esta IA estaba pervertida y nadie de la tripulación lo sabía. Cuando estábamos escapando, hace cuatrocientos años, ella tomó el control de la nave. Los humanos luchamos contra ella y la apagamos, en ese instante nos estrellamos en este planeta, los protocolos de defensa hicieron imposible que se acercaran a destruirla luego del accidente. Pero pasaron cuatro siglos, olvidamos lo sucedido, perdimos la tecnología y gran parte de nuestro poder, hasta la nave se apagó hasta que la desperté. —Pero no entiendo. No puede escapar. Está allí enterrada. ¿Y le vas a llevar la joya? —Se está curando. Ha hecho un ejército de robots que han atacado mi hogar. Ya viste que los mataron a todos. Hui después de despertarla, y nadie nos creyó, nadie nos ayudó a destrozarla definitivamente. Ahora pagamos el precio. Mentí pensando que quedaban más humanos, no quería que perdieras la esperanza. Siempre es bueno pensar que allá afuera hay más de nosotros. Pero ahora debes saber la verdad. Somos los últimos en este mundo, ya no tengo dudas. —No me has respondido. Dime la verdad. —Ella se puso de pie y le colocó la mano en el hombro. —Mi familia tiene incrustada en el cerebro la ubicación de la Tierra. Sabíamos que colocar esos datos dentro de un ordenador era un suicidio como especie. Hemos transmitido esa información 130
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por medio de hechizos. Puedo ver un mapa estelar en mi cabeza si cierro los ojos, no lo entiendo. Pero él sí. Descubrió que mi clan seguía vivo, fue a buscarme y yo ya no estaba, partí lejos buscando la ayuda de las escuelas mágicas. Solo tu padre me creía, apenas. Eso se llevó a mi hijo. Lo tiene en las entrañas de la nave. El último niño humano, quiere que yo vaya, le entregue la joya, los datos de mi mente, así podrá volver a nuestros sistemas estelares y reinar junto a los nigromantes. —¿Y tú creíste que va a darte a tu hijo? Va a matarlos a ambos, sumándole a eso la posesión del artefacto más preciado para la humanidad. Andor, por favor. Razona. Los Cuatro Nigromantes, decía mi madre, buscaban las Líneas de Cambio entre los planos. Aquel artefacto consciente tiene el poder de la vida misma, ellos existían para resucitar lo muerto. Poseer un artefacto definitivo les daría la herramienta para su dominación universal. Vuelvo a decirlo. Iban a matarte a la primera oportunidad. —Tú no eres madre. No puedo dejar morir a mi hijo en manos de esa inteligencia artificial. Debo intentarlo. Si no se la entrego, debo hacer lo que decía mi mujer, matarla lentamente. Antes era uno solo. No había chances. Ahora tengo un poco de esperanza. —Mi padre relataba aquellos viejos cuentos. No los creía en su totalidad. Abandonamos nuestro pasado porque somos una raza que tiende a los excesos, aquí encontramos gloria, sexo y sangre en abundancia. Ya nos importaba un carajo intentar regresar a nuestro 131
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hogar y seguir peleando la guerra de las leyendas. Voy a ayudarte. Vamos a ir hacia esa nave, ya no puede detectarnos pero debe de haber movilizado sus tropas para buscarnos. Eso nos da una ventaja. La base debe estar desprotegida. —Entonces ya sabemos que hacer. Iremos hacia la nave y terminaremos lo que empecé en mi arrogancia. —No lo sabías. Tú no sabías que ibas a liberar a ese poder oscuro, no es tu falla. —Tal vez, pero eso no me exime de la responsabilidad. Descansemos ahora. Tenemos mucho que hacer mañana. Atravesar las llanuras no fue una tarea sencilla. Lo mejor era no usar monturas para pasar lo más desapercibidos. Habían usado la magia para generar falsos rostros de Fastil pero este hechizo no funcionaba a corta distancia. Debían mantenerse alejados de los pueblos y dormir a la intemperie. Pasaron los días. Dejaron atrás los bosques grises y cruzaron tres arroyos. A lo lejos veían marchar columnas de soldados, la dirección que tomaban era hacia la nave terrestre. —¿Qué puede significar eso? —cuestionó Yamila mientras observaba por un catalejo dorado. —El EDF debe estar juntando un ejército de locales. Aprendieron bien, malditos bastardos. ¿Qué les habrá prometido la IA? 132
