• ¿Por qué los Estados Unidos son lo que son? Ensayo histórico: sus primeros cien años Miguel Ángel Padilla Fritsche
• Educación y ética profesional Bernabé López Padilla
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Finanzas Manuel Serdán Álvarez Mercadotecnia Roberto Garza Castillón Cantú Negocios Sergio Garcilazo Lagunes Matemáticas Ma. de los Ángeles Contreras Herrero Computación César Herrera Castillo Comunicación y Métodos de Estudio Ma. Antonieta Romano Esqueda Derecho Juan G. Araque Contreras Dirección de Operaciones Pedro Salicrup Río de la Loza Estadística Manuel Serdán Álvarez Humanísticas Guillermo Arroyo Santisteban Promoción Guillermo Cárdenas Argüelles
Estimados colegas: Con éste, nuestro primer número, hago llegar a nuestros egresados y al personal académico de la Universidad Panamericana y del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa, dos trabajos de investigación e información diversa relacionada con nuestras profesiones. En el futuro, se insertarán en las páginas del Boletín ECCEA nuevas tareas, fruto del quehacer continuo que el cuerpo académico de la Escuela de Ciencias Contable-Económico-Administrativas de nuestra Universidad Panamericana realiza, como un reto de actualización permanente y de inquietud intelectual. Estos trabajos son, además de una fuente de información de temas muy diversos, relacionados directa o indirectamente con aquello que nos atañe, una invitación y un estímulo para que el personal académico de la Escuela envíe al área de comunicación de Secretaria Académica de la ECCEA, artículos que juzgue puedan ser insertados en nuestro Boletín, para diversificarlo e ir sentando las bases de investigaciones que contengan –por su propia naturaleza- la gran diversidad y riqueza del conocimiento que ofrecen nuestras cinco carreras: Administración y Finanzas, Administración y Mercadotecnia, Administración y Negocios Internacionales, Economía y Contaduría. Por último, deseo agradecer a Istmo, su generosidad fraterna, al permitirnos participar con la revista, nuestra revista, en este esfuerzo editorial.
Ricardo Murguía Vázquez.
¿Por qué los Estados Unidos son lo que son? Ensayo histórico: sus primeros cien años Miguel Ángel Padilla Fritsche Académico de la Escuela de Ciencias Contable-Económico-Administrativas Ser norteamericano es por sí mismo casi una condición moral, una educación y una carrera. George Santayana. Carácter y opinión de los Estados Unidos
Al concluir la independencia de México en 1821, circunstancialmente, el país hace frontera en el noreste con otro país que había conquistado su independencia en 1776, y que en un futuro sería una de las naciones más ricas del orbe: los Estados Unidos de Norteamérica. La vecindad entre ambos estados, pertenecientes a Iberoamérica y a Angloamérica respectivamente, ofrece desde ya un marcado contraste y es el resultado de un proceso imitativo de orden cultural de sus metrópolis, España e Inglaterra. Sus diferencias son profundas, provienen de la apropiación de los rasgos constitutivos del modelo, al que, primero, las nuevas circunstancias de la independencia se deben adecuar, y el que, a su vez, se debe adecuar a las nuevas circunstancias de la independencia, tal como señala con agudeza el historiador Edmundo O’Gorman.1 Aquí, la propuesta religiosa hace las diferencias fundamentales entre ambos modelos: la hispana, ecuménica, sostenida en la verdad católica, siempre eterna, inmutable, opuesta a las reformas novedosas, respetuosa de la naturaleza por ser obra de Dios; y la anglosajona, de libertad individual, moral inflexible pero elevando al trabajo en esta tierra como fin último del hombre, quien es llamado a transformar la naturaleza en su beneficio. Sus raíces culturales son pues, fundamentalmente, de índole religiosa: católica en un caso y calvinista en el otro. En tanto y en México las constantes luchas intestinas y las invasiones extranjeras destruyen la posibilidad de formular un país con una estrategia que permitiera por lo menos disminuir las graves diferencias sociales, en Estados Unidos se sigue una política racionalista acompa-
ñada de un modelo económico conocido como capitalismo, en el que todos los componentes sociales engranan como en una gran máquina, salvo por el grave conflicto de la guerra civil. Se coexiste también con un sentimiento mexicano de repulsión o temor por el espíritu belicista y expansionista de los Estados Unidos, que se hace primero manifiesto con la anexión de Texas y después con la guerra que mutila a más de la mitad del territorio mexicano. Para ilustrar brevemente cómo conforma su carácter la nación norteamericana durante dicho período, se segmenta esta presentación en cuatro partes: 1) República y religión 2) Ciencia y tecnología 3) Capitalismo 4) Inmigración y emigración; que conformadas en un todo dan lugar a una cultura nacional compleja, fundamentalmente pragmática.
República y religión La independencia de los Estados Unidos la realizan los ricos.2 Carlos Pereyra afirma que los rebeldes eran “ricos que trafican, que especulan, que abren territorios nuevos y los saben roturar para incorporarlos y dominarlos; que hacen de sus hijos grandes juristas para legitimar sus adquisiciones, y que son políticos cuando es necesario organizar un gobierno protector de la riqueza que acumulan”.3 Por lo tanto, su revolución tiene un carácter burgués, fomentada por la necesidad de eliminar los impuestos que el erario británico impone a los productos de origen americano, que de muy diversas formas invaden los mercados “reservados” a Inglaterra; es una independencia económica la que formula la gestación de la revolución norteamericana.
O’Gorman, Edmundo, México. El trauma de su historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, pp. 18-9. Rodríguez Casado, Vicente: “Washington...el norteamericano más rico de su tiempo”, Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo, Madrid, Espasa-Calpe, 1979, p. 265. 3 Pereyra, Carlos, El fetiche constitucional americano, 1988, pp. 12-3. 1 2
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Su Constitución federal republicana surge del derecho común inglés, que se combina con una doctrina de virtud republicana, forzando la separación de la Iglesia y el Estado. No tiene gran originalidad jurídica, pero da lugar a la estabilidad política fundamentada en dos realidades: procura el futuro desarrollo del capitalismo y propicia la victoria contra la aristocracia británica y la pequeña clase media norteamericana.4 Esto último resulta cuestionable, quizás fuera conveniente denominarla victoria política, puesto que el capitalismo –de alguna manera– busca su expansión a través de un mercado interno abundante y con suficiente poder adquisitivo para satisfacer las necesidades de crecimiento de su propia economía; por lo que propicia el desarrollo de una clase media con suficiente capacidad económica, sin la cual el crecimiento económico no se hubiera podido gestar. Se enfatiza el hecho de que “no somos constitucionalmente una democracia, sino una república, o sea, una res publica, expresión con que se significa la comunidad, en el sentido de representantes elegidos. La legislatura nacional no es un parlamento, un rath, una reunión de estados ni una asamblea general, sino un congreso, o congressus; o sea: una junta. La cámara superior no es una gerousia, una boule, un consejo de ancianos, una cámara de lores o de diputados, sino un senado, o senatus, reunión de ancianos y hombres más sabios”.5 Esta circunstancia permite de suyo que un reducido cuerpo de “representantes” gobiernen al país, no constituye una democracia en el sentido literal de la palabra, sino está dominado por un grupo que detenta el poder económico, esto es, una plutocracia. En materia de símbolos, el llamado gran sello de los Estados Unidos ostenta un águila calva (bald eagle), que retiene en una garra la rama de olivo y en la otra un haz de flechas, emblemas de la paz y de la guerra, dando sentido a la bipolaridad de su carácter, aún cuando se inclina más a la guerra que a la paz. En este régimen, se establece una composición bipartidista a partir de 1854 en que se forma el partido republicano –nombre adoptado en 1856–, al que se agrupan elementos diversos: ante todo, los antiesclavistas secesionistas del partido demócrata; contando ambos partidos políticos con una
