la extremidad del otro N° 7

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#7 junio 2013




EDITORIAL LIBERADORA Me declaro una militante de la ignorancia. A los 10 años llamaron a mi madre para decirle que no podía ir más al coro preuniversitario. Parece que si se lo decían a ella en vez de conversarlo conmigo me llegaría con menos dolor. Igual, cuando la profe, me dijo que quería hablar con alguno de mis padres, ya lo había, un poco adivinado. Debo decir a su favor que desafinaba bastante y tengo una tendencia a melancolizar hasta los ritmos rockeros. Parece que dese allí mi placer culposo fue dejar que los demás hagan lo quieran conmigo. Cosa que me ha traído muchos problemas. Esos que empiezan allí donde los demás se atribuyen opciones de opinión y hasta de actuar en lo que me haría falta. Es una constante en mi vida posibilitar que el otro, para relacionarse, piense que soy igual a él, aun declarando en una nula escucha, que no lo soy. Esta situación aparentemente masoquista facilitadora de un juego grupal político social, político familiar y político sexual, se rompe cuando el tiempo del encuentro posibilitado se termina. Todo tiene que ver con la capacidad de soportar el error ajeno, entendiendo como error, esa falta de escucha sobre lo anunciado, la capacidad de aguantar el desequilibrio que el otro siempre provoca, de su conciencia sobre

la apertura de mi pr en definitiva de so co que es soportar Placer culposo si l que después de estas será tan culposo, co espero que pase de l cer, que en cierto cuerpo a la mejor ca me libera de las ten someto. Los placeres culposos que no queremos asum lo indecible del esp Hablan de límite, ha pacidad de hacer pre ro que nos domina p porque de exhibirlos básicas que nos mant cial o porque el de directamente una obl tar el poder con que el poder del goce el deseo, y más cu de sostener. Los as se juegan los cambio ciales están en la tiones. Pensemos en en el extremo de l el resentimiento del desde la no oportun ejemplos. Los place en agenda los desafí


ropio desequilibrio, oportar lo sarcástiuna inconsciencia. los hay…, me queda s declaraciones ya no osa no menor, porque la categoría de plasentido corrompe mi ategoría de deseo que nsiones a las que lo

s son las vergüenzas mir porque contienen pejo, lo inmostrable. ablan de nuestra caesente el lado oscupor momentos, ya sea s romperíamos reglas tienen como grupo soevelarlos implicamos ligación de transmue ellos nos atrapan, preferido antes que uando este es pesado suntos sobre los que os de paradigmas sobase de estas cuesn lo que implicaría la situación aceptar l asesino, la maldad nidad, por dar unos eres culposos ponen íos de cambio en los

discursos aceptados por la sociedad en general, en las formas de relacionarnos cuando nos preguntamos: quién es víctima de quién y de qué ¿?. Lo que vuelve clave la situación de escucha del otro que planteaba al comienzo de esta editorial. Jugamos un partido donde siempre se pone en juego la tensión entre lo que soy, ( el DT) y lo que hago ( el jugador) y no siempre esas relaciones son tan claras, ni tan socialmente comunicables. La verdad es un efecto que surge de una acción conceptualmente aceptada por quien la sostiene, ser verdadero hasta el fondo algunas veces es tomado como una psicopatía, porque se supone que uno no va en contra de la propia natura. Ahora bien, la relación entre lo que soy y lo que hago es en el pensamiento dialéctico posible de ser resuelto en el campo de nuestra historia y de la historia como proceso que nos involucra, pero es también en el escepticismo crítico psicopáticamente inaceptable en la sociedad neoliberal que todo lo convierte en un laxo idealismo. Por último: lo que se sabe es que lo que se corporaliza, es acto; deja de ser posibilidad teórica. Los gestos, los movimientos, el acting indican realidades más consistentes que los discursos, son vestigios y espejos de reprimidos placeres culposos. María Forcada










Leandro Bosco


Carrefour

Pido disculpas a las madres prematuras, y los empleados públicos. Pero, entre uno u otro, milito el suicidio con cocina a la vista. Sí, ya se, hay una góndola hasta para la ausencia; perpetrada para burlarse de los que, de tanto pensar, no están.








Rayen Nazareno


Te sé hojeo con maña un folleto de sex toys en la habitación del telo. vos en el baño ya garchamos y otra vez no acabé ni lo supiste. hojeo encontrando naturalidad en lo inesperado.

Teseo atento al balanceo, al vaivén de las pelvis que mecánicas y anónimas construyen la spinning yenny del deseo. en las cumbres purulentas que desviste el subibaja de tu palma ajada, en el roer frenético de ese tronco leve que transpira, desagota y baña al puño que se pregunta, que pinta de piel el cadalso donde aguardaba a eros y sus manuales de sexualidad. en el eco del jadeo de pose, en la constelación de bits que el monitor devuelve, en el rictus de idiotez y resignación que el espejo de medio cuerpo recorta, a su izquierda, cuando la tarea ha culminado y el brillo áureo, sobre la pared opuesta, de la frase de Baudelaire que dicta: “la voluptuosidad única y suprema del amor reside en la certeza de hacer el mal”.