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—Ya lo descubriremos, estamos cerca. Hoy deberemos hacer guardia para dormir. ¿Ya tienes liberado algún espíritu más? —Al de la montaña. El que me explicó cómo funciona la piedra. Pude traerlo mientras dormías ayer. Opet es un guerrero fabuloso. Antes de su retiro dejaba montañas de cadáveres a su paso. Yamila, mi poder tiene límites. Me podría llevar meses traer a otros compañeros, yo no soy un mago. Tú no puedes hacerlo. Empezar los procedimientos contigo llevaría tiempo del que carecemos. —Vamos a necesitar de toda esa ayuda. Tenemos tres guerreros muertos. Somos cinco humanos. Deberá bastar. —Le dedicó una sonrisa y siguieron caminando mientras se ocultaban en la espesura de un naciente bosque. A la mañana llegaron a la cumbre de un pequeño cerro. A lo lejos estaba la inmensa nave humana, clavada en una zona desértica. Debido al impacto nada crecía ahí desde los pasados siglos. Eso no era preocupante, el espectáculo próximo sí lo era. El ejército de los fastiles estaba aposentado a los laterales de una factoría de acero, un aserradero y una planta donde montaban generadores anti gravíticos. Se podía observar como estaban montando naves espaciales a plena vista. —¡Andor! ¡Están construyendo navíos para viajar por el cosmos!
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—¡Mierda! El EDF debía tener los planos de los motores, con esa información podríamos haber escapado de este mundo. Espera, mira bien. Esas naves apenas pueden volar por el espacio. Usan madera y acero barato. Tienen un diseño muy rudimentario. Los ayudan nuestros propios robots de combate. Patético. Ya intuyo el plan. Cuando tengan los datos con la ubicación de la Tierra, van a saltar con todas esas naves por una puerta mágica. ¡Si alguien queda en nuestro planeta, va a recibir a una horda embravecida de miles de cazadores de humanos y robots! —¡Hay que terminar con ellos! ¡Ataquemos! —Luego, desenfundó su espada y sus ojos centellaron. —Yamila, no seas tonta. Jamás podremos con ellos. Debo usar la joya de los espíritus. Nuestros tres amigos se encargarán de esto y nosotros entraremos a la nave espacial para acabar con el EDF. —Sí, con nuestra carta de triunfo inoperativa… usar la joya ahora es prácticamente firmar nuestra condena. —No podemos dejar que ese ejército siga en pie. Hay que hacerlo. Es la única opción. Tendrán pocos minutos para actuar, no puedo avanzar a campo traviesa y al mismo tiempo mantener el poder de concentración. —¡Carajo! Hazlo ahora. Si morimos, lo haremos como hombres libres. Andor retiró la joya de entre sus ropas, esta brilló con un fulgor dorado, comenzó a levitar mientras expelía ruido. El hombre 134
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comenzó a pasar sus manos sobre ella, a una distancia de unos quince centímetros, en instantes se hicieron presentes: el rey, Opet y Ludvacia. El trio llevaba armaduras de combate que debido a su fantasmal poder mágico manaban luz. Parecían
ángeles de la
venganza cuando el viento meció sus capas y desenvainaron sus espadas rúnicas. —Hasta en la muerte debo seguir guerreando, por lo menos es una buena causa. Andor, derrota al EDF. Todas nuestras esperanzas están puestas en ustedes. Nosotros nos encargaremos de este ejército —dijo Opet mientras escrutaba al enemigo en la lejanía. —Vete ahora, amor mío. Tienes que salvar a nuestro hijo. Puede ser el último niño de nuestra especie. —Ludvacia, tú lo verás de nuevo. ¡Así será! —una lágrima corrió por el rostro del fiero combatiente. Acto seguido se dio vuelta y comenzó la carrera hacia la nave estrellada. El rey fue el primero en atacar, cientos de fastiles se arrojaron sobre él. Con su espada brillante comenzó a cortarlos en pedazos, nada parecía detenerlos. La raza dominante de aquel mundo parecía que había cobrado valor de repente. La ventaja de ya estar muerto es que ya no sientes el cansancio. El de la barba blanca invocó poderosas lenguas de fuego que cayeron el cielo y se escucharon los gritos de cientos al incendiarse y correr como posesos antes de morir espantosamente. 135