miscelánea de principios,6 en los que de cualquier forma prevalece siempre el orden jurídico impuesto por la constitución, adscrito a la soberanía del capitalismo como fuente ideológica. ¿Cómo se asocia la República norteamericana laica con el concepto divino y la religiosidad? Para responder esto, habrá que buscar en los símbolos visibles de los Estados Unidos y en la formación del espíritu y carácter de sus habitantes durante el siglo XIX, la formulación de aquellas hipótesis que permitan determinar su visión de lo que era y debía ser su nación. Entre otros signos visibles, encontramos una pirámide truncada, sobre la cual se ve un triángulo en gloria con el ojo de Dios en medio, y sobre él, la leyenda Annuit coeptis, o sea, “ha visto con complacencia nuestros orígenes”. Bajo la pirámide se lee: Novus ordo seculorum, “un nuevo orden de los siglos”.7 También en las monedas norteamericanas, hasta 1864, se registra la frase inglesa In God we trust (En Dios confiamos). Sin guardar la menor relación con Roma, una buena parte de las monedas de diez centavos exponen en el reverso el fascis, o haz de varas atadas alrededor de una hacha, cuyo extremo sale del medio. En su época, los lictores romanos los llevaban como símbolo de poder: el hacha para degollar y las varas para azotar. Figuras clásicas griegas y romanas son representadas en estatuas que se encuentran en la cúspide de los capitolios estatales y en los tribunales y comprenden emblemas de la paz, el progreso y otros diversos ideales. La independencia de los Estados Unidos altera un modo de vida, planteó un último interrogante: ¿qué parte de lo tradicional debía retenerse, aunque modificada, y cuánto había que inventar?, afectando tanto las raíces culturales como las políticas; sin embargo, la extinción del antiguo régimen aún y cuando –como en todo cambio revolucionario- creó un vacío, pronto fue superado.8 Al separarse Iglesia y Estado, los estadounidenses tienen ya libertad para inventar nuevas teologías, nuevas iglesias, nuevas religiones. Simplemente, “ajustan” las doctrinas religiosas que heredan a aquello que les parece conveniente.9 La capacidad de invención se convierte en una forma de vida no expresada necesariamente en la Constitución.10 Hay indiferencia hacia las doctrinas de la fe calvinista, que es la que practican la mayoría de los norteamericanos.11
Pouthas, Charles H., Guiral, Pierre, Barral, Pierre y Pierre, Jean Louis, Democracia, reacción, capitalismo (1848-1860), Madrid, Ediciones Akal, 1993, p. 318. Jones, Howard Mumford, Este extraño Nuevo Mundo. Años formativos de la cultura norteamericana, México, Unión Tipográfica Editorial HispanoAmericana, 1966, pp. 180-181. 6 Véase Rodríguez, “Orígenes...”, 1979, p. 275. 7 Jones, Op. cit., 1966, pp. 181-3. 8 Ibídem. p. 248. 9 Steele Commager, Henry, Vida y espíritu de Norteamérica (Interpretaciones del carácter y pensamiento americanos desde 1880), Barcelona, Ediciones Ariel, 1955, citando a Santayana, p. 195. 10 Bloom, Harold, La religión en los Estados Unidos, México, Fondo de cultura Económica, 1994, p. 55. 11 Véase Steele, op. cit., p. 194. 4 5
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Ante la imposibilidad de que continuase la Iglesia Anglicana y al enfriarse el fanatismo calvinista, debe admitirse que rechazaron su aplicación y conclusiones más que su filosofía, sus premisas o su lógica. Max Weber, el eminente sociólogo alemán, sostuvo que existía una relación íntima entre lo que él llamaba “la ética protestante y el espíritu del capitalismo”, localizó los orígenes de esa ética en los escritos religiosos del teólogo francés del siglo XVI, Juan Calvino.12 Su religión es una experiencia individual, consideran que Dios los ama, la libertad religiosa significa estar a solas con Dios, democratizan y americanizan el cristianismo. Harold Bloom sustenta la tesis de que “la religión estadounidense, se disfraza de cristianismo protestante pero ha dejado de ser cristiana”.13 La figura de Jesús es la del Cristo resucitado, su cruz esta vacía y los bautistas están ocupados en la resurrección, puesto que su Jesucristo es estadounidense. A raíz de la Revolución Francesa, como reacción a la misma hay un resurgimiento religioso en los Estados Unidos, país en el que se fundan sociedades nacionales que combinan el utilitarismo, el patriotismo, el fomento a la empresa industrial, la ética protestante, y una teoría en la que la religión constituye una fuerza estabilizadora; así, se crea en Boston en 1815 la Sociedad Norteamericana de Educación, basada en la Sociedad Norteamericana de la Biblia (American Biblie Society) y en la American Tract Society; las que solían estar organizadas por gente acomodada y cuyo credo rezaba: “el evangelio es la directriz más económica de la Tierra”. Vienen posteriormente una serie de obras reeditadas en innumerables ocasiones: Francis Wayland publicó en 1835 The Elements of Moral Science, y en 1837, The Elements of Political Economy, en la que en su “Ética Práctica” la felicidad consiste “en la satisfacción de nuestros deseos dentro de los límites que les ha puesto nuestro Creador”. ¿Cómo podría aplicarse esto a los negocios? “Puedo satisfacer mi amor a la riqueza por medio de la laboriosidad y de la parquedad”.14 Todas sostienen de una u otra forma la mayordomía de las riquezas. A esta trivialidad se habían reducido las elaboradas doctrinas de Calvino. Henry Ward Beecher,15 el predicador protestante más elocuente de mediados de siglo, publicó en 1844 su impor-
tante obra Lectures to Young Men, en que se afirma que la ociosidad es el camino hacia la ruina, y la laboriosidad entusiasta el camino hacia la felicidad. Gilbart, en su obra A Practical Tratise on Banking, en la North American Review, 1851, en su capitulo sobre “los deberes morales y religiosos de las compañías bancarias”, mostraba “la influencia predominante de la moralidad cristiana en todas las cosas”; y en 1856, Thomas Wentworth Higginson observaba, que el comercio es el valor principal y el poder dominante de las “distintas naciones de la cristiandad”.16 Riqueza, laboriosidad, parquedad, comercio, negocios, deberes morales y religiosos de compañías bancarias; todo encuadrado en un ámbito cristiano que vigila el creador para el “pueblo elegido”, son los valores predominantes durante el siglo XIX en los Estados Unidos. Benjamín Franklin los encarna con su ética protestante y de “virtud” egoísta, bondadoso, sagaz, mundano, hipócrita, enérgico, “gran encarnación nueva de energía humana”.17 El egoísmo tiene categoría de virtud puesto que el ente estadounidense es el eje a través del cual gravita todo, en él esta centrado el progreso y su futuro como persona es lo que hará grande a su nación, por lo que nada debe interponerse en su camino hacia su afán de logros personales, mismos que, por supuesto, son considerados valores de la más alta jerarquía. Aún cuando la formación se basa en fines religiosos, el carácter se modelaba para alcanzar el éxito de tipo material: honestidad, diligencia, fervor, puntualidad, frugalidad y regularidad, eran los elementos importantes de la “ética protestante”,18 y también lo fueron para las sectas nativas estadounidenses: los mormones, la Ciencia Cristiana, los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová y los pentecostales. Estas iglesias –hasta el decenio de 1840, en que se acusó un predominio abrumador del protestantismo– tuvieron que abrirse camino por su propio esfuerzo, basadas en la verdad bíblica. Harold Bloom afirma que “ninguna nación occidental está tan impregnada de religión como la nuestra, en la que nueve de cada 10 de nosotros afirman amar a Dios y ser a su vez amados por Él”. El Presidente siempre tiene la Biblia en la mano, todos los presidentes han pertenecido a un credo religioso. La Biblia se limita siempre a San Pablo
Bruchey, Stuart, Raíces del desarrollo económico norteamericano 1607-1861, México, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, 1966, p. 38. Bloom, op. cit., pp. 29 y 39. 14 Jones, “Este...”, 1966, p. 168. 15 “Beecher sostenía que era una locura arremeter contra la riqueza, el amor a la cual ha implantado Dios en todo hombre”. Ibídem 16 Ibídem. pp. 169-71. 17 Ibídem. p. 312. 18 Bruchey, op. cit., pp. 38-9. 12 13