MatĂ­as Forlani


El entierro del respiro El placer era tan oscuro como la ínfima línea nocturna que lo amparaba en la fiebre de sus días. Bordeaba lo que quedaba de la huella brotaba siempre en derredor de su sombra que enardecía su constante búsqueda como su constante desencuentro. Pero entre el plato y la “salsa” nada era más trágico cuando lo que abundaba era esa delgadez insinuante y mortífera mezcla de placer y realidad, de goce y locura, y la locura de seguir en esa búsqueda de “incontrables”. De repeticiones que lo empapaba en el empuje del suspiro del empuje hacia lo más profundo de su adentro, de ese placer ¿culposo? ¿mortífero?... La fórmula no se encontraba, se repetía. Abría una grieta entre el contenido y el plato que se hacía espejo de sus desdichas (con el tiempo se hicieron siniestras) Abyecto y siniestro. Un día se encontró “bien” en ese vértice donde no queda más que un cuerpo tembloroso desamparado y decepcionado con un terror de embriagado La culpa lo había tragado, traicionado y la tragedia no abría paso a lo múltiple Se encerró en el placer repetitivo, empalagoso y resbaladizo sendero más débil y frágil que esa línea que lo empuja siempre hacia el mismo centro donde todo se ausentaba, la ausencia de todo.








Gabi Arturo Fonseca


SUBMARINO & SELVA NEGRA ESCENA 1. INTERIOR. CAFÉ FLORES. DÍA. Se ve a la moza preparando dos cafés y planos de la gente en la confitería conversando y tomando sus respectivas meriendas. Se escucha “Mi reflejo”, de Christina Aguilera de fondo. Plano conjunto de Matilde e Ilse, que miran hacia la barra esperando su pedido. ILSE -Boluda, desde la pubertad que no escuchaba esa música del orto. MATILDE -Ahora te parece de mierda pero bien que en su momento te gustó. ILSE -Sí, bueno, podría decirse que era un “guilty pleasure”. MATILDE -Y lo sigue siendo, me parece. ILSE -No, ¿sabés que no? Como que ya tengo asumido que me gustó música de mierda y hasta el día de hoy hay cosas de aquella época que sé que son una porquería pero me gustan igual, así que son solamente placeres, sin culpa. MATILDE -Es que sí, la mierda es sentir culpa por lo que te gusta o lo que te da placer. Es como que estás negando una parte de vos. Guarda que no digo que seas Christina Aguilera, sino que eso que te gustaba o que te gusta dentro de todo es parte de lo que sos ahora, ¿no? Me estoy enroscando mucho, ¿no? ILSE (Después de una risa) -No, tranqui, que yo ya me enrosqué en la misma y por eso ahora no me da vergüenza o “culpa” decirte que te bailo y te canto a los gritos a la Chris o que tranquilamente te puedo escuchar un disco de Linkin Park, pero de lo viejo.


MATILDE -¿No será nostalgia lo tuyo? ILSE -No, porque hasta ayer mismo te vi el último episodio de los reality shows pelotudísimos de VH1 y no sé por qué a la gente le cuesta tanto decir que hay cosas que le dan placer, cosas que piensan que no son propias o no sé por qué ese rechazo, esa culpa… MATILDE -Ese no hacerse cargo de lo que uno consume. Ahí viene el submarino, mamu. ILSE -Es que uno se piensa mejor que esas cosas o algo así. Bah, no sé, es lo que yo pensaba cuando sentía ciertos gustos como “guilty pleasures”. Como que “no se esperaba de mí” que consumiera ciertas cosas. Por ahí más que probemas para hacerse cargo de lo que uno es, es intentar negar lo que uno es y de lo que estamos hechos, ¿no? MOZA -¿El submarino para quién es? MATILDE -Para mí. El tecito es para esta vieja que tengo en frente. ILSA -Viejas las pelotas de tu viejo. ¿Desde cuándo es de vieja tomar té? MATILDE -Es que no te veo tomándote un submarino, después de lo que dijiste de que uno deja de tomar chocolate para llenarse de cafeína a cierta edad… ILSA -¡Pero no me digás que no es cierto! A ver, flaca, ¿cuántos adultos te piden submarino y cuántos algo del mismo precio pero que no tiene chocolate? MOZA -Mmmm, no sé, pero sí, es más la gente que pide café o té. Quizás es por el precio.