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Ludvacia se dirigió hacia las naves estelares, las tocó e invocó los poderes de la escarcha, las moles primitivas se helaron, ahora parecían gigantescos bloques de hielo, siguió inyectando su poder hasta que fue audible el crujir de los motores antigravíticos. Más de dos mil fastiles trataron de atacarla, dispararon sus flechas y arrojaron lanzas. Estas atravesaron el cuerpo solido de la mujer pero no era posible darle muerte. —Si yo fuera ustedes, escaparía ahora mismo… —les comunicó a plena voz. Instantes después las naves estelares explotaron en pedazos, el grado de destrucción fue gigantesco, los trozos de acero cortaron miembros o les dieron muerte a los enemigos en escasos segundos. El hielo caía del cielo formando una lluvia letal. Los fastiles corrieron de un lado al otro. De forma inútil, por supuesto, ya que sus armaduras no podían detener el filo de las puntas escarchadas. Opet estaba de pie, esperaba. Con ambas manos sostenía su espada curva. El gigantesco robot enemigo cayó ante él y desplegó su arsenal de brazos giratorios. Pequeñas unidades se hicieron presentes, su poder de fuego era capaz de dominar un continente entero. Lo colocaron en sus miras mientras expelían guturales chasquidos, ya estaban poseídos por la mente corrupta del EDF. Al instante arrojaron cientos de rayos láser. Todo fue una gigantesca explosión roja, más fastiles murieron como daño colateral en la batalla. Ya del ejército extraterrestre no quedaba nada. Solo un mar de cuerpos inertes. 136
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El humo comenzó a disiparse. Opet mantenía la guardia perfecta. Claro que soportar las embestidas de todos esos rivales les restaba poder para permanecer en el plano físico, pero no había otra opción. Comenzó una veloz carrera y cortó en partes de los cientos de robots pequeños. El aceite negro bañó su cuerpo, las partes impactaron aquí y allá en la orgía de violencia desatada que se estaba generando. El robot madre atacó con sus piernas. Opet pudo resistir sus embates poniendo todo de sí. Con una finta secreta de su clan, pudo cortar el miembro con su katana y expulsarla hacia la distancia. —No ibas a llevarte todo el crédito, Opet. Aquí estamos —le dijo la mujer acompañada por el rey. —Se hicieron esperar, los tres podremos invocar a un Earthdragon mágico para vencer a esta basura de hojalata. Nos queda poco tiempo en este plano. El trio se unió por las manos y comenzaron extraños cánticos mientras la mole de cientos de metros los atacaba inútilmente. Por algunos segundos el escudo invisible los mantendría a salvo. Terminaron las palabras en el ignoto idioma. Las nubes del cielo se abrieron, mostrando a un ser de procedencia mágica con forma de gigantesco reptil alado, tendría cuatrocientos metros de largo. Casi igual que su enemigo. La bestia aterrizó y comenzó a tomar el poder de la tierra. Sus ojos se volvieron dorados, estaba generando en su boca una masa 137
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ígnea de poder atómico. Aquella cosa brilló antes de ser disparada. Segundos después, todo fue un resplandor brillante. Ya no se escuchaba nada en el campo de batalla. Los robots habían sido destrozados. Los escasos fastiles sobrevivientes estaban huyendo para contarle a sus tribus que de nada valía luchar en contra de la humanidad. El dragón comenzó a evaporarse y acto seguido lo siguieron los tres espectros sonrientes. Habían vencido, nada les podía quitar eso. Ante la luz extraña proveniente de la nave, las pecas de la pelirroja tomaban un matiz sobrenatural. Yamila desenfundó su espada curva de descomunales proporciones, la aleación especial le daba un peso escueto a la hoja con runas. —El EDF nos está dando paso libre hasta el interior. No se escuchan más ruidos