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(bautistas del sur) o bien esta impregnada de sustitutos estadounidenses de las escrituras (mormones, Adventistas del Séptimo Día y otros).19 Individualismo e inconformismo son sus banderas, esgrimidas siempre de manera pragmática: “el norteamericano tomaba siempre el camino más corto hacia la libertad, el camino más corto hacia la fortuna, el camino más corto hacia el saber y el camino más corto hacia el cielo”.20 Para Henry Steele, los norteamericanos habían creado un carácter genuinamente suyo y habían formulado una filosofía peculiar, producto de un influjo recíproco entre herencia y medio ambiente; en la que una herencia tan heterogénea dio lugar a un carácter tan homogéneo que hace pensar que finalmente el conjunto del medio ambiente norteamericano determinó el carácter del estadounidense: el sentido de la amplitud, la invitación a la movilidad, la atmósfera de independencia y los estímulos al espíritu de iniciativa y al optimismo.21 A pesar de lo antes expuesto, se precisa aclarar que esta metamorfosis no se da de manera simultánea en el tiempo y en todas las clases sociales, ya que aún y cuando se pudiera afirmar que constitucionalmente y en términos religiosos se proponen estamentos sociales, en la realidad, el sistema esclavista del sur, la dificultad en las comunicaciones y las innegables diferencias sociales producen por sí mismos en el siglo XIX varias culturas, ya que, como condiciona Le Goff, “la coexistencia de varias mentalidades en una misma época y en un mismo espíritu es uno de los datos delicados, pero esenciales”22 del suceso histórico. Sin embargo, para los que sí se integraron socialmente a la filosofía utilitarista, líderes de la nueva nación y rectores de su política interna y externa, el dinero pasó a ser el objetivo fundamental de su existencia. Dos ejemplos ilustran esta actitud: en 1748, Cadwaller Colden pudo afirmar acerca de la ciudad de Nueva York que el único principio de vida propagado entre la juventud es el de conseguir
dinero, y a los hombres se les estima únicamente de acuerdo con lo que valen: es decir: con la cantidad de dinero que poseen. John William Ward dice que el culto al hombre que triunfa por su propio esfuerzo (el self-made man), era aceptado universalmente en los Estados Unidos en los años de 1815 a 1845.23
Ciencia y tecnología Se ha llegado a señalar que la Revolución que se presentó en la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX no se limitó a la industria, sino que el cambio de época o “transformación violenta” fue producto de cuatro revoluciones: el fenómeno industrial inglés, la independencia de las colonias británicas, los acontecimientos franceses y la emancipación hispanoamericana “de distinta naturaleza en apariencia, los que sumados inducen al cambio de una era a otra.24 Esta afirmación es correcta en el sentido de que alteraron en su conjunto la composición social y política de su época de manera determinante; más aún, cabe la pregunta de qué hubiera sido del capitalismo si un Estados Unidos no independizado, por su condición, no hubiera recogido en ese momento histórico la estafeta de la Revolución Industrial. Dicha Revolución, que se inicia en la Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII en la industria del algodón,25 predominantemente orientada a economizar mano de obra, propicia una situación social adversa en virtud de que esto dio lugar a una abundancia de mano de obra –imbricada con un descenso en la tasa de mortalidad-26 que abarató el nivel de los salarios y produjo un progreso substancial en la acumulación de capital, propiciando el capitalismo y precipitando además el advenimiento de cambios técnicos; soportando así el crecimiento del capital a una tasa más elevada que el incremento en la fuerza de trabajo, para redundar en un nuevo orden económico y
Ibídem. pp. 11, 27 y 29. “Si esa religión tuvo un teólogo, según Ahlstrom, ése fue Emerson. Este hizo la siguiente observación acerca de los Estado s Unidos: ‘Gran país, espíritus diminutos. No tiene forma, no tiene una condensación terrible ni bella’. Eso fue en junio de 1847, cuando el sabio estadounidense aún estaba airado por nuestra intervención en la Guerra de México”., p. 12. 20 Steele,, “Vida...”,1955, p. 48. 21 Véase Ibídem. pp. 29-30. 22 Le Goff, Jacques, Historia de las mentalidades, 1992, p 85. 23 Citados por Bruchey, “Raíces...”, 1966, pp. 174-5. 24 Rodríguez, op. cit., 1979, pp. 226-9. 25 Toynbee Arnold: “cuatro grandes invenciones” revolucionaron la industria del algodón: ¨la jenny* de hilar patentada por Hargreaves en 1770, la water frame ** inventada por Arkwright el año anterior; la mule *** de Crompton, introducida en 1779, y la mule automática, inventada por primera vez por Kelly en 1792¨; sin embargo, ¨ninguno de éstos, por sí solo, hubiera revolucionado la industria¨, Lectures, London, 1887, p. 90, ¨de no haber sido por el planteamiento de la máquina de vapor hecho por James Watt en 1769, y su aplicación a la manufactura de algodón quince años más tarde.¨, Dobb, Maurice, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, 6ª ed., México, Siglo XXI editores, 1976, p. 311. *Torno para hilar, **Bastidor con rodillos, ***Una máquina para pintar y enredar fibras de algodón (Webster’s New World Dictionary), 1970. 26 Dobb, op. cit.: ¨en Gran Bretaña hoy se sabe que el incremento de la población se debió a un descenso de la tasa de mortalidad antes que a un incremento de la tasa de nacimientos¨, p. 307. 19
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social. Dicho orden gradualmente se expansionó a Europa occidental y se encontró a principios del siglo XIX con la concepción de que el progreso era una norma de vida, fomentando el espíritu empresario como nunca antes se había visto en la historia de la humanidad. Además del crecimiento de la industria, las grandes necesidades de capital estimularon también el desenvolvimiento de la usura y el comercio como un cambio correlativo, ya que al bajar sus costos, los precios de los productos también disminuyeron, aumentando la cantidad de producto, con una ganancia por unidad menor y un mayor consumo. Siguiendo a esta circunstancia, se dio un fenómeno general en Europa de aumento de precios a una tasa mayor de crecimiento que la de los salarios, beneficiando particularmente a banqueros y empresarios. Paradójicamente, en los Estados Unidos el capitalismo se encuentra con escasez de mano de obra para alimentarlo, aún y cuando también existe –como en Europa– una decidida voluntad de ahorro y un firme deseo de invertir e inventar. Estos últimos se asocian indisolublemente porque la llamada “burguesía utilitarista”, con una visión pragmática y fundamentada en consideraciones cuantitativistas de valores materiales, gestiona a través de su accionar que se piense en esa dirección, puesto que la inventiva, en última instancia, va a orientarse hacia logros científicos de investigación aplicada, base del desarrollo de los negocios y las empresas.27 La educación pública fue desde la Independencia una importante preocupación de los gobernantes, y en 1801, Thomas Jefferson, al tomar posesión de su cargo como presidente norteamericano consideró que para que la democracia tuviera éxito –uno de los principales paradigmas de la nación- sería indispensable la participación de un pueblo con elevado nivel educativo. Debe recordarse que éste político impulsó en 1779 el proyecto de ley para establecer un sistema completo de educación en Virginia, que culminó con la universidad del estado, esta educación tenía que apoyar los principios republicanos: de aquí la importancia que se dio a la virtud. También aseveró que “Es importante que los jóvenes se formen en los principios de la moralidad y de la democracia. Sin embargo, la enseñanza tiene también que ser útil”.28 A principios del siglo XIX, las universidades de Estados Unidos estaban regidas por clasicistas y clérigos, enemi-
