Año 4 • No. 19 • 2008
• Una Bolsa de valores en tierra Gerardo Aparicio Yacotú
• Fuerzas culturales y sociales en Hispanoamérica. Por un modelo económico Gamaliel Téllez
• Valores de la cultura occidental. La necesidad de la formación humanística Rubén Elizondo Sánchez
Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales Directorio Dirección General
Antonio Castro D’Franchis
Secretaría Académica Francisco Loría García de Acevedo
Jefe del área de Administración César Herrera Castillo
Dirección de Posgrados Guillermo Arroyo Santisteban
Jefe del área de Control e Información Directiva Jorge Huerta Bleck
Dirección de Educación Continua y Extensión Universitaria Pedro Salicrup Río de la Loza Dirección de Administración y Finanzas Eulalio González Anta Dirección de Administración y Mercadotecnia Ma. Luisa Pimentel Zamudio Dirección de Administración y Negocios Internacionales Sergio Garcilazo Lagunes Dirección de Contaduría Jorge Huerta Bleck Dirección de Economía Gabriel Pérez del Peral Secretaría de Asuntos Escolares Gamaliel Téllez Maqueo
Responsable de esta publicación: Carmen Yolanda Becerril Román cbecerri@up.edu.mx Tel: 5482 1600 ext. 5490. Diseño y cuidado de la edición, revista .
Secretaría Administrativa Alma Rosa Limas Álvarez
Jefe del área de Economía Gabriel Pérez del Peral Jefe del área de Finanzas Eulalio González Anta Jefe del área de Mercadotecnia Roberto Garza-Castillón Cantú Jefe del área de Negocios Sergio Garcilazo Lagunes Jefe del área de Matemáticas José Cruz Ramos Báez Jefe del área de Computación Edmundo Marroquín Tovar Jefe del área de Derecho Juan G. Araque Contreras Jefe del área de Humanidades Guillermo Arroyo Santisteban
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Una Bolsa de valores en tierra Gerardo Aparicio Yacotú
Académico de la Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales
Los factores externos de paralización en crecimiento económico que nuestro país podría resentir provocan que una gran cantidad de personas aporten ideas, proyectos y programas para impulsar nuestro desarrollo. Las organizaciones lo hacen de manera seria y objetiva al proponer actividades que generen productividad en el campo: desde la Procuraduría Agraria surge la Bolsa de tierra para atraer fuertes inversiones al campo mexicano, darles uso, usufructo y lograr así la reactivación del campo con grandes porcentajes de rentabilidad proyectados. Lo que se busca es que los dueños de la tierra en coordinación con los campesinos, sean parte de nuevos negocios que van desde esquemas agropecuarios, turísticos, ecoturísticos, urbanos y otros de rentabilidad adicional a la tierra. Esta Bolsa recibe solicitudes de grandes empresas que pretenden inversiones millonarias en tierras que ya agotaron su vocación agrícola. Incluyendo la tierra ejidal, comunal y propiedad privada rural. El compromiso es otorgar total seguridad a las partes involucradas para lograr que el campo sea sinónimo de productividad y por lo tanto al socio llamado campesino se le trate como persona con opciones importantes de crecimiento y desarrollo.
Trasnacionales como Toyota pretenden instalar una planta ensambladora en al menos 800 hectáreas en Guanajuato, donde se desarrollará un corredor industrial; el grupo Santos ha solicitado 20 mil hectáreas en el sureste del país para sembrar caña de azúcar y producir biocombustibles; Minsa requiere 80 mil hectáreas para sembrar maíz; se firmarán convenios de colaboración con la Cámara nacional de desarrolladores de vivienda para iniciar la construcción de casas; la asociación de pequeños propietarios rurales requerirá más de tres mil hectáreas para sembrar ciruela y nuez y seguramente algunos más se sumarán al conocer el proyecto. Es posible pensar en un lugar o momento al que acudan oferentes y demandantes de tierra a nivel nacional o internacional y lleven a cabo el intercambio por medio de cantidades de dinero que provoquen el desarrollo de socios estratégicos, pues se cuenta con la seguridad jurídica de una parte importante de tierra en México. Las ciudades donde se concentrará el proyecto serán Cancún, Guadalajara, Monterrey, Toluca, Puebla y Michoacán, pero abarcará, al final del sexenio, a 27 ciudades de 20 estados del país.
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Fuerzas culturales y sociales en Hispanoamérica. Por un modelo económico Gamaliel Téllez
Secretario de asuntos escolares de la ECEE
Identidad y tipos de seres humanos
¿Hay diversos tipos de seres humanos? ¿Cuáles son sus características? Genes, geografías, vivencias, etcétera, nos incluyen en grupos con tendencias específicas: mediterráneos, nórdicos, tropicales. Los hispanoamericanos, ¿a cuál pertenecemos? Diversos autores han abordado el tema de la psicología de nuestros pueblos. Entre las obras más conocidas se encuentra la de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México, en la que estudia el caso mexicano influenciado por la visión positivista de los años treinta y cuarenta, analiza qué aspectos caracterizan al mexicano y cuáles nos distan del perfil de la mayoría de los países hispanoamericanos. Otro libro, México oculto, concluye que los verdaderos mexicanos son los indígenas. Nosotros, «las cruzas», somos unos advenedizos; el auténtico México es indio. Me ha ayudado, en cambio, el libro Las dos Américas de Enrique Moreno García, donde afirma que, en términos generales, se puede dividir a las personas en tres tipos: • Mediterráneo: incluye a los hispanoamericanos, pero no exclusivamente. • Nórdico: los sajones.