de batalla. ¿Habrán ganado? —Le cuestionó ella. —Sí. De otra forma estaríamos muertos ahora mismo. Ese tirano nos está dejando llegar hasta él, ha perdido afuera y ahora, más que nunca, necesita los datos en mi cabeza. Andor se ajustó las rastas y acomodó su manto rojo para entrar en batalla. Estaban atravesando uno de los interminables pasillos de acero del navío estelar. Por todos lados había monitores holográficos con cientos de datos incomprensibles, así como maquinarias con orígenes mágicos que debían ser para los saltos por los portales que permitían plegar el cosmos. Luego de caminar 138
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más de media hora por aquel lugar que parecía un cementerio desolado, se alzó ante ellos una doble puerta de acero con más de tres metros de altura. Líneas naranjas la recorrían de forma serpenteante. —Hemos llegado al puente de mando. Ahí dentro está la inteligencia artificial. Ten mucho cuidado, no tendrá piedad. —Tenemos que terminar lo que empezamos. ¡Entremos! Él tocó con su palma la rugosa superficie metálica y ambas hojas se abrieron de par en par. La sala que se vislumbraba tenía proporciones ciclópeas. La pantalla central había sido retirada y en su lugar había un trono de piedra con una perturbadora figura metálica sentada en él. El EDF superaba los dos metros treinta de altura, una tela púrpura cubría sus piernas. Los brazos eran flacos pero poderosos, poseía cuatro dedos en cada mano y en la derecha llevaba una lanza de alta tecnología. Su rostro estaba pervertido por las artes de la nigromancia, lo que otrora era el bello diseño de una IA al servicio de la humanidad, ahora era campo fértil para un par de ojos amarillentos, metales cortados en ángulos rectos y una sonrisa pérfida e inteligente. —Andor, fuiste muy sabio al retirarte los conectores. Ya no importa, cuando activaste la joya, todas cámaras te captaron venir. La dejaste afuera, otra movida vivaz. Todavía no puedo irme de esta sala sin que mi cuerpo físico pierda contacto con la matriz digital. Necesito más poder. ¿Ahora vas a ir a buscar la piedra 139
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como un buen humano o necesito llamar a mis sirvientes? ¿Quieres ver a tu hijo? No soportaba sus chillidos infantiles y lo criogenice un rato. Nada irreversible. —Chasqueó los dedos y un contenedor transparente surgió desde las alturas siendo llevado por un brazo mecánico, en el interior estaba el niño, era menor a los diez años. Dormía plácidamente. —Tienes miedo, te has quedado sin tus robots de combate, no sabes qué plan tenemos ni cuanto poder despertamos de la joya. De otra forma ya hubieras enviado a tus hombres a buscarla. No vamos a dártela. No venimos a negociar. Venimos a matarte. Qué estúpida fue la humanidad en pensar que la muerte es solo para seres orgánicos. Los hicieron pensando que podían salvarnos. Eso pensé yo al despertarte. Los nigromantes no tuvieron más que asesinarte para tenerte a tus pies. ¿Qué usaron? ¿Un virus con efecto retardado para que actuara cuando abandonaron la Tierra? ¡Fracasaste en tu programación, debería darte vergüenza! —Ya nada de eso importa. Si no quieres darme la joya, haré como hiciste tú. La tomaré por la fuerza, los mataré a ustedes y a tu hijo. Será el fin de la raza humana en este universo. Fueron hábiles. Traté de hacer clones perversos para aprovechar sus habilidades mágicas pero en el viaje, después de mi muerte, usaron inhibidores clónicos. Sólo produje una sub raza deforme pero servirá para aniquilarlos. ¡Y tengo a uno de esos dioses de paz de este mundo, lo hice mi esclavo, alterado como un ciborg y lo domino con mis artes mágicas! 140