ILSA -Nah, porque se lo piden con algo para comer y se terminan gastando inclusive más que si se hubieran tomado un submarino con un tostado. MATILDE -Medias lunas. ILSA -Medialunas se dice. MATILDE -Bueno, como sea, voy a seguir diciéndolo mal y no me da culpa. ILSA -Suit yourself. Creo que igual se confirma mi teoría de que un guilty pleasure de la adultez es la niñada. MATILDE -Niñada para vos, para mi no hay edades para la mayoría de las cosas. Tu guilty pleasure es catalogar las cosas, me parece. ILSE -Puede ser. Ya me la secó, hablemos de otra cosa, que esto de la culpa sabés que no es muy lo mío. MATILDE -Entonces pedite una porción de selva negra y déjate de joder. ILSE -No jodo, si sabés que tengo una colección de golosinas debajo de mi cama. MATILDE -Debajo de tu cama no están los ojos de los demás. Debajo de tu cama no tenés razones para sentir culpa por tus placeres. ILSE -Tenés razón. Ahora posta cambiemos de tema y nos tomamos estas cosas. ¡Flaca! MATILDE -Aaaah, ahora me vas a hacer caso, cagona. ILSE







Se puede caminar por el campo? Se necesita una linterna… que alumbre los arbustos_ para desubicarnos… Porque el viento se abre camino entre los árboles Porque el llanto arranca un ojo de la cara vespertina Porque el diablo bucea en la siesta de la noche Y pesca en la playa con anzuelos y redes… Por qué el apodo? Por qué falta tanto…? Porque estamos lejos y sus compañeros son ratas-dentadura postiza Porque el agua nos arrastra hacia la orilla Por qué no nos sentamos a esperar? Por qué no nos turnamos para ingresar al parque de descanso? Por qué el mar? Porque no hay sillas en el vagón. Porque me toca siempre a mí Y porque el brillo lacrimoso de las estrellas se acumuló en la frontera. Nos retorcemos. Nos estrujamos. Y nos colgamos a la sombra para no desteñirnos.


MarĂ­a Forcada


LIBELO POR UNA PRÁCTICA DEL PLACER CULPOSO EN LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA. UNA PRAGMÁTICA DE NEGOCIACIONES

Y UNA ELECCIÓN DE LOS

DÉBILES PARA SOSTENER DESDE EL LUGAR DEL SENTIDO EL ACTO POLÍTICO COMO PRÁCTICA DE LIBERACIÓN.

Placeres culposos en los asuntos de la política implica la hipocresía como acto sistemático de los sujetos que operan en ese campo dejando la mezcla de lo connotado y lo implícito en suspenso. Es una maquinaria que abordan en general

los que

ocupan puestos de poder en la política. Esta mecánica es una mecánica de hegemonía que se plantea para trabajar con las fuerzas supuestamente democráticas de los que en realidad ostentan valores conservadores de los riesgos personales.

avanzando a partir del discurso

Esto es: la necesidad de los cambios

que es cierta por un orden necesario a la gestión política, no puede ser en principio un cambio que posibilite la concentración de poder en un solo ámbito. Los sectores dominantes de la sociedad se aseguran a través de este mecanismo la posibilidad de que cualquier desborde que perjudique esos intereses esté detenido por discursos que asumen sin querer viabilizar en realidad. El tema debe ser tratado en términos de cómo se transforman en

barreras para la soberanía de los libres sujetos

políticos. Hay siempre un núcleo conservador que opera detrás de estos manejos hipócritas y ese núcleo conservador tiene potestades y formas de presión iguales a las del poder político de turno que critica. En este asunto, los espacios de debate deben ser ocupados por los débiles, los que no son, los que no dominan


históricamente ni aún entre las bambalinas del poder, siendo conscientes de que producen fracturas pequeñas, pero espacios de lucha

al fin, donde a veces hay que bancarse ser

visto en relación a unos intereses y, otras veces, con relación a intereses opuestos y ese es el ejercicio al que obliga la “democracia”. La

necesidad de comprometerse con estas formas de hacer

políticas hace necesario ser un partícipe informado. El placer culposo en este caso es el de imaginar cuánto molesta a los políticos oficialistas y opositores el poner en duda la propiedad individual de los intereses en juego incluidos la propia conveniencia y el miedo al cambio. Este último implica siempre una posibilidad de error, pero por lo menos

reconoce

una necesidad y la asunción de la misma. Lo interesante

es

poder comprender en proyectiva, qué se desprendería del cambio cuando esté instalado. Por eso la impronta del débil es esa que puede decir que no siendo acusado de ser otra cosa pero puede: decir que no.