Estos dos tipos forman lo que el autor llama «culturas paralelepípedas», es decir, no equilibradas, donde predominan unos rasgos sobre otros. • Tropical: al que Moreno García llama «cúbico» porque aspira al ideal o paradigma de lo que debe ser el hombre en general. De acuerdo con este esquema, existen cuatro actividades: pensar, actuar, sentir y obedecer, que determinan nuestra tendencia a ser más nórdicos, tropicales o mediterráneos, es decir, latinos o sajones.
Vivencias humanas
¿Qué hace que seamos lo que somos? Entre otras cosas, la genética determina si uno es moreno, alto o de ojos azules... Pero también influye la geografía, no es lo mismo nacer en Noruega que en el estado de Veracruz. Es decir, influye el punto geográfico, altitud, clima y también la historia, lenguaje e incluso la manera de ver y presentar las cosas. Vivencia es todo lo que vivimos como producto de muchos de los factores anteriores. Pueden ser individuales o colectivas, las últimas atañen a todo un grupo, independientemente de si los integrantes son negros,
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blancos, cobrizos o con cualquier otra característica: todos las afrontan. Estas vivencias colectivas conforman la cultura de la familia, comunidad, pueblo, etcétera. Toda vivencia se enmarca en una dimensión y existen en cuatro dimensiones:
Dimensión teorética
Es la del pensamiento o la razón. Aquellas vivencias en donde las funciones principales son: discurrir, razonar, pensar, meditar, especular, imaginar y creer. El teorético no es sólo el pensamiento científico, es también el que establece diálogo, medita. Por eso decimos que el mexicano es teorético, porque medita, habla y elabora teorías. El valor intelectual o resultado de las vivencias teoréticas es el juicio, los razonamientos, las filosofías y las convicciones.
Dimensión práctica
En estas vivencias, lo importante es que la práctica está relacionada con la voluntad; no tanto con el pensar, sino con el actuar, obrar, realizar y ejecutar. Toda persona centrada en estas actividades tiene una vivencia práctica. ¿Cuáles son las vivencias de acción? Las científicas (ciencia como aspecto experimental o conocimiento de las cosas por su causa próxima), tecnológicas y económicas. Las personas que tienen una vivencia práctica no piensan cómo hacer las cosas, van directamente a hacerlas. Por eso decimos que los norteamericanos son prácticos. El valor utilitario de las vivencias prácticas son los logros, realizaciones y obras.
Dimensión ética
En esta dimensión lo importante es obedecer reglas, normas, preceptos y mandamientos. Sus repercusiones prácticas, es decir, el valor moral de las vivencias éticas, son las leyes, reglamentos y códigos. La conexión de las vivencias éticas con la dimensión teorética produce la ética heterónoma y la conexión con las vivencias prácticas la ética autónoma.
El Papa Juan Pablo II meditaba sobre el valor de la moral y sus finalidades al remitirse a la realidad de los mandamientos como luz que ayuda a ver lo que existe en el interior. Para Juan Pablo II su ética es cúbica (equilibrada), no paralelepípeda (desbalanceada); es decir, no predominan unos aspectos sobre otros; busca una integración armónica de todas las facetas del hombre. Hoy, la mayoría de las personas, entienden la ética como normatividad y reglamento (incluso como control o represión). Cuando hablamos de vivencias éticas en la dimensión de la ética heterónoma, se refieren a que las cosas son buenas o malas, sin depender de mí sino de algo externo. Si se refieren al ser, son de dimensión metafísica. Si a la divinidad, teológicas. En cambio, cuando tengo una vivencia ética conectada a lo práctico (ética autónoma), depende de que yo decida qué es bueno o malo, práctico o útil. Con este marco, podemos entender las diferencias de enfoque entre patrones de pensamiento hispanoamericano y anglosajón con respecto al aborto y la eutanasia, por ejemplo. Los primeros, usualmente partimos de principios generales; y los sajones, por lo regular, de principios particulares, (ellos hacen la regla).
Dimensión estética
Aquí lo importante es la sensibilidad; no sólo la belleza también el sentimiento. En las vivencias estéticas entran el gusto, el placer, la sensibilidad y todo lo relacionado con el sentimiento: amar, odiar, sufrir, apreciar. Estas vivencias se relacionan también con la parte biológica del ser humano y se manifiestan a partir del gusto y disgusto, amor y odio, compasión y desprecio… En los ritos, ceremonias y fiestas, el valor es emotivo, sentimental. Son vivencias de orden estético: los placeres, goces, arte, felicidad, el paraíso...