gos de la enseñanza de la ciencia experimental, por lo que la educación técnica –apoyada firmemente por algunos científicos y poderosos industriales– surgió en pugna con las instituciones de educación superior, apareciendo gradualmente los estudios técnicos en algunas universidades y creándose institutos técnicos. Resulta claro que estas condiciones respondieron a la necesidad creciente de construcción de canales, ferrocarriles, fábricas, y al desahogo de los retos planteados por las nuevas industrias. Noble atestigua que para 1816, el número de ingenieros en los Estados Unidos no superaba a dos por estado, por lo que todo lo relacionado con esta actividad fue realizado por ingenieros europeos.29 El desarrollo y éxito del Canal Eire como vía comercial inició la demanda de trabajadores calificados que supervisaran las operaciones y aunada al desarrollo de las industrias ferroviaria y de maquinaria, intensificó aún más esa necesidad. Una sucesión de eventos reconforman y maduran en el período decimonónico para reorientar la filosofía natural hacia la búsqueda empírica, experimental y científica. Se sustentaron en la creación de institutos de investigación a través de instituciones educativas orientadas al desarrollo productivo mediante la aplicación tecnológica. El mismo David F. Noble relata los siguientes acontecimientos: en 1823 Amos Eaton –químico– junto con Stephen Van Rensselaer –rico terrateniente y capitalista– crean la Rensselaer School, reorganizada en 1849 tras un minucioso estudio de la educación técnica europea, en la misma línea que la École Centrale des Arts et Manufactures. Rebautizada con el nombre de Rensselaer Polytechnic Institute, supuso el inicio en Estados Unidos de la formación de ingenieros como profesionales. Al mismo tiempo la Academia Militar de Estados Unidos (West Point) había comenzado a formar ingenieros civiles con preparación en química, física y matemáticas superiores e ingeniería práctica.30 Abbot Lawrence –industrial textil– donó a la Universidad de Harvard recursos financieros para que se introdujeran estudios científicos aplicables a ingeniería, minería, metalurgia y a la invención y fabricación de maquinaria, y hasta 1854 se tituló el primer ingeniero. Su renuencia obligó a que las intenciones de Lawrence se aplicaran a la fundación por William Barton Rogers –geólogo– del Massachussets Institute of Technology (MIT) en 1861. “Es interesante que el
Véase Rodríguez, 1979, p. 241. Jones, op. cit., 1966, p. 272. 29 Noble, David F., El diseño de los Estados Unidos. La ciencia, la tecnología y la aparición del capitalismo monopolístico, Madrid, Centro de Publicaciones, Ministerio del trabajo y de Seguridad Social, 1987, p. 54. 30 En ese período, ¨el telégrafo electromagnético patentado por Samuel F. B. Morse en 1837 se había convertido en algo normal.¨, Ibídem. p. 40. 27 28
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nombre Tecnología fuera propuesto por Jacob Bigelow, uno de los patrocinadores de la nueva escuela, para indicar que en el MIT el estudio de la ciencia no iba a ser un tipo de enseñanza culta, sino que tendría fines prácticos”.31 Junto con dichas instituciones, se desarrollaron para física, química, matemáticas o ingeniería: Brown en 1845, Michigan en 1852, Yale en 1860 y otras más. Sin embargo, el gran salto hacia delante de la educación técnica se produjo en 1862 cuando fue aprobada por el Congreso la Ley Morrill que concedía ayuda federal a los estados para asistir financieramente a las universidades especializadas en artes mecánicas y agricultura. “En los diez primeros años posteriores a la aprobación de la Ley, el número de escuelas de ingeniería saltó de seis a setenta. En 1880 había en Estados Unidos ochenta y cinco”.32 Deben agregarse a esta circunstancia innumerables inventos entre los que destacan los de Alexander Graham Bell, que en 1876, en la Exposición Centenaria de Filadelfia, pudo hacer una demostración de su nueva “máquina parlante”, que dio lugar a sus dos patentes para el teléfono; y los de Thomas Alva Edison, entre los que sobresale la lámpara eléctrica incandescente que puso en funcionamiento a la primera central eléctrica de Pearl Street en Nueva York en 1879 y precedió a los primeros programas de ingeniería eléctrica que comenzaron a impartirse en la década de 1880 en universidades como Wisconsin, Cornell y MIT. Merece resaltarse que la vida de las patentes es de diecisiete años, período a partir del cual el invento es de dominio público, por lo que los inventores tuvieron que asociarse con los capitalistas para explotar sus creaciones como negocio. Esto no significó necesariamente que los estudios técnicos abandonaran del todo otros aspectos formativos en el área humanística, ya que instituciones como el MIT y Cornell fueron pioneras al establecer cursos de humanidades para estudiantes de ingeniería.33 A pesar de los cursos de humanidades, el campo de acción de la ciencia y la tecnología, tanto en su desarrollo como en su aplicación puramente utilitarista, desestimó la parte humanística de manera evidente, ya que no se conformó a través de una tradición cultural que conllevara valores sociales, entendiendo como cultura la definición expresada por Reinhald Maurer: “Lo que los hombres
hacen de sí mismos y de su mundo; y lo que ellos piensan y hablan al respecto”.34 Para dar un tono axiológico a la ciencia y a la tecnología en los Estados Unidos, hubiera sido necesario que cubriera cuatro orientaciones, agrupadas en dos dimensiones o ejes, en el orden que se presenta a continuación:35 Campo de acción de la cultura Subjetiva (de sí mismo) Teoría (lo que el hombre piensa) Práctica (lo que el hombre hace)
Humanidades
Ética y Filosofía social
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Ciencia positiva
Técnica
De tal manera que la base o sustentación debió ser humanística, orientada a la ética y filosofía social para dirigirla al campo de la ciencia positiva, que a su vez permitiría el desarrollo de la tecnología, que daría a la estructura del conocimiento un equilibrio estable con profunda visión humana y no simplemente tecnológica. Por su parte, el cambio tecnológico se cubre en tres pasos: el primero por medio de inventos mecánicos adaptados a la industria de bienes de consumo. El segundo, mediante los avances de la química aplicada, especialmente la orgánica. A la fuerza del vapor se une, por último, la utilización industrial de la electricidad.36 Según Williamson, la elaboración de piezas intercambiables y el uso de técnicas de producción en serie “constituyó la diferencia entre estados Unidos (producción en masa) y los demás países”.37
Capitalismo En su proceso de desarrollo, Estados Unidos había logrado una distribución de actividades económicas com-
Ibídem. p. 56. Ibídem. p. 40. 33 Véase Noble “El diseño...”, 1987, pp. 41, 55-8, 60-1y 65. 34 Citado por Llano Cifuentes, Carlos, Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter, México, 2ª reimpresión, Editorial Trillas, 2000, p. 61. 35 Ibídem, p. 62. 36 Veáse Rodríguez, op. cit., 1979, p. 230. 37 Bruchey, op. cit., 1966, p. 150. 31
Objetiva (de su mundo)
plementarias, de forma tal que antes de la guerra civil, estaban claramente delimitadas, contando el norte con las bancarias e industriales, sostenidas a su vez por las universidades más progresistas y la mayor exigencia religiosa; en tanto que en el sur se encontraba la actividad agrícolacomercial, soportada por fuertes lazos políticos y un régimen aduanero liberal. Dichas diferencias, desde el punto de vista de los mercados resultó muy favorable para Estados Unidos, ya que el crecimiento económico en lo primordial se dio gracias al aumento substancial en el comercio con el consiguiente incremento en la producción. Los informes estadísticos muestran cifras sorprendentes: “En 1807, las quince o veinte fábricas de hilados y tejidos entonces existentes empleaban un total de aproximadamente ocho mil husos. Ya en el segundo decenio del siglo: en 1831 se estaban empleando casi 1.250,000 husos, y las fábricas de hilados y tejidos se habían convertido en ‘una industria verdaderamente substancial’. Lo mismo ocurrió en relación con la siderurgia y con la producción de artículos de lana, alfombras, papel, cristal, plomo, azúcar y melaza, sal y máquinas de vapor. Arthur H. Cole calcula que las fábricas hacían un consumo de lana que aumentó de unos 180,000 kilos en 1810 a más de 6 millones en 1830, y que la mitad completa del aumento ocurrió entre 1816 y 1830. La producción de alfombras aumentó de 9,000 metros en 1810 a más de un millón en 1834”.38 Y hacia 1840, se puede hablar de un mercado interno verdaderamente nacional en sus dimensiones, por lo que el mercado nacional hizo posible una especialización territorial que, como ha observado Douglass C. North, “elevó la productividad de la economía en su totalidad”.39 Al combinarse dichas circunstancias con la contratación de personas con formación técnica, fenómeno que después se hizo a gran escala, propiciando una gran rentabilidad en la medida en que se aplicaba la nueva tecnología, ésta “se convirtió en un fenómeno de clase, en el corazón palpitante del capitalismo monopolístico”.40 Se puede decir que la combinación del investigador-ingeniero y sus desarrollos tecnológicos con el capitalista que buscaba maximizar la producción, fueron el detonante fundamental del profundo cambio económico observado en los Estados Unidos. Ese detonante requirió, como se ha mencionado, un cambio de mentalidad y reformulación académica para la