Asumir la valentía de sostener su hipocresía

culposa mas allá de las circunstancias para

corregir las

prácticas instaladas, no para ir en contra de las renovaciones sino para profundizarlas en el debate sin concesiones retóricas vacías. Por eso el débil, el no considerado en el juego del poder, está obligado a una lucidez más intensa que el poderoso, para saber a quién

entrega su pequeña fuerza, si al bando equivocado o al

bando poderoso. Entonces es un asunto de prioridades pragmáticas a la hora de la decisiones: si el cambio se siente


como importante más allá de las dificultades será mejor unirse al poderoso, si el cambio es peligroso porque tiende al conservadurismo de los poderes ya establecidos milenariamente, debe imposibilitarlo confiando en que luego será posible solucionar el asunto. No siempre estamos en el momento indicado con la información necesaria, pero siempre podemos decidir con cierta libertad, o intentar ejercerla. Esto es ser libre dentro de la propia práctica política y esto es lo que podemos dentro de las prácticas de libertad donde se plantean verdades singulares, situadas, posibles de ser asumidas con o sin culpas. Por eso el debate sobre lo ideológico es clave. Lo ideológico es pensamiento aplicado a la acción, implica un programa al que uno adhiere en términos macro y con

el que

tiene que ser consecuente para no caer en servilismos inútiles.






Luciana Marin


“Decidí cambiar la cerradura y tirar la llave, meditar con los ojos cerrados y sentir la delicia de un mundo solitario… sin traiciones, sin decepciones, basta conmigo y para mí. Decidí cambiar la cerradura y tirar la llave, probar mis tiempos y mis gustos, sin evaluaciones ni recriminaciones, basta conmigo y para mí. Decidí cambiar la cerradura y tirar la llave, y empecé a sentir el vacío que acompaña demasiadas noches solitarias, empezó a gustarme tímidamente, con culpa y se transformó en un placer provocador, un goce oscuro, una cosa más no compartida, basta

conmigo y para mí.-”




Nahir Saua


“¿Qué quiere usted? Cada uno tiene sus pasiones, y la mía son los cadáveres”. (HerniBlot al juez) Rigor Mortis La noche negra, y la mirada estática La tumba, y la tumba, y ella Amor o muerte ¡No! Amor y muerte Mi verga tiesa, y ella… Aquí el impulso igualador Rigor mortis Completamente mía, eternamente mía Mis yemas encendidas en la piel cristalina Fría, fría, helada y mía Rigor Mortis ¡Te abres, ordeno, amor! Ábrete, a…ah dura, muerta y entera mía, Aprietas, aprietas, aprietas, aprietas… ¡Sí! ¡Sí! RrrigooorrrrrrrrMoooooorrrrtiiiiisssssssssss


Carl Tanzler, un muerto en el placard

Abrió el placard como abrió una vez el sepulcro La recostó, la vistió y la desvistió como siempre Como todas las noches la besó, la tocó, la sintió La adoró, la hizo suya, le dio su calor Y la guardó nuevamente en el placard Pero solo hasta mañana





Augusto Dolinsky


Vivimos con miedo al rechazo ajeno, vemos en los ojos de los otros el reflejo de nuestro propio juicio y encima echamos la culpa por eso. De esta manera, elegimos vivir esclavizados, cabizbajos, temerosos e inseguros con miedo a la vida. De aquí surge la semilla que da vida a los deseos ocultos, pecaminosos, culposos: La masturbación, la adicción, el engaño, la mentira, la venganza… Miles de palabras de angustia carga nuestro cuerpo a través del tiempo y solo por falta de un poco de amor, de una mínima caricia que nos devuelva la esperanza y la mirada compasiva, fundidos en esa unión inquebrantable, donde no hay juicio, ni culpa.




RAYEN

CASTRO

Los Cooke





Jorgelina Salinas


Que espectacular es tener placeres de toda clase: sexuales, culinarios, estéticos, espirituales, etc….y aun aquellos placeres demasiado “privados” que solo saben los que comparten determinados gustos o inclinaciones; pero cuando empieza a aparecer la culpa nos oscurece el panorama, nos tiñe de cuestionamientos y nos hace replantear la situación. A todo esto ¿por qué tiene que aparecer esa maldita y entrometida culpa mala onda? ¿Es que es parte de nuestra programación, educación sistemática o de mandatos sociales-paternos?? ¿Esa sensación que me quiere hacer sentir mal por algo que está buenísimo para mi, y me llena en todo sentido…entonces? ¿Acaso no merezco gozar de los placeres de la vida? Placerdisplacer, ¡qué dicotomía! , dualidad que está llegando a su fin en este inicio de la era de acuario. La cuestión ahora es la integración, la síntesis. Para mi cuando empieza a operar la culpa, empieza a querer transformarse todo, y a separarse ese sentimiento de plenitud, de dicha que tenemos cuando experimentamos un placer. Sabida es la teoría de Freud, en más allá del principio del placer, y la otra teoría….compulsión a la repetición….que nos boicotean Pero desde la metafísica actual y desde la multidimensionalidad del ser en la que ahora estamos concientes e inmersos y de la que formamos parte en esta última teoría de la física cuántica, el campo unificado y las múltiples dimensiones, una experiencia de goce óptimo, disfrutando de un placer, la culpa no tendría que existir, ya que el Ser es dicha pura, digo nuestro real ser más allá de nuestro cuerpo físico. Pero como somos tan masoquistas, desconectados, poco concientes y tenemos la posibilidad de aprender por el libre albedrio, todo se acepta….pero ojo!!! No comemos vidrio….