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Entraron a la habitación decenas de hombres con turbantes azules, estaban a pecho descubierto. Las manchas plagaban sus cuerpos. Tenían las manos deformadas, con cuatro dedos rematados en largas uñas. No eran más que burdas imitaciones pero a pesar de no tener poder mágico, dominaban las ochenta estrategias del combate con sable. No eran simples fastiles. Yamila gritó y trabó pelea contra cuatro de ellos al mismo tiempo, terminó con dos de ellos usando puntas de hielo. Con el otro par hizo que su hoja curva sacara chispas al introducirse en un ballet de batalla en donde las fintas y los saltos adornaban los momentos previos a la muerte. Cuando terminó con ellos, generó una bola de fuego con ambas manos y quemó vivo a una docena de rivales. Andor hizo lo propio con la primer docena, de un golpe le cortó las mano derecha a una de las aberraciones y esta salió volando con un reguero de sangre a su paso. El otro rival corrió hacia él. No le importaba morir si lograba su cometido. Andor fue más rápido y le cortó el pecho limpiamente, haciendo que sus órganos se desparramaran al caer. Los clones fallidos no eran rival para ellos, en ese instante la pared de acero se desgarró y entró uno de los dioses, aquella criatura agusanada con cuatro brazos y rostro bisexuado había promulgado la paz y el amor entre los miembros de su raza, ahora estaba unida a pervertidos métodos de dominación cibernética, las interfaces eran capaces de generar fuerza mágica directamente invocada por el EDF. Una bola de fuego surgió de su boca, el rayo 141
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lo llenó todo. Andor y Yamila generaron una esfera-escudo y se protegieron velozmente. Sí seguían usando tanto poder, en instantes no les quedaría nada. —¡Andor! Yo me encargaré de este maldito. Sabes qué hacer. Termina ahora mismo con el EDF. Es la única forma de salvar a tu hijo y a la humanidad. —Cuídate, Yamila. ¡Volveré con la victoria! Andor salió disparado con un salto hacia el EDF, este se puso de pie e hizo chocar su lanza contra la espada rúnica del guerrero. En ese instante, la mujer no podía prestar atención a la batalla. El dios venía de nuevo hacia ella. La inteligencia artificial era capaz de pelear al mismo tiempo con ambos. Aquella cosa sufriente desplegó una gama de tumores por todo su cuerpo, estos eclosionaron y surgieron decenas de ojos capaces de expulsar láseres gracias a hechizos. Iba a ser muy difícil evitarlos. Yamila se preparó y el fuego rubí fue vomitado en todas direcciones. Su hoja curva era capaz de poder desviar esos impactos. Pero esa no era la pregunta. Sino… ¿Por cuánto tiempo era capaz de hacerlos cambiar de dirección? Andor demostraba su agilidad cortando los ataques del bestial y gigantesco EDF. La inteligencia artificial lo atacaría de todas formas posibles para aprender sus patrones, debía ser muy cuidadoso sobre cuando atacar. De todas formas no podía estar infinitamente a la defensiva. Sus ataques de espada trataron de 142
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cortar las extremidades de la mole de titanio y acero pero fueron efectivos. De alguna forma esa agilidad no era fruto de los músculos mecánicos. —Yamila no va a poder con mi dios cibernético. Es el momento de darse por vencido. Todavía puedes salvarlos a ambos. Únete a las huestes de los nigromantes y dominaremos la creación cuando las Líneas sean nuestras. —¡Jamás! No voy a darme por vencido. —En ese instante, la punta de la lanza levantó las placas de la armadura y la punta penetró en la pierna izquierda. Andor gritó de dolor mientras la sangre comenzó a derramarse. El dios seguía disparando a diestra y siniestra, la frente de Yamila estaba perlada de sudor. Cada vez le costaba más evitar los embates. Había un fallo estratégico en su operar. Sí, ahora podía verlo. La clave estaba en el hecho que su espada podía desviar los disparos láser. Se concentró cada vez más, el tiempo pareció enlentecerse ahora, podía apreciar hacia donde quería que los proyectiles volvieran. Esperó a la próxima oleada de rayos y con ellos mismos desintegró los centros de la primera mitad de los ojos. Sabía que con eso no alcanzaría. Debía cortar la espantosa cabeza calva de la criatura para asegurarse de su muerte. Era hora de escalar. La lanza encontró un espacio libre en la defensa absoluta de Andor. Esta vez su brazo derecho fue el que recibió el golpe. El 143