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Mentalidades anglosajonas e hispanoamericanas
Con estos cuatro elementos que determinan la dimensión de las vivencias, ¿qué predomina en los patrones anglosajones?, ¿qué tipo de vivencias poseen con mayor frecuencia los hispanoamericanos? Aclaremos que, de las cuatro actividades mencionadas: pensar, actuar, sentir y obedecer, para el marco de comportamiento anglosajón, las más importantes son actuar y obedecer, pero no quiere decir que no importen las otras dos; para los hispanoamericanos en cambio, suele ser al revés. En una organización un sajón le dice a su socio latino: Aquí habrá que hacer A y B y éstas son las reglas. El latino transmite a su gente: Esto es lo que debe hacerse (teórico), y espero que les guste (estético). La respuesta inmediata del mexicano o latino será: ¿Por qué hacerlo?, ¿cuál es el fundamento?, ¿quién lo dijo?. Se va al origen, a las últimas causas. Si le responden lo tienes que hacer porque es tu deber, dirá que sí, pero no lo hará. En cambio, si lo incitan: ándale mano, ayúdame; es que estamos ‘reagobiados’ y queremos pasar la Navidad con la familia, contestará: ¡Encantado! Todo lo que el hombre vive se resume en: pensar, sentir, actuar y obedecer, y dependiendo de qué predomina en un sujeto, grupo o cultura, puede ser cúbica o paralelepípeda. Es cúbica cuando tenemos el ideal de hombre, es decir, dosis suficientes de las cuatro cosas. Será una cultura bien balanceada, con la misma intensidad a través de las dimensiones teorética, práctica, ética y estética, si se integran el pensamiento, la acción, normas y sentimientos, en un sistema de relaciones equilibradas y perfectas. Cuando falla el equilibrio encontramos una cultura paralelepípeda. Por ejemplo, personas que piensan mucho y actúan poco, otras que actúan de continuo y apenas piensan. Otras más que sólo actúan cuando sienten ganas. En México pensamos muchas cosas, bromeamos y vamos a fiestas, predomina el sen-
tir. Es una paradoja porque a pesar de nuestro sentimiento de sociabilidad, en nuestras casas ponemos bardas, entre más altas mejor. En Estados Unidos todo está al descubierto, como un parque, pero no están unidos en el sentido como lo están los hispanoamericanos. No puedes visitarlos si no llamas antes por teléfono, son más formales.
¿Cómo tiende a ser el hispanoamericano?
Buscamos conocer un poco la psicología del hispanoamericano en general y del mexicano de forma más particular, no simplemente para ilustrar, sino también con el objetivo de educarnos a nosotros mismos y a otros. Todas las afirmaciones que a continuación hago deben, desde luego, suavizarse, ya que las señalo como una forma de entendernos y entender a los demás. Cada persona es irrepetible, aunque es válida la creación de esquemas flexibles donde cada prototipo de persona pueda circunscribirse. El hombre mediterráneo es teórico-estético, ve el trabajo como algo que debe hacerse para disfrutar el descanso. ¿Cuántas veces hemos dicho: «tengo que trabajar para poder descansar, pero si pudiera, no trabajaría»? El ocio es la condición normal y meta de la vida, tenemos que descansar. El tiempo es un concepto subjetivo, existe poca previsión y planeación de él. La gente mediterránea no tiene mayor necesidad de colaboración que la que se extiende a los miembros de la familia o comunidad, o si se presentan ataques al Estado o al gremio. Se fija más en la familia, luego agranda el círculo. El hombre nórdico es práctico-ético. Toma el trabajo como necesidad. Si un hombre de Noruega tomara el trabajo como el mediterráneo se moriría de hambre. Él tiene que trabajar duro y ser constante porque viene el invierno; el ocio es solamente un paréntesis de descanso porque luego viene el otro invierno. El tiempo es un concepto objetivo que es necesario prever y planear porque si no le irá mal. La gente
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trabaja con solidaridad, en conjunto, ya que de no organizarse y apoyarse sufrirán; se requiere trabajar en equipo. El hombre tropical es teórico-estético, práctico-ético. Su problema es que no distingue entre el trabajo y el ocio. Este tipo de hombre tropical no distingue el tiempo; el presente es perpetuo y por tanto no requiere de planeación o previsión, lo importante es vivir la vida. La gente tiene poco sentido de solidaridad familiar y grupal. Si observamos a los mediterráneos, no es lo mismo uno nacido en México que otro de Argentina o Chile. Hay dos Américas indo-hispánicas: una conformada por México y Perú donde, en general, existen más tropicales que mediterráneos y la América Euro-hispánica –Argentina, Uruguay y Chile– zona en donde predominan los mediterráneos sobre los tropicales.
Modelo económico adecuado a necesidades, valores y metas
Entusiasmados por la euforia de la globalización buscamos un modelo económico apto para todos los países, pero ¿cualquier sistema es adecuado para las necesidades, valores y metas particulares de cada pueblo? ¿El modelo económico hispanoamericano ha tenido el éxito esperado? Al parecer, falta «adaptar» el capitalismo y hacerlo «a lo latino». Los análisis sobre las culturas capitalistas no deberían arrancar de actitudes ideológicas o sociológicas de la economía global como las que caracterizan a nuestros últimos gobiernos; sino desde la fuente misma de esas culturas: la empresa y el management, no entendidas como disciplinas científicas, sino como el producto, fruto del carácter o modo de ser de la cultura de quienes hacen y dirigen la empresa. Cuando nuestros gobernantes acepten los muchos «mundos» que conforman a la región y planeen modelos económicos para cada distinto tipo de «cultura hispanoamericana», estarán en condiciones de propiciar un modelo económico de desarrollo, menos
espectacular que el de la economía global, pero más realista e igualitario.
