VivaColorado - Homofobia en estadios del Mundial - 07.04.14

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El semanario de THE DENVER POST

Año 6, No. 400

07/04/14

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EN ESTADIOS DEL MUNDIAL El grito “Puutoo” tan popular en estadios mexicanos inquietó a la FIFA, quien consideró sancionarlo por su esencia homofóbica. Hay quienes defienden el grito como algo normal, pero también hay gente que lo cuestionó por lo que es. Por Luis Gómez Romero, Especial para Viva Colorado

D

ebo reconocer que un hogar de clase media baja en México es terreno fértil para la homofobia. Comencé a escuchar la palabra “puto” muy temprano en mi vida. “¡No seas puto, chinga’o!”, solía gritarme mi padre cuando, por ejemplo, exhibía torpeza al atrapar un balón (algo que a la fecha todavía no alcanzo a remediar), o cuando las lágrimas asomaban a mis ojos porque estaba triste, asustado o simplemente adolorido. Apenas había aprendido a caminar cuando comprendí el significado de este término: un “puto” era un varón a medias; un hombre que, por “rajarse”, merecía ser denigrado porque su similitud con las mujeres, que siempre están irremediable y biológicamente “rajadas”, le constituye en un humano antropológicamente inferior. Sí, ser “puto” es ser cobarde, pero lo es por analogía con las mujeres, a las que el imaginario machista mexicano desprecia profundamente. Es un término esencialmente negativo. Mi memoria no registra una sola ocasión en la que me haya divertido cuando he sido llamado “puto”. Después llegaron los años del colegio, y la palabra se

CELEBRACIONES DEL 4 DE Pag. 2 JULIO EN DENVER

UNA MULTITUD marcha durante el desfile gay en la Ciudad de México el pasado sábado 28 de junio. Ese mismo día hubo desfiles similares en varias ciudades del mundo. Alfredo Estrella, AFP, Getty Images

adhirió esporádicamente a mi rutina. Era inevitable, dadas mis inclinaciones, mi carácter: no había un solo deporte en el que me desempeñara eficientemente, mis pasatiempos eran leer y dibujar, en mi hogar prefería estar en la cocina, con las mujeres (mi madre, mi hermana y mi nana), que en el garaje, con los autos y con mi padre, siempre pronto a llamarme “puto”... Recuerdo aquella mañana fría en los primeros meses de la secundaria en la que un individuo – cuyo nombre misericordiosamente he olvidado – sin que mediara provocación alguna me rodeó con sus amiguetes y comenzó a darme ligeras bofetadas con un

mapa enrollado. “¿Qué vas a hacer, pinche puto?”, me preguntaba. Y los amiguetes reían, y gritaban alegremente a coro: “¡Iiiiiiiii, eso caliiiiieeeentaaaa, puuuuutitoooo!” Literalmente, me salvó la campana. Esa tarde busqué el apoyo de mi padre para hacer frente a la situación. “¡Pues párteles la madre, no seas puto!”, me dijo. Ponderé mis habilidades físicas y concluí que aquel consejo no era sensato. Acusé al abusón – me rajé, puesto que a fin de cuentas era un puto – con las autoridades escolares, que lo suspendieron por algunos días. Como el tipo habría de volver, al igual que Jesús, al tercer día,

opté por convertirme yo mismo en un abusón con miras a asegurar mi supervivencia. Con el respaldo de un fortachón, me dediqué a torturar psicológicamente a muchas buenas personas a partir de ese momento. Algunas de ellas son amigos queridos que generosamente aceptaron mis disculpas años después. No estoy orgulloso de aquella etapa de mi vida en la que aprendí a actuar como “hombre” dentro de los cánones de la sociedad mexicana. Mi torpeza física y social, al cabo del tiempo, se vio compensada con otras cualidades: mi tenacidad en los estudios y, sobretodo, mi habilidad con las palabras, el dominio de la narrativa y la retórica. Dejé de ser un “puto” y entré de pleno derecho en la comunidad heterosexual. Incluso, pasé la prueba de fuego de los toques eléctricos a los dieciséis años: aguanté más corriente que nadie. Cuando llegué a la mayoría de edad ya no importaba que, como en la añeja canción de Flans, cuando jugaba fútbol no metiera “un gol siquiera”. En México es posible pasar por intelectual sin que se dude de la propia hombría. Me

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