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Foto: Enrique Onís
Política: sacrificio y deleite
Pintadas que nos deshonran Cruces gamadas y un “¡Heil, Hitler!” sobre el Sillón de la Reina deshonran a esta ciudad. Ha tiempo que permanecen a la vista de cualquier persona juiciosa, sensible; pero la autoridad parece ignorarlo. Recuerdo ahora los versos de Niemöeller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y yo no hablé, porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas y yo no hablé, porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos y yo no hablé, porque no era judío. Después vinieron por mí y, para ese momento, ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”.
Empírico. La política no es un sacrificio; más bien, puro deleite. El político goza de varios orgasmos cuando alcanza el poder y muere una miaja cuando lo pierde. Los políticos ríen mucho sin que nadie les cuente chistes. Las sonrisas más amplias que contemplé en mi ya excesiva vida nacieron en bocas de gente que se dedicaba a la res pública. Cuando se pierde el poder, el político muestra la persona que lleva dentro. La capacidad de fingir, se diluye. La derrota convierte en falsa toda gracia; los saludos se ofrecen sin sentimiento y los ojos buscan sin ver. Mariano Rajoy estuvo en Zamora, la reserva espiritual del PP en España, la ciudad que mejor representa la Pasión, la tierra donde se muere de una manera diferente. Aquí, el rostro del presidente del Gobierno en funciones evidenciaba perplejidad. No sabe lo que le ha pasado. Ve cómo el poder se evapora como el agua del riachuelo de pueblo en los meses del estío para convertirse en nube a merced del viento. A Rajoy y su partido, parece que se les ha muerto alguien al que apreciaban: el poder, cuyo cuerpo, aún caliente, asiste a un desfile de personajes de otras familias que aspiran a recoger su herencia. El olvido de la reforma del Consejo del Poder Judicial, mantener la Ley del Aborto y el seguidismo de la política antiterrorista de ZP, con Bolinaga tomando chiquitos durante casi tres años, ocultaron la gestión económica del PP. El presidente del ejecutivo olvidó la política y dedicó cuatro años a llevar la contabilidad del Estado. Rajoy perdió el poder y no sabe aún por dónde se le fue y en manos de qué malandrín irá a parar. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, nos recordaba Serrat; España, tampoco, mientras la política siga siendo más deleite que sacrificio. Por Eugenio J. de Ávila.