Los principales modelos del capitalismo
A propósito de la edición de la extraordinaria obra Las siete culturas del capitalismo (Hampden-Turner y Trompenaars, 1995) Carlos Llano sugería averiguar qué tipo cultural de capitalismo es el nuestro, o al menos qué similitudes y diferencias guarda con el que aplican los siete países reseñados en el libro; cuál ofrece mayores probabilidades de éxito y cuál sería la ruta factible para México en concreto, pero aplicable sin lugar a dudas en varios países hispanoamericanos. En México se debate la necesidad de cambiar el modelo económico, pero las alternativas son difusas e ininteligibles; no se sabe bien qué se quiere cambiar y a qué se quiere cambiar. Es necesario averiguarlo, de lo contrario, hablar de cambio de modelo económico es caer en un lugar común, en un desánimo generalizado y en un desconcierto improductivo. Llano destaca dos puntos que considero importantes. Primero, la separación que el capitalismo occidental hace de cultura y economía. «Uno de los graves problemas de Occidente y de su capitalismo, es haber separado economía y cultura, haber abierto la grieta entre la economía y el hombre, entre las técnicas económicas y la antropología». Y segundo, siete rasgos que suponen siete estilos de capitalismo: • El modo de establecer las reglas y de identificar las excepciones, que configura el dilema cultural universalismo versus particularismo. • El modo de enfrentarse con la organización, considerando analíticamente cada parte o viéndola bajo la perspectiva de una armonía globalizadora, que respondería al dilema metodológico análisis versus integración.
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• La diversa manera de enfrentarse con los grupos o comunidades de individuos, que a su vez da pie a la consideración de dos polos axiológicos opuestos: individualismo versus comunitarismo. • Las guías o criterios más importantes de acción por parte de la empresa nos ponen en contacto con dos grandes modos de trabajo: orientación hacia dentro versus orientación hacia afuera. • Los procesos que acontecen en las empresas, a los que contemporáneamente se les imprime cada vez más velocidad, señalan también dos géneros de empresas según se considere el tiempo como secuencia versus el tiempo como sincronización. • Las formas de hacer empresa varían dependiendo del estatus en que se coloca a las personas. Para unas empresas la posición se gana con resultados; para otras, deriva de varias condicionantes: edad, experiencia, titulación académica, antigüedad en la empresa. No necesariamente vinculada a los resultados: estatus conseguido versus estatus asignado. • El valor predominante en la relación de las personas en la empresa: la homogeneidad (se asumen como iguales y se diferencian por su eficacia) o la heterogeneidad (se distinguen por su nivel jerárquico): igualdad versus jerarquía. Carlos Llano precisa la ubicación económica de los grandes países capitalistas: «podría decirse que Estados Unidos e Inglaterra se ubicarían en el lado izquierdo de estos parámetros (es decir, la dirección de empresas sería universalista, analítica, individualista, orientada hacia las operaciones internas, con un punto de vista secuencial de sus procesos, atenta a resultados y valorando la igualdad) mientras que Japón y Alemania —en ese orden— se encontrarían en la parte de la derecha de los extremos alternativos (particularistas, integradoras, comunitarias, sincrónicas, etcétera). En una posición interme-
dia y variable hallaríamos a las empresas holandesas, francesas y suecas».
La identidad hispanoamericana
Ahora que conocemos –al menos en parte– el panorama del capitalismo en el mundo, tratemos de encontrarle un lugar a México e Hispanoamérica. Para ello habrá que revisar brevemente la complicada naturaleza del hispanoamericano. Más que de identidad debe hablarse de Volksgeist o «espíritu de un pueblo». Lo propio del Volksgeist es no poder diseccionarse: no podríamos estudiar metódica y objetivamente qué es ser hispanoamericano, parece no haber nada que nos haga culturalmente idénticos. Por eso no es exacta la palabra «identidad». Es preferible el «espíritu de un pueblo» no determinante sino dinámico y variable, aunque finalmente, hay algunos rasgos que nos aproximan a todos los hispanoamericanos. ¿En dónde empieza la historia de nuestra identidad? Tal vez cuando nos enseñaron las doctrinas cristianas. Hacia 1517, en la vieja Europa, la reforma luterana marcó la separación entre los espíritus cristianos. Quizá sea ésta la historia del pensamiento en occidente: el cristianismo separado y algunos hombres de fe desprestigiando o conciliando las de otros. El Concilio de Trento intentó la reunificación, pero después de sesionar dieciocho años con varias interrupciones, no se logró. Cuando Pío IV confirmó el Concilio en 1563, Felipe II mandó las siguientes instrucciones: «que se junten los prelados de la Nueva España en esa ciudad de México y traten las cosas necesarias para el bien de sus iglesias». Aquí empieza la historia de nuestra identidad. Los europeos se estaban enfrentando a las conciencias indígenas y evangelizarlas encerraba un sinnúmero de problemas. Aunque los indios asistieron al catecismo, nunca dejaron atrás su pasado cultural: nuestro espíritu sintetizó cristianismo e indigenismo. El descubrimiento de América planteó distintos
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problemas: para algunos fue la pérdida del espíritu indígena y la matanza de indios. Para otros supuso, al contrario, un intercambio y enriquecimiento cultural. Para otros más, España trajo la verdad del cristianismo. Lo cierto es que entre pérdidas y matanzas, enriquecimientos y verdades, nos fue mejor que a los indios de Norteamérica. Lo relevante, a fin de cuentas, es que nuestro pueblo sí fue enseñado con el símbolo. Fray Baltasar Pacheco, Domingo de la Anunciación o Bartolomé de Alba, ya habían insistido en que el lenguaje más conveniente para evangelizar era el metafórico. Símbolo y metáfora son la antítesis de la idea clara y distinta de Descartes. Los aztecas ya manejaban múltiples símbolos para representar a sus divinidades y diversos rituales para rendirles culto. Cuando el cristianismo llegó a México, el símbolo y la metáfora fueron las herramientas básicas para educar y comunicar las «nuevas verdades» a los indígenas. El barroco criollo fue vitalmente simbolista. Y tal parece que nos gustó la metáfora exagerada y la ornamentación recargada. Este espíritu metafórico va más allá de lo pictórico y lo lingüístico. Es festivo y vital.
