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Memorias del alumbramiento de una urbe

“Soy negra, negrísima. Soy tan negra que me dicen: ‘Negra, no es sino que aletee ese cuerpo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa’. No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo”.

Jennifer Ortiz Mosquera

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Tierras fértiles darían inicio a una ciudad reconocida hoy como la ‘Puerta del Llano’, a la que en alguna oportunidad se calificó como ‘Capital del Paisaje Colombiano”. Antes de la llegada de los españoles fue apenas un pequeño caserío de indígenas Guayupes y Achaguas. En la actualidad, la capital del departamento del Meta, es la ciudad más grande de los llanos orientales y la primera fuente comercial de abastecimiento para la región.

Mucho ha cambiado nuestra bella ciudad desde entonces, y sus calles son testimonio de ello. Las estructuras de cemento, de hierro se levantan imponentes ante la mirada de sus habitantes, mientras las viejas y hermosas edificaciones pasaron a la memoria mobiliaria de la ciudad ya que administración tras administración no han visto la necesidad de preservarlas para la posteridad. Por sus calles por las que alguna vez pasaron bravíos jinetes y sus reses, hoy lo hacen pilotos de carros particulares, buses e intrépidos motociclistas. En ese proceso de modernización, algunas costumbres se han perdido, las tiendas de barrio que alguna vez reinaron, sucumben ante el poderío de los grandes supermercados, incluso resulta curioso recordar la antigua figura de los mercados en una plaza cercada de árboles frutales.

Las personas visten colores vivos y rompen con el estilo sobrio y conservador de la ciudad. Otras, errantes utilizan las aceras para dormir. Desde ese momento, Villavicencio, empezó a ser de todos tanto de los llaneros como de los demás compatriotas. Somos una ciudad de puertas abiertas, que en algunos casos solo se remonta al papel, porque las oportunidades para los villavicenses hoy por hoy son más escasas. El acceso a empleos en entidades públicas, y cargos de alta representación están prácticamente vetados, y en el peor de los casos manifiestan que no hay profesionales aptos para ocupar estos cargos.

Del mismo modo es común que en la región contraten solo personal proveniente de las capitales del país ó en otros, siendo el panorama aún menos alentador a el amigo de el amigo.

Se ha convertido en una costumbre que personas altamente calificadas no sean tenidas en cuenta para un empleo, por no ser simpatizantes de los gobiernos en turno, mostrando un claro desconocimiento de los perfiles y potencial social de quienes aquí residen. Y Si hablo desde la perspectiva de género, el ser mujer y ser afrodescendiente en una ciudad como Villavicencio, entran a discusión temas como el racismo, la discriminación, la sexualización y los estereotipos, lo cual abriría un debate que da para escribir otra columna.

Villavicencio debe convertirse en una ciudad para la vida, que sera una expresión del desarrollo sostenible, que ofrezca una adecuada calidad de vida a sus habitantes, mediante oportunidades equitativas para una vida productiva, segura, sana y solidaria, que dignifique al entorno rural, a la naturaleza, las tradiciones culturales, adecuándose a la diversidad del país, generando así un espacio común para la capitalización de los perfiles propios para elaborar y gestionar la formación de la institucionalidad necesaria para ello. Villavicencio, merece convertirse en referente nacional en la construcción social del conocimiento e incidencia política, social en la defensa de los derechos desde el territorio y las ciudades.

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