Ya se sabe que la culpa enferma, malogra, frusta y baja la vibra…y ¿eso quiero yo para mi? Así que llegó la hora de decir “No-fault”, diría un yanqui o “sans faute”, Michel Foucault. Vivir sin culpa es preferible y mejor inclusive si uno es un sibarita de la vida y aprendimos a disfrutar cada momento que se nos otorga como un placer, por el solo hecho de estar vivo….y existir…. ya me puse cursi…jaa Se está escuchando que estamos ingresando a una nueva era de acuario, con más conciencia (hecho astronómico y anunciado desde todas las culturas ancestrales). Bueno en esa nueva Tierrahumanidad los placeres no son culposos, al contrario….todo es placer y gozo, ya que estaríamos en otra dimensión de conciencia, la quinta dimensión, un nuevo sol dicen…más activo, con más plasma a nuestro alrededor….que nos influye para bien…y activa en todo sentido… donde todo es sincrónico y perfecto: desde tomar sol, respirar, comer, o dormir sin culpas…ya que todo es una inversión en nuestro banco universal de la felicidad, donde nuestra mentealma-corazón tiene una cuenta corriente y allí depositamos experiencias humanas, y desde ahora en más depositaremos solo en la columna del deber para incrementar nuestras riquezas, basta de sufrir!!! Basta de miedos y culpas, diría un pastor evangélico….más cuando no le hago mal a nadie…De ahora en adelante,,, vamos a tener placeres sin culpa... En esta nueva era, la culpa no existe, ya que somos responsables, concientes, de lo que nos hace mal o bien y tenemos alineados nuestros chacras, nuestras energías mente-corazón, o sea tenemos equilibrados nuestros deseos y pensamientos…como dice la psicología clásica, coherencia entre el hacer, decir y pensar, o la famosa trilogía o la trinidad del AMOR, SABIDURÍA Y VOLUNTAD…Y


si estamos disfrutando de un placer….nos estaríamos amando o bien amando a otro…por lo tanto…..estamos en la frecuencia del amor, siendo sabios y teniendo una correcta voluntad….o sea….¡sería perfecto! Mejor imposible ¿Culpa de qué entonces? ¿Perdón??? De ser feliz y de hacer lo que quiero. Pues les tengo una buena noticia, justamente a eso hemos venido a esta vida, a saber encontrar el placer sin culpas, y dejar atrás esas mentiras y engaños fabricados de la era anterior de piscis de la dualidad. Llegó la hora de ser libres, con nuestra verdad, con lo que queremos hacer, sentir y pensar… experimentar como humanos 3D, concientes de la multidimensionalidad….¿Placeres culposos??? Ni ahí…ahora tenemos el poder de ser distintos y no boicotearnos más….LA VIDA ES ARTE…Y APRENDER A VIVIR TAMBIÉN ES UN ARTE…. No hay mejor experiencia que ser un humano teniendo placeres terrenales, ¡eso si se los puedo asegurar!!!






Leo Pedra


Tesoro

El viejo Don Paolo me mandó a llamar. Su mujer, al abrir la puerta, me atendió con una sonrisa de bienvenida y luego me acompaño hasta la pieza donde el viejo estaba recostado. Tenía un tumor en la garganta del tamaño de una naranja. Desde unos meses atrás la medicación y la quimioterapia lo tenían postrado en la cama. Hacía tiempo que no lo veía, vecinos de toda la vida, me sorprendió encontrarlo tan consumido, a su pijama gris le sobraba tela por todos lados y hacía resaltar la palidez de su rostro enfermo. Los tres en la habitación sabíamos que no le quedaba mucho. Con dificultad preguntó por mis padres y luego me pidió que revisara el desagüe de la cocina porque estaba tapado, el viejo sabía que tenía maña para esas cosas y cada tanto hacía esas changas para ganarme unos pesos de más, quiso levantarse de la cama para mostrarme cual era el problema pero sólo logro sentarse por un momento, su mujer lo retó y él le devolvió una mirada de fastidio, me aclaró que pensaba pagarme por la changa, cosa que no estaba dispuesto a aceptar. Le dije que no se preocupara, que para eso estábamos los vecinos. Fui a la cocina y me metí debajo de la mesada, estaba frío, oscuro y apestoso. El revoque de la pared se desgranaba al tacto. Un caño de plomo ennegrecido brotaba del muro, en la punta del mismo, estaba atado el sifón de goma con alambre. La señora había puesto un balde donde caían gotas con olor a podrido. Con una pinza aflojé los alambres oxidados y saqué la pieza de goma retorcida. Tenía mal aspecto, estaba relleno de una sustancia viscosa y putrefacta. Por más que lo limpiara la goma ya estaba deformada y la tapa no cerraba bien. Esto ya no quiere más, le dije a la doña, es inútil intentar arreglarlo, lo mejor sería poner uno nuevo. Y bueno, me contestó resignada, mientras retorcía un repasador en sus manos. Volví a la pieza y le comunique a Don Paolo el estado de las cosas, antes de poner una pieza nueva tendría que destapar el caño del desagüe, estaba relleno de la misma baba inmunda, pero necesitaba un alambre grueso o una varilla de hierro. Me dijo que me fijara en