Barroquismo metafórico
El castellano que hablamos en la mayoría de los países hispanoamericanos es metafórico. Precisamente porque damos una amplísima maleabilidad y libertad al significado de las palabras y solemos utilizar el lenguaje indirecto. Algunos ejemplos pueden escucharse en los barrios bajos de México: «castígame un pulmón» en vez de «dame un cigarro», «comunícame tu ardor» en vez de «préstame tu encendedor», «te veo seco» en vez de «¿Qué más quieres beber?». Piénsese en las frases que se usan, por ejemplo, en un juego típicamente mexicano, la lotería. Esta pluralidad en la significación es también la esencia del albur. El albur y la grosería —vulgares para muchos— son elementos
constitutivos de nuestra cultura. Son muestras de creatividad y «salvajismo», de un temperamento agresivo pero irónico y, en el fondo, estético. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz dedica un capítulo a una de las groserías que más suenan en México. Puede sonar simpático u ofensivo, pero tiene su importancia para conocernos como pueblo. Mientras que el inglés es sumamente práctico y en pocas ocasiones se presta al equívoco, mientras que el alemán es imperativo y tiende a la univocidad, y mientras que el francés es poético pero siempre entendido, nuestro castellano es equívoco en un noventa por ciento. La pluralidad de sentidos nos permite usar una misma palabra para referir todo tipo de significados, incluso contradictorios. El barroquismo metafórico que pondera en nuestro espíritu es un modo de resistirse a la descripción directa de las cosas, se piensa que la transposición de términos otorgará mayor facilidad a la comunicación. En Hispanoamérica no sólo existe en el lenguaje, sino que es vital. Existe en el rito y la fiesta. Los hispanoamericanos hacemos fiesta para todo y eso, también, es un modo de metaforizar: celebrar es inventar un símbolo para estar alegres, incluso en las situaciones más dramáticas. A nosotros nos basta estar vivos para festejar. Nada importa, todo es fascinación: se exalta la propia vida a costa de hacer ver que la vida no vale nada. ¡Gran paradoja que solamente nosotros entendemos! Ésta es una manera de hacer alegre la tragedia, la ironía nos pone por encima del drama cotidiano. El hispanoamericano reúne una inmensa pluralidad de sensibilidades. Desde nuestros orígenes conservamos de manera notable costumbres y modos de ser de nuestros antepasados indígenas. Y no me refiero solamente a características externas, sino también y sobre todo, a la sensibilidad indígena: noble y salvaje, amante del mito porque nuestra juventud todavía nos impide perder la esperanza. Somos un pueblo que si bien vive en
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la inmediatez de los sentidos, también suele pensar que las cosas mejorarán. Junto a nuestro pasado indígena hemos sabido sintetizar de manera admirable cualquier cultura que nos llegue. Desde el cristianismo hasta la ilustración, el barroco y «yanquismo», el marxismo y el neoliberalismo. Siempre hemos sido un pueblo que mezcla infinidad de sensibilidades. México ha pasado por etapas de afrancesamiento, de españolamiento y, sobre todo, de norteamericanismo. Pero todas estas culturas las modificamos. Paz recoge en El laberinto de la soledad un ejemplo típico de modificación cultural: el pachuco de los años cincuenta. Este personaje no quiere ser mexicano e intenta aportar modos de comportamiento, vestido y lenguaje distintos a lo cotidiano; intenta acercarse al mundo norteamericano pero éste lo rechaza porque sabe perfectamente que tampoco le pertenece. El hispanoamericano ha incorporado todo tipo de elementos a su persona y a su nación, sin importarle si los asimila o no. Desde el cristianismo de España hasta la fast food de los estadounidenses. Pero todo con un tinte estético; así como hemos sido tocados por todo, todo ha sido tocado por nosotros y, por tanto, modificado. Ni siquiera la fast food norteamericana logra su cometido: el norteamericano come y se va, vive rápido, no tiene tiempo para el ritual de la comida; en México, aunque vayamos a McDonald’s, nos quedamos a platicar en la mesa. Evidentemente podemos descubrir que lo anterior tiene dimensión dual: una riqueza «pluricultural», por llamarla de alguna manera, y la deformación de culturas. La pluralidad entendida como mezcla excesiva y desordenada, nos hace ser todo y nada. Estamos, como diría Paz, de regreso a la soledad: queremos ser neoliberales pero no terminamos de saber qué cosa es eso porque no es para nosotros. La pregunta sería si ¿Inventamos nuestra cultura y nuestro espíritu, quizá nuestra identidad o, más bien, lo perdemos todo?
