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Sinfonía de la Villa Vicio

"Uno no vive en un cuidad sino en una descripción" Wallac Stevens

Fotografía y texto: Mauricio R. Apolinar

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Los Villavicenses son una especie mixta, una cicatriz mal curada, un virus lento llamado folclor. He podido ver que cuando la luna toma su turno en el cielo, clarifica la luz interior que proyectan ciertos sitios entre luces de neón y luciérnagas psicoactivas. Allí se puede apreciar toda la fauna y flora nativa o extranjera que vive en esta ciudad; está el gerente de un club de día y amante fortuito de mujeres fugaces en la noche; los hijos de grandes comerciantes, los abogados, los maestros, los contratistas, los artistas y sus aristas, los administrativos del sector público, del privado y de lo judicial; las celebridades criollas, adictas a pequeños caramelos parecidos a los quipitos o barriletes; les veo en fiestas de cantinas, patrias, electrónicas y hasta en un taller de improvisación de la pomposa escena alternativa, distinta y doble moralista. A mí me gusta salir a capturar imágenes en la madrugada, porque a esa hora, mientras la ciudad está muda, logro oír los verdaderos pensamientos de sus habitantes.

Fotografía de Willy Ángulo

Muchos de ellos son la esencia de la naturaleza humana carcomida por la codicia de una generación totalitarista, costumbrista, mal nacida.

Mientras tanto, otros más jóvenes y vigorosos creen en las alternativas de las refinerías en el aire. Todos, sin embargo, seres sin escrúpulos que venden actos benevolentes como falacias altruistas en beneficio propio, político o un simple ‘like’.

A Villavicencio le espera lo peor, y digo esto, por el hecho de ser una ciudad y una nación llena de ignorantes que eligen candidatos sacados de cualquier antro pintoresco de la famosísima y pestilente ‘calle de los mariachis’. Muchos de nuestros queridos políticos locales germinan su amor etílico en caldos de pollos radiactivos y otras delicias viscerales. Estos habitantes mezclan elementos del clímax prostibulario y el melodrama tradicional en intenciones doble moralistas, debido al instinto morboso de respirar miedo y asco de un piedemonte tropical.

A fin de cuentas, se transmutan en el deleite sexual que se sirve en vaso de amargura, codicia y poder como insaciables anillos de calamar mal cocinados y podridos en de cualquiera de todos los restaurantes ‘gourmets’ de la ciudad.

Por desgracia, como en un uroboro de heces secas, cuando se corta un tentáculo renace otro fulano para continuar la tortura, con apariencia de ser una política nueva y alternativa, lleva el legado del mismo síndrome de la politiquería. ¡Ah! Maldita ciudad; quieres dibujar al fulano como héroe de ciudad Gótica – y si en algo hay razón es en compararla con aquella ciudad: Villavicencio, es un bodrio digno de mostrar de corrupción- pero no son más que la escultura vertiginosa que le hace guiños a la represión política disfrazada de fe, cambio y esperanza patrocinada por una élite infame que oprime a sus clientes con asombro de espiritualidad súbita o como se le dice coloquialmente: “«Pan y circo». Sus discursos son movimientos de golosas lenguas sórdidas envueltas como tungos de arroz y demagogas carnes llaneras embriagadas con perfume de Ocarro.

Nosotros, los espectadores de este show mediático, reaccionamos hoy entre risas y trifulcas como viles cómplices defendiendo una clase dirigente que se burla de nuestros resultados en las urnas. De todos modos, nuestra política es dinámica e inversionista; o por lo menos así me lo han hecho saber personas conocedoras del tema y cercanas al poder.

Pero a quién le importa la ciudad que vive bajo la otra. Esa que vive debajo del puente del Maizaro, a orillas del Guatiquía en sus búnkeres de plástico y latas; a esos ‘Meta-humanos’ que salen debajo de las tapas de las alcantarillas como caricatura de los 90 y del caño Gramalote, centro histórico de la ciudad.

Mientras haya guaro, capachos y Vi/cio., nuestra identidad parroquiana y clientelista se jacta unos símbolos patrios que por vergüenza e ignorancia celebramos un 6 de abril, y los libros de historia menciona tres más.

Luego de haber dicho esto, aún me queda algo más que añadir. Quizás algunos de mis amigos o conocidos artistas pueden sentirse un poco vulnerados por el siguiente comentario, pero solo espero que aprecien el valor crítico del mismo, y es este: no podemos pretender arreglar una ciudad solo con pintu-caritas, vídeos de gente play, cuentos mal contados, pajaritos en el aire, esculturas de ‘likes’ o parques de memoria que maquillan elefantes blancos (refinería, hospitales, casas de intereses sociales, vías, alimentación escolar, entre otros…) mientras la realidad nos carcome con situaciones que superan la ficción.

Ilustración de Frank Camargo

• Una ciudad donde vivir solo es posible si estamos en la rosca.

• Una ciudad donde el desempleo es tan evidente que muchos prefieren huir de este platanal.

• Una ciudad donde su patrimonio arquitectónico es mercantilizado o vendido como res en feria. • Una ciudad donde la prostitución, la habitabilidad de calle y las casas de uso recreativo ––los mal llamados pegaderos–– comparten la misma característica de quiénes la frecuenta o viven de ella y al mismo tiempo disfrutan de manifestaciones culturales arcaicas y son proveedores de la ley y el orden.

• Una ciudad donde los servidores públicos y judiciales, maestros, fuerza pública, gerentes de clubes, contratistas, políticos, grandes ganaderos, celebridades criollas y todo aquel que tenga un gramo de poder se jacta de soberbia como el anisado llanero, patrocinador oficial de prácticas machistas desde tiempos inmemoriales. • Una ciudad donde es más fácil conseguir una papeleta de bazuco que una atención digna y oportuna en algún puesto de salud.

• Una ciudad donde la gente agoniza debajo de los puentes y otros se mueren por no ser tendencias en redes sociales.

Por eso, Villavo Me Mata.

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