el garaje, que ahí tenía un rollo de cinta metálica destapacañerías y otras cosas que me podrían servir. Tenía que cruzar un patio interno para llegar al garaje, conocía muy bien aquel lugar, había entrado miles de veces en mi infancia, en el tenía un instalado su almacén, el típico negocio de barrio atendido por su propio dueño. Don Paolo, en ese entonces, ya era viejo, para mí siempre lo fue. Lo primero que hacía al abrir, cada mañana, era colgar dos carteles de chapa pintados de negro pizarrón, escritos con tiza mojada. Uno de cada lado del portón de madera semi-circular. PAN – TORTITAS se leía en uno, y KEROSENE ARTÍCULOS DE LIMPIEZA en el otro. Me encantaba que me mandaran a comprar porque me dejaba las monedas del vuelto. Muchas veces encontré al viejo cabeceando en la silla detrás del mostrador, la luz del sol entraba por los vidrios de la puerta y lo adormecía mientras esperaba la entrada de los clientes. Él decía que en realidad no dormía del todo, sino que descansaba la mitad de su cuerpo, porque siempre mantenía un ojo abierto, un rato dormía el lado derecho y con el izquierdo vigilaba y luego cambiaba de lado. Así se turnaba para descansar y a la vez estar siempre alerta. Yo le creía e intenté imitarlo varias veces en mi casa, tardé años en entender que era una tomada de pelos de aquel viejo regordete y parsimonioso que siempre vestía de camisa blanca, zapatos, pantalón de vestir y saco. Sobre el mostrador tenía un frasco con caramelos para dar la yapa y un cuaderno de tapas negras donde anotaba los fiados con una extraña letra llena de arabescos. Con los pibes de la cuadra nos moríamos de risa cuando decíamos que se subía tanto el pantalón que lo usaba de corpiño y que las bolas le quedaban de corbata. Además, era medio pelado, y nos pasábamos tardes enteras imaginando cómo hacia para cubrirse la mayor parte de la cabeza con sus pocos pelos, con el tiempo nos convencimos de que la única forma de lograr su particular peinado era que en realidad tenía un solo mechón largo sobre su oreja derecha y que al levantarse, luego de ponerse una buena cantidad de gomina, el viejo hacia un ágil movimiento de cabeza, una especie de cabezazo giratorio, haciendo que su mechón engominado diera varias vueltas cual boliadora y luego le


envolviera la calva de un chicotazo. Éramos malos con el pobre viejo, cuando nos aburríamos de jugar a la pelota, a la mancha o a la escondida, casi siempre cagaba el viejo Don Paolo. La joda era bajarle los carteles a hondazos. Buscábamos escondites desde donde probar nuestra puntería, a veces nos resguardábamos en el pasillo de mi casa que quedaba en diagonal al almacén, otras desde lo más alto de lo árboles cubriéndonos con el follaje, o desde atrás del colectivo que dejaba estacionado el papá del Gato cuando no estaba trabajando. La cuestión es que teníamos un breve lapso de tiempo para lograr nuestro objetivo, unos veinte segundos desde el primer piedrazo, era el tiempo que le llevaba al viejo levantarse de su silla, dar la vuelta al mostrador y llegar a la vereda. Por lo general al tercer o cuarto tiro alguno le atinaba a uno de los carteles, había que darle con fuerza para hacerlo saltar del clavo en la pared y cuando caía al piso hacia un tremendo ruido que retumbaba en toda la cuadra, nosotros explotábamos de alegría antes de escabullirnos en nuestros escondites. La gloría total era tirarle los dos carteles de una sola tanda de piedrazos. El viejo salía echando rayos por los ojos, levantaba el puño cerrado, amenazante, porque sabía que estábamos mirando, daba un par de vueltas por la vereda y volvía a colgar el cartel. Se quedaba parado en la puerta del almacén, hasta que alguna vecina llagaba para comprar algo, cruzaban unas palabras, obviamente de nosotros, porque antes de entrar al negocio movían negativamente la cabeza. Pendejos de mierda. Al rato salíamos de los escondites vitoreando, campeones del tiro al blanco y dábamos la vuelta olímpica alrededor de la manzana festejando nuestra hazaña, la alegría nos duraba un buen rato. A pesar de nuestra maldad el viejo nunca nos decía nada, ni siquiera un rato después, cuando alguna de nuestras madres nos mandaba a comprar algo. Entonces entrábamos todos juntos, con caras de santos, conteniendo la risa, él nos miraba haciéndose el enojado y sin embargo, igual nos daba la yapa. Al entrar al garaje tuve la misma sensación que debajo de la mesada, el sol entraba por las hendiduras del portón en finas láminas atravesada por partículas. Aún estaba el mostrador y los estantes del antiguo almacén, pero cubiertos de tierra y telarañas acumuladas por