Consideramos –con todos los peligros a los que lleva una excesiva generalidad– que el mexicano –por ser el perfil que más conozco– es una mezcla de hombre tropical y mediterráneo, con ciertos tintes de hombre nórdico al norte del país. Sin lugar a dudas esta realidad no es muy alejada de Hispanoamérica.
En busca del modelo hispanoamericano
Aplicando las distinciones de Hampden-Turner y Trompenaars, el capitalismo mexicano e hispanoamericano es individualista –salvo en lo que respecta a la empresa familiar–, lo que muestra la tremenda desigualdad que caracteriza al país. El mexicano es más integracionista que analista, su concepción del tiempo es sincrónica, trabaja enfocado hacia dentro, es más emotivo que ético, no selecciona a sus individuos entre aquellos que han logrado progresos en beneficio de la compañía. Del mismo modo, nos parece que la empresa mexicana no promueve la igualdad de oportunidades, de ahí la importancia del compadre y el factor amistad en la toma de decisiones. Esto dará como resultado un enfoque capitalista distinto al que ha pretendido implantar, o con el que ha pretendido contar, la generación tecnócrata que ascendió al poder en 1988. No se pueden utilizar parámetros de capitalismo desarrollado o postindustrial (Daniel Bell) en sociedades que no funcionan bajo esas premisas. Ya en 1950 Frank Tannenbaum llamó la atención sobre un crecimiento económico basado en el progreso como un fin en sí mismo. México –sostenía– necesitaba «una filosofía de cosas pequeñas». A la suya se sumaron voces más conocidas: Octavio Paz en El ogro filantrópico: «Nuestro país se modernizaba al costo de perderse a sí mismo». En 1983, Enrique Krauze en Por una democracia sin adjetivos advirtió el riesgo de un crecimiento sostenido predominantemente
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en el petróleo y en los «grandes proyectos», descuidando la comunidad tradicional, gran error del presidente López Portillo. Al copiar el modelo capitalista norteamericano sucede que copiamos lo bueno –más eficiencia y mejor trabajo–, a costa de asumir los costos de la masificación de la sociedad norteamericana: consumismo, individualismo, relativismo, desintegración familiar; ideas que en sí mismas se imitan estando alejadas de nuestra realidad, pero su mímesis, acaba por dominar nuestras formas de vida. Zaid y González Pedrero pusieron el dedo en la llaga al criticar los afanes modernizadores al prescindir del México real, «el otro México»: las comunidades. González Pedrero fundó su propuesta en un modelo mexicano de desarrollo, basado en la reafirmación de las virtudes de la comunidad indígena y en la vocación de autonomía municipal de herencia hispánica. «No se trata de proponer soluciones espectaculares sino modestas y sólidas. No se trata de imitar a ultranza el modelo norteamericano, sino de manejar dos modelos: es necesario unir al México tradicional, el mestizo, el de las comunidades indígenas y la economía informal, con el México moderno de grandes exportaciones, preparado profesionalmente y con una situación económica más estable». Ello exige distintas medidas de empresarios y gobiernos. Los empresarios deben ejercer un liderazgo que motive a los empleados de acuerdo a nuestra idiosincrasia. También exige superar la mentalidad individualista para ser comunitarios, y lo lógico sería empezar por la empresa familiar, en la que el mexicano muestra sus primeros lazos de solidaridad. La empresa familiar tiene fuerzas y debilidades, pretender desfamiliarizarla es desconocer la realidad mexicana y sus fortalezas, por lo que considero, debe ser alentada. Por parte de los gobiernos, no se puede aplicar el mismo modelo de desarrollo en aquellos países con una visión del hombre
nórdico: Chile (a quien le vienen bien las políticas de globalización y apertura de la economía), que al resto de los países o regiones de cada uno, (donde predominan el hombre tropical y el mediterráneo), zonas que exigen desarrollo de pequeñas industrias y empresas, fomento de la agricultura para dotar a las pequeñas comunidades de todo lo científico y tecnológico capaz de hacerlas autosuficientes. Por el carácter festivo, simbolista e integracionista del mexicano, las oportunidades también son amplias, en el comercio o turismo por ejemplo; la empresa mexicana debe esforzarse por promocionar aquellos productos que favorezcan un nicho de mercado en donde pueda utilizarse esta característica como fortaleza competitiva, como las artesanías, agroindustria y sectores donde brille la «creatividad» empresarial. Lo anterior sin demerito de los avances tecnológicos y diversificados de la economía ya patentes.