orientación y creación de diversas instituciones de educación superior e institutos de investigación científica, superando a su vez las ideas imperantes en el siglo XVIII, basadas en la economía clásica, que aceptaba la superioridad de las leyes naturales sobre las leyes que desarrollaba el hombre. “La economía clásica era mecanicista; estaba formada a imagen de la mecánica clásica de Newton”.41 Sin embargo, ésta fue una condición necesaria más no suficiente para explicar el fenómeno en cuestión, hubo factores adicionales, también de gran importancia, los que se señalan a continuación. La participación del Estado para propiciar las condiciones necesarias del desarrollo de los Estados Unidos no se limitó a la Ley Morrill; esto se observa desde el surgimiento de la nueva nación al existir un vivo interés por materializar la más estrecha asociación entre el Gobierno y los dueños del capital, fundamentada en la nueva Constitución que proporcionó las bases legales para un mercado nacional. Morris (secretario del Tesoro de 1789 a 1795) y Alexander Hamilton entre 1790 y 1795, en sus informes sobre el crédito público, la creación de un banco nacional, así como su correspondencia privada y otros escritos, enfatizaban la necesidad de una alianza entre el Gobierno y los hombres de dinero, para fortalecer la creación de capitales y la unión del país.42 El Congreso, a través de la autoridad conferida por la Constitución, eliminó obstáculos al libre tránsito de personas, facilitó la acuñación de monedas para el mercado nacional reglamentando su valor, autorizó oficinas y rutas de correos y estimuló el progreso de la ciencia por medio de la concesión de derechos de patentes a los inventores; se ha llegado a afirmar que “la Constitución no creó un mercado nacional, pero sí hizo posible su existencia”43 Es claro que esto estableció una tradición de reglamentación y de apoyo al desarrollo económico por parte del Gobierno Federal, preocupado por el libre comercio y el bienestar común. Esa búsqueda de bienestar “participativo” se refleja con claridad en el comentario que hace Stuart Bruchey al referir que “tal vez la técnica más ingeniosa sea la de hacer uso de una sociedad anónima como organismo del Estado con objeto de realizar algunos propósitos públicos”. El mismo autor señala que los bancos particulares hacían intermediación crediticia y por lo general no emitían billetes, y ya para el decenio de 1860 existían unos quinientos bancos privados,
Ibídem. p. 77 Citado por Bruchey, 1966, p. 82. 40 Veáse Noble, op. cit., 1987, p. 26. 41 Bruchey, op. cit., 1966, p. 6. 42 Veáse Bruchey, 1966, pp. 87, 97-8. 43 Ibídem. pp. 87-8. 38 39
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con las características de banqueros de inversión en el mercado de valores, fomentando las inversiones a largo plazo.44 Asimismo, se conceden a las sociedades anónimas privilegios exclusivos, tales como el monopolio del derecho de vía, exención de impuestos en obras para el bien de la comunidad, además de observarse la intervención de muchos estados que instituyen a su vez bancos de propiedad estatal o invirtieron en acciones bancarias para proporcionar fondos o fuentes de crédito baratas a las empresas públicas. La tasa de los títulos de la deuda, los consolidated stocks, los consolidados que estudia Ashton: “en años no sucesivos, entre 1760 y 1840, fue del 3 por 100 durante treinta y cinco años; del 4 durante veinticinco, y únicamente, del 5 durante veinte”.45 Aparte de esta ayuda directa, “patentizada en bajas tasas de interés”, los estados consiguieron dinero a través de empréstitos, en su mayoría procedentes del extranjero, garantizando también los bonos u obligaciones de las sociedades anónimas.46 Habrá sin embargo que hacer una salvedad a la afirmación de “bajas tasas de interés” que diversos autores, además de Bruchey, estiman como uno de los pilares del crecimiento económico norteamericano; ya que la colocación de títulos de deuda siempre se hacía de acuerdo a las condiciones de los mercados financieros, en los que generalmente se cotizaban “bajo par”, de manera tal que el costo en “términos reales” de una determinada emisión era en realidad mayor que la tasa de interés pactada en el título. Aún así, es claro que no hay dinero más caro que el que no se tiene, y el hecho de que el estado garantizara con su nombre avalando las emisiones, permitió a las sociedades anónimas estadounidenses recibir recursos pecuniarios que de otra forma no hubieran podido percibir; inclusive, llego a ocurrir que a mediados del siglo XIX el Estado propició que ciudades y condados ubicadas en rutas ferroviarias en Missouri, compraran las acciones ferrocarrileras de las compañías desarrolladoras de los proyectos.47 En cuanto a las condiciones comerciales con el exterior, debe agregarse que entre 1793 y 1839 las condiciones de las exportaciones respecto a las importaciones fueron favorables a los Estados Unidos, ya que el alza de los precios de productos de exportación fue mayor que la de los
de importación. Así, “las compras que los norteamericanos efectuaban de artículos provenientes del extranjero en lugar de hacerlas de bienes producidos en el país, significaban un ahorro de dinero, y el monto de ese ahorro podía dedicarse a la formación de capital nacional”.48 Elevado precio de mano de obra en el sector industrial, abundancia de tierras e igualdad en su distribución aseguraban a los grupos de ingreso medio acceso a productos alimenticios baratos y garantizaban una alta demanda por bienes industriales. La alta productividad per capita en la agricultura se explica porque el cultivador frecuentemente era propietario, y su familia, generalmente numerosa, proporcionaba la mano de obra, por lo que las ventajas del alto rendimiento redundaban a favor de él. A su vez, el alto costo de la mano de obra dio a los industriales un incentivo para sustituir al trabajador por la máquina, y el uso intensivo de ésta redujo los costos unitarios; circunstancia que sustentó el desarrollo de nuevas tecnologías basadas en pequeñas modificaciones y ajustes para aumentar su eficiencia. La mecanización se facilitó por la homogeneidad. “La demanda estadounidense era de productos de tipo uniforme, y de mercancías de calidad relativamente baja”.49 En los decenios de 1840 y 1850 se inicia la “era del ferrocarril”, actividad nueva que absorbe capital y bienes de capital en proporciones enormes; sólo igualada por la moderna construcción urbana y superada por los armamentos de guerra.50 Significando además el mercado más importante para la producción de hierro. En estas condiciones, es claro que se propicia un cambio vigoroso en la economía que transformó de manera radical el contexto bajo el cual se desarrollaba la producción industrial, a tal extremo que como observa Albert Rees: “tratándose de un período (1800 a 1880) en que ocurrió la transición completa de las artes mecánicas a la industria en gran escala”.51 Su propia naturaleza prescribió un mapa diferente de recursos y mercados, modificó las relaciones sociales, políticas y económicas, determinándose un proceso de acumulación de capital muy característico del siglo XIX.52 Según Maurice Dobb, “entre los decenios de 1870 y 1890 se produjo un notable abaratamiento de los alimen-
Ibídem. pp. 115-135. Rodríguez, “Orígenes...”, 1979, p. 239 46 Veáse Bruchey, 1966, pp. 116-8. 47 Según lo investigado por James Neal Primm, Ibídem. p. 121. 48 Ibídem. p. 127. 49 Según Habakkuk, citado por Bruchey, 1966, pp. 147-8 y 153-4. 50 Ibídem. p. 349. 51 Citado por Bruchey, p. 148. 52 Veáse: Roseberry, William, Understanding Capitalism-Historically, Structurally, Spatially, en: Nugen T., David, (comp.), Locating Capitalism in Time and Space, 1978, pp. 71-79. 44 45
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tos con relación a las manufacturas, a consecuencia de la apertura del interior de América por los ferrocarriles y del rápido mejoramiento del transporte oceánico”.53 Esto no es del todo cierto, pues pasa por alto el deterioro en la “relación de intercambio”54 de los países productores de materias primas y bienes de consumo respecto a los países productores de bienes de capital, como era el caso de los Estados Unidos, en el que el control de los mercados exteriores de bienes primarios fue una parte fundamental de su política de expansión económica a través de sus propias empresas transnacionales.
