por todas las clases sociales novohispanas. Asimismo, había espacio para las actividades pecuarias, aprovechando el ganado menor, como los hatos de ovejas. Pero nada de toros bravos. Estas actividades volvieron rentable a la hacienda, que, por razones de herencias y deudas, acabó en manos de la orden de los hermanos de Belén, comúnmente conocidos como betlemitas. Durante décadas, los religiosos administraron la ya para entonces hacienda de Piedras Negras, que en su momento de esplendor llegó a tener una extensión de 9 mil 408 hectáreas, un pequeño feudo, como reseña Hernández González. Entonces la historia dio un vuelco por uno de esos golpes que acostumbra dar la vida.
Las consecuencias de un crimen
De acuerdo con la narración de Carlos Hernández, el patriarca de la hacienda de Piedras Negras sería Mariano González Fernández, llamado “Papá Marianito” por sus descendientes. Sin embargo, ese papel fue fruto de una tragedia. Mariano González Fernández estaba a un paso de consagrarse al servicio religioso. De hecho, se encontraba matriculado en el Seminario Palafoxiano de la ciudad de Puebla, “a punto de hacer sus votos sacerdotales”, asienta Hernández González, cuando la muerte tocó a rebato. La vida le tenía otros planes. Manuel Mariano y Miguel, padre y hermano del futuro dueño de Piedras Negras, fueron asesinados en 1824 en la hacienda de Santa Clara Ozumba, cercana al pueblo de Tlaxco. Ese crimen dio al traste con los proyectos de vida de Mariano González Fernández, quien abandonó el seminario y se puso al frente de los negocios familiares. Para 1832 ya le arrendaba la hacienda de Piedras Negras a los betlemitas. Esa decisión, pautada por la tragedia ocurrida ocho años antes, iba a ser el origen de la dinastía de los González.
La Reforma, que orilló a la Iglesia mexicana a poner sus extensas propiedades en manos de particulares, fue otra coyuntura favorable para González Fernández, al permitirle adquirir en propiedad la hacienda en 1856, siendo hasta 1862 cuando quedó finalizada la compra, aunque el kafkiano burocratismo mexicano se tardó hasta 1889 para acreditar la total posesión. En sus primeros años bajo la nueva administración, Piedras Negras tuvo una vocación agrícola. Para entonces, la hacienda ya no era parte del camino entre Veracruz y la Ciudad de México. Pero una nueva aventura se perfilaba en el horizonte, como relata a Momento el actual propietario, Marco Antonio González Villa. Sentado en la remozada tienda de raya de la hacienda, donde se efectúa la entrevista, González Villa, quien tiene sangre tlaxcalteca e italiana corriendo por sus venas, se apresta a responder. El ahora dueño de Piedras Negras se encuentra 10
detrás del mostrador que alguna vez atendió la señora Nachita, madre del matador Jorge El Ranchero Aguilar, la principal leyenda del toreo tlaxcalteca. Un viejo teléfono Ericsson, ahora mudo, decora la escena.
Una historia por contar
—¿Cómo se dio la conversión de Piedras Negras como hacienda de ganado bravo?
—Esta casa siempre ha pertenecido a la familia González. Data de 1690, 1700, más o menos. En años anteriores fue parte de un convento de los religiosos de la orden de los betlemitas, que se la rentaban a mi familia. Posteriormente, y por algunos problemas, los monjes quiebran, por decirlo así; no les va bien, y la hacienda la acaba adquiriendo la familia. Era un rancho con unas extensiones enormes, pero en aquellos momentos aún no había ganado bravo. El ganado bravo comienza en 1870, más o menos, y es cuando empieza con ganado criollo, se puede decir. “Funcionaba más o menos. No