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EL DĂ?A DE TORO La Reina SofĂa enamora a los toresanos durante su paseo por la ciudad
PĂ GS.
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Del Bien: “Aqva es de los toresanos que lucharon por .15 nuestro patrimonioâ€? PĂ G
Foto: J.L. Leal
Las Edades del agua, una realidad
A los toresanos, quisieron, y casi lo consiguen, robarnos nuestra historia. Pero, de cuando en cuando, como en este 27 de abril de 2016, logramos, entre todos, atrapar el tiempo pretĂŠrito, nuestro patrimonio monumental, artĂstico, histĂłrico. Las Edades del Hombre cumplen con un honor intelectual: que la ciudad de DoĂąa Elvira diese de beber a todos su “Aqvaâ€?.
Hedonismo cristiano ÂĄQuĂŠ otra sustancia es el Hombre mĂĄs que agua...! Cierto. Agua que piensa y siente, agua que reexiona y actĂşa; agua que sonrĂe, agua que llora y agua que se evapora para regresar a la nube, desde donde serĂĄ llovida sobre la faz de la tierra, para alimentar campos y rĂos, bosques y mares, amores y desamores. “Aqvaâ€? son, por supuesto, Las Edades del Hombre en Toro, ciudad de agua, de rocĂo sobre los racimos de uvas, de rocĂo que habla con el Duero de su esperanza por acabar siendo rĂo como ĂŠl, caudal que lo lleve a saciar la sed de humanos y bestias, a fundirse con la mar ocĂŠana, a travĂŠs de la cual la Iglesia, instituciĂłn que guardĂł la sabidurĂa antigua del Hombre en su memoria de Dios, evangelizĂł un Nuevo Mundo, donde hoy la fe basta para asir el futuro de la Humanidad. La hermosa ciudad de Toro, papiro sobre el que se escribieron algunas de las pĂĄginas mĂĄs esenciales de la Historia de EspaĂąa, descubre su inmenso patrimonio de arte sacro a todo espĂritu ĂĄvido de saber, conocer, disfrutar y gozar de las viandas para el intelecto. Toro, ciudad antigua, nunca vieja, si bien la mala polĂtica se empeĂąase en dibujarle arrugas en su piel urbana, nos muestra un cutis tan bello como agraciados adentros. Pero, sin duda, el mayor atractivo de la ciudad de DoĂąa Elvira reside en sus gentes, en sus hombres y mujeres, dioses del hedonismo cristiano, en su ďŹ losofĂa de vida, su manera de divertirse y celebrar su tiempo. Por Eugenio.J. de Ă vila.