La inmigración y la emigración Henry Stelle Commager refiere que “los primeros colonos americanos eran solitarios, eran hombres que se habían quedado solos. ¿Solos de qué? –se preguntará–. Solos de su sociedad materna, en general de Inglaterra. La mayor parte de los colonos del siglo XVII son disidentes, discrepantes, frecuentemente fugitivos; van a hacer una vida nueva, ellos solos”.55 Excedente de mano de obra y pobreza en Europa, faltante de mano de obra y un territorio que al paso de los años se expandió más y más en Estados Unidos, dieron lugar a una inmigración56 esencialmente de la Europa occidental y central hacia este último país, el que a su vez alentó la emigración hacia el oeste para colonizarlo. ¿De qué se trata entonces?. Literalmente de una sociedad, es decir de una unidad de convivencia histórica, no definida por un territorio, ni por una población en el sentido de un conjunto determinado de individuos, sino por un sistema de vigencias comunes –usos, creencias, ideas, estimaciones, pretensiones que cada individuo encuentra y con las cuales tiene que habérselas-, que componen una cierta figura, lo que se puede llamar “una estructura social”.57 Cabe aclarar que la inmigración no fue la principal causa del extraordinario aumento poblacional que se dio
en Estados Unidos a fines del siglo XVIII y hasta mediados del XIX; Stuart Bruchey señala que “ya en 1860, la población era casi ocho veces mayor que los aproximadamente cuatro millones que aparecían en el primer censo levantado en 1790”,58 y en contraste con Inglaterra, “el exceso de nacimientos sobre defunciones constituía el motivo principal de aumento de población. La inmigración, por su parte, contribuía mucho menos al aumento natural”.59 Dicho incremento en el número de habitantes corresponde a una tasa de crecimiento del 3.02 por ciento promedio anual durante 70 años, lo que la convierte, con toda probabilidad, en una de las tasas de crecimiento poblacional más altas del mundo durante un período tan prolongado de tiempo. El aumento en el número de habitantes guardó también una importante correlación con el incremento de la extensión territorial de los Estados Unidos a través de compras, guerras y la solución pacífica de disputas sobre fronteras. Max Savelle afirma algo irrebatible: “el único interés americano en relación con los países exteriores se centraba en torno a la anexión o absorción de territorios que les pertenecían: la Louisiana respecto de Francia, Florida de España, Texas, California y Nuevo México de México, y Oregon de Inglaterra”.60 En este contexto, la independencia de las antiguas colonias españolas se convirtió para la nación en una obsesión de dominio tanto territorial como comercial a punto tal que en diciembre de 1823, el presidente James Monroe declaró que en lo sucesivo los Estados Unidos se consideraban custodios del aislamiento de toda América.61 Así, sumada a los trece primeros estados de la Unión, su urgencia básica de territorios se fue cubriendo con la continua colonización del Oeste, la compra que hizo Jefferson por propia iniciativa –contando con la aprobación del Congreso- a Napoleón de Louisiana en 1803, la venta que le realizó España –de mala gana– de Florida en 1819, la segregación de Texas de México en 1836 y su incorporación a Estados Unidos en 1845, el territorio de Oregon en
Dobb, “Estudios ...”, 1976, p. 359. Expresión utilizada normalmente en relación con el comercio internacional, que se refiere a los términos ¨reales¨ en los que un país vende sus productos de exportación y compra sus productos de importación. Es igual al cociente entre un índice de precios de exportación y un índice de precios de importación., Veáse Samuelson, Paul A. y Nordhaus, William D. Economía, 13ª ed., Madrid, McGraw-Hill/Interamericana de España, 1990, p. 1148. 55 Stelle, op. cit., 1955, p. 11. 56 A lo que Steele llama ¨crecimiento vegetativo¨, Ibídem. p.10. 57 Ibídem. p. 10. 58 Bruchey, “Raíces...”, 1966, p. 67. En la Tabla III.- Población calculada de los Estados Unidos, 1790-1860 (en millares), se muestra una población de 3,929 para el año de 1790 y de 31,443 habitantes en 1860. Fuente: Historical Statistics of the United States, Colonial Times to 1957, Washington, D. C., 1960, Pp. 8-9., p. 70. El mismo autor refiere que Simon Kuznets y Ernest Rubin estiman una emigración neta (en millares) de 700 personas entre 1820 y 1840, y de 4,200 durante el decenio de 1846-1855, p. 67. 59 Ibídem. p. 67. 60 Savelle, Max, Historia de la civilización norteamericana, Madrid, Editorial Gredos, 1962, p. 426. 53 54
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1846, la guerra de Estados Unidos contra México que concluyó el 2 de febrero de 1848, gracias a la cual, de 1845 a 1848, el territorio había crecido en 2.387,000 kilómetros cuadrados.62 La enormidad de este territorio se puede juzgar al considerar que en 1790 los Estados Unidos contaban con 2.239,692 kilómetros cuadrados.63 La compra de Gadsden de La Mesilla a México en 1853 y el expansionismo del secretario de Estado Seward que negoció con Rusia la compra de Alaska en 1867, quien “creía en una idea ampliada del destino manifiesto”,64 y la anexión de las islas Midway en ese mismo año; lo que llevó a que el territorio de Norteamérica se fuera dilatando desde sí mismo a más del triple. El aporte que hizo el crecimiento de la población, siempre motivado por su condición de pueblo elegido, fue ampliar enormemente el mercado de consumidores, siempre en movimiento hacia tierras cada vez más distantes, por lo que la necesidad de poner en práctica nuevos medios de comunicación fue la condición sine qua non para que todo transformara la vida económica y se adecuaran las continuas expansiones demográficas y territoriales a continuas y nuevas realidades, desarrollando en los habitantes un pragmatismo y capacidad de adaptación únicos. Con esto se provocó que la construcción de carreteras, canales y su corolario: la necesidad de incrementar la velocidad de los transportes por tierra y agua, culminaran en la invención del buque de vapor y su uso comercial por Robert Fulton a partir de 1807.65 Éste fue sentenciado por la aparición de la locomotora de vapor y la vía férrea, habiéndose iniciado “las obras para el primero de los grandes ferrocarriles este-oeste, en 1828”.66 La expansión de las vías férreas en los Estados Unidos también –como en el caso de la población– fue exponencial. Max Savelle menciona que en 1840 había 2.800 millas (4,500 kilómetros), en tanto que para 1860 había 30,000 millas (48,270 kilómetros).67 Por su parte, Pouthas, Guiral, Barral y Pierre, afirman que en 1860 Estados Unidos tenía 51,000
kilómetros de vías férreas.68 En su caso y en el de Savelle no se menciona la fuente siendo discrepantes las cifras. De cualquier manera, hubo un crecimiento exponencial, por lo que resulta indudable que las vías férreas determinaron el poblamiento, ya que sin el ferrocarril –que aportaría materiales y daría salida a los productos– la colonización agrícola no hubiera sido posible. Como se dijo antes, los estados suscribieron acciones de las compañías privadas propietarias de los ferrocarriles e inclusive las subvencionaron donándoles tierras, como en el caso de la construcción de canales fluviales.69 Esto es, que el Estado instituido en federación, fue, por medio de los gobiernos de los estados, el gran promotor del desarrollo material del país; tal y como se mencionó anteriormente en la sección referente al Capitalismo. Conforme a las cifras obtenidas por Stuart Bruchey, la distribución de la población de los Estados Unidos era para 1860 la siguiente: el 25.6 por ciento en el Sur, el 37.8 por ciento en el Oeste y el 36.5% en el Noreste.70 Así, pues, las tres regiones estaban equilibradas numéricamente, aún y cuando unos cuatro millones de los que vivían en el Sur eran esclavos negros; lo que demuestra que la política poblacional de inmigración y emigración tuvo los resultados esperados al proporcionar un equilibrio relativo en el enorme territorio de los Estados Unidos, sin por esto olvidar que uno de los detonantes más importantes fue la injusta exacción de las tierras a México, producto de la guerra con ese país.71 Debe señalarse que el ejemplo de las instituciones norteamericanas, su economía, vida social y política fueron elementos continuamente presentes en el México decimonónico. No podía ser de otra manera, pero he aquí que surgen las contradicciones históricas y culturales manifiestas en el devenir de ambos países durante la conformación de sus respectivas nacionalidades, en un siglo que fue particularmente caótico para la nación mexicana y singularmente progresista para la norteamericana.