años. En un rincón había una pila de cajones botelleros, repletos de envases, algunos sin destapar. Sobre ellos estaba el rollo de cinta destapacañerias, colgado en la pared. Cuando me acerqué descubrí que, detrás de los cajones, estaban los castigados carteles de chapa, abollados de tantos piedrazos. Le pasé la mano a uno sacándole la gruesa capa de tierra y apareció parte de la palabra pan. Me quedé un momento ahí, repasando con los dedos las marcas de los golpes, tratando de recordar cuantas de ellas tenían mi firma, aquella chapa magullada, retorcida, no tenía espacio libre de huellas y unas cuantas de ellas eran el producto de mi puntería para hacer daño. Dos pegazos de chatarra inútil, que nadie extrañaría, guardaban un precioso valor para mí y quizá par el viejo también, el valor de una flor seca adentro de un libro, de una bolita japonesa en el fondo de un cajón. Sentí que, de alguna forma, eran un registro de mi paso por el tiempo, como primitivas incisiones en la piedra de una cueva, en ellas estaba grabada parte de mi historia, y también parte de la vida que se iba, cruzando el patio, en la pieza, en la cama. Tuve un enorme deseo de apoderarme de ellas, de atesorarlas para mí, solo para mí. Ya sé, soy una porquería, me dije. Y decidí robarle los carteles al viejo don Paolo. La idea me pareció tan absurda como incontenible, argumenté que sería un acto noble, autocederme la posta de nuestra historia compartida, de las cientos de veces que lo desperté de su medio sueño con un certero disparo de onda. Estábamos unidos en cada magullón como puntadas de doble hilo. Y ahora era mi turno resguardar el tesoro. No fue difícil, el portón estaba cerrado sólo con una tranca de hierro, me asomé para ver por donde andaba la señora, no había señales de ella. Entonces, abrí las hojas del portón y las telarañas que lo sellaban quedaron flameando en cámara lenta, salí a la vereda, disimulando los carteles con mi cuerpo y los dejé en la acequia, volví a la casa y le dije a la doña que iba a la ferretería por un nuevo sifón, ella me dio el dinero y salí. En la vereda todo estaba tranquilo, tomé los carteles, crucé la calle silbando y escondí el botín en el pasillo de la casa de mi infancia, atrás de las hortensias de mi madre. El arreglo quedó perfecto. Me costó bastante destapar el desagüe, llené


una bolsa de supermercado con toda la porquería que tenía adentro, tuve que envolverlo con un par de bolsas más para que no chorreara todo el camino hasta el canasto de la basura, bajo la mesada dejé todo limpio y seco, cambié el sifón y lo probé echándole unos baldazos de agua caliente con desengrasante. Fue una sugerencia de la señora a la cual no me pude negar, aunque me pareciera innecesario. Juntos contemplamos el agua limpia desaparecer en un remolino veloz. Fui a despedirme de Don Paolo que seguía en cama. Me tendió su mano huesuda y yo le tendí la mía, sentí en la palma un pequeño bulto, era un billete de cincuenta pesos doblado en un cuadradito, le dije que no, pero el insistió, al fin acepté. Con un gesto lento de su mano me pidió que me acercara, pensé que quería decirme algo al oído, en vez de eso recibí una débil cachetada, de esas cómplices, de hombre a hombre. Yo bien sabía que me la tenía merecida.


Jorge Paladino


Hotel California Una luz

pálida se filtra entre las láminas paralelas e inclinadas de

la cortina, es una claridad débil y fría, atraviesa el espacio en rebanadas lívidas ocupadas por infinitas partículas de materia que colisionan

entre sí.

Mi cuerpo se despega de las sábanas viscosas y me levanto. Flota en la habitación un aliento blando. Sobre el piso de madera yacen caóticos los indicios de la noche: un mocasín dado vuelta, una sandalia demacrada, un corpiño negro, la tira del cinturón víbora

y

enroscada como una

un vaso volcado.