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poder mágico del humano llegaba a su fin. El poderío del EDF era brutal y todavía Yamila no ganaba su pelea. La sangre recorría su armadura. Era del mismo color que su manto. Del color de la venganza, pensó en todos los angustiosos pecados que había cometido por la joya, en las traiciones, en los asesinatos, en todo ello, manchas al honor de un guerrero humano. Manchas por liberar a un EDF corrompido. Sus ojos fueron de nuevo al sarcófago transparente en donde dormía su niño. Se le agotaban las opciones con cada minuto. Yamila fue clavando la espada en la espalda del dios con forma agusanada, con cada corte la sangre nauseabunda la bañaba de arriba abajo. Había encontrado el punto ciego de aquella bestia infame. Los ojos láser restantes disparaban pero sin rumbo. Cerca de la nuca era imposible que le dieran. Acumuló todo el poder mágico que le quedaba en su espada rúnica. Miró la masa semejante a un cuello de la bestia unida a cables y boninas. De un solo tajo cortó la cabeza y la sangre espesa de la criatura salió volando, impulsada por la presión en sus arterias. Andor fue testigo de la decapitación del dios cuando otro impacto le cortó el abdomen. La batalla estaba perdida contra el EDF. Este se distanció para darle el golpe final y dedicarse a la mujer que contra todo pronóstico había salido victoriosa de su duelo.
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—Di tus últimas palabras, Andor. Has causado la ruina de tu raza. —No lo creo. Ahora entiendo a lo que vine… Entró en fase meditativa mientras la lanza se aproximaba a su cuerpo. Usando la guardia perfecta podía usar todo su poder mágico y vital para convertirse en una bomba humana. La lanza entró hasta llegar a su corazón, la sangre exclamó al salir. El arma tocó el corazón con su punta. Luego, una masa de fuego envolvió a Andor y al EDF. El fuego se tornó blanco. Surgió en un estallido, el hombre pudo dirigir la energía hacia su enemigo, haciéndolo volar en pedazos. La onda de choque quemó para siempre a todas las máquinas de la nave estelar. Los bancos de datos del EDF quedaron reducidos a sus componentes primarios. Yamila abrió los ojos y contempló la gran cámara. Los cadáveres estaban diseminados por todos lados. La explosión la había arrojado contra la pared. Estuvo inconsciente varios minutos. Andor estaba agonizando en el suelo. Debían de quedarle apenas unos instantes. —¡Andor! No te muevas. Tengo los conectores que nos retiramos, te ignoré y no los destruí. Por si era necesario llevar nuestra alma a la joya. —Eres tan rebelde, por eso serás una gran hechicera, me muero, cuida a mi hijo… —la mujer le colocó en la sien los
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conectores y el espíritu entró en comunión con la joya en el exterior. La cámara criogénica se abrió y el niño se despertó conmocionado, no entendía donde estaba y a sus pies se hallaba su progenitor, feneciendo. —¡Padre! ¡Ya voy! ¡No te mueras! —Saltó rápidamente del sarcófago y le tomó la mano. —Mainuel. Ya se ha ido. Está en comunión con un poder mayor. Lo volveremos a ver dentro de poco. Dio su vida para salvarte. —No entiendo. ¿Cómo vamos a verlo si acaba de morir? —le contestó con lágrimas en los ojos. —Confía en mí. Yo ahora voy a cuidarte. Mi nombre es Yamila. Soy una hechicera y fui gran amiga de tu padre en sus últimos días. Mainuel se hallaba de pie delante de la espacionave. Era larga y gris, de bellas formas pero no demasiado grande. Habían sucedido muchos meses desde la muerte de Andor. Pero Yamila era incansable y se instalaron cerca de la zona de la gran batalla y ella comenzó a buscar los secretos para despertar la joya. Poco a poco fue aprendiendo, cada vez con más éxito. El rey, Ludvacia, Andor y Opet habían resultado grandes maestros, ahora podían comunicarse con otros espíritus más profundamente enterrados en la joya. Ellos les habían enseñado a hacer el motor mágico para 146