Veáse Ibídem, p. 180. ¨James Polk, que fue presidente entre 1845 y 1849 –el mediocre Polk– había sido uno de los grandes conquistadores de la historia. A partir de ahora, el desplazamiento de la población hacia el Pacífico va a gobernar, cada vez más, el destino norteamericano.¨ Rodríguez, op. cit., 1979, p. 305. 63 Según Bruchey, 1966, op. cit. p. 67. 64 Savelle, op.cit., 1962, p. 427. 65 Ibídem. p. 193. 66 Ibídem. p. 234. 67 Ibídem. p 235. 68 Pouthas, “Democracia...”, 1993, p. 309. 69 Savelle, “Historia...”, 1962, p. 235. 70 Bruchey, “Raíces...”, 1966, p. 70: Tabla VII.- Distribución de población por regiones. Fuente: Douglas C. North, The Economic Growth of the United States, 1760-1860, N. J., Englewood Cliffs, 1961. 71 ¨El presidente Polk fue a las más extrañas comarcas para dejar patente que la sangre norteamericana había sido derramada sobre el suelo de los Estados Unidos, antes de recomendar la guerra con México, y fue Lincoln quien le exigió que señalara el lugar. Las generaciones posteriores nunca perdonaron a Polk las triquiñuelas de su racionalización, y, aunque de todos los Presidentes norteamericanos fue el más uniformemente afortunado, nunca alcanzó la popularidad, sino que pasó a la historia como ¨Polk el mend 61 62
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Nohol Ek
Educación y ética profesional Bernabé López Padilla Académico de la Escuela de Ciencias Contable-Económico-Administrativas
Para comprender la importancia de la ética en el ámbito de la educación conviene volver los ojos y el pensamiento a tiempos remotos para conocer la etimología de la palabra. Ética, proviene del griego éthicos y es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Conjunto de normas que rigen a la conducta humana. Ética profesional. Conjunto de normas que rigen a una o varias profesiones, según sea el caso. Cuando se habla de ética o ético, nos referimos por lo general a la conducta, al comportamiento, al proceder, a la actuación, a la conciencia, a la integridad, a la moral de una persona o de una organización. Ética a Nicómaco es una obra de moral que Aristóteles dedicó a su hijo y es una remota referencia a la ética muchos siglos atrás. Al referirnos a la ética en los tiempos que corren, generalmente estamos manifestando que lo que abarca esta palabra es cosa buena para las personas humanas. Si es ético, es bueno, si no lo es, entonces será algo que esta fuera de las normas morales.
estatal, nacional o internacional; y quien no acate las normas establecidas; estará ante una acción no ética; es decir, amoral y en consecuencia, se hace merecedor a un castigo. Algunas teorías morales relativas a la ética de los negocios nos dicen: Teleología. Un acto se juzga correcto con base en su propensión para producir cierta clase de consecuencias, las cuales se juzgan usando empíricamente la evidencia reunida. Deontología. Un acto se juzga correcto con base en la intención subjetiva del agente que comete el acto, independientemente de las consecuencias prospectivas (buenas o malas) del acto. Las intenciones del agente son motivadas generalmente por alguna norma moral universal. Relativismo. Todas las normas morales son relativas a la persona, el lugar, el tiempo y/o la cultura. No hay norma moral objetiva, inmutable y universal.
Al unir las palabras ética y profesional, ligamos la idea de que hablamos de lo que es bueno en de una profesión y que hay valores morales establecidos para cada una. Códigos de ética profesional, que habrá que observar a cabalidad y quien no lo haga estará ante una posición contraria a la ética profesional.
Ética de la virtud. Es la opinión de que la base moral fundamental se encuentra en el carácter de la persona; más que las normas de conducta preestablecidas a la que debe apegarse el individuo, la personalidad de éste es la determinante en su diario actuar y para ello es menester que él se cultive para que por hábito y naturaleza tenga una predisposición para comportarse de un modo correcto desde el punto de vista moral.
Por ejemplo: si hablamos de negocios, la ética de los negocios estudiará la naturaleza, el propósito, la función, la justificación de las reglas de la conducta correcta dentro del contexto del comercio, y esto podrá ser a nivel regional,
«No os preocupe si por vuestras obras [os conocen] – es el buen olor de Cristo.- Además, trabajando siempre exclusivamente por Él, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: “Que vean vuestra obras bue-
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nas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”:» nos dice San Josemaría Escrivá en su libro Camino. Este pensamiento, demuestra que las normas morales que a lo largo de la historia del mundo los hombres van dictando, tienden hacia una conducta propia, buena, siempre buscando el dar, el entregarse a los demás, el pensar por el porvenir del prójimo, sin dejar de pensar en el propio, para lograr una vida llena de paz, amor, y dicha. Hacer esto sería llegar al placer más grande del mundo: la satisfacción personal del haber actuado bien, es decir, apegado a la ética. La ética profesional y la educación van de la mano, precisamente el entregarse a los demás y pensar en el porvenir del prójimo radica la ética profesional de quien se dedica a la enseñanza, ya que educar, significa: enseñar. La educación es una tarea humanizadora y humanística y el producto de cualquier trabajo humano participa en alguna medida de las características del trabajador, y de ello no puede escapar la tarea educativa que con mucha razón fue descrita por el filosofo alemán Emmanuel Kant como el proceso de humanización del hombre. Asegurar que la tarea educativa suponga un auténtico servicio al hombre y a la sociedad entera, pasa necesariamente por garantizar a los que están empeñados en ella, la posibilidad de reflexionar filosóficamente sobre los modos mas adecuados de llevarla adelante, evitando la tentación de un cómodo atenimiento a los parámetros sociales establecidos y, facilitando que los profesionales de la educación – especialmente los que se encuentran en su formación inicial– puedan comprender su trabajo como una autentica vocación, que reclama un compromiso lúcido de buscar seriamente lo que mejor contribuya a la plenitud propia y de las personas a las que se ayuda. Es pues menester que el Profesor - Profesora, deba observar una serie de normas morales íntimamente ligadas a la profesión en que actúa, que por tratarse de la educación, adquieren una dimensión muy especial, toda vez que de esa enseñanza dependerá el futuro de los pueblos. La educación ha de atender en definitiva las dimensiones diversas de lo humano que pueden y deben ser armonizadas: el espíritu, la inteligencia, la voluntad, la dimensión cultural (los logros del ser humano en la dimensión, conquista de la naturaleza exterior, de su propia naturaleza y libertad interior), la social, motora y afectiva.