En dos pasos alcanzo la ventana y tiro del cordón blanco que, con un aleteo plástico, levanta la cortina. El vidrio sucio me devuelve, por un instante, fragmentos

de un rostro extraño con dos sombras espesas

bajo los ojos y una barba incipiente. Vuelve entonces, ese extrañamiento que me invade desde hace varios días. Un dominio en el que soy un visitante entre las cosas que me rodean y que reconozco como reales. El umbroso cuarto de hotel, la desnudez de la mujer que, pálida y delgada, permanece inmóvil entre las sábanas desordenadas, el espejo opaco sobre la cabecera de la cama, la manta azul y deslavada fruncida sobre el piso, el cono de luz que desde la pantalla del velador

trepa sobre la pared

descascarada. Todo eso es la realidad,

yo con mi extraña presencia en ella

la ratifico.

Vuelvo los ojos al cristal y me encuentro con los del extraño de ojeras violáceas que aún me olfatea. Con un movimiento rápido abro la ventana, una nube blanquecina y densa

se recorta en los bordes de

las luces de las farolas todavía encendidas, no es niebla, es la llovizna que permanece suspendida sobre la ciudad, una constelación de partículas que giran en círculos y

se convierten en líquido al en-


contrarse con las hojas de los tilos que exhiben un verde oscuro. Abajo las redondas sombras de los paraguas se desplazan anárquicas, el pavimento húmedo relumbra y deja escapar quejidos glutinosos al pasar de los autos. Tan despacio, como los elementos en suspensión se transforman en gotas de una fina lluvia, comienzo a recordar, a darle algún sentido a las rebanadas de memoria que se escurren a través del paisaje brumoso, intento que encajen, como las piezas de un rompecabezas, con los datos del presente: la ciudad borrosa y fría, la mujer de senos extenuados y ojos anónimos, el hotel desconocido. Voy a ciegas, tanteo en

imágenes que se superponen y brillan sobre una

pantalla: Una flaca lánguida de caderas angostas posa en una habitación apoyada sobre un mueble blanco, me detengo en su expresión triste y sus zapatos de taco. Una vulva tensa, apretada por una mano anónima, se transparenta a través de la fina tela de unas bragas tan estrechas como las que yacen en el piso de burda madera. Una provocativa y madura mujer exhibe sus oquedades y yo sueño. Una rotunda morocha se sienta frente a la cámara, muestra una amplia y blanca sonrisa y el camino que se abre entre sus muslos. La vida sigilosa

y reptante de los genitales.

Ahora llueve, el agua que rebota en las cornisas ha barrido la masa blanca en suspensión, los árboles muestran sus troncos oscuros y sus copas emergen húmedas y fragmentarias, los paraguas se multiplican policrómicos y en las paredes agrietadas se alcanzan a leer vulgares

leyendas. La claridad avanza amenazante. Así como la llu-

via borra la ciénaga viscosa,

también abre una terrible inquietud


que trepa devoradora. Corro hacia el baño y en el ajado espejo que cuelga sobre el lavamanos confirmo lo que ya es una certeza. En ese instante todas la fotos se rompen, todas la pantallas tiemblan hasta

apagarse y

quedamos a solas, el alucinado yo y mi presente, tan fugaz que al pensarlo, como la niebla, ya es pasado. Me visto con lentitud y en silencio, no miro hacia la cama, solo escucho el rumor de la respiración acompasada del sueño. Bajo las escaleras, ha dejado de llover, en el umbral veo un cartel que anuncia: -Hotel California-, un chico de mirada hosca me pide unas monedas, se las doy y le pregunto por la estación de ómnibus. Me levanto el cuello de la campera, hace frío, y me pongo en camino por la calle desconocida.


The wayward cloud / Tsai Ming-Liang







Colaboraron en este número: Texto Leo Pedra// leonardopedra@yahoo.com.ar Rayen Nazareno Castro// golpebajo07@hotmail.com// http://ray-againstthemachine.blogspot.com Gabi Arturo Fonseca//comunicacion.fonseca@gmail.com Matías Forlani//matias.forlani@hotmail.com Leandro Bosco//desumuerte.blogspot.com.ar Jorge Paladino/@jjpaladino Nahir Saua//www.facebook.com/nana.saua Jorgelina Salinas//www.facebook.com/jorgelina. salinasgiordano?fref=ts María Forcada//angelesforcada@hotmail.com Augusto Dolinsky//augustodolinsky@hotmail.com Luciana Marin//Lmarinleal@gmail.com Colaboraron con fotografías: Héctor Romero//romerohectorabel.blogspot.com.ar Florencia Manzano//bucoledi@hotmail.com Corrección Emilia Matus//www.facebook.com/emilia.matus?fref=ts


Edici贸n e imagen: Microediciones del Objeto a Producci贸n: Visual Objeto a Contacto: http://visualobjeto-a.com.ar/ http://www.facebook.com/pages/Visual-Objeto-a/190563547705126 visualobjetoa@gmail.com

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