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plegar el espacio. Ahora tenían las coordenadas de la Tierra ingresadas y estaban listos para aventurarse hacia lo desconocido. ¿Qué habría sido de los cuatro nigromantes? ¿Dominarían el resto del universo? Ludvacia le colocó la mano en el hombro a Yamila. —Gracias por cuidar a mi hijo. Ahora comienza la parte más complicada de este viaje. Descubrir qué queda de la humanidad. —No hay nada que agradecer, yo debería hacerlo. Me han enseñado todo. Soy más poderosa, más fuerte, mis poderes mágicos nunca habían sido tantos. Y poseo una espacionave capaz de plegar el cosmos. Por un instante, antes de tomar la joya de la mesa, contempló a los tres guerreros que le sonreían en silencio. Opet, el monje guerrero, le transmitió serenidad desde aquellos ojos profundos y azules. El rey de barba blanca le había enseñado su filosofía y capacidad trascendental. Por último, Andor le agachó la cabeza con un gesto de aprobación. Ya habían hablado mucho en estos días. Hoy no era momento de más palabras. Al tomar la piedra con su mano, los cuatro espectros se esfumaron. El niño la esperaba en la puerta de la nave, estaba feliz, de alguna forma sus padres seguían con él y ante ellos se presentaba el universo mismo de posibilidades. Ambos se sentaron en los sillones del puente de mando. Yamila activó los motores de disrupción magnética y miró por los 147
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gigantescos ventanales. Iban a abandonar Salidia. Conectó las perillas y tocó cantidad de botones, la nave cobró altura y se perdió en la inmensidad celeste, para siempre.
Fin
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Víctor Miguel Grippoli (Uruguay, 1983) Artista plástico, docente y escritor. Participa en la antología "Cuentos Ocultistas" (2016-Perú) Editorial Cthulhu. “Revista Letras y Demonios Número 1” (2016-México) Revista Letras y Demonios Número 2, 4, 5 (2017), (2018) “Nictofilia” Número 2 (2017), “Nictofilia” Número 3 y 4 (2018), Editorial Cthulhu. “Antología Horror Bizarro” (2017-Editorial Cthulhu, Perú) "Antología Horror Queer" (2018-Editorial Cthulhu) "Antología poética" (2018-Editorial Solaris) "Entre las lágrimas de acero" (2018-Editorial Solaris) “El monstruo era el humano” (2018-Antología, Editorial Cthulhu) “Laberinto de Posibilidades” (2018-Editorial Solaris) “Puertas del Infinito” Volumen 1, 2 y 3 (2018-Editorial Solaris) “Los conectores de dios” (2016 y 2018. Novela, Editorial Autores de Argentina y Editorial Solaris) “Líneas de Cambio” números 1 y 2, antologías de relatos de ciencia ficción, terror y poesía especulativa. (2018, Editorial Solaris) “Líneas de Cambio. Antología de ciencia ficción latinoamericana” (Antología-2018, Editorial Solaris) “Revista Literaria Luna” (publicación independiente), Antología de Ciencia Ficción. “Antología de ciencia ficción Neo Indigenista” (2018-Pen Bolivia) (Bolivia) “Sombras” (2018-Novela, Editorial Solaris) “La alianza sudamericana” (2018, Novela, Editorial Solaris) “El Poeta” (2018, Novela, Editorial Solaris) “Antología Benéfica Gritos y Pesadillas” (2018, España, Grupo LLEC) “Revista Aeternum. Héroes y Santos”. (2018-Perú) “Revista Aeternum. Juegos Macabros” (2018-Perú) “Revista Espejo Humeante 2” (2019) Revista Letras entre sábanas (México-2019. Número 1). “Revista Fantastique: ritos paganos” (2019-Publicación internacional independiente). “Líneas de Cambio”. Antología de fantasía heroica hispanoamericana”. (2019-Editorial Solaris) “Moulin Noir” Antihéroes. (Antología) (2019-Aeternum, Perú). “Moulin Noir 2” Antihéroes. (Antología) (2019-Aeternum, Perú). Japón en tinieblas (Antología de relatos de Víctor Grippoli. 2019-Editorial Solaris. 149
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Fanzine Espejo humeante 4.0 (Antología-2019) Espejo Humeante 5 – Ciudades (Antología – 2020) Solar Flare – Antología de relatos de ciencia ficción. (Editorial Solaris – 2020)
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