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En la antropología cristiana la enseñanza sobre la creación tiene una importancia toral para comprender la presencia del hombre en el universo y su religación ontológica con el Supremo Creador, fundamento radical del deber moral y religioso. Cuando Dios crea, esta llamando al Ser. La creación es una vocación a la existencia y Dios la llama: con un fin preciso; y como Él hizo al hombre a su imagen y semejanza, es evidente que tuvo en mente la idea de algo maravilloso, algo positivo, y ese algo, consiste en redescubrir –el hombre– sus capacidades intelectuales, físicas y sobre todo espirituales para hacer de la naturaleza algo que utilice con miras positivas, mantener su esencia y convivir con todo lo que en ella encuentra, entre otras cosas, con otros seres vivos a los que, tendrá que enseñar –lo que sea posible y en lo posible– amaestrar, adiestrar, entrenar, etc. para su servicio o convivencia pacífica. Ese es el plan de Dios. De ahí proviene un particular concepto de la dignidad de la persona humana –alter ego de un Dios también personal- que se ha desarrollado en la civilización –religióncristiana. El personalismo cristiano de nuestro siglo ha hecho hincapié en que el hombre es la única criatura visible querida por Dios como un fin en si mismo, no como un medio para nada. Todo lo que no es persona humana, dentro de la creación visible, es para el hombre. De esa forma lo ha dispuesto Dios: Omnia vestra sunt. Dice San Pablo (I Cor.3,21). Y añade: Vos autem christi, Christus autem Dei (I Cor. 3,23). Dentro del plan creador que Dios ha diseñado, en cuyo menoscabo existe el pecado y consiste: lo primero que ha querido es crear seres libres, que el hombre sea libre que tenga libre albedrío, que el ser humano tenga una existencia decidida por él, Dios quiere que el hombre ame de manera libre que nada lo presione, por que al amar el hombre a su Hacedor, lo hace de manera libre, y eso agrada al Todopoderoso, por que desea amar y ser amado. Esa es la humildad divina, dejar hacer al hombre, para que en compensación a ese designio, el Altísimo se sienta amado. Es pues la tarea del educador, cumplir la voluntad de Dios. De lo anterior se concluye que, la ética profesional y la educación juegan un papel muy importante en el devenir de la humanidad, ya que van de la mano sus fines, que son la búsqueda del bien para todos los seres humanos y el mundo que nos rodea.
En el caso de los Profesores y Profesoras, su misión estará regida por los códigos de ética profesional que crean las organizaciones públicas y privadas que se encargan de regular la actuación de las instituciones y de las personas dedicadas a la educación. Así es como existen normas para que se cumpla cabalmente con los requisitos de calidad académica y moral que a cada cual se imponen; y que en muchos casos, principalmente las fundaciones educativas de carácter privado, se auto imponen a fin de lograr mayor calidad en el desempeño de sus Profesores y ganarse la fama de ser la mejor Escuela o Universidad del lugar, de la república o del mundo, según sea el caso. Por ello, si nos remontamos a la aparición de Jesucristo, conocido en muchas culturas como el gran Maestro, podremos entender que fue Él quien nos dio las primeras enseñanzas para convivir civilizadamente, por esa razón debemos tener en cuenta que no se puede crecer maltratando las propias raíces, que aprender humanidad en el sentido correcto, significa desarrollarse intelectual y moralmente, por cuanto implica también conocer mejor a nuestro mundo y esforzarse por mejorarlo, por hacerlo humano, ético. He aquí que la tarea de educar bien, debe contener por fuerza y antes que la técnica, el sentido humano, moral, es decir, tendiente al desarrollo humano, en el que el educando debe recibir y el educador dar, entregarse a su tarea de transmitir conocimientos y hacer crecer como hombre a su dirigido, a su educando.
“El educador no debe dedicarse tanto a extinguir conductas negativas como a promocionar lo positivo, planteando tareas enriquecedoras y modelos que estimulen logros verdaderos” dice José María Barrio, famoso pedagogo español. En todas las culturas se advierte al ser humano en relación con Dios, esta es una verdad indiscutible, por tanto, desde que nace escucha de una u otras formas las referencias que sus congéneres hacen del Creador, de que el hombre esta hecho a semejanza de Él y por tanto, debe tender hacia los hechos buenos, hacia su entrega a los demás, como el Todopoderoso quiere que sea, y, en el caso de los educadores, seguir los ejemplos que nos ha puesto en infinidad de veces, de entregarse a sus criaturas sin restricción alguna. En este caso el educador a sus educandos. El hombre por su liga con El Altísimo Hacedor no puede ser educado sin que sienta y constate su presencia; así, los educadores, enseñaran todo lo que sea bueno para el ser humano y al hacerlo, estarán cumpliendo con Dios, y los educandos al hacer uso de su libertad de aprendizaje, también sentirán que cumplen con el Todopoderoso, por que sólo lo que es positivo y bueno por tanto, es lo que la voluntad del Creador requiere de los educadores y de los educandos. Sin ello, el ser humano se sentiría mutilado.
El educador debe ser justo, tratar equitativamente a todos sus alumnos no dando preferencias o beneficios a uno o más discípulos en especial, su imparcialidad debe ser el faro que guié los ideales de sus alumnos, así y sólo así su tarea se podrá calificar como ética.
Con lo antes dicho, aspiramos a que se comprenda la imperiosa necesidad de que el ser humano y sobre todo el que se dedica a la educación, se apegue a la ética en todas las acciones que en la vida emprenda, ya que el bienestar de él y de sus dependientes, estará íntimamente ligado a la correcta observancia de las normas de cualesquiera índole que la sociedad va imponiendo a los ciudadanos y, el bienestar de sus congéneres mucho dependerá de la buena educación que transmita a sus educandos, ya que éstos tarde o temprano la manifestaran con sus propias acciones en beneficio o perjuicio de la sociedad a la que pertenezcan, y el responsable de esas acciones será el Maestro, para él serán las guirnaldas del triunfo o las maldiciones de los que sufran las consecuencias de una mala educación.
El educador debe ante todo respetar la libertad de sus educandos, así y sólo así, su libertad será respetada. Si el educador no esta dispuesto a respetar esta libertad del educando en sus opciones morales, debe dedicarse a otra cosa.
En el ámbito de la carrera que profeso, la Contaduría Pública todavía se mantienen latentes los daños que causó en la confianza pública los lamentables hechos que hicieron desaparecer a uno de los Despachos contables más famosos del mundo, por haber expresado opiniones
El educador debe ser ejemplo de su alumno, debe pues llevar una vida dentro de los conceptos de la moral, un recto proceder ético, para que su discípulo los imite; alguien que no cumpla con esta necesidad no puede ser Maestro.
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positivas sobre estados financieros de una o varias empresas, las cuales estaban en condiciones económicas precarias, pero que dicho Despacho –engañando a sus accionistas y protegiendo a los administradores- publicó que las cifras presentadas en unos estados financieros “maquillados” eran correctas, con lo que no sólo se engañó a sus accionistas, sino al público en general, quien se fundamenta en la certificación de los Contadores Públicos para hacer inversiones. Fue así como muchos ciudadanos que confiaron en ellos, perdieron los ahorros de su vida. He allí, un ejemplo de una posible mala educación que recibieron los que cometieron el gigantesco fraude que requirió de la intervención del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica para defender a los afectados y, para crear nuevas normas que regulan la actuación del Contador Público en aquel país. Es evidente que como el caso expresado se conocen a lo largo de la historia muchos otros, que han afectado a
diversas profesiones, entre las más mencionadas la Medicina que se ha ligado con el aborto. Para finalizar remarcaré la necesidad de todos los profesionistas de apegarse al código de ética profesional de su actividad a fin de no incurrir en actos que le pueden costar su licencia para ejercer la profesión, amén del descrédito público que afectará gravemente sobre todo a su familia; célula fundamental de toda sociedad. Ética es moralidad, y eso es lo que la gente espera de todas las profesiones en que debe confiar para realizar los actos que le permitan obtener sus medios de subsistencia; y concluyo diciendo que ante esta visión: todos necesitamos de todos y lo mejor para todos, es que todos nos apeguemos en el desempeño de nuestra profesión, a la moral, a lo justo, a lo ético; pero, es el Maestro, el auténtico sembrador, quien con su ejemplo y la transmisión de conocimientos, trazará el surco de donde debe brotar gracias a su cultivo la simiente del futuro.