Cultura e identidad
Lo más trascendente que la cultura aporta es una especie de identidad. Nuestro retrato es siempre una parcela de cultura, consecuencia personal del cultivo de nuestras facultades a través del diálogo con Dios, los seres humanos y la naturaleza. He aquí una paradoja muy conocida: para llegar a ser nosotros mismos y adquirir nuestro toque distintivo –nuestra identidad propia–, necesitamos a los otros. Encontrarse a sí mismo y hallar el lugar social propio son la misma cosa. Cuanta más riqueza interior tienen las personas y realidades con las que dialogamos, más verdadero, intenso, profundo y amplio es el diálogo con ellas, y más se enriquece nuestra propia identidad. Eso explica el temor de ciertos defensores del espíritu comunitario, que desconfían de la sociedad occidental de hoy, en donde personas individualistas viven en un medio social demasiado abierto, indistinto, abstracto, que no permite un diálogo enriquecedor.
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Por contra, en un verdadero diálogo personal, al conocer a los otros aprendemos a conocernos a nosotros mismos. Los otros nos ayudan a ser mejores y a corregir nuestros defectos. Es también la amistad con otras personas la que nos empuja a estudiar, descubrir nuevos mundos y construir una sociedad mejor. La tecnología por sí misma es incapaz de hacer todo esto. Se puede temer, por el contrario, que ayude a desarrollar personalidades fuertemente individualistas, rígidas y seguras de sí mismas, puesto que al no poder compararse con otros seres humanos, serán incapaces de auto-examen: personalidades llenas de información pero vacías de formación y serán personalidades unidimensionales.
La calidad de vida se conquista
Cada país se forma por medio de su gente: ciudadanos y ciudadanas que habitan un mismo Estado plural y diverso. Por eso podemos preguntarnos seriamente, ¿Cómo me gustaría que fuera mi país?, ¿se encuentra a mi alcance hacer algo para recuperarlo y transformarlo y mejorar la convivencia social? Para remontar los muchos nuevos retos que aquejan tanto a los países hispanoamericanos como a muchas otras naciones, se necesita aceptar que no sólo compete a los especialistas, sino a todos y cada uno de sus habitantes. Se necesitan ciudadanos humanos, solidarios y seguros, que participen y se sientan identificados con su patria, donde la calidad de vida no consista en consumir más, sino en compartir colectivamente mayores niveles de bienestar, convivencia y sociabilidad. En muchos países hispanoamericanos las megalópolis se caracterizan por una excesiva y desordenada concentración poblacional y por espacios poco acogedores e inseguros. La realidad crece demasiado rápido y los planes de desarrollo, más que preventivos, apenas operan como correctivos.
Por otro lado, el rol que escenificaba cada ciudad, en muchos casos deja de ser válido porque la globalización implica competitividad y exige que cada país, región, ciudad o municipio reencuentre su lugar en el nuevo panorama, que identifique sus vetas de oportunidad y enfrente las nuevas amenazas. Pese a los problemas, la contribución activa de los ciudadanos y de una verdadera planificación democrática, cada país hispanoamericano cuenta con un enorme potencial para superar las condiciones desfavorables. Todas poseen recursos naturales y humanos que las convierten en un complejo único de oportunidades. Para reconvertir las ciudades es indispensable sumar voluntades –administración, sector privado y ciudadanía organizada– para hacerlas incluyentes, con escenarios para todos los grupos sociales, y solidarias, porque la calidad de vida no se da, se conquista y exige participación activa. Sólo el uso racional de los recursos y la movilización de todas las capacidades posibles contra la pobreza y exclusión social, logrará ese modelo de país al que aspiramos. Bibliografía Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, FCE, México, 1994. Moreno García, Enrique, Las dos Américas, 2000. Ginebra, Xavier, «El capitalismo mexicano hacia un modelo económico realista», Istmo, Número 252 enero-febrero, 2001. López Farjeat, Luis Xavier Y Zagal Arreguín Héctor, Dos aproximaciones estéticas a la identidad nacional, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 1998. López Farjeat, Luis Xavier, «Identidad nacional», Istmo, 247 marzo-abril, 2000. Bolio y Arciniega, Ernesto, «Identidad, catálogo abierto: mediterráneos, nórdicos, tropicales», Istmo, 247 marzo-abril, 2000. Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, FCE, México1990. Llano, Carlos , «10 recomendaciones para estructurar el trabajo no estructurado», Istmo, 221 noviembre-diciembre, 1995.
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Valores de la cultura occidental.
La necesidad de la formación humanista Rubén Elizondo Sánchez
Catedrático de Ética en la ECEE
En algún momento de nuestra existencia reflexionamos sobre el sentido de la vida. Tal vez nos hemos preguntado ¿para qué estoy en este mundo?, ¿qué logros debo conseguir? O bien, ¿qué actitudes debo cambiar?, ¿cómo puedo mejorar como ser humano, como persona? Posiblemente hemos discutido si vale la pena la autenticidad de una vida sin horizontes y sin finalidad o, si aún con esos vacíos de sentido se puede ser feliz. Estoy convencido que los lectores colaborarían con sus propias preguntas, pero no lo estoy de que todos descubran respuestas satisfactorias a sus dudas. En mi opinión, la relevancia de la respuesta debe ser proporcionada a la naturaleza del problema. Si las preguntas que nos formulamos se refieren a los aspectos más humanos de la persona, la respuesta debe brotar de los saberes más humanos también.
De vuelta a los clásicos
No es extraño que las soluciones a esos cuestionamientos se encuentren en las raíces de nuestra cultura occidental. Por eso, utilizo deliberadamente la expresión «back to basics» para remarcar la importancia de recuperar los fundamentos o cimientos que dieron
origen a nuestra cultura y sobre los que descansa la civilización occidental. Francisco de Quevedo y Villegas escribió estos versos en la torre en que estaba prisionero: Retirado en la paz de estos desiertos con pocos pero doctos libros juntos vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos o enmiendan o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos.1 La imagen poética que nos regala Quevedo es, en cierto sentido, una especie de diálogo con la riqueza precedente repleta de contenidos humanos. Es una conversación con la sabiduría humana a través de los escritos pasados. Y también es un tesoro siempre actual. En gran medida la formación humanista enmienda o fecunda nuestra vida. «Escuchar con los ojos a los muertos y conversar con los difuntos» es una lúcida referencia a la sapiencia humana transmitida por las cumbres intelectuales del pensamiento griego, latino y cristiano.
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La riqueza del pasado occidental
Estoy convencido de la riqueza que las aportaciones de la cultura grecolatina y cristiana han traído a la humanidad. De los griegos recibimos una imagen del hombre que piensa y crea. De los romanos, un perfil de hombre que ordena y sistematiza. El fundamento ético-político que orienta al bien, es común a ambas. Ellas representan un legado invaluable y, porqué no decirlo, la clave para resolver las preguntas eternas que todos nos hacemos a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, durante los dos últimos siglos de nuestra civilización, la formación humanista ha quedado relegada y devaluada. El crecimiento insospechado de la tecnología parece haber desterrado de las aulas los saberes humanistas.
¿Pragmatismo vs humanismo?
En este contexto de abandono, de anorexia humanista, es normal preguntarnos si acaso existen enemigos que, en su momento, desterraron o relegaron al interior de la conciencia las respuestas a las preguntas que todos concebimos. En mi opinión, los principales enemigos de las humanidades son el pragmatismo académico y social reinante en buena parte de la civilización occidental. Quizá en México no estemos exentos de este problema. Los detractores esgrimen variados argumentos que, al parecer, coinciden en descartar definitivamente lo que califican como «añoranzas del pasado». Menciono sólo dos ideas: • «ahora se requieren soluciones prácticas» • «las decisiones se toman de acuerdo a las ganancias» Lo que más me sorprende es que, ante los desafíos del siglo XXI, sin duda alguna abundan las soluciones técnicas a los problemas. Sin embargo, es notoria la falta de ideas crea-
tivas que rodeen de humanidad las decisiones que implican a la persona. No pongo en duda la eficacia de la técnica. Pero siempre, la formación integral es superior a la especialización. Es imposible marginarnos de la preocupación por solucionar los problemas fundamentales del hombre. Posiblemente la pregunta básica sería: ¿cómo hacer que la formación en humanidades despierte auténtico interés?
Lucha por el hombre
También existen argumentos a favor de la formación humanista. Suscribo algunas de las razones: • «La única manera de hablar al hombre de hoy es hablar de lo humano» • «De las humanidades se puede extraer mucha sabiduría» • «De ellas se aprenden hábitos de trabajo, estudio, paciencia, curiosidad, capacidad de juicio, capacidad de expresión» • «No solo muestran un camino que otros han seguido sino nos enseñan a andar» • «Un emprendedor, director de empresa, etcétera, debe ser, ante todo, plenamente hombre y reflexionar sobre el sentido de la vida y las cuestiones primeras de las que dependen todas las demás» Ahora más que nunca se necesita una síntesis de saberes humanos. Pero no tipo «banana split» (una parte de chocolate, otra de plátano, un poco de helado, y cereza). Se requieren conocimientos humanos perennes, que nunca cambien.
Conocer el pasado es forjar el futuro La filosofía y la teología gozan de un lugar central en la formación humanista. La lectura de clásicos enseña a vivir. La historia ilustra el mundo en que vivimos y nos explica el presente.
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Valores como libertad, racionalidad, individualismo, solidaridad, sociabilidad, informan nuestro actuar y tienen un componente histórico indiscutible. En pocas palabras, el tejido de nuestra cultura occidental está forjado con los hilos maestros de Grecia, Roma y el Cristianismo. Vale la pena recuperarlos. Llevo 33 años en la cátedra universitaria y conozco lo que los alumnos quieren. También
aquello que los profesionistas demandan. Y puedo decir que hoy, más que nunca, desean tener una idea clara de quién es el hombre, su papel en el mundo, el sentido de la vida y de la cultura general.
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D. Francisco de Quevedo y Villegas (1580 – 1645). Tradujo de cinco o seis lenguas y en la suya escribió como nadie ha podido volver a hacerlo.
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